Degradación


Albert Wesker & Rebecca Chambers, Claire Redfield & Mad Hemingway


II. Despierta a la muerte, pues ella también duerme

Descargo de responsabilidad: Ninguno de los personajes de Resident Evil nos pertenece. Todos son propiedad de Capcom.

Resumen: Existen tres niveles de degradación: física, psicológica y moral. La destrucción causada por la campaña genocida de Alex Wesker arrastra a los sobrevivientes a perder parte de su humanidad. La ayuda de un tirano, cuyo control de sus extremidades y recuerdos se ve anulado por la enfermedad, y un loco sombrerero, será evidencia fatal del fin de los tiempos.

Nota de AdrianaSnapeHouse: Después de un mes infernal en la universidad, aquí llegamos Pola y yo con una nueva entrega de Degradación. La realidad es que ambas quedamos muy satisfechas. La historia, pese a que a momentos nos trabamos, parece escribirse con suma facilidad. Agradecemos el apoyo y esperamos logre terminar de engancharlos.

Nota de Polatrixu: Después de mucho dolor de cabeza, noches en vela y lágrimas, este capítulo está terminado. La buena noticia es que creo que quedo bien. La mala es que se acabaron las galletitas. Espero que les guste esta locura.

Agradecimientos especiales: a las personitas que dejaron sus opiniones la entrega pasada: Light of Moon 12, Mia-wesker, AnIDmn21, GeishaPax, Frozenheart7, SKANDROSITA, hikari-chan98, CMosser, Queen, Elizabeth Abernathy y Addie Redfield. Prometemos que en la próxima entrega habrá respuestas personalizadas. Cuídense y recuerden que su apoyo es el motor de las historias.


La noche aún era joven. La ciudad aledaña a la mansión escondida se encontraba en completas penumbras, prácticamente abandonada por los vivos y habitada por los muertos. Claire caminaba al lado del extraño personaje que parecía sacado de algún cuento de hadas. Al parecer sabía luchar o era algún tipo de B.O.W. Claire supuso que el ególatra megalómano de Albert Wesker no contrataría a cualquier pelafustán como su guardaespaldas.

Ojos verde eléctrico, como los de un gato que miraban a la nada, de una altura similar a la de Chris, pero a diferencia de su hermano, Mad contaba con un cuerpo atlético, estilizado y no en exceso trabajado. Cambiaba súbitamente su expresión a voluntad. Por momentos una sonrisa maniática dominaba su rostro y al otro una seriedad de ultratumba que le provocaba escalofríos. Su piel era de un tono pálido más que el de Wesker en su lecho de muerte; parecía brillar a la luz de la media luna y las estrellas.

En algún momento tiñó su cabello de color rojo, pero no tuvo oportunidad de volver a hacerlo por cuidar del genocida convaleciente. Definitivamente necesitaba un buen corte de cabellera pues su rubio natural creció superando al rojizo, de tal manera que simulaba estar empapado en sangre. Y sus ropas eran extravagantes, mas se veían cómodas y adecuadas para el combate.

— ¿Ya terminó su inspección señorita? —preguntó su curioso compañero con una sonrisa no tan maníaca.

—No te estaba inspeccionando —respondió ella, un poco apenada por ser atrapada en el acto.

—No es necesario que lo niegue, no me molesta —.El aludido le guiñó uno de sus ojos brillantes para luego suspirar un poco decepcionado. —Espero que haya encontrado todo a la altura de sus estándares de calidad; últimamente no he podido diseñar como quisiera ya que no poseo el tiempo que tenía antes de que el general enfermara.

Claire no respondió, pero le dirigió una mirada simpatizante. Ella también lidiaba con problemas similares debido al desabastecimiento de productos para higiene personal.

Caminaron en silencio incómodo durante el resto del camino al hospital de aquella ciudad dominada por la muerte.

