La manada de Kōga finalmente logró encontrarlo. Kikyō creyó que, antes de hacer cualquier otra cosa, le atacarían. Sin embargo, el mismo Hakkaku que la había dejado sin conocimiento durante una breve batalla apenas una semana y media atrás, la saludó con un «Señorita, es usted», y había tal alivio y gratitud en sus ojos lobunos al ver a su amo sano, que Kikyō llegó a sorprenderse tanto que solo atinó a saludarle con un gesto de cabeza y permitirles a todos a llevarse a su joven líder a su guarida.

Los lobos le mostraban respeto y, aunque en algunos era obvio el recelo hacia ella, muchos otros la saludaron con cordialidad hasta la próxima vez.

—Volveremos a vernos. Pronto. —Se despidió él.

Kikyō le sonrió.


[ Día X » Sensualidad]
Esperanza en el infierno


Pasaron otros largos días hasta que Kōga cumplió con sus palabras. Kikyō, para entonces, estaba nuevamente concentrada en alimentarse de manera adecuada y mantenerse alejada de asentamientos grandes de gente.

Había vuelto a ver a Inuyasha una vez más y, guiada por las palabras dichas algunas vez por su nuevo amigo, había estado a punto de decirle lo que era. Se dio cuenta en el momento justo que Inuyasha ya tenía suficientes complicaciones en su vida. Naraku, para empezar. Y luego un montón de amor y amistades que no sabía controlar (pero lo estaba haciendo muy bien). Luego ese compromiso que sentía para con ella y que terminaría por devorarle la mente y el corazón por completo si seguía así (y del cual esperaba liberarlo pronto, tan pronto como matara a Naraku). Y finalmente, el temor constante por Kagome. El temor porque se fuera de su lado, más que nada. Ya sea por una herida fatal, un nuevo amor, ella misma, o la época a la que pertenecía.

Intentó aliviar los miedos de Inuyasha tomándole la cálida mano y diciéndole que todo iba a salir bien. Le instó a que hablara de sus amigos (el monje, el demonio, la exterminadora), de las luchas, de lo cotidiano, de Kagome. De Kagome no pudo hablarle sino hasta que le sonrió, diciéndole que le gustaría saber más de ella.

¿Cómo no le gustaría a una saber sobre su reencarnación? Kikyō se detuvo a pensar que, si las circunstancias de su actual vida fueran diferentes, le gustaría ser amiga de una persona como Kagome. Era una linda chica y, sobre todo, era buena para él. Sin embargo, Inuyasha habló lo justo y necesario, y también se sonrojó lo justo y necesario para decirle a ella todo lo que deseaba saber. El amor entre ellos era obvio para todos, pero el compromiso que Inuyasha se había auto-impuesto era realmente más fuerte que lo que dictaba su corazón. Aunque sea, de momento.

No volvió a verlo luego de eso. Y ninguno de los dos mencionó que dentro de ella había cosas que estaban mal, había cosas demoníacas que no debería estar. Como siempre, como era desde que lo conocía. No hablarían de lo que era mejor no saber.

Kōga, eso sí, era otro cantar. Él prefería hablar de todo lo que era mejor no saber, de todo lo que quería olvidar. Con el tiempo, se había acostumbrado. Siendo Kikyō una persona que nunca había hablado de más (incluso que había hablado de menos), todo ese cambio era renovador. Y muchas veces se encontraba deseando verlo, con ganas.

Y no solo porque aquel beso le había gustado. Y no solo porque Kōga le había tomado de la mano y le había hecho sentir cosas que su cuerpo maldito no debería ser capaz de sentir. No solo porque la había acorralado, incluso con la herida que se traía, momentos antes de que sus hombres lo encontraran y la había besado de vuelta

[y ella no había hecho nada quién haría algo en ese momento
no había hecho nada y había estado bien]

; no, por nada de eso. Era simplemente porque le gustaba estar con él. Y hablar. O estar en silencio.

—¿Sabés qué?

La voz de Kōga hizo que se girara y le sonriera. Ya estaba acostumbrándose a sus llegadas de improviso, siempre en momentos inoportunos. Justo entonces estaba con un par de niños, curando rodillas raspadas. Los niños miraron al forastero con ojos grandes, llenos de curiosidad e impresión. No era para menos, la pinta de Kōga dejaba mucho que desear.

—Gennai, Kameko, vayan a la aldea, iré enseguida.

—¿Quién es su amigo, señorita Kikyō?

—Gennai, ve.

Los observó marcharse, de pie junto a Kōga, que mantenía los brazos cruzados y la mirada ceñuda puesta en los niños, que se giraban de cuando en cuando para ver a su sacerdotisa y al intruso que se vestía tan extrañamente.

—¿Qué cosa? —preguntó finalmente la mujer. Comenzó a recoger las cosas que ella y los niños habían desparramado sobre la verde alfombra que era el pasto circundante a la aldea.

