N/A: Ha pasado más de un año desde que actualicé este fanfic y no sé cómo rayos, si se siente como si hubiese sido hace poco. Así se nos va el tiempo… Gracias por leer a quienes queden por aquí. Especialmente (y como siempre) a Eva y a Sangito por dejar sus reviews que me suben el ánimo.

Capítulo 11: Bellatrix

No es como que fuese muy diestro en la fabricación de varitas, pero estando encerrado un año y medio más y con solo una cosa en mente, me convertí en el puto Ollivander. Bueno, siempre fui inteligente, eso no se puede negar, y me empujaba la necesidad de tener todas las armas posibles para escapar de Azkaban.

Me empujaba la necesidad de tener todas las armas posibles para vengarme de Bellatrix Lestrange.

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El primer trueno fue el más fuerte de todos, sonó como si el cielo se acabara de partir en dos. Los resplandores de luz que antecedían a cada trueno en aquella tormenta eran terribles para todos los prisioneros de la zona de Alta Seguridad de Azkaban, cruelmente acostumbrados a la oscuridad y a las sombras de sus propias celdas sin grandes ventanas… Y en este caso, tampoco era diferente para Sirius.

Por los corredores de la lúgubre cárcel se mezclaban los sonidos de la tormenta eléctrica y del grotesco croar de los dementores que todavía se paseaban buscando a alguna víctima que atormentar. Una noche de torturas como cualquier otra en un lugar donde las personas iban a sufrir torturas todo el tiempo, eso era realmente Azkaban.

Otro trueno, un alarido en la lejanía. Un resplandor blanco y fugaz, un lloriqueo. Los sonidos de la implacable naturaleza y la locura de los prisioneros se intercalaron toda la noche. El frío provocado por los dementores y la lluvia era intolerable, y provocaba que los labios de todos los reclusos estuvieran azules. Pero hasta ellos tenían que descansar en algún minuto, así que terminaron por desaparecer en la madrugada. Y en ese momento, fue otro el espectro negro que comenzó a deambular por los pasillos. Un perro negro.

Otro trueno. Bellatrix estaba despierta y sentada mirando hacia los barrotes, pese a la hora que era. El brillo de luz de la tormenta, fugaz y potente, reveló la silueta del animal sentado al otro lado de los barrotes, tan apacible como ella. Era como si la mujer hubiese sabido que iría, como si lo hubiera estado esperando, y como la sorpresa ya estaba arruinada, Sirius volvió a su forma humana.

- Sabía que tenías que ser tú – dijo la voz ronca de la mortífaga. Al igual que la de él, había cambiado en los últimos años de encierro -. No podía ser nadie más que tú.

Se levantó y fue lentamente hasta donde él, apoyándose lentamente en los barrotes frío de mental. Incluso apoyó su cara en uno de ellos, mirando de lado a Sirius que estaba a escasos centímetros de ella, ya respirando un poco más nervioso que de costumbre.

Había matado a varias personas dentro de Azkaban así que el acto en sí mismo no le preocupaba demasiado, pero ahora se trataba de Bellatrix: Una de las personas que odiaba más en la vida… Y que, si no se cuidaba, iba a lograr manipularlo porque era una experta en eso.

- Te estaba guardando para el final – reconoció -. Vine a matarte.

- ¿Ya has pensado cómo?

- No. ¿Me quieres dar alguna idea? – Bellatrix sonrió de forma lasciva y perversa, luciendo todos sus dientes podridos y amarillos, mostrando por primera vez aquella noche, a la desquiciada mortífaga que él recordaba.

- Terminaré contigo antes de que logres tocarme – le respondió ella en un tono casi de coqueteo.

Sirius negó con la cabeza, serio, demasiado concentrado en su objetivo como para permitir que ella se lo arruinara.

- Estuve pensando mucho en cómo debería matarte, quería tener cualquier herramienta a mi disposición. – El hombre sacó la varita de uno de sus bolsillos y comenzó a jugar con ella entre los dedos -. No quería verme limitado a tener que estrangularte o atacarte con una piedra.

- ¿De dónde sacaste eso? – Bellatrix intentó no sonar demasiado sorprendida, pero se dejó al descubierto. Sus ojos saltones estaban fijos en la vara de madera.

- No soy un mago ordinario.

Cruzaron una mirada. Por primera vez durante aquella conversación, la mortífaga se dio cuenta de que Sirius no estaba jugando y que tenía demasiado poder para hacerle lo que quisiera. Sintió miedo de verdad, como nunca había sentido antes en Azkaban, y no era porque le temiera a la muerte o al dolor. Era porque Sirius había matado a los más leales seguidores de Lord Voldemort, que continuaba allí afuera, debilitado y solo, y ella añoraba reunirse con él a cada segundo de su estadía en aquella prisión. No iba a permitir que su imbécil primo le arruinara los planes. Ella tenía que reunirse con él y ayudarlo…

- ¿Cómo lo harás? – volvió a preguntar. Esta vez se movió para quedar completamente frente a él, apoyando sus manos en los barrotes que lo separaban. Hubo otro resplandor de luz, y Sirius vio la locura marcada en la cara de su prima. Luego, el sonido del trueno.

