Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto.

Notas: ¡Hola! ¿Cómo están? Hoy les traigo una pareja crack que conforman Kisame y Hinata. Espero que les pueda gustar, y de ser así, díganme qué les pareció. La idea surgió cuando platicábamos por MP Diana-Marcela Akemi y yo.

Dianita, espero que te guste el fic.

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Un mundo sin mentiras

Capítulo 1: La bestia me atrapó


La tierra se mezclaba con el agua que caía del cielo y la sangre que estaba regada, proveniente de los ninjas muertos. Era una tormenta eléctrica nocturna. A momentos el cielo oscuro se iluminaba con un resplandor cegador.

Habían sido masacrados por Samehada.

Kisame observaba el reguero de muerte con una mirada exánime. Estaba lloviendo con fuerza, la lluvia le gustaba, pero esa noche se sentía aburrido del mundo y lo único que quería era acostarse a dormir. Estaba por voltearse e irse, cuando por el rabillo del ojo se percató de un cuerpo moviéndose entre los demás. Giró la cabeza en seguida y corroboró que era una kunoichi de cabello azul. El hombre renegado tronó los labios con molestia.

—¿Por qué no la destrozaste? –se enfadó con la espada que yacía guardada con vendas tras su espalda. Caminó con lentitud hacia el cuerpo de la muchacha, lo observó por un momento. Estaba boca abajo. Le picó las costillas con un pie pero ella no respondió. Sin embargo, podía verse claramente que respiraba. Se inclinó hacia ella, flexionando las rodillas, y la volteó hacia el frente. Se trataba de una jovencita de piel pálida. Alargó su mano y le tocó con rudeza una mejilla, comprobando lo tersa que era su piel. Con el pulgar y el índice le pellizcó un pómulo y sonrió de medio lado. Hacía mucho que no le dedicaba tiempo a una mujer. Siempre estaba ocupado matando personas, o siguiendo las órdenes de Itachi-san. Pero en ese momento el Uchiha no estaba, y Nagato les había dado misiones a todos por separado, así que si se la llevaba a la guarida nadie se enteraría de su pequeña travesura.

Decidió llevársela de mascota esa noche.

La estiró de los brazos y luego se la echó al hombro, sujetándola firmemente de las piernas, caminando entre el fango y bajo esa lluvia fría. Sentía las manos frágiles de la muchacha balancearse tras su espalda, pegándole de vez en cuando.


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Observó luz. Entreabrió los ojos, confundida, y se encontró en un lugar seco. Había una lámpara encendida que iluminaba precariamente la habitación donde se encontraba. Su cuerpo dolía, entre heridas y cansancio hacían una competencia casi igual. Sus orbes rodaron involuntariamente, casi sin fuerzas, y advirtió que no conocía ese lugar. El estómago le dolía de hambre. Intentó abrir la boca pero no pudo, sus labios estaban secos y pegados. Le resultó un poco doloroso el separarlos, pero lo hizo. Intentó humectarlos con su lengua, pero ésta incluso estaba más reseca.

—Hay un vaso con agua en la mesa –escuchó una voz profunda y grave, ligeramente conocida.

La Hyuga aún estaba luchando contra su inconsciencia. Volteó hacia un lado y notó que estaba sobre una cama más o menos suave. Un poco más lejos había una mancha azul que no podía enfocar bien, pero que cuando lo hizo, gimió del susto y el sueño se le quitó como si le hubiesen tirado un balde de agua fría. A un lado suyo estaba Hoshigaki Kisame, con el torso desnudo y goteante, como si acabara de ducharse hace poco. Lo único que lo cubría eran unos pantalones. El cuerpo de la kunoichi se llenó de adrenalina. Estaba a menos de dos metros de la persona que había matado a sus compañeros de equipo. Apenas iba a levantarse cuando el hombre de musculatura preciosa se lo impidió. Se puso sobre el tembloroso cuerpo femenino, a horcajadas e inclinó su rostro hacia ella. Hinata cerró los ojos con fuerza, intentando zafarse del agarre del hombre descomunal.

