Aquí nuevamente con un One-shot que escribí hace tiempo, otra vez de Lysandro /3

Espero que lo disfruten ^^


Nunca me he visto como una de esas chicas que resaltan entre los demás. Nunca me había preocupado más que por lo justificable. He tenido amigos y hasta un par de personas a las que no les agradé. Los chicos que conocía no llamaban suficiente mi atención y aún así acepté tener un par de citas con ellos sólo por probar o porque me aburría. Pero en fin, son cosas muy comunes, que le pueden pasar a cualquiera.

Hasta ahora parece ser que presumo de tener una vida aburrida, sin chispa ni emoción; sin sensaciones, completamente plana e insípida. Sin embargo, cuando recorría los pasillos de mi nuevo instituto conocí a quien sería mi sufrimiento y mi placer.

Había chocado de repente contra alguien, cayendo al suelo estrepitosamente y antes de poder mandar a los mil demonios al idiota que no miraba por donde caminaba… Lo miré y ahí fue cuando empezó mi descenso a la locura.

Era alto, bastante debo admitir, su pelo era blanco y con puntas negras. Vestía como de una época muy lejana y sus ojos, uno esmeralda y el otro ambarino, eran penetrantes y profundos, parecían indagar en mi mente como nadie lo había hecho antes. Hermoso era un adjetivo bastante pobre para describir lo que tenía en frente de mí, mirándome como si fuera algo extraño.

Desde ese momento no he vuelto a ser la misma. Los latidos de mi corazón se aceleraron, el aire no conseguía entrar adecuadamente a mi cuerpo y sentía como si estuviera ardiendo y a la vez helándome. Las palabras no salían, no podía ni pronunciar una mísera sílaba ante él. No podía hablar, no podía pensar ni intentar disipar el calor que invadía mi rostro. Ese chico, ese hombre, me había dejado paralizada como si me hubiera inyectado un poderoso veneno.

Me analizaba de arriba abajo, intentando entender quien era, aunque más bien parecía querer saber qué era. No podía dejar de mirarlo a los ojos, hipnóticos, lúcidos y demasiados penetrantes, tanto así que sentía que podía mirar sin ningún problema dentro mí y desvelar mis más oscuros secretos.

Mi cuerpo tiritaba a la par que notaba como él se acercaba más a mí. Extendió su mano con un gesto elegante para ayudarme a levantar del suelo. Dudaba si debía aceptar su ayuda, temía la reacción que tendría mi cuerpo cuando lo tocara y no me equivocaba con mis miedos. Tocarlo fue un error y un deleite. Mi piel se erizó como si insectos se arrastraran por ella y dejaran un asqueroso y viscoso rastro, pero también como si la brisa más fresca y pura me hubiera asaltado. Podía jurar que todo daba vueltas a nuestro alrededor, y que lo único firme y lúcido en mi campo de visión era él, con aquella mirada profunda e indescifrable, analizándome sin pena alguna.

Temblaba, trepidaba de pies a cabeza y aún así pude huir de él con las piernas hechas, casi literalmente, gelatina.

De sólo recordar ese día siento el corazón desenfrenado. No he vuelto a ser la misma chica desde que lo conocí. Todas mis fortalezas cayeron hechas polvo después de aquel accidente. Jamás había tenido problemas para hablar con las personas, ni para presentarme ante un montón de ellas. Pero, como si un fuerte hilo amarrara mi garganta, las palabras de presentación salían más bajas y agudas de lo normal. Era una broma cruel tenerlo en mi misma clase, y para el colmo me miraba con más intensidad que antes desde su asiento. Varios alumnos se reían del ridículo que estaba haciendo, pero ellos no entendían lo que era sentirse como en una enorme olla de agua hirviendo. Así me sentía, hirviendo, temblando, anhelando respirar como antes de encontrarlo en mi camino.

Entre murmullos y risitas me mandaron a tomar asiento. Él, tan descarado, no me quitaba la mirada de encima.

