EPÍLOGO III: Familia.


5 años después.


La casa de sus padres se les había quedado pequeña para las reuniones familiares. Sheila y Mía correteaban por allí con sus cabellos dorados recogidos en una coleta alta sobre la cabeza. Ya habían experimentado sus primeros atisbos de magia, y lo cierto es que no parecían muy dispuestas a intentar controlarlos. Draco llegó justo a tiempo para coger en el último segundo el preciado jarrón de porcelana de su suegra. Una de ellas había movido una mano y éste había salido disparado por los aires. Hermione paró en seco a Mía y se agachó frente a ella para quitarle un manchurrón de la cara antes de dejarla marchar de nuevo.

—No sé de dónde sacan tanta energía —le susurró su marido, abrazándola por la espalda.

—Yo a su edad ya era una lectora de libros compulsiva —dijo, sonriendo—. Saldrán a su padre.

—Oh, ¡por supuesto que salen a su padre! Cuando eras pequeña no eras tan hiperactiva como esas dos —exclamó de repente la madre de Hermione, saliendo de la cocina sujetando una gran olla de comida. Las niñas seguían jugando alrededor, y una de las veces casi consiguen caer a su abuela.

—Deje que la ayude —ofreció Draco, moviendo la varita y paralizando a sus hijas.

—Pensé que ibas a ayudarme a llevar la comida a la mesa —se quejó la mujer.

—No me negará que tenerlas tranquilitas un ratito no es una buena idea —se rió él.

Hermione le dio un pisotón antes de sacarse la varita del bolsillo para devolverles el movimiento a las gemelas, pero alguien que acababa de entrar en la casa se le adelantó.

—¿Cómo te atreves a paralizar a las hijas de mi prima?

Sophia, la prima pequeña de Hermione, llegó a la sala de estar seguida de sus padres, y con un rápido movimiento de varita le quitó el hechizo a las niñas, que volvieron a corretear por la casa como si no hubiera pasado nada.
Hermione se acercó a la chica y le dio un abrazo.

—Gracias por venir.

—¿Cómo no íbamos a venir a despedir al próximo gran mago de la familia? —dijo la tía de Hermione mientras colgaba su bolso en la percha de la entrada. Emerick corrió hacia ella y le dio un gran abrazo.

La noticia de que por las venas de Sophia corría sangre mágica fue una alegría para todos. Sus padres se quedaron algo conmocionados al principio, pero con la ayuda de la familia de Hermione lograron asimilarlo rápidamente. Su madre y su tía se habían abrazado fuertemente en el momento de la confesión. Mantener en secreto la magia de Hermione había sido complicado para todos, pero ahora ya podía contar una familia con la otra.

Después de un rato de gritar sus nombres una y otra vez, Sheila y Mía por fin se sentaron a la mesa y todos empezaron a comer el rico estofado que había preparado la madre de Hermione.

—No puedo creer que mi niño ya sea tan mayor —comentó la castaña. El día siguiente su hijo cogería el expreso a Hogwarts por primera vez.

—Sigue siendo un mocoso —apuntó Draco revolviéndole el pelo al niño, que estaba sentado junto a él.

El padre de Hermione se puso recto en la silla y miró a su yerno con cara fingida de pocos amigos.

—Ya te he perdonado que te metieras con mi niña cuando erais pequeños, pero lo que no voy a pasarte por alto es que también insultes a mis nietos —el hombre, que ya tenía una edad pero se conservaba de maravilla, le dio un bocado a un trozo de pan—. Eso jamás.

La madre de Hermione suspiró, nostálgica.

—Ay, Hermione… Cuántas veces te vi llorar porque ese cruel niño rubio te llamaba… ¿cómo era?

Hermione tragó el trozo de ternera que tenía en la boca.

—Sangre sucia —respondió.

—Eso, sangre sucia.

Draco miró a su esposa, sentada a su izquierda en la mesa. Jamás hubiera imaginado llegar a quererla tantísimo. Era la madre de sus hijos. Le había dado un primogénito y unas hijas preciosas. Se había convertido en su apoyo, su aliento, sus ganas de vivir. Y recordar esos momentos en los que había decidido dedicarle palabras estúpidas e hirientes, aunque habían pasado muchos años de aquello, todavía seguía causándole un agudo dolor de estómago. Si al menos hubiera sabido desde el principio lo que descubrieron con los años…


Lo que se suponía que iba a ser simplemente una comida se alargó hasta la merienda. Su madre sacó una bandeja de dulces e hizo té para los adultos. Sus nietos no terminaban de acostumbrarse al zumo exprimido del mundo muggle.
Los tíos de Hermione empezaron a contar alguna que otra anécdota de cuando Sophia era pequeña. Llegó un momento en el que estaban asustados de ella. No sabían qué diablos le pasaba a esa niña que podía tirar los libros de la estantería sin tocarlos, pero se negaban a pensar que fuera algo relacionado con la magia… hasta que descubrieron la verdad. Su hija era bruja, al igual que su prima, y eso explicaba muchas cosas.
A ellos le siguieron los padres de Hermione, y Draco también participó de la conversación comentando su primer recuerdo mágico de la infancia.

