Nota: Sí, cambié el resumen xD perdonen si les vendí falsas expectativas :P, pero Aphrodite me estuvo molestando hasta que cedí a darle el protagonismo (que de por sí era suyo porque oh, lo amo)... y a Shion no le importó mucho jaja pero igual su conflicto interno entre Alba y Dite sigue en pie... así que este fic tiene custodia compartida xD. Sólo que no imaginé que el fósforo que iba a encenderlo y completar el plot principal me saltara más a la vista y mi chafa resumen anterior no sirviera.
Estado: En progreso...
Capítulo cuatro
Dohko y Shion estaban platicando de trivialidades cuando la armadura de Piscis, colocada junto a Libra en la chimenea, había emitido un destello cegador y había cobrado vida, lanzándose por los aires en busca de su caprichoso guardián. Hubo un parpadeo de confusión y, un segundo después, Shion había decidido teletrasportarse para auxiliar a su santo de oro, estuviese donde estuviese.
Y estaba en una placita del pueblo... apretándole los cachetes a un mocoso de ocho años de edad, más o menos.
Aliviado, soltó el aire que había estado conteniendo y sus puños se relajaron. —"No hace falta que vengas, él está bien" — envió vía cosmos a su amigo. Fue a sentarse en la fuente de agua del centro, cerca de la escena que estaba montando el pez.
No le fue difícil comprender qué sucedía. Había una pequeña que estaba limpiándose las lágrimas con las mangas de su chamarra rosa, una muñeca de trapo con el relleno saliendo de su cabeza y un ojo de botón desprendiéndose del hilo, y tres niños que le echaban bronca a Aphrodite. Sumó dos más dos. Y sonrió, divertido con la escena.
—¿Ahora me crees que no estaba bromeando? —le preguntó al niño soltando sus mejillas, ahora rojas e hinchadas como una ardilla tras resguardar bellotas a motón. Dio un paso atrás para que el grupo pudiera admirar el resplandor dorado y acomodó su cabello para lucir fabuloso. —Ahora, discúlpate con la linda señorita por ser un burro.
El niño lo miró de reojo con los brazos cruzados. —Seguro que no eres tan bueno como el resto. He oído que Aldebarán de Tauro es impresionante, ¡una montaña que nada puede tumbar! —luego sintió el coscorrón de Aphrodite.
—¡No te estaba preguntando, es una orden, anda! Además con sólo rasguñarte con la espina de una rosa puedo envenenar tu sangre y morirás lenta y dolorosamente —se miró las uñas, como si fueran mucho más interesantes que ese trío que tenía los puños alzados.
Los tres cruzaron miradas, claramente espantados y pálidos. Casi como si estuviera ensayado, giraron sobre sus talones y se disculparon ante la pequeña. Uno, más llenito que el resto, recogió la muñeca y la sacudió con cuidado, entregándosela a su dueña. —Lo sentimos —se oyó sincero y apenado. Luego corrieron hasta perderse detrás de un edificio. Uno de ellos, sin embargo, le sacó la lengua antes de poner a prueba su habilidad como corredor olímpico.
—Jah. Mocosos. Y tú… —la niña dio un respingo, si bien había sido su salvador, las amenazas que les había dado a sus compañeros de escuela seguían flotando en sus oídos. —No dejes que sigan fastidiándote. —Tras ser cautivada por la bella sonrisa del santo que se había acuclillado frente suyo, sus mejillas se encendieron. Y de la nada se materializó una rosa preciosa, tan roja como una deliciosa fresa; a ella le encantaban las fresas. —Ya verás que cuando seas mayor, ellos babearán por ti. Y ese día, por favor, no se te ocurra ni dirigirles la mirada.
—¿Eh? —ella asintió, tomando la flor entre sus dedos y un tanto confundida con el consejo. —Gracias, señor santo de Piscis —apretó la muñeca y su regalo contra su pecho.
—Anda, desaparece de mi vista y ve a jugar —la despidió con un movimiento de su mano. La niña soltó una risita y salió dando brinquitos de felicidad.
Shion ladeó su cabeza cuando Piscis se irguió y se dirigió hacia él. Aphrodite había notado su presencia desde el momento en que había aparecido en la plaza.
—No deberías de dar esos consejos.
—¿Por qué no? Seguro que cuando sea mayor podrá restregarles en la cara lo mal que la trataron —Aphrodite se sentó a su lado con una mueca de arrogancia.
—Y no deberías de invocar tu ropaje dorado así porque sí —tenía el tono del regaño a todas vistas.