—Lysandro, parece que te vas a comer a la nueva por los ojos—pude escuchar a un chico hablarle al que sabía que era el chico de pelo blanco. Lysandro, su nombre se impregnó en mi mente de inmediato. No podía verlo, estaba un par de asientos delante de él, pero sabía muy bien que aún me miraba, que aún analizaba mi cuerpo de arriba abajo, que seguía incrustando sus orbes bicolores en mi ser.

—¿Me decías algo, Castiel? —mi corazón dio un vuelco al escuchar su voz, grave, tranquila y profunda. Sostuve mi estómago, intentando contener las ganas de vomitar. El sudor frío cubría mi cuerpo y mis temblores eran cada vez más notorios. Me sentía tan enferma, débil y hecha polvo, sobretodo, tenía miedo. Nadie había causado tanto desastre sin siquiera haberme dirigido la palabra. No entendía que pasaba, pero mientras más tiempo seguía percibiendo su mirada afilada en mí, más deseos de huir, esconderme y no volver a saber de él sentía.

Mi plan del primer día de clases no era precisamente quedar como una chica tonta, tímida y trémula frente a todos mis nuevos compañeros. Sin embargo, ya me había forjado una reputación en una sola mañana. Sería conocida como la chica que tuvo que salir corriendo a la enfermería y que jamás volvió a estudiar en aquella sesión. Atendieron mis síntomas rápidamente y como sospechaba, no había una razón fisiológica detrás de esas extrañas sensaciones. La maldita razón era él, un chico, simplemente un chico que me hacía sentir enferma.

Empecé a temerle, no quería ni verle, ni escucharle, ni saber siquiera de su existencia. No iba a poder soportar día tras día estar en un mismo lugar con él, no podría resistir ante esas sensaciones repugnantes que me provocaba. Por eso hice todo a mi alcance para que me pudieran cambiar de sesión, para no verle más, ni saber de él.

Gracias a mi decisión de cambiar de sesión, pude volver a empezar, pude mostrarme ante los demás a como soy en realidad. Pero no era la misma. Ya no estaba tranquila sabiendo que en cualquier momento podría volverlo a encontrar, quizás desde lejos, o peor, volver a chocar contra él. Aún si pasaban los días, aún si había hecho amigos en la nueva aula, aún si procuraba no recorrer de más el instituto, vivía con el temor de que en algún momento nos volveríamos a encontrar frente a frente.

Los días transcurrían con parsimonia, demasiada para alguien que sólo deseaba que la jornada escolar llegara a su fin y así estar segura, en casa, lejos de ese chico. Y quería olvidarme de él, de que alguna vez se cruzó en mi camino, pero era imposible, nadie había originado tantas sensaciones, emociones y, por supuesto, pavor en mí. Y también estaba que no importaba que tanto quisiera evitarlo, él de alguna forma aparecía en mi campo de visión. Si venía caminando por el pasillo, me escondía; cuando lo veía a lo lejos saliendo del instituto, aceleraba el paso si venía detrás de mí, y lo ralentizaba si él iba delante. Si por razones de la mala suerte, él estaba en un lugar donde yo no podía esconderme ni huir, simplemente trataba de pasar de estar percibida. Era difícil, porque él siempre daba conmigo de una u otra forma, y me escudriñaba tal y como la primera vez, y, como esa misma vez, me hacía temblar y sonrojar por completo.

Un día encontré algo sobre el banco del patio, era una libreta con cubierta negra. Parecía importante, lo intuía. Pero ¿Por qué no pude intuir que esa libreta le pertenecía a él? Su nombre estaba grabado sobre la libreta y en ella tenía toda la información necesaria para cualquier persona que pensara en devolverla. Pasé mis dedos sobre su perfecta letra, y entonces empecé a darme cuenta en ese instante de que algo iba mal conmigo. Acariciaba su libreta como lo más preciado del mundo, la acerqué a mi rostro, cerré mis ojos y la olí con un deseo incontrolable de identificar su aroma y dejarlo esculpido en mi imaginación. Lo imaginaba frente a mí, tan hermoso e imponente, pero sin causarme ningún temor, provocándome con la mirada, estremeciéndome con su profunda voz. Tocaba con mis labios la portada, figurando como sus manos tocaron más de una vez esa libreta, anhelando sus dedos, que se habían deslizado por esas páginas, se deslizaran por mi rostro.

