Personas, se nos acabó. Esto parece más un epílogo que un capítulo final.

¡Pero no me preocupa! xD Porque el bubbline es mi vida y tengo como otras mil historias a medio escribir en mi computadora jaja

Aunque cada historia es especial.

En fin, nos leemos muy pronto. I'm promise.


—Bonnie, no puedo más —admitió dejándose caer en el sofá soltando un gran suspiro.

—¿Te vas a rendir ahora? — preguntó con los brazos en jarra.

—Sí, me voy a rendir.

—Eres decepcionante. Uno creería que tendrías mayor aguante —dijo tratando de calar en su ego.

—Ya ves que no —contestó sin moverse.

Bonnibel se acercó jalando su brazo en un movimiento que usaría cualquier madre para levantar a su hijo, pero es que a veces Marceline podía llegar a ser tan infantil.

—Vamos, Marcy, ya sólo debemos desempacar.

—¿Cómo es que tienes tanta energía? —se le quedó mirando.

Antes de que lograra responder la tumbó en el sofá a un lado de ella y la abrazó por la cintura pegándola más a su cuerpo y quedando en la tan afamada posición de "cucharita". Besó su hombro sin poder creer todavía que se estuvieran mudando juntas, después de todos los problemas. Sonaría muy cliché decirlo, pero podía leerse en su mirada las ganas que tenía de que su relación con la pelirrosa durara eternamente.

—¿En qué piensas?

—En ti.

—Pero si me tienes aquí.

—Ya ves lo cursi que me has vuelto.

—No me culpes a mí, yo te conocí así.

La mordió a modo de queja, tan leve que Bonnibel no hizo otra cosa que reír. Le alegraba estar con Marceline, con todo, la duda y el miedo de que fuera un sueño o un engaño, no desaparecía. Por otro lado, la deuda que tenía con Lich no se esfumaría, debía pagarla y no tenía idea de cómo conseguiría el dinero para ello.

Las preocupaciones se encargaban de eclipsar la felicidad en este breve momento a solas con su actual pareja. Estaba pisando terreno desconocido, ¿qué haría de su vida? ¿De qué viviría? ¿Realmente lograría pagar? ¿Las cosas con Marceline funcionarían? No podía asegurarlo, sin embargo, guardaba la esperanza de que las cosas salieran bien.

Marceline parecía tan segura que le contagiaba su optimismo, la convencía de que las cosas no podían haber pasado de otra manera.

Le echó un vistazo alrededor viendo las cajas con sus cosas que permanecían por toda la sala donde Hambo se ocupaba de meter las narices buscando algo con lo cual jugar, apenas era consciente de que habían tomado la decisión de vivir juntas. Tenían todas sus pertenencias desperdigadas al azar, Marceline se rindió antes de que lograran colocar cada cosa en su sitio.

—Marcy…

—Mhm —Fue la respuesta que obtuvo.

Había cerrado los ojos y se apoyaba en su espalda sin dejar de abrazarla.

—¿Cómo vamos a pagar a Eliseo?

Ella no contestó así que se dio la vuelta entrelazando sus pies, quedaron de frente y le quedó viendo esperando que dijera algo. Por fin le devolvió la mirada con una sonrisa pintada en el rostro, como si tuviera todo resuelto o el asunto no le preocupara en lo más mínimo, a pesar de los nervios de la pelirrosa.

—¿Y bien?

—Tenemos un proyecto en la empresa —comenzó a decir —. Nos van a pagar muy bien. Quizá no sea todo el dinero que necesitamos, pero sí es la mitad de él. Podemos conseguir lo demás.

—Gastarás todo tu dinero —dijo cabizbaja —. Sólo por alguien tan insignificante.

—Eres la persona más importante para mí, Bonnibel —respondió con seriedad.

Le gustaba creer en las palabras de Marceline, la forma en la que la veía, su forma de hablarle, eran cosas que nadie más hacía igual. Pero a veces pensaba que no merecía tanto, que Marceline debería estar con alguien mejor.

