El Carnaval de la Familia


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Tengo mucho tiempo libre que no sé qué hacer con él. Así que me pongo a escribir historias que puedo terminar, ya que una vez regrese al trabajo, actualizaré cada 200 años.

Me entreno a escribir cosas largas... Espero que salga como deseo. Mis capítulos suelen ser muy cortos xD.

Gracias por leer.

Aclaraciones:

AUMafia

Osomatsu "Cenizas" Matsuno, Zona Centro/El Hospital del Oeste, treinta años.

Karamatsu "The Singer" Matsuno, El Embarco en el Norte, veintiséis años.

Choromatsu "El lector" Matsuno, Los Pubs del Este, veintitrés años.

Ichimatsu "El Filoso" Matsuno, El Sur, veinte años.

Jyushimatsu y Todomatsu, gemelos, dieciocho años.

El Himno de la Familia pertenece a Lamb of God, con el título Omerta.

Las personalidades son una mezcla entre su versión F6 y la normal.


—La familia es lo más importante— entonaron seis voces como si fuera una sola.

Los hermanos Matsuno se reunían después de dos años de dedicarse a su territorio. Se les reconocía con facilidad por sus rasgos: El cabello oscuro contrastado con lo blanco de su piel. Bastante parecidos, hechos a molde. Excepto por algunas marcas que los volvían únicos:

Osomatsu tenía un corte en el labio, una historia de cantina y un mal amor. Karamatsu era el mejor vestido: el traje azul bien planchado con la camisa negra abrochada hasta el último botón, los zapatos lustrados y sin ningún cabello en la frente, la encarnación de la elegancia, con el detalle de esas gafas ridículas que optó como firma de su porte. Choromatsu no despegaba la vista de los libros, los rumores decían que su fortuna se almacenaba en una gran biblioteca con ejemplares únicos que nadie más podía leer. Ichimatsu vestía de blanco, para admirar la dirección de la sangre al impactar en la tela, debajo usaba una camisa morada llena de arrugas y pelo de gato. Y de último, estaban los gemelos Jyushimatsu y Totty, dos chicos de personalidades tan contrarias, que cuando uno decía hola; otro, ya se despedía.

—¿Saben porque estamos reunidos?— Osomatsu se puso de pie, dejando su escritorio, que con anterioridad, le perteneció a su padre. Bendito despacho, en él aún flotaba la presencia de Matsuzo Matsuno, porque ninguno de los hermanos se atrevió a remodelar la habitación: Las cortinas rojas ondeaban en un gran ventanal que mostraba un patio amplio, el escritorio de cedro tenía la inicial del apellido, las sillas y los sofás tapizados en cuero, la alfombra exportada de algún país del que nadie recordaba su nombre del mismo color, los cuadros de diferentes corrientes artísticas decoraban las paredes, y los libreros rebosantes de libros como de adornos de marfil y cristal. Toda la opulencia se reunía en honor a la familia que llevaba años gobernando la ciudad.

—Oh, buraza, lo sabemos, pero quiero que Ichimatsu lo diga, está muy emocionado— Karamatsu estaba ocupando el sillón más amplio, tenía las piernas separados y los brazos reposando sobre el sofá, era dueño de todo y sus gafas, aunque ridículas, lo certificaban.

Ichimatsu estaba en el fondo del despacho, con la espalda pegada a la puerta. Giró los ojos por las palabras de su hermano y torció la boca. No hablaba mucho, y cuando se volvía parte de la plática era pesimista, sarcastico o negativo; una verdadera duda de cómo fuera a actuar.

—Osomatsu— Choromatsu dejó de leer, dejándolo al libro descansar sobre sus piernas. —Pareces el más emocionado, es mejor que nos digas la noticia. Es lo más correcto por tu cargo.

—Ustedes, sobre todo tú, Choromatsu, nunca dejan que me divierta. Así que lo diré— Osomatsu se recargó en el escritorio y sonrió mostrando la hilera de dientes blancos. Aquel gesto hizo que el corte en su labio se notase travieso y orgulloso de existir. —Jyushi y Totty ya son mayores de edad, es hora de que cometan su primer su asesinato— el líder aplaudió.

Jyushimatsu estaba entretenido en echarle azúcar a su café que no le prestó atención a la fanfarria por parte de su líder. Todomatsu temblaba en su sitio, con una sonrisa a punto de romperse por la presión. Pronto serían reconocidos como verdaderos miembros de la familia.