—Señorita, nos encontramos en una de las avenidas principales —comentó el militar después de un rato. El hospital abandonado se encontraba a unos 200 metros de distancia. Pero en ese tramo por recorrer aún, deambulaba sin rumbo un grupo mediano de no-muertos.

—No podemos pasar sin ser detectados —.Claire perdió el color de su rostro, no hallaba la manera de rodearlos, ni mucho menos de pasar entre ellos. Había sido un viaje no eventual hasta ese momento. — ¿Qué haremos? —murmuró más para sí misma que para su curioso acompañante.

—Luchamos —respondió Mad, usando un tono de voz que indicaba que la respuesta era obvia, al mismo tiempo que alzaba una de sus cejas mirando a su interlocutora.

— ¿Estás demente? —Claire rodó los ojos cuando Mad hizo un movimiento afirmativo con su cabeza. —Si disparamos, el ruido hará que toda esa horda nos ataque. No podemos contra tantos, Mad.

— ¿Quién dijo que dispararemos, señorita? —La antigua activista no supo cómo, pero el sujeto frente a ella produjo dos cuchillos grandes e idénticos de algún lugar de sus ropas. El diseñador estaba lleno de sorpresas.

— ¿Qué más tienes escondido ahí? —. Redfield lo miró con sospecha, estrechando sus ojos e inspeccionando la gabardina que portaba.

—Ropa interior, algunas armas, unas tijeras, una cinta de medir, alfileres, agujas, un par de retazos, un celular y dos paquetes de galletas —respondió el hombre de ojos verdes, sin darle mucha importancia. Claire bufó en respuesta. No podía culparlo; ella había hecho una pregunta y él la respondió sinceramente.

—De acuerdo. Pero… ¿cómo te ayudaría? No me diste tiempo de recoger mi cuchillo de la mansión.

Mad le ofreció uno de los cuchillos mientras le dedicaba una sonrisa. Ella lo tomó dubitativamente. La hoja tenía buen peso y la agarradera le hacía equilibrio perfecto. El metal lo reconoció como acero damasco por los patrones oscuros en ondas, contrastando con el color habitual de un metal pulido cuidadosamente, casi al borde de la obsesión. Claire supo que en esos momentos sostenía unos diez mil dólares, por lo menos.

—Asegúrese de decapitarlos, señorita. Así no vuelven a levantarse —le aconsejó Mad, sin perder el semblante sonriente. El modista avanzó hacia el grupo de no-muertos casi saltando en felicidad. La pelirroja negó con la cabeza por el comportamiento de su compañero y lo siguió de cerca mientras respiraba profundamente tratando de mantener a raya su ansiedad.


Mad había perdido el semblante alegre; aún sonreía, pero se trataba más de una mueca cruel y desquiciada. Su andar también fue modificado por la inminente pelea, ahora más lento y calculado, estudiando el campo de batalla. Se trataba del último viaje del día e iba terminarlo lo más pronto posible.

Aceleró el paso para alcanzar al muerto viviente más alejado de la horda, y de una tajada precisa al cuello, la cabeza de mirada vacía cayó al suelo. Pero no se detuvo para ver al resto del ser reanimado caer. El diseñador giró su cuerpo a la derecha y la afilada hoja rebanó la carne putrefacta de otro no-muerto, corrompiéndola con la sustancia oscura que contenía y separando otra cabeza de su cuerpo.

Uno de los caminantes lo detectó e intentó sujetarle. El rubio, en cambio, con su mano libre, le propinó un certero puñetazo al centro del rostro despellejado, rompiendo los huesos de las mejillas y enviando al anónimo hacia atrás. Inmediatamente, al perder el equilibrio, Mad enterró su cuchillo en el pecho de su oponente y lo dirigió hacia arriba, rebanando el esternón, cuello y cabeza a la mitad, neutralizándolo para siempre.

Utilizando la fuerza de ascenso de la hoja, la dirigió en descenso a otro no-muerto que le llegaba por atrás en esos momentos. De igual manera, el cuchillo partió carne, hueso y materia gris como si se tratara de mantequilla. Mad liberó su arma, que había quedado en el torso de su último enemigo, ayudándose de una patada dirigida al estómago del mismo. El anónimo cayó de espaldas y jamás volvería a levantarse.

