Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen.

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La flor de la guerra

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Esta parte de la historia trataré de contarla como la propia Ino me la relató, una tarde en que la lluvia caía estrepitosamente sobre la ciudad, inundando los jardines y anegando los setos, de modo que debíamos quedarnos dentro o arriesgarnos a una segura pulmonía. Viendo que la primera opción era mejor, los tres (ella, mi hermana y yo) nos sentamos junto a una ventana, por donde corría un río de lluvia que deformada toda la vista, a tomar el té.

Ino tenía una forma de relatar todo, de hacerlo tan intrigante y entretenido, que uno podía pasarse horas escuchándola, olvidándose del mundo exterior y todos sus problemas en sólo un segundo. Era y será siempre una mujer muy fascinante.

Pues bien, era diciembre de 1941. Los Estados Unidos se habían unido a Gran Bretaña, Francia y Rusia contra las potencias del Eje. Si antes la guerra había sido triste y despiadada con las buenas y nobles almas de los civiles del mundo, se aproximaba a un punto donde se volvería aún más cruenta y sanguinaria, dando lugar a la guerra más grande que el hombre ha visto jamás. Muerte, destrucción, hambruna, los males del mundo parecieron escapar de la caja de Pandora una vez más y arrasar con todo a su paso. Y aún a los más alejados del conflicto bélico no les era posible mantenerse al margen del conflicto que vería cambiar la historia como nunca.

Pero en 1941, por supuesto, todos ignoraban el final de la pelea, y por tanto, se sentían vencedores con cada pequeña batalla ganada, o al menos eso demostraban los japoneses al entrar a Shangai con todas sus tropas, humillando y asesinando sin piedad ni remordimiento a los ahora indefensos soldados chinos que, completamente desprovistos de armas, municiones y entrenamiento, habían resistido hasta donde la buenaventura los había llevado, y cayeron honorablemente defendiendo con valentía y sacrificio su hogar y a su gente del invasor extranjero.

Aunque les temía y desconfiaba de los japoneses, luego de ver su antiguo vecindario sitiado por ellos, Ino, a pesar de sus escasos quince años, supo que debía unirse a ellos para sobrevivir o no podría hacerlo por su cuenta. Pero tuvo suerte. Tiempo después oyó de algunos campos para prisioneros extranjeros, pero ese joven y apuesto capitán que la rescató de la calle, por alguna razón, no la llevó a uno.

Itachi Uchiha la llevó con él al cuartel, en la zona céntrica de la ciudad, donde la mayoría de los soldados estaba de paso, y le dio una habitación que, si bien no era de lo mejor, era mucho más de lo que cualquiera podría esperar en medio de una guerra.

Sin embargo, a pesar del miedo y la incertidumbre que provocaba no saber nada de su familia, Ino describió sus días con Itachi Uchiha como tranquilos y seguros.

Desde que la había encontrado en la calle la mantenía en una habitación contigua a su oficina, que poco a poco había ido acondicionando apropiadamente para una dama de su talante. Muchos dijeron que era tal la fascinación que sentía el oficial por ella que mandó traer un elegante piano de cola, libros y los elementos necesarios para que se entretuviera con tejidos o bordados; aunque no le hablaba mucho, la consentía en todo cuanto a una jovencita de clase alta podría desear. Mandaba a traer elegantes kimonos de la más fina seda para ella, y algún que otro costoso vestido occidental y zapatos. Le enseñaba sobre la cultura de su país, etiqueta y protocolo oriental. Y aunque Ino no quería aceptar sus atenciones en un principio, siendo Itachi su único contacto con el mundo exterior, poco a poco fue cediendo.

Eran extraños tantos lujos cuando aún temía tanto por su vida.

Las primeras semanas no decía mucho; de lo único que hablaba era de encontrar a su familia, y preguntaba todos los días cuándo podría regresar a su país. E Itachi, de forma tranquila y amable, siempre le aclaraba que no era una prisionera, pero al mismo tiempo le aconsejaba no salir del cuartel por su propia seguridad, ni que se dejara ver por nadie más que él y su gente de confianza.

El soldado era un hombre extraño, demasiado misterioso y reservado. Al principio Ino le temía por el simple hecho de considerarlo como el enemigo, pero con los el correr de los días poco a poco fue bajando esas barreras. Él no la trataba mal ni era grosero, como le habían dicho en la escuela que eran los japoneses. Itachi era siempre muy cortés y respetuoso, notándose así su educación inglesa, lo que tal vez explicaba lo perfecto de su acento o buenas costumbres a la mesa.

