Los personajes de VA pertenecen a Richelle Mead

Capítulo XXVIII

PoV Rose

Recuerdo con gran detalle aquel día, el siguiente al de la visita de Mark y Oksana. Si algo he aprendido en estos últimos años, es que comenzar el día al amanecer de un mal sueño es sin duda presagio de que las cosas van a salir mal. Y ese día, fue tanto en su origen como en su alba uno de esos tantos que he intentado, con el pasar de los años, empujar a los espacio vacios y oscuros de mi memoria.

En la pesadilla de la que desperté estaba en La Corte, frente al trono de la reina, de rodillas. Había tres guardianes dhampir "escoltándome"; uno de ellos presionando su mano contra mi hombro herido. No recordaba el momento justo en el que había sucedido, aunque entre las circunstancias de esas últimas treinta horas seguro existieron ocasiones suficientes en las que podría haber salido lastimada; desde el ataque sorpresa en Baia, mientras dormíamos, hasta el interrogatorio al que me había visto sometida ya de vuelta en la Corte de Pensilvania.

Mis "escoltas" eran un agregado bastante innecesario, en mi opinión, porque además de mis múltiples heridas, mi resistencia era una cosa obsoleta desde que estaba esposada de pies y manos. Fuertes cadenas de hierro era el destino que habían sufrido mis tobillos, pesadas y resistentes como el acero; un accesorio visible para que todos los presentes lo vieran y aprendieran. Ese era el castigo para quienes se atrevieran a desafiar a la corona.

Sentía mucho dolor. Los métodos de interrogación de la corte no eran clementes. Todavía recordaba sus preguntas, todavía las sentía sobre cada moretón de mi cuerpo: ¿Dónde me había refugiado? ¿Había conocido a otras como yo? ¿A otros bebés como Anna?

Pero nada de eso importaba, porque mientras ellos me hablaban de niños ajenos y me arrastraban frente al trono de la reina, lo único en lo que podía pensar era en Anna. Mi dulce y pequeña Anna, que me la habían arrebatado de los brazos horas atrás. Todavía, allí de rodillas, podía recordar el sonido de su llanto mientras la alejaban de mí. Luché con todas mis fuerzas por retenerla, y cuando ya no podía pelear con ellos, me limité a hacer lo mismo que aquella noche en la comuna: la protegí con mis brazos, aferrándome a ella como si mi vida dependiera de eso. Pero me la quitaron de todas formas. Hicieron oídos sordos a mis suplicas, a las de ella. Y se alejaron, mientras otros tres guardianes me esposaban y me sacaban de la casa de las Belikova a rastras, mientras dejaba atrás a un Dimitri inconsciente sobre su propia sangre después de que aquellos animales lo asesinaran por haber defendido a nuestra hija.

Hacía horas de eso. Más de un día completo. No había dormido, comido, ni bebido nada desde entonces. Mi ropa estaba sucia y ensangrentada; mi propia sangre y la de Dimitri. Pero sólo podía pensar en ella. ¿Qué estaban haciéndole? ¿Estaría viva aún?

No conocía a los Moroi que llegaron después. Vi a Adrian siendo retenido por algunos miembros de la guardia real. Y a Alberta y otros guardianes de la academia. Pero nadie podía hacer nada. A ella la oí antes de hallarla entre la multitud. Iba en brazos de una Moroi de mediana edad. «En brazos » era, en realidad, una expresión demasiado amable para la forma en que aquella mujer cargaba a mi hija. La sostenía de una forma casi inhumana, como si Anna no mereciera más que eso. En los ojos de aquella mujer podía ver verdadero temor, como si aquel bebé frágil y hambriento pudiera hacerla desaparecer con sólo mirarla. Y la odiaba. La odiaba a ella y a todos quienes le habían lavado el cerebro. Y odiaba a todo aquella multitud de monstruos que se acercaba con morbosa curiosidad tratando de averiguar la forma en que su pérfida monarca le daba fin a la vida de una inocente criatura ante los ojos de su madre.