—¿Para esto vine?— Ichimatsu se encaminó a uno de los sofás, pateandole la pierna a Karamatsu para que le diera espacio. Se sentó a su lado, pero hasta el otro extremo, dejándose caer; le costaba vivir.

—¡Te voy a disparar en los testículos, cabrón!— Osomatsu le gritó. —Tranquilos, burazas. Relax, es un momento importante— Karamatsu se cruzó las piernas, disimulando que no le dolió la patada.

—Con esto, obtendrán sus apodos para que los citen de por vida— Choromatsu se acomodó las gafas de lectura, que a diferencia de Karamatsu, le asentaban bastante bien, creándole un estilo único.

—¡A todos les voy a meter bates por el culo!— Jyushimatsu rompió el silencio con su extraña algarabía. —¡Los mataré del gusto!— comentó mostrando sus músculos al puro estilo de un fisicoculturista experimentado.

—No creo que con eso baste— Ichimatsu comentó y se hizo para adelante encorvando la espalda. Que no tuviera abrochado los botones del cuello, mostró una cicatriz cerca de su corazón.

Karamatsu desvió la mirada y su sonrisa disminuyó sin llegar a desaparecer.

—Cada uno de nosotros obtuvo su sobrenombre por lo brutal de sus actos, no porque cause gracia— Choromatsu se levantó de su asiento y colocó el libro en el estante correspondiente. Sus dedos acariciaron algunos lomos, y se detuvo ante una bitácora que lo dejó paralizado. —Osomatsu, ¿cómo obtuviste tu verdadero nombre?— preguntó como si nadie supiera el acontecimiento, que hasta la fecha se seguía comentando cada vez que la familia Matsuno se citaba.

Los gemelos detuvieron su respiración, sólo entre ellos se dirigían por el nombre dado el día de su bautismo. Frente al resto de las familias, se hablaban con el sobrenombre; la insignia de máximo respeto para los Matsuno.

—El día de mi cumpleaños ...

—¡Stop, buraza! — Karamatsu se peinó el cabello— ¡los relatos de vida se comentan con algunos aperitivos!— dijo con tanta seriedad, que sus hermanos lo observaron sin saber qué decir.

—Dueles, Karamatsu... Por favor, no me mires— Ichimatsu cerró los ojos. —Pero estoy de acuerdo... Tengo hambre. Voy por mi gato— se levantó y salió del despacho como si nada.

Choromatsu se tapó los ojos con la palma, negó un par de veces y murmuró algo acerca de tenerle paciencia a sus hermanos.

—¡A los dos les voy a disparar en los testículos!— Osomatsu continuó con su griterío.

—Puedo sentir tu love, cada vez que me amenazas de esa forma— Karamatsu señaló a Oso y parándose en la puerta, le ordenó a una de las sirvientas que trajeran algo de comer. Luego, se acercó al bar que tenían a su disposición y comenzó a servir whisky, a cada hermano le entregó un vaso.

Ichimatsu regresó con un negro que le faltaba una oreja y ocupó el mismo lugar.

—¿Ya puedo seguir o van a estar interrumpiendo?— Osomatsu barrió a sus hermanos con la mirada. Estaban silenciosos, ya era hora que lo dejasen hablar. —El día de mi cumpleaños quemé a un hombre.

Todomatsu conocía la historia por medio de rumores. Tenían prohibido escuchar el relato hasta que fueran mayores de edad, para que todos los detalles fueran revelados. Sintió pena por su hermano, que cuatro años después, tuvo que confesarlo a solas con Karamatsu. A los demás le resultó más fácil, no iban a solas a enfrentar su última prueba. Y él, tenía a Jyushimatsu.

—¡Brocheta de hombre! ¡Escuché el cuento! ¡El hombre ardió como si fuera una brocheta!— Jyushimatsu se tiró en el sofá, quedando en medio de Karamatsu e Ichi, moviéndose de un lado para otro, provocando que sus hermanos derramaran el alcohol en sus ropas y parte de la alfombra.

—Tranquilo, Jyushimatsu— Ichimatsu soltó a su gato y sostuvo a su hermano del hombro. Jyushimatsu dejó de moverse y se amodorró en los brazos de quién podía controlarlo.