Mad observó de nuevo el campo de batalla, uno de los no-muertos se dirigía hacia él a paso acelerado. El resto parecían perdidos en sus propios asuntos y no se percataban de lo que ocurría; ventaja para él y la pelirroja. Sonrió aún más malicioso, dejando ver su dentadura blanca, y fue al encuentro del infectado. Una cabeza más cayó al suelo y todavía faltaban varias más.


Claire estaba helada. Se encontraba completamente segura de que su grupo no habría tenido oportunidad contra el militar de los cabellos caprichosos en la mansión. Herirlo quizás, entorpecerlo un poco, tal vez. Sin embargo, verlo manejar el cuchillo de combate con una precisión casi robótica y movimientos similares a los de una danza, le hizo darse cuenta de que, si su hermano no hubiera cedido, ella no estaría con vida.

En cambio, formaría parte de ese mar de cadáveres en estado de descomposición en la mansión que compartían Wesker y ese loco. ¿De dónde había sacado el enemigo de su hermano a alguien tan peligroso?

Un gemido la hizo salir de sus pensamientos y sin darse cuenta empuñó el cuchillo en el pecho de uno de los infectados, pero este no parecía percatarse de ello mientras estiraba sus brazos para intentar alcanzar a la mujer de los cabellos rojos, sacudiéndolos desesperadamente y gimiendo en agonía por probar la carne tibia de Claire y saciar un hambre que no tenía fin.

Claire rebanó al ser reanimado, sacando la afilada hoja damasca por el costado del torso y propinó una patada que hizo que la parte superior se separara de la parte inferior. La hoja había cortado la espina dorsal y el peso terminó por desgarrar las carnes putrefactas, provocando que el torso la siguiera arrastrándose por el suelo mientras ella retomaba su tarea.

La joven Redfield blandió el acero damasco por los aires, atravesando carne y hueso por igual sin ningún trabajo. No sabía a cuántos había derribado — ¿cinco? ¿Diez?—. En realidad no importaba mucho, el objetivo era llegar al condenado hospital supuestamente abandonado y ya se encontraban muy cerca. Aunque ella se imaginaba que por dentro estaría igualmente repleto de muertos reanimados.

— ¿Por qué nada nunca es fácil? —exclamó la mujer al momento de empalar a un infectado por el pecho y rebanar hacia arriba, partiendo la cabeza en dos.

—Si las cosas fueran fáciles no valdrían la pena hacerlas, señorita —ofreció el desquiciado que la acompañaba, saliendo de ningún lugar al parecer y dándole un susto de muerte a Claire.

— ¡Dios! ¿De dónde saliste? ¿Quieres matarme de un susto? —Mad la observó fijamente y Claire retrocedió un paso, nerviosa. La recorrió el terror de punta a punta cuando el loco frente a ella levantó el gran cuchillo que llevaba y aparentaba atacarla. Sin embargo, contrario a su creencia, el hombre decapitó la cabeza del torso viviente que la seguía por los suelos.

—No, no quiero matarla, señorita —respondió el diseñador, haciéndose el insultado —pero él quería cenársela a mordidas, aparentemente.

—No lo había visto, gracias—. Claire se sintió culpable por pensar que el hombre la atacaría. Mad sólo sonrió y asintió con la cabeza.

—Hemos llegado, señorita.

— ¿Te parece si tú me cubres mientras yo busco los objetos?—. La ex-agente de TerraSave visualizó fijamente a las puertas del infierno. Mad adoptó un semblante malicioso y asintió mientras abría la puerta y le daba el paso a la chica pelirroja.

—Primero las damas.

—Por supuesto. Qué caballero, supongo...


