Buenas. Aquí me presento con una nueva historia, una que esta ambientada en la temporada navideña y que fue producto de un intercambio de regalos. Siendo sinceros, no era la primera pareja que hubiera elegido para adentrarme a este fandom, pero me encanta asi que fue todo un gusto escribir.

Espero les agrade y lo disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo. Este fic es para jacque-kari, por el "Intercambio Navideño" del foro Proyecto 1-8.

Disclaimer: Digimon no me pertenece, es propiedad de Akiyoshi Hongo y empresas Bandai, yo solo hago uso de sus personajes para mi disfrute personal y el de algún que otro lector.

Resumen: "Hikari adora la navidad, Yamato evita por todos los medios recordarla. Para ella es recordar felicidad, para el es recordar tristeza; para ella es magia, para el será, con su ayuda, algo mas que soledad."


Capítulo 1. Sorpresas en vísperas de navidad

Miró el reloj por enésima ocasión en la última hora, observando desde su muñeca al gran letrero los horarios de los vuelos retrasados en el aeropuerto central de Nueva York. A su alrededor las personas adoptaban la misma posición, esperando sus vuelos que, desde hace un par de horas, sabían que estarían retrasados por tiempo indefinido debido a las inclemencias del clima invernal que cubría la ciudad. El repiqueteo en las losas del suelo no se hizo esperar a la par que los minutos pasaran y mientras esperaba en vano un milagro que terminara con el mal clima imaginó como su hermano tomaría la noticia de que no podría llegar a la fiesta de navidad que él y sus amigos habían organizado.

Pero no era su culpa. La tormenta había llegado sin previo aviso a la ciudad y la nevada que apenas hace algunas horas no era más que un bello fondo en una foto navideña, se había convertido en una horrible tempestad que no permitía ver más allá de dos metros al frente.

Hikari suspiro exasperada. Su viaje no podía haber comenzado de la mejor manera. Aunque si era sincera consigo misma, el diplomado por el que viajara a Estados Unidos no comenzó con el pie derecho. Desde su llegada al país de las oportunidades, uno tras otro accidente dio rienda suelta a una cadena de eventos desastrosos y sucesos bochornosos que la hizo imaginar la mujer con más mala suerte del planeta. Desde el café volcado en el avión, hasta la perdida de sus maletas al llegar al aeropuerto, todo lo sucedido le había hecho ser una creyente ferviente de la famosa ley de Murphy.

Pero ella no era ni seria nunca supersticiosa. La serie de sucesos también había traído consigo algunas cosas buenas, como por ejemplo que se chocara con el mismo director de la universidad de Harvard o que incluso tropezara y su bebida caliente terminara sobre su blusa favorita; no que eso fuera algo bueno, pero gracias a su pequeño percance, el amable hombre con quien chocó le consiguió un buen descuento en un hotel de cinco estrellas cerca del Times Square.

De ahí en adelante todo transcurrió con aparente normalidad. Su suerte, sino mejoró, al menos no se consideró como mala. Acudió a las conferencias con relativa calma, conoció a muchos docentes y aprendió nuevas técnicas de enseñanza. En resumen, todo el sufrimiento valió la pena.

Hasta ahora.

Estaba sola, varada un veintidós de diciembre en el aeropuerto de una ciudad que desconocía y con solo unos cuantos dólares en la bolsa. Definitivamente si esto no era mala suerte, entonces no sabía que lo era. Taichí la iba a matar y lo peor de todo es que faltaría a la fiesta que todos sus amigos organizaron.

"Estimados pasajeros con destino a Japón. Debido al mal clima el vuelo de las 1030hrs se vio retrasado. Lamentamos el imprevisto"

Y de nuevo el altoparlante hizo aviso de su desdicha. Si hubiera sabido que esto pasaría habría regresado hace un día, pero el clima era tan cambiante que simplemente no lo esperó. Apenas hace un día se sentía un clima templado que invitaba a usar un ligero abrigo, pero ahora, unas doce horas después se requería andar con chamarras esquimales y gorros para no sufrir algún grado de hipotermia.