A veces le llamaba la atención la actitud del hombre. Siempre que estaba con ella en aquella habitación se portaba sereno y un tanto indiferente. Desayunaba todos los días con ella, hablaban de libros, le daba clases de japonés por las tardes y volvían a reunirse para la hora de la cena. Parecía preocuparse por ella, pero siempre procuraba mantener las distancias, y cada vez que Ino le preguntaba por sus padres comenzaba a desviar el tema para siempre pedirle que tocara el piano para él.

Poco a poco Ino fue habituándose a la soledad y a aquel joven, a su aroma y compañía. Itachi comenzó a ser más comunicativo y simpático; y a pesar de que ya no había insistido en el tema, le contó que el Japón estaba participando oficialmente en la Segunda Guerra Mundial, contra Inglaterra, los Estados Unidos, Rusia y el resto de los países Aliados, por lo que no podía enviarla a casa por su propia seguridad, pero que la mantendría a salvo en esa habitación hasta que todo se calmara y pudiera enviarla de regreso con su familia. E Ino eligió creerle. En su mente alguien tan bueno y noble como Itachi Uchiha, que la había salvado del peligro de las calles en un país extraño, no le mentiría.

Y los días se convirtieron en noche, y las noches en semanas, meses y años.

Ino extrañaba cada vez más a su familia, y se le había metido en la cabeza intentar hablar con ellos en Inglaterra. Todos los días le pedía eso al verlo, y su insistencia fue tal que una tarde logró traspasar aquella barrera de indiferencia, e Itachi, tan frío y sereno como siempre, dejó los cubiertos occidentales que había mandado traer específicamente para ella y la miró, inexpresivo.

—Yo soy tu familia, y éste es tu hogar ahora.

— ¡No es cierto!— contestó ella, entornando los ojos con horror— ¡Tú prometiste que me llevarías con ellos! ¡Me mentiste!

—Se acabó la cena— sentenció, levantándose de la mesa con un movimiento brusco.

— ¡Me mentiste! ¡Te odio!

Esa fue la única vez que ella le gritó.

Después de esa noche ocurrió un quiebre, como si una parte de Ino se hubiera ido para no volver. Ya nunca más se quejó ni alzó la voz; estaba resignada a su destino, a pesar de que Itachi nunca le decía nada ni mostraba la más mínima intención romántica con ella. Parecía tenerla como un adorno, solo para ser admirada y nada más.

Hacia julio de 1944 los ánimos comenzaban a decaer. Ino tenía diecisiete años y ya era toda una hermosa jovencita. Habían pasado casi tres años desde que vivía en aquella extraña armonía con Itachi, y él iba a verla cada vez menos.

A pesar de seguir siendo un joven apuesto, su apariencia había menguado estrepitosamente en los últimos meses; las marcas bajo sus ojos se habían acentuado, su rostro se mostraba cada vez más triste, cansado y pálido, y su salud se había debilitado notablemente. Para nadie era un secreto que algo malo le pasaba.

Y un día entró de imprevisto en su habitación mientras Ino arreglaba unas flores, haciendo tintinear las medallas de su uniforme y resonar sus pesadas botas de cuero en el suelo de madera. Se plantó frente a ella en posición firme, como si estuviera en un acto militar, y la miró:

—Te amo— le dijo, sin rodeos, con voz firme y segura, pero ligeramente temerosa a la vez; luego se arrodilló a su lado y tomó sus manos sobre su regazo, suplicante— Por favor, dime que tú me amas también, Ino. Dímelo y nos iremos ahora mismo. Solo dime que me amas como yo a ti...

La miró a los ojos y por primera vez desde que lo conocía le sonrió, esperando su respuesta en un silencio ansioso. Sin embargo, Ino soltó sus manos y se levantó de la silla, dándole la espalda.

—Lo siento, pero yo no te amo.

—Pero puedes hacerlo— insistió él, parándose tras ella para tocar sus hombros— Si lo intentas, sé que puedes amarme tanto como yo a ti. Solo debes intentar...

—No puedo— le dijo con calma— Me quitaste a mi familia, a mis amigos... Me lo quitaste todo, y no contento con eso me arrebataste lo único que me quedaba: mi libertad. ¿No te das cuenta de lo cruel que es pedirme que ame a la persona que me lo quitó todo?— le reprochó con lágrimas en los ojos.

Itachi la soltó y en silencio se dio la vuelta, asintiendo de espaldas antes de salir de esa habitación.

—Aún es peligroso para ti ahí afuera— le dijo, cerrando la puerta tras de sí.

