Mi pequeña aportación al reto de Octubre. ;)
Disclaimer: los personajes no me pertenecen, son producto de Sir Arthur Conan Doyle y de la adaptación de la BBC. Yo juego con ellos sin ánimo de lucro :)
Este fanfic participa en el Rally "The game is on!" del foro I am sherlocked.
Consultores, ¿¡cual es nuestro oficio?!
Ha sido un honor compartir estos meses de Rally con todos los participantes, leer sus historias y ser parte de la familia en la que se convirtió el equipo de Baker Street. He descubierto autores que no conocía y que me han enamorado con sus historias, y descubierto caras nuevas de los que sí. Así que, con cierto pesar, digo adiós al Rally con éste último fic. Aunque ciertamente, prefiero dejarlo en un buen momento, porque en cuestión de días empezaré a no tener el mismo tiempo para escribir, y así puedo dedicarme por completo a las actualizaciones de las historias en curso... De cualquier manera, ha sido un placer compartir reto con gente tan maravillosa. gracias por unos meses increíbles, y espero veros de nuevo en los demás retos de foro ;)
Miedo
Estaba observando la marea de seres humanos y lamentándose de su suerte, maldiciendo, blasfemando y quejándose de la falta de control, cuando la figura borrosa y oscura de su hermano apareció. Era brillante, cegadoramente brillante. No habría sabido explicarle a un humano como podía ser brillante la oscuridad, pues sus débiles ojos mortales solo percibían los tonos de la luz blanca. De eso los ángeles tenían la culpa. Los humanos eran demasiado iguales a ellos en ese sentido. Demasiado pequeños, demasiado escuchimizados, demasiado... demasiado buenos.
Oh bueno, los había malos, claro. Los más divertidos. Los que hacían que el tiempo infinito se le pasara más ameno. Pero las guerras no eran nada para él. A penas un suspiro en el bucle del tiempo inmóvil en el que habitaba junto a sus otros hermanos y Lucifer. Ni tan solo las Grandes Guerras entre los juguetes de Dios eran lo suficientemente extensas como para divertirle más allá de un instante.
Así que a menudo bajaba al reino de los hombres, descendiendo a su plano mortal para divertirse entre ellos durante un tiempo. Disfrutando de la buena vida: la comida, la compañía, el dinero, el lujo, el sueño. la adrenalina. Esa cosa maravillosa que hacía que le hormigueara el cuerpo. La lujuria, acelerando la sangre que no tenía en las venas que no se encontraban en su cuerpo. Lo único malo era que necesitaba un huésped ello, un cuerpo humano que ocupar durante su estancia. Al menos para quedar encadenado a los ciclos de tiempo y las funciones biológicas del humano que ocupaba.
Antes, cuando la Creación era joven, había sido más fácil pasarlo bien en la tierra. Recordaba como si fuera solo unos parpadeos atrás, el tiempo en el que los harenes habían poblado las ciudades, donde el crimen era casi un pasatiempo legal, y donde saldar cuentas a cuchillo con tu vecino no era muy diferente a darle a alguien una bofetada. Donde las guerras, entretenidas y con pocos recursos obligaban a la estrategia y al sacrificio. Grandes espectáculos que habían sido merecedores de las luchas por ocultarse de la mirada de los ángeles que patrullaban la tierra.
Habían tardado cinco siglos humanos en descubrir cual era el secreto para poder poseer un cuerpo humano sin que los ángeles pudieran hacer nada al respecto: que el anfitrión aceptara de voluntad la posesión. El libre albedrío había sido uno de los huecos legales que había dejado el Señor de Todo para permitir que se escurrieran entre las defensas que los guardias celestiales habían pasado eones entretejiendo sobre la criatura favorita de la Creación.
Y ahora, se inclinaba fuera del balcón, cubierto en sus propias sombras y mirando hacia abajo, en la calle. No estaba físicamente en el plano de la tierra, pero tampoco estaba en su plano de origen. Simplemente estaba paseando, en busca de un anfitrión apto. Podía notar las olas de energía de su propia dimensión chocando contra sus átomos dispersos en la nada, manteniéndole unido en aquel plano, más tensos ahora que otra presencia se había sumado a su investigación.