Recuerdo gritar. Mis gritos de dolor y suplica se mezclaban con los llantos de angustia de Anna. Tenía hambre; yo sabía eso. Esos animales no la habían alimentado desde que me la habían quitado. Y ella estaba llorando. Probablemente sintiendo dolor. No quería más que acurrucarla entre mis brazos y ceder a todas sus exigencias, quería llevarle la tranquilidad que como madre me correspondía darle.

Intenté zafarme de los guardias, pero me inmovilizaron tan pronto como se dieron cuenta de mis artimañas. Así que me quedé quieta, contemplando a través de las lágrimas, esperando con el cuerpo convulsionado por los temblores.

Aquella mujer se acercó a la reina con mi hija. El manto de hilo rosa con el que la habíamos arropado la noche anterior caía ahora al suelo del gran salón de la Corte, mostrando su pijama blanco de algodón. Las palabras de la reina me pasaron casi desapercibidas, aunque conocía aquel discurso: victoria y honor, una muerte necesaria por el bien de muchos. Era lo mismo que nos decían a los dhampir, a los novatos, en nuestros años de entrenamiento. Para la reina, aquella ejecución era semejante a la caza contra los Strigoi.

Pero aquello era también toda mi vida. Ya me había quitado a Dimitri; si también se llevaba a Anna sabía que no podría seguir adelante. Ella olvidaría aquella ejecución mañana, porque presidía cientos todos los años; pero yo tendría que vivir con ello hasta mi último día. Yo sería aquella mujer que moriría sola en una celda, prisionera del gobierno, condenada a la infelicidad sólo por haberse atrevido a ser una madre. Sería aquella mujer que recordaría los días en los que había llevado en su vientre un milagro, en sus brazos al ser más importante de su vida, y aceptar que aquellos días serían sólo parte del pasado: no más Dimitri, no más Anna, no más libertad.

No vi aquel bloque de granito hasta que ellos la depositaron allí. Demasiado alto y demasiado grande, como un altar de sacrificios, y era mi hija apenas llegada al mundo quien ahora yacía allí. Grite una vez más, antes de que un grupo de Moroi se parara frente a ella bloqueándome la visión. No comprendí lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde. Bajo los clamores de la multitud oí su llanto, un grito escalofriante que atravesó todo el salón de la Corte hasta llegar a mí. Gritos de puro dolor que provenían de mi hija. Y luego, de la nada, el pequeño altar se cubrió de llamas.

Caí de boca al piso cuando todo acabó. Mis gritos desconsolados murieron con su voz. Se había apagado. Su llanto ya no se escuchaba, y no sabía si sentirme aliviada de que todo el tormento acabara para ella, o enloquecer ante la perspectiva de que jamás la oiría otra vez. Todo lo que quería era deshacerme en el suelo, desaparecer para siempre.

x*X*x

Al despertar todavía podía sentir ese nudo en la garganta que me dificultaba respirar. El sonido de mis gimoteos de dolor era lo que me había despertado. Eso, y las manos tratando de retenerme.

Intenté ver sus rostros, pero la luz de las llamas deslumbraba mis ojos, amenazantes. En el silencio lúgubre de la habitación repetí su nombre, como un mantra y una petición, tratando de descubrir cuánto tiempo tardaría aquella preciada palabra en perder todo el sentido que cargaba.

«Anna. Anna. Anna.»

En la tediosa oscuridad oí una voz familiar. Llamó mi nombre con tono tranquilo. Aquella voz tenía en su poder la capacidad de serenarme. Mientras continuaba pidiendo por mí, la realidad que me rodeaba comenzó a enfocarse. Reconocí la pequeña habitación en la casa de Olena, sus paredes blancas, la luz de las llamas que eran en realidad la lámpara en la mesa de noche del lado de Dimitri.

Y Dimitri.

─ Roza. Está bien, ya ha pasado─ Susurró la voz. Pero nada estaba bien, ¿cierto? No podía estar bien sin ella en mi vida. Una extraña sensación me oprimía el pecho, como si cargara sobre él una tonelada de hierro. Su nombre. Seguí murmurando su nombre. Porque era todo lo que me quedaba ahora. «Anna. Anna. Anna.» ─ Oye, aquí. Aquí.

