Después de subir este capítulo, me di cuenta de que en el anterior cometí un error garrafal. Ya lo he corregido y ahora en los dos, Izayoi tiene 19. ¡Ufff! Qué fallo. En fin, para los que aún no lo hayáis leído, ¡al trurrón!


Había colores. Y agua. Y hermosas luces que flotaban –o bailaban– sobre ella. Las luces iban tomando forma hasta convertirse en seres antropomorfos.

Ninfas.

Había oído hablar de ellas. Eran espíritus muy puros que, con el paso de los siglos, habían ganado el poder suficiente para generarse un nuevo cuerpo. Uno falso, claro. Seguían siendo inmortales, por muchos cuerpos que fabricaran. Pero gracias a aquella habilidad, eran capaces de mezclarse sin problema entre los humanos.

¡Cómo las envidiaba!

Las hermosas criaturas bailaban y reían. Parecían delgadas masas de agua, contorsionándose y fluyendo de un lado a otro. Su danza era hipnótica. Había luces de colores por todas partes. Las féminas se estaban acercando a él. Demasiado.

"Demasiada luz…"

«Despierta»

¿Quién lo llamaba? Quiso cerrar los ojos, ignorar el resplandor, pero no podía.

«Despierta»

Las luces se desvanecieron una por una y solo quedó oscuridad. ¿Cuándo había cerrado los ojos? ¿O acaso siempre habían estado cerrados? Los abrió lentamente, parpadeando varias veces e inspeccionando sus alrededores. Izayoi estaba sentada frente a él, acariciándole la cabeza y las orejas con ternura. Ya estaba vestida.

"¿Qué hora es?"

- Ya es muy tarde, perrito vago – Contestó la joven. – ¿Quieres almorzar o prefieres esperar a la comida?

El demonio no contestó enseguida. Ni siquiera la miró. Flexionó los músculos del cuello y la espalda, tildó el lomo de lado a lado y prestó atención a sus constantes vitales. Decidió llevar más allá el tanteo y se puso de pie tan rápido que la princesa saltó hacia atrás del susto. Volvió a probar: una pata, luego otra. ¡Qué maravilla! ¡No se sentía tan descansado y lleno de energía desde hacía siglos!

Se le ocurrió que aquella nueva fuerza no podía ser desaprovechada, así que, con cuidado de no desgarrar las ropas de Izayoi, apresó una de sus mangas entre los dientes y la urgió a que abriera las puertas del patio.

- ¿Quieres… salir? – Preguntó ella, conmocionada. – ¿De veras?

No era para menos. Era la primera vez que el General pedía salir a pasear. Era ella la que lo obligaba a acompañarla y estirar las piernas una vez al día.

El perro tironeó nuevamente.

- ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡No lo rompas! – Chilló. Corrió las puertas de papel todo lo rápido que pudo y, en cuanto lo hubo hecho, el cánido saltó por el hueco y corrió como alma que lleva el diablo. – ¡Espera! – Pero ni modo. El animal ya se encontraba muy lejos, atravesando el bosque como una flecha.

Estaba indignada… Oh, no, en realidad no. Lo que estaba era extasiada. ¡Por fin! Parecía que el demonio había dado un gran paso en el camino hacia su recuperación definitiva. Aunque eso significaba que pronto la dejaría…

Sacudió aquel pensamiento de su cabeza y procedió a cerrar las puertas para cambiarse. No podría alcanzarlo vestida de aquella guisa. Extendió la manga que el demonio había tomado en su boca para ver un agujero del grosor de su dedo pulgar en la tela.

- Mmm… – Gruñó. – Espera a que te coja, sabandija.

Porque sí, ella sabía a dónde se dirigía.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Inspiró profundamente y estiró el cuerpo, clavando las garras en la tierra y echándose hacia atrás. Acto seguido, se sacudió el sopor.

¡Qué delicia! El aire fresco, el ligero tirón en las piernas por la carrera… ¡Qué recuerdos! ¡Qué libre se sentía!

Inspiró de nuevo. Ningún olor que no fuera el de la hierba mojada y la madera atentaba contra la paz que sentía en ese momento. Se sintió instado a correr un poco más, pero prefirió tumbarse en la pradera –allí, en el centro– y disfrutar de la quietud. No consiguió dormir, sin embargo. Su mente estaba plagada de recuerdos que pugnaban por salir al exterior.

«- ¿Por qué no entrenamos, padre? ¿Por qué no hacemos nada?

- A veces no hacer nada es más difícil que ocupar el tiempo en banalidades. Aprende a disfrutar de la calma, Sesshômaru. Algún día ya no dispondrás de ese lujo.»

«- Padre, ¿está bien que defienda mis ideales?

- ¿Tus ideales? Ah, sí, debes defender tu poder ante cualquiera que ose desafiarte.

- No… Me refiero… ¿Está bien defender mis ideales, incluso si quien atenta contra ellos es alguien a quien debo respeto?»

«- ¡¿Por qué le has dicho eso?!