Aquel no podía ser Albert Wesker. Chris estaba sumamente confundido. Apenas unos días atrás encontraron información acerca del paradero de Alex Wesker y sus secuaces, y habría jurado por todos los santos que su hermano estaría con ella, resguardándola, guiándola en una misión en la que él era por demás veterano. Ahora, lo contemplaba tendido e inerte, incapaz de quejarse de las atenciones recibidas. Atenciones que desde su criterio no merecía.

Observó a Rebecca Chambers tomarle el pulso a ese maldito intento de dictador, mientras miraba su reloj. Luego le tomó la temperatura en la frente e incluso aproximó su rostro al del tirano para comprobar el volumen de su respiración.

—No deberías acercarte tanto a él —comentó Chris con receló.

Chambers se irguió del lecho del moribundo.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—Sabes por qué. La última vez que estuviste tan cerca de él casi te asesina.

La joven de ojitos de gato suspiró.

—No lo olvido, Chris. Pero hice un juramento; pretendo cumplirlo a toda costa.

— ¿El de salvar las vidas que estén en tus manos? Este bastardo no lo merece.

—Vale la pena por las vidas que nos ayudará a salvar.

—Ni Claire ni tú están seguras de que cooperará.

—Ese loco militar de los ojos chistosos tiene razón: si los dejamos solos no van a durar.

Chris sólo bufó. Se movió de la esquina hacia la ventana. Estaba cerrada, pero la luz de luna filtraba sus brazos y arañaba el suelo de la habitación.

Becca no tuvo tiempo de continuar la discusión. Escuchó un gemido lastimero, un tosido seco y desesperado, y el movimiento irregular del cuerpo sobre la cama.

La médico tomó asiento a un costado de la cama imperial, apenas hundiendo el colchón. Un par de ojos ultramar aparecieron en la oscuridad; círculos de agua anegados de sufrimiento. No pudieron enfocar a la primera; recorrieron inestables la penumbra del recinto. Temblaban por la fiebre y las pequeñas convulsiones de sus nervios dañados; pestañas agitadas por un temor callado; incertidumbre en forma de espasmos. Lo vio batallar para recuperar un poco de conciencia; lo suficiente para cerciorarse de que continuaba con vida y la enfermedad no le había arrebatado la noción de realidad.

Wesker abrió los ojos y enfocó para encontrarse con un par de círculos verde avellana, una piel cremosa como pétalo de gardenia, unos labios tímidos y carnosos, secos por una respiración ansiosa que creía poder sentir en las mejillas. Desprendía aroma a dulce de coco, a frambuesa, a algodón. Pese a sus dificultades y su desconcierto, el antiguo líder de los STARS tuvo la capacidad mental disponible para preguntarse cómo era posible que una mujer estuviera viéndolo tan de cerca. Sin duda alguna no se trataba de Alex. Esa zorra maldita no habría permitido que volviera a la conciencia; la perra del mal no se veía así, no se sentía así, no olía así. No. Esa figura era otra persona. Sentía conocerla, pero su cerebro seguía aturdido por la fiebre y el dolor. Por un momento sopesó la posibilidad de que la esclerosis múltiple finalmente hubiera cobrado su vida y estuviera en medio de un alucine, pero los malestares que aparecieron apenas minutos después de despertar negaban esa hipótesis. Continuaba con vida, bueno, sobreviviendo en la precariedad.

— ¿Wesker? —preguntó una voz infantil proveniente de aquellos labios rojo cadmio pálido.

¿Quién era ella? ¿Quién tendría el valor suficiente para acercarse a él con tal confianza? Luego recordó que de su intimidante presencia sólo restaban las migajas y cualquier mortal podría atreverse a inclinarse sobre su cama.

— ¿Wesker? ¿Puedes escucharme? —volvió a decir la misma voz.

