Tuve unas semanas pesadas, pero estoy de vuelta.


[2 – Drabble]

Aioria caminaba con una serie de pasos seguros sobre un suelo rocoso, que estaba cubierto por una extensión de matorrales, hasta cruzar una parte de la ladera de la montaña, rondando una parte de los límites del Santuario, que lo conducirían desde un amplio llano tapizado de verde, para acudir a su punto de reunión clandestino con su compañero de armas, Géminis.

El joven León de Nemea, en algunas semanas atrás, yacía insomne en el quinto templo, y recordaba las historias de las luchas pasadas junto con las inevitables decepciones, pero el deseo natural que siempre había estado inerte en su voluntad, para lograr que la presa elegida fuera suya. Una ola encendida de la ira y del capricho, se habían apoderado de él, de su cuerpo y de su alma. El efebo con el estatuto de caballero guardián, se hallaba plenamente lleno de sensatez, además de sentirse ligeramente de conforme a las fijas aspiraciones que sí bien podían, ser constituyente de un acto de sacrilegio. Aunque eso no lo asustaba en lo más mínimo, era un joven ingenuo e impulsivo.

Cuando era casi la hora de mediodía en el equivalente cálido día, en la avanzada mañana, recibiendo a la pareja de amantes con una luminosidad condesciende como si fuera el renacimiento de un suceso fascinante en oleadas segmentadas de la empañada fogosidad y de la pasión. Porque Saga era un regalo y una maldición al mismo tiempo, para Aioria. El geminiano representaba todo lo que podría tener y lo que no obtendría. El pasado, la confusa tentación y el dolor.

El joven Aioria estaba embriagándose con los labios de Saga, probando el néctar dulce proveniente del interior de la boca del peliazul. Los labios ardientes del leonino, van dejando rastros de humedad en cada pulgada que pudo encontrar, en aquella porción de piel cremosa del gemelo mayor, con el acento perfecto de la multitud de tonos roncos de gemidos y de los jadeos en la degustación del íntimo acto exploratorio sensual. El varón de cabellos castaños, siente como le tiemblan los labios momentáneamente, y le sabe el beso a tristeza, a la agonía de un suceso miserable que se alimenta de agua en un pozo subterráneo cuando la bilis le acabe el estómago.

Presiona con más fuerza la boca húmeda de Saga, en un tosco besuqueo, para que la caricia le sepa algo más que a la angustia macerada. Aoiria lo besa con más insistencia, hasta que atrapa el labio inferior del gemelo entre sus dientes, explorando la suave textura, porque desea morderlo, arrancarle un pedazo como lo hacen las fieras cuando se alimentan, necesita ultrajar la imagen inmaculada que tienen de Saga, para que quizás algún día, el resto de integrantes del Santuario, dejen de anhelar al geminiano. En una composición tóxica, que segrega sustancias difusas, pero armónicas.

Una brisa fresca realza las corrientes del eolo sobre el cuerpo de Aioria, que agitaban perezosamente los rizos de su cabello de tonalidad castaña, comparándose a un modo de espejos blanquecinos que reflejaban el desfile de luces del sol sobre el vasto cielo. Intenta él, prestar atención a su alrededor, mirando los patrones de la vida reconciliándose en simples dimensiones que marcan lo que es real, pero éstos mismos son producto de líneas trazadas en viejos pergaminos, que se han ido cambiando en esbozos inteligibles de las falsas palabras, con uniones abstractas de las que son partícipes actualmente en la Orden Dorada, porque son almas dolientes que pocos comprenden.