Disclaimer: los personajes de Magi no me pertenecen. Son propiedad de Shinobu Ohtaka.

Parejas: Sinbad x Alibaba, Kouen x Alibaba.

Advertencias: Spoilers relacionados con el manga, YAOI, MPREG, alusión a violación.

ACLARACIONES: Esta historia contendrá partes fieles al manga, tanto diálogos como escenas, pero habrán ciertas modificaciones para su adaptación.


Inquebrantable

Eirin

Capítulo 1 —

La propuesta de Ren Kouen

Los primeros rayos del sol de verano provenientes del este, ingresaron por las amplias ventanas correspondientes a los aposentos del rey de Sindria, llegando directo al rostro de Alibaba que, adormilado por la inoportuna luz matutina, se removió contrariado bajo las sábanas de seda que acogían su desnudez y abrió pesadamente los ojos. Se los restregó con pereza y estiró el cuerpo emitiendo un sonoro bostezo, notando cómo una pequeña brisa circulaba por la habitación, tal vez procedente de las ventanas que permanecían abiertas.

Aún adormilado, Alibaba miró a su alrededor y vio que el otro lado de la cama permanecía vacía. No le sorprendía, por lo que sin preámbulos se levantó cubriéndose con una de las sábanas y caminó hacia uno de los ventanales que conectaba al balcón, en el piso más alto del palacio. De inmediato, el viento salino y fresco de Sindria acarició su rostro, espabilándolo.

La vista desde el palacio era impresionante. O, más bien, la vista desde la habitación de Sinbad era impresionante. Alibaba podía contemplar toda la isla y hasta donde alcanzaba la vista. Apenas unas semanas después del golpe de estado en Balbadd retornó a Sindria, convirtiéndolo en su hogar y en el cual llevaba alrededor de medio año, logrando en el proceso consolidar algo más que sus raíces.

Cerró los ojos y suspiró con nostalgia al saber que dentro de poco dejaría la tierra que lo había acogido. Hoy sería el día en que, por pedido de Ren Kouen, partiría a Balbadd como embajador para la cumbre que se concretaría en unos meses más, donde Aladdin revelaría las verdades de Alma Toran. Pero Sinbad tenía dudas respecto a los planes de Kouen. Su carta había llegado repentinamente, exigiendo sin reservas que tanto Aladdin y Alibaba fuesen su escolta para la reunión.

—No tengo otra opción, ¿eh? —pensó Alibaba en voz alta mientras la brisa costera de Sindria terminaba por despertarlo.

En solo una hora partiría de vuelta a Balbadd, y no estaba tan entusiasmado como muchos creían.

"¿No estás siendo engreído, incluso cuando ya perdiste a tu país?". Alibaba recordaba claramente las palabras de Kouen cuando se conocieron en Magnostadt.

Arrogante, impertinente, autoritario. Esas eran las palabras que mejor lo definían. Durante la batalla en Magnostadt habían logrado trabajar en equipo, consiguiendo armonizar por momentos, pero no podía dejar de pensar en su actitud arbitraria para ordenarle y querer obtener las verdades que conocía Aladdin, desafiando incluso a Sinbad.

—Confiar en él es imprudente —repitió Alibaba, luego de haberle dicho a Aladdin que se quedara en Sindria por precaución. Había algo en Kouen que no le agradaba del todo, y prefería ir con cuidado, si es que tenía planes para irse contra ellos o Sinbad. Pero tenía miedo de ir a Balbadd. Después que se enterara en Reim que Balbadd se transformó en base de expedición del imperio Kou, y luego de haber conocido a Kouen, se sintió innecesario, y en su interior despertó el miedo de que ya no le quedaba nada más que hacer por el bien de su tierra. ¿Qué podía hacer por ella? ¿Ya no quedaba nada más? ¿Acaso ya no hacía falta? Sabía que aún tenía pendiente pelear contra Al Thamen, la organización responsable de empujar a Balbadd a la guerra civil y causar las anormalidades del mundo, pero si ya no estaba en sus manos proteger el reino que perdió, ni siquiera consideraba necesario ser poseedor de un contenedor metálico.

"Obtuve a Amon por el bien Balbadd, ¿y qué fue lo que logré?", se cuestionaba cada vez que venía a su mente la muerte de Kassim. Y Ren Kouen no le estaba facilitando las cosas al convocarlo a Balbadd. Simplemente no estaba preparado para ir y ver las caras de las personas que depositaron su confianza en él, fallándoles miserablemente.

Volvió a suspirar alicaído y observó de manera ausente la cama, donde tan solo anoche había consumado una vez más su amor con Sinbad. Aún podía sentir en su cuerpo sus caricias y su aliento erizándole la piel mientas ardía en su interior. Al revivir esa sensación sonrió y un intenso rubor se apiñó en su rostro. Podía recordar claramente el día que sus sentimientos fueron correspondidos. Se dio de manera espontánea, como si los dos lo hubieran deseado y planeado. En medio de una de las tantas festividades realizadas en Sindria, Alibaba y Sinbad dieron inicio a su relación. Nunca estuvo en sus planes, ni siquiera en sus sueños más inimaginables, pero se había enamorado de él, estableciendo una sólida relación que, hasta ahora, lo tenía completamente prendado. Y ahora no quería dejar Sindria, no quería alejarse de Sinbad, pero tenía que cumplir una responsabilidad aun cuando sus sentimientos estuvieran de por medio.