—Tus esfuerzos son inútiles –le espetó de frente, estampándole su aliento.

—A… aun así… n-no dejaré d-de pelear –pronunció, a pesar de lo asustada que estaba.

—Abre los ojos y mírame –ordenó. Hinata tardó un momento, se quedó quieta y finalmente abrió sus ojos, encontrándose con el rostro azul de Kisame —Dime que quieres estar conmigo –le exigió.

Hinata abrió grandes los ojos. Negó con la cabeza levemente mientras sentía que el corazón latía rápido.

—¡Dímelo! –gritó, autoritario.

—¡No! –exclamó casi al mismo tiempo que Kisame, y volvió a cerrar los ojos y voltear la cara hacia un lado.

—Dilo –la voz de Kisame ahora era suave, pero tenía cierta peligrosidad de trasfondo. Había sonado como una bestia quieta momentáneamente que después saltaría sobre su presa con salvajismo.

La piel de Hinata se estremeció, y se le erizaron los vellos de los brazos.

—L… lo s-siento –abrió sus ojos, estaban vidriosos y muertos de miedo –N-no quiero e-estar con u-usted –su dulce voz se había quebrado y salió como un frágil hilillo.

Kisame se quedó asombrado. A pesar de que le había gritado, amenazado, la había asustado, a pesar de que la tenía a su merced y podía hacer con ella lo que quisiera… ella no se doblegaba. Hoshigaki lo comprendió en ese momento, y ladeó una sonrisa. La muchacha jamás le iba a decir que quería estar con él. O era orgullosa, o estaba dispuesta a morir siendo ella misma.

—Eso es –pareció felicitarla.

Hinata sintió sus brazos libres, la sangre corría desesperada por sus venas ante el corte de circulación que le había dejado el agarre del shinobi. La cama se sintió más alta, y escuchó que él se levantaba. Abrió los ojos, perpleja. Hoshigaki estaba sentado en la orilla de la cama, al lado de los pies de ella.

—No me gusta que me mientan –declaró sin verla, mirando algún punto imaginario en la pared –Me gusta que me digan la verdad, a pesar de todo.

La joven del Byakugan lo miró sin poder comprenderlo. Hace un minuto lo había tenido sobre ella con toda la intención de abusarla, y ahora lucía tranquilo y satisfecho, hasta un tanto aburrido.

—Eres una linda mujer –le confesó –Una Hyuga –parecía hablar más para sí mismo que para su acompañante.

La puerta de la entrada chirrió, anunciando que alguien había llegado. Kisame se levantó un tanto alarmado y se giró hacia Hinata.

—Escóndete debajo de la cama –le susurró severamente –Y como salgas de allí, te cortaré las piernas, ¿me oyes? –sus ojos refulgían de fiereza y Hinata volvió a tener miedo. Apresurada, se bajó de la cama y obedeció a Kisame sin rechistar. Casi se tiró al piso sucio y se arrastró bajo la cama bajo la mirada del tiburón.

—Kisame… -Itachi entró al cuarto y el Akatsuki azul casi dio un salto hasta el techo.

—Itachi-san –musitó nervioso.

El Uchiha levantó una ceja.

—¿Qué ocultas? ¿Una mujer?

Kisame sudó frío ante lo dicho por su compañero.

—No –su voz se escuchó firme.

La mirada inquisitiva de Uchiha Itachi inspeccionó el cuarto de arriba abajo, sin moverse, y después clavó su mirada en el azulino. Se le quedó viendo por tres segundos completos en los que Kisame sintió que una gotita de sudor helado le bajaba por una sien.

—Haré la cena –dictaminó Itachi con seriedad y luego se fue.

Kisame se quedó congelado por un momento más y luego soltó un suspiro de alivio.