Agarró una de mis manos, atrayendo mi atención. Allí, sobre sus brazos, llorando a voz de pulmón estaba ella. Envuelta en su manta rosa, igual que la última vez que la había visto, horas antes. Sus débiles bracitos se retorcían, tratando de alcanzar o llegar a algo. Incluso a través de mis ojos empañados, sin ver su rostro realmente, podía reconocerla. Sus manitas seguían estirándose y cayendo, de la misma forma en que siempre hacía cuando tenía hambre.

─ Mira, ella está bien. Anna está bien, Roza─ me prometió Dimitri. Se movió en la cama, posicionándose más cerca, para poder entregarme a nuestra hija sin dificultad.

La tomé sin vacilar. Era mi bebé. Viva y sana. Di un suspiro tembloroso cuando ella encontró su posición en la calidez de mis brazos, que se aferraron a ella como si esa fuera la única razón por la que estaban allí, sujetos a mi torso. Miré su rostro, pequeño y perfecto, y sus manitos arrugadas. ─ Ella está bien, está bien.

Asentí, con los ojos llorosos. La acuné en mis brazos, colocándola contra mi pecho. Era mi Anna, seguía repitiéndome. ─ Lo siento, lo siento─ susurré, una y otra vez, mientras ella continuaba alimentándose. Dimitri se acercó, colocando mi espalda contra su pecho, de modo que pudiera abrazarme mientras continuaba dando de comer a nuestra hija.

─ Está bien, Roza. Fue una pesadilla─ me tranquilizó, acariciando mi cabello. ─ Ya ha pasado.

Cuando mi hija volvió a dormirse, Dimitri la retiró de mis brazos con cautela, acostándola en medio de ambos. ─ Ambas necesitan dormir─ me explicó, deslizado sus manos entre los mechones de pelo negro pegados en mi rostro. ─ Debes dormir.

Negué, sin poder apartar la imagen de aquel altar en llamas, sin poder deshacerme de los gritos de clamor y sus llantos de dolor. Me acosté de lado, de forma en que mis ojos pudieran vigilarla con facilidad, y rodeé su pequeño cuerpito con una de mis manos. Sabía que Dimitri continuaba mirándome, queriendo saber, pero no podía explicarle cuán aterrada estaba, cuán real había sido aquel sueño donde los perdía a ambos. Estaba demasiado exhausta para eso.

─ Yo cuidaré de ella─ me aseguró. ─Yo ya debo quedarme despierto, pero tú tienes un par de horas antes de que debas levantarte. O no. No tienes que hacerlo, en realidad. Hoy es un día tranquilo. Puedes quedarte en la cama todo el día, descansar, y...

─ Estoy bien, camarada─ me apresuré a murmurar, viendo como se avecinaba la tormenta de preocupación en sus ojos oscuros. ─ Sólo una pesadilla. Dormiré un rato más, pero quiero estar despierta antes de que te marches.

x*X*x

Y así lo hice, un par de horas después. Dimitri ya estaba cambiado, listo para el trabajo. No sentía ánimo de hablar sobre lo sucedido, y afortunadamente Dimitri no insistió; aunque lo atrapaba de vez en cuando dándome una mirada preocupada.

Había tenido curiosidad antes sobre su nuevo empleo, así que esa mañana hablamos al respecto. Quizás él supo que estaba tratando de evitar otra conversación, pero me siguió el juego de todas formas. Me contó sobre su empleador, un ex campeón de artes marciales, que acababa de retirarse por un problema en el corazón. Dimitri estaba ayudando en el entrenamiento de sus discípulos en el combate cuerpo a cuerpo. Eran todos humanos, y el gimnasio demasiado prestigioso e inaccesible para el salario de un guardián, por lo que era seguro. Si bien Dimitri ya no formaba parte del plantel de guardianes oficiales, respaldados por La Corte Moroi, nada le impedía desenvolverse entre los Moroi que contrataban guardianes dhampir de modo privado, al margen del sistema establecido. Y si bien él no tenía porque mantenerse oculto, creíamos que era mejor que pasara tan desapercibido como fuese posible. Y Dimitri era una opción obvia a ese tipo de empleo; con su parte justa de genes Moroi y humanos tenía una velocidad y fuerza mucho mayor a la de cualquier peso pesado humano en el mundo. Sus genes de ruso grande quizás fueran favorables también.

