Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…
Avisos:
Esta historia es un regalo de cumpleaños de SEENAE, es una historia de yaoi/Slash/mm que espero te guste, por cierto, será más larga de lo que esperaba.
Resumen: Vasara ha construido un imperio forjado con sangre y fuego, los seres místicos que aun viven se han reunido a sus pies para servirle, pero aun falta algo, la joya de su corona, un hermoso Oni Rojo que tendrá el privilegio de ser su consorte. Esta historia contiene Vasara/Zenki. Regalo de cumpleaños de SEENAE.
Imperio Negro.
Prologo.
Vasara era un demonio antiguo, tan antiguo que recordaba las guerras entre los clanes de los grandes señores demonios y la destrucción de los flamígeros Onis Rojos, cuya existencia fue borrada de cada página de la historia, aun el mismo se preguntaba si en realidad existieron o solo eran un mito entre los suyos.
Como seguramente lo harían una vez que él hubiera muerto, de no tener suficiente energía para mantenerse en pie y destruir a cada demonio inferior que se atrevía a cuestionar su dominio en cada uno de sus territorios.
Por el simple hecho de ayudarle a un humano a mantener a los suyos dominados, no porque cumpliera su palabra de alimentarlo con miasma, sino porque en su larga vida se había dado cuenta de un secreto que sus congéneres no entendían, pero los humanos sí.
El conocimiento era poder y ellos estaban condenados a la barbarie si no aprendían de los humanos una nueva forma de gobierno, como el que tenían los monos sin pelo que se creían los amos de cada recóndito lugar del planeta.
El hombre al que servía era uno de sus líderes, el que presumía fue puesto en ese cargo hacia más de cincuenta años por el propio emperador, quien le había regalado una espada tallada con acero místico y escamas de dragones.
Cuando la verdad era que él fue quien asesino a su antecesor cuando quiso ordenarle, como si fuera un mero sirviente, que hacer, olvidando su lugar en ese reino, el cual era por debajo del último señor demonio del planeta.
Por lo que tuvo que matarlo aderezándolo con una de esas deliciosas semillas que modificaban el cuerpo de los humanos, convirtiéndolos en una fuente casi inagotable de miasma, el cual se daba cuenta, le brindaba nuevos poderes, mucha mayor fuerza, tanta que le hacía sentirse de nuevo un joven demonio y no un ser nacido de las sombras del pasado remoto.
El humano era un hombre grande y muy perverso, siempre lo había sido, mucho antes de recibir su bendición, como toda esa raza cuando tenía un poco de poder había mostrado sus verdaderos colores mucho tiempo atrás, rodeándose de muebles inútiles, de comida que no probaba, de adornos brillantes, espadas, armaduras, aun animales de ornato, o como él decía, lujos que un hombre de su condición merecía.
Vasara no creía que lo hiciera, después de todo solo era su mono amaestrado, pero no le interesaba en lo absoluto las divertidas formas en que trataba de olvidarlo, aun aquella que llamaba mucho más su atención, porque en vez de destruir a todos los guerreros fuertes de aquel reino, el humano y cada uno de los que le antecedieron, se rodeaba de ellos.
Muchas veces tenían también hembras humanas, las que eran hermosas y les complacían en el lecho, demasiadas veces los había visto poseerlas, algunas veces mantenían una de ellas por mucho tiempo, otras varias mas, pero siempre estaban a su lado los guerreros con esas vistosas armaduras que asemejaban a las de algunos señores demonios, como si quisieran imitarlos.
Suponía que era normal para los humanos poseer a las hembras aunque no quisieran descendencia o no estuvieran en celo, pero también los había visto domar a los guerreros, generalmente al mejor de todos ellos, a quien convertían en su wakashü, su amante, como lo habían mencionado en más de una ocasión.
Ese guerrero se sometía gustoso a los deseos de su líder, gimiendo y retorciéndose para él, pero sólo con este humano en particular había notado que no existía una sola mujer que lo entretuviera con su cuerpo, sino por el contrario, todos sus amantes habían sido guerreros, jóvenes, hermosos, dispuestos a su dominio.