"Hermano", sonó la voz en su cabeza. "Llamas mucho la atención. Los ángeles podrían encontrarte".
Si hubiera podido hacer algo parecido a una sonrisa, lo habría hecho.
"No lo harán. Pero si te quedas mucho tiempo más, entonces sí que los alertaremos ¿Qué quieres?"
La brillante oscuridad flotante se acercó hacia donde estaba, concentrando su atención también en los hombres que llenaban las calles de la ciudad de Londres. La nocturnidad siempre había sido su momento predilecto para salir a buscar anfitriones, pero nunca de esa manera. Ese día tenía algo diferente. Se notaba en el aire que algo estaba a punto de cambiar.
"El Samhain está cerca. El Príncipe recuerda que debemos abstenernos de permanecer como huéspedes durante la celebración".
Ni siquiera le estaba prestando atención. Toda su energía estaba enfocada en las calles, buscando, tanteando, ocultándose de los ángeles implacables mientras sentía que se acercaba al huésped perfecto. Más cerca. Solo un poco más...
Detuvo abruptamente su búsqueda cuando detectó que salía del camino de las sombras. Se vio repentinamente atraído por el frío ardiente de una luz que ya conocía demasiado bien para su gusto. Corrió a ocultarse antes de caer bajo su influjo, refugiándose en las sombras. Todo su ser incorpóreo se detuvo de la existencia a penas un segundo humano. La reacción podría haber sido equivalente al shock en un cuerpo de hombre. por un instante muy breve, temió estar bajo la mirada de un ángel y ser descubierto.
Se asomó para volver a ojear, pero la luz seguía allí, de modo que reptó por las sombras con precaución, acercándose a la fuente pulsante que era su objetivo y futuro anfitrión, mientras el resto de sus partículas seguían a salvo en las sombras del balcón, junto a su hermano. Nunca había percibido nada igual. La energía que desprendía su objetivo era el equivalente del alma humana a un sol, uno de esos que los científicos llamaban Gigante Rojo. Podría soportar a un huésped de alto rango como él sin desvanecerse... casi un año humano entero. Y su fuerza vital, su voluntad... tan deliciosamente poderosa, tan firme... Los retos siempre habían sido su perdición.
"No puedes. No queda tiempo antes de las fiestas..."
"No me importa. Es mío, tanto si lo sabe como si no. Y voy a tomarlo".
"Buena caza, entonces".
La esencia del demonio comenzó a fluctuar a medida que las partículas se deslizaban hacia el lugar donde la parte de él exploradora se había ocultado, en las sombras donde se encontraba su anfitrión, lejos del halo blanco de partículas dispersas del ángel que rondaba al humano. Su presencia le ponía nervioso, con ganas de escapar. En otros anfitriones había sentido algo parecido. Eran ganas de gritar, de correr sin sentido por tener algo sonando en la cabeza, demasiado fuerte y demasiado frío como para soportarlo. Pero era un cazador experimentado y estaba en buen control de la situación. Podía soportar ceder alguna parte de su esencia a la inexistencia con tal de cazar aquella interesante presa. La simple idea de penetrar en su piel, en cada poro y célula para invadir sus sueños era suficiente aliciente. Le atormentaría, lo seduciría y lo confundiría hasta que le abriera la puerta.
"Nos veremos en el séptimo círculo, Samael".
Greg se frotó los ojos cansados mientras veía a la ambulancia marchar calle abajo. Llevaba bajo la luz de aquella farola, en la esquina de un callejón de Whitechapel, todo el día. La escena del crimen era sin lugar a dudas lo más horrible que había visto desde que comenzó su carrera como miembro de Scotland Yard. Había sido necesario un equipo completo de la científica para recoger los pedazos descuartizados por pulgadas del cuerpo de una de las prostitutas que frecuentaban la zona últimamente. Tomar testimonio a la gente que había encontrado el cuerpo había sido largo y tedioso, sobre todo porque dos de ellos eran menores a los que les podía caer una multa cuantiosa por estar allí bebiendo y jugando con sustancias alucinógenas. Tratar con adolescentes haciendo la cosa equivocada en el lugar y momento equivocados siempre había conseguido sacar a Greg de quicio. El proceso tan simple se hacía tan lento... pero le pagaban por ello, y podía medio entender la actitud de los jóvenes, así que se obligaba a armarse de paciencia.
