Este universo está basado en dos historias que escribí de los Thundercats que es Afecto y Encuentros Fortuitos, no deben leerla para comprenderla, aunque si se los agradecería mucho, también es una especie de universo espejo en donde algunas personalidades han sido modificadas, es también un universo alterno.
Los Thundercats no me pertenecen, solo escribo esto como entretenimiento mío y espero que de alguno que otro lector.
Esta historia, como todo lo que escribo, es Slash o yaoi, contiene las parejas Leo/Tygus, Lion-o/Tygra y algunas otras, pero estas son las principales, así como relaciones sexuales entre personas adultas, extraños giros del destino y algunos otros detalles.
Espero que les guste y que me dejen uno que otro comentario o sugerencia.
Sin más, les dejo con la cuarta historia que escribo de esta serie que marco mi niñez y que no debieron cancelar tan pronto.
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Resumen.
Lion-O y Tygra comparten mucho más de lo que desean admitirlo, mucho más que simple hermanos adoptivos, o descendientes de dos clanes cuya enemistad no inicio en ese planeta. Durante varias vidas han logrado encontrarse, pero fueron los primeros aquellos que iniciaron ese círculo y serán ellos, quienes descubran que no todo es lo que parece. Después de todo, la historia la escriben los vencedores.
Sombras del pasado.
Prologo.
Durante las últimas semanas habían detenido felinos al azar para ser interrogados por el Comandante en persona, la criatura estaba segura que una rebelión se fraguaba en su contra y el astuto león había decidido iniciar los interrogatorios no con los animales de menor rango, justo como su antecesor hiciera durante el primer motín de su historia, sino por el contrario, su búsqueda por traidores comenzó con la raza favorita de su amo.
Los felinos.
Pero hasta el momento ninguno del orgulloso clan de los tigres, cuya lealtad les había salvado del dedo acusador de la injusticia y la paranoia que se enfocaba en cualquier incauto que llamaba la atención bajo algunos parámetros que no alcanzaban a descubrir aun.
No obstante, ni siquiera ellos eran libres de la sospecha, porque Leo, el joven comandante de la armada, digno sucesor de su padre, decidió que ya era el momento de hablar con ellos, con uno en particular creyendo que sería lo más sensato, después de todo debía demostrar cortesía con el ejercito rayado, quienes tomaban como un insulto personal que sus ancianos fueran perturbados durante sus meditaciones.
— ¿Puedo llamarte Tygus?
El tigre no respondió al principio observando al comandante, su melena roja, su poderosa musculatura, pero sobretodo sus ojos azules, hermosos y tan filosos como una daga, los que ocultaban sus emociones con tanta maestría que podría jurar que su amabilidad era autentica.
— Siendo que es mi superior puede llamarme como quiera.
Tygus no tenía porque aparentar miedo como tampoco alegría, ni tampoco fingir que ser señalado como un traidor no le molestaba, así que actuó como sus intentos y su honor se lo dictaban, furioso por aquella ofensa, pero controlándose demasiado para no decir nada inoportuno.
— ¿Llamarte como yo quiera?
Pregunto Leo con una sonrisa, la que por momentos le hacía creer que sabia más de lo que suponía o que intentaba que confiara en el, logrando todo lo contrario, plantando la semilla de la duda o el miedo en su psique ya preocupada por el futuro de su clan y el suyo, haciéndolo sentir vulnerable.
—Eso es tan tentador…
Tygus arqueo una ceja y antes de que pudiera decirle que conocía muy bien la clase de juego que estaba realizando, una pantera, un soldado muy alto con voluptuosas curvas ingreso en la sala de interrogatorios con fotografías, arcaicos instrumentos que ya no utilizaban, para que los querían cuando las pantallas eran mucho más claras, pero el comandante las apreciaba, su propia inteligencia le indicaba que Leo era un felino demasiado extraño para poder clasificarle como a los demás.
— Pero supongo que no te gustaría que te dijera preciosidad o belleza… tal vez terminal L55321.
La pantera se recargo a sus espaldas, cruzando sus brazos, Tygus volteo a verla sin siquiera disimularlo, notando como Leo acomodaba algunas de sus fotografías en la mesa, ignorando su actitud relajada solo en apariencia.
