Observaciones:

Aquí uso la personalidad de Choromatsu versión F6. Espero lograrlo xD.


Capítulo III:

Asesino de imitación


Todomatsu tenía las manos en la boca cuando su hermano terminó la historia, respirando con dificultad. Cuando bajó los brazos, sus dedos arrugaron la fina tela de su pantalón de vestir. De reojo, escudriñó las reacciones de sus otros hermanos: Ichimatsu se perdía acariciando la coronilla de su gato sin una oreja, Choromatsu miraba a Karamatsu con un extraño consentimiento y Osomatsu sonreía desde su punto de poder, con el orgullo de todo un líder por los bajos escrupulos de sus familiares. Su mirada chocó con la de Jyushimatsu y buscó en su sonrisa un antídoto para la calma.

—Mi turno— Choromatsu se levantó de su silla y caminó directo a un archivero cerca del escritorio de Osomatsu. Del bolsillo interior de su chaleco sacó una llave y abrió un cajón que a cierta distancia parecía no contener nada, sino fuera por un cuaderno que reposaba en su interior.

—No vine a tomar clases...— Ichimatsu chasqueó la lengua y se quitó el sombrero. Su cabello nunca se mantenía en su lugar, era igual de rebelde que el resto de su persona.

—No es eso, Pajamatsu nos va a contar su más grande aventura— Osomatsu se pasó las manos detrás de la cabeza y se estiró con gran pereza.

—¿De que nos vas hablar nii-san?— Todomatsu fue el primero en inclinarse al libro cuando Choromatsu lo colocó en la mesa del té, con las páginas dispuestas para que conocieran su contenido.

—¡Wooooow!— Jyushimatsu recorrió las páginas con gran velocidad, adelantándose a los hechos.

Ichimatsu le picó el hombro y con un gesto le dio a entender que se detuviera. Jyushimatsu obedeció al instante.

Karamatsu, en cambio, optaba por una pose de dolor al llevarse las manos a la frente y elevar el pecho. Nadie le prestaba atención, esperaban a que Choromatsu iniciase su historia.

—Documenté mi ritual para certificar que los rumores no exageren mis actos— comentó Choromatsu al limpiar las gafas y colocarselas de nuevo. Fue allí donde todos los presentes dirigieron sus miradas al tercer hermano mayor. Nadie más respiró, necesitaban con urgencia que les explicaranlas fotografías.

—¡Burazas! ¡Oi! ¡Burazas! ¡Asesiné al amor de mi vida! ¡Más respeto!


Choromatsu investigó a su víctima un par de años antes de su Carnaval. Contaba con documentos, fotografías y lugares donde su presa cometía crímenes dentro del territorio Matsuno. Se aprendió de memoria sus rutinas, teniendo un calendario de donde se podría encontrar en el día de su cumpleaños, como si fuera a llegar por invitación a su propia fiesta sorpresa. Era meticuloso, casi enfermizo, pero era algo que el resto de los hermanos no contaban dentro de su genética. Resultaron salvajes e impulsivos, comprobado por los asesinatos anteriores. Choromatsu lo tenía todo preparado como si desde hace años se dedicase a mutilar personas. En la noche de su mayoría de edad, se presentó en el Casino principal de su padre y se sentó en una de las mesas de black jack del centro, donde todos los excéntricos y con pensamientos de ganadores por el alcohol llegaban a apostar sus últimas fichas con el ideal de hacerse ricos por gracia de alguna musa de la buena fortuna. Osomatsu se encontraba en la área VIP, brindando con un par de señoritas que bebían directo de sus labios y se reían encantadas de sus malas bromas. Karamatsu alegraba la noche con su voz, haciéndola de un cantante cualquiera en el escenario. Todos se dedicaban a pasar la noche como cualquier otra, sin interrumpir en el Ritual de nombre de Choromatsu.

Las luces bajas y el olor a cigarillo contaminaban el Casino. Las mujeres se paseaban con vestidos que se les ajustaba en los pechos y el trasero, permitiéndole a la imaginación no trabajar demasiado. La bebida desfilaba en las bandejas de los meseros que se lo ofrecían a los clientes y el sonido de las máquinas avisaba cuando un perdedor se quedaba sin monedas. Las ventanas nunca se abrían, las cortinas se encargaban de encerrar el correr del tiempo en el antro. Nadie sabía cuando amanecía o llegaba la noche, la iluminación se encargaba de aturdir los sentidos de los presentes para que no salieran de allí hasta que no les quedase dinero. La muerte lenta dentro patrocinada por el vicio.

