NOTA DE LA AUTORA: ¡Amigos! ¡Cuánto tiempo! Dios esta vez si me tardé en actualizar, no me disculpo pero debo decir que la universidad y el trabajo me tenían ocupada,, ¿saben? estoy a un paso de culminar mis estudios y eso me ha consumido mucho tiempo, esfuerzo y desgaste, pero como ya lo había prometido en mis otros fics, dije que actualizaría todas mis historias como regalo (ya un poco retrasado) de navidad y de día de Reyes, pero ya entrados en gastos, les prometo que les va a gustar el episodio, espero no hayan perdido mucho el hilo de la historia. Sin más que decir, los dejo con la actualización, esperando sus comentarios. :)

PD: Ya van 14 días pero, ¡Feliz año! y los invito a leer mis demás historas. :)

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES: A mi Hermandad Malvada y a mi querida Polatrixu, por su apoyo y consejos.


RESPUESTA A REVIEWS.

Por única ocasión debido a la larga espera no podré contestar sus reviews, pero repito, será por única ocasión, y agradeciendo de antemano a los amables lectores por sus palabras, en especial a GeishaPax, Juliana Kennedy, Susara K1302, Frozenheart7 y Zhines.


"En este mundo, nada hay tan cruel como la desolación de no desear nada."

—Haruki Murakami.

CAPÍTULO 3: EN EL FIN DEL MUNDO

¿Cómo se cura un corazón roto? Una pregunta en la que no se tiene una respuesta; se experimenta en carne propia. Unos lloran la pérdida hasta que las lágrimas logran lavar la pena, otros la ahogan en alcohol, y algunos más matan el recuerdo acosándolo a maldiciones. Sin embargo, para la joven de ojos avellana no fue así, no era capaz de odiar y tampoco era lo suficientemente cobarde como para dejarse morir de dolor. Después de haber visto todas sus expectativas arruinadas por el romance de Chris con Jill salió huyendo hacia su casa para llorar desconsoladamente, lo suficiente como para purgar las emociones que la ahogaban, desintoxicarse del amor. La vida le había enseñado desde muy pequeña el sufrimiento, pero ella había aprendido a afrontarlo con entereza y a adolecer en silencio. Decidió no acudir a despedir a los agentes norteamericanos fingiendo un resfriado aparente y así no tener que mirar de nuevo al capitán Redfield a la cara, en las despedidas normalmente se va una parte de sí mismo con la otra persona, y Sheva dio por entendido que ya no tendría caso el decir adiós, puesto que Chris ya se había llevado todo.

Los siguientes días fueron difíciles. La mente la traicionaba con recuerdos entremezclados con ilusiones propias que la confundían y atormentaban, poniéndola de mal humor y en estado taciturno. En algún momento de su luto interno, llegó a suponer que su ex superior jerárquico quizás pudiera llegar a comunicarse con la sede, ya sea para preguntar el porqué no se había despedido, agradecerle al menos por teléfono el haber arriesgado su vida al acompañarlo a ese infierno en Kijujú o por lo menos averiguar si la limpieza de los poblados de los alrededores ya había sido terminada. Pero ni una ni otra cosa sucedió. Tres largos meses transcurrieron en completo silencio, en la indiferencia insoportable. ¿Por qué las cosas tuvieron que ser así?

Una mañana al finalizar la guardia vespertina, la joven agente acudió a la oficina de su hermano adoptivo y capitán del equipo Delta, Josh Stone, como era su costumbre para pasar a despedirse antes de retirarse a casa.

Al girar suavemente la manija del despacho miró que el mayor estaba en una llamada importante y al juzgar por su cara y tono de voz, supuso que las noticias no eran muy buenas.

Sin entender poco o nada de la poca información que pudo escuchar de los instantes que estuvo sentada frente al escritorio, el moreno colgó el teléfono con fuerza y dio un puñetazo con el brazo derecho hacia el escritorio, delatando su evidente frustración.

— ¿Qué es tan malo para que te pongas así, Josh? —Preguntó la de ojos avellana con voz tranquila.

—Ivanovic, él es mi problema. —Contestó el mayor con mal humor.

— ¿Alek Ivanovic? ¿El director de la sede de Rusia? —Cuestionó la mujer acomodándose en su asiento.

—El mismo. Ese hombre es un verdadero dolor de trasero. —Se quejó Josh Stone moviendo la cabeza.

— ¿Ahora qué quiere?

—Quiere apoyo para una misión al norte de Rusia, una detención de un pequeño grupo de traficantes de armas ilegales.

— ¿Y cuál es el problema con eso? El Alpha Team está preparado para eso y más, Josh. —Respondió la africana minimizando la situación.

