Era un fastidio que su cabeza se llenara de pensamientos acerca del cojo de Seirin, le daba igual sonar grosero. Ese tipo con su tonta lesión, su tonta sonrisa y su tonta manera de ver la vida, tan optimista, sin importar que estuvieran sacándole las tripas, por decir poca cosa. Eso y sus preciosas, radiantes, sonrisas de ánimo, la fortaleza que brindaba a su equipo se le antojaban ridículas, el cómo tomaba decisiones respecto a algo y no lo cambiaba, sin importar más nada… ¿Cómo alguien tan lastimado podía ser de esa manera? El apodo entonces le iba bien: Kiyoshi Corazón de hierro Teppei, menuda tontería.

Himuro, a su lado como siempre, se lo quedó mirando como si tuviera problemas muy serios. Si estrujar con rabia e ingerir de la misma manera una bolsa extra grande de gomitas bañadas con azúcar se consideraba problema serio.

−¿Qué sucede, Atsushi?− Le preguntó, genuinamente interesado. Murasakibara era más bien indiferente, pocas cosas le hacían mostrar emociones. Algo debía estar pasando por su cabeza ya que estaban tranquilamente caminando hacia Yosen y, por tanto, no podía ser algo en el ambiente la causa de su irritación.

−Muro-chin, quiero aplastar a Kiyo-chin− Soltó el gigante mientras hacía bola la bolsa vacía y la arrojaba a un bote de basura cercano. Los ojos de Himuro pudieron apreciar perfectamente la excesiva fuerza en el lanzamiento.

−¿Y eso por qué? Basta, eres mal perdedor− declaró sin dejar de caminar. ¿En serio Atsushi seguía con eso? Ya había pasado un buen tiempo desde su brutal derrota en la Winter Cup, incluso él lo había superado.

−Porque me molesta. Es demasiado feliz.

−No puedes aplastar a alguien sólo porque es demasiado feliz.

Eso hizo enfadar aún más a Atsushi. No, Himuro no entendía. Kiyoshi era demasiado irritante, más por el hecho de estar pululando sus dulces pensamientos todo el tiempo.

−Tú también me molestas, Muro-chin.

Tatsuya se rió como si la cosa no fuera con él, pero una parte muy dentro de él tuvo miedo de la ira de Murasakibara. Era un niño grande, literalmente, enojado. Y los niños son caprichosos, molestos, hacen cosas estúpidas para desahogar su rabia.

La Academia Yosen se divisaba a la distancia. El día era caluroso, tal vez eso contribuía al fastidio de Murasakibara y le hacía decir cosas como esa. Él no tenía la culpa y sin embargo estaba pagando los platos casi rotos. Se preguntó qué cosa había desencadenado la línea de pensamientos de su compañero hacia el senpai de Taiga. Después de la Winter Cup sí estaban con la moral por los suelos, pero con todo y todo, Atsushi no había dado muestras de rencor hacia el chico castaño, no más de las expresadas al final del partido. Sabía que no lo olvidó y que aún le dolía en el alma, pero creyó que fue más por la derrota en sí que por una persona en específico. Igual y era así, pero sus atrofiadas neuronas decidieron canalizar toda esa ira hacia alguien, ¿y quién mejor que el hombre que con media pierna rota y anímicamente "inestable" (cortesía de Atsushi) que al final había vuelto a darle su estúpido apoyo a sus amigos? Eso tenía sentido para él.

Atsushi seguía expresando su odio con cuanta cosa pudiera. Pateaba piedras, latas, estaba siendo descortés con quienes le saludaban, ignorándolos. Y Tatsuya quería golpearlo, aquello era simplemente estúpido. Patear una lata a siete metros de distancia no iba a hacer que sus problemas con el chico del Seirin se arreglaran. Ni siquiera tenían problemas de verdad, era sólo Atsushi y sus tonterías.

Un teléfono móvil empezó a sonar, Tatsuya lo identificó como suyo. En la pantalla ponía que Taiga lo llamaba. Sonrió, era muy temprano para que empezara a joderle. Contestó.

"¿Qué sucede, Taiga?"

"¿Dónde queda el Yosen?"

"¿Qué?"

"Que donde queda el Yosen"

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Tuvo un mal presentimiento de aquello. ¿Qué hacía el Seirin en Akita? Pregunta sólo para empezar.

"Ah… ¿Por qué?"

Miró a Murasakibara, que había recuperado su cara de que no le importaba algo en el mundo. Eso hizo que su mal presentimiento se tornara más intenso.