— Lamentablemente sería muy poco profesional y te daría la impresión de que puedes saltarte esta charla con facilidad.
Tygus respiro hondo, recargándose en la silla, esa no era una charla sino un interrogatorio, los tres lo sabían y no veía porque Leo disimulaba tanta amabilidad, tal vez quería brindarle confianza, la suficiente para poder quebrarlo después.
— ¿Sabes porque estás aquí?
Tygus levanto las muñecas mostrándoselas a Leo, estas tenían esposas con varias luces rojas que indicaban que la descarga que recibiría como castigo, por orden suya o al intentar quitárselas, lo derribaría al suelo pero no lo mataría, las luces verdes, aquellas eran las peligrosas.
— Se para que estoy aquí, no porque estoy aquí.
Leo asintió sin remover las esposas, rascando su barbilla recargándose en el respaldo de la silla, demasiado tranquilo para tener el control que activaba las esposas en su mano, cuyo botón recorría con lentitud, casi como si lo estuviera acariciando a él o imaginándose su agonía cuando decidiera por fin castigarlo.
— ¡Ilumíname!
Leo dejo el control en la mesa, apagando las esposas que de pronto cayeron al suelo, recargándose esta vez en sus codos, para tratar de mirarle un poco más de cerca, sonriendo al ver su sorpresa cuando la perspectiva del castigo fue borrada.
— Hay rumores, dicen que Lord Mum-Ra cree que hay una rebelión forjándose en su contra, otros felinos han sido interrogados por usted, Comandante Leo, pero hasta este momento supuse que nuestra lealtad nos mantenía seguros de…
Tygus guardo silencio pensando en la forma de llamarlo, preguntándose de qué manera podría nombrar esa falsa acusación en contra de su clan, suponiendo que cualquier palabra suya fuera de lugar sería tomada como un insulto.
— ¿La culpa? ¿Los dedos acusadores? ¿La furia de nuestro amado señor?
Leo parecía encontrar aquella charla gratificante porque tras observar las fotografías, las que Tygus no alcanzaba a distinguir del todo, las acomodó una sobre otra, dándole una orden a Panthera para que se acercara.
— ¿Tienes hambre Tygus?
Tygus no respondió al principio, pero su respuesta no le intereso a Leo, quien había dado la orden a una de las ratas para que les trajeran alimento, suficiente para cuatro personas, aunque solo comerían dos.
— Estoy seguro de que si, llevas al menos veinticinco horas encerrado y un soldado de tu calibre debe estar acostumbrado a consumir sus raciones con regularidad, no así las ratas o los reptiles, ellos no se atreverían con soñar con algo tan mundano como un vaso de leche, dudo que puedan disfrutarlo siquiera.
Leo sirvió el alimento para ambos con demasiada delicadeza, relamiéndose los labios cuando sirvió un vaso de leche fría para el tigre y otro para él, colocando una cucharada de crema en unos cubos de fruta de azúcar, los que parecían haber sido preparados con demasiado empeño, eso sin duda no era el trabajo de una rata, sino de un felino.
— En cambio nosotros estamos acostumbrados a la buena comida cuando estamos en base, sufrimos algunos altercados en los planetas externos, trágicas pérdidas de nuestros hermanos, pero debemos admitir que aun nuestros uniformes y nuestras armas, son tan buenas como esta deliciosa leche.
Tygus dio un trago a la leche, fría, cremosa y refrescante, después de veinticinco horas en esa celda la necesitaba, Leo comenzó a cortar un filete de carne roja, el cual se veía jugoso, tanto como la leche.
— El problema es que lo damos por sentado, ignoramos el hostil mundo en que los animales tienen que sobrevivir.
Leo siguió cortando su carne al mismo tiempo que Tygus comía con demasiada lentitud, su mirada fija en el comandante, preguntándose cual era la razón de aquella extraña actitud, porque no lo golpeaba o era hostil, el miedo era mucho más eficaz.
— Aun tu, crees que te mereces esta comida por ser un tigre, no porque yo he sido lo suficiente gentil como para compartir mis alimentos contigo.
Tygus apenas había tocado su comida cuando su interrogador estaba limpiando con la yema de su dedo índice el jugo grasiento y sazonado de la carne roja, la que el capitán sentía amarga, obligándose a dar cada uno de los bocados hasta terminar con su primer plato.