—¿Qué estás haciendo? —me sobresalté un poco al escuchar la voz del amigo de Lysandro. El pelirrojo me miraba entre diversión y extrañeza. Me sonrojé de inmediato al darme cuenta de que él seguro llevaba viendo el espectáculo desde hace un buen rato.

—Creo que esto le pertenece a…—el nudo en mi garganta apareció cuando intenté decir su nombre.

—A Lysandro—tragué en seco. Se la pasé inmediatamente, preparándome para retirarme, pero el chico de ojos grises me detuvo—. No respondiste a mi pregunta.

—Eso es algo que no te incumbe—le respondí sin ningún temor. No me soltaba y parecía estar pensando algo.

—Entiendo—pero yo no entendí esa respuesta acompañada de una sonrisa burlona. Me soltó—. Si vuelves a encontrar algo de Lysandro, me lo devuelves a mí y yo se lo haré llegar ¿Si? —lo miré extrañada, pero asentí casi imperceptible. El chico se retiró y me dejó de lo más confundida. Pero lo que más confundida me tenía en ese momento era lo que había hecho hace unos instantes.

Cerré los ojos, recordando lo que acababa de hacer con un placer culpable. No sabía que pasaba por mi cabeza, no sabía si era una loca, si él me había convertido en una loca. Le tenía pavor, lo quería lejos de mí, deseaba desaparecer cuando él estaba cerca… Y sin embargo, lo necesitaba, lo deseaba, lo ansiaba como nunca había ansiado algo o alguien antes. Me enfermaba y me fascinaba, me cautivaba y me ahuyentaba.

La espiral de contradicciones que vivía era casi épica. Deseaba verlo, presenciar su andar elegante, su rostro inexpresivo y al mismo tiempo quería no saber de él. Como deseaba que cada vez que él anduviera cerca no acelerara mis latidos y así no sentir esas ganas insanas de querer arrancarme el corazón. Dejar de desearlo contra mí, dentro de mí, con sus manos bajando por mi espalda y produciéndome tanto terror y pasión con su tacto. Dejar de fantasear en cómo entraba por mi ventana por la noche y, sin que dijera una palabra, me invadiera y me arrebataba la poca razón que me quedaba.

Los días seguían pasando normalmente, aunque algo había cambiado, por alguna razón me encontraba las cosas de Lysandro con más frecuencia: Su libreta, un bolígrafo, un libro, su celular. Pero una parte de mí sabía que yo misma buscaba sus cosas sólo por el placer de compartir algo de él. Tocar sus cosas era lo más cercano que podría estar de él sin temer de lo que me hacía sentir.

Ahora mismo sostengo su libreta entre mis manos, había pasado un mes desde la primera vez que la encontré, y siempre que encontraba su libreta, o quizás otro objeto que le perteneciera, era casi como seguir un ritual. Tocaba como si estuviera en trance, aspiraba alguna fragancia residual, besaba sólo con mis labios e imaginaba el día en que dejaría de tener miedo a lo que siento y pudiera enfrentarlo. Después devolvía el objeto a su mejor amigo. Estoy consciente de que parezco una demente, muy probablemente una depravada por hacer ese tipo de cosas, pero no logro evitarlo, él me gusta, me fascina, me enloquece y me asusta.

Salgo del hueco de las escaleras y me dirijo hacia donde sé que estará Castiel. Cuando llego al patio no me sorprendo de encontrarlo escuchando música, como siempre.

—Toma—le paso la libreta de Lysandro. El pelirrojo se quita los audífonos y mira el objeto en mi mano.

—Vaya, si que eres buena encontrando sus cosas—sé que está haciendo burla, y sé que sospecha, pero confío en él de alguna manera, confío en que no ha dicho nada a Lysandro sobre que soy yo la que encuentra sus cosas y sobre lo que hago con ellas antes de devolverlas—¿En dónde estaba?

—En el hueco de las escaleras—él asiente y de repente sonríe de una manera distinta, con más malicia de la acostumbrada.

