La puerta de la habitación se sacudía y Nick se tapaba la cara con una almohada. Maldito el día en que se le ocurrió darle una copia de las llaves de su apartamento. Exactamente media hora después de que el zorro había llegado a su hogar y justo en el momento en que al fin se sentía libre de llorar sin remordimientos, el tintinear de las llaves y la voz de Judy llamándole le habían obligado a encerrarse en la habitación y tratar de contener la desesperación. La coneja llevaba 15 minutos hablándole desde fuera y Nick llevaba 15 minutos recostado sobre la cama con la mirada perdida. Si el destino existía definitivamente debía de odiarle y encima le gustaba jugarle bromas pesadas.

-Nick, por favor… lo que menos quiero es hacerte daño.

El vulpino ahogó un sollozo al escuchar esa frase. Lo último que necesitaba era que su amiga supiera que le había herido. Llevaba una buena cantidad de tiempo escondiendo sus sentimientos de Judy y toda una vida evitando que le vieran destrozado. No podía dejar que sucediera eso, entonces significaría que la coneja había trastornado todas sus máximas de vida.

-Nick hablo enserio… sé lo que sientes, déjame ayudarte.

Ok, era el colmo. Judy parecía leerle la mente. Si iba a ser descubierto en su forma más vulnerable entonces prefería ser el quien la diera a conocer, sin tapujos y sin rodeos. Se levantó de la cama, tomó aire un par de veces y abrió la puerta.

-Nick…

Judy lo miraba con una mueca de preocupación genuina. El Zorro tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para evitar quebrarse.

-No, silencio. Soy yo quien hablará ahora. – Cerró los ojos y empezó. – Te amo ¿Vale? No estoy seguro desde hace cuánto tiempo pero sé que te has convertido en la persona más importante en mi vida. ¿Recuerdas aquel día en el teleférico? Desde entonces me has enseñado muchas cosas pero… también has cambiado otras tantas. Nadie nunca me había hecho sentir más que un estafador y aquello significó mucho para mí, pero cuando me di cuenta estabas derribando todo aquello en lo que creía, cada pilar que me sostenía se fue cayendo de a poco y ahora… lo último que me quedaba…tu…

-Me has dejado ver que te herí.

La coneja terminó la frase y Nick se quebró. Unas cuantas lágrimas cayeron de sus ojos. En un intento inútil por mantener la compostura el vulpino desvió la mirada. De pronto algo le abrazó por el pecho.

-Nick…- Judy lo estrechó entre sus brazos tratando de calmarlo. –Yo también te amo.

De pronto el mundo se detuvo. El zorro no fue capaz de moverse.

-¿Qué?

-Que te amo.

-Pero yo pensé que…

-Te amo, punto.

Nick alejó a su compañera un poco en medio de la perplejidad.

-Pero… tu… ¿Por qué no me dijiste nada cuando te lo pregunte?

Judy lo miró con diversión.

-Mi mejor amigo casi se carga un caso importantísimo en el que de paso casi nos mata. Sin mencionar que me dejó inconsciente y pasó toda la noche golpeando a un colega dentro del calabozo. Luego, para rematar, cuando le pido explicaciones me suelta que me ama, así sin más. ¿Cómo se supone que respondes a eso?

La coneja tenía razón, era cosa de sentido común. Nick se sintió idiota. Antes de que pudiera golpearse la frente con la palma de la mano una figura bajita lo tomó del cuello de la camisa y le hizo inclinarse hacia abajo.

- Torpe zorro.

Aquel beso le supo a gloria. Una gloria dulce, cálida y suave, como la coneja. Aquel era el último paso. Judy había derribado su vida por completo y ahora, de golpe, le había dado una nueva, una que podría construir a su lado.


Y se acaboooooooo. Gracias a todos los que siguieron la historia. Son unos amores. Los quiero.