CAPÍTULO 4: ME LO TOMARÉ COMO UN CUMPLIDO

Nunca había estado en la casa de Mycroft. De vez en cuando, tras una cena, Mycroft se ofrecía a llevarle allí para tomar una última copa y Greg siempre rehusaba por miedo a lo que pudiera hacer con más alcohol en las venas. Afortunadamente ya no tendría que preocuparse más por eso.

Nada más traspasar la puerta principal, Mycroft le guió en silencio hasta su dormitorio, en la segunda planta. No le dio tiempo a contemplar la decoración, porque Mycroft se le echó encima para besarle. Se quitaron las chaquetas, el chaleco de Mycroft acabó arrugado en el suelo, y mientras la intensidad del beso bajaba, Mycroft le fue desabotonando la camisa. Intentó devolverle el favor y quitarle la camisa. pero le apartó las manos de un manotazo.

—Mycroft...—se quejó Greg.

—Shh, no digas nada—las manos de Mycroft hicieron contacto con su piel y un escalofrío le recorrió por completo.

—Pero yo...

—¿No quieres?—le preguntó con preocupación, los dos sabiendo que no podía negarse a esa mirada.

—Sí quiero. Por supuesto que sí.

Mycroft le calló con un dulce beso y lentamente le sentó en la cama.

—Entonces relájate—se arrodilló frente a él—y deja que haga yo todo el trabajo.

La imagen de Mycroft arrodillado entre sus piernas le hizo reaccionar en su entrepierna, notaba cómo sus pantalones ya empezaban a apretar. Con sumo cuidado Mycroft le quitó los zapatos, los dejó bien posicionados a los pies de la cama, y le quitó los calcetines poco a poco.

Una vez los pies desnudos, los besó con calma. Primero el izquierdo, después el derecho. Besos de mariposa, lamidas sensuales por todo el empeine, cada uno de sus dedos saboreados por Mycroft. Se los metía en la boca y jugaba con la lengua mientras se miraban a los ojos. Jamás habría sospechado que sus pies eran tan eróticos o que le podían provocar esa sensación de sofoco, de excitación, de necesidad.

Cuando pensaba que ya no aguantaría más, que Mycroft disfrutaba torturándole yendo tan despacio, notó sus manos ascendiendo por sus piernas, apretando sus muslos, subiendo por su torso hasta sus hombros. Le besó dulcemente mientras le quitaba la camisa acariciando sus brazos y la tiró muy lejos de ellos. Bajó las manos hasta su cintura, le acarició en círculos y lamió uno de sus pezones. Lo mordió, lo besó y tiró de él hasta que estuvo completamente duro. Se fue al otro pezón y repitió el proceso. Greg se aferraba a las sábanas intentando contener el vaivén de sus caderas, intentando evitar crear fricción en su entrepierna. Quería que Mycroft se encargara de todo, como le había dicho. Entonces la boca de Mycroft abandonó sus pezones y penetró con la lengua su ombligo.

Greg arqueó la espalda del el placer que le provocó directamente en su dura erección y enredó sus dedos con el pelo de Mycroft, estrechándole contra él. Quería fundirse con él y no dejarle escapar nunca. Era tal la fuerza de sus sentimientos en ese momento que, por primera vez en mucho tiempo, quería llorar de emoción y felicidad. Cada caricia, cada roce, cada beso de Mycroft; nunca había sentido tanta veneración por parte de nadie. Le quería tanto, le necesitaba tanto...

—Te quiero—murmuró Greg contra el oído de Mycroft, quien paró bruscamente sus atenciones sobre el ombligo.

Greg aprovechó ese momento para acunar la cabeza de Mycroft entre sus manos, juntar sus miradas y besarle con toda la pasión que tenía en ese momento. Mycroft rodeó fuertemente su cintura, apresándole entre sus brazos, y les tumbó lentamente sobre la cama. Sin romper su beso apasionado desabrochó el cinturón de Greg, el botón, bajó la cremallera. Metió sus largos dedos bajo los calzoncillos, muy cerca de la erección de Greg, y gimió de necesidad. Necesitaba liberar su erección, acariciarla, estimularla aún más. Mycroft pareció entender la súplica en sus vergonzosos gemidos y tiró sus manos hacia abajo, arrastrando consigo los pantalones.

La erección de Greg rebotó en el aire, y al sentirse liberado movió sus caderas para encontrar fricción sobre ella, pero no se encontró con nada. Volvió a moverse y gimió de frustración cuando Mycroft rompió el beso. Se puso de pie para quitarle definitivamente los pantalones y, con una sonrisa lasciva y la mirada fija en su gruesa erección, empezó a desabotonarse su camisa.