Para Vasara se trataba de una actitud extraña pero como cada una de las tradiciones humanas, veía la necesidad de ellas para el dominio de los otros, haciendo que se preguntara porque siendo los demonios quienes poseían el verdadero poder tenían que esconderse en las sombras, en las entrañas de la naturaleza para no ser vistos por los humanos, a quienes con demasiada facilidad podrían destruir si se lo propusieran o en todo caso, gobernar con mano de hierro.
Y poco a poco Vasara, el que fuera el ultimo señor demonio de oscuridad comenzó a imaginarse a si mismo habitando la casa del humano, con todo lo que él poseía, un ejército dispuesto a dar la vida por sus caprichos, lujos que no necesitaba pero que los demás envidiarían y un joven amante, un hermoso demonio que se sometiera a su voluntad como lo hacia ese joven samurái con ese anciano, quien dictaba algún mensaje al mismo tiempo que se apoderaba del cuerpo de quien seguramente podría matarlo de tan solo pensarlo, pero como un buen sirviente, sólo escuchaba las ordenes de su amo, que se alimentaba de su juventud con sus perversas acciones.
Vasara era un demonio viejo, el que se había dedicado a destruir a cada criatura que se atravesaba en su camino hasta que se aburrió de eso, encontrándolo inútil, una pérdida de tiempo y de su preciosa energía, habiendo observado a los humanos se daba cuenta que estos a los únicos que destruían eran a sus enemigos.
E intentando aprender de ellos ingreso en uno de sus territorios fuertemente armado, siendo repelido por algunos de ellos, su apariencia no era hermosa, sus brazos eran grandes, sus manos parecían dos mazos con dedos torpes, sus colmillos sobresalían de su boca, igual a los que poseían los jabalíes, sus ojos negros sin fondo los asustaba, así como su tamaño, aun para ser un demonio era especialmente grande.
Muchos lo confundían con un ogro, una de esas débiles criaturas que no se atrevían a interponerse en su camino, pero cada humano que le veía huía despavorido tratando de sobrevivir o lo atacaba tratando de matarlo.
Sólo un guerrero antiguo, un anciano que realizaba esos rituales de dominancia con sus sirvientes comprendió su origen y le permitió quedarse, a cambio de su fuerza, la cual usaría para destrozar a sus enemigos, él compartiría su conocimiento enseñándole aquella que suponía debía conocer.
Pero lo engaño ocultándole información valiosa y tuvo que matarlo, el siguiente humano fue mucho más sabio, él comprendió su poder e intento enseñarle todo lo que sabía, empezando con la lectura y la escritura del idioma humano, el cual en ese momento ya comprendía como si fuera su propia lengua.
El siguiente humano destrezas de combate que no fueran tan primitivas como las que usaba, que se trataban de aplastarlo todo con sus puños o sus técnicas demoniacas, las que de pronto tuvieron un nombre.
La espada y la flecha, los mazos, el fuego, cada invento humano que provocaba mucho más dolor que el anterior y salvaba suficiente energía para él, ese fue uno de sus monos favoritos, hasta que una semilla con un ojo lo contamino, cambiando su forma por una completamente diferente.
Tuvo que matarlo y de su sangre broto un liquido negro, algo que sabía tan bien como se sentía el recuperar la energía perdida con los siglos de vida en solitario, haciendo que se sintiera de nuevo como un joven demonio con el poder para destruir el mundo entero si así lo deseaba.
Al siguiente le encomendó buscar esas semillas con ojos cerrados, las que siempre actuaban de la misma forma, retorciendo a los humanos que se volvían recipientes de miasma, del cual se alimentaba cada mes o cada año, dependiendo de la suerte que tuvieran sus súbditos en encontrar una de esas bellezas.
Lo que le llevaba al siguiente, ese humano era hermoso, con cabello y ojos rojos, tan joven como los guerreros que le servían en la guerra, fue también el único que quiso destruirlo, alegando que ellos no debían ser los sirvientes de un ogro, que debía morir por esa ofensa.