Cuando se acostaban en el pasado no solía pensar así, sin embargo, ahora todo era distinto, estaban juntas y ya no era alguien con quien estuviera experimentando o jugando, se convirtió en algo formal y la idea la llenaba de pánico.

Viviría con ella, pero si todo fracasaba, no tenía un lugar al que volver. A Finn no lo volvió a ver desde aquella vez, no era amiga de nadie más y era huérfana. Eliseo fue su única vía de escape para afrontar lo sucedido hace tantos años, y ya tampoco podía volver a él. Ser libre daba miedo. Llegaba a preguntarse si realmente era libertad, o se trataba de soledad simplemente.

Marceline la abrazó con fuerza intuyendo que su novia todavía no concebía la idea de que las cosas pasaran de tal modo.

—Todo va a estar bien.

—¿Cómo haces para estar tan tranquila? —preguntó abrazándola también.

—Me enfoco en disfrutarlo y no en temer.

—¡Pero asusta! Ya no tengo nada más que a ti y me da miedo que te vayas. Quedarme sin nada.

—Eso no va a pasar —dijo acariciando su espalda suavemente con los dedos.

—No puedes saberlo.

—Danos la oportunidad antes de creerlo todo perdido.

Bonnibel ya no dijo nada más pensando en esa última frase, se estaba comportando como una niña asustada del monstruo bajo su cama, así de infantil sonaba al creer que todo podía fallar incluso antes de darle oportunidad de despegar.

—¿Me acompañas al psiquiátrico?

—¿Vamos a ver a Simón?

—Sí, le prometí que iría seguido a verlo. No me gusta dejarlo solo.

La pelirrosa asintió y se levantó ayudando a su novia a hacer lo mismo. Ya que pasaron toda la mañana cargando cajas el sudor les llenaba la ropa, evidentemente no saldrían así.

Decidieron ducharse juntas y de paso aprovechar el tiempo ya que, con todo lo que pasó, los miedos, las dudas, la deuda y Finn, apenas y habían podido darse inocentes besos. Ahora querían más. Algo que, por lo menos, se asemejara a las cosas que hacían con antaño, antes de meterse en tantas dificultades.

Marceline tomó su cuerpo desnudo y comenzó a besarla con pasión mientras Bonnibel mantenía sus brazos alrededor del cuello de esta. Comenzó a bajar lentamente besando su clavícula al tiempo que apretaba con más fuerza su cadera, su cintura, su abdomen y sus glúteos sacándole gemidos de placer.

Cualquier parte que la pelinegra tocara dejaba un rastro de cosquilleos que le erizaban la piel, esto era diferente a todas aquellas veces en las que estuvieron juntas, esta vez lo estaban haciendo con amor, y sólo por eso se disfrutaba más. Se dejó hacer, por primera vez Marceline la dominó, jugando con su parte más íntima como no lo hizo antes; sospechaba que a estas alturas ya se sentía lo suficientemente segura de su habilidad.

Por su lado Bonnibel sólo podía escuchar como sus suspiros llenaban el cuarto de baño donde se encontraba totalmente expuesta y como este hecho no le molestaba en lo más mínimo. Sentir como se imponía y la dejaba en desventaja al bajar a su entrepierna besando su muslo interior no hacía otra cosa que excitarla más. Cuando comenzó a darle caricias con su lengua no pudo seguir con las manos en la pared y las llevó hasta la, ahora corta, cabellera pelinegra, gritando en el momento en que llegó al clímax. Sólo entonces Marceline se separó de ella para darle un tierno beso en la frente al tiempo que la abrazaba.

Unas horas después iban de camino al centro psiquiátrico donde Simón se encontraba recluido, la misma señora de siempre sentada tras el escritorio las observaba con atención esperando que preguntaran por la persona que venían a buscar. La pelirrosa esperaba que fuera Marceline quien hablara, pero al ver que no decía nada tuvo que hacerlo ella.

