Treinta segundos son suficientes.

Nota: capítulo final, hay algo que simula ser un lemon.

Capítulo cinco: Cherry pye.


Su respiración se descompasó pesadamente, Marshall estaba escarbando en rincones de su mente que Gumball no sabía que existían, quizá fuera sólo el efecto de la noche, o el olor dulce que vapuleaba en el aire. Marshall había insistido que ese olor era él, era su sudor y era cada estremecimiento que le brotaba paulatinamente del cuerpo conforme las manos del moreno hurgaban más y más.

El pelinegro continuaba la tarea en el cuello blanco, ligeramente róseo ante los toques, pegaba sus labios, con hambre a la piel y sentía el calor, sentía la sangre correr por la arteria principal y a él se le disparaba el pulso, incluso el cuerpo bajo él parecía volverse lava en forma de piel que desprendía una necesidad natural; que lo hacía a él sentir hambre, que lo hacía a él perderse en sus más bajas pasiones.

Los sonidos extraídos a regañadientes de la boca del príncipe eran más de lo que podía manejar, eran todo una mezcla irrefrenable de deseo y un sometimiento incapaz de esconder; Marshall quería someterlo, amarrarle la cordura y sodomizar su existencia hasta que no hubiera nada más de ellos dos, nada que no fueran ellos y sus sentimientos que brotaban, que los envolvían como una red al ritmo de la música.

Y, fue, sin embargo el príncipe el primero en perder. Con el cabello rosa cayendo desordenado por su frente y la moral perdida en alguna esquina, borracha, se entregó en cuerpo y alma al moreno quien no tardó en adorarle de abajo arriba como si fuera uno de los más preciosos trofeos de la historia; como si su piel fuera oro y seda que no quisiera estropear nunca.

Fueron esos mismos sonidos los que le volvieron su perdición.

¿Cómo fue que las cosas se torcieron tanto para que llegaran a estar en esa situación?


La risa se condensó sobre ellos, eran discretos lo más que podían, pero sin embargo, a veces Kalt soltaba uno que otro comentario tonto y Gumball nunca había sido bueno en eso de intentar controlarse cuando quería reír. Incluso había tenido que hacer el plato a un lado antes de cometer una barbaridad.

—R-Repítelo~

Kalt negó con su cabeza aun riendo, sin entender por qué le causaba tanta gracia al menor.

—Lo bueno de saber cálculo, es que cuando me rompes el corazón, puedo integrarlo por partes o en fracciones parciales.

Y la risa volvió a brotar aún con más insistencia de Gumball quien a este punto ya no podía controlarse. Lo bueno y conveniente es que estaban en una mesa alejada del resto, encerrada en un cubículo pequeño y privado que habían solicitado al entrar al restaurante. Los tipos de una mesa se habían girado a ver por qué él reía tanto y no podía importarle menos, la verdad es que aquello había sido hilarante y no podía ignorarlo.

Cuando finalmente hubo recuperado la compostura, tomó algo de agua para refrescarse y al final se había calmado, sentándose apropiadamente en su lugar, antes de hablar tomó aire intentando desviar sus pensamientos de lo recientemente dicho. Cuando Kalt le miró más calmado, cortó un trozo de su langosta y se la llevó a los labios antes de limpiarse prolijamente y hablar: —Me alegra que mi sentido del humor te haga reír, parecías realmente estresado esta mañana en la escuela.

Oh, allí estaba.

Marshall incluso sintió que el vómito venía a su boca sin poder evitarlo y todos los dolores del mundo, juntos, le buscaban para atragantarlo de nuevo.

—Sí, bueno… estoy asesorando a Marshall Lee para que pueda pasar sus exámenes.

Kalt calló en ese momento, alzando una ceja inquisitoriamente.

—¿La directora te lo ha pedido al final?

Kalt había estado en la reunión del consejo estudiantil con la directora tras el fenómeno de varios chicos de tercero más o menos en las mismas condiciones del moreno que no podían aprobar sus exámenes, el estado de Marshall era sobretodo el más preocupante, ya que había desperdiciado sus oportunidades los años anteriores y no parecía preocupado con la idea de quedarse sin educación. Esto era lo que le inquietaba a Gumball.

—¿Gumball? ¿Qué es lo que te molesta?

Parecía que no podía esconder sus emociones de Kalt, picoteando las frambuesas de su ensalada, se quedó unos segundos en silencio con el ceño terriblemente fruncido antes de hablar:

—Me preocupa el hecho de que Marshall no parece preocupado por su educación, tampoco luce como una persona que tenga planes a futuro…

—¿Estás preocupado por él?

—¿Y tú no? No puedo imaginar por qué alguien no querría tener una educación completa, una licenciatura o un buen trabajo. No entiendo por qué hace todo eso, se mete en problemas, reprueba los exámenes y parece no importarle nada.

—No realmente… Marshall siempre ha sido un imbécil en todo, es tonto, sucio y no tiene modales.

El tenedor de Gumball chocó bruscamente contra el plato de porcelana negra y luego alzó la cabeza para observar al mayor con una ceja enarcada, él estaba allí tomando agua como si nada.