Greg aprovechó el momento para acomodarse en el centro de la cama y abrió las piernas para que Mycroft disfrutara de las vistas. Acarició toda su dureza lentamente mientras con su otra mano se masajeaba los testículos, y Mycroft, completamente excitado, tiró bruscamente la camisa al suelo. Se quitó sin ningún miramiento los zapatos y los calcetines, los pantalones y lo más importante, la ropa interior. Cuando Mycroft se quedó tan desnudo como él, Greg no pudo evitar aumentar el ritmo y la dureza de sus caricias sobre él mismo.

Mycroft no era demasiado grueso, pero era largo. Largo y estilizado, ligeramente curvado hacia el interior. Se le hacía la boca agua.

Intentó incorporarse para llegar hasta Mycroft, pero él rápidamente reptó por la cama hasta ponerse encima y descargar su peso contra él. No hacía falta hablar, se lo decían todo con la mirada. Juntaron sus bocas en otro beso, y Mycroft restregó su erección contra la de Greg.

Entre suspiros y gemidos, se restregaron insaciablemente el uno contra el otro. Los labios de Mycroft estaban por todas partes, al igual que sus manos, y no pudo resistir la tentación de bajar la mano hacia sus erecciones para acariciarlas a la vez.

Mycroft se arqueó hacia atrás y hundió sus dedos en los hombros de Greg, quien estaba perdido en la cara de placer de Mycroft en ese momento. No pudo aguantar más. Se impulsó con Mycroft hacia un lado para quedar encima de él, y le susurró al oído dónde estaba el lubricante. Mycroft gimió, y sin dejar de frotar su erección contra el muslo de Greg le señaló una de las mesillas de noche.

No sin esfuerzo Greg consiguió alcanzar el bote con el líquido transparente, untó bien dos de sus dedos y le sonrió lascivamente mientras situaba sus dedos justo en la entrada de Mycroft. Introdujo el primer dedo en su deliciosa, estrecha y cálida cavidad, pero se encontró con mucha resistencia. Con su mano libre acarició la erección de Mycroft, y con mucha paciencia consiguió relajarle lo suficiente como para mover el dedo libremente.

Fue preparándole poco a poco sin parar de masturbarle, y cuando vio que Mycroft sólo sentía placer metió el segundo dedo. Aumentó la velocidad sobre su erección e imitó el movimiento de las tijeras con sus dedos para ensancharle cada vez más. Poco después, cuando iba a meter el tercer dedo, se dio cuenta de que Mycroft se follaba sus dedos sin ningún miramiento, y le ponía tan caliente que decidió pasar directamente al plato fuerte.

Levantó las piernas de Mycroft hasta apoyarlas sobre sus hombros y, tras poner una almohada bajo las caderas de Mycroft, se posicionó justo ante su entrada. Le pidió permiso con la mirada, y como toda respuesta recibió un exigente movimiento de caderas de Mycroft. Sonriendo, se puso rápidamente un condón y se untó bien de lubricante para compensar la falta del tercer dedo.

Fue introduciéndose poco a poco, y era tal la magnífica sensación que contuvo la respiración hasta que no pudo avanzar más. Mycroft estaba con los ojos fuertemente cerrados, la cara roja, una gota de sudor cayendo por su sien. Cuando vio que Mycroft se relajaba dio una última estocada y se introdujo por completo en él. Greg saboreó la sensación todo lo que pudo, pero cuando notó a Mycroft estrechar los músculos en la base de su erección no pudo más.

Se convirtieron en una sinfonía de gemidos, sonidos húmedos y sonidos de piel contra piel. Las embestidas eran dulces al principio para poco después volverse frenéticas y salvajes. Mycroft no paraba de gritar su nombre, "Gregory, sí, ahí, sí, más, Gregory", y él resollaba del esfuerzo de soportar su peso con las brazos. A veces acertaba a dar en la próstata, otras no, pero Mycroft era tal amasijo de placer y gemidos vergonzosos y adorables que a los dos les daba igual.

No les quedaba mucho, Greg lo sabía. Deseaba correrse con él esa primera vez, así que acomodó su peso contra las piernas de Mycroft, aún en sus hombros, y empezó a masturbarle fuertemente. Lo notaba, ya estaba ahí.

Mycroft gemía, gritaba, se aferraba tanto a sus brazos que clavó las uñas en ellos cuando se corrió en su mano. Sus músculos se estrecharon alrededor de la erección de Greg y no se contuvo más. Con una última estocada dejó salir su orgasmo, diciendo una y otra vez el nombre de Mycroft, y se derrumbó sobre él.

Los dos se quedaron quietos, Greg aplastándole con todo su peso, mientras recuperaban la respiración. Era el mejor orgasmo que había tenido en su vida, sólo quería relajarse y dormir, pero aún no podía.