Suspiró nuevamente al ver que, una vez más, sus sentimientos se interponían en su camino. Aún dejaba que estos lo dominaran en las decisiones más importantes a lo largo de su vida. No aprendía realmente, pero intentaba no equivocarse y hacer lo que su conciencia y su corazón le dictaran.

Regresó a la cama y se tiró en ella, hundiendo la cara en la almohada. Respiró profundamente y se aferró a ella, recolectando el aroma de Sinbad. Luego de haber logrado su objetivo, se incorporó y fue al baño para alistarse antes de partir. Una vez listo, dejó el dormitorio de Sinbad, asegurándose de que nadie estuviera vigilando el pasillo, y bajó al salón principal, encontrando allí a Sinbad, que terminaba de dar algunas instrucciones a Ja'far.

—Finalmente despertaste —dijo Sinbad con una sonrisa amplia en el rostro mientras Ja'far se retiraba con una expresión de disgusto en el rostro—. Creí que tendría que ir a despertaste personalmente.

—Eso hubiera sido muy incómodo —respondió Alibaba con las mejillas arreboladas.

—¿De verdad lo crees? Hubiera sido lindo, como despedida.

Alibaba bajó el rostro con pesar y Sinbad lo acarició suavemente.

—Esta no es una despedida definitiva. O... ¿acaso es algo más y no me lo has contado?

Alibaba negó y se apartó un poco.

—Solo tengo nostalgia, eso es todo. —Mintió. No podía contarle sus temores o inseguridades. A pesar de llevar tiempo juntos, había una brecha que le impedía exponer aquella vulnerabilidad que quizá podría decepcionarlo.

Desde siempre, su admiración por Sinbad lo había llevado a trazar sus metas queriendo seguir sus pasos, pero ahora lo veía como algo más que un héroe o un rey. Y si bien sabía que esta ocasión sería un buen confidente, no quería ser subestimado y considerado alguien poco digno para estar a su lado.

—Ya te acostumbrarás —dijo Sinbad—. Además, estarás de vuelta en tu tierra, y pronto nos volveremos a reunir en la cumbre que fijó Aladdin.

—¿Crees que Ren Kouen tengan planes contra nosotros?

—Es posible. Por ahora mantengamos nuestras armas abajo pero atentos a cada movimiento que el imperio haga. Mientras él quiera utilizar los poderes de Aladdin no hará nada imprudente. Y si eso ocurriera...

—¿Y si eso ocurriera...? —repitió Alibaba con curiosidad. Desde que conocía a Sinbad, él había demostrado ser una persona muy astuta, dotada de una particular sabiduría ganada por la experiencia en sus aventuras como conquistador de celdas. Tenía un espíritu de liderazgo innato, y aunque lo admiraba y tuviera sentimientos por él, en el tiempo que llevaban juntos, había logrado ver una extraña e inquietante sombra que opacaba la luz que lo rodeaba.

Sinbad esgrimió su mejor sonrisa, alterando los latidos de Alibaba y logrando que el rubor aumentara en sus mejillas. Parecía un ambiente propicio para despedirse apropiadamente, pero Aladdin irrumpió en la habitación en ese instante y rompió la silenciosa atmósfera.

—¡El barco ya va a zarpar, Alibaba! —exclamó de manera enérgica.

Alibaba asintió vacilante y vio a Sinbad.

—Ya... debo irme.

—Espero tengas un buen viaje.

Ambos se volvieron a Aladdin, esperando que se diera cuenta de lo que debía hacer. Pero Aladdin, lejos de entender el mensaje, aguardaba sonriente por Alibaba bajo el dintel de la puerta.

—Eh... Aladdin.

—¿Sí, Alibaba?

—¿Podrías esperarme afuera? Voy en seguida.

A Aladdin le tomó solo unos cuantos segundos comprender.

—¿Eh? ¡AH! ¡Entiendo! —exclamó y se retiró rápidamente. Él estaba al tanto de la relación que sostenían Alibaba y Sinbad; los había sorprendido besándose en una oportunidad. Su actitud desentendida e incluso inocente frente a algunas cosas lo había llevado a aceptar sin problemas la relación, esperando que, a pesar de cualquier opinión o fuerza superior a ellos, pudieran ser felices.

Una vez a solas, Sinbad se acercó a Alibaba para retomar lo que Aladdin interrumpió. No hacía falta decir algo: Alibaba cerró los ojos y dejó que sus labios fueran invadidos por los de Sinbad, de la misma manera que eran invadidos siempre que dejaba que él tomara control de sus emociones, de sus sentidos y de su cuerpo.

Cuando se separaron, Alibaba deseó que el momento perdurara un poco más. Vio los ojos de Sinbad y quiso gritarle que no le dejara partir, que no quería marcharse. Pero Sinbad lo soltó y caminó hacia la puerta.

—Estaremos en contacto —dijo, regalándole una última sonrisa, y dejó el salón.

Alibaba quedó con una incómoda opresión en el pecho: era decepción, al ver la actitud distante de Sinbad, como si no estuviera triste o preocupado por su partida.

En el muelle, Alibaba se llevó una nueva sorpresa: Morgiana, Toto y Olba le acompañarían. No tenían pensado dejarlo solo después de todo lo que él había hecho por ellos. Morgiana, al igual que Aladdin, quería cuidar a Alibaba, acompañarlo y apoyarlo, pues sabía cuán importante era para él este viaje.

—¡Dejo todo en tus manos, Morgiana! —exclamó Aladdin desde el muelle.

Alibaba sonrió agradecido mientras su mirada parecía buscar a alguien entre quienes lo despedían.

