Rated: Explicit

Género: PWP ; Humor ; Romance

Prompt: "la primera vez de la pareja en algo sexy"

Beta-reader: Mundo Crayzer

Advertencias: Intercambio de parejas (swinging). Lenguaje adulto. SLASH (relación hombre/hombre). Si no es lo tuyo, por favor, no leas ;)

Disclaimer: Los personajes del Canon Holmesiano pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. La versión moderna pertenece a la BBC, Mark Gatiss y Steven Moffat. La historia a continuación es de mi autoría, tomo responsabilidad por ella y no gano más que paz mental por publicarla.


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De mutuo acuerdo

Maye Malfter

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1. Greg y John

—¿Podrías decirme por qué estamos haciendo esto? —preguntó Greg tan pronto la puerta de la habitación de hotel estuvo cerrada detrás de él.

—Porque nos comprometimos a hacerlo —respondió John, sentado a la orilla del colchón mientras repasaba mentalmente las decisiones de su vida—. Y porque ambos somos lo suficientemente idiotas como para cumplir nuestras promesas.

—Ya… —Greg le miró pensativo por un par de segundos—. ¿Me puedes repetir por qué carajos estamos haciendo esto?

John contuvo una risa. Si era honesto consigo mismo, no tenía más motivo para estar en esa habitación que el de complacer los caprichos de su novio Sherlock, el detective más brillante del mundo… y el ser humano más obtuso en cuestión de relaciones.

—"La monogamia está sobrevalorada hoy en día —recitó—. Ser sexualmente monógamo no garantiza la estabilidad de una pareja", ¿te suena?

—Ugh… —rezongó Greg al escucharlo—. ¿Fue el tuyo o el mío?

—Ambos —informó John—. Al mismo tiempo.

—Ugh.

Greg se sentó junto a él en la enorme cama que ocupaba la mayor parte de la habitación. Un espejo grande tras la cabecera daba la ilusión de que el lugar era más espacioso de lo que era en realidad, aunque para John el bendito espejo sólo transmitía la sensación de que estaban siendo observados. Movió la cabeza para apartar esos pensamientos; bastante difícil resultaba la situación sin añadir voyerismo y exhibicionismo a la ecuación.

—¿Ya habías hecho esto antes? —preguntó Greg, para romper el hielo. Se le notaba nervioso; obviamente sus razones se parecían mucho a las de John.

—Lo habíamos discutido en el pasado —comentó John con naturalidad—, pero esta es la primera vez que lo llevo a la práctica.

—La mía también —dijo Greg, y algo en su tono de voz le indicó a John que había algo más que nerviosismo escondido en su comportamiento. John se giró para verle, componiendo una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

—Sí sabes que todo esto fue idea de ellos, ¿no? —preguntó—. Están convencidos de que hacernos tener sexo entre nosotros no cambiará nuestros sentimientos hacia ellos y comprobará su teoría de que la monogamia sexual es cosa del pasado. No es como si los estuviéramos engañando o algo así.

—Lo sé, lo sé —desestimó Greg con un ademán—. Es sólo… —se tapó el rostro con las manos y a John el gesto se le hizo inexplicablemente adorable—. Mi ex esposa durmió con medio Londres antes de que yo me diera cuenta. No estoy diciendo que esto sea lo mismo pero… Ugh —terminó, sin apartar las manos.

John le tomó de las muñecas y le hizo bajar las manos. Greg le miraba con los grandes ojos llenos de duda; mira que Mycroft era un imbécil por convencerlo de hacer algo así.

—¿Temes que si lo hacemos, eso le dé el derecho a Mycroft de hacer lo mismo? —preguntó, recibiendo un asentimiento tímido como respuesta—. Yo no creo que lo haga —declaró John con seguridad—. Los hermanos Holmes pueden ser cretinos y faltos de tacto, pero ninguno se enrolla con cualquier fulano que se les cruce por el frente. Es por eso que tú y yo somos los conejillos de indias de su experimento, en primer lugar.

Greg no dijo nada por más o menos un minuto, pero al final, la lógica de John pareció calarle lo suficiente como para calmarle en ese sentido.

—Al menos a ti te conozco —dijo de repente—. Eso es extrañamente reconfortante.

—¿No te parece más incómodo que sea conmigo que si fuera con un extraño? —preguntó John, que a decir verdad sí se hubiera sentido más cómodo liándose con un hombre sin nombre de algún club de sexo.