—Y-Yo quiero seguir escuchando, Osomatsu nii-san— Todomatsu estaba nervioso por su gran paso, que no podía actuar con dulzura.

Osomatsu se empinó el vaso, después la botella, consumiéndose más de la mitad de su contenido, algo exasperado que no lo respetasen como su cabecilla y hermano mayor Sólo Choromatsu parecía respetarlo. No, lo ignoraba con ayuda de la literatura. Debió quemar a sus hermanos ¡Qué buena idea! De paso, se quedaría con su territorio y dinero.

—¿El día de tu cumpleaños?— Choromatsu le arrebató la botella y lo obligó a seguir hablando.

Osomatsu le sacó la lengua. Cuanta madurez por parte del jefe de los Matsuno. Sus enemigos temblarían por su acto infantil. —El día de mi cumpleaños quemé a un hombre... — el tono cambió a uno serio y enfocó la visión a sus hermanos. Hubo click, una unión entre los que ya eran asesinos; no era una prueba fácil, tenían que competir entre ellos para mejorar las muertes. Era el Carnaval de la Familia Matsuno.

Apenas cumplía dieciocho años y tenía que mancharse las manos de sangre. Aquella labor se realizaba sin consejos y sin ninguna clase de ayuda, aunque Matsuzo estuviera presente en toda la prueba para observar el desenvolvimiento de su hijo.

A Osomatsu le picaba la nuca y las manos le sudaban de la emoción como si estuviera apostando en el hipódromo o gastandose el dinero del mes en el pachinko. Se podía dar todos los lujos que quisiera, no le faltaba el dinero y pronto, tendría a su disposición parte de la fortuna para hacer lo que quisiera. Sólo tenía que matar a un hombre y demostrarle a sus enemigos que era digno representante de su clan.

¿Y a qué desgraciado tenía que elegir para grabarse la insignia de la Familia en el corazón? No era escoger a un simple hombre de los millones que existen. Necesitaba a uno que perjudicase a los suyos, matarlo con crueldad y recibir un nombre al que le temieran hasta el día de su muerte.

Por cuenta propia, Osomatsu investigó a cierto hombre, un pederasta que manchaba el territorio del centro, donde su padre regía con mano dura. El centro tenía que ser libre, sin ninguna clase de suciedad para que el brillo de la Familia sobresaliera entre un alrededor mugroso regido por cuatro puntos cardinales bien organizados: El Embarco en el Norte, para recibir los cargamentos decomisados en la aduana y la entrada de armas. El Sur, la zona de ferrocarriles, la entrada a prostitutas, ustedes me preguntarán si Osomatsu no se debatía entre la doble moral al perseguir un pederasta, no es igual: esas mujeres conocen su trabajo y cuando su deuda se salda, pueden largarse cuando quieran. Mientras que los niños son elegidos meticulosamente, y terminan en alguna pantalla siendo violados, algunos hasta han muerto antes de que su captor se satisfaga. Los pubs del este, donde las drogas circulan en cócteles multicolor a estilo y buen precio. El Hospital del Oeste, zona de abortos y recetas ilegales que pueden ser parte de la promoción por ser un cliente espléndido de la familia. Un negocio redondo que parece no tener un hueco: Armas-Prostitutas-Drogas-Abortos. Nadie escapa, todos se mantienen girando alrededor de la zona centro, mientras el líder los observa desde su mullido sofá, en espera de proclamar alguna ejecución y ser quien acciona el gatillo.

"Quien se remite a la ley en contra de su prójimo es un tonto o un cobarde.

Quien no puede cuidar de sí mismo sin esa ley es ambos a la vez.

Por lo tanto, un hombre herido dirá a su agresor:

"Si vivo, te mataré. Si muero, estás perdonado."

Esa es la regla del honor."

Osomatsu leyó el pacto de la Familia frente a los capos y el Don de la familia, su padre, Matsuzo Matsuno. Quedaba inaugurado su ritual y antes de que acabase el día, alguien tenía que aparecer muerto.

El chico se puso sus mejores ropas, asombrando a los presentes con su presencia de posible sucesor: El traje negro de corte recto, con una corbata roja, y el sombrero al estilo pachuco. Osomatsu pasó por un análisis completo a la vista de los ancianos: ¿dónde estaban las armas? ¿cómo se defendería? Ese niño tenía el deber de superar a su padre que le disparó a quemarropa a un juez en sitios que no le causasen la muerte, para dejarlo morir desangrado, a paso tortuoso. Osomatsu, tus armas. Osomatsu, ¿qué piensas hacer?