Su apellido sonó casi musical en ese ligero timbre melodioso. Y, de nuevo, extremadamente familiar. Quizá finalmente había enloquecido. Cerró de nuevo los ojos, como no queriendo, rascando en su desgastada memoria una imagen similar a la de aquella castaña de cabello corto. Sacudió sus cansados pensamientos, les ordenó despertar. Los recuerdos aparecían difusos, como detrás de una cortina blanca. ¿Quién eres?, le preguntó a la mujer desconocida, aunque el resto de su cuerpo permaneció paralizado y no externó sílaba alguna.

Ligero olor a azafrán. Voz temblorosa, voz de conejo. Chispeantes orbes verde de manzana. Cabello lacio, diminuto. Piel de azúcar. Timidez innata, amarrada al hueso. Llegó a su mente asfixiada por la falta de oxígeno el recuerdo de unas manos de muñeca; limpiaban las cortaduras, suturaban la piel abierta, sobaban los músculos dañados, vendaban las articulaciones desviadas. La reconoció; entre la bruma del pasado que parecía a milenios de distancia y almacenada en una especie de tumba metafórica, era Rebecca Chambers, con sus miedos, con sus tratos de pediatra. Sin lugar a duda, era ella.

Albert Wesker abrió de golpe los ojos, haciendo que Rebecca se sobresaltara, pues había creído que volvía a la inconsciencia víctima del malestar.

—Señorita Chambers…

El tono el tirano le salió tan entero que parecía mentira su dificultad para respirar. La joven médico se estremeció, espantada por una aparición del más allá. Misma arrogancia, mismo odio en la mirada. Finalmente se bebía la realidad de un solo trago: el asesino de Arklay había despertado. La joven Chambers aproximó su oído al tirano, segura de que esa potencia en la forma de hablar no le duraría mucho.

— ¿Qué está…? —. El mayor paró a media frase.

—No hable. Corre el riesgo de sofocarse —. El hombre de ojos ultramar arqueó la ceja. Ese no era el lenguaje de la tierna Rebecca Chambers, quien se paseaba por la comisaría con su collar de gatito y su presencia hobbitana; todo amor y bondad. En otro momento, al ver esa ceja arqueada, la doctora habría sonreído con nostalgia. Ese gesto era tan suyo, tan particular, que parecía blasfemia observarlo en alguien más.

Ella aproximó su mano al cuello varonil, vigilando el pulso y el ritmo de respiración.

"Qué atrevimiento", se quejó internamente el mayor. Sin embargo, estaba tan concentrado en el mareo y las sacudidas involuntarias de su cuerpo que ni siquiera intentó resistirse al tacto femenino. Todavía no entendía cómo había llegado la muchacha a su residencia. No entendía por qué trataba de ayudarlo. Parecía todo tan ajeno, tan… improbable. Seguramente ella ya sabía del mal que le aquejaba, pero… ¿por qué intervenir? ¿Qué la estaba motivando? No creía en su altruismo, no después de que él había intentado asesinarla. Debía haber algo más. ¿Habría dado con él por casualidad? Imposible. ¿Iba enviada por Alex? Quizá aún más imposible. Sospechaba que Chambers jamás había renunciado a su buen corazón, pese a que podía adivinarse una recién adquirida madurez en sus rasgos.

— ¿Qué hace… aquí? —cuestionó el rubio. Ignoró su garganta raspada, sus inhalaciones parciales, la náusea que lo empujaba al desmayo. Su curiosidad era todavía más poderosa que la esclerosis.

—Habrá un mejor momento para discutir eso. Por ahora, será mejor que guarde silencio.

—Así que ya despertó… —. Era una voz masculina. Wesker se alarmó, y si hubiera estado en condiciones enseguida habría empuñado el arma en dirección de aquel sonido. Si era un mercenario, estaban condenados a muerte. Chambers nunca fue especialmente brillante en el combate cuerpo a cuerpo o con las armas y, aunque hubiera entrenado diario durante los últimos diez años, dudaba mucho de sus capacidades; sobre todo para enfrentar a un asesino enviado por su hermana. Y él, bueno… no podría hacer mucho para defenderlos. Afortunadamente, el anónimo parecía acompañar a su inesperada médico. Un escalofrío sacudió al antiguo capitán de los STARS; las punzadas en la base de su sien eran inminentes.