—Esto no podría ser peor —susurró a sabiendas del riesgo de citar aquella frase tan maldita en muchas películas cómicas. Pero llegados a este punto y observando la situación en la que se encontraba, era difícil que algo empeorara.

Observó la pantalla de su móvil que marcaba las siete de la mañana. Suspiró resignada, tendría que comunicarle a su familia el retraso de su vuelo y probablemente a sus amigos la razón del por qué no asistirá a la fiesta.

Comenzó a dirigirse hacia la sala de espera del aeropuerto donde se hallaban los teléfonos públicos, llamar desde su celular a otro país le resultaría demasiado caro. Taichi se enfadaría en gran medida pero era mejor decirle ahora que muy probablemente no llegaría para navidad a que se enterara justamente el día de noche buena. Además, no quería preocupar a sus padres más de la cuenta, de por si el hecho de viajar hasta otro continente y estar sola en un país desconocido los tenía en vela. Como bien decía aquel dicho: "a mal paso darle prisa".

Descolgó el auricular y colocó las monedas dispuesta a discar aquel número que la estuvo persiguiendo cada día desde que llegara. Espero mientras aquel monótono sonido de espera sonaba y cuando la voz de su hermano mayor se dejó escuchar a través del auricular toda idea de cómo comunicarle la noticia abandono su cerebro.

"¿Hikari? ¿Eres tú?" preguntó la voz adormilada de Taichi al otro lado del auricular. "Claro que eres tú, eres la única que me llamaría desde América".

—Hola hermano —respondió ella a sabiendas que probablemente allá era poco antes del alba. —¿Cómo están todos por allá?

"Bien, todos estamos bien. Estas a punto de tomar tu vuelo, ¿no es así?".

Hikari suspiró. Era hora de la verdad; ahora sabría si la amaba de verdad o si la desterraría para siempre. —Bien, sobre eso… hay una tormenta terrible y el vuelo se retrasó de forma indefinida.

Listo, ya estaba. Que fuera lo que el destino deparara para su situación familiar ahora que su hermano la odiaba. Esperó un par de minutos se sintió desfallecer. Su hermano seguía guardando silencio, como si la noticia hubiera sido más grande de lo que ella esperara.

—¿Taichi? —preguntó con miedo. —¿Hermano? ¿Estas enfadado?

El silencio volvió a inundar la conversación. Hikari observó aterrada hacia el teléfono esperando ver que le habían colgado, pero los segundos seguían avanzando y cuando estaba por gritar, el sonido inconfundible de un fuerte ronquido se dejó escuchar a través del auricular.

—¡Taichi! —gruñó exasperada. Ella se hallaba preocupada por su reacción y el inconsciente se dormía al teléfono. Tenía en cuanta que en Japón debía ser de madrugada, estaban atrasados unas siete u ocho horas, pero de todas maneras, no tenía por qué quedarse dormido.

"¿Qué? ¿Quién? Oh cielos, perdón hermanita… ayer me desvelé platicando con Sora; ¡vendrá desde Kioto!".

Hikari sonrió contra el teléfono. Sabía que su hermano tenía un flechazo por su mejor amiga y eso la hacía muy feliz, para ella, no existía mejor persona que Sora para su querido hermano.

"¿Y bien? ¿Cuándo llegaras? ¡Tienes que ayudarme a preparar lo de la fiesta… no tengo nada!".

Y con tan pocas preguntas sintió un escalofrió nada sano recorrerle la espalda. En el fondo sabía que su hermano no diría nada hiriente, pero así como tenía en cuenta ese hecho, también sabía que su hermano era algo tonto y borde, al estar enfadado no media su boca y podía soltar aquellos discursos soporíferos que tanto odiaba.