A ese también lo destruyo, los siguientes no se revelaron pero aprendieron a ocultarle información, el bastardo que estuvo antes que este anciano lujurioso fue uno de los peores, el busco un sacerdote que usara las fuerzas oscuras de la naturaleza para doblegar su voluntad a la suya, hacerlo obedecer cuando se dio cuenta que era demasiado fuerte, demasiado astuto para dejarlo libre por más tiempo.
Por supuesto que lo mato, que clase de señor demonio lo dejaría vivo después de semejante ofensa, al monje lo quemo vivo, dejando que su templo se consumiera junto con sus restos, colocando a otro humano delante de su ejército de monos amaestrados.
Pero con cada año que pasaba se preguntaba porque no era él quien estaba sentado en esa silla, porque no eran los suyos quienes le seguían conformando un ejercito invencible de Onis, elementales, Ogros, cualquier especie que no fuera humana, esos monos eran débiles y no veía porque tenían que gobernar, porque los suyos debían esconderse, eso no era justo, ni lo permitiría por más tiempo.
Vasara se retiro a sus dominios o eso intento, porque repentinamente observo cómo dos de aquellos jóvenes hermosos caminaban en silencio, en dirección del templo que había quemado, no con fuego demoniaco sino con las flamas de los hombres.
Notando con extrañeza que se detenían en esa construcción con alimento, una botella de agua y suministros para atender las heridas de un humano, lo sabía por el desagradable olor que provenía de aquellas ruinas, como de carne muerta y podrida, un nauseabundo aroma que era parecido al de todos esos monos desagradables.
Vasara espero porque los humanos realizaran su tarea y poco después ingreso en aquellas ruinas, sin molestarse en silenciar sus pasos o no ser visto, sabía que era imposible que no lo vieran en un espacio tan pequeño, descubriendo un cadáver, o una persona quemada de tal forma que no podrías suponer que aun estaba viva, cuyas heridas supurantes emanaban ese aroma a muerte y unos ojos blancos, que no deberían ver nada, se posaron en los suyos.
— Sabía… que tarde… o temprano… vendrías demonio.
Vasara se detuvo a los pies de aquel capullo de tela ensangrentada cubriendo un cuerpo deforme, el cual aun estaba vivo debido a oscuras artes olvidadas, por las mismas sombras que lo alimentaban de miasma cuando un humano era infectado por las semillas.
— Te mate, yo, que soy un señor demonio, te rompí el cuello.
La criatura ensangrentada se carcajeo al escucharle, eso era verdad, pero su poder y su sabiduría lo mantuvieron con vida, encerrado en un cuerpo que poco a poco iba descomponiéndose, el cual terminarían por incinerar cuando el amo del demonio conociera una forma de usarle como una herramienta.
— Tú no eres un señor demonio… a lo mucho un ogro enloquecido.
Ese supuesto señor demonio no era más que un ogro, una criatura enloquecida que pensaba tener poder cuando en realidad no lo tenía, no sin la ayuda de los humanos que pensaba gobernaba con mano de hierro, quienes lo mantenían con vida, alimentado y en un sufrimiento indescriptible para encontrar una forma de obligar al primitivo Oni a obedecerlos.
Quien no sospechaba que la daga del último humano que decía controlar colgaba justo por encima de su cabeza, por lo que se carcajeo con una voz húmeda al escuchar la molestia de Vasara, el supuesto ultimo señor demonio.
— Yo vi uno… un señor demonio de verdad… un Oni hermoso… tan hermoso…
El Oni negro se detuvo, respirando hondo, tratando de recordar si había sentido esa energía antes, de ser cierto lo que decía ese monje moribundo, en ese caso el poder de aquel bastardo escurridizo debería sentirse.
— Era rojo… y tan hermoso que tú no eres más que un animal a comparación suya, en realidad… nunca he visto a un humano que se le compare.