—Algo así. No parece muy atento a su entorno.

"Ingenua", volvió a inquirir él para sus adentros.

—No deberías confiar tanto en eso. Es un riesgo. Sospecharía que incluso puede estar fingiendo —señaló el hasta entonces desconocido con resentimiento.

"Idiota", insultó el enfermo, "sólo un ciego podría no darse cuenta de las condiciones en las que me encuentro. Es una maldición, pero es verdadera, sino, ustedes dos ya estarían junto al resto de los cadáveres en la habitación".

—No se finge la esclerosis múltiple, Chris —. En el mismo segundo en que el nombre escapó de su garganta, Becca se arrepintió con el alma. El mayor tirano de todos los tiempos experimentó un alza de rabia, una especie de fiebre súbita que le calentó las entrañas, la cual se manifestó en una revolución involuntaria de sus extremidades. Chris Redfield. El engendro culpable de su estado actual. El maldito infeliz, miserable, inmundo enemigo de toda la vida. Maldito y mil veces maldito. ¿¡Cómo era posible?! ¡¿Cómo se atrevía a siquiera pararse en el mismo cuarto que él?! Después de África…. El hijo de puta no pudo alejarse con su novia Valentine a festejar su "victoria" a otra parte. Incluso en la agonía más profunda ese novato pelafustán era incapaz de olvidarlo y dejarlo descansar.

Wesker juntó fuerza de flaqueza y extendió la mano en dirección de su antigua subordinada. La sujetó del chaleco blanco que la identificaba como parte de un equipo médico e intentó atraer su completa atención. No tenía el aire suficiente para hablar, aún no, y la presencia de Chris sólo había conseguido elevar su presión sanguínea y dificultar aún más sus inhalaciones.

El joven Redfield vio el ademán de su enemigo y en seguida se aproximó con una intención de ofensiva.

La agresividad del su antiguo jefe tomó por sorpresa a Rebecca. No obstante en seguida sospechó que no quería dañarla a ella, sino utilizarla de apoyo para erguirse y ver al otro militar.

— ¡Suéltala, maldito hijo de perra! —bramó el capitán de la BSAA, con plena disposición de accionar su arma.

—No, Chris, espera… —trató de intervenir la chica de mirada de gato sin éxito; la garra que se sostenía de su chaleco evitaba que pudiera girar y encarar a su compañero.

La mujer de ciencia vio con terror cómo los dedos del capitán Redfield temblaron en el gatillo.

— ¡Que la sueltes, he dicho! —repitió el moreno de ojos grises.

—Haz… que se vaya… —escuchó la médico; el tono tembloroso de Wesker parecía un mero susurro de viento. El rubio ejerció una mayor presión, intentando a toda costa sentarse sobre la cama para darle un vistazo a su indeseable visitante. Rebecca, forzada, se reclinó en su lecho aún más.

Alarmado, y con el sudor resbalando desde su frente, Chris exclamó: — ¡No lo repetiré otra vez! Suéltala.

—Sácalo… no… puede… sácalo —mencionó nuevamente el enfermo a lo que sus pulmones le dieron.

— ¡No me está dañando! ¡Sal, Chris, por favor! Vas a matarlo… —intervino Chambers en medio del pánico. La chica agitó su mano libre —la que no le servía de soporte sobre el colchón de rey—, incitando al impulsivo líder contra el bioterrorismo a dirigirse a la salida del cuarto.

—Matarlo ha sido mi deber desde que entré aquí —replicó el mayor de los hermanos Redfield con los labios apretados.

— ¿Qué no recuerdas lo hablado? Si lo asesinas no cambiará nada. Continuaremos hundidos en el mismo agujero y terminaremos muertos —exclamó Rebecca, con el puño apretado y aún capturado por los dedos de su paciente, quien a cada segundo perdía una tonalidad más de color. Los labios empezaron a tornársele ligeramente azules, y sus ojos volvían a desenfocarse.