—Creyendo que nos lo merecemos y allí es donde entro yo, no fui el mejor de los leones de mi generación, mi padre sufrió la humillación de tener un cachorro prematuro que muchos consideraban inferior, solo una pérdida de tiempo, cada segundo de mi vida fue una lucha para mi, así que tuve que ganarme mi puesto con trabajo duro, tanto como el de los otros animales y sé que ellos no se atreverán a traicionar a nuestro amo, en cambio, un felino que piensa que se merece lo que tiene, el puede pedir mucho más, eso es algo que comprendo bien.
Las fotografías que hasta ese momento eran un misterio para el de pronto las dejo en la mesa para que pudiera verlas, logrando que la cuchara de Tygus cayera de sus dedos, tomando la segunda, en la cual se le podía ver conversando con un chacal, un soldado de pelaje gris, quien sonreía a lado de otro tigre, uno que se veía le superaba por dos cabezas, uno de los ancianos, de espaldas anchas y sonrisa astuta.
— Tu, por el contrario tuviste el mejor material genético, un nacimiento programado, entrenamiento, a ti se te han entregado las oportunidades en una bandeja de plata… aunque mas bien no, yo no diría plata… mas bien, en una bandeja de oro, lo único extraño es que tu antecesor se encargo de tu cuidado, un tal Tykus…
El capitán dejo las fotografías en la mesa, respirando hondo cuando la misma rata que sirvió su comida se la llevo, Tygus no había tocado el postre, repentinamente había perdido el apetito, deseoso de finalizar esa supuesta charla.
— Y Shen me sirvió como saco de golpear durante toda mi juventud comandante, estoy seguro que ya lo sabe, diría que sabe todo sobre mí.
No permitiría que lo amedrentara, su historial por muy molesto que fuera para su comandante no decía nada, sólo que tal vez era superior al astuto león, que seguía sonriendo, demasiado tranquilo para que eso fuera todo lo que sabía de su persona, preguntándose por primera vez si sus hombres estaban seguros o estaban siendo interrogados al mismo tiempo.
— Así es, esas fotografías son extractos de videos que demuestran que estoy en lo cierto.
En ese momento Panthera sostuvo a Tygus por su cabello y barbilla para que Leo pudiera admirar su rostro, sus brazos detrás de la espalda, aun seguía seguro de su poder, mucho más cuando Tygus no se movió, recordaba lo pronunciado en cada uno de esos videos y cualquiera, en especial su señor, creería que no era más que un traidor.
— Dime una cosa Tygus…
Leo se sentó en la mesa con algo de cansancio, riendo entre dientes cuando Tygus trato de liberarse de la poderosa llave de su segunda al mando, quien como todo su clan era por mucho más fuerte que cualquier otro felino, exceptuando los leones.
— ¿Si nuestros papeles estuvieran intercambiados tendrías piedad de mi?
Panthera de pronto lo dejo ir, permitiendo que Leo recorriera su mejilla con las puntas de sus dedos, relamiéndose los labios al ver que respondía con un pequeño movimiento de la cabeza, de voltearse los papeles no tendría piedad.
— ¿Por qué tu si?
Aquella pregunta vino casi como un susurro, los ojos de Tygus no se atrevían a mirarle, imaginándose lo peor, como uno por uno de sus aliados iban cayendo, todo por culpa de sus múltiples descuidos, subestimando al comandante que le hizo una señal a Panthera para que se marchara de aquella habitación.
— Porque un león sin importar lo que pase protege a su compañero de cualquier peligro, ese, después de todo es mi deber.
Para Tygus esa respuesta no tuvo demasiado sentido, ni mucho menos la forma en que Leo destruía las fotografías, guardando aquella información en la llave maestra que fuera un regalo de su padre antes de perecer sirviéndole a la criatura inmortal, seguro que esos videos nunca llegarían a los ojos ni oídos de su señor, el protegía a su tigre.
— Yo haría cualquier cosa por ti, por tenerte a mi lado capitán, y si tú no me rechazas puedo ayudarte con esa locura que te has impuesto tú solo.