—¿Podemos ver a Simón Petrikov?

—Por supuesto, se encuentra en el patio trasero —respondió la señora.

Le hizo una seña al muchacho que pasaba por ahí, un enfermero vestido de blanco que comenzó a caminar en la dirección indicada sin decir nada suponiendo que lo seguirían, que fue justo lo que hicieron.

— ¿Pasa algo? —preguntó.

La veía muy distraída, desde el momento en el que entraron al lugar parecía como si no quisiera estar realmente ahí, lo cual era extraño siendo que ella lo sugirió, además, era imposible que no tuviera ganas de ver al pobre anciano que tanto quería, sabía de sobra que Simón era la persona más importante para ella.

—Nada.

Bonnibel tomó su mano tratando de infundirle valor para hablar de eso que la estaba molestando, era evidente que no quería decirlo, pero Marcy había hecho tanto por ella que le parecía justo devolverle al menos un poco de todos esos gestos amables, sin contar que, le importaba, no le gustaba verla mal o preocupada.

—Estoy aquí para ayudarte, tal como tú haces conmigo… Amor.

La última palabra la hizo sonreír y mirarla de reojo sin dejar de seguirle el paso en ningún momento al enfermero. Era la primera vez que la llamaba así y no sonaba nada mal. Supo que le causó vergüenza decirlo porque sus mejillas se tiñeron de rojo y, aunque seguía mirándola esperando que respondiera, su mano apretaba con más fuerza la suya.

—Me da algo de tristeza saber que Simón está aquí y no puedo hacer nada por él. Quisiera que pudiera volver a ser el de antes.

El joven abrió una puerta doble y la luz entró de pronto mostrándoles el patio trasero donde había algunas personas siendo jardineros y otras cuantas simplemente sentadas en el pasto o en las bancas colocadas bajo la sombra de los árboles. Salieron inspeccionando el lugar para dar con su padre putativo y lo encontraron sentado justo en el centro del patio, en el pasto, hablando consigo mismo.

Marceline se mordió el labio tan fuerte que creyó que le sangraría. Su novia no tenía idea de qué hacer para ayudarla, o para consolarla al menos, esta situación era en la que menos podían tener el control de lo que sucedía.

—Vayamos a verlo —sugirió.

Ella sólo asintió.

El anciano parecía no percatarse de su presencia, ni siquiera cuando estuvieran a centímetros de él y eso sólo servía para exacerbar la inquietud de la pelinegra. Quería verlo bien, que volviera a ser su padre.

—Cállate, Gunter. Betty está muy cerca, nunca se va por mucho tiempo —decía.

—Simón, vine a verte —Se sentó a un lado suyo sin importar que pudiera ensuciarse.

Por fin la miró sonriendo y dándole un abrazo.

— ¡Marcy! ¿Has visto a Betty?

—No, Simón —respondió separándose.

Bonnie se acomodó junto a ellos sin decir nada, sentía que no tenía sentido que dijera palabra, las cosas eran sólo entre esos dos, si estaba ahí sólo era para poder darle su apoyo a la mujer que amaba.

— ¿Cómo te sientes?

Se notaba a simple vista que la sonrisa que le dedicaba estaba siendo forzada, pero la entendía, no era justo verse triste en estos momentos. Simón dejó de sonreír de pronto, las miró como si las reconociera, y luego volvió a sonreír, pero lleno de tristeza. Era doloroso verlo.

—Marcy —dijo despacio sacándola de su mentira —. Mi lucidez, no dura mucho. Necesito decirte algo importante antes de que lo olvide.

—Sí, dime.

—Quiero hablarte de Betty.

Bonnibel no sabía quién era ella, pero por la expresión que inundó el rostro de su novia debía tratarse de un tema muy delicado o de alguien muy importante.