Un golpe de cordura impactó a Chris. Vio que su compañera permanecía intacta y cómo su archienemigo perdió de un instante a otro la capacidad de sostenerse de ella. Al contrario, Wesker empezó a convulsionar entre las sábanas y la mano que había estado aprisionando a Rebecca Chambers se trasladó a su pecho, como si aquello fuera a eliminar la deficiencia pulmonar. Pero no, seguía alterado, batallando por expulsar a su demonio personal sin poder, mínimamente, ponerse de pie.

—Déjame cumplir mi trabajo. Si nos traiciona… entonces tú podrás terminar con el tuyo —dijo la chica con un deje oscuro. En otros tiempos nadie habría creído que ella era capaz de hablar con tal frialdad.

Redfield la observó con intriga, durante un parpadeo sin reconocerla. Bajó la mira de su arma, escuchando los jadeos ya desesperados de su némesis. Los taconeos de sus botas anunciaron su partida. La joven Chambers suspiró con cierto alivio, dispuesta a buscar la manera de mantener con vida a un genocida. Si fuera una mujer moralista, probablemente habría caído en crisis en ese instante. Sin embargo, el mundo al borde de la destrucción le había enseñado, de mala manera, a ser más flexible.

Miró al tirano, envuelto en su agonía y evidentemente confundido por los recientes acontecimientos, y lo único que se le ocurrió fue hacer sonidos de calma, sostener su mano e indicarle que diera respiraciones lentas y pausadas. El mundo estaba de cabeza, y nada era lo que en un pasado.

La mujer con collar de gato tardó alrededor de un cuarto de hora en controlar a su paciente, y ni siquiera pudo enorgullecerse de que su intervención fuera significativa, pues no contaba ni con los materiales ni los medicamentos necesarios para paliar su malestar. Lo único que hizo fue esperar el minuto en que Albert Wesker cayera nuevamente en la inconsciencia. El rubio había terminado rígido sobre las sábanas, con un grito mudo en los labios y miles de cuestionamientos por resolver acerca de la presencia de su más férreo enemigo.


El aroma a sangre era abrumador. Parecía que de pronto en lugar de aire circulaban en el ambiente pequeños e invisibles ríos de líquido vital, los cuales se introducían en las fosas nasales para no volver a desprenderse. Claire tuvo que cubrir su nariz y boca para evitar que los arqueos de asco la arrastraran al vómito.

La recepción del hospital de la zona estaba vuelta un desastre. Plantas de ornato marchitas cuya tierra dispersaba su mugre sobre los antes pulidos suelos; papeles, muebles de oficina, carpetas y folders lucían cual caótica varicela que había enfermado a la siempre pulcra instalación médica. Había rastros de pisadas, huellas sanguinolentas, marcas de arañazos que parecían suplicar por auxilio. Todo ello sumado a los charcos de agua y otras sustancias no identificables.

Mad avanzó pateando lo que se interponía a su paso. El desastre hablaba por sí mismo, como en el resto de la población. Era como si un huracán hubiera utilizado cada uno de los pisos para dar rienda suelta a su furia irreflexiva. Las luces fallaban; destellos de cortocircuitos y focos a medio brillar eran las únicas guías de ambos aventureros.

—Esto será más tétrico de lo que pensé —mencionó Mad, entre resignado y divertido.

—Por qué no me sorprende… Por algo me llamaban señorita mala suerte en el colegio.

Claire suponía que el sitio estaría rodeado de las más horripilantes malformaciones. Meses para gestarse y mutar, el virus habría convertido aquel tranquilo centro de curaciones en un lienzo de la aberración. Lo más prudente era que tomaran el encargo y partieran de esa trampa asesina tan rápido como sus piernas lo permitieran.