─ Son pocas horas. Y tienen un sistema bastante elitista; los alumnos que llegan allí son realmente muy buenos y tienen dinero, ni uno ni lo otro, ambos. Así que la paga es buena─ me explicó, mientras yo me vestía con un enorme suéter que había conseguido en mis últimas compras junto con Lara y Nisha, y unos de mis viejos pantalones más grandes. ─ Es justo lo que necesito ahora. Aunque es temporal. Y me sirve, porque así tengo el resto del día para centrarme en ti y en Anna.

Era, sin duda, lo mejor a lo que podíamos aspirar en ese momento. Ambos teníamos que estar agradecidos de que los encargados de contratarlo lo dejaran llegar hasta la instancia de poder demostrar sus habilidades. De otra manera nunca podría haber dejado a todos maravillados con su destreza, algo remoto en un hombre joven como él, que no era profesional en tanto los estándares humanos. Por supuesto, en su curriculum Dimitri no podía incluir que él había sido responsable de la muerte de muchas criaturas infernales, que ninguno de esos supuestos "invencibles luchadores" que eran sus jefes podría jamás derrotar.

─ Tengo que moderarme a veces, porque llamaría mucho la atención. A veces nuestra velocidad es un poco... bueno, no humana. Tú los vencerías a todos ellos en un santiamén─ me dijo, sin vacilación. Me halagaba su confianza, pero yo no lo tenía tan en claro como él. Todavía podía recordarme derrotada ante los pie de tres delgaduchos, patéticos y borrachos Moroi. ─Tú estabas embarazada. Muy embarazada de ocho meses. Tú estás viva y salvaste a nuestra hija, y lograste dañarlos mucho, a algunos permanentemente.─ se acercó, quedando justo frente a mí. Como siempre, él sabía lo que estaba en mi mente. ─ No tienes nada de lo que avergonzarte; ellos sí, porque lo que hicieron fue cobarde. Yo estoy orgulloso de ti. ¿Entiendes? Muy, muy orgulloso.

Besó mi frente, de esa forma tan pura e inocente, pero que daba tanto al mismo tiempo. ─ Y estabas muy, muy embarazada─ repitió, y pude sentir en contra de la piel de mi frente la sonrisa que crecía en su rostro. Refunfuñé, con fingida indignación. Desde que Lara le había obsequiado antes de marcharnos un álbum con fotografías que seguían mi embarazo hasta el nacimiento de Anna, había estado hablando mucho, realmente mucho, de cuan increíble me veía estando muy embarazada. Le gustaba destacar, sobre todo, lo relativo al tamaño de mi vientre. ─ Y tan, pero tan hermosa.

─ Tan pero tan grande ─murmuré, fundiéndome en su cálido abrazo.

─ Embarazada─ corrigió.

─ Créeme, camarada, estaba grande. En parte, fue bueno que no hayas tenido que ver eso, porque probablemente hubieras huido. Estaba grande, gruñona, exigente, y para el colmo, apenas podía moverme por mi cuenta. Realmente parecía un pingüino al caminar, pero con el cuerpo de un elefante y la respiración de un perro cansado. Ah, sí, eso mismo.

─ No lo creo ─ insistió.─Tengo tus fotos allí, y creo que estabas realmente hermosa.

Esa conversación, por supuesto, terminó en un largo beso que pretendía corroborar sus palabras de antes. Yo parecía tener la necesidad un tanto molesta en esos días, de que él demostrara siempre cómo se sentía con respecto a mí. Porque él podía hablar de amor, de incondicionalidad, pero también necesitaba oír que me encontraba atractiva aún. Incluso si nuestra relación física se limitaba, en tanto me recuperara y volviera a sentirme lista, sólo a besos y caricias por encima de la ropa. Incluso, si yo misma no creía que me veía bonita como antes del embarazo.

