Estire mi mano en la cama buscando su cuerpo para abrazarla pero para mi sorpresa me encontraba solo.

Abrí mis ojos muy a mi pesar y al notar que había claridad en la habitación me agite un poco girándome en la cama para poder levantarme y ver cuál era el panorama real antes de que mi cabeza fuera un poco más allá.

Mis ojos por fin la captaron, me sonreí de costado al ver que estaba sentada frente al espejo arreglándose el pelo.

-…-

Estuve por decir algo pero sus ojos habían captado los míos y el primer saludo había sido una simple y hermosa sonrisa.

Ana de Austria dejo el cepillo sobre la mesa y se levantó con toda su gracia irradiando luz en la habitación. A veces creía que era porque realmente se trataba de su sangre real y divinidad pero otras veces simplemente adjudicaba su hermosura a algo más simple y puro como era que seguía perdidamente enamorado de ella.

-Buenos días Charles – susurró ella antes de que sus labios besaran mis labios mientras que una de sus manos se deslizo por mi pecho.

-Buenos días Ana – contesté usando su mismo tono de voz. – No me haz esperado para levantarte, podría haberte ayudado…- agregue mientras que una de mis manos se deslizaba por el borde de su escote.- a vestirte, ya que tus damas estarán algo ocupadas.

Sonreí de costado inspeccionándola de arriba abajo, ya estaba lista, lo cual me forzaba a mí a seguir sus pasos y levantarme.

-Agradezco vuestra ayuda capitán pero no, no quiero hacer esperar más a la caravana y ambos sabemos que vuestra ayuda hubiese demorado todo aún más – ella toco la punta de mi nariz y se separó de mi para caminar hacia la ventana.

-Tal vez usted tenga razón pero la demora hubiese valido la pena – comente estirándome en la cama.

-Tal vez

Ella me sonrió y estaba por decirme algo cuando el ruido de los cascos de los caballos llamó su atención.

Su mirada se agudizo mientras se cruzaba de brazos. Su cuerpo se había tensado y había alzado su barbilla.

-¿Qué ocurre? – pregunte curioso mientras tomaba mi pantalón para colocármelo.

-Tienes visitas –contesto ella secamente alejándose de la ventana.

Me levante de la cama y camine hacia el vano de la ventana para observar aquello que estaba pasando pero sin ser visto.

Detrás del carruaje casi listo de la reina madre se encontraba otro, uno que no partencia a mi familia pero que si las cosas seguían su curso pronto también sería mío.

Me mordí el labio superior y largue un suspiro.

El cielo solo me duraba unos cuantos segundos siempre había alguna acción que me devolvía a la realidad.

Tomé la camisa que estaba en la silla y en silencio me la coloque, tenía que apurarme e ir hacia mi habitación antes de que Jeanne o mi prometida llegaran hasta allá y si no me encontraban, el pobre del conde de La Fere no iba a saber qué hacer, ya me había aprovechado demasiado de su amistad con la ausencia de la noche anterior.

-Anne…

-No – ella me silencio levantando su mano derecha para que mantuviéramos la distancia.- Ambos tenemos cosas que hacer M. D'artagnan.

Asentí con la cabeza y en aquel momento en el que estaba por despedirme de ella la puerta de su habitación sonó.

-Majestad, el desayuno está servido si gusta comer antes de partir.

Mi vista aún estaba sobre la figura de Ana de Austria, si madame de Halluin hubiese sabido el momento que estaba interrumpiendo lo más probable es que ella misma hubiese abierto la puerta para hacer que la española saliera de la habitación.

No dije nada sino que luego de abrir la puerta del pasadizo secreto moví la cabeza a modo de reverencia y me marche.

Aquella situación iba a terminar matándome, si el ataque al corazón no lo había hecho esto lo haría.

Ver la cara de Ana tan fría conmigo me destrozaba. Aquella situación era distinta a todas. Ahora no estaba Mazarino, ahora no estaba Madeleine y aunque nuestro amor no podía ser públicamente libre podía ser más libre en la privacidad en Paris dentro del palacio, más mi nuevo compromiso arruinaba cualquier tipo de fantasía que tenía en mi cabeza.

-Vaya que cara traes

Alce la vista para encontrarme con Athos aguardándome en mi habitación.

Camine hacia la cama en donde vi que había tendida sobre ella una camisa limpia y un pantalón de cuero negro.

Me senté en el borde la cama sin decir palabra mientras el conde de La Fere me observaba atentamente. Estaba de más que sus preguntas salieran de su boca, podía escuchar la voz de mi mejor amigo dentro de mi cabeza.