El único problema que tenía en ese momento era el cansancio que arrastraba sobre él. Le quemaban los ojos por el sueño y no paraba de bostezar. Le dolía la mandíbula y todo. De modo que tomó un taxi, y se desplazó hacia su casa. Se sacó los zapatos mientras caminaba, en dirección al sofá, donde se dejó caer. El piso estaba frío, y se encogió para calentarse, aunque no podía evitar estremecerse. Había una ventana abierta. Seguro. Pero estaba demasiado cansado como para levantarse a cerrarla, así que se obligó a olvidar que tenía frío.
Aún podía recordar la sensación incómoda e inquietante que había tenido estando en la escena del crimen, como si estuviera siendo observado, mientras oleadas de frío y dolores de cabeza que, estaba seguro, le habían provocado alguna fiebre, le invadieron. Seguía con esa incómoda sensación que le oprimía el corazón, pero decidió ignorarla como buenamente pudo, dejándose llevar por el sueño.
Un gran espacio vacío apareció frente a él. Se giró para ver si había algo que le ubicara, pero nada. Simplemente estaba flotando en la nada. Hacía frío en la nada. Se frotó los brazos, y se estremeció cuando sintió algo como un dedo frío acariciarle la espalda. El frío le mordió los labios, los brazos, el cuello y los pies, hasta que sintió que todo su cuerpo se congelaba hasta el punto que dolía. Cuando los dientes empezaron a castañetearle, oyó algo grave retumbar en la nada, resonando como un eco. Parecía una risa.
—¿Hola?
Se hizo el silencio mientras el eco macabro de la última risotada se desvanecía en el vacío.
"Hola, Gregory Lestrade".
La voz sonaba a una distancia indeterminada. No había manera de ubicarla. Vio una sombra en el rabillo de su ojo y cuando se volvió, no estaba. Solo blanco. Y más blanco. Blanco sin final.
—¿Quién eres? ¿Dónde estás?
De nuevo, sonó la risa alrededor, y se estremeció cuando el frío lo cubrió.
"Mi nombre es impronunciable, Gregory, en lenguas humanas. Pero entre los tuyos me conocen como Aamon", dijo la voz, y de nuevo empezó a ver siluetas oscuras en las esquinas de sus ojos. Pero cuando se volvía para encararlas, ya no estaban allí. El pánico empezó a hacer mella en él, oprimiéndole el corazón. "Estoy en los espacios entre el tiempo. En los recovecos entre los quarks. Más pequeño que eso que llamáis partícula elemental. Estoy en el no estar".
—Eso... eso no tiene sentido.
"Sé que no lo tiene para ti, insignificante criatura. ¿Te resulta más fácil si te digo que estoy dentro de ti? Paseándome por tus recuerdos, viajando en tu sangre, alojándome en las células de tu cuerpo..."
Gritó, frotándose, como si así pudiera sacar de él aquello que le hablaba. La nueva risotada le informó de que no sería tan sencillo. Sentía algo oprimiéndole el corazón. Por algún motivo le estaba costando respirar. La ira del miedo espoleó su sangre y apretó las manos en puños mientras seguía persiguiendo con la mirada las huidizas sombras que lo atormentaban.
—¡Déjate ver! ¡No te tengo miedo!
Un zumbido comenzó a sonar en la parte de atrás de la cabeza de Greg, como si un enjambre de abejas estuviera apostado tras su cabeza, esperando, esperando... El vello del cuerpo se le puso de punta, y la piel se le quedó de gallina cuando el frío le besó de nuevo, esta vez, a su espalda. El tacto era demasiado físico, un beso viscoso de hielo derritiéndose sobre él, absorbiendo su calor corporal en una famélica depredación. De algún modo, lo más primario de su instinto de auto conservación le dijo que no debía moverse. Aun si la única opción que parecía haber para garantizar un mínimo de supervivencia era correr. Correr y no detenerse.