El tigre no se atrevió a moverse al mismo tiempo que Leo se levantaba de su cómodo puesto en la mesa del cuarto de interrogatorios, rodeándolo con lentitud, recorriendo lentamente la poca distancia que había entre ambos, recargándose en sus hombros cuando se detuvo, justo a sus espaldas, evitándole ver su expresión de serena condescendencia.
— ¿Entiendes lo que te digo?
El silencio que siguió a esa pregunta formaba una barrera casi física entre ambos, era un ser tangible que se iba comiendo la fachada de tranquilidad de Tygus, que se arremolinaba en ese cuarto, sofocándolo con la inclemente certeza de saberse descubierto.
La criatura dentro de poco entraría en esa habitación, su maestro seria torturado, cada uno de sus aliados y a él, no sabía que ocurriría con él, pero de momento su vida estaba en las manos de Leo, un felino que era conocido por su inmisericorde y absoluta lealtad a la bestia decadente.
— Si encuentra la última piedra nunca seremos libres, aun tú debes entender esa verdad, comandante. Sin importar lo que te haya ofrecido sabes que tengo razón. Es por eso que debes tratar de…
Leo cubrió sus labios con una de sus manos en ese instante, restregando su mejilla contra la suya, prácticamente podía escucharlo ronronear. Sintiendo su tacto invasivo como un fuerte golpe que le evito pronunciar cualquier sonido a pesar de que la mano del comandante de sus labios pasó al cierre de su uniforme, descubriendo parte de su cuello cuando pudo escuchar el metálico sonido de sus protectores dientes abrirse poco a poco, cediendo ante la presión de dos dedos de su comandante.
— ¿Acaso no me has escuchado con claridad Tygus?
Sus dedos recorrían su piel desnuda, las rayas que adornaban su pelaje con delicadeza, ingresando en las fronteras de su uniforme. Lo estaba desnudando con demasiada lentitud, relamiéndose los labios cuando parte de su hombro, el cual tenía una cicatriz reciente con forma de cruz le saludaba.
Los ángulos y las rectas de su cuerpo tentándolo, las rayas negras en el fondo rojizo, aun el blanco inmaculado de su pelaje, su aroma, el miedo que podía ver trataba de ocultarle, el ligero respingo cuando no solo eran las yemas de sus dedos, sino también su nariz y su lengua aquello que le tocaba sin su permiso, el temblor casi imperceptible de sus músculos torneados, sus ojos dorados tratando de enfocarse en la mesa, pensar en algo más que su comandante tocando su cuerpo, admirando su belleza en un cuarto de interrogatorios.
— El resultado de tu rebelión solo depende de ti, si dejas de lado tu orgullo, si comprendes lo que te he dicho en más de una ocasión. Si te rindes a mi amor. Yo me hare cargo de ti, de tus placeres, yo te concederé lo que deseas en el fondo de tu corazón. Serás libre de nuestro señor. Yo me encargare de eso. Yo te cuidare.
Esa oscura promesa no le brindo tranquilidad alguna, en vez de eso logro despertarlo de su estupor, levantándose de golpe, con un rápido movimiento que evito sin darse cuenta los dientes de Leo, quien estaba a punto de morderlo, a punto de realizar un acto salvaje que algunos felinos aun conservaban de su pasado remoto, cuando caminaban en cuatro patas y debían someter a su pareja elegida.
— ¡No me has escuchado!
Casi le grito retrocediendo un solo paso, alejándose lo suficiente de las manos de Leo, quien permanecía casi impávido, seguro que tenía el poder para manejar su destino, que se doblegaría con tanta facilidad, el comandante llevo sus manos detrás de su espalda, enderezando su postura, mirándolo de medio lado.
— El que no me has escuchado eres tú, los guardias esperan mi señal, sólo con una orden mía todos ustedes morirán, pero aun estas a tiempo de recapacitar capitán.
Tygus era más alto, tal vez un poco más fuerte, tenía mucha más experiencia militar, había visto imperios florecer y caer durante sus campañas, planetas estallar en la inmensidad del espacio, él era un guerrero, un tigre, un hombre, Leo no debería estar interesado en él de aquella forma, era simplemente incorrecto.