- ¿Qué tiene de malo? Además, no esperes que apoye tu ridícula idea de hacer que Sesshômaru se encariñe con los humanos. Él será mejor que tú, estoy segura.

- ¡No estoy hablando de su fuerza! ¡No vuelvas a ponerlo en mi contra!»

Los recuerdos iban y venían. Toda su vida, sus experiencias más vívidas y las que no. Las más tormentosas y las que menos. No sabía cuánto tiempo pasó allí, divagando, pero fue suficiente como para que cierta joven humana llegara hasta la pradera y se sentase a su lado, vaciando una gran cesta de mimbre.

"Mmm… Cerdo ahumado."

- Pensé que, ya que estábamos, podíamos comer aquí.

Una suave brisa azotó el prado. El demonio cerró los ojos y absorbió el frescor que traía el viento. Su elemento. ¡Qué paz!

Izayoi colocó sobre una tela amplia todo lo que había dispuesto para la comida: unos cuantos platillos y el cuenco del General con su ración de carne de cerdo. El perro parecía tan relajado y apacible que no se atrevió a importunarlo con sus preguntas. El sueño de aquella noche la había perturbado un poco, pero decidió no cuestionarle al respecto, pues lo más probable era que él no soltase ni prenda. En aquel momento, con los ojos cerrados y la lengua fuera, era la viva imagen de la despreocupación. Nadie que lo viera diría que unos meses atrás había estado a punto de morir.

El General Perro sintió la inconfundible mano de la princesa acariciando su cabeza. Para la chiquilla, aquello era algo natural, lógico y totalmente normal. Para él no tanto, pero aun así entendía que un gesto de afecto de vez en cuando era sano y necesario. Entonces, ¿por qué sus semejantes no lo veían así? ¿Qué estaba mal en él?

- Nada está mal en ti, General – Respondió Izayoi, de nuevo adivinando el curso de sus pensamientos. – Tan solo eres… especial. En el buen sentido.

¿Cómo lo hacía? Nunca antes había podido intuir sus pensamientos con tanta precisión. Quizás tuviera algo que ver con lo que había pasado en la noche…

"¡Ah!"

Saltó como un resorte y miró en dirección al bosque, más allá de los árboles.

"Maldición."

- ¿Qué ocurre, General?

Aprovechando que Izayoi se había puesto en pie, el demonio empujó las piernas de ella con la cabeza para hacerla caer sobre su lomo. En cuanto se hubo asegurado de que estaba bien sujeta, emprendió el camino de regreso al palacio a la velocidad del rayo.

- ¡¿Qué sucede?! ¡Detente!

Los seguía. Pero él era más rápido. Ignoró los comandos de la joven y en un suspiro se hallaron de vuelta. Ni siquiera entonces paró, aunque sí disminuyó el paso para no alertar a los guardias. Con mucho sigilo, pero sin perder el ritmo, llegó a los aposentos de la princesa y cerró las puertas ayudándose de las garras.

Aún podía sentir la presencia del otro demonio apostada más allá de los muros del palacio.

"Mierda."

- ¿General?

El tono de la princesa ya no era de reproche, sino de temor. Tras dudar un instante, el enorme perro se acercó a Izayoi y se tumbó a su lado, posando la cabeza en su regazo, instándola a seguir con las caricias.

Las necesitaba.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Izayoi no había sentido ninguna presencia maligna en el prado, ni tampoco en el camino de vuelta. No obstante, sabía que estaba cerca. Sólo cuando el General se hubo calmado, pasadas varias horas de encerrarlos a ambos en su dormitorio, supo que el enemigo se había ido.

La pulga Myôga llegó al rato.

- ¡Saludos, princesa!

- ¿Qué sucede, anciano Myôga? ¿Por qué el General está de tan mal humor? – Izayoi puso su mejor cara de cachorrito desvalido, por si la información fuese delicada y la pulga no quisiera compartirla.

- ¡Oh, me lo imagino! El joven Sesshômaru está igual de enfadado. La ha tomado con todo aquel que se cruce en su camino. Amo, ¿seguro que no va a volver?

- ¿Sesshômaru? – Preguntó Izayoi, visto que el General no estaba por la labor de entablar conversación.

- Es el hijo del amo. ¡Es muy irascible! – Brincó Myôga.

Izayoi asintió y volvió la vista al General. ¿Habría sido el joven Sesshômaru el que los siguió desde el prado?

- Lo que me sorprende – Continuó Myôga. – es que no haya venido a hablar directamente con el maestro.

"Puede que sólo esté enojado," sopesó el demonio perro, "o puede que esté urdiendo algo."

- Myôga – Habló la muchacha. – ¿hay algo que yo pueda hacer? El General parece tenso.

- Sí, definitivamente esto no conviene al amo. Podría perjudicar a su salud. ¡Qué horror! – Se revolvió la pulga. – Debemos proceder con cuidado. No me cabe duda de que el amo la protegerá de cualquier peligro, princesa, pero procurad no apartaros de su vista hasta que yo averigüe qué trama Sesshômaru.

El diminuto sirviente se marchó poco después.