"¿Mostrarme? ¿Deseas verme?" susurró la voz, repentinamente desapasionada. Fría, sin vida. Si un cadáver pudiera hablar, esa sería su voz "No. Yo creo que no. De lo contrario podrías. Pero aún me temes. Estás aterrorizado, pequeño. Tiemblas igual que una hoja en un huracán. Tu corazón corre, se desvive por mantenerte con vida. La adrenalina fluye por tu sangre. Puedo saborearla. Y tus ojos se vuelven más negros a cada segundo. Tu piel llora sal ¿Debo entender que eso no es el miedo?"
Tragó con fuerza, sintiendo un repentino mareo. Parpadeó, y cuando abrió los ojos, se encontró con su salón. La televisión estaba apagada y fuera, Londres se bañaba en lluvia. La tormenta inundando las calles de agua y barro, cubriendo el asfalto y las aceras, golpeando los cristales de las ventanas. Estaba descalzo y aún vestido, con la camisa medio abierta y la corbata aflojada. Recordaba haber llegado a casa tras el caso, y haberse tirado en el sofá. Quizá había sido solo una pesadilla por el frío y el cansancio. Quizá estaba enfermando. Temblaba. Temblaba sin parar. Tal y como había dicho la sombra. Sus dientes castañeteaban. Frío. Demasiado frío.
Se frotó los ojos y, al abrirlos de nuevo, vio algo moverse en la esquina de la habitación por el rabillo del ojo. Se movió tan deprisa que se mareó, perdiendo la visión en un torbellino negro e inestable por unos segundos. Seguía soñando.
"Dime, Gregory. Si esto es un sueño... ¿por qué notas el dolor?"
Estuvo a punto de replicar, cuando notó a qué se refería. Cada respiración era un infierno, y la cabeza le ardía. No notaba los dedos de los pies, y cada latido era como un pinchazo dentro del pecho, atravesándole. Dio un paso al frente pero la rodilla no le sostuvo y cayó a plomo sobre el parquet. Trastabilló, moviendo las manos para detener su caída, pero algo blando le recogió. No pudo identificar qué era, pues su visión se tornaba oscura por momentos. Tosió, sintiendo molestia en la garganta, y se arrastró hasta la cocina, en busca del teléfono. Debía llamar a emergencias. Algo le estaba pasando. Y lo único en lo que podía pensar era en que iba a sufrir un infarto.
"Corre, pequeño. Tu corazón se detiene. Puedo sentirlo, tan cansado. ¿Lo sientes tú?" La sombra se deslizó a su lado mientras se estiraba para alcanzar el teléfono, pero sus dedos solo rozaban el final de la carcasa de plástico. Le dolía respirar y le costaba horrores cada bocanada de aire que pasaba a través de su tráquea. Gruñó, intentando tirar el teléfono al suelo junto a él. Si solo pudiera un poco más... "Que lástima esa pobre chica. Nadie en tu equipo encontrará al tipo que la mató. Y es probable que nunca le encuentren. Aunque vaya a hacer lo mismo con su familia. Y el único que podría haber hecho algo al respecto eras tú, Gregory Lestrade..."
El teléfono seguía ridículamente fuera de su alcance, a penas por unos milímetros. Iba a morir en su propio salón sin poder evitarlo, tirado junto al teléfono. Casi podía imaginar la cara de lástima del forense que le examinara cuando encontraran el cadáver. Gruñó, sintiendo como si corazón se detenía, con un fuerte dolor en el pecho. Se estiró en un último intento para finalmente caer al suelo, empezando a caer en la inconsciencia. Lo último que pudo pensar fue una simple palabra, resonando en su mente antes de que todo se volviera oscuro...
Ayuda...
Tomar el cuerpo de Gregory Lestrade fue más fácil de lo que hubiera pensado. Si bien el anfitrión se había resistido, había caído con demasiada facilidad al final...
Bueno, estaba siendo bueno consigo mismo. El DI había sido la presa más resistente que había tenido el placer de acosar durante mucho tiempo. Su mente se había resistido tanto como lo había hecho su alma, y fue solo en los últimos segundos de existencia cuando el grito de ayuda le permitió hacer una fisura n la guardia del albedrío y entrar definitivamente en él.
Ahora, estaba muerto de hambre.