—¿Disculpa?

Kalt dejó de beber, y lo observó encogiéndose de hombros.

—Es tonto, Gum, tiene suerte de haber aprobado el jardín de niños siquiera, lo hemos conocido desde niño y nunca ha tenido reparo en ninguno de los aspectos de su vida. —Gumball sintió algo caliente brotar desde sus entrañas y no se trataba de algo cálido que le embotara los sentidos. Se trataba de algo caliente que le quemaba la boca del estómago y quería brotar de su boca en forma de vómito verbal.

—No creo que tengas derecho a llamarle tonto, sucio o sin modales… Menos sin estar presente.

Kalt dejó el tenedor en su propio plato, cruzándose de brazos para observarlo extrañado, como si eso no fuera lo que estuvieron comentando casi toda la tarde. —¿Sabes Gum? Soporto que hablemos de él, pero no puedo soportar que le defiendas de esa manera. Sabemos como es Marshall, sabemos que es un idiota ¿y? lo que puedes hacer es ayudarle para pasar los exám—

Gumball le calló, levantándose de la mesa.

—Siento importunarte, Kalt, pero no puedo soportar que alguien que no conoce a Marshall le llame idiota y yo no le detenga. No lo estoy defendiendo, pero no puedo permitir que le llames así cuando no lo conoces, buenas tardes.

Amablemente se despidió de él, e iracundo como se sentía, ni siquiera se preocupó por pagar la cuenta.


Un día Gumball despertó sintiendo que ya no podía más. Cuando llegó a casa de Marshall, luego de dos meses de estudios constantes, todo comenzó a pesarle más de la cuenta. El pelinegro abrió la puerta que rechinaba y se encontró con el príncipe como un diluvio: empapado por la lluvia y presumiblemente llorando. El moreno no lo entendería en ese momento, ni siquiera cuando lo vio tiritar del otro lado de la puerta, o cuando el peli-rosa se apoyó en él y lo abrazó tanto, tan fuerte, que Marshall creyó que todas las partes rotas de su alma habían vuelto a pegar.

Marshall cerró la puerta frente a él, sosteniendo la cintura del chico que temblaba entre sus brazos. Incluso aunque hubiese pensado en un momento determinado, molestarle por llegar así a su casa, lo cierto era que todo eso se había disipado en ese momento luego de verlo así.

—¿Gumball, qué está mal?

Su voz salió suavecita, apoyándose en la pared contigua, lo sostuvo en sus brazos como si fuera precioso. El llanto del peli-rosa no era alto ni escandaloso, era más bien una amalgama de temblores continuos y pequeños hipos.

—Estoy enfermo…

Marshall frunció el entrecejo, habiéndole escuchado decir eso. Sin embargo, no dijo nada, esperando que él continuara—: T-tengo… es un aneurisma en- en el cerebro.

No se separó de su cuerpo, incluso cuando ambos terminaron sentados en el piso, o incluso cuando Gumball se aferró a su cuerpo y Marshall lo escuchó decir que podría morir en cualquier momento.

El moreno había permanecido callado, intentando procesar la información que se le dio de golpe, aún cuando esta venía acompañada del dolor del europeo, quien cada tanto emitía sonidos gemebundos de dolor. Fue solamente hasta que se calmó por unos segundos, que respiró sin agitarse, y manteniendo la cara oculta entre la ropa del moreno fue que comenzó a hablar sin atragantarse.

—Mi vida es un asco… tengo los minutos contados.

Y esta vez fue el momento de Marshall para alzar la cara y obligarlo a mirarle, frunció el ceño terriblemente cuando lo vio bien: sólo podía mover con normalidad la mitad de la cara, la otra se encontraba completamente paralizada. —No vuelvas a decir eso, Gumball.

—Cada día que pasa… me veo en el espejo, y se vuelve una porquería.

—Gumball, no vuelvas a decir eso. —Marshall lo sostuvo en sus brazos, completamente exaltado de que dijera aquello, le sentó de frente, observándole furioso, pero más que nada preocupado de los pensamientos tumultuosos del peli-rosa—. Puede ser grave, Gumball, pero tú eres único. En serio que lo eres…

Gumball comenzó a negar frenético con su cabeza, interrumpiéndolo.

—Escúchame, lo eres. —el moreno le tomó por el rostro y por la cintura. Lo sentó sobre sus piernas, dejándolo apoyar su peso en su cuerpo. Sus dedos acariciaron cuan largos eran, las facciones definidas del ser frente a él—: Tus ojos, tu boca, tus manos… todo tú eres precioso incluso con tu enfermedad.

El príncipe negó y renegó de su propia existencia en los brazos del moreno quien lo sostuvo como si realmente fuera precioso. Aunque berreó y maldijo su propia existencia, Marshall no lo soltó ni siquiera cuando los forcejeos cesaron y Gumball se aferró a él como si se fuera a caer.

Y fue quien tomó la iniciativa.