Cuando empezó a atardecer, Draco y Hermione estuvieron de acuerdo en volver a su casa. Emerick tenía preparado su baúl desde hacía una semana, pero ellos querían darle un repaso por si se le hubiera olvidado meter algo en él. Además, sus hijas estaban dormidas en sus regazos desde hacía tiempo. Ambas se habían rendido al sueño después llevar horas corriendo y jugando en el jardín. Las pequeñas necesitaban descansar.

Draco ordenó a Emerick que se despidiera de sus abuelos y tíos y luego todos se dirigieron fuera para despedirlos. A su marido no terminaba de gustarle ese medio de transporte muggle, pero sus hijos todavía eran muy pequeños para aparecerse y en casa de sus padres no había chimenea para usar los polvos Flu. Antes de poner a Mía en su sillita del asiento trasero del coche, Hermione se volvió hacia su prima y le dio otro abrazo de despedida, pero antes de separarse le susurró algo al oído.

—Cuida de él, por favor.

Sophia asintió y le dedicó una gran sonrisa que logró infundirle ánimos para superar la marcha de su hijo a Hogwarts. Su prima había resultado ser igual o mejor bruja que ella, además de una cazadora excelente de la casa Ravenclaw. Dumbledore no dudó en ofrecerle un puesto de docente en el colegio el mismo día de su graduación y, ahora, era la única persona en mucho tiempo que había logrado mantener el puesto de profesora de Defensa contra las Artes Oscuras más de un año. En concreto llevaba seis años dedicándose a ello. Y le encantaba.
Hermione colocó a su hija en la sillita y se marcharon a casa.


Draco había conseguido bañar a las niñas sin ningún incidente y las había acostado en sus respectivas camas mientras que Hermione repasaba con su hijo el contenido del baúl.

—Llevas tu ropa, los libros, pergamino y plumas de repuesto… —dijo ella, señalando dentro cada cosa—. Tus pociones para el pelo, la varita… ¿Y el cepillo de dientes?

Emerick se dio una palmada en la frente y abrió mucho los ojos antes de salir corriendo a buscarlo. Draco entró en la habitación de su hijo y se sentó en la cama junto a Hermione. Le puso un brazo por los hombros y la arrimó un poco más a él.

—¿Cómo estás? —preguntó en un susurro.

—Yo… bueno, es sólo que…

—Estará bien —afirmó, dándole un beso en la frente a su esposa—. Angélica y Adolf estarán con él. Y tu prima será una de sus profesoras. Tú ibas con menos —le recordó.

—Lo sé. Pero es mi hijo, no puedo evitarlo.

Draco le pasó una mano por el pelo a Hermione con delicadeza. Luego sujetó su cabeza y se acercó a ella para darle un tierno beso en los labios.

—Buag —dijo el niño desde la puerta. Sostenía su cepillo de dientes con una mano mientras con la otra se tapaba los ojos.

Draco se levantó y lo cargó en peso sobre uno de sus hombros.

—¿Cómo que buag? ¿Acaso no te gusta que tus padres se quieran? —Emerick reía escandalosamente mientras su padre lo movía de un lado a otro—. Calla, vas a despertar a tus hermanas. Venga, déjalo caer —dijo, acercándose al baúl.

El niño tiró el cepillo de dientes dentro y su padre lo dejó en el suelo con cuidado. Hermione sonreía al verlos a ambos. Emerick era tan parecido a su padre cuando tenía su edad… Era impresionante. Dieciocho meses de dos embarazos sufriendo los vómitos y náuseas característicos, otras tantas horas de parto, con el tremendo dolor que conlleva y las estrías marcadas para siempre en tu piel… para que luego se parezcan al padre. Los tres. Al menos Sheila tenía sus ojos.
Hermione se puso de pie, le dio un beso en la mejilla a su hijo y luego se dirigió hacia Draco.

—Te espero en la habitación —le susurró.

Su marido la vio alejarse por el pasillo con una sonrisa en el rostro. Esa mujer lo hacía tremendamente feliz… ella y su lencería fina.
Sacudiendo la cabeza, Draco cerró el baúl de su hijo y le ordenó que se metiera en la cama. Su padre lo tapó rápidamente y le dio un beso antes de disponerse a salir del cuarto.

—Papá —lo oyó decir a su espalda. Draco se giró para mirarlo—. ¿Por qué llamabas sangre sucia a mamá?