—Estuve pensando que te vi dormir antes… la otra vez —comenzó. La observaba con el ceño fruncido, con una curiosidad que desbordaba su cuerpo. Kikyō se preguntó si aparte habría inquietud, miedo, pero no profundizó esos pensamientos, no observó lo que delataba el cuerpo masculino. No quería saber—. Creí que las criaturas como tú en realidad no duermen. Que ustedes acechan.

Kikyō le sonrió antes de responder. Como se había imaginado, Kōga volvía una vez más a hacerle más preguntas de cosas sobre las que desearía no tener que hablar. Y hablándole como si perteneciera a una manada, como si conociera muchos más como ella y se juntaran a tomar sake y reírse como buenos amigos, o a cazar idiotas tal vez.

—No soy completamente un vampiro ni una humana —respondió con simpleza. Clavó sus ojos oscuros en los claros de él—. Ni una viva. Ni una muerta.

Kōga la observaba, impertérrito y con una curiosidad cada vez mayor dentro suyo. La luz del sol, que ahora no se veía opacada por las enormes copas de los árboles, sino que pasaba sin filtro alguno hacia ellos, le permitía verla en su totalidad, cada expresión de su rostro, cada leve cambio en su pose. El cabello le caía en una cascada negra sobre su espalda, el rostro seguía igual de pálido (tal como lo recordaba)

[sus labios seguían rosas casi rojos
parecían susurrarle cosas
ven ven ven bésame]

, las ropas de sacerdotisa le ocultaban toda la piel del cuerpo, a excepción de sus manos y antebrazos, dado que se había arremangado para trabajar. Estaba bella. Tanto como un vampiro debía estarlo, incluso un poco más.

A pesar de que Kikyō estaba hablándole, hablándole de eso, su tema de conversación favorito y morboso, aquel que siempre evitaba, él estaba demasiado concentrado en ella como para darse cuenta del peso de todas las palabras, pero ninguna se escapaba de él. Comenzaba a comprender a Inuyasha. Tiempo atrás, Kōga solía estar realmente cabreado con el medio demonio porque parecía que todo lo que sentía por Kagome se evaporaba cuando Kikyō estaba cerca. Cualquier acto de Kikyō nunca era suficiente para alejar a Inuyasha del todo.

Pero ahora comprendía. No sabía si era «magia» propia de demonios vampiro, o si era lo que Inuyasha sentía por Kikyō, o una combinación de ambas, o

[solo la boca roja invitando a ser devorado]

que la presencia de ella resultaba simplemente muy abrumadora.

Comprendía a Inuyasha. Y ahora que lo comprendía, no entendía porqué de repente se veía el rechazo hacia ella. Porque si bien se seguían viendo, ya no era como antes. A lo mejor en eso sí tenía que ver Kagome. Pero él no tenía a Kagome, ni a ninguna Kagome que lo sacara fuera de la circunferencia de acción del hechizo que la piel de Kikyō parecía emanar.

Pero, ¿quién quería salir?

—Dadas las condiciones de mi resurrección, no debería sangrar. Pero lo hago —siguió ella. Se observó las manos como si pudiera ver dentro de ellas. Kōga prestó mayor atención a sus palabras, mientras también veía aquellas blancas manos, como si pudiera seguir el hilo de pensamiento con esa simple acción—. Dado que fui convertida, no debería dormir, pero lo hago. Lo necesito, en menor medida, pero aún así.

Se quedó en silencio un momento. Había más cosas. No solo dormía y sangraba. También tenía sed todo el tiempo, o casi todo el tiempo. También pensó que sería menos humana, pero no era así. Tenía la desgracia de ser un monstruo y sentir como humano, y tener todas las memorias que tenía y seguir sintiendo todo lo que sentía, y aún más, sentir más. Y todo, todo eso, le parecía mal.

Le parecía injusto.

Pero tenía sus ventajas.

—Hay muchas cosas raras en ti, ¿eh?

La voz de Kōga la sacó de su ensimismamiento. Estuvo unos pocos segundos mirándolo, con la mirada de aquel agobiado por su situación. Pero luego le sonrió, despacio.

—Muchas.

Kōga le devolvió la sonrisa, dejando entrever los blancos colmillos, que aún naturales no podían competir con los de ella.

—Bueno, pero eso ya lo sabía. Adem-

—Yo también estuve pensando en algo —agregó Kikyō de improviso, antes de que él pudiera terminar su frase. Kōga se detuvo y cerró la boca, esperando a que continuara—. Aquella noche, te pedí algo.

Notó cómo el lobo se tensaba. Apretaba los dientes, ahora evitaba su mirada. Sonrió. Bien, él sabía exactamente de qué estaba hablando. Kōga le gustaba de muchas maneras, algo que en principio ni siquiera se le había cruzado por la cabeza. Le gustaría vivir más para conocerlo mejor, y tal vez… tal vez comenzar una historia que no terminara como la de Inuyasha y ella. Pero eso no iba a ocurrir, porque la presencia de ella en el mundo era algo inadmisible. Porque era lo peor que le podía pasar a las personas que amaba. Y no podía ser así de hipócrita, no después de que acabara su misión.

—Kōga.