Pero aun así, sin importar lo que hiciera, este joven león parecía no escuchar sus negativas, seguía empeñado en ser su amo, un león demasiado bajo para los estándares de su raza, a quien todos parecían haber menospreciado si lo que decían sus fuentes era cierto, un joven astuto que arranco de las manos de su padre su puesto, un hombre que no se parecía en nada al pequeño que conoció en los confines de aquella nave.
— Puedes escoger tu orgullo y matar a todos tus aliados, ser torturado hasta que no quede nada de tu don, ni siquiera unas sobras en un cuerpo maltrecho que esa cosa guardara en un sarcófago con todos los demás.
Leo al notar que no respondía como supuso en un principio, que se limitaba a mantenerse quieto en medio del cuarto de interrogación salto en su contra, levantando una de sus piernas para que perdiera el equilibrio y pudiera recostarlo en la mesa, apresándolo con el peso de su cuerpo.
— O puedes elegirme a mí, yo te salvare, aun estas a tiempo de lograr tu rebelión, lo único que tienes que hacer es elegirme a mí como tu compañero.
Tygus de nuevo intento retorcerse para quitarse al comandante de encima, tirarlo al suelo, pero no pudo cuando empujo su cuerpo sobre el suyo, sosteniendo sus muñecas con la fuerza descomunal que todo su clan poseía, la que se comparaba con la de las panteras.
—Mi cama o el sarcófago.
Su uniforme aun seguía abierto y Leo de nuevo recorrió con la punta de su lengua su pelaje, admirando su sabor, presionando lo suficiente para sentir un estremecimiento, liberando una de sus muñecas para poder sostenerlo de su corto cabello rayado, obligándolo a mostrarle la unión entre su cuello y hombro, aquel punto que los felinos utilizaban para marcar a sus compañeros.
— ¿Qué será Tygus? ¿Qué decides?
Tygus comenzó a respirar hondo, eso era imposible, Leo no podría creer que además de ser libres debía obtener algo más a cambio, era injusto, demasiado avaricioso aun para un león, pero este no era uno cualquiera, era la mano derecha de Lord Mum-Ra, si quería y si no estuviera tan obsesionado con poseerlo, seguramente para ese momento ya estarían todos muertos.
Era seguro que Leo actuaria como se lo prometía por lo que cerrando los ojos dejo de luchar contra él, permitiendo que recorriera con demasiada lentitud su pelaje y que sus dedos hábiles siguieran abriendo el cierre de su uniforme hasta la altura de sus caderas.
Leo seguía sosteniéndolo del cabello pero su mano libre fue a posarse en su cintura, ingresando en el cuero sintético del que estaba hecho su uniforme, una aleación que los mantenía protegidos de los variantes climas de los planetas que asaltaban al mismo tiempo que dejaba respirar su pelaje, una ropa cómoda que usaban en campaña y en el interior de la nave como un uniforme de cuerpo completo, cuya única entrada estaba abierta para el comandante, la que cruzo sin pudor alguno.
Sus ojos fijos en los suyos o eso intentaba porque desde hacía un buen rato dejo de mirarle, tratando de controlarse para no atacarlo, diciéndose una vez tras otra que nada podía hacerse, cerrando su mente para cualquier ataque psíquico, no quería que nadie sintiera su temor ni su desagrado por este felino.
Que si bien su apariencia era la de un ángel, su alma y su corazón eran tan negros como grandes eran su fuerza y su belleza, quien podría lastimarlo sin siquiera pensárselo dos veces, recorriendo una por una las rayas de su cuerpo, tratando de quebrar su fachada de tranquilidad porque sabía que dentro de poco trataría de negarse a él como llevaba algunos años haciéndolo.
—Si solamente fuera yo, elegiría el sarcófago comandante.
En vez de molestarse Leo sonrió, esa era la respuesta que deseaba escuchar de los labios de Tygus, recorriendo con las puntas de sus dedos su vientre, recibiendo un jadeo sorprendido del tigre, quien cerró los ojos esperando que su atención estuviera fija en su sexo, pero en vez de eso, elevo sus dedos con demasiada lentitud, recorriendo sus bíceps, su cuello, deteniéndose en su mejilla.
Leo fijo su vista en sus labios antes de apoderarse de ellos con hambre, robándole la respiración, tirando de su cabello con tanta fuerza que por un momento creyó que se lo arrancarían.