Izayoi se quedó sentada en su lugar, escudriñando al General. No se había movido en un buen rato, y eso, al menos durante el primer mes que estuvo a su cuidado, era mala señal. Pero el perro parecía estar muy interesado en vigilar que la puerta de papel de arroz continuara cerrada. Temiendo molestarlo, se acercó a él lo más sigilosamente posible y tras sopesarlo, decidió no tocarlo por el momento.

¿Cuánto tiempo duraría aquella situación?

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

- ¿Quieres hablar de una vez, cachorro mimado? ¡Contesta!

En la fortaleza del General Perro se había generado un gran alboroto. Entre la buena nueva de que el amo estaba vivo y la mala de que no pensaba regresar, había opiniones divididas. Muchos guerreros, los menos cercanos al demonio, hablaban de que el General estaba mostrando al fin su débil naturaleza, huyendo del peligro. Mas los comentarios mal intencionados de ese tipo se quedaban en las sombras.

Y luego estaba Reika.

- ¡Habla, te digo!

- Es inútil, maestro Reika – La pulga Myôga se fue a posar sobre su hombro. – Yo se lo explicaré, pero por favor, no le grite a Sesshômaru o empezará una pelea. Y eso no complacería al amo.

El demonio bufó con desgana, pero se dio la vuelta y se alejó del príncipe, que no había dejado de mirar por la ventana de aquel tercer piso con aire ausente. Recorrió el pasillo hasta llegar al otro extremo y allí se detuvo para hablar con la pulga.

- ¿Y bien? Me vas a decir qué está pasando, viejo Myôga?

- ¡Qué manía con llamarme viejo! ¡Apenas tengo 600 años! ¡Soy muy joven!

El demonio de rojo arqueó una ceja. El condenado piojo había logrado sacarle una sonrisa.

- Anda, Myôga, déjate de tonterías y contesta. ¿Qué pasa con Bocchan*?

El pequeño demonio dejó el hombro de Reika para saltar sobre un aparador.

- Afortunadamente el amo se halla mejor de salud, pero el encontronazo con Sesshômaru le ha puesto de los nervios.

- ¡Já! ¿Y a quién no? Si ya él mismo lo dice: ¡niño piedra! – Interrumpió.

- El caso es que esto podría resultar de cualquier manera. Todo depende de lo que decida el amo. – Suspiró. – ¡Ay! Pero lo que realmente me preocupa es lo que le pueda pasar a la señorita Izayoi. ¡Si Sesshômaru decide tomarla con ella, sería terrible!

- ¿Izayoi, dices? ¿Quién es, viejo? – Lo miró Reika, confundido.

- ¡Oh, maestro Reika! La princesa Izayoi es la jovencita humana que ha estado cuidando del amo. ¡Y su sangre es exquisita, exquisita!

- ¿Una humana? ¡Je! No cambia, Bocchan, siempre jugándose el pellejo acercándose a esos insectos. ¿Qué tienen de especial, a ver?

- Bueno, yo soy un insecto… – Dijo Myôga medio en broma.

- Ah… Perdona, viejo.

- ¡Y dale con "viejo"!

Pero el demonio de fuego ya no le prestaba atención. Se acercó a una estrecha ventana del fondo del pasillo y echó una ojeada. Las nubes grises a lo lejos anunciaban que se avecinaba un aguacero de primavera.

Y pensar que cuando eran unos cachorros, su amo había estado a punto de asesinarlo en el campo de entrenamiento… En aquel entonces no se conocían, jamás habían hablado y mucho menos le había mirado a los ojos. Recordó que aquel día su padre estaba especialmente nervioso, pero no le explicó por qué. Ahora sabía que era porque se había decidido que se enfrentara al hijo del Demonio Perro que dominaba aquel territorio. Una demostración de poder. Era cruel, obligar a un potencial enemigo a sacrificar a su vástago en combate para demostrar su superioridad.

Cuando se presentó frente al demonio perro, le dio mucho miedo. Su mirada y su expresión eran maliciosas y reflejaban bien sus intenciones: quería verlo morir. Incapaz de aguantar su escrutinio voraz, miró al hijo. El niño, curiosamente más joven que él, tenía una mirada vacía e impersonal. Parecía un espectro, allí de pie y sin mover un músculo. Durante el intercambio de palabras de sus padres previo al combate, no dio señales de estar prestando atención a su alrededor. Y, además… ¿era su impresión o el niño se veía enfermo? Era moreno de piel, pero el color estaba apagado. En resumen, parecía un fantasma.

Con todo aquello, Reika pensó que podría vencerlo. Si lo hacía, su padre estaría orgulloso, ¿no? A lo mejor aquel demonio tan siniestro no se pondría tan contento, pero visto el estado en el que se encontraba su cachorro, no sería difícil ganar.

¡Qué equivocado estaba! Durante la primera mitad del encuentro, el niño (al que le habían presentado formalmente como Bocchama) esquivó con precisión y elegancia todas sus acometidas. Se movía con una fluidez envidiable, como si predijera el punto exacto en donde iba a caer el golpe. Eso fue hasta que el gran demonio le miró con severidad y su contrincante atacó por primera vez.