Aphrodite imaginó con lujo de detalles como Piscis, su armadura, protagonizaba un sermón monumental por parte del Patriarca por estar yendo a llamadas tan insignificantes y casi sacarle un infarto. Una vez, Mu le había dado a entender que las armaduras podrían llegar a "conversar". —Puff. A Piscis le gusta lucirse, seguro que no le importó venir a mi auxilio. Un niño necio también es una amenaza.
—Sí, pero Dohko y yo supusimos lo peor —carraspeó.
—¿Te preocupaste por mí? —sus ojos se abrieron por la sorpresa y alzó una ceja, incrédulo. Aries decidió que el anuncio de tiza de un restaurante era la cosa más fantástica que ver, justo al lado opuesto de su caballero.
—Eres parte de la orden Ateniense, me preocupan todos ustedes. Los 88.
—Ah — el sueco se quitó de encima la armadura, que se trasformó en la bonita y estorbosa caja de siempre. —Pero apareciste muy rápido, casi un segundo antes que ella —pasó los dedos por la superficie en relieve y le dio un codazo juguetón a su Patriarca. —Me alagas —susurró cerca del oído de Shion.
Aphrodite pudo notar como todos sus músculos se tensaban con su cercanía. Pareció maravillado. Así que no le era tan indiferente a Aries. Era un gesto muy sutil, pero él, como experto en conquistas, reconocía al instante. Dohko había activado algo en Aphrodite con aquella conversación de madrugada, como una bombilla descompuesta que ahora se unía al resto, algo que hacía ver al lemuriano no como su diplomático líder sino como alguien deseado, un humano igual que el resto de los doce y, Piscis, experto en crear caos y partidario de los cambios y movimientos (para bien o para mal, más lo segundo que lo primero) se estaba empecinando en descubrir qué era ese ser de ojos lilas, tan recto y sermonero, tan "chapado a la antigua" (para retomar las palabras de Libra) y entender cómo era posible que sólo se hubiera enamorado de pocas personas a lo largo de su "ochocientos" años.
Aries se puso de pie —Sí. Bueno. Soy el Patriarca. Me decepcionaría a mi mismo si no fuera capaz de aparecer en los momentos difíciles. Regresemos con Dohko, la señorita Azura no debe tardar en volver por nosotros.
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Cuando subieron al barco, la neblina aún se arremolinaba en el mar, había descendido lo suficiente para ver por dónde se iba, pero como la reina no tenía mucho tiempo, las cosas se aceleraron. Cuando Aphrodite sugirió que Shion los trasladara directamente al corazón del templo del fuego, Azura le explicó que era imposible que traspasara la barrera que Hestia había formado hace miles de años y que, a su vez, ocultaba la ubicación de la isla por si alguien intentaba robar la llama que mantenía unidos a los dioses olímpicos.
Shion apoyaba los antebrazos en el barandal. El viento revolvía su cabello. Sintió dos toquecitos en su hombro derecho y giró, pero no había nadie. Volteó y del otro lado se hallaba Piscis, había jugado una pequeña broma.
Aphrodite le daba la espalda al mar y tenía sus ojos cielo puestos en él. Fijamente.
Shion parpadeó. Su actitud era bastante extraña desde la mañana, no que hubiera dado un giro de 360 grados, no, los cambios apenas eran sutiles, pero ahí estaban. Normalmente, ambos mantenían un trato distante y profesional; en sus 23 años no habían intentado entablar una amistad, menos aún tocarse a propósito como había sucedido en la plaza o los golpecitos hacía segundos. Normalmente sus miradas se esquivaban si no debía de ordenarle algo. Normalmente Aphrodite tendría que estar charlando hasta por los codos con cualquier otro ser del planeta que pudiera entretenerlo.
—Tengo curiosidad, ¿Qué piensas de mí?
—¿A qué viene esa pregunta? — sujetó el barandal con ambas manos, apartando la mirada para ver el mar en calma de un azul profundo. Muy consiente de que él seguía observándolo sin pena alguna, como queriendo sacarle la verdad tras interpretar sus movimientos y gestos.
—Me lo estaba preguntando y ya que estás aquí… —se encogió de hombros —¿por qué no saciar mis ansias de conocimiento?
—Eres un caballero inteligente y poderoso.
Aphrodite rodó los ojos —Por favor, acabas de describirme a media élite dorada. Sé más específico —le ordenó, cruzándose de brazos.