—Sí, sí, lo recuerdo.

—¿Lo harás? Últimamente…

—No quiero hablar de eso.

¿Lo harás?

Kōga levantó la mirada y se detuvo a simplemente observarla. Ella estaba alerta. La expresión en su rostro denotaba ansiedad, pero también algo de tristeza, de cansancio. Supuso que tenía sentido. Él también se cansaría de saber que llevaría una eternidad vivo siendo algo que no quería ser.

—Ajá —soltó, giró el rostro a la izquierda. No podía verla, pero estaba seguro de que sonreía. Eso le jodía más aún. Había olvidado la existencia de la promesa muda, y, ahora que lo recordaba, no estaba nada de acuerdo con eso. Ni con él mismo.

Cabreado y sin mediar otra palabra, se dirigió hacia donde apuntaba su mirada. Algún lugar, lejos de ella.


Kōga se había marchado en uno de esos remolinos que tanto parecían gustarle. Kikyō podría haberlo alcanzado si hubiera querido, incluso a pesar de que la velocidad que adquiría era sorprendente y envidiable. Podría haberlo hecho, pero no quiso. Le era suficiente haber escuchado ese Ajá que la mayoría de las veces le resultaba irritante.

Se desprendió de la última prenda de ropa, quedando completamente desnuda. Su cuerpo sí era extraño. Urasue se había tomado con ellas muchas molestias, y podría habérselo agradecido, pero le pareció mejor matarla por volverla al maldito mundo. Después de todo, ¿qué derecho tenía?

La luz de la luna llena iluminaba el lugar de la manera adecuada. Las penumbras le gustaban, se había acostumbrado a ellas. Después de observar el cielo un momento, comenzó a caminar hacia el agua. Había sido una suerte que, no muy lejos de su asentamiento provisorio, existieran esas delicias de aguas termales.

Acostumbraba a bañarse de manera rápido, solo lo necesario. Normalmente, se tomaba un buen baño luego de alimentarse, dado que le parecía que lo necesitaba mucho más que lo normal. Pero generalmente ella no se ensuciaba mucho. Su cuerpo no emanaba tantos malos olores como cabría esperar, su piel era siempre hermosa, incluso en el peor de los escenarios permanecía limpia.

A pesar de todo, esa noche lo necesitaba, era como si todo estuviera planificado para que pasara así. Y siguió su instinto pensando que tomarse un tiempo para uno mismo, incluso siendo un monstruo, nunca estaba de más. Su sumergió hasta que el agua le llegó a la cadera y comenzó a enjuagarse los hombros con delicadeza, con una pequeña fuente que había llevado hasta allí. Llenó la fuente de nuevo y volvió dejar caer el agua sobre su espalda.

Estuvo disfrutando la pequeña salida durante varios minutos, hasta que sintió la presencia de Kōga por los alrededores. No pudo menos que sonreír. Por lo general, no notaba la presencia de Kōga sino hasta que lo tenía frente (o detrás) de ella, hablándole. Ese lobo no era ningún idiota después de todo. Dejaba que sus lobos impregnaran el aire con su fuerte olor, para así esconder el suyo propio.

Lo que significaba que había dejado notar su presencia para darle tiempo de salir del agua y vestirse, o tal vez simplemente para avisarle que estaría ahí, que quería hablar con ella, tal vez. Era probable después de lo ocurrido esa mañana. Lo que fuera, era curioso. Le hacía pensar que Kōga sabía qué estaba haciendo en ese momento, por lo que alguno de sus lobos o él mismo podrían haberla visto desnudarse.

Por alguna razón, le gustó la idea de que Kōga la observara. Se sintió un poco sucia de pensarlo, pero luego recordó que había acabado y absorbido vidas y almas, y que realmente no podía sentirse sucia por algo tan humano como aquello, que no tenía caso después de todo.

Lo más adecuado hubiera sido salir del agua y vestirse, sobre todo al sentir que Kōga se acercaba a pasos lentos hacia ella. A lo mejor era culpa de que era en parte humana y hacía tiempo que no tenía esos raros sentimientos en ella (desde que había estado tan, tan cerca de Inuyasha que casi habían sido uno); o tal vez ser un demonio aumentaba la libido, vaya uno a saber. Acaso era que le había encomendado a un amigo una misión que se había vuelto, más que peligrosa, angustiosa, y a ella misma comenzaba a pesarle, y se sentía estúpida por sumar más peso a su cruz, más errores a su vida. Lo seguro es que no salió del agua. Se dedicó a mojarse el largo cabello, los hombros, la espalda, el pecho, esperando a que él llegara. Si se atrevía a acercarse, claro.

Se detuvo finalmente detrás de la primera línea de árboles que tapaban el agua termal. No dijo nada, pero no fue necesario, pues Kikyō podía sentir el varonil olor que emanaba y su fuerte presencia pasos más allá de ella. No sabía si Kōga era un pervertido y estaría observándola, pero se sorprendió a sí misma —otra vez— pensando que le gustaría, que en verdad le gustaría que eso pasara.