Si mal no recordaba, le había asestado un único golpe en el costado izquierdo. ¡Pero vaya que había dolido! ¿Le había roto una costilla? Ya no lo recordaba. Del impulso, salió disparado hacia atrás y rodó por el suelo hasta detenerse. Nunca le habían pegado tan fuerte y no fue capaz de levantarse de la impresión. Fue el tiempo que necesitó su rival para llegar a su posición y preparar las garras para acabarlo.

Creyó que moriría, y se dio cuenta entonces, al ver la angustia en el rostro de su padre, que él también lo creía. Que lo había sabido desde el principio. Pero la muerte nunca llegó. En cambio, sus suposiciones se confirmaron: el muchacho estaba enfermo. Vio cómo se desplomaba frente a él y, del susto, insistió en acompañarlo en su recámara hasta que despertara. ¿Por qué? ¿Por qué se había sentido responsable? Quién sabe. Lo único que sabía era que, cuando él le habló y le pidió que despertase, lo hizo.

¡Qué gracioso era recordar aquello! Se habían mirado, sorprendidos los dos, hasta que, de la vergüenza, emprendió la huida. Sin palabras ni explicaciones. Durante varios días lo estuvo evitando después (la señora del palacio había considerado que a su hijo le vendría bien tener a otro niño con quien estar). Finalmente, tras una semana de camuflarse con los muebles y arrastrarse por el pasillo, el demonio perro lo sorprendió por detrás cuando intentaba robar unos pastelillos de la cocina. Y una amistad tan férrea como anodina surgió.

A Bocchan no le gustaba la lluvia. Era una de las cosas que tenían en común.

En aquella ocasión, el origen de la enfermedad de su amigo había sido el yugo al que lo había sometido su padre. Ahora, su nueva familia atentaba una vez más contra su vida.

Reika cerró los ojos e inspiró el aroma a humedad en el aire. Se ocuparía de todo en ausencia de su señor.

Se lo debía.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

"Así que Reika", sopesó. "Entonces está bien".

El General tenía dudas sobre si regresar. La irrupción de Sesshômaru en su remanso de paz lo había sacado de sus casillas. Ya no disfrutaba como antes de los juegos con los niños ni de los paseos con Izayoi. Quien, por cierto, empezaba a mostrar signos de mal humor. Era visto que su nueva actitud no le complacía en absoluto.

Pero no podía evitar estar tenso. Se debatía internamente entre quedarse y protegerla o volver y poner en su sitio a su malcriado cachorro. Siempre que creía estar haciendo algún avance con él, ¡aparecía la madre y lo estropeaba todo! Le metía tonterías en la cabeza sobre el poder y la gloria, y cómo debía apartar a los que se interpusieran en su camino. Le repugnaba aquella forma de pensar, tan parecida a la de su propio padre. Creyó que después de lo que había pasado con él, la inugami se mantendría al margen de la educación de su hijo. Tal parecía que sólo había servido para que instara a Sesshômaru a hacer lo mismo.

"Aunque… no puedo imaginar a Sesshômaru apuñalándome por la espalda".

Aquel era un pensamiento muy soberbio, sí, pero era la verdad. Por el momento, se sabía con el respeto del muchacho y, mientras así fuera, no habría nada que temer. Por eso la actitud de Sesshômaru ante su amistad con Izayoi era tan preocupante. Debía asegurar ese respeto o peligraría lo único que mantenía unidos a ambos: la confianza. Porque Sesshômaru podía haber heredado el carácter gélido de su madre, pero sus esfuerzos por inculcarle sus ideales a lo largo de los años no habían sido del todo en vano. El chico era objetivo en la mayoría de sus decisiones, no se dejaba llevar por sus impulsos y nunca mataba porque sí, salvo que algún desgraciado se cruzase en su camino. Lo consideraba vulgar.

Algo es algo.

Había tomado una decisión. No se dejaría amedrentar por el ultimátum de Sesshômaru. Esperaría un poco más a recuperar su forma humanoide y entonces tomaría las riendas de la fortaleza.

Ni siquiera estaba seguro de por qué no lo había hecho ya.

- ¿Estás de mejor humor?

"Ah, ya…"

Acercó el hocico a la manga de su kimono y olisqueó. Orquídeas. Había estado en el jardín trasero. La suave mano de Izayoi se paseó por su cabeza, acariciando sus orejas. Aquel contacto hizo que las sacudiera graciosamente, e Izayoi sonrió.

- Veo que sí. Menos mal – Suspiró aliviada.

El demonio la miró como pocas veces lo había hecho: directamente a los ojos. Era en esos escasos momentos en los que no cabía duda de que no se trataba de un simple animal, en los que dejaba al descubierto todo el peso de su conciencia frente a la inocente vista de la princesa. No sólo había estado pensando en su hijo durante la tarde; había otro asunto en concreto que había estado sopesando minuciosamente.