"La entrenadora concertó un partido de práctica, dijo que nos llevaría. Ella sabe dónde queda, pero tuvo un problema y se retrasó. Dijo que nos adelantáramos, pero…"

Tatsuya podía ver a Taiga rascándose la nuca con nerviosismo, el gesto que se hacía presente cuando se descubría incapaz de hacer algo y buscaba ayuda. Era algo que se daba pocas veces.

"Se perdieron"

"¡Claro que no, idiota!"

"Te mandaré la dirección, espera un momento, Taiga. No hagas algo estúpido"

"'Cállate"

"Ya va"

Y colgó. Abrió la aplicación de mensajería instantánea y tecleó la dirección de su colegio, enviándola al terminar. No pudo ver que, desde arriba, Murasakibara observaba todos y cada uno de sus movimientos con un brillo extraño en la mirada.

Llegados al Yosen, Tatsuya mandó a su compañero al aula, como si fuera un niño pequeño, lo que hizo que Murasakibara quisiera patearlo, pero no le importó más y se largó. Total, así pasaba antes a la cafetería y se compraba algo para comer mientras tanto. Él miró la hora en el enorme reloj de la entrada. Veinte minutos faltaban para que sonara el timbre, tenía tiempo de buscar a la entrenadora y saciar la curiosidad que le había despertado la llamada de Taiga, porque era demasiado temprano. ¿Desde cuándo los partidos de práctica eran en la mañana?

La encontró echada en una de las bancas del gimnasio, bebiéndose algo de una botella extremadamente grande. Casi podía asegurar que ese algo era matcha, la entrenadora solía tomarlo cuando estaba nerviosa. Otro escalofrío le recorrió.

−Buenos días, entrenadora− saludó acercándose. Ella dio un respingo y clavó sus ojos en el recién llegado.

−Buenos días, Himuro− saludó a su vez. Se levantó de la banca y, ante los ojos asombrados de Himuro, se acabó el contenido de la botella, que no era poco. La dejó cuidadosamente en la banca al terminar−. Creo saber porque vienes.

−¿Qué hacen los del Seirin aquí?− soltó la pregunta.

−Vienen a un partido de práctica− Masako hablaba como si no existiera una gran distancia entre ambos lugares. Himuro se preguntó si ella lo consideraba tonto−. Al parecer uno de sus miembros ganó un viaje a Akita para cinco personas. Entre todos pagaron lo de los demás− se encogió de hombros− y la mocosa me llamó. Será bueno demostrarles que eso fue un golpe de suerte− su voz era autosuficiente. Tatsuya sintió una correntada de ansiedad recorrerle. Primero Murasakibara y ahora su estricta entrenadora. Ambos parecían animales heridos esperando a atacar.

−¿Y por qué en la mañana? Los partidos siempre son en la tarde.

Masako suspiró como si le doliera responder.

−Hoy no es día de entrenamiento, Himuro. Estamos haciendo una excepción porque ellos son los ganadores de la Winter Cup− en efecto, le dolía responder. Y a Himuro le dolía escucharla. Sólo un poco. Asintió sin darle mucha importancia.

−Se perdieron. Taiga me llamó hace un rato para preguntarme la dirección.

Masako soltó una risa de superioridad.

−¿Ves como sí fue suerte?

Tatsuya no estaba ni mínimamente convencido de eso.

−¿Vendrán todos? – Era por eso que había ido a buscarla. Necesitaba saber si cierta persona estaría presente. Sería entretenido, por no decir peligroso, ver a Atsushi enfrentar nuevamente al hombre que le fastidiaba la vida, evidentemente sin intención, tan temprano en la mañana y quién sabe desde hace cuánto tiempo.

−Creo que el siete no− la desilusión se plasmó en el rostro del chico, al mismo tiempo que la tranquilidad acariciaba su estómago−. Creo. No hace mucho que volvió de Estados Unidos, aún debe estar incapacitado de jugar. No tendría motivo para venir− a medida que pronunciaba las palabras, ni ella se lo creía. Kiyoshi podía estar medio muerto, pero no dejaría a su equipo solo. Era capaz de ir hasta allí sólo para verlos jugar−. ¿De verdad viniste aquí para preguntarme nada más que eso? – lo estudió con la mirada, un gesto crítico. Tatsuya negó con la cabeza.

−Atsushi…

−Dime que no es cierto− Masako puso los ojos en blanco. Entendía que eran adolescentes, nada maduros, propensos a ser estúpidos, pero si lo que su alumno soltaba lo que creía que iba a soltar, iba a enfadarse. Mucho. Es más, reventaría a Atsushi a golpes y lo sometería a menús de entrenamiento extenuantes.

−Atsushi sigue molesto por lo de Kiyoshi.