— Pero no lo harás porque no quieres que lastime a tus aliados. Aunque ellos no son más que una carga, un peso del que puedo liberarte como todo este tiempo he mantenido las cadenas de nuestro señor alejadas de tu lindo cuello.
Tygus reacciono a esas palabras intentando liberarse, usar sus ojos dorados, el don de sus antepasados contra su asaltante, pero Leo no era un hombre débil, su mente durante todos esos años al servicio de la criatura estaba blindada contra esa clase de ataques y cuando trato de manipularlo, no se encontró con una pared de ladrillos como la que tenía Tykus protegiendo sus pensamientos, sino con la puerta de una bóveda de seguridad.
— ¿Así que me proteges?
Leo asintió relamiéndose los labios con hambre, con tanta lujuria reprimida que Tygus por un momento creyó que sería en esa celda cuando por fin el comandante pudiera hacerse con su cuerpo.
— Eres mi compañero y ahora todos lo sabrán.
Susurro con un dejo de posesividad, del que no tenía derecho alguno, antes de encajar sus dientes con fuerza en el hueco entre su hombro y su cuello, un poco por debajo de la yugular, abriendo su piel con la fuerza aplicada en ese odioso movimiento, realizando un ritual de apareamiento salvaje para esconder su afecto de los ojos de la bestia pero no de los demás, que solo utilizaban cuando estaban dispuestos a pasar el resto de sus vidas con el otro, siendo la mujer quien recibía esa marca, una muestra del amor de su compañero, de que siempre estaría a su lado y que le protegería de cualquiera que quisiera lastimarle.
Solo que ellos no eran un hombre y una mujer, él ni siquiera deseaba a Leo, sin embargo, en la nave de Lord Mum-Ra eso no importaba cuando era tu superior quien tenía la vida de tus seres queridos, así como la tuya, en sus manos.
Tygus apretó los ojos con fuerza, se mordió el labio para no gritar, no por el dolor sino por la furia que sentía, la humillación de recibir esa marca de alguien a quien no deseaba, del comandante entre todos los felinos, comprendiendo muy bien que si no encontraba la forma de borrarla de su cuello, cualquier persona que hubiera estado interesada en él antes de eso, le daría la espalda.
De alguna forma que no comprendía del todo, ahora le pertenecía a Leo, o eso hubiera sido en el pasado, cuando no existían los medios para curar la piel dañada, cerrar las heridas con tanta precisión que parecerían que nunca estuvieron allí, sólo esperaba que los médicos no hicieran demasiadas preguntas por ello.
—Comandante, los tigres comienzan a preguntarse…
Pantera dejo caer su tableta, la maquina que usaba como medio de trabajo al ver a Leo sobre Tygus, con la sangre aun en sus labios, lamiendo un hilo que recorría su cuerpo obedeciendo las leyes de gravedad, manchando el escritorio.
— ¿Acaso te dije que podías entrar?
Pregunto Leo acomodándose el cabello, permitiendo que Tygus se levantara dándole la espalda a su segundo al mando, una mujer que confiaba en él y que sabía que sin su ayuda, la rebelión estaba condenada.
— No, lo siento comandante… pero…
Leo permitió que Tygus cerrara el cierre de su uniforme, que reacomodara su ropa al mismo tiempo que colocaba su mano derecha en su mordida, esperando que Panthera no dijera nada de lo que había visto, agradeciéndole al rugido y a los cuatro espíritus que oyeron sus plegarias por ser interrumpidos.
—No importa, de todas formas ya tengo que regresar a la sala del trono, el viejo saco de huesos comienza a ser un verdadero dolor de cabeza.
Tygus no dijo nada, ni se atrevió a moverse, esperando el momento en que lo dejaran marcharse, observando a Panthera de reojo, quien parecía asustada por lo que había visto, esa mordida había sido especialmente desagradable y ella sabía lo que significaba.
— La rebelión tendrá que esperar Tygus, necesitamos que nos traigas la piedra de guerra que nos falta, pero me la entregaras a mí, yo para el momento en que regreses encontrare la manera de protegerte de la criatura, recuerda, eres mi compañero.