—Nah… —negó Greg esbozando una sonrisa que a John se le antojó sexy—. Si voy a dejarme persuadir por mi novio para acostarme con otro hombre, al menos es bueno saber que le va al mismo equipo de rugby que yo.

John dejó escapar una carcajada y soltó por fin las muñecas de Greg. Se levantó de la cama y le miró desde arriba.

—¿Luces encendidas o apagadas? —preguntó, intentando sonar casual.

Odiaba admitirlo, pero internamente estaba deseando tener la oportunidad de compartir la cama con Greg. Habían sido amigos por varios años y aunque para John no existiera en el mundo nadie más que Sherlock Holmes, tampoco era ciego. Greg era bastante apuesto, todo hombría y testosterona; el grisáceo y abundante cabello, siempre en punta aunque intentara peinarlo, era uno de sus rasgos más sexys, y sus manos, ¡dios, sus manos! Grandes y macizas, aclimatadas a la acción; las manos de un policía. Sólo de pensar en ello, un escalofrío conocido hacía su camino desde la base de su espalda hasta su interesada entrepierna.

—¿Ambas? —respondió Greg, rascándose la nuca de manera distraída—. Digo, no me molesta estar a media luz pero tampoco soy fan de darme de topes contra la pared por no poder medir las profundidades.

John sonrió.

—Podríamos apagar todo menos la del baño —sugirió, recibiendo un asentimiento por parte de Greg.

John así lo hizo, cerciorándose de meter en sus bolsillos todo lo que pudieran necesitar antes de salir del baño dejando la puerta entornada. Asegurarse de que el ambiente fuese agradable para ambos, ese era su campo de experticia. Con Sherlock le había tomado su buen tiempo hacerle decir en voz alta lo que le gustaba y lo que no, cosa que nadie se imaginaba al ver al detective hablar de todo y de todos como si los demás no importaran en absoluto. Greg no parecía de los que se quedan callados, pero nunca se podía estar seguros sin haber preguntado primero.

—¿Te quieres desvestir tú o…? —John dejó que el final de la pregunta flotara en el aire, acercándose hasta quedar de pie junto a la cama, con Greg mirándole desde el otro lado.

—Creo que sería mejor si nos desvestimos mutuamente —dijo Greg, en un tono que sugería que lo había estado pensando antes de que John lo preguntara—. Menos impersonal y todo eso.

John asintió, subiendo a la cama y acercándose a gatas hasta Greg, que le miraba con los labios algo entreabiertos. Obviamente, Greg también le encontraba atractivo, o eso afirmaba la erección parcial dentro de su pantalón.

John se acercó hasta quedar de rodillas frente a Greg y este alargó los brazos para comenzar a desvestirle. Esta era su parte favorita, la parte en la que los gestos comenzaban a hablar más que las palabras. Greg le quitaba la ropa con delicadeza, rozándole aquí y allá de tanto en tanto pero sin ahondar demasiado en el toqueteo. Cuando John se halló desnudo de la cintura para arriba, decidió que había llegado su turno para desvestir a su compañero.

Greg hacía un gran esfuerzo por contener cada uno de sus jadeos y gemidos, y John no pudo evitar preguntarse qué tipo de arreglo tendrían él y el mayor de los hermanos Holmes. Cuando por fin le tuvo en igualdad de condiciones, John se acercó a Greg lo suficiente como para repartir besos en el hueco de su cuello, lo que el otro permitió sin oponer resistencia.

Greg se estremecía ante sus atenciones, lo que compensaba la falta de sonidos que dieran a entender si le gustaba o no lo que sucedía. John hizo su camino a lamidas y mordisqueos desde el hueco del cuello de Greg hasta sus labios, besándole a consciencia y recorriendo cada recoveco con su lengua. Greg le correspondía toqueteando cada pedazo de piel a su alcance, pero algo en la manera contenida en la que Greg le acariciaba hizo clic en su cerebro como si le hubieran presentado la razón en un anuncio de neón.

John se separó lo suficiente para mirarle a los ojos, que le devolvían una mirada cargada de deseo y anticipación. Era increíble cómo un hombre tan imponente como Greg Lestrade podía parecer tan vulnerable dadas las circunstancias adecuadas.

—Tú y yo no tenemos ningún arreglo, ¿sabes? —dijo John en un tono bajo pero conciliador—. Conmigo eres libre de gritar y tocar. ¡Diablos! Toca y grita todo lo que quieras, que al fin y al cabo ninguno de los dos tuvo que pagar la habitación.