Una risa estrepitosa pasó por encima de la canción de Karamatsu, seguida por comentarios ridículos de un hombre hablando de sus riquezas y gran suerte para las apuestas. Choromatsu giró sobre su taburete, sus datos nunca se equivocaban, su premio de cumpleaños llegó tal y como las estadísticas dijeron. Se sintió orgulloso de su inteligencia.

—¿Qué tanto sonríe, señor Matsuno?— le preguntó el crupier que lo atendia en el juego de 21.

—Es una gran noche— Choromatsu respondió y pidió una carta más. Nunca ganaba la casa cuando el jugaba y no recorría a las trampas; era un buen jugador.

El hombre de las carcajadas tomó asiento a su lado y le dio una gran palmada en la espalda —¡Muchacho! ¿Con que jugando black jack? ¡Te voy a enseñar como lo hace un campéon de verdad! ¡Dinerozanzu!— y le pidió al crupier que iniciasen una nueva partida.

Choromatsu dejó su apuesta luego de Choromatsu. Ambos se pusieron atentos a las cartas que el azar les entregaba.

—Iyami-san, nunca falta a una cita— comentó el crupier luego de repartir las cartas.

Iyami le pidió silencio, tenía que analizar su juego y empezar su trampa. Una de tantas para salir victorioso como muchas veces.

Choromatsu lo estudiaba sin ser obvio, su mirada reposaba en las picas de su carta, como si dudase de pedir otra o mantenerse con esa cantidad. Era su estado natural, de ser meticuloso y paciente, en excepción de la presencia de sus hermanos que le irritaban como si se le acabase el mundo.

—¡Otra más!— Habló Iyami sacando de sus pensamientos a Choromatsu.

Choromatsu se preguntó con que papel vendría hoy: viudo, millonario en busca de amor, un marido decepcionado, un padre orgulloso, un actor famoso de otro país, un músico de renombre, un empresario en su mejor época. —También para mí— dijo al unirse al juego del tramposo. Cualquier papel que Iyami se metiera en la cabeza lo desarrollaba con gran veracidad que hasta Choromatsu le llegó a creer durante sus investigaciones.

Las reglas del ritual de la familia prohibían recibir ayuda de los miembros con más experiencia en el arte de asesinar, pero no decía nada con que fueran parte del decorado de la escena del crimen. Choromatsu levantó la mano como si estuviera participando en clase y la bajó con la misma autoridad de una respuesta correcta. Iyami no se percató del movimiento por ahogarse en su carcajada del triunfo por llevarse otra ronda del black jack con un excelente 21. El crupier puso una cara de confusión por el movimiento del chico Matsuno, y su gesto se acrecentó cuando Karamatsu bajó del escenario de un brinco. Un casino no es el sitio ideal para prestarle atención a un cantante a menos que este regalando dinero, así que nadie se quejó de la falta de una canción en medio de tantas apuestas importantes.

Karamatsu se quitó el chaleco y se lo puso detrás del hombro, desfilando en su propia pasarela imaginaria. Una mujer de edad le guiñó el ojo y el chico se le acercó a reverenciarla, dejarle un cálido beso en la mano y continuar su camino. Hay que aprovechar cualquier oportunidad para ser galante

—Mister Iyami— Karamatsu le presentó un sobre.

—¿Sí?— Iyami vio primero los zapatos brillosos de quien le hablaba y con lentitud subió por sus prendas finas hasta llegar a su rostro. —¿Qué quiere?— le preguntó parpadeando.

—Darle una gran noticia ¡Ha sido seleccionado para ser parte de nuestra mesa especial en el área VIP de los salones dorados!— Karamatsu sonrió y le extendió una invitación que sostenía como sí se tratase de un cigarro.

Choromatsu alzó una ceja por tanta palabrería y limpió sus gafas para suplicarle a la Diosa de la Paciencia que no le hiciera asesinar a su hermano en lugar del estafador. Karamatsu era demasiado bombo y platillo, dolía tenerlo cerca.

—¡Fabuloso! ¡Ya era hora que me dieran esto!— Iyami le arrebató la invitación. La leyó con rapidez y con la misma se dirigió al fondo del casino.

El crupier dudó en preguntar si existían dichas salas porque no tenía conocimiento de ellas. Choromatsu supo leerle la mente y le sonrió para aplacarle las dudas. Sin más rodeos le agradeció a Karamatsu por su gran interpretación de lo que hubiera hecho, al apretarle el hombro y tomó su propia ruta para "Los Salones Dorados".