Tal vez Kōga únicamente veía sus pies, esperando a que saliera del agua y se vistiera. Pero le gustaba la idea de ser observada por él, que siempre había actuado tan animado y curioso y había logrado gustarle tanto. Para bien o para mal, esa noche había decidido no hacer caso a la parte racional de sí. El agua caliente despertaba algo en sus venas, en su interior; el agua caliente y la luna sobre ella, y el olor que emanaba el cuerpo del lobo.

—Kōga, ya sé que estás ahí.

—Y sé que lo sabes, por lo que no entiendo qué haces.

Kikyō soltó una ligera risa, mientras frotaba la piel de su brazo. La fuente flotaba cerca de ella, esperando volver a ser usada. ¿Por qué se divertía tanto actuando de esa manera? A medida que transcurría el tiempo descubría nuevas cosas de sí. La sed de sangre había sido una, pero la más aburrida hasta el momento.

—Tomo un baño.

Kōga gruñó algo en voz baja, pero nada que fuera realmente entendible. Estaba mirando concentrado las líneas que se dibujaban en la corteza del árbol. Sus lobos le había avisado los movimientos de Kikyō, por lo que sabía dónde estaba. Después del encuentro esa mañana, había tenido ganas de volver a hablar con ella y le había parecido ese el mejor momento. Ciertamente, había esperado que ella saliera del agua y se vistiera para conversar con él. A lo mejor, muy dentro de él, había esperado justamente lo que estaba pasando.

Tener un encuentro así. A lo mejor sí era un pervertido de pensamiento, pero no miró. No la profanaría así, ni aunque ella misma parecía permitirlo. Tal vez Kikyō no estaba en sus cabales, como aquella noche lejana. Por el respeto que sentía, y para asfixiar el calor que comenzaba a nacer en él, enfocó la vista de nuevo en el árbol y frunció el ceño. Comenzaba a enfadarse. Normalmente, él era el despreocupado, el divertido. Kikyō parecía estar tomándole el pelo, jugándole ese tipo de bromas.

—Quería hablar contigo.

—De acuerdo —respondió la sacerdotisa, volviendo a tomar la pequeña fuente para llenarla de agua—, pero será mejor que salgas de detrás del árbol.

El lobo soltó un respingo. Se detuvo un momento a pensar en qué rayos le ocurría en ese momento a Kikyō, que estaba desnuda en aguas termales tomándose un baño y queriendo que él saliera a verla. La situación era ridícula. Quizás se trataba simplemente de una prueba y no debía salir de ahí, sino irse y dejarla. Sin embargo, y por lo que su vista periférica

[y su olfato que olía un perfume peculiar
el aroma de su piel era irresistible
tal vez debía salir simplemente y mirarle a los ojos]

podía captar, la escena frente a él era algo para no dejar escapar. Kikyō se comportaba muy extraño ese día y él tenía la ligera sospecha de que no se trataba únicamente de la luna llena, que había más detrás. Lo que fuera, estaba extrañado y agradecido con eso. Pero algo temeroso también, aunque no pudiera darse cuenta en el momento.

Salió de detrás de los árboles a paso lento, hasta acercarse finalmente hasta la orilla de las aguas. Se dejó caer con un suspiro, evitando mirarla directamente. Se sentó con las piernas cruzadas y cruzó también los brazos. Intentaría sonar despreocupado, como si la vista delante no fuera apabullante, y casi de otro mundo. Después de todo, se trataba de la misma mujer que lo había despreciado tiempo atrás, que incluso había tenido la intención de acabar con él en más de una ocasión.

Volvió a escuchar la risa de Kikyō, y no pudo evitar levantar la vista. Ella lo miraba por encima de su hombro, con una diversión que no había visto hasta el momento. Se le tiñeron las mejillas de rosado al darse cuenta de que se sentía estúpido, tontamente expuesto. La sacerdotisa le daba la espalda. Su blanca piel se dejaba entrever entre el cabello negro, que caía sobre ella pesado por el agua. Brillaba, de una manera que no había visto hasta entonces, bajo la luz de la luna.

—No seas tímido, realmente no tengo algo que no hayas visto antes —murmuró Kikyō. Tomó su cabello y lo acomodó sobre su hombro derecho, dejando toda su espalda al descubierto. Se sentía muy bien actuar de ese modo, le gustaba el nuevo aroma

[era parecido pero no igual no igual
al que emanaba entre besos y respiración agitada
era más fuerte era mejor]

que emanaba Kōga. El lobo pudo ver la fina silueta, el contorno de su pecho, el hueco que hacía su cintura y poco faltaba para que pudiera ver su trasero. Se sonrojó aún más, y frunció el ceño con más ganas. Estaba confundido, muy, y eso le molestaba.

—Lo sé, pero aún así —gruñó. Sin embargo, no apartó la mirada. No hubiera podido incluso de haber querido, y sabía que Kikyō también sabía eso, y lograba fastidiarlo más todavía.

