Ni Digimon ni sus personajes me pertenecen.
Este fic está escrito para Angelique-Kaulitz, dedicada a ella cada palabra. Espero que hayas tenido una genial navidad, y que pases un increíble Año Nuevo. Ojalá disfrutes :D
I
Sabor de Navidad.
Tenía sueño. Bastante. Bostezaba cada cinco minutos. Según un mensaje que Daisuke le había enviado, al día siguiente todos se verían en casa del mismo. A la noche, al parecer, era cuando todos podían. Habían decidido por eso que se reunirían a cenar. Todos tenían que preparar algo y llevarlo, y él, siendo como era, nunca había tenido una especial habilidad para cocinar. Acostado en la cama, y a pesar de querer dormir, no podía dejarse descansar, ese problema rondándole en la cabeza. ¿Podría comprar algo en alguna parte? No lo convencía, no sonaba a su estilo. Él no estaba muy de acuerdo con la comida comprada para reuniones especiales, sentía que debía de tener el plato un toque de aquél que lo lleva. Pero más allá de café, arroz, y, quizás con algo de suerte, papas fritas, no iba su arsenal gastronómico. Quizás podría pedir ayuda a alguien, y llevar algo propio pero con mano artesanal de otro. Ya divagaba, su sueño inaccesible se estaba volviendo una delicada pesadilla de vigilia.
Entonces, sintió algo moverse a su lado. Hikari parecía en sueño profundo, no muy propensa a despertarse por nada. Takeru sacudió la cabeza, sin poder creer que había siquiera pensado en levantar a la muchacha para que lo ayudara. Se repitió varias veces la palabra desconsiderado, y, girando sobre sí para darle la espalda a ella, y así no tentarse a moverle el hombro suavemente y despertarla con palabrerío dulce, siguió meditando en su problema. El reloj siguió dejar pasar el tiempo, sin frenarse en ningún segundo, sin consideración por el pobre rubio que no sabía decidirse. La noche, avanzando igual que el reloj, rodeaba a la pareja, dando a notar lo opuestos que eran y lo iguales que siempre parecían. Takeru no supo a qué hora, pero Hikari lo abrazó por detrás, apoyando su cabeza en la espalda de él, buscando algún tipo de calor. Eso hizo que, además de sonreír, de forma inevitable él girara, quedando de frente a ella, abrazándola por la cintura.
— ¿Qué pasa? —preguntó de repente una dormida Hikari, todavía con los ojos cerrados, sorprendiéndolo. No pensó que ella podría elaborar siquiera una palabra a esas horas.
—Leíste el mensaje de Daisuke —dijo Takeru.
—Cualquier cosa que lleves será genial y a todos les gustará.
Él sonrió. Con sólo algunas palabras, ya se había calmado. De todas formas, el asunto no estaba zanjado, faltaba afrontar lo concreto. Si cualquier cosa sería apropiada, ¿cuál sería la más apropiada? Y así volvía a su círculo problemático sin respuesta.
— ¿No tienes algo que te recuerde a una Navidad alegre?
Navidad. Sí, tenía algunos sabores que le recordaban inevitablemente algunos momentos.
—Hay, sí.
—Ahí lo tienes, sólo debes encontrar la que te sepa mejor.
No respondió. Ahora tenía seis años. Sus ojos ya no veían el angelical rostro de Hikari, sino la puerta del cuarto de su madre. Podía ver su mano extendiéndose hacia el picaporte, queriendo abrir. Sabía quién estaba dentro, sabía que estaba ella sola, y que le había prometido algo. Abrió, ya era de mañana. No serían más de las ocho, quizás esa misma hora, pero para él era el momento indicado. Cuando entró, la encontró durmiendo, y él sabía la razón. El día anterior había sido agotador en demasía, había su madre trabajado hasta entrada la noche, llegando cuando él, en teoría, dormía. La vio acurrucada, y se acercó a paso lento, en silencio, sin querer despertarla. Subió a la cama, decidiendo que su regalo sería estar con ella. Desde ahí, siempre.
Recordaba que cuando ella había despertado, tenía los ojos llorosos. Takeru le había preguntado, por qué, a lo que ella había respondido, por nada hijo, no te preocupes. Había insistido lo suficiente como para verla llorar. La primera vez que la había visto así. Nunca le dijo por qué. Esa navidad había sido de las más felices de su vida. Cada vez que la pensaba, cada vez que se imaginaba de nuevo en esa situación, se le formaba un nudo en la garganta.