"No vendrá", pensó con tristeza. Sinbad simplemente no se presentaría. Su despedida se había efectuado anoche, y esta mañana, cuando apenas supo darle unas palabras de aliento.

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Tres días después de haber zarpado, y luego que Toto y Olba se convirtieran en contenedores familiares de Alibaba tras el asalto de un grupo de piratas, él continuaba cuestionándose si estaba haciendo lo correcto al viajar al Balbadd. El sentimiento recalcitrante, discordante e incómodo que le atenazaba el pecho cada vez que pensaba en Sinbad y Balbadd lo mantenían sumido en un mutismo que no dejó indiferente a nadie.

La noche previa al viaje, Alibaba decidió pasarla en el cuarto de Sinbad, luego que este lo invitara para hablar de lo que podría ocurrir una vez que llegara a Balbadd y confrontara a Kouen, pero lejos de ello, se encargaron de recordar porqué estaban juntos, y que la distancia no interferiría en su relación.

Y recordarlo solo aumentaba su nostalgia.

—¿Hay algo que te siga inquietando, Alibaba? —Esta vez fue Olba el que lo sacó de sus pensamientos y mutismo—. ¿Aún sigues molesto porque Toto y yo estamos juntos?

—¡Claro que no! —Alibaba podía parecer preocupado por eso, incluso haber tenido una reacción extraña, rayando en lo infantil, frente a tan inesperada noticia, pero sus preocupaciones iban más allá.

—Entonces ¿qué es? Si estás tan preocupado de conseguir novia...

—¡Que no es eso, tonto! —Esta vez Alibaba se fastidió. ¿Cómo podía preocuparse de algo así, si su mente aún estaba en Sindria? Lo cierto era que fingir que buscaba novia con desesperación lo había terminado empujando a su propia mentira. Luego de iniciar su relación con Sinbad, su deseo de conseguir novia había quedado en un segundo plano, aunque nunca descartaba la posibilidad de que una bella mujer llegara a su vida, porque se había convertido en un reto y desafío personal, ya que, a sus 18 años, no había tenido suerte con ninguna. Pero con Sinbad a su lado aquello perdía peso, tanto que comenzaba a ignorar ese karma que le pesaba hasta hoy.

Sin embargo, la noticia del inesperado romance de Toto y Olba lo había pillado completamente desprevenido. Ellos eran sus amigos, apenas y se conocían, pero habían congeniado al punto de querer estar juntos e incluso ser sus contenedores familiares.

Intentó cortar el tema alejándose de él, y divisó a Morgiana entrenando en la popa del barco. Decidió caminar hacia ella y observarla de manera contemplativa. Después de conocerse, ella había permanecido a su lado, apoyándolo, aconsejándolo, incluso marcándole sus errores e inseguridades cuando la ocasión lo ameritaba. Era una gran amiga en la cual podía confiar, y se lo había demostrado al convertirse en su primer contenedor familiar en la celda de Zagan.

—¿Necesitas algo, Alibaba? —preguntó Morgiana al sentir su mirada.

—N-No. Es solo que la brisa del mar... ¡se siente tan bien el día de hoy! —exclamó, intentando parecer casual.

—¿En serio? —dijo ella, deteniendo su entrenamiento—. Aunque no hay brisa el día de hoy.

Alibaba se rascó la nuca con nerviosismo. No le había tomado el peso al conflicto de sus pensamientos hasta ahora. Ni siquiera era capaz de sostener una conversación normal sin lucir distraído o incómodo. No le molestaba hablar con Morgiana de sus preocupaciones, pero en esta ocasión quería despejar su mente y no pensar en nada hasta llegar a Balbadd.

—Alibaba, hay algo que quisiera decirte.

—¿Eh? Dime.

—Alibaba, eres alguien excepcional. Eres capaz de darles a las personas cosas que no pueden ser obtenidas con dinero o riquezas. Así como compartiste tu corazón con la gente de Balbadd, con Olba, Toto y conmigo.

—Exageras, no soy así como dices. —Alibaba no estaba del todo acostumbrado a ese tipo de adulaciones. Y aunque bien podía aprovecharse de la situación, sus pensamientos se encontraban demasiado enredados como para dejarse halagar.

—Lo eres, Alibaba —insistió Morgiana—. Por eso, quisiera estar contigo para siempre.

—¿Eh?

Alibaba comenzó a procesar las palabras de Morgiana con algo de dificultad, llegando en tan solo unos segundos a entenderlas: ¿Acaso Morgiana tenía esa clase de sentimientos por él? ¿Era eso posible? Mientras él se lamentaba y lloriqueaba por no tener novia, y luego de estar con Sinbad, Morgiana despertaba sentimientos por él.

—Pero... si es así, no podría corresponderla —pensó en voz alta, casi en un murmullo.

Morgiana lo miró detenidamente y Alibaba se sintió extraño, descubriendo que no había una gota de sentimiento romántico por ella. Entonces una punzada de culpa le atenazó el pecho al pensar que podría romperle el corazón si rechazaba sus sentimientos. Aun así, no podía evitar pensar lo afortunado que era al ver que una chica tan linda como Morgiana se había fijado en él. La ilusión de ello hizo que el corazón le latiera exacerbado; y aunque le emocionaba la idea, sus sentimientos por Sinbad aún estaban ahí, y no podía desecharlos por los de Morgiana ni por los de nadie.

—Alibaba, yo...