Aries suspiró. ¿Qué podría decirle? Todas las cosas que se le atoraban en la garganta no venían al caso y las que sí… bueno, si quería ver a dónde iba a parar con esa inesperada actitud, tenía que plantearlas de la mejor manera. El chico era voluble y un tanto rencoroso. —Pienso que sigues tus propias reglas, eres… diferente.
Aphrodite se apretó el puente de la nariz, resignado. Tampoco con ello le decía mucho. Diferente era todo el mundo. ¡Athena! Que tampoco los gemelos eran dos gotas de agua. —Ok. Creo que tendré que ser paciente y descubrirlo después.
Una sonrisa se asomó a los labios de Shion —Tú no eres paciente.
—Ya sé. Era un decir —giró su cuerpo para mirar el horizonte gris. —Pero te propongo un trato.
—¿Cuál? —accedió a preguntar luego de que el sueco dejara colgada la frase y se quedara callado.
—Sé que eres el sumo sacerdote y demás cosas aburridas —fingió que bostezaba —Y que se te da bien no involucrarte entre tus humildes servidores, pero quiero una tregua.
Shion frunció los dos puntitos en su frente —¿Tregua acerca de qué?
—De sea lo que te haya hecho para que apenas seamos conocidos.
Le dolió. Demasiado. Él mismo pensaba que eran meros extraños en esta vida, de hecho admitía que se lo había buscado con creces cuando supo que Aphrodite no era Albafica; mirar dentro de sus pupilas el primer día frente a frente y no encontrar en ellas ni un vistazo de reconocimiento había quebrado sus esperanzas, le había dejado vacío. ¡Rayos! ¿qué esperaba? El lago Leteo había cumplido perfectamente con su función y Shion, inconscientemente, fue cavando una distancia insalvable entre ambos porque no soportaba que ese chico, esa alma, ese cuerpo no lo reconociera ni con el paso del tiempo. Albafica nunca regresaría y tendría que aprender a vivir con ello. Lo sabía. Pero que saliera de los labios de Aphrodite como si nada fue… duro.
Tras casi un minuto completo, asintió como un robot.
Piscis se dio cuenta de la fuerza que Shion aplicaba al agarre del barandal. Iba a apretar su mano para que dejara de hacerlo y por mera excusa de tocarlo (más lo segundo) cuando sintió fuego arder en su corazón, tan potente que no pudo contener una mueca de desagrado y llevar su mano al pecho. —"¿Pero qué demonios?" —y no, no era que el amor le hubiera dado su tiro de gracia, era algo que la isla desprendía lo que se estaba arrastrando por sus venas que sentía derretirse. Apretó la mandíbula debido al dolor, para no soltar ningún quejido, y echó un vistazo a su compañero de viaje, tan fresco como siempre. Gracias a los dioses, el malestar cedió unos grados.
—Hestia te da la bienvenida, caballero de Piscis —la voz de Azura hizo que los dos le prestasen atención.
Aphrodite sentía su corazón bombear como cañones zumbando por sus oídos. —Cuánta hospitalidad —ironizó, apartando la mano del pecho porque sentía los ojos de Shion clavados en él.
—¿Te sientas mal?
—Ya se ha pasado —mintió.
El brazalete de Azura se encendió, llamas azules y vivas desfilaban en su antebrazo reptando como serpientes, a ella parecía no quemarle y auguraba la cercanía de la isla Vesta. —Tranquilo, es de buena suerte —le dio unas palmaditas en el hombro.
—¿Acaso eres masoquista? —reprochó. —Eso más bien me gritó: ni se te ocurra pisar mis tierras, hermoso caballero de Piscis.
Ella rió. —¿Ya habías venido por aquí?
—No. Es la primera y la última —frunció el ceño.
Shion carraspeó, no le gustaba la dificultad con que Piscis comenzaba a respirar —¿Qué ha pasado?
—Algunos de nuestros invitados, al entrar en las aguas de Fuego, reciben un cariñoso saludo de Hestia. Su corazón bombea por unos minutos el fuego eterno de la llama sagrada resguardada en el Pritaneo. Es un honor.
—Ajá… —soltó, irritado con tanto "bendición".
Tras varios minutos de viaje, la isla de la diosa empezó a dibujarse frente a la niebla con una larga y picuda silueta.
Cuanto más se acercaban, Aphrodite más nervioso e inquieto se sentía. No por el papel que debía de ejecutar en esta misión, eso nunca lo había asustado, pues ni la vez que tuvo que terminar el trabajo de Escorpio en la isla Andrómeda, ni cuando marchó en las filas de Hades le habían puesto aprensivo en las preliminares. Se había instalado en su psique ese estado aturdido y ansioso, y el que casi hubiera sido quemado desde el interior no ayudaba en nada.