Nadie del consejo podía meterse, era riesgo de quien se enfrentaba a la prueba. Si moría, en su destino estaba que no era apto para tal privilegio. Su nombre sería borrado de los archivos. Nadie le lloraría y no tendría funeral: su importancia equivaldría a cero.

El pederasta se llamaba Tougou y vivía en un motel de la Zona Centro. Atraía a los niños con regalos y una actitud divertida, fuera de lo común para un adulto. Una fachada manipulada para que los niños confiaran en él. Ningún adulto saca la lengua o se ríe demasiado alto: "es como yo" pensaban los chiquillos al sentirse en confianza con él.

Osomatsu conocía sus crímenes: Tougou acechaba a los niños que veía desprotegidos, grabandolos a escondidas y luego trepaba el material a un catálogo en línea para que sus compradores eligieran al pequeño que más les apeteciera. La página pasaba por un álbum de bellos momentos con niños compitiendo en los columpios por el salto más largo; niños con las caras cubiertas de lodo; niños corriendo por una cancha, pasándose el balón entre risas y grandes insultos como: "¡No seas tonto!"; niños jugando a la fiesta del té, niños en alguna banca tomando un jugo. Niños con precio en cada una de sus mejillas...

Días soleados.

Días de lluvias.

Días con viento.

Días donde algún chico no regresaba a casa.

Osomatsu llegó al motel al anochecer y no se asombró de estado del lugar: pequeñas habitaciones enfiladas del uno al quince, con una caseta dispuesta para quien provisionaba las llaves. El estacionamiento estaba manchado de aceite, por las chatarras que manejaban los asiduos al motel. El color de hospital ochentero en las paredes, las puertas blancas con números dorados, o sin ellos, el olor a detergente líquido combinado con alcohol. El criminal gritaba: "Encuentrame, Osomatsu, vivo en un lugar que me delata como un enfermo".

Tougou lo recibía en la entrada de su habitación, con ese porte de señor de buena clase y ropas bien planchadas, los patrones de cuadros, desentonaba demasiado con su refugio. Hablaba con un hombre que se notaba nervioso, mirando a todas direcciones mientras le daba dinero. Tougou, maldito, no usaba cuentas bancarias, todo el dinero lo tenía oculto en algún lado. Osomatsu apretó los labios y sus puños crujieron por la tensión que se formó en sus falanges.

—¡Oiga! ¿Sabe dónde puedo encontrar a un tal Tougou?— Osomatsu se acercó corriendo al hombre, para él no fue difícil sonreír como si la vida fuera algo trivial.

Por su apariencia atrajo la atención del Pederasta. Osomatsu estaba en ese limbo de edad donde no sé sabe si es un adulto o un niño, sus facciones aún eran inocentes y lo esbelto de su cuerpo lo catalogaba como alguien joven, que sonriera sin tapujos lo envolvía en una edad cercana a los quince. Tougou se enamoró de su juventud , cayó ante lo desconocido de su edad. Fue presa de su misma caza, se le llenó el pecho de amor como si albergara un torrente de buenos sentimientos.

—Estás hablando con él— respondió el hombre con una sonrisa grata. No podía disimular su arranque de emoción. Un casi niño se le acercaba y preguntaba por él. La adrenalina invadió cada rincón de su cuerpo, y que pronunciase su nombre fue el sazón para que no olvidase jamás la cara del joven. Un primer amor que le reprimía el esfuerzo por respirar que se vio obligado a absorber aire por la boca. El mundo podría acabarse en ese mismo instante y no le importaría; él ya se encontraba en su propio paraíso terrenal.

—Fue fácil de encontrar— Osomatsu aseguró con una sonrisa y se llevó las manos a los bolsillos, mostrando su despreocupación.

El celular del adulto sonó, pero Tougou no parecía escuchar la vibración del aparato como el tono típico de un teléfono antiguo. Estaba perplejo en el chico, estudiaba cada detalle, ¿en cuánto se subastará? ¿sería virgen? Su sonrisa perdía los buenos principios para transformarse en el hito de perversión: aparecieron los dientes blancos y la lengua húmeda en el éxtasis de llevárselo a la cama y probar lo delgado de sus muñecas y el largo de sus dedos...