—¡Morgiana! —exclamó él antes que ella continuara. Temía que se le confesara, y no debía permitírselo o se sentiría comprometido—. Morgiana... yo... lo lamento. De verdad. Antes que digas lo que sientes por mí, quiero que sepas que mi corazón, si bien puedo compartirlo con muchas otras personas, le pertenece solo a una.

—¿Eh?

—Verás... yo... estoy enamorado de alguien más, y por eso no puedo corresponder tus sentimientos. Por eso no puedo ser tu novio. ¡Lo siento!

Morgiana lo miraba fijamente, observando cómo el rubor se le expandía por todo el rostro hasta las orejas.

—¿De qué estás hablando Alibaba? —preguntó—. ¿De qué sentimientos hablas?

—¿De qué sentimientos? —repitió él—. Pues... de lo que sientes por mí, ¿no? Estás enamorada de mí, y no puedo corresponderte.

—No recuerdo haber dicho nada como eso —dijo Morgiana—. ¿Malentendiste algo?

Alibaba parpadeó confundido sin entender en qué punto la conversación se había enredado.

—P-Pero hace un instante tú... querías declararte.

—Me refería a estar a tu lado como un "familiar" —explicó Morgiana con tranquilidad—. A servirte en el futuro. Pero quizá lo malentendiste.

Las palabras se habían atorado en la garganta de Alibaba. Estaba estupefacto. Una vez más hacía el ridículo por culpa de su desesperación por tener novia. Pero en el fondo sentía un profundo alivio al ver que no tendría que rechazar el corazón de Morgiana y lastimarlo.

—Además... —continuó ella—. Sé que Sinbad es tu pareja.

Alibaba se congeló.

—¡¿EH?! ¡¿C-Cómo supiste?! ¡¿Quién te contó?! —exclamó nervioso y visiblemente alterado.

—¿Lo mantenías como un secreto?

—Y-Yo...

—Todos lo saben —dijo Morgiana.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que todos?!

—Es cierto, Alibaba. —La voz de Olba se escuchó detrás de él.

—Toto también lo sabe —dijo Toto de pie junto a Olba.

—Todos sabemos lo que sientes por Sinbad —añadió Morgiana.

—Es imposible no notarlo —dijo Olba, negando con la cabeza— si cada vez que hablas de él o lo miras te brillan los ojos y suspiras como un idiota. Justo como ahora.

Alibaba no sabía qué decir. Durante todo este tiempo había creído que su relación con Sinbad estaba siendo llevada con cuidado y sigilo, pero ahora veía que todos estaban al tanto de sus sentimientos.

Se sintió engañado y explotó por eso.

—¡¿Y POR QUÉ NUNCA NADIE ME DIJO NADA?! —gritó descontrolado—. ¡¿SE DAN CUENTA A LO QUE LLEGUÉ PORQUE NINGUNA MUJER ME TOMABA EN CUENTA?!

—Es claro que tienes suerte con los hombres —dijo Toto, restándole importancia a la situación.

—Pero no te preocupes, Alibaba —rió Olba—. Te respetamos aunque te gusten los hombres.

—¡NO ME GUSTAN LOS HOMBRES! —chilló Alibaba, pataleando en el piso— ¡ME GUSTAN LAS MUJERES!

—Pero duermes con un hombre —señaló Toto.

—Alibaba es alguien a quien admirar —dijo Olba—, que no se deja llevar por prejuicios y es capaz de amar a otro hombre.

—¡Dejen de burlarse de mí! —protestó Alibaba sobre un charco de lágrimas al ver su secreto descubierto. Aun así, darse cuenta que sus camaradas lo apoyaban y no lo juzgaban, aliviaba cualquier sentimiento de preocupación e inseguridad, porque ellos eran capaces de aceptarlo tal cual era.

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Media hora más de viaje, y Alibaba finalmente pisó el suelo del país que lo vio nacer, crecer y por el cual luchó por su libertad. Pero ante sus ojos había un Balbadd completamente distinto. Lo sabía, lo había presentido desde que supo del control del imperio Kou sobre sus tierras, pero presenciarlo confirmaba ese mal presentimiento que se había instaurado en su pecho desde hacía un año.

—Alibaba, esto es... —Morgiana tampoco podía creerlo, pero su preocupación se concentraba en la reacción de Alibaba a medida que se adentraban a Balbadd.

—¿Pasa algo malo? —preguntó Olba al ver la actitud de Morgiana y la expresión sombría de Alibaba.

—La apariencia de la ciudad es totalmente diferente a como era antes —respondió Morgiana.

—En realidad no esperaba que se viera igual —dijo Alibaba sin mostrarse sorprendió, lo que intrigó a Morgiana. Pero él lo sabía; sabía lo que el imperio Kou era capaz de hacerles a los países bajo su control—: Los países conquistados por el imperio Kou se convierten en el mismo imperio Kou.

Luego de ser escoltados y transportados hasta el edificio que funcionaba como hotel, Alibaba fue recibido por uno de los anfitriones del lugar.

—Sea bienvenido príncipe, o debería decir, embajador de Sindria. Y pensar que usted, que fue desterrado y destronado de este país caminaría en esta tierra de nuevo —dijo con un dejo de burla el hombre de avejentada apariencia—. Esta ya no es su nación, por favor no haga nada que perturbe la tranquilidad de este país.

—Entendido —respondió Alibaba—. Seré cuidadoso. —Pero a pesar de su sonrisa, en su interior bullía una ira que intentaba contener con todas sus fuerzas. Luchaba por querer expresar la frustración que sentía, pero sabía que por el bien de Balbadd, debía contenerse y callar.