Las posesiones siempre lo dejaban hambriento cuando se adaptaba al cuerpo, y el proceso de coordinación de su entidad en la maquinaria humana lo dejaba gravemente desorientado durante un tiempo, al menos un par de días terrestres. Se levantó del suelo de la cocina, donde Gregory había estado yaciendo, al filo de la muerte a penas unos segundos antes. Se movió despacio, procurando no hacer movimientos bruscos. La repentina altura y el largo de sus nuevos miembros físicos le haría perder el equilibrio si no iba con cuidado. De modo que dio pasos lentos, sintiendo como si esencia se repartía finalmente por todos los rincones de Gregory Lestrade para, definitivamente, asentar su guarida en el interior de su cráneo, tras sus ojos. Seguía necesitando el alma de Gregory mientras estuviera ocupando el cuerpo, y seguía necesitando que tomara el control cuando un ángel anduviera cerca. El simple toque de uno podría matarlos a ambos, no solo a él. El alma de Gregory, corrupta por la mácula de su esencia en su cuerpo, sería desterrada al infierno o al más bajo nivel de los suplicios del purgatorio hasta eliminar la mancha, dependiendo del tiempo que pasara usándole para su propio beneficio, y de lo que hiciera con él mientras tanto.
Tenía grandes planes para la que podía ser su última caza.
Se dirigió a la nevera despacio, pero al no encontrar nada comestible, decidió coger el teléfono y llamar a un centro de comida a domicilio para que le trajera comida equivalente a un banquete de diez platos. Tamaño familiar. Para él solo.
La transición de energía le estaba dejando sin fuerzas.
Se sentó en el sofá a esperar la comida, sacándose la corbata y examinándola. No era buena, ni siquiera era nueva, y estaba remendada. ¿Quién remienda una corbata? La tiró sobre el sofá a a su lado, y luego arqueó las cejas y probó el tacto de sus nuevos dedos en la tela áspera de la camisa. ¿Cómo se vería ese cuerpo en seda y trajes a medida? Ya era bastante atractivo con un traje de baja calidad, que si aun encima lo vestía elegante... Aunque sinceramente dudaba que Gregory Lestrade tuviera algo que cumpliera esos requisitos en su guardaropa. Suspiró y desabrochó los pequeños botones, uno a uno, hasta deslizar la prenda por los brazos, exponiendo la piel. Investigó el cuerpo, pellizcándose los hombros y el estómago, presionando los dedos para averiguar donde había músculo y donde grasa.
"Eh... Deja de tocarme. Un poco de respeto".
Sonrió al escuchar la voz en su cabeza, como el susurro de un pensamiento lejano. Desobedeció, estirando la piel de su abdomen, alzando ligeramente la cinturilla del pantalón y echando una mirada dejado. Hizo una mueca impresionada, silvando. Ese anfitrión prometía.
"¡EH!" exclamó la voz, más fuerte. Sus manos se vieron violentamente lanzadas hacia atrás, lejos del cinturón medio abierto. Se rió y gruñó, moviendo las manos de nuevo, soltando el botón hasta que sus brazos cayeron flácidos sobre sus piernas, las manos fuertemente aferradas a sus rodillas "Te he dicho que no me toques ¿No entiendes el inglés?".
La voz de Gregory en su cabeza sonaba bastante contrariada. Justo cuando iba a responderle con algo ingenioso, sonó el timbre de su puerta. Se levantó, con un amago de sonrisa traviesa, y se pasó las manos por el pelo, revolviéndose los mechones grisáceos. Abrió la puerta y un chico joven, con la gorra de la tienda de comida rápida ladeada, el pelo oscuro saliendo en puntas disparadas a los lados. Levantó la vista del pedido y su boca se abrió al verle, medio desnudo y con pinta de no estar solo en la casa, apoyado en la puerta.
—Vaya, sois realmente rápidos. El servicio es muy bueno... —reflexionó, paseando la mirada por el repartidor, con las cajas de comida en las manos.
Su rostro estaba enrojecido, sus ojos fijos en el torso del cuerpo de Gregory, bajando hasta donde el botón abierto relevaba la carne. Cerró la boca y tragó, subiendo los ojos a los suyos, avergonzado. Él sonrió y se lamió los labios, guiñándole un ojo mientras tomaba las cajas de comida, dejándolas junto a la puerta, en el interior del piso, y se metió una mano en el bolsillo de los tejanos, bajando un poco más la tela. El chico tragó nervioso.