—Viejo, su teléfono no deja de sonar— el chico se mantuvo con esa mirada curiosa. Osomatsu debía felicitarse, era como retroceder en el tiempo y ponerse de molestoso con papá. Ser un niño era lo mejor. Ahora tenía que ser responsable y en muchas ocasiones se quejaba de lo feo que era crecer.

Tougou se disculpó con una sonrisa llena de pena por su descuido y en lugar de responder a la llamada, colgó. Todo él se fijaba en Osomatsu. —¿Por qué no pasas?— dijo cediéndole el paso a su habitación.

Osomatsu asomó el rostro al interior, sonreía y se mostraba complacido ¡su plan se efectuaba! No tuvo que ser como su padre que planeó su asesinato por meses para que todo saliera a su modo. Él no tenía idea de que iba a hacer, su único movimiento fue poner su atención en una víctima que manchase el nombre de los Matsuno y estuviera de estorbo dentro del territorio. Pero un plan de como matarlo, tenía que llegarle de una vez, o lo sacrificarían por su falta de iniciativa.

—Si me va a dar dinero, entro las veces que quiera— Osomatsu estiró la mano y movió los dedos para que le depositasen una buena pasta. Un dinerito extra siempre era bien aceptado.

Tougou lo tomó de la mano, no había dinero de respuesta, sino un apretón que hizo estremecer al más joven. Ese hombre no era un simple viejo, tenía fuerza y lo confirmó cuando lo jaló al interior de una habitación. La cama sin hacer con el computador encima, latas de cerveza reposando en una alfombra roída y envases de sopas instantáneas en algún rincón donde pululaban las cucarachas. Un hedor hizo que Osomatsu se cubriera la nariz, y le provocase ganas de vomitar. No supo si era mierda o algún muerto, sólo que el aroma le atrofiaba el olfato.

El pederasta tomó sus precauciones al cerrar la puerta con varios seguros para que el chico tardase en escapar, si es que ocurría, tenía sus métodos para mantenerlos consigo hasta que se fastidiase de su presencia o fueran suficientemente grandes para perder su encanto e ingenuidad.

—Niño, desnudate— Tougou lo amenazó con un cuchillo.

Osomatsu no flaqueó por la presencia del arma. Sus emociones estaban descompuestas por causa y deseo de su padre. Recordó su cumpleaños número trece, su regalo fue escoger a la prostituta que más le gustase para "convertirse en un hombre". Eligió a la mujer con las tetas más grandes. La erección le duró bastante, sentía la presión de sus testículos a punto de explotar con sólo ver a la puta contonearle las caderas. Estaba en el éxtasis y a punto de la masturbación, cuando se escuchó un grito en la habitación de al lado. Una de las putas lloraba y pedía que ya no la golpeasen. Cuando salió a ver qué ocurría, su padre limpiaba la navaja en las ropas de un hombre que yacía muerto, llenando el piso con su sangre. La mancha se amplió y tocó sus pies descalzos. Desde ese instante, supo que el verdadero terror era el líder de familia.

—¿Y si no quiero?— Osomatsu estiró el dedo para sentir la calidad del filo.

A Tougou se le marcó la dureza de su miembro. La rebeldía del chico era lo que necesitaba en su vida. Jugaría a castigarlo, lo mandaría al rincón y se lo follaría para escuchar su llanto. Si, lo postraría contra la cama, le alzaría el trasero y le metería los dedos para hurgar en sus entrañas.

—Tendré que castigarte— dijo el hombre y blandió el cuchillo para rozarle una mejilla. Sólo tenía que asustarlo, como lo hizo con aquel chico de doce años: "Mataré a tu familia, si dices algo".

Oso tuvo buenos reflejos, capturó a Tougou por la muñeca, torciéndosela para que soltara el cuchillo, antes que cayera al suelo lo atrapó con la otra mano. Con el antebrazo empujó al hombre que no se recuperaba de su defensa y le clavó una mano a la pared con su propia arma. Osomatsu sonrió ante sus gritos, ¿cuántos niños estuvieron en su lugar suplicando por piedad? Era una cantidad que no deseó conocer.