—Sí, sobre eso —comenzó rezando a todo dios habido y por haber. —Hay una tormenta muy fuerte que llegó de improviso y todos los vuelos están retrasados.

Hikari sintió una eternidad a la espera de la respuesta de su hermano, tanto que temió que se hubiera vuelto a dormir. Estaba por reclamarle otra vez por su falta de atención cuando la voz de Taichi se dejó escuchar.

"¿Y que harás entonces? ¿Tienes donde quedarte? ¿No te hace falta dinero?".

Tanta fue sorpresa que observó el número discado en el teléfono para ver si era el de su hermano y no estaba hablando con otra persona, pero no, era el celular de Taichi. Era inaudito, su hermano siempre se había preocupado por ella, lo tenía en claro, pero también siempre gritaba y pataleaba cuando no sucedía lo que deseaba. ¿Desde cuándo su hermano mayor se había vuelto tan… maduro?

—Taichi… —dijo con cuidado. —¿No estas enfadado?

"Claro que sí, ¡joder!" se escuchó el grito en el auricular. "Pero tampoco es tu culpa… aunque pudiste haberlo prevenido".

—No podía, apenas el diplomado término ayer. Ni siquiera los meteorólogos previnieron la tormenta.

Si hasta parecía magia en verdad. El día de ayer había sido soleado, con un viento templado que llegaba desde el norte y refrescaba en demasía el ambiente. Sin embargo, el día de hoy amaneció nublado, con cientos de nubes grises invadiendo el cielo y amenazando con una monumental nevada.

"Regresa a tu hotel entonces, hermanita. ¿Aun tienes dinero? ¿No necesitas más?"

—No te preocupes hermano, regresare a donde me hospedé en días anteriores —respondió enternecida por la preocupación. —Y por el dinero aún tengo un poco y si, no te preocupes tengo la tarjeta.

"Bien, cuídate mucho entonces. Cualquier cosa llámame por favor".

—Claro hermano, por favor avísale a nuestros padres. Estaremos en contacto.

Colgó el auricular con una sonrisa. Después de todo, sus miedos habían sido mal infundados; su hermano estaba madurando y eso la alegraba mucho. Miro su reloj y se dio cuenta que no había pasado más de diez minutos desde la última vez que observó la hora. Miro hacia fuera del aeropuerto y la tormenta que no disminuía en absoluto le daba la bienvenida.

Salió del edificio resuelta a regresar a su hotel, esperanzada con que su habitación no hubiera sido ocupada en las últimas dos horas. Tomó un taxi y desde ahí se dirigió hacia el Times Square. El camino se hizo muy tranquilo, dejando pasar los minutos mientras observaba los inmensos edificios que no terminaban de sorprenderle; a las personas que, pese a la terrible nevada, salían a la calle para continuar sus vidas o incluso a las personas que se disfrazaban de Santa Claus para cantar villancicos en las esquinas.

Esto era lo que más le agradaba de las fechas decembrinas. No importaba que tan mal estuviera el clima; si había calor, lluvia o una tormenta de nieve, la gente continuaba su vida con una pizca más de felicidad dentro de sí. Porque estas fechas, fuera por la razón que fuera, invitaban a sonreír un poco más frecuente y un poco más grande.

Amaba los días de diciembre. No había mucho calor que te hacia sudar y el clima era bueno y bonito. Las personas saludaban más e incluso decían "buenos días" más de lo normal. Los niños sonreían más aunque pareciera imposible, únicamente por la mera ilusión inocente de ver a Papá Noel o por el mero hecho de recibir regalos. Las familias se unían para celebrar y si no se podía, movían cielo y tierra para que aquella persona especial estuviera en la mesa. Justo como la navidad del año pasado donde por razones de la universidad no pudo asistir a la cena de navidad y su familia no solo viajó a una provincia alejada del país, sino que trajeron la cena navideña hasta su departamento. Taichí había dicho que sólo fue porque sería aburrido tener una cena sin todos los integrantes de la familia, pero sabía que fue su hermano quien convenció a todos y arreglo todo para viajar.