Choromatsu pasó por una oficina y abrió un cajón. De el sacó unos guantes negros de cuero y se los calzó dedo por dedo, con la elegancia de un mozo a punto de iniciar sus labores. Ese detalle a su persona le aumentaba belleza debido a su seriedad y entrega. Una sonrisa se formó de sus labios cuando abrió otro cajón para coger sus herramientas de trabajo. En la puerta lo observaba Osomatsu y Karamatsu, ya no podían hacer nada por él. Lo que quedaba del camino lo tenía que cruzar a solas, a enfrentarse a una muerte o morir en la vergüenza de no lograrlo. Los hermanos vieron que abriera un maletín y sacase una tira de cuero con herramientas de quirofano, una cámara fotográfica y como llenaba una jeringa de un líquido transparente . La diferencia del actuar distaba mucho: ellos, unos malditos salvajes; Choromatsu, la táctica en persona. Se miraron entre ellos cuando Choromatsu dejó el cuartucho, ahora eran simples vigilantes que no harían nada más que observar.

Los pasillos a los falsos "Salones Dorados" eran un laberinto para ir a los cuartos de sistema, electricidad, cocina y agua. Choromatsu se cruzó con algunos guardias que le saludaban con respeto por el nivel de su cargo y futuro heredero de los casinos como decían los rumores. Era lo más creíble debido a la personalidad del tercer hijo. No estaban lejos de la realidad, el cargo para ocupar los "Pubs del Este" sería suyo si lograba adoptar un nuevo nombre.

Cuando llegó a los "Salones Dorados", Iyami se quejaba de la falta de educación de sus anfitriones al tenerlo en una habitación con una sola mesa en el centro y ninguna ventana.

—¡Malditos ricos y sus excentricidades! ¡Parece que van a asesinar a alguien este lugar asqueroso!— Iyami alzaba las manos para hacer más grandes sus quejas.

—Los reportes de mis investigaciones me dictan que usted estafó a varias mujeres de la zona, dejándolas en ceros en sus cuentas bancarias, ¿es así?— Choromatsu leía unas notas en la pantalla de su tablet.

—¿Qué?— Iyami se volteó y le hizo una mueca al chico que en seguida reconoció —¿Acaso tú no estabas sentado junto a mí?

—Las deudas del casino suele trasladarlas a cuentas de pensiones de ancianos ¿cómo logra obtener el permiso para aquello?

—¿Qué dices? Todo es mentira— Iyami se excusó al abanicarse con su mano. —Todo el dinero que tengo es real. Sabes, no trabajo porque todo mi dinero es de una herenciazanzu. No tengo de que preocuparme— si Choromatsu no supiera quien es, hubiese caído en su modo tan perfecto de mentir.

—Tiene tres divorcios y en todos se ha quedado con la casa, ¿mala suerte en el amor?— Choromatsu apagó la tablet y revisó su maletín.

—Muchacho, no sé de que hablas. Todo es de una herencia. ¡Se me olvidaba!— Iyami se levantó la manga de su traje y vio la hora. —Tengo que irme, mañana tengo mucho que hacer— y le dio la espalda al chico para huir con estilo de los "Salones Dorados".

Choromatsu sacó la jeringa y se la clavó en el cuello al estafador. Antes que este reaccionase al ataque, caía de rostro contra el suelo. Todo su cuerpo estaba paralizado junto con su voz. Sin embargo, sus ojos se mantenían abiertos, nerviosos por lo que estaba ocurriendo. Choromatsu se quitó el chaleco y se quedó con la camisa en color blanco, lo único que hizo fue doblarse las mangas para que quedasen por encima del codo. Arrastró el cuerpo de Iyami hasta la mesa del centro y con varios tropiezos por el peso del hombre, lo trepó. Iyami movía los ojos por toda la habitación, y las venas de la frente se le marcaban por el desespero y la necesidad de pedir ayuda. —Imposible, le he inyectado haloperidol. Esta droga se usa para enfermos de esquizofrenia Pero, a cierta cantidad, se paraliza el cuerpo y el habla, pero se siente dolor y uno percibe con gran nitidez lo que va ocurrir. En resumen, admirará su propia muerte— explicó al ir preparando sus materiales a la derecha de Iyami. —Leo lo bastante que decidí recrear el modus operandi del asesino de "Inocencia Criminal", estudié sus técnicas por varios años y puedo asegurarle que mi imitación tendrá su mérito.