La joven pelirroja se dirigió a las escaleras de emergencia, seguida de cerca por el costurero en desgracia; estaban semialumbradas por unos focos a medio fundir. El espacio carecía de ventanas, lo cual incrementó la claustrofobia de Claire. Comenzaron a subir, sin dejar de apuntar a un contrincante imperceptible. Cuerpos abandonados de médicos y pacientes, ropa vacía, manchas enormes de sangre y putrefacción formaban parte de los obstáculos a superar.

Finalmente llegaron al segundo piso. Había sólo salas de consulta y algunas habitaciones. Parecía que en aquel nivel no atendían pacientes en condiciones precarias. No encontraron mayores dificultades salvo algunos no muertos. Sin embargo, tan escasos eran los muertos vivos como las provisiones. En aquel piso sólo hallaron sueros, con unas semanas más de caducidad, jeringas, tubería de aspiración, alcohol, desinfectante y analgésico. Claire Redfield temía que no encontraran objetos como el oxígeno y la aspiradora traqueal en condiciones aceptables para su uso.

— ¿Cuánto tiempo tiene Wesker así?

Mad alzó las cejas.

—Unos… ocho meses.

— ¿Crees que se salve? Se veía realmente mal.

El costurero y militar la observó de manera confusa, como no entendiendo lo que la pelirroja quería comunicarle. Desvió la mirada a un mapa que se encontraba en la pared.

—Luego de crisis como esta él siempre regresa—. Procuró concentrarse: algo en el mapa le había llamado la atención. Colocó su mano sobre el papel en la pared.

— ¿Entonces, por qué pedir nuestra ayuda si sabes que regresara de todas formas?

—No sé cuánto tardará esta vez mientras su cuerpo se reenciende. Y no soy suficiente contra las hordas de la Arpía Wesker. Yo moriría defendiéndolo pero… ¿qué hay del resto de la gente? Si ese intento de ser vivo obtiene el cuerpo del general todo se acaba. No soy inmortal.

Claire calló. Sabía que Albert Wesker y su código genético eran verdaderamente únicos, debido a su historial de contacto con diferentes clases de virus, pero nunca reflexionó en que éste podría funcionarle a Alex como un arma o un medio para llegar a un fin.

—Además, estoy seguro de que el general los ayudará, a regañadientes, por supuesto, mas lo hará. Odia demasiado a su hermana por ser una maniática caprichosa y no controlar sus emociones. Por eso tenemos que llevarle los utensilios a su médico. Si no lo mantenemos con vida estaremos en desventaja —. Mad detuvo su discurso un instante y, como reseteando su mente, señaló el mapa del hospital con el índice — ¿Ve esos trazos azules discontinuas? Son las líneas de oxígeno que van a dar a los quirófanos. Allá encontramos el resto de la lista de compras. Deberíamos darnos prisa o su hermano el fortachón empezará a preocuparse...


De nuevo, oscuridad. La única luz la producían las pantallas de los monitores que observaba en esos momentos. Estaba ahí para evaluar la evolución de ciertas armas biológicas que se encontraban en el edificio, cosa que había sido aburrida hasta el preciso instante en que la cámara de vigilancia capturó a dos personas entrando a la recepción del hospital.

—Así que el loco hijo de puta se consiguió una zorra—. Se acercó a la pantalla para observar mejor. —Y una buena zorra por lo que veo. Qué mejor oportunidad para probar a los nuevos sujetos —murmuró para sí mismo y sacó un control remoto de su pantalón color militar, presionando uno de los botones para liberar a las bestias.

Jack Krauser se recargó en su silla y subió las piernas a la mesa, poniéndose cómodo. Iba a entretenerse un rato viendo como los nuevos modelos reducían a los intrusos a meras tripas.


Y eso fue todo por esta noche. Sí, un poco en la expectativa de qué enviará Krauser y cómo reaccionará Wesker cuando despierte.

Muchísimas gracias por leer y este mes esperen Cuerpo cautivo.

Nos leemos muy pronto.

Muy sinceramente, AdrianaSnapeHouse y Polatrixu.


Título preliminar de la siguiente entrega: El capitán y el general