La sangre comenzaba a manchar su uniforme, tendría que ir a la enfermería y les exigiría a los médicos que borraran esa abominación, él no era un juguete, no obedecería a Leo, quien se retiro del cuarto de interrogatorios sin mirar atrás, ignorando su molestia, dejando a Panthera recogiendo su tableta del suelo, sin siquiera mirarla.
— ¿Qué te hizo?
Pregunto ella tratando de acercarse a Tygus, quien la esquivo retrocediendo varios pasos, ella no tenía la culpa de lo que hizo su comandante, pero al mismo tiempo, estaba tan enojado que estaba seguro terminaría descargando su furia contra ella.
— Me mordió.
Panthera respiro hondo, ligeramente preocupada, observando como el tigre se marchaba, que podría preguntarle que tuviera sentido, si acaso Leo sabía de la rebelión, si necesitaba ayuda o sí quería que le acompañara a la enfermería, de todas esas preguntas ya conocía muy bien la respuesta.
— Pero nos ayudara con la rebelión, supongo que tiene sus motivos.
Tygus fue el primero en salir del cuarto de interrogatorios, caminando varios minutos en absoluto silencio, todo ese tiempo su mano estaba sobre su mordida, podía sentir la sangre, la humillación de permitir que eso pasara cuando de pronto, sin aviso alguno, alguien lo azoto contra las paredes desnudas de las entrañas mecánicas de la pirámide.
Ese alguien era su proclamado compañero, usando la sorpresa y su peso para inmovilizarlo, no así su estatura, pero eso no importaba cuando él era quien tenía el verdadero control en aquella tumba mecanizada.
— Pensé que tenías cosas importantes que hacer.
Leo ladeo la cabeza solo un poco sosteniéndolo de la cintura, o eso trato, ya que inmediatamente Tygus cambio las posturas, empujándolo para tratar de amenazarlo, intimidar al extraño león que le seguía a todas partes.
— Al ser compañeros, nuestras discusiones deben ser privadas… no cualquiera debe oírlas.
Tygus apretó los dientes, alejándose de Leo, quien se cruzo de brazos, con esa endemoniada seguridad que atemorizaba a los demás pero que a él irritaba de tal forma que deseaba romperle el cuello.
— Antes de ser tu compañero deberías demostrarme la fuerza que dices tener, porque sabes una cosa, cualquiera logra dejar su marca en un prisionero y me pregunto si en verdad crees que me tragare esa mentira de que puedes protegerme de nuestro señor cuando solo eres un perrito faldero.
Las pupilas de Leo se cerraron al mismo tiempo que apretaba los dientes, su cabello se iba erizando poco a poco, tal vez lo atacaría, pero no pensaba que ese fuera el caso, el pequeño león deseaba algo que no alcanzaba a comprender, pero que nunca tendría mientras que su señor siguiera con vida.
— No eres nada Leo y no tienes nada más de lo que aquella cosa te deja tener, aunque puedo estar equivocado, tal vez… solo tal vez tengas las agallas de atacar a un enemigo en igualdad de condiciones o que te supere en poder.
Leo parecía interesado en su reto, pero suponía que tenía que darle algo que realmente deseara, tal vez su lealtad o su cuerpo, algo que le hiciera creer que estaba dispuesto a entregársele.
— Muéstramelo Leo, enséñame que eres lo que prometes y no solo un bufón con un puesto muy alto.
Tygus camino entonces hasta situarse junto a Leo, llevando lentamente su mano al bulto entre las piernas de su comandante, sin tocarlo, apenas dejándola un poco por arriba de esta, notando como el joven felino se relamía los labios.
— Humilla a la criatura como me has humillado a mi Leo y seré tuyo, abriré las piernas, gemiré como una zorra, hare lo que me ordenes, sólo demuéstrame que eres más de lo que tu expediente así lo dice.
Esta vez fue Leo quien parecía sorprendido, aunque la perspectiva de tenerlo por su propia voluntad era una promesa demasiado tentadora para ignorarla, de eso estaba seguro Tygus, quien retiro la mano sin tocar al joven león, quien lo siguió con la mirada, al mismo tiempo que sonreía, escuchando sus últimas palabras.
— Pero si no eres más que un bufón, aunque tenga tu mordida, nunca seré tuyo.