LOS PERSONAJES DE ZOOTOPIA NO ME PERTENECEN. SÓLO LOS OCS


Siempre estaré para ti.

Serie Siempre Estaré Para Ti 1 (SEPT)

Nick y Judy están enamorados el uno de la otra, mas ninguno tiene el valor de confesarse; prefieren negarlo. Sin embargo, debido a un accidente de Nick con un delincuente, Judy es la primera en decirlo. Pero lo que ellos no saben es que ese delincuente no es alguien fortuito, ocasionando que se inmiscuyan en un caso quizá demasiado grande para ellos.

Deberán detener una guerra entre dos peligrosas organizaciones criminales que tienen una historia más antigua que Nick y Judy. Guerra en la que, aunque Nick no lo supiese, siempre fue partícipe.


I

Sonrojos

Sabana Central. Martes, 28 de septiembre, 5:29 h.

Los primeros rayos del alba se movían como serpientes perezosas por entre los prominentes edificios de la ciudad de Zootopia, anunciando la llegada de un nuevo día. Uno que, sin que cierta coneja lo supiese, sería el íncipit de los sucesos que la marcarían tanto a ella como a Nick Wilde, su compañero zorro. Transcurrieron desde el caso que los catapultó a ambos a la fama, haciéndolos pequeños íconos de la ciudad y de que Nick se graduase de policía, ocho meses, en los cuales ambos se hicieron de un camino profesional a la fuerza, pidiéndole a Bogo que ignorara los hechos de los Aulladores.

No fue cosa de un día, o dos, o algún otro caso trascendental como lo fue el primero que Judy tuvo, sin embargo, aunque el camino era, es y será pedregoso, lo recorrieron sin flaquear en ningún momento. Si les tocaba un ladrón lo atrapaban. Si debían frustrar un robo a gran escala, lo hacían. Si debían rescatar un rehén de un secuestro, no descansaban hasta lograrlo. La fama de los Aulladores les duró relativamente poco, mas la que se labraron con todos sus casos completados, les hizo una imagen ante la ciudad y ante el mismo Departamento de Policía. Y si bien el estereotipo depredador-presa aún seguía existiendo en la ciudad, y comprendieron tiempo después nunca se iría, no dejaban que eso les jugara en contra. Explotaron eso, demostrándole al recinto, la ciudad y el mundo que por más incompatible que algo parezca, siempre había algo que les demostrara que en el fondo siempre se podía cooperar.

Claro está, la ciudad por más progresista que fuera, los tabúes persistían. Habían veces cuando Judy y Nick ayudaban a algún ciudadano ya sea en cuestiones simples o en difíciles, por ejemplo, detener un robo en curso, que los ayudados miraban mal a Nick por ser un zorro, o creían que él era cómplice de su asaltante. Razón por la cual los que conocían el pasado de Nick, como Judy, Bogo, Leonzáles, y los demás animales que conocían a Nick desde hacía tiempo, mantener en secreto el pasado del zorro. No convenía hacer saber a la ciudad de que uno de sus íconos y mejores policías fue un antiguo estafador, porque en primera instancia arrojaría por el suelo la credibilidad de él y Judy; en segunda, la imagen de la ZPD estaría mancillada por aceptar a excriminales en sus filas; y más importante aún, la Alcaldía y consecuente imagen de Leonzáles, quien ya de por sí su imagen política tenía un tono gris por su proceder durante el caso de los Aulladores.

Era mejor mantener todo en secreto. Leonzáles, aquellas tarde después de la juramentación de Nick en la ZPD con el consecuente acto público, había dicho unas palabras que se le quedaron grabada a Judy y chocaba contra su impecable moral: «Si alteras el pasado, alteras la verdad». Y claro está, si Leonzáles decía que Nick fue un animal común, de bien, ¿qué periodista lo investigaría con el record de casos exitosos que el vulpino poseía?.

Sin embargo, no todo en la vida de ambos era emoción, adrenalina, persecuciones de maleantes, también, para sorpresa de Judy, hubo cabida para el amor. No era un secreto del Pentágono que ella y Nick se llevaban de maravilla, hacían lo que el otro necesitaba sin pedírselo; en acción se compenetraban como sólo pocos animales lo hacían con su pareja, cubriéndose las espaldas. Muchos oficiales llamaban a aquel estado «mente compartida», porque no tenían manera de explicar cómo, por ejemplo, uno de ellos se agachaba al momento exacto en que el otro, detrás de éste, lanzaba un puñetazo, sin decirse una sola palabra. Si lo hacían compañeros primerizos, el que debía agacharse recibiría el golpe mientras que el golpeador se sentiría mal por ello.