—Si, bueno... es política de la empresa, señor.
—Oh, entiendo. ¿Y cuánto te debo, querido? —preguntó, acercándose un poco más, apoyándose en el dintel, asegurándose de darle una buena vista.
"Ni se te ocurra" amenazó la voz de Gregory, viendo claramente en su mente a donde iba la situación "No te atrevas, Aamon".
Aamon sonrió aún más, mostrando los dientes, intentando mover su rostro para dibujar una expresión seductora. A juzgar por la expresión del chico, estaba funcionando.
—Son... treinta libras, señor. Aquí tiene la factura —dijo, tendiéndole el papel mientras carraspeaba.
Tomó el papel y se deslizó dentro del piso, buscando la cartera en los cajones, y un bolígrafo. Escribió apresuradamente el número que la mente de Gregory había registrado como suyo en la parte de atrás, y cogió un billete de diez libras. Volvió a la puerta después de echarse algo de colonia, y mostró el billete con un puchero.
—Solo tengo diez... Podríamos llegar a una clase de acuerdo... ¿Pagarte el resto de alguna otra forma? Estoy seguro de que hay algo que pueda hacer que valga veinte libras... —ronroneó, acercándose a él hasta que sus alientos se mezclaron. Deslizó la factura con su teléfono en el bolsillo superior de su camisa roja, y se acercó para susurrar en su oído, deslizando la lengua por el arco de su oreja, rozando su lóbulo con los dientes —: Quizá cuando termines tu turno, y pueda pagarte un plus por las molestias, Matthew...
El suspiro del chico y el bulto en sus pantalones le hizo sonreír.
—Señor Lestrade...
Se apartó, sonriendo de nuevo, acomodando el cuello de su camisa con los dedos.
—Es cierto, lo olvidaba. Necesita una parte del pago por adelantado como paga y señal... Que descortés por mi parte...
"¡AAMON, NO!"
Los labios de Gregory se estrellaron con fuerza sobre los del chico, sujeto por la camisa contra el demonio encarnado en el cuerpo del DI, su boca abriendo sus labios con impaciencia, los dientes y la lengua moviéndose frenéticos, la lengua invadiendo su boca, dominando cada mínimo movimiento, su cuerpo arqueándose contra el del chico. Sus caderas se movían contra las suyas, incitándole, un avance de lo que vendría después. El chico jadeó y gimió contra sus labios y sintió como temblaba, aferrándose a su camisa abierta, sus dedos deslizándose tímidamente por su torso. Mordió su labio, tirando de él y presionando hasta sacar una gota de roja sangre, brillando en su boca. Saboreó la sal y el hierro, y se permitió un gruñido gutural antes de apartarse, lamiéndose los labios lo más lento posible, saboreando.
—Nos vemos más tarde, Matthew. Lo estoy deseando —ronroneó, guiñándole un ojo. Luego entró en el apartamento y cerró la puerta tras él, muy pagado de sí mismo.
"¡¿Qué crees que has hecho?! ¡No pienso dejar que uses mi cuerpo para follarte al repartidor de comida a domicilio! ¡Un completo desconocido!"
—Vamos, vamos. No montes una escena, Gregory. Ya eres mayorcito. Y podría darte un infarto —bromeó, dejándose caer en el sofá. Procedió a abrir los suculentos platos italianos y chinos que había pedido, devorando con ansia los espaguetis a la carbonara, forzándose a masticar y no engullir como un animal —. Además, haría un favor al repartidor, y te haría un favor a ti. Estás cachondo como un perro en celo solo por un beso. ¿Cuanto llevas sin sexo? Oh, tres meses. Debe ser duro.
"Me dio un infarto, maldito seas. ¿Significa eso que estoy muerto?", preguntó la voz. podía sentir la resignación de Gregory a su nueva condición de espectador, aunque no descartaba la posibilidad de que estuviera tramando algo, oculto en la pequeña parte de su mente que no podía alcanzar. " Y si tan cachondo estoy, con hacerse una paja es suficiente", masculló, molesto.