—Su excelencia, el gobernador general volverá mañana en la mañana. Está realmente ocupado. Sea paciente, por favor.

—Entiendo —dijo, mientras Toto detrás explotaba al ver la falta de respeto de Kouen de no estar presente—, entonces me gustaría hacer una cosa antes de que regrese.

—Pida lo que guste —dijo el hombre.

Alibaba tenía algo en mente, un deseo que despertó desde que pisó nuevamente Balbadd. Y tras planteárselo al anfitrión, este le permitió dejar el edificio e ir al anterior distrito de los barrios bajos, escoltado por dos guardias que le seguían a cada paso que daba. Cerca del atardecer, cuando llevaba medio camino por el barrio, reconoció a las personas que quería visitar.

—¡Oigan, ya se ven bastante hogareños! —exclamó al reconocer a Hassan y a Zaynab, anteriores miembros de la tropa de la niebla.

Ellos lo recibieron con gran alegría, después de todo, fueron un gran equipo cuando buscaban la revolución en Balbadd ante tiranía de Ahbmad, primer príncipe del país y hermano mayor de Alibaba.

Después de cenar y pasar parte de la noche charlando, Alibaba entendió la verdad acontecida en Balbadd tras la llegada de las tropas del imperio.

"Después de tomar control del palacio real, reconstruyeron Balbadd desde el polvo". Las palabras de Zaynab causaron algo en el corazón de Alibaba.

La llegada del imperio traía cosas positivas, pero había algo que no dejaba tranquilo a Hassan. Él no era feliz. Se sentía impotente de ver que Balbadd había cambiado al punto de ser irreconocible y a prontas de ser olvidado. Ellos no querían esa vida. Como hombre, tenía un pensamiento distinto al de su esposa, y no estaba conforme con la vida que llevaban, arrastrada y manipulada a la voluntad del imperio, aun cuando eso significara tener vida, un techo donde dormir, ropa y comida. Pero Alibaba ya lo sabía, y lo tenía asumido desde hacía tiempo, comprendiendo que para su país, aun cuando ese cambio no fuera el esperado, era mejor que el que tenían antes, y mientras él no tuviera el poder para hacer algo al respecto, dejaría las cosas así. Esa era la cruda realidad que debía aceptar.

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Luego de visitar la tumba de Kassim y despedirse de Hassan, enterándose en el proceso que Zaynab esperaba otro bebé, Alibaba decidió recorrer las viejas calles de Balbadd. De alguna manera deseaba recordar lo que alguna vez había sido el lugar donde creció antes de llegar al palacio y ser instruido para ser un príncipe que enorgulleciera a su país. Pero todo lo que vio fue la fuerza del imperio Kou en cada uno de los detalles que podían recordar al viejo Balbadd. Las calles habían sido limpiadas, los edificios reconstruidos con la arquitectura propia del imperio y el estilo de vida de los ciudadanos "perfeccionado".

De Balbadd, ya no quedaba nada.

Continuó caminando por las reconstruidas calles, dejando que las horas transcurrieran lentas en sus pensamientos, y sin darse cuenta llegó a la ciudad, donde se alzaba el palacio. Era completamente distinto a lo que alguna vez recordaba del viejo palacio de Balbadd. Suspiró resignado al ver que el legado de su padre había quedado en el olvido y dio media vuelta para regresar al edificio donde se estaba hospedando, pero un carruaje arribó frente a él, sorprendiéndolo. La puerta se abrió y frente a él apareció la figura de Ren Kouen, que lo miró fijamente al tenerlo en su camino.

—¿Tú aquí? ¿Me querías dar una bienvenida?

Alibaba tensó los labios. No esperaba encontrarse cara a cara con Kouen hasta mañana. La última vez que lo vio fue en Magnostadt, pero ahora ahí estaba...

De inmediato, los guardias que escoltaban a Kouen rodearon a Alibaba y lo apuntaron con sus lanzas. Nadie podía acercarse a Kouen de esa manera, mucho menos mostrar tal insolencia de permanecer de pie y desafiarlo con la mirada.

—Retírense —dijo Kouen, alzando su mano derecha—. Él es el antiguo tercer príncipe de Balbadd, muéstrenle respeto.

Los guardias, confundidos, bajaron sus armas y se retiraron con una leve reverencia.

—¿Mostrarme respeto? —preguntó Alibaba.

—Si no quieres, les puedo ordenar que te apresen por circular en las calles a esta hora y obstruir mi camino.

Alibaba apretó los puños y mantuvo la mirada firme.

—Solo visité a unos viejos amigos y se me hizo tarde.

—Ya veo... recordando viejos tiempos. —Kouen intentó avanzar, pero Alibaba le obstruyó el camino.

—Espere —le atajó—. Ahora que está aquí, quisiera hablar con usted.

—Cualquiera cosa que quieras decirme hazlo mañana —soltó Kouen con enfado—. Estoy cansado y fastidiado por el viaje.

—¡Pero!

Ignorando su insistencia, Kouen pasó por su lado y cruzó las puertas del palacio, dejando a Alibaba con un sabor amargo en la boca luego de presenciar el cambio de su tierra por la arrogancia de alguien como Kouen.

Lo detestaba, cada una de sus actitudes y gestos que se perfilaban en su rostro cínico e impasible. No había algo que pudiera rescatar de Kouen. Hasta ahora, él solo le había mostrado un lado completamente contrario a lo que Alibaba consideraba como agradable, pero si debía relacionarse con semejante persona para mantener la paz entre Balbadd y Sindria, debía guardar silencio aun cuando deseara usar sus puños para borrarle la sonrisa altanera de sus labios.