Por eso amaba estas fechas. Por qué una magia de amor, felicidad, fe y esperanza invadía los corazones de cada persona. Tal vez era un pensamiento muy inocente e ingenuo de su parte, pero le gustaba pensar eso, le daba fuerzas.

Paseó su vista por la acera, observando a todos los transeúntes caminar para llegar a su destino. Algunas personas caminaban tranquilamente, otros escuchaban música con sus audífonos, incluso había algunos corriendo y esquivando a la gente, como aquel rubio que por poco y atropella a una viejecita. Sonrió divertida cuando el chico en cuestión se volteó aterrado para pedir disculpas. El taxi siguió avanzando y antes de perderlo de vista, juró ver en aquel rostro a alguien familiar.

Pronto llegaron a su destino; pagó el monto establecido y bajo del vehículo adentrándose en el edificio y avanzando hacia la recepción. Sabía que el hotel de cinco estrellas era algo costoso, con solo ver el vestíbulo adornado con motivos navideños y el inmenso árbol que se alzaba en medio del lugar debía serlo. Afortunadamente tuvo la ayuda de uno de los gerentes para hospedarse en ese lugar, dudaba en verdad que algún otro hotel tuviera habitaciones libres en estas fechas.

—Buenos días —dijo la amable recepcionista sacándola de su ensimismamiento. —¿Puedo ayudarle en algo señorita?

Hikari sonrió amable. —Sí, vera me preguntaba si aún tienen habitaciones disponibles.

La recepcionista asintió mientras tecleaba velozmente en un ordenador. Por dentro, Hikari rezaba para que su cuarto se mantuviera desocupado. Curiosa, se alzó sobre las puntas de sus zapatos para intentar alcanzar a ver la pantalla del ordenador.

—Lo lamento señorita, nuestra última habitación fue ocupada hace no más de media hora.

Sus esperanzas se vinieron abajo justo como cuando llego al digimundo; velozmente y de sopetón. Recargó su cabeza en el mostrador abatida. En verdad dudaba encontrar habitaciones libres un veintidós de diciembre en el mero centro de Nueva York.

—Disculpe, ¿no sabrá si hay habitaciones libres en algún otro hotel?

La recepcionista asintió amable y volvió a teclear en el ordenador. Hikari aun guardaba esperanzas pero con cada segundo que pasaba estas disminuían en gran medida y el rostro de la joven al otro lado del mostrador no le ayudaba con tantas gesticulaciones que hacía.

—Lo siento señorita, son vísperas de navidad y es difícil saberlo con tantas reservaciones —respondió la joven conciliadora. —Le recomiendo preguntar directamente, es más seguro.

Hikari asintió rendida. No había más que pudiera hacer en ese momento y la idea de pasar tiempo en el aeropuerto o costearse una suite de aquellas que solo millonarios podían pagar no le gustaba en absoluto. La tormenta no duraría solo un par de horas, de eso estaba segura. Caminó hacia la salida después de despedirse de la amable joven y marchó por la cera sin un rumbo fijo. La zona en la que se hallaba rebosaba de hoteles así que, con fuerzas renovadas se dirigió a cada uno de ellos con la esperanza en encontrar un techo donde poder descansar.

Cabe mencionar que no tuvo suerte.

Ya era mediodía cuando, rendida se dispuso a comer el almuerzo que su estómago rogaba por tener. Se había levantado tan temprano para tomar su vuelo que solamente había tomado un té, por lo cual, casi cinco horas después estaba resintiendo la falta de alimento.

Así, sentada en una pequeña cafetería y con el hambre calmada se dispuso a pensar en la situación en la que se encontraba. Tendría que salir de la capital para encontrar un hotel barato en la autopista, aunque en verdad eso le daba un poco de miedo. ¿Quién sabe qué lugares podría encontrar o en qué estado se encontrarían?