Aamon se rió, cubriéndose la boca con la mano y tosiendo, atragantándose con los tallarines.
—Una paja es exactamente lo que está haciéndose el repartidor justo ahora en el cuarto de limpieza. Pensando en ti. Deberías agradecérmelo. Te he conseguido un admirador. Y créeme, sería un auténtico pecado no honrar este cuerpo (y de eso sé un rato), así que por eso no sufras—explicó, cogiendo más comida con los palillos. Los fideos de pollo siempre habían sido sus favoritos. Desde hacía años humanos. Casi siglos. Los espaguetis se le habían hecho pocos. Aún tenía un hambre atroz —. No, no estás muerto. Estás siendo poseído por... bueno, por mí. Tú me invitaste. Muy cortés por tu parte hacer eso, por cierto. Había un ángel examinando el edificio. Notaría mi presencia.
Sintió el suspiro de Gregory dentro de su cabeza como si fuera el recuerdo de un sueño.
"No estoy muy seguro de que ayudar a un demonio a poseerme sea algo de lo que sentirme orgulloso, la verdad", dijo. Hubo unos segundos de silencio, donde lo único en la cabeza de Aamon era el de la comida siendo masticada, hasta que sintió el calor del alma de Gregory encenderse de nuevo, en algún punto dentro de su esencia. " Eres cálido. Imaginaba el infierno como un lugar frío."
Arqueó las cejas, dejando la caja de tallarines y pasando al filete de ternera en salsa, mezclándolo con algún trozo de pizza de salami, según se lo pedía el cuerpo.
—Eres el primer humano que me dice eso. Todos creer que somos un horno gigantesco. No es así, en realidad. Es más complicado que eso. Demasiado largo de explicar, sin palabras apropiadas.
"Pero sentí frío. Estaba muerto de frío".
—Tuviste un ataque de pánico muy intenso. Era normal que sintieras frío. Entre la bajada de tensión que sufriste y las ventanas abiertas, conseguiste una buena hipotermia. Tuve que calentar tu cuerpo para evitar que murieras —explicó, y frunció el ceño. Nunca se había molestado en darle conversación a un alma anfitriona.
"Quizá yo no soy cualquier alma. Si voy a morir cuando esto termine, al menos no voy a estar lamentándome hasta el segundo cero", oyó que decía. Asintió y siguió comiendo en silencio " Así que es posible morir de miedo. Siempre pensé que era una simple manera de hablar".
Negó con a cabeza.
—Es un error común. De hecho, pensé que no te estaba asustando tanto. No pretendía matarte. Supongo que no conté con la temperatura. Lo siento por eso.
Cuando terminó de comer, se puso en pie, tiró las cajas vacías a la basura y, algo más saciado y más coordinado con su cuerpo anfitrión, decidió experimentar y, puestos a hacer, darse una ducha. El cuerpo del Inspector necesitaba ser lavado con urgencia. Por muy atractivo que fuera, el olor a perro mojado muerto no era favorecedor en ningún sentido. Así que se sacó la camisa y la lanzó a donde la mente anfitriona ubicaba la ropa sucia. Que venía a ser un canasto grande en una esquina del salón, junto al cuarto de la lavadora. Se sacó los calcetines y se bajó los pantalones, que sufrieron el mismo destino que la camisa, y abrió el agua, regulando la temperatura con cuidado, probándola con las yemas de los dedos. Mientras, se permitió echar una ojeada al cuerpo que ahora era suyo, disfrutando de los planos y ángulos, de su constitución. Chasqueó la lengua al notar la incomodidad alojada entre sus piernas. Aunque estaba francamente orgulloso, deleitado e impresionado con el cuerpo que ahora le pertenecía, debía admitir que las reacciones biológicas humanas eran la única pega que le ponía a las posesiones. Tener que gestionar tantas cosas inevitables y molestas acababa por convertirse en una molestia. Sobre todo para un ser que normalmente no estaba sujeto a éstas.
"¡No necesito una ducha!"
—No vamos a discutir sobre la higiene personal, Gregory. Entre otras cosas porque no me gustaría oler como un cadáver en aras de descomposición, gracias. Y no voy a ver nada que no vaya a apreciar en cualquier otro momento, sinceramente.