Gumball alzó la cabeza, observándolo con la mitad de la cara paralizada, llorando tanto como su alma se lo pedía, y lo besó.

Lo besó tan lento y tan suave que Marshall creyó que era un chocolate derritiéndose en su boca. Lo atrajo a él hasta que no quedó espacio alguno y le trató con toda la delicadeza que podía darle; incluso entre su alma podrida, el moreno sólo lo sostuvo y besó sus mejillas delicadamente, una y luego la otra, las lágrimas salinas no paraban de brotar de los ojos contrarios incluso cuando el moreno le besó el cuello, caliente como estaba su piel.

Marshall se aferró a él también, encontró en sus brazos un refugio cálido donde no tenía qué huir de sí mismo ni tenía qué preocuparse del día siguiente; incluso si este no llegaba. Porque Gumball ya era su presente y no necesitaba nada más en la vida. Por que mientras le desprendía los botones de la camisa pulcramente planchada, el europeo tampoco emitía quejas y Marahall avanzaba, otro tanto, hasta fundirse con él y esas hambres carnívoras que buscaban más del otro, más de sí mismos. Más de ellos dos metidos en ese calor asfixiante.

El peli-rosa cerró los ojos completamente entregado a las mordidas que le amorataban la piel, que le diluían en cierto espiral de placer delirante, Marshall tenía especial cuidado con él, lo adoraba entre sus brazos y labios como si fuera precioso. Y sólo había en sus cabezas una palabra, la intensidad de una palabra que era amar. Amar, amar, qué fácil sería para Gumball dejarlo todo por Marshall.

Marshall y su cabello de hollín, Marshall que lo destruye en una bruma de placer para volver a armar. Marshall que lo hace temblar y gemir, alto, tan alto que ya no importa si los vecinos escuchan o si hay alguien afuera tocando la puerta. Tanto que sus ojos empiezan a lagrimear por la intensidad de un placer socavado en el fondo de su cuerpo, de ese que quiere incendiar todo su cuerpo e incinerarlos a ambos.

Ese, que se está muriendo por que Gumball le grite a Marshall que lo ama.

Pero aún en contra de eso, incluso tras los jadeos, fuertes y necesitados del europeo, de los constantes gruñidos del moreno por no quebrarlo, por no entrar en él más fuerte aunque lo único que quiere es sentirlo retorcerse bajo su tacto. Allí el peli-rosa recita las palabras más dulces que Marshall ha escuchado una vez, mientras sus pieles se juntan, y se hunde, cuando suelta un sonido gemebundo por los interiores que lo acarician y lo succionan, allí sonríe y le repite a Gumball que así lo ama, con todo y sus manías, con todas las virtudes y todos los defectos que tiene.

Así todo enterito, así lo quiere siempre, incluso en los momentos en que el europeo más se repudia a sí mismo.

Y algo hace click.

En ese momento, desesperado, y frenético. En ese segundo en que sus respiraciones se vuelven una y Gumball se retuerce; cuando la poesía de su cuerpo es tan erótica que Marshall ya no puede contenerse y lo aprisiona y lo destartala en puro placer. Allí los brazos del europeo caen, lánguidos a los costados del moreno y él le llora en silencio perpetuo. Allí le acaricia los cabellos de goma de mascar y el sonido, desesperado, sale de su garganta cuando las lágrimas son incontrolables. Porque el cuerpo está tibio, y lo tiene allí en sus brazos, pero Gumball ya no existe.

¿Qué queda para una persona cuando todo el amor le es arrancado de las manos?

Nada, queda vacío, y no hay nada más.

El moreno se aferra, desesperado, buscando un hálito de vida que ya no existe. Busca algo más de Gumball que ya no existe pero él necesita. Algo que le hace maldecir a dioses y demonios por igual porque todos son igual de egoístas y malvados, tanto que le han arrancado algo que le daba sentido a su vida. No se lo lleven, grita su mente, mientras su cuerpo desnudo abraza, desesperado el laxo en el colchón como si con esto pudiera impedir que se enfriara, que le abandonara. Gumball se retuerce, preso, desesperado, con el rostro empapado mientras esconde la cabeza de Gumball en su pecho casi como si quisiera fundirlo con su propia piel.

Porque lo último que sabe del europeo, es que lo ama.

Y es lo único que jamás podrá tener.


Siento que el final sea tan apresurado y llano, dejé la historia por años porque la persona a quien estaba dedicada falleció. Esta persona vivía lejos de mí, y tenía un aneurisma cerebral, igual que Gumball, esta persona nunca me lo dijo, ella dejó que yo continuara con la historia aunque el contenido era similar al dolor que ella sufría, si yo hubiese sabido esto, jamás habría hecho la historia. Esta persona falleció y lo último que hicimos fue pelear y hay días en los que el arrepentimiento no me deja dormir, no estábamos emparentadas por sangre, pero yo la amaba como a una hermana, y me la arrebataron. Sepan disculpar que esta historia termine así, pero no podría continuarla incluso si quisiera, aún así sentía que les debía al menos una explicación, y no sólo dejarla en el olvido. Gracias a todos.