Con las últimas fuerzas que le quedaban salió de Mycroft, y este aprovechó para quitarle el condón y tirarlo a un lado. A Greg no le importó dónde cayó, solo quería besarle y hacerle saber por otro método que no fueran las palabras lo mucho que le quería y lo mucho que había disfrutado con él. Y eso hizo.

Las caricias de Mycroft en su espalda le hacían entender que él también sentía lo mismo, y era feliz. Tan feliz que no le importaba nada, ni sus dudas, ni los medios de comunicación ni el club de fans.

Cuando rompieron el beso Greg se tumbó a su lado y se aferró a su torso.

—Tus besos son azules, como tus ojos—murmuró Greg rozando su piel con los labios, cayendo ya en la inconsciencia.

Le pareció oír la risa de Mycroft, y sintió una caricia en su pelo.

—Me lo tomaré como un cumplido—escuchó en su oído—. Ahora duerme, mi amor.

El aliento de Mycroft le hacía cosquillas y le volvía a excitar, pero estaba demasiado cansado. Se dejó arropar y, entre los brazos de Mycroft y susurros diciéndole te quiero, Greg se quedó felizmente dormido.

O-O-O-O-O

Greg sintió un cosquilleo agradable en su cuello mientras se despertaba. Abrió los ojos lentamente y se encontró con una cabellera rojiza justo bajo su nariz, con el característico olor a Mycroft que había memorizado.

—Buenos días, amor—le saludó Mycroft dándole una fila de besos por todo el cuello.

—Buenos días—le contestó Greg con una radiante sonrisa, acariciándole el brazo—. ¿Qué hora es?—aún no entraba luz por las ventanas y se sentía terriblemente cansado, aunque no le extrañaba teniendo en cuenta toda la actividad que hicieron por la noche.

—Las cuatro de la mañana.

—¿Las cuatro?—dejó caer su cabeza en el cojín—. Dios, Mycroft, aún no han abierto las calles.

—Nos tenemos que ir pronto a trabajar y he pensado que te gustaría tomarte tu tiempo si querías ducharte con compañía.

Greg volvió a levantar la cabeza y miró a Mycroft, que seguía enfrascado en su cuello. Lo había dicho con un tono serio, pero Greg sabía leer debajo de todo eso. Tenía miedo de que pudiera rechazarle, de que se arrepintiera. No le culpaba por pensar así, pero ahora que había conseguido creer que Mycroft le quería no iba a rendirse fácilmente. O nunca.

Agarró el mentón de Mycroft y le obligó a mirarle. Estaba guapísimo recién levantado con su pelo revuelto.

—Sabes que no voy a irme a ningún lado, ¿verdad?—Mycroft levantó una ceja, y Greg le dio un casto beso en los labios—. No tienes que tener miedo. Sé que he dicho muchas cosas, pero...—sentía su corazón palpitar fuertemente en su pecho, y estaba seguro de que Mycroft lo sentía en su piel—. He comprendido que me quieres, aun con lo poco que tengo. Y no te pienso dejar ir, tendrás que sufrirme durante mucho tiempo.

Mycroft sonrió aliviado y le besó lenta y profundamente.

No le importaría despertarse así todos los días. Desde luego con su exmujer no era así.

—Entonces, ¿ducha?—preguntó Mycroft.

—Está tardando, señor Holmes—respondió con una sonrisa.

Tampoco le dio mucho tiempo a Greg a contemplar la decoración del baño, estaba más concentrado en lo que Mycroft hacía con su boca y en que no se lastimara mucho sus rodillas. Después desayunaron tranquilamente, con el mejor café que Greg había probado en su vida y decidió que pasaría todas las noches que pudiera en esa casa. Sí, claro, para estar con Mycroft. Y con el café.

Y cómo no, Mycroft insistió en llevarle a trabajar en limusina y le dejó en la puerta de Scotland Yard. Pensó que yendo antes que de costumbre evitaría a la prensa, pero estaban acampando en la acera. ¡Acampando!

—Esto ha llegado demasiado lejos—se quejó Greg mirando por la ventanilla—. ¿Y tú dices que se olvidarán en unos días? No lo creo.

—No me fiaría mucho de las cosas que no crees—dijo Mycroft dulcemente mientras le daba un beso en la mejilla—. Ya sabemos cómo termina.

—Bueno, aún me cuesta creérmelo... Pero en el buen sentido—añadió rápidamente al notar cómo Mycroft se tensaba.

—¿Acaso puede haber un buen sentido?

Mycroft levantó su ceja, y le gustó tanto ese gesto que Greg no pudo evitar morderle la oreja y le susurró al oído:

—Soy el hombre más afortunado del mundo porque me hayas escogido—le empezó a besar la mandíbula dulcemente.