Vasara podía sentir el poder de aquel monje manando de la piltrafa de lo que fuera su cuerpo, esa energía oscura como nunca antes la había sentido, ni siquiera de los humanos corrompidos por el miasma, comprender que había poder en ese cuerpo casi muerto.
— Dime donde esta para que lo destruya.
De nuevo el monje se rio de sus palabras, de su orden, a pesar de estar tendido en esa cama sin más vida que la inyectada por esa aura negra, parecía que tenía el control de aquella reunión, que era libre de ir y venir a su antojo.
Tal vez de una forma incorpórea podía lograrlo, pero en realidad eso no le importaba, lo único que necesitaba era saber donde estaba ese demonio escurridizo, para poder matarlo, devorando su esencia para ser mucho más fuerte.
— No.
El bulto supurante respondió desde el fondo de la habitación, tosiendo poco después algo que sonaba húmedo, tal vez sangre o saliva, lo que fuera lo estaba asfixiando y Vasara sonrió al ver su dolor, aquel sufrimiento que nunca había presenciado.
— Si lo destruyes perderás una… valiosa oportunidad para obtener poder, para gobernar como tú lo deseas.
Vasara dio los últimos pasos en dirección del bulto en el suelo, tocando su mejilla con la punta de su dedo, limpiándola poco después al ver que la piel parecía a punto de caerse, ese humano era sin duda desagradable, aun para él.
— Pero si lo sometes, tendrás un aliado poderoso… acaso no lo vez demonio idiota, al matarse lo único que lograron fue darnos poder, dejarnos el mundo en una bandeja de plata.
La criatura trato de moverse pero solo unos dedos de una mano que se le figuraba una araña respondieron, haciendo que se preguntara de donde venia aquella voz, si no lo había visto mover los labios una sola vez en todo ese tiempo.
— Devórame… aliméntate de mi y te daré la ubicación exacta de esa magnífica criatura.
Vasara gruño al recibir esa orden, notando que el monje abría sus ojos blancos, posándolos en los suyos, sin duda tuvo demasiado poder, por lo que se preguntaba la razón de su derrota, como dejo que lo quemara cuando pudo defenderse con facilidad.
El monje al ver su duda y su inteligencia sonrió, suponiendo que Vasara estaría dispuesto a obedecer, esa criatura deseaba poder, más que nada en ese mundo quería controlar a lo que le rodeaba, era sin duda alguna la viva imagen de la avaricia.
— Descuida, cuando aún era joven fui hermoso… no tomaras la forma de mi cuerpo decadente, solo mi poder… y tal vez… algo de mi esencia.
El Oni pensó en que hacer, sentándose a su lado, deseaba poder y sabía que al devorar miasma obtenía un poco más, tal vez si se alimentaba de esa oscura energía , ese poder que mantenía un cuerpo destruido con vida, seria suyo, o tal vez era la única forma del monje de morir, siendo devorado por uno de los suyos.
— ¿Por qué debería hacerlo?
La cosa envuelta en unas mantas que alguna vez fueron blancas respiro hondo de nuevo, estirando su mano hacia Vasara, sosteniéndolo con demasiada fuerza para su estado deplorable, llamando la atención del Oni que no necesitaba demasiado convencimiento, después de todo, esta raza en particular era conocida por sus tendencias antropófagas y algunas veces caníbales.
Vasara no sería demasiado diferente, podría verlo por el brillo de sus ojos, la innegable inteligencia que poseía, este era un demonio que como cualquier hombre haría lo que fuera por un poco más de poder, él quería gobernar, ambicionaba destruirlos y sobre todo, necesitaba poseer todo lo que sus amos humanos tenían.
Un renio, un ejército y un amante, tal vez uno pelirrojo, el perfecto demonio rojo, un señor demonio en todo su derecho, quien parecía inmerso en su inocencia, en un bosque demasiado alejado de aquel sitio, el cual crecía a los pies de un volcán despierto que ocultaba su energía.
— Quieres poder.