El barco llegó al pequeño puerto y ancló. Había dos naves más al lado de su desembarque.
Sus tres acompañantes lo precedieron.
Se ajustó la correa de la caja de su armadura y puso un pie en el puente de madera.
"… Serás el primero en morir". Una vocecilla con eco invadió su cabeza con la perturbadora frase. Su corazón le dio un vuelco. ¿Qué patrañas estaba escuchando?
—¿Aphrodite? —Shion se había quedado rezagado para esperarlo. Y se acercó al descubrirlo más pálido que de costumbre. Sus pupilas temblaban y parecía atravesarlo con la mirada. Estaba perdido en lo que sea que estuviese pensando. —¿Aphrodite? —iba a apretarle su hombro para sacarlo del trance pero él le detuvo la muñeca.
Piscis parpadeó y quedó consiente de lo que sujetaba con fuerza. Las voces habían cesado.
Lo soltó sin emoción alguna y siguió a Dohko y Azura que ya les llevaban bastante tramo. Tras dar largas zancadas llamó a su armadura y ésta se adhirió a su cuerpo como una segunda piel metálica. Se sintió un poco mejor.
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El Pritaneo era impresionante. Un enorme y perfecto círculo, casi del tamaño del coliseo, con tres escalones ascendentes para que se pudiera tener acceso desde cualquier punto al centro, donde se edificaba un templo de pilares corintios. Había un séquito de doce sacerdotisas esperándolos, todas ataviadas con vestidos del más inmaculado blanco y de diferente corte, unos tan largos que tapaban sus pies otros apenas rosaban la rodilla, pero con el mismo brazalete rubí en la muñeca derecha. Ellas, como explicó Azura, eran las protectoras del fuego eterno: una fogata de llamas escarlatas que ascendían casi hasta lamer el techo con su danza.
Toda la fuerza del fuego estaba contenida en una especie de bol color oro sobre un prisma rectangular de piedra, este, grabado con bellas imágenes que aludían tanto a Prometeo, ladrón del fuego de los dioses para obsequiarlo a los humanos, como a Hestia, protectora de los hogares.
Catlyn, la segunda al mando, hizo una reverencia ante Shion. —Honorable Patriarca de la sabia Athena, sea usted bienvenido al templo de Hestia.
Aphrodite se fijó que la rubia señorita no se molestó en dirigir la vista ni a Libra ni a él, como si no existieran. Era la única que llevaba dos brazaletes, uno en cada brazo, con llamas negras como el cielo nocturno y delineadas en oro. Tenía un andar regio, con la barbilla afilada alzada con arrogancia. —Sabrá que son dos motivos los que nos aquejan. El más importante es este… —caminó hacia el lado opuesto del bol donde se hallaba, esperando que Shion la siguiese, cosa que hizo.
Azura se quedó en el mismo lugar junto a Dohko, por lo que Aphrodite tampoco se movió.
Shion se acuclilló para analizar la grieta en el borde, era como un tazón despostillado, apenas de cinco centímetros hacia abajo. De ella manaban chispas que saltaban al exterior, extraviadas.
—¿Cuánto hace que está así?
—Desde que inició la guerra santa contra Hades. Las grietas suceden cuando hay un conflicto serio entre los olímpicos. Hestia nos muestra el daño que está sufriendo su familia y nosotras nos encargamos de que el fuego avive y los guíe a la paz y el perdón; cuando la riña finaliza, el recipiente vuelve a estar intacto —la chica le hizo una seña a una vestal bajita y de cabello castaño para que se acercara. Llevaba un joyero rectangular de madera tallada en las manos, que abrió con solemnidad frente a su superiora.
—Con esto, podrá tocar la llama sagrada sin que le cause daño —Catlyn tomó del interior un delgado brazalete de oro con un pequeño dije que replicaba cada detalle del báculo de Athena y lo abrochó a la muñeca del Patriarca.
Azura le explicó bajito a Aphrodite que cada vestal representaba a un dios y cuando los líderes de las órdenes necesitaban portar el fuego se les prestaba un brazalete hecho especialmente para su deidad, si quería reconocer a cual estaba ligada cada una, que mirara a su cuello y hallaría un fino collar del que colgaba un símbolo de rubí que haría alusión al dios, como el tridente de Poseidón o la pluma de pavorreal de Hera. Aracne era el nombre de la chica a cargo de los ritos a Palas Athena y la que guardaba su dije.