—Gracias—y siento como el ambiente cambia de repente. No me atrevo a girarme, no puedo porque sé que él está atrás de mí—. Así que, ¿Eras tú quien ha estado encontrando mis cosas todo este tiempo, Marianne? —puedo jurar que me empiezo a deshacer cuando escucho mi nombre salir de sus labios. Se acerca y yo no puedo moverme, sólo miro a Castiel, quien no deja de sonreír como si me hubieran atrapado en una travesura.

Está demasiado cerca y yo simplemente intento concentrarme en no terminar desplomada en el suelo. Mi corazón late demasiado fuerte, tanto que creo que él lo puede escuchar. Intento abrir la boca para decir algo, pero no puedo, la voz no me sale, no puedo idear ni una mísera palabra, mucho menos una excusa y mis dientes castañean por el miedo que siento.

Salgo corriendo sintiendo el nudo en mi garganta incrementarse y las lagrimas empezando a descender. Corro sin ver por el camino, corro porque no sé qué será de mí ahora. Desciendo hasta el suelo y miro a través de las lágrimas por unos momentos, dándome cuenta de que estoy en una de las aulas abandonadas de la primera planta. Dejo salir un sollozo desde mi pecho con más lágrimas acompañándolo. Lloro detrás de unos viejos estantes sintiéndome tan avergonzada ¿Cómo pude creer todo este tiempo que Castiel no le diría nada? Era obvio que se lo diría, son amigos después de todo, y lo más seguro es que también sepa lo que siento. Soy tan estúpida y tan obvia. Me siento tan avergonzada e insignificante, de seguro me ve ahora como una loca, una tonta chica en la cual nunca se fijaría porque ni siquiera le puede dirigir la palabra. Una miedosa, una ridícula más que perdía la cabeza por él.

Me detengo de llorar al sentir unas manos sobre mi rostro humedecido. Me hace mirarlo fijamente, aunque a través de las lágrimas no logro apreciar bien su rostro.

—No tuviste que salir corriendo así—me susurra y creo que mi corazón va a estallar. Lysandro seca mis lágrimas delicadamente y aquella reacción hace que mi piel se erice de inmediato.

Su dedo pulgar desciende hasta mis labios, donde una de mis lágrimas terminó su recorrido, y la limpia tiernamente. Suspiro sin poder evitarlo mientras miro como él se lleva su pulgar con el líquido salado a su boca y lo lame sin dejar de mirarme a los ojos. Siento que voy a morir aquí mismo.

Me toma de la mano y me ayuda a levantarme del suelo, sin dejar de mirarme fijamente y yo sonrojándome al más no poder. Me acorrala contra la pared, privándome de cualquier escapatoria, aún si ya no tengo ni un poco de fuerza ni para caminar. Hiperventilo de más, los nervios me traicionan nuevamente mientras las lágrimas vuelven a descender fuera de mis ojos ¿Por qué sigo llorando? Él no me hará daño, no me está haciendo nada malo y aún así sigo sin poder siquiera pronunciar una maldita palabra, sin poder detener este inmundo llanto que me sofoca.

Su mano rodea mi mejilla húmeda mientras me sonríe de una manera que no logro entender. Es como si me tuviera lástima, compasión y a la vez se estuviera burlando de mí, de mi debilidad por él.

—No me toques—susurro cabizbaja y tan bajito que dudo que él haya podido escucharme.

—Perdón, pero no haré lo que me pides—me muerdo el labio inferior con fuerza. No sé qué quiere de mí, pero sea lo que sea que quiera sé que lo va a conseguir—. Ya no puedo más, Marianne—susurra con su maldita voz grave que me enloquece—. No logro sacarte de mi cabeza desde que te conocí, no puedo concebir un día más sin tenerte cerca—lo miro sin logra entender todas esas palabras.

—No entiendo—aún sigo hablando tan bajo que casi ni me escucho yo misma. Me sonríe de una manera distinta mientras una de sus manos baja hasta mi cintura y me pega más a él. Me estremece más, me sonroja más, me debilita a tal punto que ya no puedo sostenerme de pie y sólo no desciendo al suelo porque él lo impide.