-Sabes algo D'artagnan – comenzó hablar él con tono tranquilo – Cuando éramos más jóvenes siempre me preguntaba porque cambiabas tan rápido de humor cuando te llegaban ciertas noticias del palacio, quería entender que tu servicio hacia Mazarino se debía solamente a tu devoción hacia la corona pero en estos últimos meses estoy entendiendo todo un poco más.- se colocó a mi lado en la cama y me tendió las botas – Estas tan enamorado de ella como yo lo estaba de Lady de Winter. Es un amor más allá de ti, no lo puedes controlar pero te consume – hizo una pausa en la que ni siquiera me ocupe de mirarlo - ¿Si pudieras casarte con ella lo harías no?

Di un largo suspiro al escuchar su pregunta y con una de las botas en la mano lo mire. Sonreí de costado y asentí.

-Si- contesté con simpleza – A veces cuando estoy solo pienso en aquella vida que hubiésemos podido tener juntos si tan solo la vida de ambos hubiese sido diferente. – Agache mi cabeza para terminar de vestirme – Por un momento pensé que la vida luego de tanto sufrimiento me iba a dejar ser feliz pero no se puede tener todo en la vida ¿no? – sonreí de costado y me pare frente al espejo para acomodarme la camisa antes colocarme el jubón. – Soy feliz, no me mal entiendas, lo he sido y lo seré pero me hubiese gustado tenerla como esposa. Compartir mi vida con ella.

Mi mirada se cruzó con la de mi mejor amigo en el momento en el que la puerta de la habitación sonó.

Estaba seguro que nadie nos había escuchado porque no había hablado alto, tantos años en el palacio me habían dado el entrenamiento suficiente como para saber cuándo las paredes tenían oídos.

Athos caminó hacia la puerta y le quito la llave.

Charlotte apareció detrás de la madera con una bandeja.

-Muy buenos días madeimoselle Bossard – habló Athos con su voz suave y aterciopelada.

-Buenos días M. La Fere. Si gusta puede quedarse a desayunar

-Muchas gracias pero no, no podría – atravesó el marco de la puerta y luego nos sonrió – Se ve muy apetitoso pero yo tengo que ir a ver cómo van las cosas antes de que podamos partir. Buen provecho a ambos.

-Gracias – respondimos los dos al unísono.

Luego de que Athos nos dejara a solas, la mujer avanzo por la habitación dejando la bandeja en una pequeña mesita acomodada debajo de la ventana.

Deje la puerta ya que no quería que las cosas se mal interpretaran, porque de todas maneras las iban a mal interpretar y alguien vendría a interrumpir. El humano es un ser muy curioso.

Al acercarme a la mesa le acomode la silla a mi prometida, tenía que simular que era un caballero por lo general era bastante cortes con la mujeres y a veces con los hombres ya que según mi padre lo cortés no quitaba lo valiente. Athos me había hecho entender aquella frase a los dieciocho años.

-¿Qué es lo que piensa mi señor?

Alce la vista para verla y negué con la cabeza mientras una sonrisa se formaba en mi rostro.

-Se ve todo bastante apetitoso. - aguarde a que ella tomara asiento primero.- ¿Te gusta cocinar?

Ella me dedico una sonrisa y ladeo la cabeza mientras me servía en una taza chocolate. Era toda una sorpresa para mí que fuera a dar chocolate. No estaba acostumbrado a tal agasajo, no es que Madeleine me hubiese servido tantas veces el desayuno con chocolate y aunque en el palacio había épocas en las que se tomaba mucho, debido a que a Ana le encantaba para mí, aquella bebida era casi desconocida.

-La verdad es que solamente lo dulce – comenzó por hablar – como usted pudo darse cuenta en mi casa soy la única mujer y por consiguiente me toco aprender. Mi madre era una gran cocinera y el paladar de mi padre es muy refinado, es casi imposible para mi poder superarla por lo que he decidido solamente cocinar dulces y postres – hizo una pausa y cruzo su mirada con la mía – ese ha sido mi plan hasta ahora pero puede cambiar si es que mi marido aprueba mi cocina.

Me sonreí de costado tomando un dulce con las manos. Los macarrones era algo que me encantaban, la primera vez que los había probado no había sido en la corte francesa sino por lo contrario. En una de mis travesías a Italia había dado con aquella galleta.