Greg se rió ante el comentario y John rió también. Sentía la tensión desvanecerse en el otro y aprovechó el momento para reclamar de nuevo los finos labios que, a pesar de ser tan diferentes de los de su amado idiota, no dejaban de ser apetecibles.

Greg empezó a corresponderle con entusiasmo, mientras los gemidos comenzaban a dejar su garganta con mayor naturalidad. Su mano recorrió el torso de John de arriba abajo, deteniéndose sólo al encontrar la parte de su anatomía que pugnaba por ser liberada desde mucho rato atrás. John dio un pequeño respingo cuando sintió la traviesa mano palpar su miembro sobre los jeans, notando que Greg sonreía dentro del beso. Su propia mano recorrió en vertical la espalda del otro, apretando el firme trasero de Greg tan pronto pudo alcanzarlo. John sonrió satisfecho.

—Dos pueden jugar ese juego —declaró, metiendo la mano por entre el pantalón de Greg para tener un mejor agarre de los bien formados glúteos. Definitivamente, todos esos años de corretear criminales habían dado sus frutos.

Greg se rió contra su cuello, mordisqueándolo al tiempo que seguía acariciando su erección por encima del pantalón. Continuaron así por un rato más, y John se estremeció al sentir a Greg susurrarle al oído:

—Hay algo que en verdad tengo ganas de hacer ahora… ¿me dejas?

John dio gracias al cielo por estar arrodillado sobre la cama, ya que de haber estado de pie, sus rodillas habrían cedido seguro. Había algo en el tono de Greg que le incitaba, algo que no sabía explicar con palabras.

Medio asintió, medio gruñó, pero Greg obviamente lo tomó como un consentimiento a su pregunta. Le empujó con su cuerpo hasta dejarle recostado sobre la cama y bajó hasta quedar frente a frente con la entrepierna de John. Le quitó los jeans y los dejó de lado, y justo cuando John se apoyó en sus codos para ver mejor lo que pasaba, Greg recorrió su erección de abajo hacia arriba con el vaho caliente de su aliento.

Ni siquiera se molestó en quitarle el calzoncillo para comenzar a dar lametones obscenamente húmedos a toda la extensión de su miembro. John buscó a tientas una almohada y la acomodó detrás de su cabeza para poder ver mejor todo aquello, gimiendo sin decoro y sonriendo al notar que Greg no le quitaba los ojos de encima. John levantó las caderas para ayudarle a deshacerse de su ropa interior y la acción le dio una idea que esperó poder llevar a cabo a posteriori. Su erección dio un tirón agradable sólo de pensarlo.

John se abrió de piernas mientras Greg se acomodaba entre ellas y devoraba todo su miembro de un solo movimiento. Apenas le dio tiempo de soltar un grito ahogado antes de que el hombre entre sus piernas se pusiera manos a la obra, subiendo y bajando, dando lametones y chupones y presionando con su lengua en los lugares correctos y oh ¡por todos los santos! ¿Qué rayos era eso que le hacía a sus testículos?

John echaba la cabeza hacia atrás y arqueaba la espalda todo lo que era capaz sin perder contacto con esa maravillosa boca que estaba haciendo milagros en su necesitada erección. No era como si a John jamás le hubiesen hecho sexo oral, pero ¡con un demonio! Eso que Greg hacía con la lengua tenía que ser ilegal en varios estados.

Un chispazo de lucidez llegó al cerebro de John, recordándole que tenía más planes para la velada y asegurándole de forma bastante contundente que si dejaba a Greg seguir como iba, no tardaría mucho tiempo más en derramarse aparatosamente sobre su rostro o, más probablemente, dentro de su garganta.

—G-rg… —masculló de manera estrangulada. Greg, por supuesto, le ignoró—. Greg, espera —exclamó, sacando fuerzas de sólo Dios sabría dónde. Esa vez, el otro sí le hizo caso, levantando la cabeza de entre sus piernas con gesto ligeramente apenado.

—Lo… siento, John —se disculpó—. ¿No te gustó? ¿Quieres que paremos?

John esbozó una sonrisa. Ese hombre no tenía ni idea de lo bueno que era; Mycroft Holmes debería de estarse dando con piedras en los dientes por conseguir alguien así y todavía atreverse a persuadirle de acostarse con otros para probar un punto.

—¡Por supuesto que me gustó! —aseguró John, enfatizando cada palabra—. Por eso te dije que pararas. Estuve a punto de correrme como tres veces.