Después de eso ya no le pidió conversar de libros ni que tocara música para él; las clases de japonés cesaron al igual que sus visitas. Desde su ventana Ino podía ver a las tropas alinearse todas las mañanas antes de salir del cuartel, y ése acabó por ser el único lazo que la unía al mundo exterior. Hasta que una mañana él regresó sin previo aviso; se veía mucho más débil y delgado que la última vez que lo había visto, y sus ojos negros ya no brillaban al verla. Le pidió que tocara una canción para él, una vieja nana de su tierra, y se quedó toda la tarde a su lado. En la noche, antes de irse, Itachi por primera vez rompió su propio protocolo y se acercó a ella, a un palmo de distancia, tomó su rostro con extrema delicadeza y lentamente unió sus labios en un beso suave y casto. Luego la abrazó con fuerza y aspiró el aroma de su cabello.

—Lamento mucho si te causé algún daño— le dijo— Eres la única persona a la que he amado, y moriría antes de lastimarte...

Y sin decir más salió de la habitación, para ya jamás volver.

Ino lloró en esta parte. No lo dijo, pero era evidente que aún le causaba una gran tristeza hablar de Itachi. No sé si realmente había llegado a quererlo como él a ella durante el tiempo que estuvieron juntos, pero sí que, aunque no lo decía claramente, aún guardaba un sentimiento muy especial hacia él en lo más profundo de su corazón.

Lo que realmente sucedió fue que Itachi estaba muy enfermo, incluso antes de llegar a Shangai, y luego de años al fin se dejó vencer por la terrible enfermedad. Eso le escribió a su hermano en la última carta que le envió.

Sasuke, con 18 años recién cumplidos, fue asignado junto a su tropa a la destruida ciudad de Nankín, en la provincia de Jiangsu, lejos de la Guerra del Pacífico, en contra de sus propios deseos debido a las influencias de su hermano. Mientras cumplía con su deber como sargento en ese lugar le llegó la noticia de la muerte de la única familia que le quedaba luego de un bombardeo en su ciudad, junto a su última misiva, así como la carta del general Sarutobi que anunciaba que había subido de rango y debía presentarse a ocupar el puesto de su hermano.

Y aunque Sasuke había amado a Itachi no se detuvo a llorarlo; dos horas después de recibir la orden preparó a sus mejores hombres y partió hacia la segunda capital china, releyendo una y otra vez las últimas palabras de su hermano, sobre todo la última línea de su carta: "por favor, cuida de ella"

No sabía a qué se refería ni quién era "ella"; dedujo que a su brigada, o a su patria. No había visto a su hermano en poco más de siete años; apenas sabía de su vida a través de sus cartas, aunque Itachi siempre parecía estar omitiendo algo importante. Sin embargo, la última vez que habían tenido oportunidad de hablar por teléfono, de una forma extraña Itachi le había hecho prometer que, pasara lo que pasara, cumpliría con su última voluntad, debiendo ir hasta Shangai para encontrarla, por eso, antes de morir, había orquestado todo para que su cargo y todas sus posesiones se le transfirieran, recomendándolo con su comandante. Y Sasuke se sentía mal por no poder llorarlo, pero al mismo tiempo era consiente de la disciplina que requería su nuevo puesto.

No decepcionaría la confianza de su hermano, mucho menos la de su Imperio. Amaba demasiado a su país como para siquiera imaginarlo, y, teniendo un puesto de más peso y tan importante, tenía la esperanza de ser enviado donde residía la verdadera acción. Tal vez a Indochina o Iwo Jima. Por fin vería la acción con sus propios ojos; participaría activamente de la guerra y mataría a tantos extranjeros malévolos como sus antepasados habían hecho con los chinos, extranjeros y miembros de otros clanes de guerra en el pasado.

Al fin sería capaz de librar tantas batallas como Itachi, y obtener aún más honor y gloria que él.

Así, con la idea de estar un paso más cerca de aquella guerra, se subió al Konoha, vapor que años atrás se había llevado a su hermano para ya no regresarlo. Sería un corto camino en barco hasta Shangai, sin arriesgarse a los salvajes caminos de tierra en época de lluvias.

Y mientras contemplaba el paisaje de la ciudad, comparándolo con un dibujo que Itachi le había enviado años atrás; Sasuke estaba de pie en la cubierta, en el mismo lugar donde imaginó que su hermano se había parado al arribar a Shangai, imaginándolo aún allí, con la mirada perdida en el cielo que se extendía sobre su cabeza.

—Señor, la comitiva ya está en el puerto— anunció un soldado, y Sasuke levantó la vista, apenas simulando su interés en aquel nuevo destino.