—Simón…

—La conocí en una tienda de antigüedades. Yo siempre fui un coleccionista. Fue amor a primera vista. Volví un par de veces después de eso hasta que logré darme valor para invitarla a salir. ¡Oh dios! Estaba tan asustado —se burló de sí mismo mientras recordaba —. Esa mujer me ponía mal. Me asustaba tanto hacer las cosas de forma incorrecta, cometer un error y que todo terminara tan rápido como había empezado.

La pelirrosa escuchaba atentamente, tragó saliva con dificultad al pensar que eso era justo lo que ella sentía con respecto a Marceline. El miedo a veces era demasiado y se preguntaba si no arruinaría las cosas sólo por las dudas, si no se terminaría cansando y la dejaría.

—Y por desgracia el miedo fue tanto que lo eché todo a perder —completó cabizbajo —. No quiero que te pase lo mismo. Disfruta tu vida, mi niña, tanto como quieras y con quien quieras.

—Lo haré, Simón.

—Cuídala —agregó mirando a Bonnibel.

Ella asintió sin atreverse a contradecirlo, tampoco era que pudiera hacerlo. El anciano tenía razón, perder el tiempo imaginando el final cuando apenas existía un principio, con eso podría llegar a destrozarlas a ambas sin querer. Decidió que tomaría el consejo y simplemente se encargaría de cuidar a Marcy todo el tiempo que ella quisiera quedarse a su lado.

—Ahora, cupcake, dile a Gunter que me deje tranquilo. Los doctores dijeron que no era real, pero él no parece entenderlo.

—Se lo diré.

—¿Decir qué?

Otra vez volvía a ser él, sus divagaciones y delirios estaban ahí. Su amigo imaginario también.

Salieron del hospital sin decir una palabra, pero dado que no se detuvieron a tomar un taxi se daba por sobrentendido que irían a pie. Cada una en sus propias cavilaciones, hasta que Marceline le tomó la mano a Bonnie, sobresaltándola. Le dio una gran sonrisa cuando esta la miró.

—Prometo que, aunque te amo, no me volveré loca por ti.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Te prometo dejar el miedo atrás.

Caminaron un buen rato con un silencio compartido tomadas de las manos pensando, probablemente, en la vida que les aguardaba de ahora en adelante. Llegaron sin darse cuenta a ese parque donde se conocieron, se sentaron una de las bancas y ahí permanecieron largo rato.

Era curioso ver la manera en la que habían terminado juntas, después de tantas cosas, sabían que igual no sería el último problema en sus vidas, pero la emoción de que fuera el principio las tenía ahora bastante felices como para ver más allá del mañana.

—Vaya que ha pasado tiempo desde ese día.

—Ni me lo recuerdes —Sonrió —. No sé a dónde fue a parar todo mi valor por la vida de aquel entonces.

Marceline rio por el comentario. Estaba de acuerdo, toda la seguridad que Bonnibel desprendía se esfumó con el pasar del tiempo, podría jurar que a estas alturas era la más aterrada de este inicio. Ella por su lado había madurado, por decirlo de alguna manera, ahora se sentía confiada, como si nada pudiera salir mal, o en cuyo caso, como si pudiera hacer frente a cualquier cosa que viniera de ahora en adelante.

Tal vez habían encontrado en la otra lo que necesitaban. La pelirrosa nunca pudo mostrarse frágil en un mundo donde se creía sola, y Marceline necesitaba ese empuje en su vida que despertara su instinto protector, aquel que la obligara a sacar uñas y dientes, defender y pelear por lo que ama. Hablando en un sentido metafórico, por supuesto, aunque no cabe la menor duda de que, de ser necesario, lo llevaría a un sentido más literal.

— ¿Quieres ir a casa? Me rugen las tripas.

—Acabas de arruinar completamente el momento, Marcy —dijo riéndose.

—Yo considero que lo hice más memorable.

Unos días más tarde Keila se encontraba en el apartamento junto a las chicas y con el pelirrosa como segundo invitado. Ambos habían llegado de improviso juntos porque al parecer pidió a Gumball recogerla porque quería darles una sorpresa, y lo consiguió, Marceline casi saltaba de alegría al volver a ver a su mejor amiga.