Ella siguió enjuagándose, bajo la estricta vigilancia del lobo. Kōga agradeció profundamente la luz que proyectaba la luna, y también a quién sea que haya dejado que aquello pasara, aunque también estaba incómodo y desconcertado, un tanto molesto y realmente inquieto.

—¿De qué querías hablar?

—De lo de hoy —respondió, simple. Sacó la vista de la parte baja de su espalda para enfocarla en su nuca. Kikyō no se giraba mucho a verlo, a lo sumo le enviaba miradas sobre su hombro, pero necesitaba imaginar que veía su cara—. ¿Por qué tengo que matarte yo?

Kikyō estuvo en silencio un momento, sin moverse. Estaba disfrutando mucho esa pequeña actuación. Nunca había dejado que nadie la viera tan desnuda, tan vulnerable. Ni siquiera Inuyasha, a quién de verdad podría haberle entregado todo de sí. Se estaba sintiendo muy bien, muy deseada, con un espectador que realmente le gustaba. Pero el aire se había tornado gélido ante la pregunta.

Elevó la vista a la luna. Qué extraño día. No negaba saber la respuesta a la pregunta, pero simplemente le dolía mucho que lo supiera.

—Porque no puede ser otro —declaró. Volvió la mirada a la imperturbable superficie del agua. Esperaba que Kōga la presionara más, pero no lo hizo. Y se dio cuenta que no había necesidad, y que el demonio ya lo sabía. La conocía más de lo que le gustaría—. No quiero que sea Naraku. No puede ser Inuyasha, él ya… ya tiene suficiente de mi.

Kōga se mantuvo impertérrito. Quería oírlo decirlo. Sabía que Naraku no merecía derramar la sangre de Kikyō, era demasiado para él, para ese asqueroso ser. Y sabía que Inuyasha no podría soportar acabar con ella, que nunca lo lograría, incluso sabiendo la verdad. Que buscaría un plan de escape para salvarla, sabiendo que no había ninguno, y que Kagome y todos ayudarían. Porque el amor, porque el cariño, hacían esas cosas.

—Solo confío en ti para una tarea así.

—Han cambiado algunas cosas entre nosotros —masculló. No podía olvidar los besos que se habían dado, estaba fuera de discusión. Parecía que Kikyō también los tenía muy presentes porque lo observó por encima de su hombro con la sombra de una risa en los ojos.

—Seguimos siendo enemigos naturales, Kōga. Por el bien de tu manada, deberías acabar conmigo cuando Naraku ya no esté.

—Ajá, lo sé —gruñó. Se removió incómodo en su asiento—. Pero también…

—Shh… de verdad no tiene caso seguir hablando de esto. Buscaré a alguien más que lo haga si no quieres.

Kōga la observó. Había vuelto a tirarse agua sobre la espalda. Tenía una espalda hermosa, como el resto de ella. Y el agua no hacía más que mejorar la situación.

No sabía si llegado el día podría matarla, pero lo intentaría si de verdad lo quería. O tal vez intentaría persuadirla de no hacerlo. Quién sabía que más podría pasar entre ellos hasta el momento en que Naraku estuviera muerto. Sus hombres ya la habían aceptado, incluso algunos habían recibido atención medica por parte de ella, aunque nadie hablara sobre eso. Hasta a algunos le caía bien.

Suspiró.

—Lo haré, no te preocupes.

Sería mejor que no encontrara a nadie más para realizar el trabajo, así le daría más tiempo a él para deliberar, y a ella para vivir. Y a lo mejor podría disfrutar de esa vista en alguna otra ocasión.

Kikyō se detuvo nuevamente entonces, y luego giró el cuerpo hacia él. La luna la bañó de nuevo con su blanquecina luz, los pechos redondeados, el vientre plano, el cabello detrás… hasta el ombligo le invitaba a tocarla. Sin duda, Kōga se perturbó. Se sentó más erguido y apartó la vista de su cuerpo para mirarla a la cara.

Kikyō no sonreía. Había una extraña determinación en su rostro que hizo que se estremeciera levemente. Realmente no era una buena noche para jugar con los sentidos de un lobo, pero los demonios vampiros sabían jugar, y más si era de noche, ¿cierto?

Intentó abrir la boca para preguntar qué mierda hacía, pero no lo logró. Tenía un buen cuerpo, pero no era eso lo que le había dejado la garganta seca, sino aquello que develaba su lenguaje corporal y esos ojos café que gustaba de ver. Sabía que había algo allí, más atrás, oculto en la mente de aquella mujer —que no era del todo una mujer—, y le ponía nervioso no saberlo, a pesar de tener un leve presentimiento al respecto.

Cuando la tuvo a solo dos pasos, completamente desnuda frente a él, solo atinó a erguirse. Le miraba el rostro con expresión confundida, con el ceño fruncido y los ojos un poco entornados. Kikyō tuvo ganas de sonreírse por esa mueca que hacía su boca.

Apenas podía creer que realmente estaba en esas condiciones delante del hombre que ella misma había elegido para matarla. Pero le gustaba, sí que le gustaba todo lo que pasaba, todo lo que hacía, todo lo que el aroma y el cuerpo de Kōga delataba. Estaba bien aquello.