El celular en su bolsillo comenzó a timbrar y en la pantalla observó el número de su hermano. Sabía que tarde o temprano volvería a llamar para saber de su situación.

—Hola hermano —saludó al contestar.

"Hola Hikari. ¿Cómo estás?"

Hikari suspiro antes de responder. —Sinceramente no del todo bien, los hoteles en el centro de la ciudad están completamente llenos; aun no eh buscado más allá, pero sospecho será la misma historia.

"Bueno, tal vez tenga una solución. Hable con Yamato, ¿lo recuerdas? Esta ahora mismo viviendo en Nueva York, seguro puede dejarte una habitación en su departamento".

Hikari se sorprendió por la noticia. Hacia un año entero que no sabía del mejor amigo de su hermano. Lo último que supo fue que vino a Estados Unidos para continuar su carrera como astronauta o astronomía. La idea por un momento le pareció descabellada, aunque quedarse en casa de un hombre, por muy amigo que fuera de su hermano, no era del todo correcto. Además, seguramente estaría ocupado por el trabajo o planeando una cena de navidad con algún pariente o pareja; ella no podía llegar como "Taichi por su casa" y quedarse ahí.

—No creo que deba Taichi, irrumpir así en la casa de alguien… —ella dudaba de verdad en aceptar la idea, pero tampoco tenía mucho de donde elegir, estaba entre la espada y la pared.

"Vamos, incluso Takeru dio el visto bueno. Ya habló con él y está de acuerdo, no puedes quedarte en un motel en la autopista, Hikari".

—Pero no quiero molestarlo en sus estudios o su trabajo. Además, creo que la tormenta no durará solo un día. No quiero molestarlo.

"Hermanita, tranquila. Yamato probablemente ni siquiera este ahí mucho tiempo, puede que tengas su departamento para ti sola".

—Sinceramente eso no me tranquiliza hermano.

Y es que la verdad, estaba sumamente nerviosa. No conocía mucho al amigo de su hermano. Yamato siempre había sido un misterio para ella, visto solo como el amigo de Taichi o el hermano mayor de Takeru. Alguien muy serio y sombrío, incluso podría decir que algo taciturno, pero también con una actitud explosiva cuando se enfadaba o alguien lo necesitaba. Hasta donde ella recordaba, Yamato era un chico muy popular; habia sido el líder de una banda muy afamada en Japón hace algunos años y las chicas lo perseguían en grupo, aunque nunca supo de una pareja oficial.

"Bien, busca algo y deja a Yamato como última opción. Sólo es en caso de que no puedas encontrar nada, hermanita".

Hikari asintió a sabiendas que su hermano no podía verla y se despidió. La idea no era tan descabellada. Dejaría al amigo de su hermano como último recurso. Terminó su almuerzo y pagó la cuenta antes de dirigirse a la salida del estacionamiento. Observó las calles que rodeaban los edificios con aire enérgico y una enorme sonrisa en el rostro; era temprano y faltaban muchas horas para el anochecer, tenía el tiempo suficiente para encontrar un buen lugar donde hospedarse.

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El crepúsculo llegó mucho antes de lo esperado, sorprendiéndola con la guardia baja y en un barrio no muy concurrido de las calles de Nueva York. Había buscado en todos y cada uno de los hoteles alrededor del centro de Nueva York, preguntando con un fluido ingles por las direcciones de algunos otros que estuvieran un poco más alejados, pero ni siquiera en esos había tenido suerte. Todos y cada uno estaban llenos o apartados, ya con reservaciones hechas desde hacía meses.

Entonces, armada solamente con unas decenas de dólares en efectivo había comprado un mapa turístico y comenzado a caminar, recorriendo las calles y alejándose cada vez más del centro de la ciudad. Adentrándose en un área que, a simple vista no era del todo segura.