Los muros de Shangai se abrieron para él, y su regimiento fue recibido por una gran comitiva de suboficiales y soldados. La leyenda de su hermano le precedía, y no sería fácil que alguien esperara menos de lo que Itachi había conseguido de él.

Y por un momento Sasuke odió la vieja costumbre de vivir a la sombra de su glorioso hermano, pero disipó esos pensamientos prometiéndose a sí mismo que lo Itachi había logrado él lo haría diez veces mejor.

Sasuke era un joven fuerte en apariencia, pero aún entonces guardaba demasiado rencor por el afecto que a causa de Itachi se le había negado en su infancia. No culpaba a su hermano, pues lo había querido y seguía amándolo como a nadie, pero aun así lo resentía.

Con sus lustrosas botas de cuerno pisó con fuerza el suelo del que sería su nuevo hogar. El sargento a cargo del regimiento de infantería le enseñó todo lo que tenía que ver del cuartel, omitiendo el campo de refugiados que visitaría al día siguiente; le dio un rápido recorrido por las instalaciones y le presentó a la mayoría de los suboficiales que estarían bajo su mando, dejando sus aposentos para el último.

—El capitán me dijo que debía darle esto cuando usted llegara— dijo el soldado, alcanzándole un rollo de pergamino mientras hacía una reverencia— Disculpe la intromisión, pero, ¿va usted a cenar con Ino-san?

Sasuke frunció el ceño ante la pregunta, pero estaba tan cansado por el viaje que dedujo que el sargento estaba ofreciéndole cenar carne de cerdo.

—No tengo hambre— se limitó a responder, despidiendo al soldado con una seña; éste retrocedió con lentitud, dándose la vuelta al final del pasillo para desaparecer definitivamente. Sasuke observó el documento con algo de nerviosismo y entró al que sería sus nuevos aposentos hasta que la fortuna así lo quisiera, sumiéndose en la oscuridad de la penumbra pero quedándose con la espalda pegada a la puerta, observando cada centímetro de aquel lugar que antes había pertenecido a Itachi, intentando encontrarlo en él, sentir su presencia de nuevo, su olor impregnado en cada rincón del que también había sido su hogar. Y de pronto sintió un nudo en la garganta, el aire comenzó a faltarle y empezaba a ahogarse sin motivo. El pergamino resbaló de sus manos, igual que la fachada de militar rudo, y sin darse cuenta comenzó a avanzar con la espalda pegada a la pared, tanteando la misma hasta que logró dar con la puerta del baño, o eso supuso. Abrió la madera y sin dudar se metió dentro, cerrando de un fuerte portazo que sacudió las paredes. Su respiración estaba agitada y en ningún momento dejó de mirar la salida, como si algo aterrador se escondiera del otro lado. Y entonces una lámpara cuya tímida luz lo sobrecogió fue encendida a sus espaldas, y Sasuke se sobresaltó y volteó con una mano en su sable.

— ¿Itachi? ¿Has vuelto?— preguntó una llorosa voz de mujer. Sasuke agudizó la vista, avanzando unos cuantos pasos y chocando contra un enorme piano.

Y entonces la vio, bañada por la luz dorada de la lámpara de gas, recargada sobre la elegante cama como una bella deidad, con el cabello rubio revuelto y los ojos verdosos hinchados. Y no supo cómo actuar cuando se dio cuenta de que ella igual estaba observándolo, mucho menos cuando la vio pararse y fruncir el ceño mientras inútilmente intentaba cubrirse con las sábanas.

—Tú no eres Itachi— le dijo, regresándolo bruscamente a la realidad.

— ¿Quién eres tú?— le devolvió el cuestionamiento, tan brusco como sabía que debía comportarse; y la chica retrocedió, azorada por su voz imponente.

—Soy Ino— dijo, bajando la mirada con temor durante los segundos en que la mente de Sasuke trabajaba al doble de normal para intentar descubrir el motivo de que una extranjera estuviera en ese preciso lugar en medio de una guerra.

"Cuida de ella"

Y sin más salió de ese lugar con el mismo portazo con el que había llegado, volviendo a pegarse a la pared, preguntándose en qué problema lo había metido su hermano.

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N del A:

Hola!

Me asombra la buena respuesta que ha recibido éste fic, por lo que estoy muy agradecido.

Intento escribir mis otros tics también, pero son tantos (y sí, sé que es mi culpa) que no puedo con todo. Sólo necesito de mucha paciencia. Pero terminaré TODOS mis fics.

Gracias por leer!

H.S.