Buenas noches,

Regreso con una nueva historia, que comienza con el final de la historia "Doce horas, doce canciones", aunque no es necesario leer aquella historia entera.

Empiezo donde terminé, a las puertas de una Guerra Sagrada pero no es de estilo songfic, como la anterior.

Espero que sea de vuestro agrado y sin más, doy comienzo a la fiesta.

**Los personajes utilizados en este fic son propiedad de Masami Kurumada**
**Otros personajes que aparecerán daré los créditos correspondientes cuando surjan, más que nada para no desvelar la trama**
**Fic sin ánimo de lucro**


Sancta Sanctorum

1. Stellae

Una noche en vela…

Los caballeros de oro, sentados alrededor de una mesa redonda. En un extremo, Saori Kido, o lo que era lo mismo, la diosa Atenea. En el otro extremo, justo delante de ella, el nuevo Sumo Sacerdote, Kanon.

—Caballeros— murmuró Atenea, frotándose los ojos enrojecidos por el agotamiento de permanecer despierta muchas horas—, creo que esta es toda la información que tenemos recabada. El emplazamiento del santuario de Ares, el esquema del mismo, los posibles adversarios a los que nos enfrentaremos…

—Tengo la impresión de que nos oculta algo, señorita Atenea— dijo Mu, preocupado por el rostro de la muchacha—, ¿qué es?

Ella levantó la vista hacia Kanon, en busca de auxilio. El Sumo Sacerdote emitió un suspiro y se lamió los labios antes de contestar.
—Es que hay algo más…mucho más tenebroso que el mero hecho de enfrentarnos a Ares y su ejército, tan preparado para la guerra como nosotros— musitó, ponderando sus palabras—. Cómo habéis podido comprobar, el Santuario de Ares es distinto al nuestro. En el centro, se halla una estatua erigida a Ares, y que oculta el templo donde él se refugia. No sabemos cómo puede surgir, ya que está en las profundidades, pero es algo que averiguaremos— dijo señalando el mapa de nuevo—. Como ya hemos visto, existen seis templos a la vista, alrededor de la efigie central, el Templo de Piedra, el de Hierro, el de Madera, el de Acero, el de Plomo y el Nuclear.

—¿Vamos a dividirnos o iremos todos juntos?— preguntó Aioria, observando el mapa con detenimiento.
—Iremos en parejas— declaró el Sumo Sacerdote—, Atenea y yo nos enfrentaremos a Ares mientras vosotros iréis a esos templos. Por lo que pude averiguar— dijo pensativo—, no nos enfrentaremos a combatientes de carne y hueso, como podría esperarse, así que cuidado. Ni siquiera sé qué otras deidades están implicadas, eso es algo que ella debe aclarar…

—Ares es un dios irascible y muy impulsivo— informó Shura, reclinándose hacia delante sobre la mesa—, es bastante probable que tire de fuerza bruta en las contiendas que nos pueda preparar.
—No te confíes— cortó el caballero de Virgo—, lo que Atenea nos oculta es algo que nos va a desequilibrar a todos…
—¿A qué te refieres?— preguntó curioso el caballero de Tauro, observando el semblante de Shaka, quien dirigió una mirada a la diosa—. ¿Por qué nos iría a desequilibrar?

Atenea temblaba en su sitio, incapaz de abrir la boca mientras escuchaba las conversaciones.
—¿Se encuentra bien señorita Atenea? ¿Tiene frío?— preguntó Afrodita al verla tiritar—. Camus, por favor…
—No es por frío— calmó ella, aún temblorosa, posando la mano sobre el caballero de Acuario quien sacudió la cabeza declarando que él no estaba propiciando ningún descenso de temperatura—. Es que…

—Atenea por favor, dinos algo— dijo Milo, al verla a punto de romperse—. ¿Qué es lo que nos oculta?

A su lado, Saga colocó la mano sobre el hombro del caballero de Escorpio.
—Eso es mejor que lo averigüemos cuando estemos allí— contestó el caballero de Géminis—. Pero quiero que todos los aquí presentes os preparéis mentalmente para la que se avecina, ¿de acuerdo?

El resto de caballeros asintieron, a pesar de la congoja que comenzaba a aflorar en sus corazones.

—Bien hermanos— declaró Kanon, incorporándose de la mesa—, doy por finalizada la reunión. Ahora debemos ir a descansar y reponer energías. Al alba, partiremos a la guerra. Atenea— dijo girándose hacia la diosa—, nosotros debemos ir a hacer aquello que me propuso, antes de ir a dormir.

La diosa asintió y despidió a los doce caballeros, quienes se marcharon del templo del Patriarca, y comenzaron a descender hacia sus respectivos templos, antaño olvidados, ahora recuperados. Todos esperando poder volver a devolver el esplendor robado a aquel Santuario.

Mientras tanto, Kanon caminaba junto a Atenea en silencio. De vez en cuando, el gemelo desviaba la mirada hacia la joven, quien mantenía la vista en el suelo.
—He recuperado el pergamino sagrado, mi señora— murmuró el griego—, lo he recortado tal y como me ordenó que hiciera.
Ella asintió con un leve cabeceo y siguió caminando.
—Y tengo también los viales de cristal del Zodiaco preparados.
De nuevo un hermético mutismo por parte de la diosa, quien volvió a repetir el gesto anterior, hasta que llegaron a un pequeño altar de mármol blanco, situado en los aposentos de ella.