Con el pasar de las misiones, tareas, estadías en la casa del otro para una película o cena, comidas los fines de semana, alguna que otra película gratis gracias a conocidos de Nick en la venta de las entradas, un cariño empezó a surgir en ella hacia Nick. Ya no lo veía como una amigo, sino como alguien por quién preocuparse. Cuando se enfermaba las pocas veces que lo hacía ella estaba allí, en su departamento, para velar que estuviera bien, y viceversa. Lo miraba con ojos que nunca pensó lo haría. A veces se perdía en su esponjosa cola, preguntándose cómo se sentiría. Otras en sus ojos verdes, como dos esmeraldas opacadas por un triste pasado, uno del cual no conocía nada más allá del incidente de los Exploradores, y del cual quería saber más. Del cómo con ciertas situaciones sus orejas reaccionaban a su estado de ánimo, o de aquella sonrisa zorruna que la calmaba.

Y obvio, algunos pensamientos para nada decorosas para ella, que la asaltaban por lo general en las solitarias noches frías.

Aquel día Judy Hopps se despertó para iniciar un nuevo día justo antes de que la luz del sol mañanero, perezoso como muchos animales, empezara a colarse con un temblor durmiente en su habitación. De un brinco se levantó y presionó el botón de su alarma faltando un minuto exacto para que sonara. Sonrió complacida al saber que a pesar del tiempo, podía seguir el ritmo. Una vez los números digitales pasaron de un veintinueve a un treinta, se encaminó a su pequeño baño para darse una ducha y alistarse para irse a buscar a Nick.

Podría ser su compañero, podría quererlo como a nadie, pero eso no era indicativo de que él fuera cumplido. Sí, muchas veces él la esperaba en la entrada de su complejo residencial sólo o con la patrulla, con sus gafas oscuras, siendo justos, era la mitad de las veces. La otra mitad ella debía ir a por él a su departamento. Al salir y recibir los cálidos rayos del astro rey en el rostro, sintiéndose rejuvenecer, Nick brillaba por su ausencia.

Sacó su teléfono móvil y buscó el número de Nick, quien estaba guardado y archivado como principal. Una vez inició la llamada, se lo llevó a la oreja. Luego de cinco tonos, fue enviada al buzón de mensajes. Intentó de nuevo; mismo resultado.

«Que extraño —pensó, preocupada—, por lo general Nick contesta a la segunda.»

Frunció los labios, de verdad que no era tiempo para que al zorro se le hiciera tarde. Miró la hora; quince minutos para las seis de la mañana, en cuarenta y cinco minutos debían estar en la jefatura. Un poco exagerado tal vez, pero a Judy le gustaba estar primero; eso, y que en el camino ambos habían desarrollado la costumbre de pasar por la cafetería que estaba a dos calles de la jefatura y comprar un desayuno ligero, por lo general algo dulce, para sobrellevar la mañana.

Pensó si ir al departamento de Nick en Sabana Central a pie o en el ferrocarril, sin embargo, luego de menear la cabeza por semejante deliberación, trotó con ganas hacia el distrito. No quedaba lejos, aunque cerca tampoco, no obstante, aquella travesía le serviría como ejercicio matutino.

Una vez llegó al edificio, entró en el vestíbulo. Saludó a Larry, una cebra que estaba empezando a entrar en los años de jubilación, con una sonrisa y un gesto de la pata; él le respondió el saludo con un asentimiento de cabeza.

—El señor Wilde no ha bajado aún, señorita Hopps. —Judy rodó los ojos mientras sonreía, aquella era una cualidad peculiar de Larry: tendía a llamar a los animales «señor» y «señorita», por más que se tratase de una tortuga de cientos de años. Larry se miró un reloj antiguo en su muñeca—. Va un poco tarde, ¿no lo cree?

—Yo creo que nació tarde —respondió Judy con un ligero encogimiento de hombros. Observó un letrero en el ascensor—. ¿Está dañado? —preguntó, apuntándolo.

—No, no. —Larry negó con la cabeza—. Sólo se le está haciendo mantenimiento. Ha estado chirriando feo el fin de semana. Por seguridad, llamé al técnico.

—Bien —asintió ella—. Subiré por las escaleras entonces.

Dicho esto, se caminó hacia las mismas y las subió de dos peldaños en dos peldaños hasta que llegó al tercer piso, donde estaba el departamento de su compañero. No tenía pérdida, puesto que mientras los otros tres hogares tenían sus rejas de un blanco inmaculado, casi como perlas, la de Nick tenía un motivo extraño de un púrpura mora, que siempre que lo veía le hacía arrugar el morro a Judy. Y esta vez no fue la excepción.

Tocó el timbre. Esperó. Nada. Repitió el proceso: nada. Al tercer intento sin respuesta comenzó a perder su frágil paciencia. Al cuarto, además de tocar el timbre, dio unos golpes a la puerta con la pata abierta.

—¡Nick, abre la puerta! —lo llamó.

Golpeó más fuerte… y sin respuesta de todas formas.

—¡Nicholas Wilde! —gritó, golpeando la puerta—. ¡Abre ahora mismo que vamos tarde!