Luego de que se marchara, tanto Vika como yo nos instalamos en la cocina junto a Olena. Aquel día no sólo estábamos preparando el almuerzo, sino también adelantando algunos detalles de la cena de despedida de Vika. No era algo realmente grande, sin invitados, sobre todo desde que no podíamos permitir que otras personas me vieran o a Anna. Pero Viktoria volvía el día siguiente a St. Basilio, y como todos los años, su madre cocinaba sus delicias rusas favoritas.

─Eres bastante buena en esto─ me dijo esa mañana Olena, mientras la ayudaba en la preparación de una pasta con vegetales asados y salsa de crema para el almuerzo. ─ Mejor que Viktoria, seguro.

Me reí, no sabiendo realmente sin sentirme halagada o no con la comparación, dado que su hija tenía nulos dotes culinarios.

─ Realmente, Roza. Creo que en poco tiempo podrías preparar una receta completa por tu cuenta. Podríamos intentarlo la próxima semana─ propuso con emoción. Sabía que a ella le gustaba enseñarme tanto como a mi aprender; y dado que las explicaciones de Olena eran bastante claras, y en el poco tiempo que llevaba con ella había tenido muchos avances, todo el proceso me entusiasmaba más. ─ Tendría que ser pasta, porque es lo que mejor se te da. Y tu salsa favorita es la de tomates, ¿cierto? Y si todo sale bien quizás logres hacer una cena para el cumpleaños de Dikma, que llega en breve. Te explicaré como hacer el pan negro, que como te has dado cuenta, es su favorito.

La idea de cocinar para Dimitri me llenaba de una manera inexplicable. Era una cuestión curiosa, porque era que él o Anna fueran los destinatarios de mis esfuerzos lo que en realidad me empujaba a seguir aprendiendo. Ellos valían el tiempo y la dedicación. Era mi decisión, y eso, por supuesto, también contaba para hacer que la aventura fuera más agradable.

Dimitri desconocía aún esta nueva faceta mía, por lo que si lograba mantenerla en secreto hasta su cumpleaños sería sin duda una sorpresa para él. ─ ¿Cómo celebran los cumpleaños aquí?─ pregunté a Olena. Ella, sin miramientos, se lanzó en una larga explicación acerca de sus tradiciones.

─ Generalmente son reuniones en casa; de mayor o menor extensión de acuerdo a los gustos del cumpleañero. Dimitri siempre fue una persona serie y poco extrovertida, así que desde niño hemos celebrado su nacimiento sólo entre familia. Iván Zeklos pasó los últimos tres años antes de su muerte con nosotros también. Así que respecto a eso, sólo seremos nosotros, y quizás Mark y Oksana. ─Me contó. ─ La comida es en honor al cumpleañero, así que suele ser una cena personalizada en tanto sus preferencias. Generalmente tenía que comenzar los preparativos días previos, porque son muchos los platillos que suelo hacer para él. En el caso de mi hijo es pelmenis con pesto, shashlyk, pirozhki, borsch y algunos otros. También postres, por supuesto. Té y vodka son infaltables en los cumpleaños.

Incluso yo pensaba que esa era mucha comida, aunque no tenía idea de qué era la mitad de todo eso, por lo que sabía podían ser sólo ensaladas, lo que realmente no era algo sorprendente proviniendo de Dimitri. No sabía si era una cosa Belikov o una cosa de los rusos, pero las cantidades de comida que ellos preparaban eran excesivas.

─ No te preocupes, es más fácil de lo que parece─ me tranquilizó. ─ Una vez que Vika esté fuera, comenzaremos a practicar con los pelmeni, porque es quizás lo más complejo. Es pasta, es lo que comimos durante tu primera noche aquí. Y la salsa es bastante simple.

─ ¿Por qué es necesario tenerme fuera para que esto funcione?─ preguntó Viktoria, algo ofendida.

─ Luego te enseñaré a hacer el pastel favorito de Dimka, ptichie molokóp, mucho chocolate─ dijo su madre, ignorando su comentario, como si el desastre que había hecho más temprano cortando la crema de la salsa fuese suficiente respuesta.

─ ¿Mucho chocolate? ¿Dimitri?─ pregunté extrañada, ganándome una mirada divertida de Olena. ─ Esa es una faceta que no conocía. Me imaginé que su idea de pastel de cumpleaños es una saludable manzana con velas en el centro. ¿Qué hay del borsch? ¿Realmente es uno de sus platillos favoritos?

