Disclaimer: Pokemon no me pertenece, yo hago esta historia sin ánimo de lucro.

Capítulo 12:

El viento de la pradera


Kalm entró silenciosamente en la tienda de Serena. Se sentó a su lado, acariciándole la mejilla. La princesa dormía tranquila, con el cabello rubio esparcido por la almohada y una mano enredada en el mismo. Sin embargo, Kalm no podía ignorar los vendajes que cubrían el torso y la nuca de la chica. Apretó los puños, frustrado.

-Lo siento.-le susurró, aunque sabía que no podía oírle.

-No…es culpa…tuya, imbécil.-contestó, para su sorpresa, Serena. Lo miraba adormilada, pero con cariño.

-Se supone que debo protegerte.

-No eres…adivino. No…podías saberlo.

-Aún estás fatigada, se te nota. Tienes que descansar.-Kalm hizo amago de marcharse, pero Serena le agarró la mano, temblorosa, pero con fuerza.

-Quédate…conmigo.-musitó, peleando con su propia voz para que no sonara tan patética. Kalm sintió como se sonrojaba y esbozó una tierna sonrisa.

-Solo si te duermes.

-¿Lo prometes?-Serena levantó el dedo meñique. Kalm sonrió y entrelazó su meñique con el suyo. La princesa sintió como calidez nacía en su pecho ante la vista de aquella unión.

-Dicen que las almas predestinadas a unirse están unidas por un hilo rojo atado a sus meñiques.-susurró Serena.

-¿Crees que es verdad?

-Con todo mi corazón.-Serena cerró los ojos poco a poco, sin soltar en ningún momento el meñique del chico. Se durmió, con una dulce sonrisa en los labios y la calidez de una promesa en el corazón. Kalm esperó a que estuviera completamente dormida antes de soltarla. Nunca había sido muy creyente en esas supersticiones, pero reconocía que era una historia bonita. Por un instante, deseó poder ver aquel hilo rojo que unía a los predestinados a conocerse. Deseó ver donde terminaba el hilo de Serena.

-No pienses tonterías, Kalm.-se auto-regañó, antes de salir de la tienda. Solo Serena le hacía pensar esas tonterías. Fuera, le esperaba Ash.

-¿Cómo se encuentra?-preguntó al ver salir a Kalm.

-Herida. Pero no tendrá secuelas, así que con el tiempo se recuperará.

-Me alegro de que se vaya a recuperar. Ella es muy fuerte.

-Más de lo que crees.-pensó Kalm en voz alta, recordando los extraños poderes de la princesa.

-Pronto tú también serás fuerte.-contestó Ash, ofreciéndole algo. Kalm lo cogió, algo extrañado. Era una espada de madera.-Te servirá para entrenar. Vamos.

Kalm suspiró y se dispuso a seguir a Ash. 'Para proteger a Serena', se recordó a sí mismo.

-Te enseñaré lo básico del aura y te adiestraré en la espada, pero no más o tendrías que ingresar en la orden.-Kalm asintió, y ambos chicos se internaron en el bosque.


-Serena…Serena…despierta, cariño.-Serena entrecerró los ojos para poder ver a su padre entre las pestañas.

-¿Qué pasa, papá?-León sonrió mientras acariciaba el cabello de su hija.

-¿Te sientes mejor?

-Claro que sí. Échame una mano, anda.

-¡Aún no estás recuperada!

-¡Pues me levanto sola, caray!-con un suspiro resignado, el rey ayudó a su hija a levantarse. Serena se tambaleó un poco, apoyada en su padre. Le dolía un poco el costado, pero nada que no pudiera soportar.

-Tu madre me va a matar.-masculló el rey León. Serena se río entre dientes, aunque al instante cambió a una mueca de dolor.- ¿Estás bien?

-Sí, no te preocupes. Ahora que lo pienso, ¿por qué viniste a despertarme?

-Tenemos que prepararnos. Los reyes de Élet se han ofrecido a hospedarnos en su castillo, y pronto partiremos de viaje. Tienes que vestirte para anunciar las nuevas al pueblo.-Serena suspiró y se dejó arrastrar por su padre. En poco tiempo llegaron a una tienda algo más grande que las otras. Dentro, las doncellas se afanaban en preparar a la reina para su aparición pública.

-¡Hasta luego!-se despidió su padre antes de correr lejos de allí. Serena maldijo cuando se dio cuenta de quién estaba detrás de ella y quién había asustado tanto a su padre.