Cerré los ojos disfrutando de aquel dulzón en mi boca. No era un experto en comida como Porthos pero podían estar más que seguros que yo disfrutaba de la comida tanto como él.

-Mi comida no debe ser tan exquisita como la que usted debe comer en la corte

Abrí los ojos y negué con la cabeza.

-Es mucho mejor sin duda – le conteste devolviéndole aquella sonrisa de cortesía a la dama – Si mi futura esposa solo cocina dulces pues tendré que sacrificarme y comer dulce todos los días – reí con ganas antes de tomar otros dos macarrones y unirlos antes de echármelos a la boca. – Podría comer esto siempre pero no creo que seamos tan ricos para poder hacerlo todos los días.

-¿Y qué podríamos comer?

Tomé la taza de la leche con chocolate entre mis manos, era invierno y una infusión de este estilo siempre era bien recibida para mí.

-Pan – la mire con seriedad y luego me reí – Uno de mis amigos una vez me dijo que debía de casarme con una panadera, yo no necesito de mucho un pan recién horneado y con ello soy el hombre más feliz del mundo.

-Entonces tendré que aprender

-¿No sabe usted hornear pan?

-No, la verdad es que no lo sé señor. Mi padre nunca ha dejado que este mucho tiempo en la cocina ensuciándome para algo hay criadas. – Vi como una de sus manos tomaba algo de la mesa y se lo echaba en uno de los macarrones – cierre los ojos y abra la boca my lord.

La mire un tanto extrañado pero no dije nada sino que hice lo que ella me pidió, cerré los ojos confiado ciegamente en que no intentara envenenarme. Porque con tanto dulce mi cerebro se había olvidado totalmente de que su padre había querido dar un gran susto en nuestro compromiso.

Sentí de nuevo el dulzón en mi boca pero acompañado de aquel extraño betún. Si es que era un betún porque no era muy conocedor de la cocina. Solo sabía lo básico, que algo era rico o no.

-¿Qué piensa usted? – preguntó ella y casi que me vi obligado a abrir los ojos.

-Nunca antes lo había probado así – conteste y ella hizo aparecer otro macarrón relleno frente a mí. – Pero podría decirte que uno de mis amigos te haría su cocinera ¿Es una receta familiar? – pregunte antes de echármelo a la boca para comérmelo.

-La verdad es que hace unos meses atrás lo probé en Paris. Un pastelero amigo de mi familia, él se llama Adam Dalloyau. Él es el inventor realmente.

-mmm.- conteste saboreando – podría decirle a su majestad el rey que lo llame al palacio – agregue antes de tomar de nuevo la taza de chocolate y así ayudar a bajar el dulce por mi garganta.

-No te muevas – me dijo ella alargando su mano hacia mí.

Me quede rígido en mi lugar y sentí después de unos segundos como su mano limpiaba algo de debajo de mi labio en mi lado derecho.

-¿Qué tengo? – pregunte curioso intentando ver con mi vista aquello que estuviera limpiado.

-Una pequeña mancha - contesto ella haciendo un poco más de presión en la zona.

Alce mis cejas divertido ya que sabía de ante mano que aquella mancha no iba a desaparecer.

-¿Es un poco oscura dicha mancha? – pregunte sin moverme fingiendo que era una estatua.

-Sí, no se nota a simple vista – contesto ella muy avocada en su tarea – pero se la sacaré

-Es un pequeño lunar, no creo que pueda sacarlo Charlotte – le comente intentando contener la risa.- Pero tal vez si esperamos unos años desaparezca, cuando era más joven era más oscuro y estas cosas no me pasaban.

Ella se separó de mi bastante avergonzada, sus mejillas se estaba tornado de color sangre pero antes que pudiera aprovecharme de aquella situación en la puerta se escucharon unos pequeños golpecitos.

-¿Si? ¿Qué sucede Megan? – pregunte pasando mi vista de mi prometida a mi sobrina.

-Su majestad esta por partir tío y el conde de La Fere me mando a que lo viniera a buscar porque pensó que…

-Está bien, ya bajo –dije cortando la explicación – ve que nosotros ya bajamos.

La muchacha me miró y luego de hacer una pequeña reverencia desapareció en dirección a las escaleras.

Me pase la servilleta por los labios y luego me pare para ayudar a mi prometida a levantarse de su asiento.

Mi vista en vez de caer en ella viajo por la ventana para posarse en el carruaje real, desde mi posición podía ver que allí a los pies del vehículo se encontraba ella y su sequito despidiéndose de algunos lugareños que se habían acercado para saludarla.