Natsuko nunca había demostrado demasiado sus emociones. No porque no las tuviera, en el fondo, era para no abrumar a los demás. Takeru había aprendido eso de su madre como algo fundamental para tratarla. En especial con su hijo menor. Con él, siempre sonreía, siempre brillaban sus ojos, siempre salía una voz inquebrantable y de ángel, fuera en cualquier situación. Pocas veces había cambiado ese patrón. Aquélla navidad, tantos años atrás, había sido una de esas veces. Hubo un momento en el que entendió, por fin, la razón de las lágrimas. Y con eso le pareció suficiente. No le importó que fueran las dos, tres, o cuatro de la madrugada, tampoco le importó el hacer ruido. En su mente, tenía un indicio de algo, que poco a poco tomaba más forma. El agridulce siempre le había gustado, esa delicada mezcla entre dos sabores en apariencia tan distintos, tan separados. En la cocina, encendió la luz, y tomó una sartén.
Su deseo de mezclar manzanas y salmón se desvaneció apenas vio el utensilio color negro. Su hermano tenía cierto don para cocinar. Tantos años atrás, la primera navidad que habían pasado juntos desde la separación de sus padres, le había cocinado un omelette que nunca se olvidaría. Yamato no era precisamente navideño, fuera por decisión propia o por la costumbre que había acarreado por vivir con su progenitor, teniendo siempre el mayor que levantarse temprano a trabajar y acostarse tarde a dormir, no pudiendo nunca celebrar la navidad como alguien creería que corresponde. Ese diciembre, en ese departamento, estaban solos los dos hermanos, el mayor tratando de consolar al menor por la ausencia del señor Ishida. Quiero una navidad como las que siempre tengo con mamá, había dicho Takeru. A lo que Yamato, viendo que la situación era cada vez peor, que su hermano no podía contenerse y temblaba de sus propios sollozos, se levantó del sillón, dejando de rodear el frágil cuerpo del niño de nueve años con sus brazos, y fue hasta la cocina. No hay demasiado, dijo, su voz queriendo sonar suave pero, por la imposibilidad de ser él, siendo la misma de siempre, quizás algo cruda. No importa, fue lo que contestó Takeru, con una media sonrisa detrás de las cristalinas lágrimas. No quería ser tan débil frente a su hermano. Visto en retrospectiva, no quería que su hermano pudiera sentirse afligido por verlo en ese estado. Por eso, cualquier cosa sería de regocijo si salía del rubio mayor.
— ¿Qué haces? —escuchó detrás suyo, y salió de sí mismo, volteando a pesar de saber quién era. A pesar de su buen oído, ella encontraba la forma, si así lo deseaba, de no hacerse notar.
—Trato de preparar algo para mañana.
— ¿Todavía con eso, Takeru?
Se congeló en su lugar. No era una pregunta típica de Hikari, más bien algo que diría Taichi, o quizás Yamato. La joven pensativa y sonriente, nunca. Y no por ser sumisa frente a desacuerdos, más bien por cortesía, piedad. Incluso más que eso. Compasión sería lo mejor a decir.
—No puedo decidirme.
—Es muy tarde, mañana tienes todo el día para pensar.
—Es que…
— ¿Dudaste?
—Exacto —respondió, y no pudo evitar sonreír.
Pensó en contarle paso a paso su tren, el mismo que lo había llevado hasta la cocina, hasta quedarse parado con una sartén en la mano. Lo descartó enseguida, acercándose a ella, en lugar de su primer impulso, y dándole un corto beso en los labios.
—Necesitaría ayuda —dijo Takeru, la misma media sonrisa que tantos años antes le había dado a su hermano.
—Escucho.
Empezó la historia de su segundo recuerdo desde donde lo había dejado en su mente. Hikari no pidió los detalles que faltaban, Takeru sabía que no necesitaba dárselos. El olor había sido lo que más se había grabado en él, más incluso que la comida en sí. En el departamento Ishida había un árbol de navidad, algo pequeño, maltratado se podría decir por algunos enamorados de las fiestas, pero árbol en fin. De él colgaban algunas luces de varios colores, razón por la cual Yamato, en un intento por volver el ambiente algo más ameno, apagó todo en la casa, todo aquello que pudiera causar un mínimo de fulgor, a excepción de esos faroles coloridos que se encontraban contra el verde pino de plástico. Amarillo, rojo, azul, todos, ninguno. Así era el patrón de la gama, así era su movimiento.