-¡Princesa Serena!-cantó una voz femenina. Serena forzó una sonrisa para girarse, aunque más bien parecía una mueca.

-¡Amanda! Que…alegría verte.-la mujer escaneó a Serena con la mirada, haciéndola sentir incómoda. Amanda era casi una de las líderes de las doncellas. Era alta, con el cabello castaño y los ojos miel, con un cuerpo que llamaba la atención de casi todos los caballeros del palacio. Bastante superficial y sin ningún respeto por los matrimonios ajenos. El rey León huía de ella en cuanto veía el rastro de su vestido. Y en lo que respectaba a Serena…bueno, era criticada por Amanda siempre que tenía oportunidad. Aunque ella sabía que solo le tenía envidia. Recordaba especialmente bien una vez que Amanda intentó teñirse el pelo de rubio y tuvo que estar calva durante varios meses.

-Oh, princesa, como ha descuidado su apariencia. No debería venir aquí vestida de esa forma.

-¿De qué forma?-Serena frunció el ceño, observándose a sí misma y sintió como se sonrojaba intensamente. Con las prisas y todo, no se había dado cuenta de que solo llevaba un camisón ligero…y algo transparente. De golpe, sintió sobre ella las miradas lujuriosas de todos los hombres a su alrededor y tomó con prisa la bata que le ofrecía Amanda, cubriéndose con ella. Un murmullo general de desilusión la rodeó, y juraría que escuchó el murmullo de alguno diciendo: 'Lástima.' Totalmente avergonzada y con la mirada despectiva de Amanda en la espalda, entró en la tienda, dispuesta a que la vistieran de manera decente.


-Otra vez.-ordenó Ash a un agotado Kalm tirado en el suelo. Llevaban horas practicando, aunque parecía más una ronda de '¡Golpeemos a Kalm!'.

-…-Kalm no contestó. Le dolía el cuerpo por todos lados y estaba convencido de que al día siguiente se levantaría con el cuerpo lleno de moratones.

-Venga.-insistió el guardián del aura, sin mostrar piedad por el príncipe. Kalm se levantó, apoyado en su espada de madera.-Repite el movimiento cincuenta veces.

Tras una hora más, Ash determinó que ya era hora de volver, por lo que dejo que su discípulo descansase unos minutos. Kalm observó el cielo. Aquel día era de un hermoso color azul, sin nubes, aunque el sol pegaba fuerte. Respiró hondo, mientras el aroma a hierba y musgo se colaba en su nariz. Los ojos se le cerraban solos y el sueño lo tentaba, acunado por el calor del sol al rozar su piel. Claro que se despertó de golpe cuando sintió como agua helada le corría por el cuerpo.

-¡Mierda! ¡¿Qué pasa?!-gritó, saltando para sacudirse la sensación de frío del cuerpo.

-Ya es hora de volver.-le regañó Ash, tirando un cubo de madera al suelo. Kalm lo miro con resentimiento, mientras el pelo le caía sobre los ojos.

-Vale.-gruñó, cogiendo la espada de madera. Tenía la sensación de que le había pasado una multitud por encima.

Caminaban en silencio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Kalm levantó la cabeza al salir del bosque, cuando se dio cuenta del ajetreo que reinaba en el pequeño campamento. Paró a un criado para preguntarle qué pasaba.

-Los reyes se marchan mientras el castillo es reconstruido y van a anunciarlo en una hora en la ciudad.-contestó el chico, antes de seguir corriendo. Kalm frunció el ceño. De lejos veía a sus padres, impecablemente vestidos, así que suponía que él también tendría que arreglarse.

-Maestro…-cuando se giró Ash ya se había marchado. Se encogió de hombros, mientras iba a la tienda de Serena. Quería comprobar que tal estaba antes de marcharse, pero cuando llegó no había nadie.

-¿Y Serena?-preguntó extrañado al guarda encargado de vigilar la tienda.

-Su Alteza acudió a la tienda de las doncellas a vestirse para su aparición pública.-contestó el guarda, aunque Kalm juraría que un leve sonrojo cubría las mejillas del hombre. Lo cierto es que todos los hombres del campamento parecían algo alelados.

-¿Y dónde está esa tienda?-volvió a cuestionar Kalm.

-Es la más grande de todas, a la derecha de aquí, mi señor.-Kalm masculló un 'gracias' antes de marcharse, un poco molesto. No le gustaba la expresión del guarda al mencionar a la princesa.