Dejo atrás las calles abarrotadas de gente en abrigo y los muchos "Santa Claus" cantando villancicos para entrar a un mundo de calles abandonadas, farolas fundidas y esquinas abarrotadas de basura. Llegados a este punto, sabía que la mejor idea era aceptar la mano que se le tendía y acudir rauda y presurosa al cobijo del departamento de Yamato.

Alzó la mano cuando a lo lejos vio los faroles de un taxi y se subió, mencionando la dirección que su hermano había enviado a su móvil. Eran cerca de las siete de la noche y se dio cuenta que había estado rondando perdida por casi ocho horas en un lugar que desconocía, exponiéndose a peligros que no se imaginaba. Sin duda alguna tenía algo de lo temerario de su hermano.

Pronto llegaron a un edificio a unas cuadras de Times Square. Hikari pagó y se apeó del vehículo, dándose cuenta que hace algunas horas había pasado por ese mismo lugar en su infructuosa búsqueda de un hotel. El taxi marchó lejos y ella permaneció un momento observando la gran construcción.

Era un edificio de departamentos no muy ostentoso pero se veía su clase. Fácilmente abarcaba unos veinte pisos y desde la calle se podían observar los grandes ventanales que dejaban ver la ciudad. Con paso calmo entro al vestíbulo y si por fuera el edificio se veía normal, por dentro lo halló increíblemente acogedor y hogareño. Sillones de terciopelo y lino, acomodados a lo largo y ancho de la estancia, con paredes en un blanco impoluto cubiertas de diversas obras que, estaba segura, había visto en su vida y que no por eso dejaban de ser magnificas.

Una pequeña risa la sacó de su fascinación y noto a una joven azabache que descansaba detrás del mostrador. Hikari se acercó un poco hacia la recepcionista, avergonzada por haber sido pillada en la contemplación de tan bello lugar.

—Buenas noches señorita, bienvenida —saludo la chica. —¿En qué puedo servirle?

—Buenas noches. Soy Hikari Yagami, disculpe las molestias pero quería preguntar si aquí vive Yamato Ishida.

La joven azabache abrió la boca sorprendida ganándose una dudosa mirada de Hikari. Asintió enérgicamente y rebusco entre las pequeñas gavetas. Hikari la observaba curiosa, preguntándose qué era lo que buscaba y por qué lucia tan sorprendida.

—Disculpe, si vive aquí ¿no es así? Tal vez me equivoque de dirección.

—¡No, no! Disculpe, es que me sorprendió señorita —dijo la chica disculpándose con gestos algo exagerados. —El señor Ishida no recibe visitas, pero me comentó que alguien llegaría para hospedarse con él y cuando se presentara, le diera la llave del departamento.

Hikari no pudo evitar el leve sonrojo que invadió sus mejillas al escuchar el "hospedarse con el"; no quería que la jovencita se diera malos entendidos con aquel razonamiento.

—Sí, Yamato Ishida es un buen amigo de mi hermano y me permitió hospedarme en su departamento al no encontrar un hotel —se excusó sintiéndose nerviosa por la sola idea de estar con el rubio. —Es muy considerado de su parte.

—Ya veo, bueno, es una lástima. Aquí tiene la llave señorita, es el piso once; cualquier cosa que necesite puede llamarme.

—Claro muchas gracias —respondió tomando la llave. —¿Sabe si está en el departamento?

La joven recepcionista se llevó la mano al mentón en actitud pensativa. —Hasta donde recuerdo salió a cenar; regresara a un par de horas, seguramente.

Hikari asintió agradeciendo con un murmullo, preguntándose a que se refería la jovencita con "era una lástima" y por qué razón Yamato regresaba siempre tan tarde. Dejó sus pensamientos de lado y comenzó a avanzar hacia los elevadores que se hallaban atravesando un pasillo al lado del vestíbulo. Se adentró en cubículo y pulso el piso al cual se dirigía.