Conteniéndose las ganas de echar a correr hacia su dormitorio para encontrarse con su esposa, Draco suspiró profundamente y se acercó de nuevo a su hijo.

—Hubo un tiempo en el que pensábamos que era hija de muggles —le dijo dulcemente.

—Pero mamá proviene de la familia de magos más imp…

—Más importantes de todos los tiempos, sí. —Draco acercó una silla a la cama de su hijo y se sentó frente a él—. Que su prima Sophia fuera bruja fue el desencadenante para que tu madre se pusiera a investigar sobre sus antepasados, que resultaron ser los primeros magos que existieron en Inglaterra. Su poder era tal que conquistaron buena parte de Escocia y acordaron con el Rey de aquella época que jamás volverían a invadir sus tierras si él prometía no acercarse nunca por allí. Los "poderes" mágicos de aquellas personas asustaron tanto al Rey que les cedió un buen tanto más de terreno con la condición de que se alejaran de su pueblo. Es en el territorio conquistado por los antepasados de tu madre donde se alza Hogwarts actualmente.

—Es una pena que los abuelos no tengan magia —dijo su hijo.

—Sí —concedió él—. Tu madre descubrió un extraño caso en el que la magia se salta varias generaciones de repente. En su caso habían sido tantas que el recuerdo de la magia se había borrado de las mentes de sus familiares. Tu madre fue la primera persona en recuperar la poderosa herencia mágica de sus antepasados después de tantos años. El término para denominar a las personas que, como tu madre, descubren con el tiempo que son descendencia de magos y brujas es la de retornados. Tu madre recuperó la magia de su familia y provocó que su prima también naciera con ella.

Emerick sonrió y Draco le devolvió la sonrisa. Aquella había sido la razón por la que sus padres no sólo habían aceptado su relación con ella, sino que la habían aprobado con creces. Las pruebas eran irrefutables, y tener en la familia a alguien con descendencia directa de los primeros y más importantes magos de Inglaterra era un orgullo para los Malfoy. A pesar de que el apellido se había perdido con el paso de los años, habían hecho todo lo posible porque todo el mundo se enterara de que aquella chica, Granger, era en realidad descendiente de gente importante. Su sangre seguía sin ser pura del todo debido a la mezcla de las personas de su familia con gente no mágica, pero aun así era innegable el grado de supremacía que corría por sus venas.
Hermione nunca le había dado demasiada importancia a aquel descubrimiento, pero siempre se había alegrado de haberlo investigado y no haber dejado el tema abandonado. Al fin y al cabo gracias a eso había conseguido la aprobación de sus suegros y había podido formar una familia con el único hombre que había conseguido hacerle sentir un cosquilleo en su interior.

—¿Y por qué mamá? —preguntó de nuevo Emerick, sacándolo de sus pensamientos.

—Bueno… tu madre siempre me ha parecido fascinante, aunque a veces tratara de negarlo.

—¿Cuándo te diste cuenta de que te gustaba? —Al parecer su hijo no tenía ganas de dormirse.

—Tu padrino Blaise se dio cuenta mucho antes que yo —confesó—. No sabría decirte en qué momento exacto supe que era ella… habían muchos prejuicios en mi cabeza que me impedían verla con claridad. Si te soy sincero, el hecho de que sus antepasados fueran los que son lo hizo mucho más fácil de asimilar… mis sentimientos, digo. —Su hijo lo miraba con una mezcla de diversión y excitación contenida desde la cama—. Ya está bien de preguntas. Mañana es el gran día, tienes que descansar.

Draco le dio otro beso a su hijo, le colocó mejor las mantas y salió del cuarto apagando la luz con un "Nox".
Iba frotándose las manos en el camino a su dormitorio. Ella siempre lograba sorprenderle con alguna prenda sexy nueva. Draco se paró un momento en la habitación de sus hijas para comprobar que dormían apaciblemente, y cuando se cercioró de que todo estaba en orden, abrió la puerta de su cuarto.

Hermione se había quedado dormida con un mono de encaje negro que dejaba al descubierto toda su espalda. Draco se metió en la cama, se acercó a ella y le dio un beso en la coronilla antes de estirar las sábanas y taparla con cuidado.
Mañana sería otro día. Tal vez podrían dejar que las niñas fueran a casa de Blaise y Ginny después de despedir a su hermano. Así ellas podrían jugar con Tobby y ellos dos podrían… bueno, empezar lo que aquella noche no había podido ser. Porque daba igual cuándo, dónde y cómo, siempre que fuera con ella. Porque había descubierto que el destino a veces podía ser muy caprichoso. Porque los fuertes sentimientos que sentían el uno por el otro habían provocado que llevaran mucho, mucho tiempo, felizmente condenados a no separarse.


FIN.