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Cuando Kisame fue a cenar, Itachi ya estaba terminando. El azulino se sentó en la mesa y observó tres platos. Uno lo tenía Itachi, el otro estaba en su lugar de Kisame, y había otro más.

—¿Para quién es ese? –señaló Kisame, curioso.

Sin decir nada, Itachi se levantó, lavó el plato con serenidad y luego lo secó perfectamente. Kisame lo veía normal, su compañero pelinegro nunca había sido de muchas palabras.

—Supongo que será doble ración para mí –se rió Kisame y empezó a comer su plato de huevo frito.

Itachi se secó las manos y caminó hacia su habitación personal.

—Asegúrate de dejarle cena a la joven que está debajo de tu cama –se despidió exánime, mientras Kisame se atragantaba ruidosamente con el bocado.


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Caminó de mala gana hacia su habitación cuando terminó de cenar. Cerró la puerta por seguridad y luego se sentó en la cama.

—Sal, mujer –le ordenó Hoshigaki. Hinata se arrastró para salir –Ten –le dio el plato que contenía huevo frito con arroz y unos palillos –Cena. Debes tener hambre.

Hinata aceptó con vergüenza, pues desde hace mucho le dolía el estómago. Se sentó en el suelo, cruzada de piernas, y empezó a comer, fijándose en el plato y de vez en cuando miraba a Kisame, cuidándose de él. Hoshigaki se recostó sobre la cama, mirando el techo y pensando en cosas. Como por ejemplo, se preguntaba cuál sería el nombre de la muchacha, si tendría pareja, o hijos, el cómo Itachi se había dado cuenta de su presencia. Se preguntó también, ya casi al último, qué es lo que haría con ella.

—Gra-cias –tartamudeó con voz dulce, interrumpiendo los pensamientos del hombre azul. Kisame se recostó en su costado para apreciarla mejor.

—Ven aquí –ordenó con serenidad.

Hinata se mostró asustada, pero fue. Solo se hincó a un lado de la cama y miró a Kisame, expectante.

—¿Cuál es tu nombre?

La muchacha se mostró preocupada.

—Entiendo, no puedes decirlo. Supongo que debes ser alguien importante en tu clan –Kisame pensó un momento –Yo te pondré uno. ¿Qué tal… Yuki? Porque tu piel es pálida como la nieve. O Momo, porque tus labios son rosas.

Hinata se sonrojó ante ese comentario y se llevó las manos a la boca para ocultar sus labios. Aquel gesto hizo que Kisame sonriera de medio lado. Ella parecía un conejito asustado.

—Me agradan las cosas pequeñas y frágiles, como tú –le dijo el hombre.

La peliazul se hizo hacia atrás, tomando su distancia.

—Y-yo no s-soy frágil –intentó sonar segura de sí misma, pero lo único que logró fue ensanchar la sonrisa del tiburón.

Kisame se levantó a la mitad y Hinata se cayó de bruces, asustada, y se alejó lo más que pudo de la cama, pegándose a la pared. El hombre alto se dirigó hacia ella, le tomó el brazo y contra su voluntad la estiró, jalándola hacia la cama, donde la aventó suavemente. Hinata cayó de lado pero se recompuso en seguida, se sorprendió al ver que Kisame se sentaba en el suelo, con su espalda recargada contra la pared, una rodilla flexionada donde colocó su codo. Contra su mano recargó su mejilla, y cerró los ojos. Parecía cansado.

Hinata lo miró incrédula. Estaba durmiéndose.

—Duerme, pequeña, que no te haré daño –le dijo sin abrir los ojos –Pero no intentes escapar, porque devoraré tu chakra hasta la última gota –advirtió.

Hinata sabía de la habilidad del ninja renegado. No mentía.

Cualquier intento de escape y ella estaría muerta.

¿Qué es lo que iba a hacer? ¿Cómo iba a escapar?

Y lo que más le preocupaba, ¿qué era lo que ese hombre pretendía hacer con ella?


Nos leemos luego... si tú quieres.