Las puertas de metal se abrieron presentando ante ella un pequeño vestíbulo y una puerta de madera blanca. A los lados de esta, había dos macetas con algunos helechos y nada más. Supuso que tal vez Yamato no era una persona que colocara muchas decoraciones, después de todo hasta donde sabia vivía solo y se enfocaba completamente en trabajar. Tal vez dentro sería un poco más armonioso.

Colocó la llave en la cerradura y abrió la puerta adentrándose al departamento. Dentro estaba oscuro y frio, la calefacción no estaba encendida y el olor a humedad inundaba el ambiente. Extendió su mano a los lados intentando encontrar el interruptor para encender la luz y cuando el pequeño foco prendió, no pudo evitar sorprenderse un poco ante la estancia.

Por un lado estaba en perfecto orden, todo metódicamente colocado en su sitio. Desde los libros acomodados en el pequeño librero hasta los cojines sobre el sillón. Por el otro lado, no había ningún adorno en las paredes, no había cuadros ni pinturas, ningún adorno y ningún árbol de navidad. Si, admitía que era un lugar sofisticado pero al mismo tiempo lóbrego, desprovisto de aquel toque hogareño que sobraba en el vestíbulo del edificio.

Permaneció en la estancia preguntándose si debía avanzar más o permanecer ahí hasta que el dueño del departamento llegara. Era un locura, claro está, por lo cual optó por dirigirse a la pequeña sala donde un sillón de piel reposaba frente a un gran televisor. Observó a todos lados, esperando encontrar alguna señal que le indicara donde se quedaría o algo, hasta que vio el comedor donde un pequeño papel se mostraba.

Camino hasta allí, esperando que aquella hoja de papel le indicara algunas pistas de que hacer a continuación.

—"Hikari —comenzó a le leer la prolija letra de Yamato. —Taichi me comentó tu situación. Siéntete libre de tomar lo que necesites. No tengo otra habitación así que utilizaras la mía, no te preocupes que yo usare el sillón. Llegare tarde. Yamato".

No pudo evitar reír un poco ante la simplicidad de la nota. Con solamente ese pequeño papel y la visión de su hogar, podía saber que su amigo rubio era simple y practico. A veces no entendía como alguien como él pudo haber escrito esas hermosas letras que otrora escribió cuando fundo su banda de rock.

Dejó la nota sobre el pequeño comedor y se dirigió hacia la cocina. Eran cerca de las nueve de la noche y tenía un poco de hambre. Abrió el refrigerador y como supuso, solo había lo indispensable para que un hombre adulto viviera, es decir, algunas carnes frías, nada de verduras, unas latas de soda, botes de leche y algunos frascos con lo que parecían ser sobras de días pasados. Buscó sobre el electrodoméstico y encontró el cereal. Decidida, decidió comer un poco, después de todo era rápido y sencillo de preparar, además, así ensuciaba menos platos.

Comió tranquilamente, observando a detalle cada parte del departamento. Preguntándose en silencio que tanto había cambiado su compañero de aventuras y cuanto más descubriría de el en estos días. Finalizó su cena y se dirigió hacia la habitación. Si era sincera consigo misma, no sabía que tan correcto era adentrarse sin permiso en los aposentos del rubio, aunque el abiertamente estuvo de acuerdo en la nota que dejase sobre el comedor.

Entró al que parecía el único cuarto del lugar y ya dentro encendió la luz, no pudiendo evitar notar y sonreír un poco al ver sobre algunas cómodas modelos a escala de planetas o algunas figurillas de la guerra de las galaxias. Era algo curioso de notar, toda aquella falta de personalidad en todo el departamento, pero tantos gustos y detalles reflejados en su habitación.