- ¿Tienes apetito? ¿O prefieres seguir haciendo el vago? ¿Eh? – La joven le dedicó una amplia sonrisa antes de levantarse y volver a sus quehaceres. El General se preguntaba qué tanto escribía que era tan importante llevarlo al día.

- Princesa – Habló Emiko al otro lado de la puerta. No esperó confirmación; simplemente entró y le sirvió un té a Izayoi.

Al demonio perro no le gustaba la entrometida doncella. Siempre hacía comentarios inapropiados y le miraba con superioridad y asco. Se había convertido en uno de los pocos humanos a los que no le importaría poner en su lugar, por muy mujer que fuera. Pero cuidaba bien de Izayoi, y por eso soportaba con nervios de acero sus desplantes.

- Ese monstruo planea algo, princesa – Empezó, como siempre. – No os quita la vista de encima. Quiere comeros, ¡o raptaros!

- Emiko – Sonrió la muchacha sin dejar su tarea – no desvaríes. Te saldrán arrugas.

- ¡Hablo muy en serio! Es un demonio. ¡Yo lo vi!

- Sé que lo viste – Izayoi se puso seria y abandonó el pergamino para encararla. – Y todos los días me pregunto si realmente vale la pena correr el riesgo de que te quedes aquí y se lo cuentes a alguien.

"Espera… ¡¿Qué?!"

- ¿P-planea echarme? – Preguntó la sirvienta, aterrorizada. – P-pero, princesa, ¿a dónde iría?

Izayoi, complacida, asintió y retomó su tarea.

- Ahora que ya has escarmentado, por favor, no vuelvas a tocar el tema. El General se quedará el tiempo que le plazca.

Impresionado, el demonio se acercó a la joven, esquivando a la estupefacta doncella, y como ya le era costumbre reposó la cabeza en su regazo. Esperaba, así, transmitirle al menos un "gracias".

- De nada Susurró.

Y entonces, algo cambió.

No supo muy bien el qué, pero estaba seguro de que ya no había marcha atrás, fuera lo que fuese. La discusión que había presenciado le había proporcionado una nueva perspectiva de la situación, y la decisión que había tomado minutos atrás quedó en el olvido, instando a su mente a explorar un nuevo curso de pensamiento.

Si todo salía bien, entonces, tal vez…

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Izayoi se despertó a la mañana siguiente con el corazón en un puño.

Había tenido la peor pesadilla de su vida y ni siquiera podía recordar cómo empezaba. Giró la cabeza a la derecha para comprobar que aún no era de día. Pero, ¿qué importaba eso?

Quiso llorar, chillar y gritar. Sacarse la congoja que persistía en su pecho. Pero no, no lo haría. Cerraría los ojos con fuerza y obviaría la oscuridad, y el frío…

… y que General se había ido.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

- A ver si lo he entendido.

El anciano se sacó un montoncito de cera de la oreja y lo tiró sin reparos. Al contacto con el suelo, la bola se evaporó en segundos.

- Quieres que fabrique una espada que sólo tú puedas usar. Que reaccione al contacto con cualquier otro demonio y cuyo único fin sea proteger a los humanos – El demonio herrero terminó la lista de atributos de su encargo y miró al cliente con sus ojos saltones abiertos de par en par. – ¡¿Es que has perdido la chaveta?!

El otro demonio le propinó un buen golpe en la calva.

- ¿Puedes hacerlo, Tôtôsai-san?

El herrero observó de arriba a abajo al poderoso inugami, rascándose al mismo tiempo el chichón que se había ganado.

- ¿Por quién me tomas? Estará lista en tres días, como mucho – Luego, cogió unas tenazas y las meneó en el aire. – A propósito, ¿podrías abrir la boca un momento?

- ¿Uhm? ¿Para qué? – Preguntó el general mientras lo hacía.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

- ¡Qué curioso! Nunca me había salido un chichón en el chichón.

- ¡The lo merehes, hiejo de mhierha!

Tôtôsai ya había empezado a forjar el colmillo que le había extraído. Se manoseó la mandíbula y reprimió un quejido que pugnaba por escapársele.

- ¿Y cómo iba a saber yo que no era de leche? Bueno, mejor que mejor – Giró la hoja de su nueva creación y prosiguió. – Así será más resistente.

- ¿Puedo saber por qué era necesario arrancarme un colmillo, herrero?

El anciano sopesó su respuesta.

- Uhm… Me pediste una espada con propiedades muy concretas. La única forma de asegurarme de que así fuera era fabricándola a partir de ti mismo, es decir, de un pedazo de tu alma.

El General Perro se volteó hacia el demonio, confundido.

- ¿Mi alma?

- ¡Así es! – Tôtôsai blandió la espada en su dirección. – Esta espada ahora está conectada a lo más profundo de tu alma, tus sentimientos. Si tu deseo es proteger, ella protegerá. Si tu deseo es retirarte, ella dejará de luchar. Seréis uno. No pienses en ella como una espada cualquiera. ¡Está viva! Tan viva como tú lo estés.