-¿Te gustaría ir con ellos no es así? –

La pregunta de Charlotte me hizo girar sobre mis talones, no me había dado cuenta que a veces quedaba tan expuesto cuando me le quedaba viendo.

Negué con la cabeza e hice un pequeño movimiento con las manos para que ella avanzara por la habitación para que pudiéramos salir.

-No – conteste firme sabiendo que aunque mi voz parecía con total autoridad la verdad era es que sí, me moría por dentro. Quería acompañarla. Quería escoltarla.- Es bueno estar en casa a veces con mi familia. Aunque voy a perderme el chocolate español – sonreí tomando las escaleras para bajarlas.

-¿Es bueno?

-Es muy bueno – conteste con una sonrisa cruzada – Los españoles a veces tienen cosas buenas.

-Como el chocolate.

-Exacto – asentí con la cabeza y como ya habíamos llegado abajo le preste mi brazo para que se afirmara de él, tenía que comportarme – como el chocolate.- "entre otras cosas" agregué para mis adentros fijando mi vista en ella a pesar de que sentía las manos de Charlotte firmes rodeando mi brazo.

Athos vino a nuestro con aquel porte de señor que tenía. Se quitó el sombrero e hizo una reverencia frente a mi prometida. Ella le extendió la mano y él se la beso. A veces lo envidiaba. No había nada que Athos hiciera que podría verse como mal porque después de todo él era el Conde de La Fere.

-Espero verla pronto madeimoselle Bossard por lo pronto espero que cuide a mi amigo en cuestión.

-Lo cuidare señor, no se preocupe

Athos extendió su mano hacia mí y yo se la estreche pero yo con él no servía para ese tipo de saludos protocolares. Me acerque para darle un medio abrazo.

-Cuídate – cuando estuve inclinado cerca de su oído susurre – avísame y cuídala por favor.

Él se despegó de mí y su mano abierta palmeado amistosamente mi cachete con una sonrisa en sus labios.

-Cuídate tú gascón testarudo – él no me dijo nada más sino que me guiño un ojo.

Realmente pensé que aquel guiño de ojo era para mí pero cuando voltea por presentimiento me di cuenta que Jeanne estaba a mis espaldas. Estaba seguro que Athos cuidaría a Ana porque si no de otra manera no podría volver a poner un pie en Gascuña.

Mi hermana salió de detrás de mi espalda y se acercó a la reina.

-Esperamos que tengan un buen viaje su majestad – comenzó hablando mi hermana mientras yo me acercaba a aquel sequito acompañado de Charlotte

-Gracias por vuestros deseos madame D'artagnan, todos nosotros estamos muy agradecidos por la hospitalidad de vuestro hogar.

Tal vez si las cosas hubiesen sido diferentes ahora que lo veía desde esta perspectiva ellas hubiesen sido buenas amigas. Pero aquello solo Dios podía saberlo.

-Esperamos que cuando regresen de España pasen por aquí

-Si – agregué a las palabras de mi hermana – nuestro hogar es vuestro hogar majestad. Nos sentiremos nuevamente dichosos que nos elijan para que el viaje hacia Paris no se les haga muy largo. – hice una pequeña reverencia.

Ana me miró y aunque por su seriedad sabía que mi acompañante no le estaba haciendo demasiada gracia ella nos dedicó una sonrisa a mí y a mi hermana.

-Volveremos, el conde, mis damas y yo volveremos antes de regresar a Paris. – Ella extendió su mano hacia mi hermana y ella la beso – gracias

Ana también hizo aquel gesto hacia mi prometida, sabia de sobras que no lo hacía por protocolo ni siquiera lo hacía por verme la cara a mí pero no podía hacer que los rumores, aquellos rumores que estaban en Paris se establecieran también aquí en Gascuña. Aquel hospedaje había sido puramente casual, una cosa del destino y nada más.

Por último su fina y hermosa mano blanca llego hacia mí. Me despegue de Charlotte para poder tomar con ambas manos la mano de mi reina, de la única reina de corazones que podía existir para mí y deje un beso sobre el anillo. No tan perfecto sobre la piedra sino que mis labios habían alcanzado a besar su piel.

Nuestras miradas se habían cruzado por un segundo antes de que ella se hubiese dado la vuelta para poder subir al carruaje y con eso dar pie a su partida hacia España.

Me acomode de nuevo entre mi hermana y mi prometida viendo como el carruaje tomaba el camino hacia este.

Tenía diez días para liberarme de aquel compromiso que tenía con Charlotte. Diez días.