-Disculpe, ¿está aquí la princesa Serena?-le preguntó cortésmente a una doncella que llevaba varias telas al interior.

-No estoy segura de si sigue dentro, príncipe Kalm, debería preguntárselo a Amanda.-contestó la chica, antes de volver a entrar en la tienda. Casi al instante salió otra chica, alta y de pelo castaño.

-¡¿Quién demonios está molestando?!-se interrumpió en cuanto vio al príncipe. Lo escaneó, encantada, y se lamió los labios. Kalm se removió, incómodo ante la manera en que lo observaba. Amanda le sonrió al joven, apoyando la mano en la cadera.

-Y dígame, ¿qué busca un apuesto príncipe como usted en esta tienda de mujeres?-preguntó con voz seductora.

-Estoy buscando a mi prometida.-aclaró él. No se le pasó por alto la mueca de disgusto de Amanda.

-Oh, por supuesto.-respondió Amanda, sin ocultar su molestia.-La verdad es que fue a un sitio, pero no lo recuerdo demasiado bien…-se inclinó, resaltando sus pechos, los cuales captaron la atención de Kalm por un segundo, antes de desviar la vista. No le gustaba la actitud que tenía la 'doncella'.

-Señorita Amanda, ¿no lo recuerda? La princesa Serena fue a las ruinas del castillo con la señora Esmeralda.-intervino una sirvienta joven, con una dulce sonrisa.

-Muchísimas gracias por la información, señorita.-le sonrió, provocando que la tímida criada enrojeciera. Casi corriendo, se alejó de allí, dejando a una molesta Amanda ante el comportamiento del príncipe.

-Pronto, Serena, pronto.-gruñó al aire.


-No es necesario que continúes, Esme, seguiré yo sola.-dijo Serena, girándose para observar con cariño a la mujer que la acompañaba. Era tan alta como Serena, con el cabello, que parecía de plata, recogido en un moño. Unas gafas sin montura cubrían unos ojos verdes como el bosque. La bondad se reflejaba en su rostro, y resultaba obvio lo unida que se sentía a la princesa.

-Pero, princesa, no puedo dejaros continuar sola…-protestó la anciana, tomando la mano de la chica. Serena suspiró, aunque sonreía. Esme había sido la abuela que nunca tuvo, la única que estuvo con ella cuando se sentía sola.

-Lo digo en serio, Esme, a partir de ahora el terreno es más accidentado.

-¿Y qué harás tú?-el tono de la anciana reflejaba preocupación.

-Tengo que buscar mi ocarina. Es un tesoro de la familia real.

-Pequeña…eres demasiado tozuda.-suspiró Esme.-Está bien, pero no tardes demasiado.

Serena sonrió como una niña que acabara de salirse con la suya, besó la mejilla de Esme y continuó caminando en dirección a la antigua sala de música, o al menos donde estaba antes. La falda del vestido rozaba el suelo, creando un leve murmullo que la calmaba. Levantó la vista, pero, para su sorpresa, había una chica entre las ruinas. Aceleró el paso. La chica tenía el cabello largo, de color azul, y sostenía un instrumento de un fuerte color rojo en las manos. Lo observaba con una tristeza infinita, a la vez que añoranza y melancolía. Le pareció escucharla suspirar.

-Xavier…

-¿Quién eres tú?-preguntó Serena, observando fijamente a la chica. Esta se giró a verla, sorprendida, como si no esperara que ella le hablase.

-¿Yo? Soy el crepúsculo de una era, la amante de las manos rojas, la condenada a vagar por la tierra hasta que alguien pague por mis pecados…Puedes llamarme Adela.

-¿Adela? Nunca he oído ese nombre.

-No es extraño. No es muy común.-le tendió el instrumento. .-Lo siento por ti, pero ya se han llevado la azul. Solo puedo darte esta.

Serena observó el instrumento desconfiada. Era una ocarina de un intenso color rojo, con una banda de obsidiana en la boquilla en la que estaba grabada la letra 'Y'.

-¿Por qué ibas a entregarme un instrumento que es obvio aprecias mucho?-cuestionó Serena. Adela sonrió antes de coger sus manos y cerrarlas sobre el instrumento.

-Porque sé que tú lo usarás mejor que yo.-contestó, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Aquello parecía causarle un dolor insoportable.

-Si te hace sufrir esto, no hace falta que me la des.-susurró Serena. Empezaba a sentir compasión por la chica. Pero ella negó con la cabeza.