—Mi diosa está en paz con el señor Hades —Shion encendió su cosmos hasta el límite y acercó sus dedos a la grieta. Sintió un leve escozor en las yemas cuando palpó la grieta…
Las voces reaparecieron en la psique de Aphrodite, esta vez era un mensaje completo que no alcanzó a decodificar por la velocidad con que las palabras reaparecían creando mil ecos entre sí. Entre las pocas que distinguió: sangre, guerra, sacrificio. Su pan de cada día. Mordió el interior de su mejilla. Y esa letanía tétrica: serás el primero en morir... Sacudió la cabeza para alejar esa exasperante voz de mujer.
Recorrió los rostros de toda la comitiva de Hestia, a Dohko y a Shion, o todos eran grandiosos actores dignos de las más altas gracias o él era el único que escuchaba ese martilleo de palabras ininteligibles. Pasó una mano por su cabello celeste.
—Debió de haberse sellado —terminó diciendo Shion, dando un paso atrás.
Hubo silencio en su mente. —"¡Al fin!"
—Sí. El conflicto fue grande, ni más ni menos que con el señor de los muertos, en esas ocasiones el recipiente requiere de nuestra ayuda. Las doce vestales encendemos nuestros cosmos y ofrecemos nuestra sangre para cerrarlo. Pero intentamos una y otra vez y no lo conseguimos. Normalmente la reina es clave para convencer al fuego sagrado, pero mi señora Ramnusia no está en condiciones —apretó los puños. Parecía enfadada. —Hestia está en un silencio sepulcral desde que inició el eclipse. Intentamos que ella nos revele la causa, pero… nada. Azura y yo tuvimos la idea de que, si un santo de Athena ayudaba a cerrarla, era como comunicarle al fuego sagrado que todo volvía a estar en calma y que ambos bandos habían pactado paz.
—Ya veo. Si ese es el caso, me parece que lo mejor hubiera sido que mi señora Athena, en persona, viniera a explicarle a Hestia…
Catlyn negó. —Hades está ofendido por el dictamen que hizo Zeus a favor de la resurrección de buena parte de la orden guerrera de su sobrina — se detuvo para señalar a la chica morena de cabello tan blanco como la nieve. —Melínoe puede percatarse del humor del rey del inframundo, así como cada una del resto sabe en qué condiciones se encuentran sus dioses conexos. Si en esta tierra sagrada se presentara una deidad en cuerpo propio cuando aún hay resentimiento por parte de otra… bueno, Hestia no podría dar una imagen neutral como siempre. Hay que ser recurrir a segundas opciones más políticas y, como usted técnicamente fue traído por decisión y obra de Zeus, un tercero/mediador en la riña, no viene representando en totalidad el éxito de la diosa de la guerra justa. Lo cual ayuda bastante por su habilidad única como orfebre.
—Comprendo. Será de mucha ayuda que me auxilie explicándome la técnica que utilizan, pero pasemos a lo segundo de urgencia para que mi caballero de Piscis pueda iniciar el remedio a la reina.
Catlyn suspiró. —Por aquí, por favor.
Las vestales hicieron una reverencia de despedida y Azura indicó a Libra y a Piscis que también los acompañaran. Los tres iban cerca de cinco pasos más atrás que sus líderes.
Bajaron los escalones de piedra y se dirigieron al único templo de estilo antiguo hacia el norte. Había un margen de un kilómetro, más o menos, entre el Pritaneo y las casas de las vestales, construcciones con tejados a dos aguas que rodeaban la circunferencia perfecta y de fachadas blancas.
Dentro, recorrieron varios pasillos iluminados por antorchas y completamente vacíos de cualquier otro mobiliario. —Son hijitos del fuego sagrado —les susurró Azura con felicidad. Era como una guía turística para Aphrodite.
Llegaron hasta una habitación cerrada. Catlyn dio tres golpecitos y la puerta se abrió. Era la habitación personal de la reina Ramnusia.
Al centro había una cama king-size con ropa de cama con los más variados tonos del otoño y donde descansaba una mujer de unos cincuenta años de edad. A su lado había varias enfermeras capacitadas monitoreando en pantallas los débiles signos vitales.
—Mi reina, hay llegado nuestros invitados —Catlyn tenía la rodilla hincada en el suelo. Los santos de oro hicieron media reverencia.
