Disclaimer: Los personajes de la serie Victorious no me pertenecen, como a nadie en FF.


Todo empezó una noche dentro de un cuarto oscuro.

El frío del aire acondicionado, estratégicamente colocado para que no estropee el proceso de revelado me daba escalofríos; la luz roja escasamente me dejaba ver lo que hacía; el olor de los químicos y los sonidos perturbadores —y a la vez tranquilizantes— de Mourning Air de Portishead en mis oídos, eran las únicas cosas que me acompañaban en mi soledad.

Hay algo mágico en hacer las cosas como en los viejos tiempos, cuando la tecnología no estorbaba. En escribir una carta en un pedazo de papel o un diario en una de esas libretas forradas con cuero negro que se ajustan con una banda elástica en el borde, usando un estilógrafo, no un bolígrafo, por ejemplo; escribiendo con letra manuscrita de rasgos largos y estilizados, no la imprenta que se siente tan forzada.

Existe magia en tomar una foto con una cámara reflex que solo puede ser usada con un cartucho de película de doce, veinticuatro o treinta y seis fotos, en las que no tienes el privilegio de fallar y borrarlas con un botón que tiene el dibujo de un tacho de basura; donde solo sabrás el resultado de tu trabajo cuando haces el proceso de impresión.

Mientras tanto debes esforzarte por no arruinar la toma, en aplicar bien los conceptos que quieres destacar, en usar la apertura precisa de acuerdo a la cantidad de luz existente y hacer el acercamiento necesario, tomar el encuadre perfecto, uno que comunique eso que sientes al mirar con cuidado por el visor antes de hacer click.

Como punto final, preparas la sala y apagas las luces blancas o amarillas, enciendes la roja y prosigues a preparar los materiales para traspasar las imágenes a un papel de un tamaño apropiado, siguiendo un delicado y meticuloso proceso.

Hay magia en escuchar la música en un tocadiscos, donde la experiencia nace el momento que vas a la repisa a elegirlo. Pasas por las coberturas, les echas un ojo. Recuerdas el día que los compraste y la primera vez que los escuchaste. Finalmente encuentras el cantante adecuado para el momento.

El arte del álbum se aprecia mucho mejor en ese tamaño, el aroma de sus materiales tiene un aire nostálgico y la textura de la impresión se deja notar al recorrerla con las yemas de tus pulgares. Después, lo sacas delicadamente de su funda de cartón y lo colocas en el aparato, alineando el orificio central del disco con el eje. Lo enciendes y vez al vinilo girar infinitamente, falta un solo paso. Con suavidad y tino, tomas la aguja —con un solo dedo— del sujetador que tiene a un lado, llevándola hasta el borde de esa superficie entrelineada y la sueltas sobre la primera hendidura.

No hay nada como disfrutar del «silencio» de esos primeros segundos, porque aún en él, sientes esa magia.

Es imprescindible recurrir a esas canciones incómodamente intrínsecas al dolor, a la angustia, a la calma o a la tan elusiva felicidad y no caer en las típicas líricas pop sin transcendencia que están bien para jugar al karaoke y ya.

La magia te mueve. La magia saca de ti todo eso que tienes guardado dentro y aún no sabes qué es, a dónde va, o en qué se convertirá. Simplemente, la sientes.

Todo este proceso ha sido mágico para mí. Encontrarte en él se ha convertido en eso que tanto necesitaba hallar en mi vida.

Tengo que confesarte algo, te seguí el otro día. Te tome algunas fotografías para mi proyecto de fin de semestre y algo me llamó la atención al revelarlas.

Fui a la mesa de trabajo por las pinzas para sacar el papel de la bandeja de la solución final y así poder enjuagarlo y colgarlo con el resto de las impresiones que hice esa tarde en la escuela.

Pude ver que un hombre te observaba a lo lejos, fue lo primero que noté. Su silueta no estaba del todo definida, tenía un cigarrillo en mano y la otra la mantenía guardada en el bolsillo de sus jeans. Tomé las fotos en blanco y negro, pero fácilmente se podía establecer que su cabello era de color claro, rubio, y le caía hasta los hombros.

No era un tipo del todo desaliñado, su pelo ondulado estaba despeinado, su cuerpo, reclinado en uno de los postes de la vereda. Estaba puesto una camiseta oscura de mangas cortas, cuello en V profundo, el logotipo del CBGB en su centro y, como último detalle, llevaba unas botas negras de estilo militar.

Tú eras lo único que él tenía en la dirección de sus ojos y, sin poder verlos con claridad, lo supe.

Llámalo un presentimiento, una corazonada, pero te miraba. Podría estar segura de eso.

Fui con apuro a ver el resto de fotos que se secaban en la riel y sí, ahí estaba él, siguiendo cada uno de tus movimientos desde antes de llegar a ese lugar.

Encontré una única imagen que dejaba ver su rostro con claridad, pude apreciarlo entonces. Tenía la cicatriz de la que hablabas en tus escritos. Me recorrió un helado aire por la espalda cuando llegué a la conclusión de que debía ser él.

Incluyo dicha fotografía agrandada al máximo sin perder resolución y también adjunto la original. Creo que es lo mínimo que puedo hacer.

Sé que te debo una disculpa, pero sobre todo, una explicación del porqué sé tantas cosas, por qué aseguró que puedo ayudarte. A qué me refiero con «tus escritos».

Quizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas.

Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta.

Y, antes de que enojes por el hecho de que te tome fotos esa tarde sin tu permiso, muchísimo peor aún, que te seguí a esa cafetería y que lo hice con toda la intención de usarte como modelo de mi proyecto, lee el resto de esta larga carta y cómo fue que llegué hasta aquí. Es lo único que te pido. Dame una oportunidad.

Jade.


Nota:

Así empezamos con el nuevo fic. Espero ponerme al día con los capítulos que llevo atrasados desde que terminé Hiding. Son muchos… muchos, así que les pido paciencia. Ya saben que siempre regreso con todo si me ausento un par de días.

Para los que necesiten saberlo, es un Jori, aunque ya aclaro eso en la descripción.

Gracias por su tiempo y por leer.