Nota: Este es un multi-chapter viejo que nunca pude terminar en mi cuenta anterior (por si se les hace familiar, que lo dudo... han pasado siglos desde que lo borré). Hoy estaba de nostálgica, buscando algo de inspiración para otros proyectos que tengo en mente, y me topé con el. Lo leí y me gustó, quise darle otra oportunidad. Ojalá ustedes también se la den.

Si Apolo lo quiere (y me presta suficiente imaginación y divagues y haikus (cof Percy Jackson cof)), estaré actualizando al menos una vez por semana.

Disclaimer: Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada, yo sólo he tomado a sus encantadores personajes para divertirme a costa suya.

Advertencia:

1. Lime/Lemon en capítulos posteriores.

2. Yaoi, es decir, habrá relación chico/chico. Si no te gusta por favor no continúes leyendo, ya que sobre advertencia no hay engaño ;).

3. Esta historia mezcla dos líneas de tiempo: el pasado (LC) y el presente (post Hades). Para evitarles semejante confusión he puesto el pasado en cursivas.

4. El prefacio (lo que están a punto de leer) está situado en Lost Canvas (años previos al ataque de Minos y el resto de la tropa del señor del Inframundo).

Resumen: El pasado los alcanza. Un pacto se revela. Un objeto sagrado y las bendiciones de una diosa ponen de cabeza la vida de Aphrodite. Mientras tanto, Shion lucha por olvidar un fantasma que jamás volverá, pero... ¿sabrá acaso que en asuntos del corazón cuanto más se intenta menos se consigue?

Parejas protagonistas: Albafica/Shion, Afrodita/Máscara, Afrodita/Shion.

Estado: En progreso...


...:: Espejos ::...

1. Prefacio


Una gotita de lluvia se precipitó a caer de los cielos, la primera de un ejercito tormentoso. Con una precisión asombrosa se estampó sobre la punta de la nariz de uno de los santos de élite de la diosa Atenea, explotando victoriosa sin saber de la maldición que aquejaba el corazón de Piscis. Si hubiera sabido… quizá se hubiera movido tres centímetros hacia el sur, hacia sus pálidos labios para darle… no sé ¿esperanza? Sí. Ese era un bonito sentimiento. Le habían dicho. Aunque ella, todita de agua, no lograba entenderlo. Quizá si lo hubiera hecho brillaría tanto como las estrellas…

Albafica alzó sus pupilas al manto grisáceo que empezaba a cubrir innumerables kilómetros de Grecia. —Pronto anochecerá —suspiró, pero no apresuró su paso. Terminaría su ronda con la misma paciencia y minuciosidad de siempre. Aunque su cosmos no detectara enemigos, no podía poner en juego la vida de sus compañeros por una simple llovizna.

Una segunda gotita estalló en su frente. De hecho le gustaba. Como si fuera una rosa más sobre su pedacito de tierra, sentía placer con las caricias del agua fría rodando por su piel, pegando sus ropas debajo de su armadura de oro, enmarañando su cabello lacio, charlando contra las rocas en ruina y festejando en los charcos. La lluvia era pura vida.

Cerca del lindero del bosque un rayo iluminó las sombras. Y un trueno hizo retumbar sus oídos.

Albafica frunció el ceño, había caído demasiado cerca de las cabañas de las amazonas para su gusto. Quiso cerciorarse que no hubiera daños por si, de alguna forma, había dado pie a un incendio que la llovizna no pudiera controlar.

Para su alivio, los únicos daños eran dos inmensos robles; uno partido a la mitad y el otro derribado por el peso del primero, alejados del resto en una planicie donde la luz de luna llegaba a atravesar las copas espesas en una noche despejada.

Las pocas llamas que lamían la madera quemada estaban dando su último aliento contra el aguacero que iba en aumento a cada minuto. Sonrió. No había peligro.

Se dio la vuelta para marcharse, pero antes de marcar un paso hacia las Doce Casas, notó un débil ruidillo alarmado. Tan débil que por un segundo imaginó que eran inventos suyos. Un cosquilleo de duda lo petrificó. Si acaso era real no podía abandonar a la criatura a merced de la tormenta. No tenía un corazón tan frío como creía debía de tener cualquier guerrero dispuesto a aniquilar a sus enemigos en un pestañeo.

Aguzó el oído tanto como le fue posible.

Un aleteo. Eso era. Una ave había caído de su nido.

Escudriñó detenidamente el césped alrededor de los árboles. Y lo halló. Debajo de una rama quebrada había un pequeño gorrión que suplicaba con sus ojitos negros por ayuda.

Se acuclilló muy cerca y, tratando de no tocar ninguna de las plumas despeinadas por el ajetreo del accidente, levantó la prisión del pequeño.

—Ya puedes volar —le dijo, esbozando una sonrisa.

Pero el gorrión no se movía. —¿Estás bien?

Un sabor amargo inundó la boca de Albafica. El pequeño cuerpecito subía y bajaba con una respiración agitada. Y se le ocurrió que quizá tuviera el ala rota, pues ¿qué otra razón podía impedirle su partida?

Mordió su labio inferior y miró hacia derecha e izquierda, buscando a alguien que pudiera ayudarlo a levantar al pequeño para ponerlo en resguardo del clima. Un alma tan chiquita no resistiría ni una milésima de segundo todo el veneno de su sangre.

Alguien.

Resopló con impaciencia, alejando esa extraña sensación de haber invertido los papeles.

—Por favor, vuela —lo animó.

Quien sea.

—No puedo ayudarte…

El pajarito se encogió aún más. Las gotas de agua le pesaban.

—Pero en verdad quisiera…

Vaya santo de oro estaba hecho si no era capaz de salvar algo tan pequeño.

Alguien.

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