Disclaimer: Miraculous: Tales of Ladybug and Chat Noir no me pertenece. Es de Thomas Astruc (Hawkdaddy) y Zagtoon Animation. La trama de esta historia si es mía.


DÍAS LLUVIOSOS

Marinette era un amuleto de la buena suerte ¿cierto? Era una de las ventajas de ser Ladybug. Adrien tenía mala suerte ¿cierto? Bueno, en realidad no tanta si lo mirabas en retrospectiva.

Pero la suerte es relativa y a veces se voltea. En especial en esos días en los que la lluvia cae y te hace querer hundirte en tus propios problemas, cuando hace frio y te dan ganas de llorar. Es entonces cuando te das cuenta que solo queda levantarte y pelear.

Solo queda esperar que esos días lluviosos no nublen tu vista.


Capítulo 25

Gabriel Agreste estaba muy estresado. A pesar de llevar ya casi cinco años organizando esas colectas de caridad, aun le causaban nauseas solo pensar en eso. Los eventos nunca habían sido su fuerte, no es como si Gabriel Agreste fuera una persona muy sociable. La sociable siempre había sido Christie Agreste, su bella esposa.

Se recargo en el asiento de su escritorio mientras se tallaba el puente nasal tratando de que sus problemas desaparecieran de repente. Tenía mucho en que pensar, y tan poco tiempo para tomar decisiones. Al menos la línea de ropa de la próxima temporada estaba lista y su diseñadora había decidido tomarse unas vacaciones por su reciente embarazo.

No había podido decir que no. Tampoco era una persona con poco corazón. Todos tenían alguna debilidad. La suya, desde que la conoció, había sido Christie. Y la debilidad de Christie eran los niños. Su esposa siempre había estado emocionada de tener hijos. De hecho, cuando se casaron, Christie hacía bromas constantes hacia cuantos hijos quería tener.

El sonido de la puerta hizo sacar de sus pensamientos al diseñador y dueño de la compañía con su nombre. A esa hora, casi las nueve de la noche, Gabriel no esperaba recibir ninguna visita más. Aunque adoraba su trabajo, y mira que era un trabajo estresante, hablar con contribuyentes o con cualquier persona le resultaba tedioso. Era más bien una persona solitaria.

— Señor Agreste — llamo su secretaria — lo busca el señor Julien Moreau.

— Dile que no estoy — suplico Gabriel en un tono muy bajo apenas escucho el nombre.

La secretaria asintió muy extrañada a la petición. Salió de la oficina y se dirigió hacia el hombre que se encontraba en la puerta. Julien Moreau se observaba con detenimiento en uno de los espejos ubicados cerca de la entrada principal. Aun le fastidiaba tener tantas canas, aunque supuso que era algo normal siendo que su cabello rubio había perdido tonalidad más rápido debido a sus constantes cambios de residencia y a su mala alimentación.

— Déjame adivinar — intervino Julien antes de que la secretaria pudiera hablar y dar el mensaje — te dijo que no estaba y que viniera mañana o el miércoles.

La secretaria no se movió ni un poco. No quería dar a entender que aquel hombre estaba en lo cierto. Tal vez eran los años de experiencia que se notaba tenia encima y el como él solo había acabado con la credibilidad de la alcaldía de André Burgeois y de los héroes de París. La secretaria hizo un ligero asentimiento con la cabeza indicando que él estaba en lo cierto.

— Debería regresar mañana — afirmo la secretaria, aunque algo le decía que eso no sería suficiente.

— Conozco a mi cuñado lo suficiente como para saber dónde buscarlo — comento el hombre tomando vitalidad en su voz.

Paso a un lado de la secretaria y le toco el hombro a modo de comprensión. Dirigió su camino hacia el costado izquierdo de la escalera, donde recordaba estaba la oficina de Gabriel. Julien abrió la puerta de un golpe y entro rápidamente con una gigantesca sonrisa causando que Gabriel Agreste pegara un grito del susto.

— Voy a despedir a esa secretaria — pronuncio Gabriel por lo bajo, aunque lo suficientemente alto para que su inesperado invitado lo escuchara.

— No seas tan cascarrabias Gabriel, es una buena secretaria. Hasta me trato de detener, pero no tiene mucha fuerza — contesto burlón Julien, tomando una pose de conquistador y delincuente que no había tomado desde sus días en la secundaria.

La secretaria entro corriendo detrás de Julien y se paró en la puerta suplicando aun conservar su empleo. No era la primera vez que desafiaba las normas que le imponía Gabriel y tenía la sensación que a la siguiente la despediría.