Greg le regaló una sonrisa genuina, orgullosa de sí misma. En opinión de John, alguien que daba mamadas de ese calibre tenía derecho a sonreír tan orgullosamente como le diera la gana.

—Quiero probar otra cosa —declaró John, sentándose en la cama.

Buscó con la mirada hasta dar con sus pantalones y sacó de los bolsillos los implementos necesarios: un par de envoltorios de color plateado y un pequeño bote de viscoso líquido transparente. Dejó los paquetitos plateados al alcance de su mano y le tendió a Greg el bote de lubricante, que lo miraba como si nunca en su vida hubiera visto algo parecido.

—¿Qué se supone que haga con esto? —preguntó. John estuvo a punto de reírse de su gesto anonadado.

—Exactamente lo mismo que hacías hace un momento —explicó, volviendo a tumbarse sobre su espalda—, pero usando tu imaginación un poco más… ¡Y tus dedos! —agregó, con una sonrisa socarrona—. Sobre todo tus dedos.

—Quieres que te prepare… —declaró Greg, todavía aturdido.

—Si no es mucha molestia —dijo John, abriendo más las piernas en gesto invitante.

Greg pareció captar la indirecta. Se inclinó de nuevo sobre su entrepierna, ocultándose de la limitada vista de John, y éste le escuchó luchar contra la tapa del bote de lubricante. De no haber sido totalmente desagradable por su parte, John se habría reído en voz alta. Al poco rato, John sintió la extraordinaria boca de Greg trabajar de nuevo sobre su erección, mientras un dedo viscoso y vacilante encontraba su camino desde el perineo hasta su entrada, haciéndole dar un pequeño bote.

Hacía tanto tiempo que John no hacía de pasivo que su cuerpo había olvidado las sensaciones tan placenteras provenientes de un dedo bien lubricado girando en tirabuzones adentro y afuera de su sensible cavidad anal. Aquello ligado a la esmerada boca rodeando su miembro hacía de John el hombre más afortunado en kilómetros a la redonda. ¡Y pensar que al principio se había negado al encuentro!

Greg parecía coger confianza con cada gemido y jadeo proveniente de la boca de John, por lo que de pronto John se encontró no con uno ni con dos sino con tres dedos embadurnados de lubricante que entraban y salían cómodamente de su interior. Como pudo, John estiró una de sus piernas hasta alcanzar la desatendida erección de Greg, todavía atrapada dentro de sus pantalones. La acarició con el empeine de su pie y fue recompensado con un gratificante gruñido que vibró a través de su propia erección, todavía engullida por el calor de la boca de Greg.

Greg le miró por entre sus pestañas y John volvió a acariciar su polla, que pedía a gritos ser liberada de su prisión de tela, licra y algodón.

—La quiero dentro, Greg —dijo John de improviso, sin el más mínimo trazo de vergüenza en su voz—. Ya deja de jugar.

Al pobre pareció que le daba un infarto. Dejó de hacer todo lo que estaba haciendo de una vez, irguiéndose para desabrochar sus pantalones con la torpeza propia de quien está demasiado entusiasmado como para coordinar pensamiento y acción. John se sentó de nuevo sobre la cama, sintiendo la más mínima de las molestias en la parte baja de la espalda. Tomó uno de los paquetitos plateados que había apartado y lo destapó con los dientes, tendiéndole su contenido a Greg mientras componía una sonrisa casual.

—No te lo quites todo —instruyó, al ver como Greg le ganaba la batalla al broche de su pantalón—, me gusta sentir el roce de la tela sobre la piel.

Greg le miró con ojos bien abiertos, como si tanta desfachatez junta hiciera corto circuito dentro de su cerebro. Sacudió la cabeza en un claro intento por despejar la mente y tomó el preservativo que John le ofrecía. Se bajó los pantalones apenas lo suficiente para dejar que su necesitada erección emergiera de las profundidades y John no pudo sino maravillarse ante ella, relamiéndose los labios como si acabara de ver un postre que estaba a punto de saborear. Quizás para la próxima…

Mientras Greg se colocaba el preservativo, John aprovechó para tomar otra de las almohadas que yacían olvidadas cerca de la cabecera de la cama. La colocó sobre la primera y se puso a gatas, girando el cuerpo de tal manera que su trasero quedaba justo en frente de Greg. John se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las almohadas y buscando la mejor posición para que su cuello no sufriera demasiado. Pudo escuchar el jadeo ahogado de Greg detrás de él y deseó como nunca tener ojos en la espalda para así ver su cara de desconcierto, pero había cosas más importantes que atender que sus distintos kinks sexuales.