Después de verlo marcharse, y, aun con la ira bullendo en su interior, retornó al edificio donde se hospedaba, a unas cuantas calles más abajo. Subió a su habitación e intentó conciliar el sueño, pero vio salir el sol por la ventana del dormitorio sin haber pegado un ojo el resto de la noche. Ni siquiera lo había intentado; cada una de los escenarios que vio ayer, y su posterior encuentro con Kouen, le habían dejado con un peso en el cuerpo que difícilmente podía ignorar.

Llamaron a la puerta y se animó a bajar para su reunión oficial con Kouen, en el palacio. Ni siquiera había desayunado. Esperaba comer algo al regreso pero, las pocas ganas que le quedaban de echarle algo a su estómago terminaron por marcharse cuando presenció a mitad de camino un acto deliberadamente inhumano y desagradable. Un niño había sido arrollado por una carreta, y nadie tenía la disposición de ayudarlo.

—No hay necesidad de preocuparse por ese niño, embajador —dijo el anfitrión, sin borrar la sonrisa burlesca de su arrugado rostro—. Ese niño es un simple esclavo.

—¿Un esclavo? —repitió confundido—. ¡No había esclavos en Balbadd! —terminó exclamando visiblemente molesto.

—Ahora los hay —dijo el hombre—. Después de todo, la esclavitud es legal en el imperio Kou. Mire a las personas que están a su alrededor: los que tienen la ropa verde son los antiguos ciudadanos de Balbadd, y los que tienen ropas de color café son esclavos.

Alibaba entendió finalmente los grandes cambios en Balbadd y lo que Hassan había tratado de decirle anoche frente a la tumba de Kassim.

—Alejen a los espectadores —dijo el anfitrión a los guardias que los escoltaban.

—¡Bastardos! ¡¿Qué demonios están mirando?! ¡¿Quieren que anule sus puntos de impuestos y sus raciones para que todos se mueran hambre?! ¡Salgan de aquí ahora!

Nadie pudo negarse ni protestar; quienes alguna vez lucharon por sus derechos, ahora agacharon la cabeza y se retiraron en silencio.

—Lleven a este niño con un doctor, por favor —pidió Alibaba, sintiendo cómo su frustración y decepción de ver a Balbadd en manos del imperio iba en aumento.

—Obedeceré, si ese es su deseo —dijo el anfitrión.

Alibaba se encaminó al palacio pensando en el error que había cometido al renunciar a su país. Las personas habían luchado para acabar con las injusticias, y ahora se sometían nuevamente a unas tan o más peores que las anteriores. Ese no era el sueño que quería para su tierra, y lo que era peor…

"Algo cambió dentro de los corazones de las personas de Balbadd", pensó Alibaba mientras cruzaba las puertas del palacio. Y al atravesar las del gran salón, sus ojos no mostraron mayor sorpresa al ver la arquitectura soberbia impuesta en cada uno de los rincones del lugar. Frente a él, la mirada de los generales de Kouen, los consejeros y miembros más influyentes del imperio lo veían como un intruso, un simple insecto sin trono ni posición que ni siquiera merecía pisar las tierras que perdió.

—¡El comandante general del ejército de la subyugación occidental y gobernador de Balbadd. Su excelencia, Ren Kouen! —Se escuchó en el momento que la mirada de Alibaba se cruzó con la de Kouen, que aguardaba sentado en el sillón real del palacio.

Sus miradas permanecieron fijas por unos segundos, casi desafiándose como anoche, hasta que Alibaba rompió el contacto al reconocer a Barkak, antiguo general del ejército real del palacio, quien fue el responsable de instruirle en el dominio de la esgrima, y a los demás miembros del ejército que servían en el palacio.

Los veía ahora, inclinados ante Kouen.

—¡Muestra más respeto! —exclamó de pronto uno de los miembros influyentes del imperio, señalando con su dedo acusador a Alibaba—. ¡Su excelencia es un importante representante del imperio Kou y el príncipe heredero de la casa Ren! ¡Levantar tu cabeza frente a él es un acto de insolencia y castigo con la pena de muerte!

—¡Su herencia noble es cosa del pasado! —prorrumpió otro miembro—. ¡Solo imite el comportamiento de sus antiguos sirvientes e inclínese frente a su excelencia!

—No es necesario —dijo el anfitrión que recibió a Alibaba en el muelle el día de ayer, manteniendo su cínica y burlona sonrisa—. La casa Saluja ya no existe. Ahora, el joven Alibaba no es más que uno de los embajadores de Sindria. No está relacionado de ningún modo con Balbadd, por lo tanto no hay necesidad que baje su cabeza.

Toto y los demás temían por lo que fuera a hacer Alibaba ante tales comentarios crueles e insidiosos. Si se inclinaba, mostraría que estaría completamente rendido al imperio Kou, pero si no lo hacía, era lo mismo que declarar que no estaba relacionado con Balbadd.

Semejante humillación para alguien como Alibaba no podía ser permitida, pero él sorprendió a todos los presentes, luego de mirar retadoramente a Kouen, colocando una rodilla en el suelo e inclinando la cabeza.

—Su excelencia —pronunció con la mirada puesta en el suelo—, no me molestaría inclinarme frente a usted, pero... —Alzó la cabeza y sus miradas se encontraron nuevamente—. Aquí en Balbadd tenemos una vieja costumbre: es el acto de tocar el suelo con la cabeza para rezar porque una mujer embarazada tenga un parto fácil. ¿Aun así es correcto que permanezca de este modo frente a usted?