Eso era cierto, quería poder y esa energía oscura, sangrienta, podría otorgárselo, el monje lo sabía, pero aun quedaba oculto el motivo de ese humano para ofrecerse como un sacrificio voluntario.
— Yo quiero venganza.
Venganza, un sentimiento que podía comprender se dijo Vasara, quien se abalanzó encima del monje, devorando su cuerpo como lo hacía con los humanos poseídos, empezando con el corazón de aquella criatura sedienta de poder, tan poderosa que por un momento estuvo a punto de perder el control de su propio cuerpo.
Cuando su energía, la que se movía como tinta negra, tentáculos ondulantes lo rodearon una vez hubiera abandonado ese cuerpo destruido, abriéndose paso por sus venas, por sus músculos, ingresando en cada una de sus células, fundiéndose con el Oni que se decía un señor demonio.
Quien grito al sentir un dolor como ningún otro apoderarse de su cuerpo, quemarlo como el hizo con el monje, derribándolo al suelo que araño con sus garras al mismo tiempo que su esencia iba modificándose, haciéndose de ser posible mucho más oscura que en el pasado.
Sus brazos se torcieron de forma dolorosa, casi se rompieron por el repentino movimiento al mismo tiempo que sus huesos, sus músculos y tendones se reformaban, sus colmillos empezaron a desvanecerse, así como sus labios se volvían mucho más delgados y un tercer cuerno crecía a la mitad de su cabeza, junto a un tocado de color morado, el que casi cubría todo el contorno de su rostro.
Poco a poco o demasiado rápido su cuerpo iba tomando la forma de aquella raza que tanto envidiaba, cambiando sus proporciones por unas mucho mas armoniosas, aun su rostro que antes era desagradable a la vista, después de alimentarse de aquella energía, de la misma esencia de aquel ser humano, de pronto era hermoso, varonil con cejas pobladas, ojos grises y piel morena.
Su cabello era negro e hirsuto, ese no había cambiado, pero si el largo, ahora llegándole casi a la cintura, sus cuernos plateados brillaban bajo la luz de la luna, aun sus garras eran por mucho mas estilizadas, delgadas, pero afiladas como antes.
Parecía que su cuerpo había mantenido mínimas características del pasado, tomando la apariencia de aquel humano que ya no existía mas, o tal vez, ahora viviría por siempre, fusionando su belleza con la fuerza del Oni, que ya podría llamarse a sí mismo un señor demonio, puesto que su poder, de pronto era diez veces mayor que en el pasado.
Y su mente, antes primitiva, tratando de buscar la luz del entendimiento, con la misma violencia con la cual cambio su cuerpo, se transformo en algo diferente, seguía siendo él, sus deseos estaban presentes, sus recuerdos más nítidos que antes, siendo sazonados por aquellos del humano, todo cuanto vivió, la localización exacta de sus tesoros, de sus libros, cada pergamino que alguna vez leyó, cada párrafo grabado en su memoria.
Letras de abecedarios cuyas lenguas desconocía estaban claras en su mente, magia y poder, como siempre lo deseo, comprendiendo que en efecto, el conocimiento era equivalente al poder, uno como el que nunca soñó poseer, que no habría logrado conseguir de mantenerse ignorante, alimentándose del miasma de los poseídos.
Ante sus ojos pudo ver que sus monos le mentían, ellos habían localizado mas semillas de las que le mostraron y ese anciano recordaba donde estaban guardadas, las que necesitaría para conseguir aun mas poder, borrando la vida humana de ese reino, el cual debía ser poblado por los suyos.
En donde el tendría todo lo que deseaba, un reino, un ejército y un amante, pero como siempre había dicho, debía comenzar por el inicio, destruyendo a los humanos, contaminándolos con el miasma de las semillas.
Después buscaría a su ejército, cada ser no humano tendría que obedecerle o ser destruido y al final, buscaría a esa hermosa criatura, a quien codiciaba más que a nada en esa tierra, pero debía tener poder para someterla, de lo contrario, trataría de negársele.
Eso no podía permitirlo.