Masako deseó tener frente a Aida y golpearla por permitir que su estúpido jugador destronado perturbara la ya muy perturbada estabilidad mental de su niño gigante. También deseó tener frente a Atsushi y golpearlo por no haber superado ese trauma. Es decir, sí, a ella también le fastidiaba la manera en la que los vencieron y no estaba ni por asomo contenta, pero no por eso iba a canalizar toda su rabia hacia Aida, aunque la hubiera llamado anciana. Era contra todo el equipo, no contra una sola. Atsushi podía ser muy crío.

−Murasakibara es como un animalito, Himuro. Puede ser muy inteligente, pero no le pongas algo como Kiyoshi enfrente porque querrá despedazarlo− El moreno torció la boca. Ella tenía razón−. Tal vez él venga, lo dudo, pero tal vez− Estaba segura en un noventa y seis por ciento que el Rey sin corona estaría presente, pero no dejaría de aparentar. Y ella sabía que Himuro pensaba lo mismo. Era como un acuerdo tácito para no estresar a Murasakibara.

−¿A qué hora es el partido de práctica?

−A las diez. Podrán tomar dos clases antes de que empiece. Yo los mandaré llamar a la sala del club− Araki dio por finalizada la conversación con eso−. Ve a clase, Himuro. Tenemos algo que demostrar− el aludido pudo ver la pequeña sonrisa en el rostro de la entrenadora, antes de que se diera la vuelta para volver a su banca. Él empezó a alejarse y, antes de salir del gimnasio, vio la botella de igual tamaño y llena de matcha que sacaba Araki de su elegante bolsa. Otro escalofrío.

/

El timbre sonó cuando ya estaban instalados en sus respectivas bancas. Quinta fila, quinto banco, uno junto al otro. Tatsuya no podía dejar de especular acerca del encuentro que tendría lugar en pocas horas. Se moría de ganas de volver a jugar contra Taiga y, para qué negarlo, también de ver si el Corazón de hierro estaría presente. La espera lo torturaba lentamente.

Murasakibara no se enteraba de nada, sumido en sus propios pensamientos que involucraban dulces y a un lloroso Kiyoshi Teppei pidiéndole perdón por existir. Cosas así le ponían de buen humor, le distraían un rato de su aburrimiento crónico. Tenían física, su mejor asignatura, y la tendrían por las siguientes dos horas. Al menos podría entretenerse un rato no muy largo, que fuera bueno no significaba que le gustase.

/

−Disculpe, profesor− se jugueteaba los dedos con nerviosismo−. ¿Podrían salir Murasakibara-san y Himuro-san? Es por el club de básquet– un chico parado en la puerta aguardaba la respuesta del profesor de Física, que frunció el ceño, nada agradecido de que le interrumpieran la clase, y movió la mano con un gesto que bien podía significar "llévatelos, pero ya, no molestes". Murasakibara se levantó, siguiendo a Himuro como siempre.

−¿Había algo para hoy, Muro-chin? – Inquirió Murasakibara mientras seguían al chico hasta la sala del club. Himuro negó con la cabeza.

−No que yo sepa.

Atsushi odiaba las mentiras.

−Muro-chin, ¿estás mintiéndome?

−No.

−Hmmm− Atsushi hizo un sonido de insatisfacción, pero no iba a poder sacar más. Himuro se mordió el labio inferior, aterrado. Agradecía ser más bajo y que el pelo le cayera más en la cara que en la nuca. Al llegar a destino, Masako los recibió con un gesto de concentración brutal. Ellos eran los únicos que faltaban por llegar.

−Seirin está aquí−los ojos de Murasakibara se abrieron un poco más de lo que ya los tenía y sintió una correntada de placer e ira cruzarle el cuerpo−. Partido de práctica, ya saben lo que tienen que hacer.

Liu asintió sin más interés y fue el primero en salir de la sala, a pasos lentos, rumbo al gimnasio. Murasakibara salió detrás de él, casi saboreando las lágrimas que les haría derramar a esos desgraciados, especialmente a Teppei. Realmente quería verlo ahí, demostrarle que era un ser inferior y más por su rodilla estropeada. Mucho al diablo sus ánimos y su optimismo. Llegó antes que Liu, al que adelantó a zancadas, y al abrir la puerta del gimnasio buscó desesperadamente al objeto de su ira.

Ahí, en una de las bancas, inclinado sobre sí mismo y amarrándose unas sencillas zapatillas negras que no eran ni por equivocación de básquet, estaba Kiyoshi Teppei. Al sentirse observado, levantó la cabeza y le devolvió la mirada, acompañada de una preciosa sonrisa que quiso quitarle a base de balonazos.

¿Siempre había sido así de lindo?

Suspiró tronándose los dedos al acercarse a él con la autosuficiencia asentada en la cara.

Espera… ¿Qué?