Los altos miembros y consejeros del palacio se espantaron y horrorizaron ante tal revelación.

—¡Levántense! ¡Todos ustedes levántense ahora! —ordenó uno de los ancianos a los antiguos sirvientes de Balbadd.

Pero más allá de aquel acto de insolencia que mostró Alibaba —según la visión del consejo— la repentina carcajada de Kouen terminó por sorprender a todos y cortar con la incómoda tensión que había en el salón.

—Vamos a detener eso —dijo él, poniéndose de pie—. Déjenos solos —ordenó.

—¡No podemos dejarlo, su excelencia! —exclamó el viejo anfitrión—. ¡¿Realmente quiere hablar a solas con una persona de origen tan vulgar?!

Kouen ignoró al anciano y vio la mirada seria que le ofrecía Alibaba de pie frente a él.

—No me mires así —le dijo—, por más incómodo que sea, primero dime qué respuestas son las que buscas.

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A solas, Kouen y Alibaba permanecieron en silencio, sentados a ambos extremos de una larga mesa rectangular ubicada en la habitación colindante al salón principal del palacio.

—Esto se está volviendo aburrido. Di algo —dijo Kouen con un dejo de fastidio.

Alibaba solo pensaba en que Kouen realmente era solo un tirano del cual no conseguiría absolutamente nada.

—¿No le molesta dirigirle la palabra a alguien de origen vulgar como yo?

—Deja de hacer preguntas tontas —soltó Kouen.

—¡¿Tontas?! —exclamó Alibaba.

—Hace diez años, estaba en una posición realmente lejana a ser un príncipe heredero. —Kouen parecía reflexivo mientras contemplaba el paisaje que se dejaba ver desde las amplias ventanas que decoraban exquisitamente el salón. —Me encontré en esta posición por pura coincidencia. Al final —añadió—, cosas como la diferencia del linaje no existen en este mundo.

Alibaba se incorporó de la silla con brusquedad y plantó ambas manos sobre la superficie de la mesa.

—Si está bien en decir algo como eso, ¿por qué las personas de Balbadd se ven en la obligación de mostrarle respeto al emperador del imperio Kou? —preguntó, alzando la voz—. Todas las personas de aquí están confundidas porque ustedes les impusieron costumbres con significados oscuros. Y también... ¡¿No prometió que reconocería a Balbadd como una república autónoma?! ¡No veo esa nación independiente en ningún lugar! ¡¿Por qué hizo una cosa tan inaceptable e invadió el país de otras personas?!

Kouen quitó la vista del ventanal y la fijó en Alibaba. Tras sus párpados entornados, la mirada que le devolvía era de severidad.

—Todo lo que preguntas es "¿Por qué?". Ya he tenido suficiente. Si viniste aquí buscando respuestas tontas, no voy a respondértelas.

—¡¿Qué?! —Los puños de Alibaba se crisparon sobre la mesa. La indolencia de Kouen comenzaba a sacarle de quicio, aumentando su irritación.

—Anoche parecías preocupado por obtener respuestas. ¿Me vas a decir que eso era todo lo que querías preguntarme? Eres un tonto.

—¡Suficiente! —exclamó Alibaba con expresión furiosa—. ¡¿Me mandó a llamar para burlarse de mí?! ¡¿No le bastó con humillarme en Magnostadt?!

—Nadie te está humillando —respondió Kouen, acomodándose contra el respaldo de su silla y jugueteando casualmente con su barba—. Pero si lo quieres ver de ese modo, puedes seguir gritando como un tonto.

Alibaba se mordió el labio inferior y guardó silencio. Su mala costumbre era alzar la voz cuando perdía la compostura. Incluso frente a alguien como Kouen era capaz de olvidar con quién estaba tratando, pero Kouen no parecía preocupado por el tono exigente y descontrolado de su voz, ni siquiera por sus alegatos que parecían sin sentido.

—Aún no entiendes nada. Tendrás que hablar con mi hermano. —Kouen dejó su asiento y fue hasta la puerta del salón, de donde entró Ren Koumei, su hermano menor y quien también participó en la batalla de Magnostadt.

—Tanto tiempo sin vernos —dijo él, saludando a Alibaba, quien se mostró sorprendido al reconocerlo, pero más aún cuando lo vio quedarse dormido de pie.

—¡Despierta! —gritó Kouen, golpeándolo duramente la espalda.

—¡Auch! —aulló Koumei—. Lo siento, tuvimos un consejo de guerra prolongado y no dormí mucho.

—Dormirás después —ordenó Kouen—. Ahora hazle compañía a este ingenuo príncipe.

—No puedo hacer eso —contestó Koumei—. Me acabas de dislocar el hombro.

—Deja de mentir.

Alibaba no entendía bien lo que estaba pasando. El ambiente de pronto se aligeró al ver interactuar a Kouen con su hermano, como si de pronto, aquel soberbio y arrogante emperador se volviera un hombre común y corriente que podía dialogar con soltura, sin títulos de por medio.

—Aclárale las cosas —dijo Kouen a Koumei antes de abandonar el salón, no sin antes cruzar su mirada con la de Alibaba.

—Tenemos buen clima hoy —dijo Koumei tras bostezar sentado a la cabeza de la mesa.

—S-Sí... —murmuró Alibaba aún sin tomar asiento. No le encontraba sentido conversar con Koumei, si el responsable de todos los cambios en Balbadd era Kouen.

