Un año después.

Era una mañana soleada en aquella zona de California. Los primeros rayos del sol desertaron mucho más temprano de lo normal al grupo de chicas que no perdieron el tiempo para tomar sus bañadores y subir al auto, para dirigirse a la playa. Era casi una adicción, e incluso para ellas era un poco extraño visitar la costa todos los días a pesar del torrente de recuerdos que las golpeaban cada vez que se sentaban sobre las toallas en la arena.

Quizá esa era también la razón por la que se empeñaban tanto en visitar ese sitio. Como si para ellas hubiese sido importante seguir reviviendo el pasado. Era difícil decirlo, pues constantemente podía vérseles sonriendo ante cualquier situación. Un ejemplo era aquella mañana, en que las cuatro inseparables amigas decidieron tomar el desayuno a orillas del mar. Había suficientes rosquillas para alimentar a un ejército, y parecían ser insuficientes cada vez que la chica rubia tomaba dos de ellas en lugar de una. Las risas podían escucharse a kilómetros y no se apagaron ni siquiera cuando la comida se terminó y el aburrimiento las llevó a que la chica del cabello lleno de mechones coloridos se ocupaba de pintar las uñas de su amiga del largo cabello marrón. El esmalte de color negro hacía perfecto juego con el tatuaje de una mariposa azul que la chica lucía en la muñeca derecha. Su aspecto punk le permitía encajar a la perfección en su círculo, a pesar de que en ningún momento perdió su timidez habitual. Por más que intentaba luchar contra eso y convertirse en una chica tan desinhibida como sus amigas, había cosas que jamás cambiarían.

Eso mismo ocurría con la cica peliazul, quien seguía siendo tan altanera y testaruda como siempre. Todo aquello era un punto a favor de todas ellas. El tiempo no las había transformado en nade distinto.

La chica peliazul se sobresaltó ligeramente cuando recibió un mensaje de texto en su móvil. Ni bien se encargó de leerlo y responder, miró a sus amigas y anunció:

—Parece que mi madre ya ha conseguido un nuevo empleo. Ella y m-mi… y-y David ya han terminado de instalarse en Portland.

—Tendremos que ir a visitarlos —dijo la chica rubia—. Hace casi seis meses que no vemos a Joyce.

—Yo aún debo presentarme al trabajo por lo que resta de la semana —dijo la chica de los mechones coloridos.

—Esperemos al fin de semana —propuso la chica del cabello marrón—. Y así asaremos el fin de semana en la carretera. Será divertido.

—Ya se han terminado las rosquillas, y yo aún estoy hambrienta —se quejó la chica rubia, buscando los cigarrillos en el bolso de la chica peliazul—. Creo que hoy compramos menos comida de lo normal.

Esas palabras tan simples detonaron las risas de las cuatro chicas.

Aquella que pintaba las uñas de la chica del cabello marrón detuvo su tarea momentáneamente, para esperar a que secara la primera capa de esmalte. Se giró para tomar un trago de cerveza, y se fijó en el brillo inusual de aquel insecto que revoloteaba distraídamente hacia el cuarteto, posándose sobre el hombro de la chica peliazul.

Una mariposa del mismo color.

Emocionada, la chica de los mechones coloridos buscó su cámara digital y apuntó velozmente hacia su amiga para tomar la fotografía sin que ella notara. El obturador se hizo escuchar, causando que la mariposa azul escapara. Y cuando la chica intentó verificar que la fotografía hubiera sido capturada correctamente, se percató de que lo que aparecía en la pantalla no era más que la imagen de lo que sin duda era una vieja camioneta cubierta de fuego. De pronto, la chica se sintió sumergida en la imagen. Sintiendo el calor abrazador del incendio. En lo más profundo de su mente, alcanzó a escuchar los gritos de dolor y agonía de sus compañeras en el crimen. Miró entonces sus manos, percatándose de la sangre fresca que las cubría. El fuego golpeaba su piel, causándole un dolor insoportable. Escuchó entonces un alarido de la chica que ella misma nombraba como su ángel. El auto estalló, y ella sólo pudo sentir que todo su cuerpo era destruido lenta y dolorosamente.

Y así, tan fácilmente, volvió a la realidad.

Se percató de que la cámara había desaparecido de sus manos, siendo remplazada por el esmalte con el que aún seguía pintando las uñas de Max Caulfield.

— ¿Te encuentras bien, Katie?

La voz de Rachel Amber la hizo sobresaltar tanto que su corazón se detuvo por un segundo. La impresión fue mucho peor cuando la alerta del móvil de Chloe Price se hizo escuchar.

—Parece que mi madre ya ha conseguido un nuevo empleo…

La conversación continuó, terminando en el momento exacto en que aquella mariposa azul revoloteó alrededor de la chica del cabello colorido sin llamar la atención de sus amigas. La mariposa se alejó a toda velocidad, desatando el sangrado nasal que alertó a Rachel.

— ¡Katie!

La ayuda llegó pronto. Y Kate Marsh tan sólo pudo sentir esa desagradable sensación que aparece cuando estamos frente a un Deja Vú.

Ninguna de esas cuatro chicas se imaginaba que todo ello iba mucho más allá de lo que pudieran pensar.

En ocasiones, las respuestas sólo pueden llegar luego de hacer las preguntas correctas.

Ellas no tenían idea de que nada había terminado aún.

Por el contrario, quizá todo estaba a punto de comenzar.

¿FIN…?