- Se me ha hecho difícil idear cómo – se sinceró el moreno. Tuvo la precaución de guardar la varita en cuanto vio que la morena estaba más cerca de él. No iba a cometer ningún error de principiante ni a cantar victoria antes de verla muerta -. Pensé en Alice y en Frank, y se me ocurrió que podía ser una buena idea venir noche tras noche a torturarte a costa de cruciatus hasta que pierdas la cabeza igual que ellos. Pero tú ya estás loca.

- Tan loca como tú, al menos.

- Luego pensé que te mereces algo peor que la muerte, algo como pasar el resto de tu vida en este lugar asqueroso, sufriendo día a día y siendo perseguida por los dementores y otros demonios. Pero Azkaban no te afecta, porque te gusta estar aquí – continuó, haciendo como si no hubiese escuchado su último comentario -. Te gusta estar aquí porque eso te da un estatus dentro de los mortífagos. Eres leal, preferiste venir a parar aquí que negar a Voldemort y él te va a recompensar por eso.

- ¡No digas su nombre, sucio traidor de la sangre! – La mujer gritó al mismo tiempo que removió los barrotes con suelda provocando un ruido metálico, que resonó entre los pasillos silenciosos formando un eco.

Sirius miró a su alrededor para ver si el arranque emocional de Bellatrix había llamado la atención de algún prisionero o peor, de los dementores, pero no pasó nada. Después de todo, un grito esporádico en la zona de Alta Seguridad no era tan anormal y pasaba desapercibido entre una tormenta eléctrica, el fuerte e incesante silbido del viento o el ruido de las olas del mar chocando contra la fortaleza, más grandes y agresivas que de costumbre.

- Así que pensé en desmemorizarte – se le acercó un centímetro y susurró, sabiendo que se ponía en la zona de peligro -. Probablemente nada sería más terrible para ti que olvidar a Voldemort y pasar día tras día encerrada aquí, con los dementores, sin un motivo.

Bellatrix colocó una perversa sonrisa tras escuchar esas palabras. Sirius había tenido el "placer" de haber visto varias de esas en el pasado, tanto en circunstancias familiares como en la primera guerra y, sobre todo, dentro de Azkaban, pero ninguna tan desquiciada e intimidante como esa. Sin poder evitarlo, su corazón empezó a latir más rápido y sintió como se le iba el aire de los pulmones, pero intentó serenarse sin que se le notara.

- Veo que hiciste la tarea, primito – reconoció -. Siempre fuiste inteligente.

- Vaya, un cumplido de Bellatrix Lestrange – dijo sin mucho interés.

- Hubieras sido un buen mortífago. Nuestras filas estaban llenas de cobardes y personas débiles de naturaleza. Me daba vergüenza compartir el mismo aire con ellos, pero contigo hubiese sido distinto...

- ¿Se puede saber de qué mierda estás hablando? – preguntó desconcertado.

- Lo sabes perfectamente, Sirius. Sé distinguir a otra alma como yo cuando la veo, y siempre lo tuve claro – nuevamente volvió a recostarse de lado sobre los barrotes, relajada, mirándolo de manera casi traviesa -. Tú siempre fuiste un Black de tomo y lomo, mucho mejor que el imbécil de tu hermano, que siempre intentó llenar el espacio que dejaste. Regulus nunca tuvo el mismo valor que tú, por eso terminó muerto tan rápido. Pero en tu caso… Sé que disfrutas matando y provocando dolor.

- No.

- Sé que deambulas por el borde de la locura, al igual que yo, pero estás más cuerdo que la mayoría.

- Yo no soy como tú.

- Apuesto a que saboreas cada momento cuando le quitas la vida a alguien, apuesto que la adrenalina te corre por las venas como si fuera una droga. Apuesto que una vez que lo probaste, no has podido volver a parar, justo como yo.

- ¡Te digo que no! – Sirius metió una de sus manos entre los barrotes para tomarla por el cuello en un impulso de rabia.

- ¿Ves? Eres igual que yo. Hubieras sido un excelente mortífago, Sirius. El mejor de todos, probablemente – lo provocó, sin intimidarse ante el hecho de que su primo tuviera sus dedos alrededor de su cuello en ese mismo instante -. Por eso te enoja, porque sabes que tengo la razón.

- Hubiese preferido morir antes que ser de tu mismo bando.