El inugami pensó en ello por unos instantes. ¿Su espada estaría viva? No es que tuviera buenas experiencias con ese tipo de armas, precisamente.

- Ya tengo una espada consciente. No me hace gracia que esta también vaya a estarlo.

- ¡Oh, pero esto es distinto! – Refutó Tôtôsai. – Sôunga te rechaza porque no compartes sus ansias de destrucción. Pero esta espada será parte de ti. Piensa en ella como una extensión de tu corazón; tu misma esencia, hecha espada.

"¿Mi… corazón?"

- Confiad en mí, señor, os llevaréis bien. Lo que me preocupa es que Sôunga pueda sentir celos de ella – Una vez más, blandió la hoja de un lado a otro, admirándola. – Sí, creo que esta podría ser de las mejores espadas que he fabricado.

- Más te vale, con lo que me ha costado.

Efectivamente, mientras el herrero martilleaba su colmillo, la espada que colgaba de su fardo parecía inquieta. Con recelo, el General Perro la empuñó y al momento se vio embargado por el espíritu maligno de Sôunga.

"Basta."

"No me gusta. Destruye, ¡destruye!"

Con el tiempo había sido capaz de dominar a Sôunga hasta el punto en que sus intentos de poseerlo sonaban como palabras sueltas y coléricas. Pero su aura demoníaca seguía aplastando su autocontrol como una losa de piedra.

"No. Cállate."

- ¿Tres días, has dicho? – Preguntó al anciano para distraerse.

- Sí, no debería tardar más.

Tres días. Aun así era mucho tiempo. Pero conseguiría aguantar, tenía que ser fuerte y esperar.

Pero la extrañaba. Demasiado…

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Lo extrañaba. Demasiado.

Tan solo hacía dos días que se había ido y ya sentía que le habían arrancado parte de sí. No había ido a desayunar, ni siquiera había salido de la habitación. Emiko, por supuesto, estaba tan encantada con la noticia que había corrido a contárselo a todos. ¡Los pobres niños! Habían ido llorando hasta su cuarto a pedirle una confirmación. No hubo quien consolara a la pequeña Ruri.

En aquel momento se hallaba sola en sus aposentos. No deseaba ver a nadie. Pero tampoco podía negarle ese derecho a su padre.

- Izayoi – Llamó el hombre desde el otro lado. – ¿Puedo pasar?

- Sí – Fue su escueta respuesta.

El señor Hamasaki entró en el cuarto de su hija, un lugar que pocas veces había pisado. Le impactó lo vastamente acomodado que estaba.

- Hija – Comenzó – el gobernador de Setsuna ha llegado esta mañana. Me ha pedido una audiencia contigo.

- ¿Tengo cara de querer recibir a nadie, padre? – Le reprochó ella.

- ¡Olvídalo! Sabías que pasaría, tarde o temprano el perro debía irse – Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él. – Vamos, Izayoi. Me lo prometiste. No te estoy pidiendo que lo aceptes, solo que lo conozcas. ¿De acuerdo?

Izayoi miró con intención a su padre, buscando el engaño en sus ojos. No lo había.

Ciertamente, lo había prometido. Y por lo visto su padre no iba a forzarla a aceptar un matrimonio si ella no estaba dispuesta.

Asintió.

- Bien. Te esperamos en el salón grande.

El hombre se retiró con premura, a sabiendas de que la joven no se demoraría demasiado. Izayoi, por su parte, volvió a mirar a través de las puestas correderas que daban al jardín.

Le temblaba el cuerpo. Quería ponerse a llorar de nuevo. Y es que hace falta ser tonta para enamorarse de un hombre del que ni sabía el nombre, al que nunca había visto el rostro o escuchado una palabra salir de sus labios. ¿Cómo, en definitiva, había llegado a amar a un demonio? Muy en el fondo, lo sabía. No le había hecho falta oír su voz o ver su rostro; había tocado su alma, y eso le bastaba. Él era especial, un alma pura y dolida, pero tierna y compasiva. ¿Qué importaba el aspecto que tuviera? Le amaba por cómo era por dentro, poco podía importar cómo se viera por fuera. Quizás nunca llegaría a verlo en su forma humanoide, pues ya se había ido, pero al menos le había conocido como realmente era. Él le había mostrado su verdadero yo, y eso era más que suficiente.

Respiró hondo y tomó como pudo el cepillo de su aparador sin moverse de su posición sentada. Se arregló el cabello y alisó como mejor supo los pliegues de su kimono. Quizás el hombre que había venido a verla no estuviera tan mal. Quizás hasta le gustara. Quizá…

… podría atesorar aquellos sentimientos para siempre.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

- Sesshômaru.

Sabía que aquel momento llegaría, pero no esperaba que su cachorro le siguiera hasta la casa del herrero. Tôtôsai, muerto de miedo, trataba de alejarse de la vista de Sesshômaru ocultándose tras el cuerpo del general.

El muchacho permaneció callado.

- Habla – Le ordenó con voz serena. – De lo contrario, no sabré qué es lo que piensas.