Un poco más y las hubieran encontrado en una situación comprometedora, pero llegaron justo en el momento de la comida. Bonnibel se hallaba en la cocina preparando el platillo favorito de Marcy, pasta con crema de champiñones, su boca salivaba sólo con el olor.

Keila dijo que la ayudaría y entró con ella dejando al pelirrosa con Marceline. Tenían algunos días sin verse, casi un mes, y no sabía cómo llevaba lo de su nueva relación y la superación personal de la que habló anteriormente, pero preguntárselo no lo consideraba adecuado.

—Se ven felices —comentó él recargándose en el sillón.

—Somos felices, Gumball.

— ¿Y con ella sí vas a casarte?

La pregunta la sacó de su zona, no quería pensar en boda tan pronto, apenas estaban iniciando, pero se sentía tan a gusto con ella que, lo más seguro, terminaría emocionada al tomar la decisión y no huiría como antes, pero por el momento, el simple hecho de que estuviera le era suficiente.

—No lo sé. Creo que es muy pronto para decirlo.

—Creo que lo harás. Nunca vi ese brillo en tu mirada cuando estuvimos juntos —dijo antes de darle un sorbo a la soda.

Ya no dijeron más cuando fueron llamados al comedor. Keyla se veía tan radiante, como si muriera por decir algo, pero se estuviera conteniendo.

Marceline no pudo soportar eso por más tiempo y a mitad de la comida se detuvo y la miró con una ceja alzada sin seguir tocando su plato.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué pareces tan emocionada?

—Es que… ¡Ah bien! No quería decir nada todavía, pero ya no me puedo contener más tiempo.

—Habla ya.

—En estos días conocí a alguien muy especial y es tan lindo e inteligente que me hace temblar cada vez que lo veo —dijo con un suspiro.

—Oh. Parece que estás enamorada, Keyla —Sonrió divertida.

—Espero que sea un buen tipo —comentó el chico.

—Y sobre todo que te trate bien —concluyó la pelirrosa.

—Algún día se los presentaré, seguro que les va a encantar.

—Ve con calma —dijo Marceline volviendo a su comida.

—Por eso es que tú ya estás viviendo con Bonnie, ¿no es cierto?

El tenedor no llegó a su boca y enrojeció.

—Es diferente. Como diría mi tío: eran otros tiempos.

Los otros sólo se rieron de ella, pero siguieron comiendo sin intervenir mucho en la conversación. Preferían terminar con su comida, la cual estaba deliciosa.

—Por supuesto.

—Ya, mejor dime cuánto tiempo piensas quedarte esta vez.

—Acabo de llegar, Marcy, si quieres tener privacidad con tu novia para tener sexo me voy a mi casa y listo.

Bonnibel no dijo nada, pero su sonrojo no pasó desapercibido.

—¡Ah vamos, Keyla! No se puede hablar bien contigo —se quejó —. Pero ya que lo mencionas, sí quiero tenerla.

— ¡Marcy! —reclamó esta vez su novia tapándose el rostro con las manos.


Respuestas a los reviews.

LucyloquillaXD: No es tan malo, pero no se conocerá su historia uvu No te preocupes, seguro que consiguen el dinero. Aw, sí, Simón, pobrecito. Gracias por todo el tiempo dedicado a la historia.

alecita122: A mí me pasaba eso antes, ahora acostumbro tener anotadas todas mis cuentas en un papel xD jajaj Bonnie sólo está asustada, pero ya se puso las pilas, tranquila. Espero te haya gustado la historia :3

Peebels Pek: En fanfiction puede suceder cualquier cosa, compañera xD Cuando la cosa va tan bien, que hasta resulta sospechoso (?). Gracias por seguir la historia todo este tiempo.

Buenos deseos a todos, espero volverlos a leer en la próxima historia :'3