- No nos engañemos – dijo empujándolo -. Tú ibas directo a ser uno más de nosotros pero te desviaste del camino, no porque te interesara lo que era justo. Nunca tuviste valores, nunca te importó el trasfondo de la guerra ni los asquerosos sangre sucia que tanto defendías.

- Eso no es cierto.

- Lo hiciste por tus amigos, por la influencia de ellos y por nada más.

- No tienes idea de lo que estás hablando.

- Fue por Potter – terminó por decir con una sonrisa triunfal -. Dime, Sirius. ¿Acaso te hubiese importado la guerra si no te hubieses enamorado de Potter?

Un relámpago iluminó toda la zona de Alta Seguridad de Azkaban, y el trueno que le siguió fue el más fuerte hasta el momento, retumbando en toda la cárcel. Bellatrix creyó que tenía la última palabra, pero ese breve y fugaz resplandor de luz le permitió ver que el hombre al otro lado de los barrotes se estaba riendo con una intimidante y despreocupada frialdad.

- Es lo que te pasa a ti con Voldemort, ¿no? Así que no puedes concebir la lealtad si no es por ese motivo – comentó entretenido. Por un segundo, Bellatrix estaba logrando manipularlo y hacerle perder la paciencia, pero finalmente había pisado en falso -. Es verdad que amo a James. ¿Crees que me da vergüenza reconocerlo? Así que sí tenías razón, Bellatrix. Nos parecemos más de lo que crees, porque la cosa que nos ha mantenido bien aquí dentro es el amor que le tenemos a alguien allá afuera.

- Tu preciado Potter está muerto y enterrado – le recordó Bellatrix, molesta por haber perdido el control que había tenido durante parte de la conversación.

- Y Voldemort también lo estará dentro de pronto, porque a diferencia tuya, puedo salir de aquí y voy a buscarlo hasta matarlo. Aunque me tome la vida entera, me voy a vengar de él por haber matado a James.

- Nunca lo vas a encontrar.

- No soy un mago ordinario – repitió.

Todo a continuación pasó demasiado rápido. Un monstruoso bulto negro, Sirius en forma de un perro, saltó entre los barrotes y cayó encima de la mortífaga, tumbándola en el suelo al mismo tiempo que el lugar era inundado por una mezcla de sonidos grotescos, gruñidos por un lado y terribles alaridos por otro. El pelo de su espalda estaba completamente erizado mientras destrozaba a la mujer que, sin éxito, intentaba repelerlo y defenderse.

Los gruñidos no tenían la forma ni sonaban como esas advertencias que solía dar Sirius en el pasado, en su vida previa a Azkaban, porque ya no eran más advertencias. Estaba desgarrando la piel de su prima, que se retorcía de dolor en el suelo mientras intentaba darle puñetazos para quitárselo de encima. Más gritos, alaridos, sangre… Sirius sentía la piel de Bellatrix desgarrándose bajo sus dientes y no podía detenerse.

Tanto su lado animal como su lado más humano estaba decidido a continuar. El pelo de su hocico estaba cubierto de sangre densa, tironeando a la mujer de un lado al otro hasta que dejó de oponer resistencia y los alaridos se hicieron cada vez más suaves y esporádicos hasta que no quedó más que el cuerpo de la mortífaga sin movimiento alguno sobre un chardo de sangre, lleno de heridas y mordidas repugnantes. Sus ojos estaban clavados en el techo, sin brillo, sin expresión alguna…

El animago se volvió a transformar en un hombre; Sirius estaba cubierto de sangre, sudado entero y exaltado. Cuando vio a su nueva víctima en el suelo, se pasó el brazo por la cara con fuerzas y rabia, para limpiarse algo de la sangre asquerosa que tenía en las mejillas y dentro de su boca. Escupió sangre al suelo, furioso e impaciente, como si todavía tuviera ganas de seguir matando mortífagos de aquella manera, mientras el olor metálico de la sangre le llegaba en oleadas y le hacía sentir nauseas.

Otro resplandor, otro trueno.

Bellatrix se merecía eso, no una maldición de mi varita. Solo tenía sentido si lograba involucrarme hasta ese punto, aunque me arruinara la vida. Sabía que no iba a pasar un día de mi vida sin recordar la piel despedazada de la mujer cada vez que cerrara los ojos. Sabía que soñaría con sus gritos cada noche hasta despertarme y que sentiría el sabor de la sangre dentro de mi boca para siempre. Pero, de cualquier forma, mi vida ya estaba lo suficientemente arruinada como para que me importara demasiado…

Ya no quedaba más que hacer en Azkaban. Aquella noche escapé en medio de la peor tormenta que había visto… Tanto fuera como dentro de mi cabeza.

En realidad, Bellatrix se había equivocado medio a medio. Yo no era parecido a ella, era mucho peor.