- Hace cincuenta años me dijiste esas mismas palabras – Habló por fin. – Padre, ¿qué es lo que pretendes?

- ¿A qué te refieres?

Sesshômaru fijó la vista en un punto tras él. En la nueva espada a medio forjar. El general soltó una risa desganada.

- Me apetecía tener una espada propia. El peso de Sôunga es demasiado a veces, incluso para mí.

- ¿Y la humana? – Continuó Sesshômaru, no queriendo dejarlo ahí. – Has estado ausente durante mucho tiempo, padre. Madre es fastidiosa.

"Mira, ahí estamos de acuerdo," pensó él.

- Y quieren que vuelvas. El dragón ha vuelto.

- ¿Ryûkotsusei?

Sesshômaru no respondió. En vez de eso, agravó la mirada contra su padre, buscando respuesta a sus propias preguntas.

- ¿Te molesta, Sesshômaru? – Dijo refiriéndose a Izayoi.

- No especialmente. Sólo deseo saber qué lugar ocupará esa… humana – Decidió.

El demonio perro desvió la vista y miró al infinito. Su gesto se suavizó considerablemente.

- Sesshômaru – Susurró. Sabía que él podía oírle. – Esa mujer me brinda la paz que llevo buscando durante más de tres siglos. No es mi intención – Devolvió la vista hacia su hijo – que te sientas desplazado. Tú sigues siendo mi hijo.

Para cualquier otro, nada cambió, pero era su cachorro y pudo discernir una leve relajación en el ceño fruncido de Sesshômaru.

- En cuanto a la espada – Señaló tras de sí a Tôtôsai, que corrió a esconderse – ¿quién sabe? Quizás algún día sea tuya.

Eso mejoró considerablemente el humor del cachorro. Sesshômaru ya rozaba los cien años, pero seguía reaccionando como un crío ante la perspectiva de un juguete nuevo. Una espada lo contentaría de momento.

- ¿Volverás ahora? –Fue su última pregunta.

- Pronto. Aún queda un asunto que he de resolver.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Bueno, no había sido tan horrible.

El gobernador de las tierras de Setsuna era mayor. Mucho mayor. Aunque ella ya casi alcanzaba los veinte. Que su pretendiente le sacase más de quince años no debería ser un problema.

Izayoi lo consideró seriamente mientras tomaba asiento frente al espejo y cepillaba otra vez su pelo, esta vez por la ansiedad. No era muy viejo, lo suficiente para que su carácter se hubiese apaciguado a causa de la edad. Tenía un puesto estable y podía mantenerla, a ella y a las tierras de su padre una vez le fueran legadas. El hombre había sido amable con ella, y la princesa creyó saber por qué: seguramente había oído hablar del General, y no verlo allí había relajado su postura considerablemente. Lo que, para suerte del pretendiente, había jugado a su favor.

Sabía que, de no aceptar el compromiso, su padre no se enfadaría con ella, pero sí quedaría decepcionado. Lo mínimo que le debía era asegurar el futuro de sus tierras.

Como invocado, el señor del palacio abrió las puertas y tomó asiento junto a ella.

- Te lo agradezco, hija. Has sido muy valiente – Habló aliviado. – Puede que este no te guste lo suficiente como para dar el paso, pero que hayas tomado esta nueva actitud me da esperanza de que pronto elegirás un buen partido.

Entonces su padre también lo había notado.

- No es que no me agrade, padre. Parece un buen hombre – Suspiró. – Creo que, en los tiempos que corren, es a lo máximo que puedo aspirar.

- ¡No digas eso! – Exclamó horrorizado. – Estoy seguro de que llegarán otros más de tu gusto. Aún podemos esperar un poco más. ¡No tienes que darle una respuesta ahora mismo!

Izayoi rehusó mirar a su padre. Aquello no fue lo que le pareció cuando el gobernador hablaba sobre la anexión de las tierras de los Hamasaki a sus dominios. Parecía muy interesado, y hasta impaciente, por echarles el lazo.

Pero… aparte de eso, era uno de los mejores candidatos que había recibido en años.

- Dame un día más, por favor – Suplicó la princesa. – Prometo que entonces le daré una respuesta clara al gobernador.

Su padre soltó una risotada que la dejó descolocada.

- ¡Siempre al punto! Igual que tu madre – El señor Hamasaki no pudo evitar revolverle los cabellos a su hija. – Solo espero que tú tengas un poco más de suerte que yo.

Izayoi se sorprendió de que él mismo tocara ese tema. Siempre había sido un tabú, desde que tenía uso de razón. Pero qué se le iba a hacer…

- Dejemos ese tema, padre. No tenemos por qué hablar de ello. Pensaré seriamente si aceptar la propuesta del lord.

No había nada más que decir. Su padre se despidió con un beso en la sien, indicándole a su dama de compañía que ya podía entrar. Emiko cerró la puerta corredera y se sentó junto a Izayoi, le quitó el cepilló y deshizo los pocos nudos que quedaban.

- ¡Lo sabía! – Comentó orgullosa. – Sabía que ese monstruo era la causa de toda vuestra desgracia.