Kanon desistió de seguir hablando al llegar al altar. Sobre él, ordenadamente dispuestos, se hallaban doce pequeños frascos de cristal, cada uno con el signo del Zodiaco tallado, y una cadena de oro alrededor. Además, varios trozos de pergamino delicadamente cortado a un tamaño preciso también se hallaban colocados junto a los viales.

La diosa se acercó hasta el lugar donde dormiría y se retiró la armadura, dejando expuesta su fina piel blanca de los brazos, que se alargaron para recoger una caja de madera oculta tras la cortina. Al abrirla, sintió un escalofrío al percibir el brillo de la afilada hoja. Era la daga dorada, aquella con la que Saga estuvo a punto de matarla cuando era bebé. Aquella con la cual ella se arrebató la vida para poder ir al Inframundo y derramar su sangre para despertar su armadura.

Desde el altar, Kanon había visto los gestos de la muchacha. Él reconoció el objeto, puesto que fue quien se lo llevó. Recordar todo aquello le provocó un escalofrío igual de helado que el que sintió la diosa.
—Atenea…—murmuró él—. Si no se encuentra bien podemos dejarlo para cuando amanezca…
—No— contestó ella decidida—, mejor ahora. Más tarde no tendríamos tiempo y no quiero que los caballeros de oro pasen por este trago.

El Sumo Sacerdote tragó saliva ante la entereza demostrada de aquella muchacha, quien alargó el níveo brazo hacia él, mostrando las tenues venas azuladas que recorrían su muñeca.
—Adelante— pidió ella, preparándose.
Kanon recogió los pequeños frascos de cristal y los colocó a los pies, para a continuación tomar entre sus manos la daga dorada. Inspiró profundamente mientras su mano izquierda tomaba el brazo siniestro de la diosa y con la derecha acercaba la punta del puñal. Desvió la mirada hacia ella, quien respiraba agitadamente, su pecho subiendo y bajando con rapidez.
—Sin miedo— apuró ella al ver la indecisión del Sumo Sacerdote, quien finalmente perforó la delicada piel de las muñecas de Atenea, realizando un corte profundo. Inmediatamente comenzó a brotar sangre, que se escurrió como pequeños ríos surcando la piel.

Ella se estremeció y sus dedos se contrajeron al tiempo que Kanon arrojaba la daga lejos y comenzaba a colocar los viales bajo el incesante goteo del líquido vital de la diosa, rellenando uno por uno cada frasco, taponándolos a continuación.

Al terminar de rellenar el duodécimo frasco, colocó sobre el corte los trozos de papiro, empapándose cada uno de la sangre que seguía manando por la herida.

Los ojos de ella comenzaron a nublarse, sintiéndose cada vez más cansada a medida que perdía sangre.
—Ya sólo quedan tres más— musitó el Sumo Sacerdote, retirando uno de los trozos de papiro y colocando uno nuevo—, aguanta.

Finalmente, el último pedazo absorbió el elemento de la vida de la diosa, y cuando Kanon lo retiró, rápidamente se deshizo de la capa blanca que llevaba a la espalda y rodeó con ella la muñeca, presionando con fuerza y recitando unas palabras. El aura del Sumo Sacerdote comenzó a brillar con intensidad mientras seguía murmurando aquellas palabras sanadoras, y al terminar, retiró la capa empapada en sangre.

En la piel de Atenea ya no existía ningún corte. Sólo los restos sanguíneos del proceso llevado a cabo.
Kanon se inclinó sobre la muchacha, apoyando la cabeza sobre su pecho, escuchando el latir del corazón.
—Lo siento…— murmuró él, mientras unas lágrimas empapaban el vestido de ella, quien permanecía tumbada.
—Era necesario— respondió ella, con un hilo de voz—, mi sangre no se coagulará en los frascos. Lo has hecho bien, Kanon…
— Si hubiera tardado sólo un minuto más…
Pero ella le tranquilizó, colocando su mano derecha sobre el hombre.
—Me quedaré en la habitación contigua— informó él, apaciguando el espíritu al percibir que el corazón de la muchacha recobraba su ritmo habitual de pulsaciones—, si me necesita, no dude en despertarme. ¿De acuerdo?
—Sí…
Kanon se incorporó del pecho de la joven y acarició su rostro con suavidad, depositando un beso en la frente de ella.
—Descansa— murmuró él—, han sido demasiadas emociones para todos, pero especialmente para usted. No piense más, ganaremos a Ares y recuperaremos a todos…hasta a él.

Con esa promesa, Saori cerró los ojos y se sumió en un profundo y reparador descanso, mientras que el Sumo Sacerdote recogía los viales, los papiros y su capa, colocándolos sobre el altar.

Al salir de la estancia, divisó la daga de oro. La vio refulgir con el brillo dorado y dirigió la mirada hacia el cuerpo de Atenea, tendido lánguidamente y en apacible reposo.

No se molestó en recogerla.