—Desde que te conocí sólo he querido estar cerca de ti, de querer mirarte, tocarte, conocerte—miles de mariposas vuelan en mi estómago ahora mismo. No puedo creer lo que estoy escuchando, debo estar soñando—. Pero tú te alejaste, te cambiaste de sección, te ocultaste de mí y me evitaste como sí no fuera nadie—aunque se escucha tranquilo puedo sentir algo de rencor en su voz. Evito nuevamente su mirada por miedo a encontrar en ella el enojo—. Pero ahora sé que tú sientes lo mismo por mí. Todo este tiempo que estuviste encontrando mis cosas te veía—palidezco y quedo paralizada también. La vergüenza que estoy viviendo ahora mismo no se la deseo a nadie—. Y debes saber que todo este tiempo estuve perdiendo esas cosas a propósito—Siento como acerca más su cuerpo al mío y percibo su corazón latiendo con rapidez—. Sé que me deseas tanto como yo a ti.

—Lysandro—vuelvo a susurrar queriendo despertar de esto que no sé si es un sueño o una pesadilla. Su rostro se va acercando al mío a la par que su mano acaricia y aprieta mi cintura. Dejo escapar un suspiro cerca de sus labios y lo escucho gruñir antes de invadir mi boca con una intensidad que me descoloca por completo.

Mi interior se disuelve en un millón de pequeñas explosiones, como estrellas que en vez de agotarse hasta morir estallan. Tierno, salvaje y completamente apasionado. Me besa con paciencia y a la vez con ímpetu. Me abraza contra él mientras ambos temblamos avivados por un deseo fuera de lo normal. Su lengua se enfrenta a la mía y la hace moverse con una agilidad que me roba una y otra vez el aliento. La desliza viscosa y deseosa de probarme hasta saciarse, como si todo ese tiempo, bajo esa fachada distante y misteriosa, hubiera estado custodiando a un ser irracional y ardiente. Gimo cuando muerde con suavidad mi labio inferior y lo suelta, sólo para volver a morderlo. Incrusto mis uñas en sus brazos cubiertos por su chaqueta victoriana intentando aferrarme a cualquier rastro de la realidad.

No existen fuerzas en mi cuerpo y me dejo llevar por él, dejo que este encuentro derrita hasta mi última fuerza, mi último pensamiento coherente. Sólo quiero perderme en sus besos y en su aliento sobre mi piel.

Me carga hasta ponerme a su altura y va hasta a mi cuello, lame y me estremece aún más; chupa y gimo sin siquiera intentar censurarme. Las lágrimas siguen escapándose, pero esta vez es por este placer tan indescriptible que siento cuando me toca y me besa sin piedad. Es tan apasionado y tan cruel que gimo de placer junto a un sollozo cuando siento como deja un chupetón en mi cuello. Mi cuerpo tirita, mi corazón late demasiado fuerte y mi respiración escasea. De verdad siento que voy a morir por él.

Ambos descendemos al suelo con lentitud sin dejar de besarnos ni de temblar. No me importa si ya es hora de ir a clases, si estoy recostada sobre un piso mugriento, nada me importa ahora más que sentir y sentir cómo nunca antes, entender el porqué ahora mismo es como si no pensara y sólo quisiera deleitarme entre sus besos y caricias.

Se separa un poco de mis labios mientras toma mi rostro entre sus manos con firmeza. Ya no soy nada más que una simple marioneta cuando Lysandro me hace mirarlo nuevamente a los ojos como hace unos momentos atrás.

—Marianne—jadea mi nombre por lo bajo—… No te vas a alejar de mí nunca más—asiento sin pensarlo y sin emitir sonido alguno. Sonríe con la lujuria brillando en sus ojos para después volver a asaltarme con su boca sobre la mía.

Me rindo. Me rindo completamente ante ti, Lysandro.


Un brindis por esas personas que nos enloquecen con sólo una mirada, sin hacer nada realmente para ponernos en una situación de confusión y desdicha ¡Salud! Ardan en el infierno, desgraciados/as x´D

Espero que les haya gustado ;)