Le planteó una tarea difícil que él llevaría a cabo. Lo mínimo que podía hacer era agradecerle (al único amigo con el que contaba) con lo que podía darle de sí. Ella, su nuevo cuerpo, lo que le hacía sentir.

Extendió una mano que Kōga tomó luego de un breve titubeo. No separó los ojos de los de ella un momento, y se dejó arrastrar hacia el centro de las aguas termales, siempre mirando su rostro, sintiendo el cálido agua que poco a poco los sumergía, que tocaba su piel, que iba ocultando sus manos entrelazadas.

Kikyō entonces lo contempló, bajo la luz de la luna, y le dedicó una sonrisa un tanto peligrosa. Era el tipo de sonrisa que pertenecían a las bestias, a las criaturas de la noche y a los demonios, y, en particular, a los vampiros y a Kikyō, especialmente a Kikyō. Kōga hizo una mueca con la boca en respuesta, que le sacó a ella una risa.

—Está bien si no quieres —dijo como si nada. Seguía tomando su mano, que parecía arder bajo el agua. A Kōga le sorprendió que no hubiera burbujas por doquier. Se hubiera sonrojado de no ser porque todo parecía un chiste. Además, él no era muy de ese estilo de persona. No rehuía al contacto físico, mucho menos en luna llena—. Puedes ir, yo solo...

—No seas ridícula —gruñó. Miró a un costado, a los árboles. Sintió la presencia de sus lobos más allá. No se decidía a decirles que se marcharan. No sabía que iba a pasar a continuación, realmente todo era muy extraño. Pero le agradaba, y el instinto le ordenaba quedarse—. ¿Y estás segura de todo esto?

Kikyō asintió de un solo movimiento de cabeza, aunque en verdad no era necesario: sus ojos hablaban por ella. Sus cuerpos estaban muy juntos y sus manos seguían entrelazadas. Bajo el agua apenas un poco turbulenta se podía ver la contraposición en los colores de su piel, el blanco pálido de ella y la tez morena de él.

Kōga se vio en la posición de insistir, aunque todo él pedía otra cosa. Le estaba empezando a embriagar el perfume de ella y le hacía doler la visión el blanco de su piel y la luz de la luna reflejada en el agua, pero estaba bien.

—¿De verdad? Porque hace un momento acepté matarte.

Kikyō volvió a reír. Al lobo se le contagió la risa y estuvieron unos segundos simplemente intentando retomar la respiración normal. Sus manos se habían separado, pero sus cuerpos estaban cerca aún y se rozaban. De repente, la poca ropa que llevaba encima le molestaba. Tenía muchas ganas de tocar el cabello de ella y por fin saciar su curiosidad de cómo se sentiría mojado. Además, quería tocar su piel, de otras partes de su cuerpo.

Vaya, quería muchas cosas, pero de momento todo parecía muy enrevesado, y bastante incorrecto. Y no exactamente porque fuera un vampiro y él un lobo, sino más bien porque sería su verdugo… y ciertamente no estaba seguro de poder serlo si probaba de ella y le gustaba. Así que podía ser aquello un error, pero lo cierto era que el error lo había cometido a decir que sí. ¿Y Kikyō estaba enterada de eso?

—Kikyō —murmuró, una vez que entre ellos se hubiera instaurado el silencio de nuevo y se perdieran en los ojos del otro—, esto es bastante extraño.

—La verdad es que —comenzó ella, sonriéndole. Le gustaba cómo se veían sus colmillos en las penumbras y le gustaba morirse de las ganas de saber cómo se sentirían contra su piel— nos hemos conocido en un momento muy extraño de mi vida.

—Cierto.

Se acercó un poco más a ella, mientras solo le veía sonreír frente a él. Sus rostros se rozaron y su mano se dirigió a la cintura de ella, cuya piel le pareció de seda, y demasiado frágil y sabía que no lo era. Le pareció de repente una locura el saber que alguna vez podrían haberse matado entre ellos.

Kikyō se permitió disfrutar de los labios calientes de él, y deleitarse con el tacto de sus ásperas manos contra ella, mientras pensaba si él se molestaría mucho si rompía las pocas ropas que llevaba encima y desataba su cabello. Tenía muchas ganas de verle con el cabello suelto. Profundizó el beso y se preguntó otra vez si estaría haciendo lo correcto, si luego podrían remediar el contacto que tiempo atrás se habían permitido, si luego podría verle a los ojos cuando terminara con su pútrida existencia y agradecerle, sin temor a no volver a verle o sentirle… porque ella sabía cómo era eso de morir en manos de alguien más y arrepentirse en ese mismo momento, de extrañar en ese preciso momento el calor del otro.

Sin embargo, Kōga quemaba tanto que dudaba que alguna vez olvidara ese calor, olvidara cómo sus manos recorrían su cuerpo o cómo sus labios hacían estragos con ella, y que eso sería suficiente para el momento de su muerte y lo que siguiera a eso.