—Maravilloso —dijo Hikari, escuchando cada uno de los detalles.
—Lo sé, por eso dudé.
No se dijeron más, alguna frase flotando entre ambos. Takeru se dispuso a seguir con su segunda opción, algo liviano que a todos agradara, a pesar de que quizás a la vista no fuera demasiado apetecible. No encontraba algo que cuadrara con esa decisión, o, mejor dicho, nada que lo convenciera. No se adecuaba lo suficiente a él mismo, y eso hizo que su esfuerzo resultara en frustración. Y por haber querido pensar demasiado, por haberse detenido en un recuerdo tan diferente, su primer empujón había desaparecido. El sueño volvía, de una manera misteriosa. Más que eso, intrigante. Sus músculos, pesados otra vez. Dudó, sólo que esa vez dudó en dejar todo para el día siguiente. De todos modos, al final de esos segundos de silencio, algo en su interior le rogó que se quedara. Era lo que a él le gustaba llamar 'pequeña Hikari', la consciencia dentro de sí mismo que lo mantenía de decaer cuando no creía que podía hacer algo. Como años antes, muchos años antes, cuando adolescentes.
Takeru no solía pelear con nadie, mucho menos con Jou. La razón por la cual lo hicieron sólo ellos dos la supieron alguna vez y no viene al caso. Un mes antes de navidad había ocurrido. No podían verse sin fulminarse con la mirada, ni una sola palabra se dirigían. Llegó la fecha festiva, y todo el grupo había decidido reunirse, por primera vez, el veinticuatro de diciembre por la noche. Sería la primera vez que no pasarían navidad en familia, pero, aunque algunos de forma un poco reticente, todos los padres accedieron sin presentar mayores problemas. La casa seleccionada, a razón de su tamaño, había sido la de los Tachikawa. Y Takeru estaba negado a ir. No tenía ni la más mínima intención en presentarse frente a la puerta de Mimi, por dos razones principales. La primera, si Jou se aparecía, entonces todos estarían incómodos. Nadie había podido sacar palabra sobre el conflicto a ninguno de los dos y, a pesar de que Taichi había querido intervenir a gritos, a punto de golpear a alguien de la frustración, no había logrado nada. La segunda, si Jou no se aparecía pero él sí, se sentiría mal por el joven de pelo azul. No podía decir que no seguiría peleado con él, pero esperaba en algún momento arreglar las cosas, aclarar el asunto y, definitivamente, él no podía hacerle eso. Sería, en su opinión, provocar más conflicto.
—¿Recuerdas cuando Jou me compró ese libro? —preguntó de pronto Takeru a su esposa.
—Sí, el mejor libro que has leído, según tus propias palabras.
—Ese mismo.
Hikari lo vio en sus ojos, y prefirió no decir nada. Estaba nostálgico por aquél abrazo. Al final, todo había salido bien. El rubio se quedó parado unos minutos más, todavía en pensamiento.
—Takeru —dijo Hikari, con sus párpados pesando—, ¿acaso no tendrías que cocinar?
—En realidad, tendría que estar durmiendo —dijo él, y luego rió.
Y dejó la sartén sobre la mesada de la cocina, bostezando. La mujer a punto estuvo de festejar en su interior que su esposo volvía a acostarse. A veces le preocupaba lo desinteresado que era de asuntos que él consideraba 'triviales', tales como dormir por la noche o, lo que es peor, dormir ocho horas o un cercano a eso. Por eso siempre tomaba café, Hikari se lo reprochaba cuando lo hacía. Sin embargo, a último segundo, tomó una cacerola de una de las repisas, y dijo:
—Ya sé qué preparar.
— ¿Jou?
—No. Ya verás.
De fondo, se escuchaba el llanto de un pequeño niño, al parecer se había despertado de su sueño. Hikari, decidiendo que su esposo ya estaba bien consigo mismo, fue al cuarto, levantándolo de la cuna y cantándole suavemente mientras se mecía doblando sus piernas y girando su tronco, tratando de que el bebé volviera a dormir. Y, sin necesidad de una previa mirada a esa imagen, Takeru, sabedor de lo que pasaba en el cuarto de sus hijos, prendió una de las hornallas. Ese fin de diciembre de siete meses había sido, sin opción a retruque o pregunta, el que mejor sabía en su memoria.
Angelique, reconozco que quizás 'tergiversé' un poco esta propuesta, pero, después de muchos intentos, la que salió más fluida fue esta forma. ¡Ojalá te haya gustado!