—El problema es que no desean que asista todo un equipo a proceder con la misión. Quieren sólo a una pareja de agentes para la detención. —Explicó Stone frunciendo el ceño.

— ¡¿Pero qué le sucede a Alek?! ¡Esa misión es demasiado riesgosa para solo dos personas! —Reclamó la bella joven con indignación.

— ¡Y el muy cabrón quiere que sea yo quien envíe a mi gente al matadero mientras él se lava las manos! —Rugió el militar con notorio enfado y prosiguió: —La explicación que me dan para justificar esa estupidez es que no quieren que el gobierno meta sus narices en asuntos que le competen a la BSAA. Aún la relación entre la organización y la gente del gobierno está muy tensa.

El hombre moreno resopló y volvió a relajar su postura en la silla para volver a hablar.

—No quiero sacrificar a nadie. Ya hubo suficientes víctimas en lo sucedido en Kijujú.

— ¿A quién elegirás? —Cuestionó ella al que consideraba su hermano mayor sintiendo en el pecho un atisbo de aflicción.

—Iré yo. Debo pensar bien en quien será mi compañero.

—Yo te acompañaré. —Contestó la morena sin pensarlo dos veces.

—De ninguna manera.

—Josh, por favor. —Suplicó la de ojos avellana.

—Sheva, no. No voy a permitir que te arriesgues otra vez. Fue suficiente con lo sucedido en Kijujú. —Negó nuevamente el superior de la BSAA.

—Josh, quiero hacerlo. Permíteme acompañarte, por favor. —Rogó una vez más la más joven.

El capitán bajó la mirada. A pesar de que la chiquilla no había demostrado algún comportamiento extraño en los últimos días, él había notado algo distinto en ella; para ser precisos desde la partida de Chris Redfield. No acudió a despedirse, su mirada ausente, el inquieto juego de estar y no estar. Estaba seguro que era el hecho de que su compañera sentía algo más por el soldado norteamericano, pero no quiso incomodarla con cuestionamientos tan privados. Así que todo este tiempo, había fingido no darse cuenta de su comportamiento aislado, aunque era más que evidente.

Resopló y aún no convencido de lo que iba a decir, habló:

—Está bien. Ambos partiremos a Rusia.

—Copiado. ¿Cuándo partimos? —Asintió la menor obedeciendo la orden.

—En una semana.

Alomar y Stone se quedaron unos momentos más en el despacho de este último para planear los detalles de la misión que les esperaba, tratando de evitar el mínimo error posible. Cuando terminaron, la mujer salió de la pequeña oficina y se dirigió hacia el campo de entrenamiento que conectaba directamente con la sabana.

Tomó uno de los rifles de francotirador y en el momento que iba a cargarlo se detuvo a mirar la puesta de Sol que le estaba regalando esa tarde. El cielo naranja con tonos rojizos pintaba el ocaso, resaltando con sombras negras y leves toques de luz a las escasas nubes. El Sol a pesar del crepúsculo aún deslumbraba a los párpados pero no quemaba. Los pastizales de la sabana se movían levemente a causa del soplido del viento bajado de las montañas calladas, que de vez en cuanto emitían los sonidos tímidos de la naturaleza.

Sheva quedó cautivada por la belleza del paisaje que le ofrecía esa tarde la caprichosa planicie de África. ¿Por qué nunca se había detenido a mirar con atención lo que la naturaleza le regalaba a diario?

Miró una vez más su entorno y se vio reflejada en el panorama, sentía que podía dibujarse en ese atardecer. El ocaso, el día muriendo, la bella despedida de la luz para dar paso a la oscuridad funesta. Un extraño sentimiento se apoderó de ella, pero no lo pudo identificar. ¿Nostalgia? ¿Melancolía? No supo con exactitud qué era lo que en ese momento se aglomeraba en su corazón, pero dolía como si fuese una despedida, como ese presentimiento que oprime al corazón y susurra en el oído que quizás esta sería la última vez.

Enseguida se quitó esas ideas de su mente que comenzaba a divagar, considerando que era absurdo sentir ese tipo de emociones ya que no habría porqué tener miedo, ella y Josh volverían sanos y salvos de la misión en Rusia y regresarían a su hogar.

Pero lo que jamás contempló, es que las cosas no serían así.

A lo largo de su carrera militar, había tenido que enfrentarse a mil y una dificultades de batalla y tempestades de la naturaleza como lluvias torrenciales, el calor asolador de África, guerrillas internas en los países sudafricanos, pero jamás en sus casi veinte años de vivir para la milicia se había enfrentado a algo así; Oymyakon, era el nombre de esa pesadilla blanca.