—Papá me enseñó a pelear y a usar armas. No era responsable con los horarios y hago todo lo posible para no salir a correr a las cinco de la mañana— Osomatsu hundió más el filo, la piel se fue abriendo, mostrando parte del tejido y a las venas romperse por el paso del arma. La sangre recorrió el antebrazo y en la intercepción del codo, las gotas cayeron al piso.

Tougou apretó los dientes para aguantar el dolor y trató de zafarse de la pared.

—Si te salvas, esa mano ya no te va a servir. Tendrás que jalartela con la izquierda— Osomatsu miró a sus alrededores, buscando con que rematar a ese sujeto.

Se le ocurrió enterrarlo entre tanta basura y observar como se lo comen las cucarachas. Mala idea, los insectos no se merecían el crédito por su hazaña y no le iba a limpiar el cuarto con tal de asesinarlo. Para aclararse las ideas sacó una caja arrugada de cigarros con un encendedor adentro. La respuesta apareció entre sus ojos y sonrió como un imbécil.

Osomatsu abrió los cajones y revolvió la ropa, encontrándose con una botella de whisky y un desodorante en aerosol. Sería una travesura de niños, como incendiar el árbol de navidad o reventar petardos cerca de la abuela. Se vengaría en nombre de todos con los que jugó a maltratarlos. Oso destapó la botella, conteniéndose a no beber nada y empapó al hombre por los cabellos.

—¡Detente, maldito bastardo!— Tougou gritó y se armó de coraje para quitarse el cuchillo de la mano. —¡Te voy a matar!

—¿Ah, sí? Pues, vale— Osomatsu le sonrió y apuntó el aerosol en dirección a Tougou.

La llama del encendedor se hizo más grande cuando el líquido rozó con ella y el humo negro se mantuvo flotando en la habitación por su reducido espacio. El hombre gritó y se estrelló en la pared para apagar la candela que le consumía el cuerpo.

Osomatsu volvió a crear fuego para teñir de calor la espalda del hombre. Disfrutaba de su dolor y de sus súplicas para que alguien lo ayudase. La ropa se le fue derritiendo con todo y piel, los músculos asomaron lisos y chispeantes cuando la grasa del cuerpo aparecía. El olor a quemado compitió con la peste. Osomatsu logró abrir la puerta y tosió por la falta de oxígeno en sus pulmones.

Matsuzo estaba parado en la entrada, atontado por los gritos de la antorcha humana que se revolcaba por todo el cuartucho del motel. El fuego se acrecentaba por el baile ardiente del humano que rebotaba en la cama. Las cortinas se prendieron, ennegreciendo las ventanas que llevaban años sin abrirse.

La gente de las demás habitaciones salió a presenciar el fuego, arremolinándose frente al cuarto que se incendiaba. Se escuchó que alguien llamaba a los bomberos. Las sirenas de la policía sonaron pocos minutos después.

Osomatsu miraba su acto con asombro. No se creía que él fue el causante de un espectáculo contaminado en morbo.

—Vámonos, sólo puedo comprar a los forenses y a la policía cuando no ve a alguien de la familia en el lugar de los hechos— Matsuzo tomó de la mano a su hijo y lo guió al auto.

—Papá, maté a un hombre— Osomatsu miraba hacía atrás, asombrado que las personas hicieran lo posible para salvar a un ser tan enfermo.

—Hijo, estoy muy orgulloso por cómo lo hiciste.

—Buraza, cada vez que cuentas tu historia, me llega al corazón. My feelings— Karamatsu aplaudió y se puso de pie para ovacionar a la "Gorda" como si estuviera en la ópera.

—¿No tuviste miedo?— Todomatsu tenía los vellos erizados y aún le faltaba escuchar tres historias más. ¿Qué tan perversas tuvieron que ser para superar a Osomatsu?

—¡Brocheta humana con sabor a desodorante! ¡BLOQUEO, BLOQUEO, BLOQUEO!— Jyushimatsu se subió a la mesa e imitó al hombre del comercial.

Ichimatsu lo bajó jalandolo de la camisa.

—Ahora, me toca a mi contar mi historia. El relato que les cambiará la percepción de la vida— Karamatsu le guiñó el ojo a Totty —Vas a llorar del sentimiento, my baby.

—Que asco... — Ichimatsu torció la boca.

—Se trata de que Todomatsu y Jyushi asesinen a alguien, no que se suiciden con lo que nos vas a contar— Osomatsu se echó a reír.