—Vete a casa Nathalie—dijo el señor Agreste—. Te quiero aquí a primera hora para acabar con los preparativos de la subasta.

—Si señor—contesto Nathalie Sancoeur saliendo de la oficina y siguiendo las indicaciones de su jefe.

Apenas se quedaron solos, Gabriel Agreste saco una de las viejas botellas de vino que tenía reservadas para ocasiones como esas. No era algo especial, pero tal vez necesitaría ponerse un poco ebrio para no matar al hermano de su difunta esposa. Sirvió un poco en un par de copas y pasó una a Julien.

El hombre tomo la copa con cierta duda. No creía que Gabriel fuera a tener la sangre tan fría como para envenenarlo. Aunque con la relación que habían mantenido desde que se conocieron no lo dudaba. Espero a que Gabriel se notara más calmado para hablar con él del tema que le incumbía. Pero, conociéndolo, nunca lo vería calmado.

— ¿Qué haces aquí Julien? — pregunto Gabriel después de darle un trago a su vino.

— Pues me entere que mañana vas a tener un evento importante — empezó Julien sonando socarrón — y se me ocurrió que podrías tener espacio para alguien de la familia.

— Tú no eres una persona de familia Julien Moreau — contesto Gabriel claramente enojado.

— Lo soy si me conviene — comento el hombre acomodándose algunas de sus canas —. Te cuento algo gracioso; nunca entendí porque Christie estaba tan obsesionada contigo.

— Por las mismas razones por las que Sabine no se casó contigo sino con el chico panadero — Gabriel sabía muy bien cuál era el punto débil de su cuñado. Y decir que no disfrutaba de hacer sufrir al hombre que impidió durante mucho tiempo un romance con su esposa era pecado.

Julien Moreau chasqueo los dientes irritado. No era necesario que le recordaran su mala suerte en el amor. Haber conocido a Sabine Cheng es su adolescencia había resultado un tiro por la culata. Se había enamorado de la chica que llego de intercambio desde china, mientras esta se enamoraba del tonto panadero que conoció en la preparatoria. Hasta el día de hoy se preguntaba cómo había sido su vida de no haber sido tan quisquilloso con el amor que le tenía a Sabine.

Regresando al tema, Julien tomo un sorbo del vino y encaro a Gabriel muy enojado. Tenía un plan que hacer funcionar y parte vital de el mismo era asistir a esa dichosa subasta del día anterior. Estaba seguro que las personas más importantes de París estarían ahí y había un aviso que debía de dar con urgencia. Los jóvenes héroes de la ciudad más romántica del mundo tenían los días contados. Eso era seguro.

—Veras cuñado—empezó Julien bastante enojado por el comentario de Gabriel—tengo negocios muy importantes en París y quiero irme de aquí lo más rápido posible. Sé que tú también así que porque no mejor cooperas y me das esa entrada.

Aunque el presentimiento de que Julien Moreau no tenía buenas intenciones, Gabriel se vio increíblemente tentado por la oferta. La rivalidad entre ellos había sido tema de discusión muchas veces con Christie.

Christie le tenía un gran aprecio a su hermano Julien y sin duda amaba a Gabriel. Había sido bastante doloroso para Christie tener que tomar un lado en las sin sentido disputas de esos dos. En ocasiones, era un alivio que Christie ya no estuviera para ver la relación de perros y gatos que se traían dos de las tres personas más importantes de su vida.

Gabriel suspiro recordando a su esposa. La quería mucho y aunque los últimos días que habían pasado juntos no fueron los mejores de su matrimonio, eran los que más atesoraba. Suspiro, decidiendo que era mejor tener algo de paz en vez de empezar otra pelea con Julien.

—Está bien—dijo Gabriel—, te voy a incluir en la lista de la entrada.

Julien sonrió satisfecho.

—Bien, vamos a terminar pronto con estos asuntos—contesto Julien seguro de que llevaba la ventaja en aquella guerra silenciosa que habían iniciado en contra de los héroes de la ciudad.

—Genial—suspiro Gabriel, esperando que la velada del día siguiente no se arruinara.

La mañana sorprendió a Sabine Cheng sin que esta hubiera podido dormir ni un poco. A penas salieron los primeros rayos del sol, la señora Cheng estaba ya levantada revolviendo algunos ingredientes para hacer una deliciosa tarta de piña. Llevaba años de no preparar la tarta de piña que una amiga de su adolescencia le había enseñado. Después de la larga platica que había tenido ayer con Christie, hoy Sabine estaba muy nerviosa.