Oymyakon era una aldea siberiana ubicada en la parte asiática de Rusia, en donde el invierno duraba nueve meses y las noches veintiún horas. Con una temperatura superior a los más de 40° grados bajo cero, era llamado el lugar más frío del planeta.

"Este sitio es el fin del mundo." Pesaba Stone al mirar a través de la ventanilla del vehículo de nieve mientras se frotaba las manos constantemente para poder albergar un poco de calor.

Por su parte, Sheva permanecía quieta en su sitio, casi inmóvil, a excepción de su constante tiritar causado por el ambiente gélido. Acostumbrada a vivir en las altas temperaturas de África bajo el abrazo constante de los rayos del Sol, el frío era tan insoportable que el sólo hecho de respirar era doloroso, el clima helaba los huesos, a pesar de llevar puesto una gruesa chamarra de variadas pieles de animales.

El paisaje se vestía de blanco, inmaculado. Capas de hielo cubrían la carretera solitaria y la fina escarcha de nieve cubría poco a poco los vidrios del vehículo. En las orillas de los caminos podían apreciarse escombros y restos de animales y quizás también de personas, ya que antiguamente ese era un paso obligatorio para una de las cárceles soviéticas.

En la pequeña aldea había pocas cosas de interés. Las casas blancas con chimeneas humeantes durante todo el día, almacenes abandonados y una vieja pista de aterrizaje olvidada, que en algún momento había servido para fines de la Segunda Guerra Mundial.

El vehículo de nieve se detuvo justo en la falda de una de las montañas nevadas. La misión era relativamente fácil. Ambos agentes tenían que encontrar una de las bodegas escondidas de los traficantes de armas, arrestar a los delincuentes y decomisar la mercancía, la B.S.A.A. haría el resto. Las autoridades de la organización antiterrorista en Rusia habían sido avisadas de que ese día llegaría cargamento ilegal valuado en varios millones de euros, la oportunidad para la detención era única y no podían fallar. Lo complicado era hacerle frente a las condiciones climatológicas del lugar, ese era el verdadero reto.

Los agentes tomaron su cinturón de combate, cargaron sus armas y ajustaron sus radios para estar comunicados en todo momento. Realizaron las últimas instrucciones y partieron a la misión.

—Sheva, tratemos de trotar durante todo el camino para resguardar un poco de calor mientras estamos en movimiento y evitar entumecernos. —Indicó el mayor poniéndose a la delantera.

—Entendido.

La dupla de militares se encaminaron de entre la espesa capa blanca congelada para poder llegar hacia la zona marcada en su pequeño mapa para terminar el trabajo con la mayor anticipación posible.

A pesar de la complejidad de luchar contra las condiciones climatológicas de las montañas siberianas los agentes no se rendían, no lo harían.

Después de trotar cerca de cuarenta y cinco minutos habían dado con las cuevas nevadas en donde les indicaban que se encontraba el escondite de la banda criminal. Sosteniendo con firmeza sus armas, la dupla se adentró a explorar.

—Parece el camino de alguna mina. —Musitó Sheva en voz baja con el sonido de su aliento haciendo eco.

—Eso es lo que quieren que pensemos.

Continuaron caminando lentamente en el interior de la caverna oscura hasta que de repente los pies de Josh Stone chocaron contra lo que parecía ser una caja de madera.

— ¡Bingo! —Exclamó el mayor mientras se agachaba a examinar su descubrimiento. —Una caja de armamento.

—Y aquí hay otra que parece ser de munición. —Complementó Sheva que revisaba otra de las cajas que estaban en el suelo.

Haciendo uso de las lámparas de mano, iluminaron el recinto con la luz incandescente y descubrieron que efectivamente esa inofensiva cueva era el almacén improvisado de los contrabandistas. Barriles de pólvora, armamento, munición y hasta algunos costales de arena eran todos los elementos que constituían aquél arsenal con el que se podría armar una bien planeada barricada.

Continuaron examinando sin escatimar en precauciones, puesto que desconocían si se encontraban acompañados en aquella fría cueva. Al verificar que efectivamente se encontraban solos, aseguraron la zona y salieron de allí, dispuestos a llamar a más elementos de seguridad de la B.S.A.A., para culminar la operación confiscando la mercancía.

En breve, Josh Stone contactó con Alek Ivanovic para proporcionarle su ubicación y sólo era cuestión de tiempo para que un pequeño escuadrón de la organización rusa apareciera para terminar el operativo.

—Sólo queda esperar a los refuerzos. —Dijo Stone guardando su radio en uno de los bolsillos de su chaleco de combate.

—Me alegro, esta misión no fue tan difícil como pensé. —Comentó Alomar aún tiritando de frío.