- Emiko… – Advirtió.

- ¡En cuanto se ha ido, habéis conseguido marido! – Insistió la muchacha. – ¡No es maravilloso!

- Sí…

No pensaba decirle a Emiko que todavía estaba indecisa respecto a si aceptar la propuesta de matrimonio. Se subiría por las paredes y culparía al General. Emiko podría ser más joven que ella, pero había tenido un comienzo más duro en la vida, y no comprendía como su ama podía dejar pasar aquella oportunidad. Pero las circunstancias eran muy diferentes; Izayoi había aprendido hacía tiempo que cada uno desea lo que no puede tener, y lo que ella tenía de riqueza, a su sirvienta le sobraba de libertad.

Por un momento, se preguntó qué diría la pura y correcta Emiko si le contara su secreto…

- ¿Y ahora por qué sonreís, princesa?

- ¡Oh! Por nada, descuida – Dijo, reprimiendo a duras penas la risa.

Quizás Emiko tenía razón y la llegada del gobernador de Setsuna era un buen augurio. ¡Estaba decidido! Dejaría pasar el desayuno, pero nada más terminar, aceptaría la proposición.

La doncella se marchó al poco rato e Izayoi descorrió un poco la puerta que daba al patio antes de meterse en el futón y cerrar los ojos. Sí, mañana sería otro día, el principio de una nueva etapa en su vida.

Aunque… todo puede cambiar en solo una noche de luna llena.

ØØØØØØØØØØØØØØØØØØØØ

Se despertó.

Apartó el cobertor de un manotazo y respiró pesadamente. Algo había cambiado en el aire. Estaba cargado y le costaba respirar. Una ansiedad inesperada se había aposentado en su pecho y la había sacado de su sueño.

Era un bonito sueño. General había vuelto y estaban en el prado, tumbados y sin hacer nada. Como siempre. En su sueño, todo había regresado a la normalidad.

El cansancio se había ido. Se levantó del futón sin sentir los acostumbrados calambres matutinos o la flojera y, sin vestir más prenda que su kimono de noche, salió de la habitación hacia la entrada principal de la casa. Por el camino, pudo ver que no era la única despierta. Los soldados, tanto los de su padre como los llegados de Setsuna, tomaban las armas y se daban instrucciones entre ellos para dirigirse en su misma dirección. ¿Un enemigo? ¿Quién les estaría atacando a esas horas?

Esquivó a los guardias, que estaban demasiado ocupados como para notar su presencia, y corrió descalza por los pasillos hasta llegar a su objetivo: el patio delantero que daba al gran portón del muro que rodeaba el palacio. Por suerte para ella, debía de haberse despertado casi al mismo tiempo que se dio la alerta, así que apenas había gente que le impidiera avanzar hasta situarse en primera fila, en el mismo centro del patio. Izayoi frunció el ceño.

El portón estaba abierto.

Al principio no pudo distinguir nada; estaba muy oscuro y los guardias apenas habían empezado a encender los faroles. Pero tras unos segundos y con un poco más de luz, pudo ver que, en efecto, algo se aproximaba.

Tragó hondo y aguantó la respiración. Era un hombre. Alto, muy alto. No pudo distinguir sus facciones hasta que no estuvo a pocos pasos de ella y la luz de las linternas lo envolvió por completo. Su piel era morena y tersa, atravesada por sendas marcas de color azulado a la altura de las mejillas. Tenía una marcadas cejas negras que contrastaban con su cabello lacio y plateado recogido en una coleta alta. Y sus ojos… ¡oh, sus ojos! Eran cálidos y dorados como dos soles, y brillaban con intensidad por la combinación de oscuridad y fuego. O quizás… brillaran por cuenta propia.

Soltó todo el aire de golpe. No albergaba duda alguna: sabía quién era aquel sujeto.

Salió de su ensoñación cuando su oído captó el sonido de arcos tensándose y espadas desenvainada. El visitante, que hasta entonces no había apartado los ojos de los suyos, dirigió una mirada a los soldados que expresaba una mezcla de hastío y aburrimiento. No les prestó demasiada atención, sin embargo, y en seguida devolvió toda su atención a la princesa. Parecía estar esperando algo.

- … hola – Atinó a decir ella.

El demonio esbozó una ínfima sonrisa y la miró aún más intensamente.

- Hola.

¡Qué voz! Por los cielos, era demasiado profunda y gutural. Tan… tan…

"De algún modo, le sienta", decidió.

- Te fuiste – Le recriminó.

- He vuelto – Contestó llanamente.

Luchó contra la sonrisa que pugnaba por dibujársele en los labios. Aquel ser no había dicho ni tres palabras y ya se sabía perdida.

Le amaba. Y ya no había vuelta atrás.


*Bocchan: obviamente, el diminutivo de "bocchama". Para aclarar, en el capítulo anterior se dio a entender que las personas cercanas al General Perro tienden a ponerle "motes", y este es el que escogió Reika. ¡Estoy deseando que opinéis sobre el que desvelaré en el próximo capítulo!

Bye-s!