Sus sentidos dejaron de percibir otras presencias en los kilómetros circundantes. Acaso los lobos les habían permitido un espacio, o acaso la presencia de dos fuertes demonios eran suficientes para eliminar cualquier fisgón de los alrededores. Dos enemigos así de poderosos presentes en el mismo lugar en medio de la noche no era algo que otros desearían conocer.

O tal vez todo tenía que ver únicamente con que Kōga enturbiaba demasiado sus sentidos como para poder estar segura de lo que notaba en derredor.


Los colores del amanecer los encontraron a orillas de las aguas termales, en silencio, desnudos y a pocos centímetros de distancia. Acostados lado a lado, mirando hacia arriba y sin cruzar palabra.

Kikyō fue la primera en levantarse a buscar sus ropas, mientras Kōga se apoyaba contra su brazo para observarla. Le gustaba ver cómo sus cabellos chocaban contra su cuerpo

[y también ver otras cosas
pero no podía pensar en eso no sería lo correcto
mejor no pensar en todo lo que hicieron era mejor no pensar olvidarse de eso]

, y también el color de su piel ante los primeros rayos de sol. No se daba cuenta con qué intensidad la miraba, ni que sus cejas estaban juntas, en gesto preocupado.

Kikyō se vistió con parsimonia, con decisión, y sin mediar palabra. De cuando en cuando le dirigía una fugaz mirada que Kōga respondía siempre de la misma manera, con una ligera sonrisa en su boca. La sacerdotisa tenía ganas de reír, pero no creía que fuera lo más apropiado. Y después de todo lo que habían hecho en la oscuridad de la noche, ¿qué podían decirse en las primeras horas del día?

Después de unos pocos minutos, también Kōga se vistió… con lo que quedaba de sus ropas. No soltó queja alguna, aunque lo escuchó reír entre dientes al ver el estado lamentable de sus cortos pantalones. Eran suficiente para taparlo, pero sin duda debía reponer el vestuario.

Cuando finalmente ambos estaban vestidos y el sol comenzaba a verse con mayor facilidad allí a lo lejos, se quedaron parados uno delante del otro en silencio, viéndose a la cara.

—¿Nos veremos antes de nuestra cita final? —preguntó Kōga de repente. Una sombra pasó por los ojos de Kikyō y al lobo le agradó darse cuenta. A lo mejor sí se arrepentía de lo que podía ocurrir entre ellos, de ese modo que había dispuesto.

—Primero debe morir Naraku, de modo que…

—Que sí.

Kikyō asintió y miró luego hacia el horizonte. No se arrepentía de haber actuado de aquel modo la noche anterior, de haberse dejado llevar por la presencia de aquella gran luna (que había actuado tanto en ella como en él), ni de haber pensado o hecho las cosas que hizo. Hacía tiempo, demasiado tiempo que no se permitía tener un mero descanso. Y además de descanso, era su agradecimiento. No podía menos, y tampoco podía darle más que todo ella.

Había querido que fuera él. Todo él. Su salvación, su recreación, su amigo y amante, su asesino.

No sabía cómo la mataría Kōga. Quizás agradecería que fuera con sus propias manos calientes, las que habían recorrido su cuerpo y la habían hecho sentir tan bien, tan humana, tan mujer. Que la viera a los ojos y esas orbes celestes-azules-claras y oscuras no se empañaran, pero que hubiera allí la misma mirada que le había dedicado en el O-bon, la misma calidez que había sentido cuando limpiaba su rostro, que emanara la misma intensidad de los besos cuando estaba herido, transmitiera aunque sea la quinta parte de las cosas que le hizo sentir esa noche.

Pero, sobre todo, que fuera él. Que no muriera a manos de Naraku u otro enemigo; que no tuviera que sobrevivir al dolor y la pena que le provocaría a Inuyasha mientras intentaba salvarla; que no muriera luego de devorar almas y sangre por igual hasta saciar su apetito, que no tenía fin.

Que fuera ese hombre moreno, que fuera el enemigo natural que le habían obligado a tener, que fuera el chico curioso que cruzó la línea de árboles equivocada y la había visto manchada de sangre humana, que solo había preguntado si ellos sabían,… que había guardado el secreto.

—Kikyō —agregó luego. La mirada de ella estaba perdida a lo lejos, su mente hundida en un mar de pensamientos arremolinados. La sacerdotisa volvió la vista a él, sin cambiar la expresión—, si no cumplo con ese favor, ¿crees que me matarás?

En un principio pensó que iba a saltar sobre él y golpearlo hasta hacerle sangrar, pero al final solo logró sonreírle.

—Creo que sí.

—Ajá. No es lo mejor.

—Puedo buscar a alguien más —volvió a repetir, pero Kōga negó con la cabeza mientras caminaba hacia ella, acompañándolo con un gesto de la mano, restando importancia a todo como siempre hacía. No frenó a su lado, pasó junto a ella y su mano rozó la suya, provocando en ambos una ligera sonrisa.

Siguió caminando hacia los árboles a la misma velocidad.