—Lo mismo digo. Espero jamás tener que volver a congelarme el trasero en este lugar.

De repente escucharon el sonido de pisadas hacer ruidos sordos entre la nieve.

— ¿Qué fue eso? —Se alertó la fémina cargando su arma para ponerla en alto.

Entonces un hombre cubierto de un grueso abrigo de pelaje de oso embistió a Josh por la espalda.

— ¡Josh!

Tumbado sobre la nieve, Josh luchaba por zafarse del agarre de su captor, tomándolo por los hombros y dándole una patada en el estómago para quitárselo de encima.

Segundos después otro hombre intentó hacer el mismo movimiento por Sheva, pero gracias a sus buenos reflejos, logró esquivar el ataque y derribar al sujeto de una patada de dragón.

En cuanto se quitó a su atacante de encima, Josh Stone se incorporó nuevamente y se colocó al lado de su compañera, quedándose en posición de combate. No había tiempo de pensar, era momento de luchar. Los agentes africanos dieron batalla a sus oponentes rusos pero las condiciones climatológicas no estaban de su lado.

De repente uno de ellos acorraló a la mujer más joven y le apuntó con un arma dispuesto a matarla. Todo parecía haber terminado para Sheva, pero un sonido potente que provenía de las montañas, hizo que los delincuentes retrocedieran. Una nube blanca venía directamente hacia ellos, una avalancha se acercaba con furia.

— ¡Sheva, corre! —Advirtió Stone al mirar que sus agresores se habían alejado ya hora era la nieve su principal peligro.

A la mayor velocidad que les permitían sus piernas, tanto Stone como Alomar huían del desastre que se avecinaba. Los músculos dolían, sus piernas pesaban, sentía desfallecer pero no podía rendirse, si lo hacía, morir era su destino inevitable, pensaba la joven con el tatuaje de "Shuuja". En su carrera por salvar su vida, llegaron a uno de los bordes del glaciar que sin darse cuenta, empezó a resquebrajarse gracias a la fragilidad cristalina del agua congelada. Al darse cuenta que caerían el capitán intentó retroceder, tropezando en el camino, quedando colgado de una fracción de hielo que estaba por caer. Su compañera en un intento desesperado por salvarlo se acercó a él para darle una mano

— ¡Sheva, vamos a caer! ¡Retrocéde! ¡Sálvate! —Órdenó el mayor al mirar que Sheva pretendía ayudarlo arriesgando también su vida.

— ¡No! —Protestó ella buscando algo para poder auxiliarlo.

— ¡Sheva, sálvate!

— ¡No, Josh! ¡No me pidas eso! ¡Aguanta, por favor!—Se negó nuevamente con las lágrimas empapando su rostro.

Al notar la terquedad de la que consideraba su hermana menor, y al saber que no tenía ninguna posibilidad de seguir con vida, Josh Stone tomó una decisión repentina.

"Te amo, hermanita."

Sin previo aviso, se soltó de su agarre, cayendo al vacío irremediablemente.

— ¡Josh! —Gritó con voz potente y sin dar crédito, viendo como moría la única familia que tenía en el mundo. — ¡No, no!

Las lágrimas le helaban el rostro pero no podía detenerlas, había visto morir a tanta gente; a sus padres, a sus camaradas, y ahora a su hermano. Eran más golpes de los que podía soportar. Era como si le hubiesen partido el corazón en miles de pedazos, que ya no podrían recuperarse.

Pretendiendo correr detrás de él sintió que las piernas comenzaron a fallarle por el cansancio y el hastío. Se sintió desfallecer y el agotamiento la estaba venciendo, pero ella ya no estaba para luchar. Oficialmente; sus motivos se habían terminado. Emocionalmente, estaba destrozada y sintió que ya no valía la pena alargar su agonía un poco más; si no la mataba la avalancha, la mataría la fatiga y el frío. Miró al vacío y se vio tentada a dar un paso, sólo sería un paso que daría fin a su sufrimiento, un paso que terminaría con todo. Pero si se dejaba morir, el sacrificio de Josh habría sido en vano, así que antes de que pudiera procesar todo lo que había pasado, decidió seguir corriendo, retomando nuevas fuerzas. Las posibilidades de salvarse eran casi nulas, pero no quedaría en ella, era una guerrera y sacaría valor de donde fuera por salir victoriosa del infierno blanco. En medio de su carrera por huir cuesta abajo tropezó en el camino haciéndola rodar sin posibilidad de levantarse. Un fuerte golpe en la cabeza la dejó inconsciente casi al instante y todo se volvió negro. Y Sheva ya no supo más de ella.