Se encogió de hombros, con una sonrisa provocada por la repentinamente puritana mente de Gregory. Luego se metió bajo el agua, y dejó que el calor lo bañara, recordándole un poco a casa. Hacía mucho tiempo que no sentía algo tan simple como el agua sobre la piel.
"Estaba aterrorizado".
Abrió los ojos, frunciendo el ceño, confuso.
—Perdona, ¿qué?
"Antes. Mientras dormía. No podía verte. Sabía que estabas ahí, pero no podía verte. No podía entender lo que estaba pasando. No tenía el control. Nunca había sentido tanto miedo en mi vida. Ni siquiera en plena oscuridad".
La confesión lo dejó paralizado bajo el agua, sintiendo las gotas caer de sus pestañas. Se frotó la cara y volvió a su tarea inicial.
—La idea era que tuvieras miedo, Gregory. Ya sabía que tenías miedo a perder el control. Te viene de lejos.
Gregory, dentro de su cabeza, hizo algo que le recordó a cruzarse de brazos y asentir.
"Lo sé". Luego hubo un instante de silencio, mientras se frotaba el cráneo con el champú y se enjabonaba el cuerpo. Se aclaró, lentamente, y luego permaneció simplemente bajo el agua, con los ojos bien cerrados, disfrutando. " ¿Y tú a qué tienes miedo?"
—Yo no tengo miedo a nada, Gregory. Soy un demonio. Soy a quien se teme, no quien teme —respondió, simplemente, sin darle mayor importancia —. El miedo es una debilidad, y los demonios no nos permitimos las debilidades.
Sin embargo, no había contado con un aspecto importante de la posesión: la conexión de esencias podía ir en dos direcciones, si se sabía donde mirar. Y Gregory no era tonto.
"Temes a los ángeles. Ellos son tu mayor temor. Ni siquiera ese Príncipe te da tanto miedo. Pero los ángeles... Ellos te destruirían, ¿no es así?", reflexionó. El estómago de Gregory se contrajo en respuesta a la tensión de Aamon, y decidió cerrar el grifo, saliendo de la ducha sin dar una respuesta. Cierto. Los ángeles eran su mayor temor. Su propio espectro constante. Pero eso Gregory no tenía por qué saberlo. Nadie tenía por qué saberlo. "Aamon, Señor Infernal de Gran Bretaña... es un título demasiado largo. Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntos, ¿te importa si te busco otro nombre?"
Suspiró mientras se secaba con la toalla, antes de envolverla en su cintura. Al menos Gregory sabía elegir toallas. Tal y como estaba su armario, no le habría extrañado encontrárselas ásperas y viejas. Pero eran suaves y esponjosas. Muy agradables al tacto.
No pudo evitar poner los ojos en blanco.
—¿Has pensado en alguno ya? —inquirió, caminando hacia el armario, en busca de algo decente que ponerse. Batalla dura donde las hubiera. Ni las Termópilas había sido tan difícil. Lo sabía, había estado allí. Fue divertida mientras duró.
"Se me ocurre uno que podría quedarte bien. Es inglés y rimbombante. Lo leí en un libro una vez".
—Oh, Satán ¿Es enserio? ¿"Aamon" te parece largo y complicado, pero crees que "Mycroft" es mejor? Maldito infierno, donde me habré metido —masculló, apretándose el puente de la nariz.
"Está bien. Cómo veo que te encanta, lo adjudico. Vamos a pasar un tiempo juntos muy emocionante, querido Mycroft".
Gruñó, abriendo las puertas del armario, con ganas de quemar un bosque centenario, o iniciar un guerra, al ver la deplorable ropa que contenía.
—Será mejor que te calles. O me encargaré personalmente de que tengas las peores pesadillas esta noche, Gregory Lestrade.
Espero sinceramente que esta loca idea os haya gustado, y que se ajuste al reto de este mes. Querí abordar el concepto de fobia desde otro punto de vista, que al final me ha salido en longfic. En algún momento comenzaré a escribir nuevos capítulos para esta historia... creo que quedará algo bastante interesante :3
Gracias por leer y comentar, y ¡larga vida a Baker Street!
MH