Luego de unos minutos de espera que a Judy se les hicieron eternos, Nick abrió la puerta, su desespero era tal que no se dio cuenta de que él tenía como única vestimenta una toalla a la cintura. Pasó como si fuera su propia casa, y en cierto sentido lo era, así como su micro departamento era de Nick, sin siquiera mirarlo, sólo vociferando quejas y reclamos.

—¡Nick, vamos tarde!, ¿se puede saber qué demonios hacías? ¿Por qué no contestabas?

En el momento en que aló su mirada y buscó los verdes de él, supo que algo andaba mal. Su cuerpo estaba opaco, el pelaje se le pegaba a la piel. «Eso no es normal.» La toalla estaba inclinada un poco, dando la ilusión de que se caería con una simple brisa y cuando llegó a su rostro, se topó con una expresión un poco molesta, sin perder aquel aire zorruno, como si contara un secreto cómplice. Sintió la cara arder al verlo tan… completo.

—Zanahorias, cálmate, acabo de salir de la ducha —dijo Nick sin darle importancia—. Ya nos vamos. —Se dio media vuelta y entró a su habitación.

No era la primera vez que lo veía sin camisa, incluso lo había visto hacía un mes en bóxers un sábado que se presentó en el departamento más temprano de lo habitual, aprendiendo que ese día para Nick era sagrado. Era un insulto, un sacrilegio, levantarse un sábado antes de las diez de la mañana. Pero ahora… ahora se veía tan… Sacudió la cabeza cuando oyó la puerta del cuarto de Nick cerrarse y para despejarse y quitarse la imagen de un Nick aún húmedo de la mente, comenzó a pasar la vista de un sitio a otro, dejando la mente en blanco.

Su atención, como siempre, terminó en un retrato que contenía una fotografía. En ella se hallaban tres animales con sonrisas en sus rostros: un cachorro que identificó como Nick, aquella cara vivaracha y ojos verdes no podían ser de otro animal más que él. Sin embargo, Nick se hallaba sobre los hombros de un zorro rojo igual que él, con la única diferencia que éste tenía los ojos azules, y parecía que el pequeño Nick hubiese heredado su actual sonrisa zorruna de ese animal. Junto a ellos se encontraba una zorra con los mismos ojos verdes, sin duda su madre. Hacía tiempo, cuando vio la fotografía por primera vez, pensó que era su padre, pero le bastó verla dos o tres veces más para darse cuenta de un detalle importante: la zorra, a diferencia del zorro, tenía un anillo simple, de compromiso, mientras que él tenía uno grueso, de oro y con una letra W grabada.

No podía ser el padre de Nick.

Salió de sus pensamientos al oír el ligero click de la puerta abriéndose. Se volvió hacia la habitación, elevando las orejas por reflejo. Nick salía con su uniforme y la placa brillando en su pecho, y al verlo, volvió a sentir la cara caliente, deduciendo que se estaba sonrojando. No es que no le gustara; le encantaba, para su pesar, sino que no podía sacárselo de la mente.

Nick arqueó una ceja mientras caminaba hacia ella, y Judy temió de que su sonrojo hubiera llegado al punto de verse por sobre el pelaje, delatándola. Tomándola de improvisto, Nick abrió las patas y se las pasó por el cuello.

—Oye, Zanahorias —le susurró al oído con voz grave, cómplice—: ¿te gustó lo que viste? —Sintió sus labios rozarle la oreja y contuvo un sonido, bien sabía él que esa era una de sus partes más sensibles—. Es tuyo cuando quieras.

El corazón le latió como loco, más de lo normal. Judy se salió del abrazó de Nick antes de entrar en los latidos peligrosamente altos, directo al paro cardíaco; estaba muda. Ante tal reacción, él no puso más que soltar unas carcajadas que sólo calmaron un poco a la coneja. Bien sabía ella que sí le hubo gustado.

—¡Deberías haber visto tu cara, Pelusa! —se burló.

—Y-ya déjate de tonterías y vámonos, que a Bogo no le gustan los retrasos —replicó Judy tratando de recobrar la compostura, aún con el sonrojo.

Nick rodó los ojos.

—Dímelo a mí —bufó.

Salieron del departamento y en el vestíbulo, el vulpino saludó a Larry con una sonrisa amistosa. Mientras lo veía socializar, se preguntaba varias veces cómo sería despertar a su lado. La sombra del miedo la abrazó por un instante al imaginarse si él. Sus oficios no garantizaban nada. La seguridad era para los ciudadanos, no para los policías, y siempre podía pasar algo; todos los días podían ser el último.

Quería con locura a ese torpe zorro, pero sabía era mejor no decirlo. Sus trabajos podían irse al traste, sin dejar de lado que era imposible que se aceptara públicamente una relación interespecie.

Más aún si era depredador presa.

Después de todo, el tabú aún existía.