—Y el único, no lo olvides—Mycroft gimió cuando Greg le besó en uno de sus puntos sensibles, uno que descubrió esa misma mañana, justo detrás de la oreja—. Bajémonos antes de que te secuestre y no te deje salir de mi cama en una semana.

—Mm... Suena muy bien—Greg bajó su mano hasta la entrepierna de Mycroft, pero él se la apartó.

—No es el momento, Gregory. Tengo que saludar a mis fans.

Mycroft salió de la limusina, y Greg le siguió poniendo los ojos en blanco. Los periodistas les reconocieron en seguida y empezaron a tomar fotos, a gritar preguntas y a hondear sus pancartas.

—Admítelo, eres una reina del drama, como Sherlock—le dijo en voz baja para que los periodistas no le oyeran.

—Soy un Holmes, cariño—Mycroft saludó a varios periodistas y a varias cámaras con la mano—. Estoy predispuesto genéticamente para ello.

—Ya, claro. Si lo hubiera sabido...—murmuró Greg.

—¿Decías?—preguntó Mycroft con tono serio, aunque aún seguía sonriendo a los periodistas.

—No, nada. Que estás muy guapo con ese traje. Nuevo, ¿verdad?

—Quería estar lo mejor posible para el espectáculo.

—¿Qué espectáculo?

—Por favor, Gregory, ¿de verdad creías que iba a dejarme fotografiar otra vez sin un buen motivo?

—¿Y cuál es?

Mycroft le atrajo hacia él agarrándole por la cintura y le dio un beso de los que quitan el aliento. Greg se olvidó al instante de todo lo que les rodeaba y se centró en el beso. Pudieron haber pasado segundos o minutos, pero cuando se separaron se sintió mareado.

—Ten un buen día, amor. Te recogeré cuando salgas.

Y con un último beso Mycroft se despidió de los periodistas y desapareció dentro de su limusina. Greg, sin palabras, ignoró por completo todos los flashes y los gritos y entró en New Scotland Yard. Para cuando llegó a su planta, las fotos de su beso debían haberse propagado por internet y por los medios de comunicación porque empezó a recibir felicitaciones de todo el mundo: colegas, los de la limpieza, por supuesto el club de fans y Bickerton, quien tenía un sospechoso brillo en los ojos.

Cuando entró en su despacho dejó la puerta abierta a quien sabía que no tardaría mucho en ir.

—Jefe, ¿te tengo que felicitar?

Greg se dio la vuelta y se encontró a Sally de brazos cruzados mirándole fijamente.

—Como quieras.

Ella pareció pensárselo unos segundos.

—Felicidades, entonces. Pero como vea que vuelve a acosarte o que se pasa de la raya no dudaré en denunciarle yo misma.

—Gracias, Sally—dijo Greg con una sonrisa—. Me alegra saber que te preocupas por mí.

—Si tú no te preocupas lo suficiente alguien tendrá que hacerlo.

Cuando Sally iba a salir se chocó con Dimmock, a quien también esperaba.

—Lestrade, no estoy de acuerdo con que salgas con un secuestrador—dijo con una mano en alto, pidiendo que no le interrumpiera—, pero ya que lo haces espero que pueda hacernos un favor de vez en cuando. A fin de cuentas él nos metió primero en todo este embrollo.

—Se lo diré, pero no prometo nada.

Dimmock asintió y se giró para cerrar la puerta tras él.

—Y por cierto—dijo antes de cerrar—, felicidades.

—Gracias—contestó Greg con la misma sonrisa que con Sally.

Una vez sólo, Greg se permitió relajarse y sonreír aún más, rememorando los hechos del día anterior. Ahora le costaría creerse que todo fuera verdad, pero estaba tan feliz que le daba igual en ese momento. Incluso se pensaría el dar otra rueda de prensa.

Sacó el móvil y envió un rápido mensaje.

Imprime una de las últimas fotos, la mejor, y dile a Sherlock que la guarde donde no la encuentre -GL

Casi al instante, recibió la respuesta.

Aunque no te lo creas, Sherlock ya lo ha hecho. Es su forma de daros la enhorabuena. Por cierto, ¿es cierto lo que se rumorea sobre la nueva canción de Adele o es cosa de la prensa?-JW

Greg se rió, pero prefirió no contestar. Ese sería un secreto entre Mycroft y él, al igual que tantos otros que crearían estando juntos.

Porque a fin de cuentas, ¿cómo no podía creer Greg que Mycroft estaba enamorado de él?


¡Hasta aquí hemos llegado! Muchas gracias a todos los que habéis leído la historia hasta el final, a los que habéis comentado, favoriteado y seguido. Espero que os haya hecho reír y pasar un buen rato.

Un beso y hasta el próximo fanfic ;)