Choromatsu empezó a fotografiar a Iyami puesto en la mesa y su captura lo dejó meditando. El hombre miraba al lente con los ojos totalmente abiertos, como si gritase a través de la mirada. Se topó con alguien totalmente cuerdo que sabía de como abusar de la ingenuidad de las personas, de allí, que mal gastase su dinero sin remordimiento. Pronto, el territorio Matsuno tendría una lacra menos. —Cómo verá, entre mis cosas, tengo un escarpelo— y levantó un cuchillo con cierra que podía cortar el hueso con facilidad si se tenía maestría. —Así que lo primero que haré, será dividirle el pecho en una cruz para jugar con sus órganos internos— habló como si explicase una clase de ciencias. —Pero usaré primero un bisturí.

Iyami sudaba y sus ojos parecían salirse de sus cuencas. Por su nivel de desesperación le ordenaba a su cuerpo a moverse pero no cedía ni un milímetro. Esa presión amenazaba con matarlo de un derrame cerebral por tanto pensar.

Choromatsu le abrió la ropa, marcó con puntos un camino de corte en forma de cruz en su pecho y tomó fotografías de cada paso. Por ratos leía unas notas que trajo consigo para no salirse del balance, tenía que recrear una de las escenas que más impacto como lector le había causado, cuando tenía unos trece años más o menos.

—Está sudando— Choromatsu le limpió el sudor de la frente a Iyami con un pañuelo y sujetó el bisturí. Lo introdujo en el inicio de los pectorales y una gota de sangre brotó, junto con una línea rojiza que comenzó a ampliarse al recorrer las marcas de la cruz dibujada.

Iyami apretaba los ojos y las venas de su frente se ensanchaban a nada de explotar por el dolor que sentía. La cara se le puso roja por no sacar su sufrimiento. Choromatsu se detuvo al fotografíar el estado de la víctima y continuó abriendo su piel hasta que completó la cruz. Las manos enguantadas de Choromatsu levantaron la piel como si pelase un plátano. El hombre abrió los ojos y las lágrimas brotaron a los costados, derrámandose en la mesa.

—Me gusta la tranquilidad, más no la soledad como a mi hermano Ichimatsu. La gente suele confundir una cosa con otra, por eso me agrada que no esté gritando— Choromatsu hundió el bisturí, apuñalando a Iyami, seguía el mismo recorrido para abrirle el cuerpo y descubrir sus músculos y los huesos . Para un corte más profundo usó el escarpelo y se dio cuenta que su corte no fue nada fino cuando se topó con una clavícula. —Un error que no se puede corregir— Choromatsu torció la boca y fotografió su fallo. Iyami seguía consciente, era una verdadera lástima que por tanto dolor no se hubiese desmayado.

Choromatsu cambió todos los planes de imitación. Era su primer asesinato y sería mucho pedir que saliese perfecto. Más tenía a un hombre en una mesa con el toráx abierto, con la sangre burbujeando en cada costado de la mesa. Pronto moriría de una hemorragia y se notaba por que por ratos, los ojos se le ponían lechosos. Choromatsu observó a su víctima con el escarpelo atorado en la clavícula, a unos cuantos milímetros de perforarle el cuello. Tomó la herramienta y como si rebanase una rodaja de pan, avanzó con el filo hasta perforarle la manzana de Adán y con el mentón levemente dividido. La sangre pringó en la camisa del asesino, las gotas danzaron traviesas en la blancura de la prenda y en su rostro. Se pasó la mano por la cara y un manchón rojizo le tiñó la cara. La limpieza del acto se fue al carajo por la falta de control de su primera muerte, en eso era como todos sus hermanos, había dejado una escena del crimen, totalmente cubierta de su rastro. Negó, ya tendría años en mejorar su técnica.

Cuando volteó a ver a Iyami, era una masa pálida que exponía parte de sus costillas. Sonrió al sacarle el cuchillo del cuello y lo limpió con un pañuelo. Tomó unas últimas fotografías y se puso a armar un reporte de los errores cometidos en su labor para hablarlo con sus hermanos mayores. Todo en él, tenía un grado máximo de seriedad.

—Osomatsu, Karamatsu, cumplí con el ritual de la familia— le habló a una cámara oculta en una esquina de la habitación y señaló el cadáver sobre la mesa —pero no del modo que me esperaba— dijo al quitarse las gafas.

—Bienvenido a la familia Choromatsu "El Lector" Matsuno— la voz de Osomatsu salió de alguna parte de la habitación.

Choromatsu hizo una leve reverencia y agradeció con sumo respeto. Su yo interno no estaba feliz con su hazaña, le faltó más estudio...