En especial porque habían un par de cosas que su hija necesitaba saber. Suspiro. No recordaba la última vez que se había sentido así de mal. No, espera, si lo recordaba. Fue en la secundaria cuando llevo a la misma Christie a un templo taoísta cerca de su casa en china y una mujer le dijo que tenía "las manos llenas de sangre".

Giro la cabeza un poco, lo suficiente para observar con detenimiento el cajón con llave en el que guardo el pequeño regalo que su amiga le había dado. Aun no entendía a Christie, ni porque había hecho lo que había hecho. Pero al darle aquel libro, se veía segura de que solo Sabine podía hacerlo llegar a su destino. Suspiro, recordando la plática que la tarde anterior había tenido con la que fue su mejor amiga hacia casi treinta años y a la que fingió no conocer hace cinco.

Sabine toco la puerta del apartamento con la mano temblorosa. Segundos después, Christie Agreste abrió la puerta. No se parecía ni un poco a la joven con clase y estilo que fue en el pasado o que Sabine había conocido. Su cabello rubio era una maraña sin sentido, su rostro no tenía ni rastro de maquillaje, llevaba una sudadera de su universidad y unos jeans oscuros.

— ¡Sabine!—grito la mujer al verla y la jalo dentro del lugar.

El apartamento olía a medicamentos y ha encerrado. En una de las esquinas de lo que parecía la sala se encontraban dos maletas grandes con adornos de flores rosas. Christie saco una jarra de agua y un par de vasos. Se sentaron en el sillón de la sala y la señora Agreste tardo un momento en empezar a hablar.

—Sabine, me equivoque—empezó ella acomodándose uno de sus cabellos rubios detrás de la oreja.

— ¿En qué?—pregunto Sabine.

Hubo un momento de silencio por parte de Christie quien parecía tener la vista pérdida en algún punto de la habitación.

— ¿Recuerdas cuando nos conocimos?—pregunto de repente.

—Si—dijo Sabine extrañada.

—Julien siempre estuvo enamorado de ti—comento Christie haciendo referencia a su hermano; Sabine no contestó—. Yo estaba muy celosa de la amistad de Sarah y Gabriel que casi no veo que eran como hermanos. Ahora Sarah murió y nunca le dije que me caía bien.

Christie suspiro recordando a la que fue Sarah Burgeois. La madre de Chloe murió hace ocho años y la relación que había mantenido con Christie y Sabine siempre fue algo tensa. Tal vez tenía que ver con que Sarah y Gabriel habían sido amigos desde muy pequeños y que cuando Christie era más insegura siempre la veía como un peligro. Sabine había observado aquellas relaciones de adolescencia desde las sombras que un estudiante de intercambio tenia (apoyada además en su amistad con Christie).

— ¿Porque regresaste? —preguntó Sabine.

—Me equivoque —dijo ella—creí que si me iba no iba a pasar, pero paso y ahora debo de arreglarlo...

Dicho eso, Christie se levantó con brusquedad del asiento y camino a un mueble cercano. Abrió uno de los primeros cajones y revolvió varias cosas ahí. Después de un momento saco una vieja libreta que tomo con ambas manos.

—Solo selle lo que no debería haberse sellado—dijo pasándole la libreta—. Debes terminar lo que yo inicie.

Sabine tomo la libreta con cierta culpabilidad. La mujer que tenía en frente no se parecía en nada a la sofisticada señora Agreste que fue hace cinco años. Era más parecido a una persona paranoica que a la esposa de un famoso diseñador. Y en parte era culpa de Sabine. Ella fue la que la llevo a ese templo taoísta, la que dejo que le dieran pergaminos antiguos de regalo y la que la ayudo a desaparecer hace cinco años.

Sabine se levantó de su lugar y se giró para observar a la que fue su mejor amiga en secundaria.

— ¿Vas a regresar con tu familia?—pregunto la señora china.

Christie lo pensó un momento.

—Cuando todo esté resuelto volveré con Gabriel—sonrió.

El sonido de la puerta abriéndose regreso a Sabine Cheng al presente en la panadería. Tom entro por la puerta y se acercó a darle un beso a su esposa.

—Parece que no has dormido bien—comentó Tom.

—No te preocupes—respondió Sabine.

—Bien. Hay que ir a recoger a Marinette del hospital—Sabine sonrió a su esposo cuando este hizo el comentario.

Paso a su lado y se obligó a si misma a no pensar en su pasado ni un segundo más.

Continuara...