Por obra divina, esa vez John no tuvo que explicarle a Greg lo que tenía que hacer, pues para ser justos, había muy pocas cosas que el hombre pudiera hacer con un trasero expuesto frente a él y una erección empuñada en su mano. Se acomodó entre las piernas de John y éste sintió la dureza de la polla de Greg rozarle la dilatada entrada, haciendo que un escalofrío de anticipación le recorriera la columna vertebral.

Greg comenzó a penetrarle con un movimiento constante y lentamente tortuoso, pero exquisito por donde se le mirase. John se mordía el labio inferior con tanta fuerza que temió hacerse daño, el dolor de ser penetrado mezclado con el placer de tener algo (o mejor dicho, alguien) completándolo por primera vez en sólo Dios sabría cuánto tiempo. Era glorioso, más que glorioso, era sublime.

John sintió el pantalón de Greg rozarle la parte interna de los muslos y supo que ya no había más que introducir dentro de él, lo cual era una suerte, pues John no pensaba poder aguantar mucho más sin que sus rodillas cedieran. Greg le mantenía en su lugar asiéndole de las caderas, sus fuertes manos aferrándole en sitios que de seguro tendrían marcas en la mañana.

Poco a poco, Greg comenzó a salir de su interior, sosteniéndole para que no se moviera. John lo complació en aquello, no porque no estuviera desesperado por sentirle dentro, sino porque sus movimientos calculados eran igual de placenteros en una dirección que en la otra, y de momento, la impulsividad podía esperar. Aunque no tuvo que esperar demasiado.

Greg se introdujo en él tan intempestivamente que John no pudo sino jadear en sorpresa, sintiendo su propia erección levantarse cuando la punta del miembro dentro de él tocaba ese punto exacto que le convertiría en gelatina en menos de nada. Greg pareció notar aquello, porque repitió la operación un par de veces más antes de establecer una profunda cadencia que extraía de la garganta de John los más roncos y aterciopelados gemidos.

Greg se movía y John se movía con él, un ser único separado sólo por escasos milímetros de látex. Jadeaban, gemían y juraban, todo a la vez, una cacofonía de sonidos primitivos que servían de melodía para la danza de sus cuerpos. En algún momento, Greg se inclinó hacia adelante para tomar la erección de John en una de sus manos. La masajeaba arriba y abajo con el mismo ritmo de sus embestidas, y pronto, John se encontró corriéndose sin control sobre las sábanas blancas.

Aparentemente, Greg tomó aquello como señal para buscar su propio orgasmo. Se irguió detrás de John y le aferró de nuevo por las caderas, embistiendo tan fuerte que, si John no hubiera estado ya extenuado, se habría corrido de nuevo. Al final, John pudo sentir con claridad las pulsaciones de Greg derramándose en su interior, impedido de marcarle con su semen por apenas una fina capa de látex lubricado.

Para sorpresa de John, Greg no se desplomó sobre de su espalda durante el post orgasmo, sino que manejó quedarse de pie con las caderas de John como único soporte. Cuando los espasmos hubieron pasado, Greg salió de su interior, removió el preservativo de su ahora fláccido miembro y se fue directo al baño para deshacerse de la evidencia. John, por el contrario, cayó de bruces sobre la cama tan pronto las manos de Greg dejaron de soportarle.

Greg regresó al cabo de un rato, oliendo a jabón perfumado y con una toalla húmeda en las manos que John agradeció sobremanera; dejarse caer sobre su propio charco de ADN no había sido una de sus ideas más brillantes. John se apartó de la escena del crimen y buscó refugio en otro rincón de la enorme cama, mientras que Greg se recostaba a un par de palmos de distancia, con los pantalones de nuevo en su sitio pero todavía descamisado.

—Y… —comenzó Greg, apoyándose sobre un codo para verle mejor—. ¿Viste el último partido de la selección? ¡Jugaron del asco!

John no pudo contener una sonrisa.

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Notas finales:

Y cuando creías que ibas a regresar a tu habitual programación super vanilla ¡ZAZ! Se te atraviesa un reto de porno primaveral XD ¡Se viene más smut de donde vino ese! Aunque no precisamente Johnstrade *wink* ¿Comentarios?