-Es necesario. Por favor, cuídalo.-antes de que Serena pudiese decir nada, Adela se marchó, corriendo a una velocidad que parecía casi sobrenatural. Observó el instrumento en sus manos.

'Ya se han llevado la azul', recordó. ¿Acaso quería decir que alguien se había llevado su ocarina?

Se arrodilló en el suelo, buscando algún destello azul que le indicase donde estaba la ocarina. Todo estaba cubierto de cenizas. Lo más posible y lógico era que había sido destruida en el incendio. Suspiró, triste. Le tenía cariño a ese instrumento.

-¿Pero quién era esa chica? ¿Y por qué me ha dado esto?-se preguntó, observando la ocarina en sus manos. Brillaba de manera tentadora, como si la desafiase a tocarlo. Lo tomó, dubitativa y se lo acercó a los labios. Le sorprendía la manera en que se adaptaba a sus manos, como si estuviera hecha especialmente para ella. Tocó unas cuantas notas para ver como sonaba.

-Perfecta.-sonrió. Hasta el tacto le resultaba cómodo. Improvisó una melodía rápida, contenta. Aunque había perdido su ocarina, sentía que era más importante la que había ganado. De golpe, una nueva canción le vino a la cabeza, una que le parecía conocida pero que estaba segura no había oído en su vida. La tocó con cuidado, sintiendo como de repente se le humedecían los ojos. No dejo de tocar, aunque las lágrimas le resbalaron por las mejillas. No entendía por qué, pero aquella canción le causaba una profunda tristeza y melancolía. Sonaba como el lamento de un ser herido de muerte, privado de algo fundamental para su existencia.

Y Serena lloró, porque el ser de la canción no tenía lágrimas que derramar


No demasiado lejos de allí, una chica observaba las acciones de Serena. Adela escuchó la canción, sintiendo como su corazón se desgarraba a medida que continuaba. No lloró. Su dolor era demasiado grande como para que simples gotas de agua lo calmasen. El viento le acarició el rostro, como si supiese el sufrimiento que pasaba la joven.

-¡Xavier!-sollozó, dejando escapar un profundo grito que reflejaba su rabia y su tristeza. Demasiado grandes como para dejarla vivir.


Kalm observó las ruinas cenicientas que antes eran el palacio de Hálal. Al pie de ellas, una anciana observaba el cielo, como si esperara a alguien.

-Perdone, ¿ha pasado por aquí una joven rubia?-preguntó, haciendo gala de los modales inculcados desde pequeño.

-Depende de quién lo pregunte. ¿Quién es usted?-repuso la anciana, muy tranquila.

-Soy el príncipe Kalm. Estoy buscando a la princesa.

La anciana lo observó, sonriendo plácidamente.

-Está allí delante. Y por favor, dígale a esa niña traviesa que vuelva ya, que se va a manchar el vestido.

-¿Gracias?-Kalm continuó andando, confundido por la actitud de la anciana. Pronto, llegó a lo que fue el salón de baile. Miró a su alrededor, hasta que encontró una figura vestida de negro. Parecía acariciar algo en sus manos. Sin embargo, cuando iba a ir hasta allí, escuchó un profundo grito del dolor más intenso que había oído en su vida. Se giró, buscando a la persona que había gritado, pero no había nadie. Confuso, alcanzó a Serena, que también buscaba la procedencia del grito.

-Serena, ¿qué haces aquí? Deberías estar en cama.-Serena se giró y le dedicó una sonrisa traviesa.

-Era muy aburrido. Además, tuve que ir a vestirme para ir a informar al pueblo de nuestra marcha.-se alisó el vestido, bajando la mirada. Iba vestida completamente de negro, con un vestido de escote corazón que le cubría los hombros con delicado encaje. Un cinturón delgado y decorado con filigranas de oro ceñía su cintura.

-¿Negro?-preguntó Kalm. Serena bajó la cabeza, apretando la ocarina entre sus manos.

-Perdimos vidas en el incendio.-murmuró, triste. De pronto, Kalm se sintió cohibido, sin saber que decir. Los inundo un silencio incómodo. Serena estornudó, frotándose los brazos para entrar en calor. Empezaba a hacer frío, cuando sintió una tela cálida cubriéndole los hombros. Levantó la vista, confusa. Delante de ella, Kalm le daba la espalda.