Así como Kikyō en su momento supo que Kōga era capaz de matarla en cualquier situación, supo en ese momento que jamás lo haría. Lo volvería a ver. Posiblemente muchas noches, muchas tardes, en muchos momentos diferentes. Pero no habría cita final. Si estaba dispuesta a morir, debía encontrar a alguien más que llevara aquello a cabo, o acaso encontrar la manera de suidarse, si eso era posible. Y aún así, deseaba agradecerle de nuevo con todo ella.

No buscó a nadie más para que la matara, siempre se encontró muy ocupada como para eso. Se quedó con la vaga promesa de Kōga, la que nunca cumpliría, llenándose de una esperanza que había nacido tiempo atrás y que había notado solo entonces, entre el calor de su cuerpo y la risa desenfadada.

Aquel día lo observó marchar como tantas otras veces, sin moverse ni un centímetro. Descalza a la orilla de las aguas termales que le habían servido de lecho a ambos, mirando al bosque y oyendo los pasos distantes de Kōga, y el tarareo de alguna canción rara y antigua, perdida en el tiempo, posiblemente originaria de su cultura, y que no tardaría más de tres encuentros más para aprender y encontrarse cantándola de pronto. Que le sacaría risas a él, muchas burlas, y también que le cantaría al oído con su voz grave y le sacaría cosquillas en la nuca.

—Nos vemos luego, sacerdotisa Kikyō.

» Pronto.

Así fue.

Muchas veces.

FIN


Nota:

Y así termina este fic, dejándome con un millón y medio de sentimientos encontrados y muchas ganas de leer y escribir más de esta pareja. Espero que lo hayan disfrutado mucho, y si tienen algo para comentarme, lo agradecería con gusto. :)

Antes de irme del todo (?) quería agregar un par de cosas.

1. Todos los títulos de los capítulos son títulos de canciones, por si no lo habían notado. Algunos tienen relación con el contenido del capítulo en cuestión (casi todos). En cualquier caso, nunca está de más escuchar nuevas canciones.

2. La composición y características del nuevo cuerpo de Kikyō fue todo un tema para mi a lo largo de este fic, porque al ser vampiro también me abría posibilidades hacia otro estilo de cosas. Así que es realmente curiosa la forma que toma el cuerpo de Kikyō y qué me permitió hacer (el tema de sangrar, de alimentarse de sangre también... ). ¿Ustedes qué opinan al respecto?

3. Vampiros. Dios. Espero de verdad haber manejado bien todo el asunto (de eso era el PUTO RETO). Creo que tuve en cuenta las cosas que hacen a un vampiro, pero todo se vio modificado, dado que también tenía el cuenta la resurrección de Kikyō y, así mismo, trataba con 'demonios' vampiros y no vampiros a secas como los conocemos.

4. Este. Capítulo. Y lo que pasa acá también. ¿Ustedes esperaban algo así? Tenía planeado un encuentro más cercano entre ellos, pero me lo imaginaba -muy-luego- (lo cual es extraño, porque no hay más capítulos), aunque finalmente terminó sucediendo. Tengo mis razones para opinar que Kikyō quería algo así, y (obvio) también Kōga, y realmente las palabras y la escena parecía fluir sola (mi dios, qué poético). Creo que se haría ritual entre ellos. Es realmente difícil detener los impulsos animales, ¿eh?
Además, tenía esta escena en mente y la quería despechar de mi sistema: Kikyō guiando a Kōga al interior de las aguas termales, desnuda. (No sé porqué tengo esas escenas en la cabeza, eso no lo puedo explicar)

5. Y... el final. Ajá, lo sé. Me gustaría saber qué opinan ustedes, ante todo. A mi me parece 'un final'. En un principio, me imaginé que Kōga eventualmente terminaba matando a Kikyō (cumpliendo con su promesa), pero al final desistí de eso, porque entre ellos se hicieron más íntimos de lo que pretendían. Así que terminé figurándome un final (un final más allá de la muerte de Naraku, en donde Kikyō no es víctima fatal) en donde ella vagabundea, posiblemente viviendo entre lobos.
Me gustó mucho esa idea porque ella es realmente un ser solitario, pero no estaría nunca de más la presencia de Kōga a su lado, y me gustaba imaginarme una relación entre 'enemigos naturales' como siempre fueron vampiros-hombres lobo ('demonios' vampiros, demonios lobos). Creo que hubieran encontrado la manera de vivir juntos, o aunque sea me gusta imaginarlo.

Pensé en escribir un capítulo extra narrando esto que les cuento, pero me gusta el resultado de este capítulo (más largo solo para ustedes), que no sé si me animaría a escribir más y 'arruinarlo'.

En particular, me gustó cómo me quedó el fic (esto no me pasa con todos mis fics, así que es un logro). Obviamente, me gustaría muchísimo que a ustedes también les agrade. Así que si quieren comentarlo en un review, ¡ey, yo no me quejo!

Nos vemos en el próximo relato, o reto, o lo que sea que nos depare el destino (dramática all the way),

Mor.