Recordaba que el hermano mayor de Takeru era algo terco y obstinado, así como muy sobreprotector con aquellos que le importaban, no importaba si este fuera solo un pequeño y diminuto instrumento musical. Tal vez venia de ahí la manía de mantener todo en perfecto orden, aunque si fuera así, no entendía como el rubio había cedido tan fácilmente la habitación, teniendo en cuenta que algunas valiosas se hallaban en ese lugar.

Dejó su maleta a un lado de la cama y tomó asiento. Tenía que hablar con su hermano, pero por esta ocasión lo haría desde su celular, aunque saliera algo costoso; no podía llamar desde el departamento de su amigo. Marcó el número y después de unos segundos la voz de su hermano se dejó escuchar.

"¡Hermanita! Ya me tenías preocupado"

—Ya estoy en casa de Yamato, solo te quería avisar hermano —explicó, notando unos pequeños retratos en el escritorio al otro lado de la habitación.

"Me alegro que aceptaras la idea, no quería que anduvieras rondando por los barrios bajos y peligrosos de la ciudad"

Para este momento, Hikari ya no ponía mucha atención a la conversación de su hermano. Las fotos frente a ella la habían atrapado en un mundo de ternura y sonrisas que solo le hacían sentir cálido el corazón. Cinco fotos descansaban frente a ella, todas y cada una mostrando un fragmento de la vida del rubio.

Tomó la de apariencia más antigua entre sus manos, observando en está una familia unida en la cual ambos padres abrazaban a los niños por igual. Donde los pequeños rubios sonreían con la ilusión típica de la infancia y la inocencia perenne de esa edad. Sabía, por Takeru, que ambos hermanos fueron separados cuando sus padres se divorciaron, viéndose únicamente en vacaciones. Por un momento, la idea le apretó el pecho, sabiendo que esa sensación en nada se comparaba con el dolor de aquella familia que ahora se encontraba separada.

Observó las demás fotos, encontrándose con un Yamato que dejó de sonreír de aquella manera tan grande y alegre. Ahora el chico se mostraba serio, taciturno, como si hubiera perdido todo aquel brillo de antaño. Sin embargo y pese a todo, parecía que algo de aquella luz regresaba a sus ojos y a su sonrisa cuando veía a su hermano, el último resquicio de su familia unida.

Tomó la última foto y sonrió ante la imagen que su hermano también tenía en su habitación, y estaba segura, que igual que los demás niños elegidos. Aquella foto al final de su aventura en el Digimundo, después de toda esa gran aventura. Y aunque creyó que la sonrisa de Yamato se encontraría apagada por la despedida de sus amigos, se encontró con una de las sonrisas más brillantes que hubiera visto. Una sonrisa que, en su interior sabía, podía contagiar su brillo a los demás.

No supo porque o cual fue la razón, pero quiso ser la causa de una sonrisa tan hermosa.

"¡Hikari!" llamó la voz de su hermano en el auricular. "¿Sigues ahí?"

—Perdón hermano, me distraje un poco —se disculpó un tanto avergonzada, dándose cuenta de la línea de pensamientos que tenía con respecto al rubio.

"Como sea, te decía que me hables por cualquier cosa; esperemos mañana el clima este mejor y puedas regresar"

—Claro hermano —respondió para despedirse y colgar la llamada.

Observó el reloj de la pared que marcaba las diez de la noche. Según la recepcionista, Yamato vendría cerca de media noche. Un bostezó la invadió y supuso que lo mejor era dormir un poco ya que estaba algo cansada. Tomó un baño rápido, se colocó su pijama y al recostarse, dejándose cubrir por el placentero sopor del calor de las sabanas, no pudo dejar de pensar en aquella foto, donde un Yamato que no conocía le sonreía a la cámara, con un brillo deslumbrante y que rivalizaba con su propia luz.

CONTINUARA

¿Y bien? ¿Les gusto la introducción? Espero te guste querida amiga, como dije antes fue un reto muy entretenido.

Nos leeremos pronto, cuidence mucho, ¿vale?

Atte. Aspros