-Gracias.-susurró Serena, sintiendo como se sonrojaba. Se envolvió en la chaqueta, sintiendo como el aroma de Kalm se colaba en su nariz.

-Tenemos que volver. Ya ira siendo hora de que vayáis a la ciudad.-contestó Kalm, caminando sin mirarla. Sentía las mejillas calientes, y se esforzó en ocultarlo con su cabello. Serena le agarró la mano, sonriente, provocando que el sonrojo del chico se hiciera más evidente.


Esmeralda observaba plácidamente como pasaban las nubes. Desvió la vista hacia el castillo, de donde venían dos personas tomadas de la mano.

-La señorita Serena está enamorada.-sonrió con dulzura, enternecida por la escena.

-Esme, no tendrías por qué haberme esperado.-dijo Serena al verla.

-No me importa, princesa, es mi deseo estar a su lado.-contestó la anciana, levantándose. Miró de manera desaprobadora a Kalm, que por acto reflejo se separó de Serena. Esme sonrió, victoriosa, y se aferró al brazo de la princesa.-Espero que no se haya manchado mucho el vestido.

-Claro que no, Esme. Además, es negro, no se nota.-respondió Serena, caminando tranquilamente al lado de la anciana. Unos metros por detrás, las seguía Kalm.

-Princesa Serena, debe saber que ahora que se marcha a otro país su conducta tiene que ser impecable. Como futura soberana del mismo, tiene que dar a sus futuros súbditos una buena primera impresión.

-Lo sé, Esme.-respondió ella, observando su vestido. No le gustaba pensar en aquello. El mundo de la realeza estaba lleno de falsedad. Nunca podía saber si la persona enfrente de ella estaba siendo sincera. Tampoco le gustaba pensar en el momento que se casaría con Kalm. Se convertiría en reina…y eso la aterraba.-Esme, cuéntame la historia de cuando era pequeña.

-¿No cree que está un poco mayor para eso?

-Y también para tener carabina.-la anciana rio, captando la indirecta.

-Bueno, bueno, supongo que te entretendrá durante el camino…

"Erase una vez una bella princesa, la más bella de todas. La princesa vivía en su castillo, donde cientos de príncipes la pretendían. Pero ella no era una princesa común. Ella no deseaba enamorarse. Su corazón ansiaba el viento de la pradera, los rayos del sol y el dulce aroma de los bosques. Ningún hombre era capaz de soportar la franca mirada de sus ojos verdes, ninguno era capaz de ofrecerle lo que tanto ansiaba. Y por ello, la princesa pasaba sus días en una alta torre, soñando con el mundo que veía a través de los barrotes de su jaula de oro.

Un día, los reyes, deseosos de un heredero, obligaron a la princesa a aceptar la proposición de uno de los príncipes del norte. La princesa, furiosa y dolida, pasó una noche llorando, presa de su destino. Sin embargo, cuando el sol acarició su delicado rostro con los primeros rayos del amanecer, un espíritu se apareció ante ella. 'Levántate', ordenó el espíritu, teñido de un intenso verde esmeralda. La princesa, asombrada, levantó sus ojos hacia la aparición. 'Escúchame, niña. Hoy cogerás la ropa de un hombre, te desprenderás de tu cabellera y escaparás a los bosques del sur. Cuando hayan pasado seis meses y un día, volverás.' Y con estas palabras, el espíritu desapareció. La princesa sabía que tenía un ser velando por ella desde su más tierna infancia, pero nunca lo había visto. Sin embargo, y prefiriendo la muerte al matrimonio, robó la ropa de un soldado y con una cuchilla, cortó su larga melena negra. Cuando se miró en el espejo, ya no veía a la hermosa princesa que todos deseaban. Vio a una muchacha, de cabello negro rebelde e intensos ojos verdes, delgada y menuda, deseosa de libertad. Sintió como sus mejillas se arrebolaban de gozo y soltó una alegre risotada. Corriendo por los pasillos del castillo, libre de los vestidos y el largo cabello, se sintió feliz. Cuando las doncellas fueron a buscarla, ella ya había llegado a los bosques.