─ Oh, sí. A él le encanta. Y en la mañana de su cumpleaños, como en el resto de las mañanas, su elección es pan negro.

Así continuamos toda la mañana hablando sobre los preparativos para el cumpleaños de Dimitri. No era una cosa muy loca lo de empezar casi un mes antes a hablar sobre eso, dado que parecía haber mucho que hacer. Por lo que oía, parecía que íbamos a estar cocinando para un ejército entero, muy hambriento, aunque yo sabía que no seríamos más de diez.

x * X * x

Ese día Dimitri no llegó para almorzar. Su abuela dijo que tendría que quedarse unas horas extra en el gimnasio por un pedido de sus jefes, y luego, ayudaría a un vecino con algunos arreglos para su casa. De alguna manera, dudaba de eso. Y me sentía horrible por hacerlo. Pero cuando Dimitri llegó bien entrada la tarde, dándome una razón por haber pasado fuera todo el día que no era ni remotamente similar a la de su abuela, sin duda mis remordimientos quedaron atrás. No tenía tiempo para sentirme mal conmigo misma cuando sin duda estaba volviéndome loca tratando de no imaginar motivos ulteriores en sus mentiras.

No le dije nada con respecto a mi descubrimiento, porque temía averiguar algo con lo que no sería capaz de lidiar. Así que como una auténtica cobarde, lo guardé todo para mí; y esa noche, cuando todos dormían, me desperté de la cama después de otra temible pesadilla y un agudo dolor en mi vientre, y me encerré en el baño de la habitación de Dimitri. Allí me quedé por largos momentos parada frente al espejo, siendo bastante consciente de mi misma. No era capaz de reconocerme en ese reflejo; los ojos que me devolvían la mirada estaban enmarcados por profundas ojeras, el cabello una vez hermoso estaba desprovisto de todo signo de vida, mis mejillas estaban algo pálidas. Así también fue con mi cuerpo, que no era, claramente, el mismo de antes. Aún tenía mucho que hacer antes de volver a lo que solía. Sabía que todo era parte de la vida agitada de ser madre, y vestigios algunos de estar tantos meses cargando en mi vientre a otro ser vivo. Pero una parte de mi se sentía responsable de no ser la perfecta mujer que debía para Dimitri. Si él estaba mintiendo, pensé, si él estaba viendo otras mujeres era claramente mi culpa. Cómo podía esperar que me mirara a mí, cuando no era digna de eso; cómo podía pretender que esperara a que yo estuviera disponible nuevamente.

Al mismo tiempo, sabía que era ridículo. Todos esos pensamientos eran absurdos, sin bases lógicas sobre las que asentarse. Dimitri me miraba, todos los días y todo el tiempo, con el mismo intenso amor y admiración de siempre. ¿Y de dónde salió aquel pensamiento sobre otras mujeres? Por supuesto que él no estaba viendo a nadie más. Seguro me había mentido por otros motivos, algo que no era en realidad importante. O quizás su abuela se había confundido antes.

Pero no podía dejar de pensar, no podía dejar de sentirme traicionada. Dolía. Dolía mucho. Y estaba profundamente enojada conmigo, por no intentarlo con más fuerza, por no esmerarme más por verme mejor cada día. ¿Cómo había dejado que eso me pasara a mí? ¿Cómo había relevado a la mujer sólo para que quedara la madre? Todo el día cansada, despeinada por los tirones de pelo que Anna me daba con sus manitas, con ropa holgada. Y lo que se escondía debajo del aquella tela excesiva tampoco era agradable, pensé, lleno de marcas negras y moretones.

Me estaba volviendo loca. Era lo único que sabía con certeza. Acabé sentada en el piso del baño, tratando de ignorar mi mente dispersa y el leve dolor en mi abdomen, pero terminé siendo la única cosa que nunca quise ser: la niña que se ocultaba en la oscuridad para llorar sus penas de amor, esa clase de lunática persona enferma de amor y celos que desconfiaba hasta de su propio reflejo.


(Capítulo reescrito)