Tan pronto como abrió los ojos verdes, como el resplandor del sol a través de las hojas de primavera, y descubrió a sus viejos amigos, una sonrisa resplandeció en sus labios. —¡Vaya nada más lo que nos trajo la marea!
Aphrodite recordó haberlo oído alguna vez...
—Sigues tan bella como siempre, mi problemática Ramnusia —dijo Dohko arrancándole una ruidosa carcajada a la paciente.
—Eso quiere decir que durmieron muy a gusto.
—En cuartos separados —aclaró un resignado Shion.
—Vaya líos en los que metes a tu mensajera —Dohko se acercó a la cama y apretó con cariño la mano de la reina. —¿Cómo te sientes?
—Como si tuviera miles de agujas dentro —tosió. —Ninguno de los dos ha envejecido nadita. Tan guapos y juntitos como siempre.
Catlyn carraspeó, visiblemente incómoda con la reacción de su reina. —Ejem. Vino con ellos el santo de Piscis, él ayudará a nuestras incompetentes manos —era claro que se refería al servicio médico. En su voz había reproche, decepción y antipatía por ellas.
Todas las enfermeras salieron de la habitación en silencio, a excepción de una.
—Oh, vamos, tanto mal humor te matará tan joven —dijo Ramnusia a su segunda al mano. —No le hagan caso, chicos, cuando la conozcan verán que es un pan de dios.
—Mi señora, debería guardar silencio para ahorrar energías.
—¿Entonces como quieres que le diga mis pesares a este joven?
Catlyn frunció el ceño y cerró su boca.
—¿Cómo te llamas, cariño?
—Aphrodite de Piscis, a su servicio —hizo gala de todos sus modales.
—Un placer. Dalia te explicará qué se ha hecho conmigo…
—No es necesario, su majestad, Azura me ha dado los informes de los remedios que han tratado para el veneno. Me parece que el error es que aún no lo han identificado y ya le han prescrito medicina, esto cambia los síntomas y nos ata de brazos. ¿Qué las hizo suponer que ha sido algo tóxico lo que la aqueja? Eso en ningún momento se menciona en el informe, así que imagino que es algo más elaborado que un frasco con contenido dudoso.
Catlyn despidió a la médico. Cuando se quedaron los seis a solas, se dirigió a la cómoda de caoba atorada con llave.
Del interior sacó algo envuelto en una tela de terciopelo rojo.
Aphrodite sintió un cosquilleó en la palma izquierda que trató de ignorar.
Ella destapó una preciosa espada corta, una parazonio, más que para ser utilizada en batalla, fue creada como símbolo de poderío, riquezas y distinción de los grandes militares griegos y romanos. El filo estaba hecho por lo que parecía plata, con pequeñas partículas brillosas como estrellas encapsuladas. La empuñadura, el guarda y el pomo eran de oro macizo con una gema azul que formaba la figura de un águila con las alas abiertas.
—Es… Katoptris —señaló Shion, incrédulo —la mítica espada de Helena de Troya.
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Nota: ¡Sí! Mil palabras más que en los anteriores (porque Misao lo pidió :3, a ver si consigo más con los que vienen) xDD jaja.
Ahora... aclaraciones:
1. Le he tomado prestado el nombre y la procedencia de Katoptris a Rick Riordan escritor de "La saga del Olimpo" (estuve buscando en internet y no hallé que fuera verdad el regalo de bodas de Menelao... si alguno de ustedes sabe, me encantaría saber). Pero la apariencia, el material y lo que es capaz de hacer (lo diré en el próximo cap n3n) son invenciones susurradas por los labios de mis musos musculosos y sexis que andan corriendo y haciendo abdominales como ya sabe Arawn87 ;D.
2. No hay parte de LC porque quería que la línea de tiempo principal avanzara y el siguiente capítulo contendrá buena parte de Albafica. Y porque quise que se diera un guiño oculto lalala.
3. En el primer capítulo respondí un review y dije que Dohko le haría ojitos al Cid... pues bien, mis musos me obligaron a cambiar de opinión (jiji lo que básicamente es siempre pues soy libra y ando de aquí para allá) y ahora tendrá los ojos puestos en otro saint igual o más bueno que la cabrita. Ah y porque el favor que le debe Shura a Aphrodite tiene que ver con conflictos amorosos y él quiere a cof cof (los musos le tapan la boca a Herse... más bien me amarran las manos [?]). Eso.
4. Cualquier duda generada por esta trama, con confianza pueden decírmela y yo se las respondo.