'¡Soy libre!' gritó, rodeada de lo que siempre había soñado. Con la ayuda del espíritu, la princesa vivió allí durante varios meses, viajó por el mundo, conoció a gente de tierras lejanas y descubrió lo que era la libertad. El día de su regreso, le dijo el espíritu: 'Yo no puedo evitar que te cases. Pero esto te digo; tu corazón pertenecerá al que porte consigo el viento libre de la pradera.' La princesa, dudosa, pero en sintiéndose endeudada con su espíritu guardián, aceptó sus palabras, que hasta ese momento nunca habían sido desacertadas. A su vuelta al castillo, los reyes, furiosos y preocupados, gritaron al verla: '¿Te volviste loca? ¡Tu prometido te ha estado esperando!' Mas callaron ante la mirada de la princesa. Ahora, ella era más madura, más sabia, y declaró, observando fijamente a sus padres: 'Mi espíritu me ha dicho la verdad. Me casaré solo con el que porte el viento de la pradera.' Y la princesa se retiró a su torre. Tras mucho tiempo, seda volvió a cubrir su piel, ahora ligeramente más morena. Su cabello, que volvía a caer hasta su espalda, se recogió en una larga trenza, y la princesa acudió al salón del trono, donde aguardó la llegada del hombre profetizado por el espíritu.

Cuando la noticia de la vuelta de la princesa recorrió el mundo, cientos de príncipes acudieron a someterse a la prueba de la princesa, mas ninguno logró superarla. Algunos le trajeron las más exquisitas esmeraldas, del color de la hierba en primavera. Otros intentaron atrapar una brisa de la pradera. Pero nadie consiguió llevarle lo que exigía la princesa.

Un día, acudió un hombre diferente al resto. Su cabello era del color de la paja, y sus ojos eran bicolores, uno azul como el cielo y el otro rojo como la sangre recién derramada. La princesa lo observó expectante. El hombre, silencioso, sacó un pequeño instrumento de su zurrón. Era una hermosa ocarina verde. Se llevó el instrumento a los labios, y de él brotó una melodía que estremeció el alma de la princesa. Una melodía que evocaba los verdes pastos, el sol acariciando la hierba y los densos bosques que ella amaba. Y supo que estaba escuchando la voz del viento.'

-Nunca me contabas qué ocurrió al final. Si la princesa se casó con el hombre, qué ocurrió con el espíritu verde…-comentó Serena, ensimismada en el relato.

-Es una historia sin final. Algunos dicen que la princesa cumplió su promesa y se casó, otros que se enamoró al escuchar la melodía…hay incluso quién dice que el hombre era en realidad el espíritu verde. Pero, si me lo preguntas a mí, yo creo que ella se enamoró del portador de la ocarina. Que supo ver que su corazón estaba vestido con el verde de la pradera.-contestó la anciana.-Es el misterio de la historia.

Serena decidió callar. Aquella historia siempre le provocaba una profunda intriga. Le gustaría saber que pasó. Pero eso era imposible. Con un suspiro, continuó andando.


De lejos, observando, se encontraban dos jóvenes. Una tenía el cabello azul, la otra, negro como el ala del cuervo. Ambas miraban a los dos príncipes y a la anciana, escuchando en silencio la historia. La chica del pelo azul comenzó.

-Es curioso como el tiempo modifica la historia, ¿verdad?-comentó suavemente. Su compañera no dijo ni una palabra. Sus ojos verdes mostraban tristeza, añoranza y alegría a la vez.

-Es posible, pero mientras permanezca en la memoria de la gente, no habrá muerto. Eso basta.-contestó. Su voz era suave y melódica, pese a que se notaba ronca, como si llevara mucho tiempo sin hablar.

-¿No lo echas de menos?

-Cada segundo de mi vida. Pero sé que nos volveremos a encontrar.-observó el cielo con añoranza. El suave color azul de este le recordaba al ojo de su amado.

-Ojala yo tuviera la misma seguridad que tú.-susurró la chica del pelo azul. La de ojos verdes la observó en silencio.

-Esperanza.-dijo de pronto.

-¿Qué?

-Dicen que la esperanza es verde, pero yo creo que es de todos los colores.-dijo. La peliazul pareció entenderlo, porque sonrió y se abrazó a sí misma.

-Quizás...ella pueda hacerlo.


¿Algún review? Es un capítulo algo más largo que el resto. Por cierto, ya me mencionó RedFox lo del guión largo, pero la verdad es que mi teclado no tiene el guión largo más que el pegado a la línea, (_), así que espero que no moleste el que use el pequeño, pero no tengo guión largo. También gracias, la verdad es que creo que me halagas demasiado. Sólo puedo intentar hacer mi mejor esfuerzo. Gracias a todos los que leen esta historia y los que la comentan!