Koumei era el segundo príncipe del imperio Kou y general del ejército occidental. Ante los ojos de Alibaba no parecía ser alguien importante o que despertara su interés.

—Por cierto —dijo Koumei tras unos segundos de silencio mientras revisaba un pergamino—, la persona que tomó la autonomía de Balbadd... —Alzó la mirada y vio fijamente a Alibaba—: Fui yo.

Alibaba retrocedió perplejo.

—¡¿Qué quiere decir con eso?! —exclamó sin creerle. ¿Cómo alguien como Koumei podía haber hecho algo así? Él... que parecía alguien completamente despreocupado e indolente, se había encargado de tomar dominio de su país.

—Balbadd es una república, pero hay un "gobierno general" sobre un sistema republicano —explicó Koumei—. Todos los países bajo el ejército de subyugación occidental deben tener el mismo mecanismo de gobierno. Las personas, las cosas y el dinero están bajo todo el control del imperio Kou. Los niños de Balbadd están siendo criados como si la casa Saluja nunca hubiera existido en este mundo. Por lo tanto, puedes decir que la persona que le dio el golpe final a tu querido reino de Balbadd fui yo.

—¡Nadie creería esa mentira! —Alibaba no conseguía creerle.

—Hay una necesidad de que las personas de los otros países sean forzadas a seguir la regla de que la familia imperial del imperio Kou es única y es la familia más noble del mundo.

—¿Y eso para qué? —preguntó Alibaba con urgencia.

—Para unificar este mundo —respondió Koumei—. Y si lo invitamos aquí fue porque creemos que usted va por el mismo camino que nosotros, señor Alibaba Saluja.

Alibaba negó con la cabeza sin terminar de creer las palabras de Koumei, quien pasó los siguientes minutos explicándole la ideología del imperio y los grandes cambios que esperaban para el mundo, y, tras haberlo hecho, Kouen regresó al salón, reparando en la expresión abatida de Alibaba.

—¿Por qué te ves tan triste? —le preguntó—. La situación de Balbadd es mucho mejor que en el pasado. No tienes problema con eso, ¿cierto?

Alibaba se sentía aplastado. Todos sus pensamientos, sus ideales y sueños habían sido arrasados por los de Koumei en tan solo unos minutos, como si una gran ventisca lo hubiese removido todo, desplazándolo hasta desaparecer.

—Sí —murmuró con la vista en el suelo—. Balbadd ha mejorado. Y sobre lo que hablamos... me hizo ver las cosas desde un punto de vista más amplio. Pero yo no soy como ustedes, no puedo simplemente deshacerme de los seres más débiles por un bien mayor. No soy así, no pienso así. —Levantó la mirada y encaró a ambos hermanos. —¿Realmente está bien hacer lo que sea en el presente para un mejor futuro? El imperio y Al Thamen son quienes están dispersando las semillas del odio que un día explotarán. Si no están de acuerdo con las guerras, el odio, la esclavitud, y aun así lo hacen, ¿por qué entonces no expresan sus verdaderos sentimientos a las personas de su país, quienes están viviendo justo ahora, en vez de esperar al futuro?

—Diste tu opinión descaradamente, te felicito —dijo Kouen, caminando hacia él—. En este momento no eres un príncipe ni nada que pueda alterar el cambio que impusimos. Solo eres un prisionero. Nada cambiará en este país sin importar cuánto grites. Al contrario, sería fácil para mí hacerte desaparecer en este instante. ¿Al menos consideraste que estás solo en medio de la base del enemigo?

Alibaba entendió en ese momento que había cometido un grave y fatal error. No había pensado en las consecuencias, simplemente había acatado y dejado llevar creyendo que hacía lo correcto. Estaba en su tierra, pero no le pertenecía, ahora era del enemigo, y estaba a su merced.

Pretendió desenvainar su espada, pero ante él había un ser de aura siniestra y peligrosa, la cual era capaz de subyugar a todo aquel que se pusiera en su camino.

—Pero, dependiendo de tu decisión, la familia real Saluja podría ser revivida —dijo Kouen, desenvainando su espada para apuntarla directamente a Alibaba.

—¡¿Qué quiere decir?!

—¡Alibaba Saluja, conviértete en mi mano derecha!

Alibaba quedó atónito ante la descabellada petición.

—Conviértete en un general del imperio Kou. Tienes un contenedor de metal, ¡apunta tu espada contra Sinbad y la Alianza de los 7 mares junto con mis hermanos!

¿Traicionar a Sinbad? Eso era algo imposible para Alibaba. Más allá der aliados, estaban sus sentimientos de por medio. No podía darle la espalda a Sinbad y a lo que sentía por él aun cuando Balbadd y su autonomía estuvieran en juego.

—¡Como si pudiera hacer algo así! —exclamó crispado, intentando creer en sus propias palabras.

—¿Acaso eres sirviente de Sindria? —preguntó Kouen.

Alibaba enmudeció sin saber qué responder. Era imposible que pudiera revelar su relación sentimental con Sinbad. Hacerlo solo los expondría a ambos.

—¿Cuál es la razón por la que obtuviste poder? —preguntó Kouen—. ¿Qué es lo que más quieres proteger? ¿No es Balbadd? Sígueme y júrame lealtad.

—N-No puedo... ¡No puedo hacerlo!

—¡¿Qué?!

—¡Denme tiempo para pensarlo! —le gritó con el cuerpo temblando.

—¡¿Eres un idiota?! —exclamó Kouen—. ¡Tu respuesta debería ser obvia porque naciste para esto! ¡Cada minuto que dudas en darme una respuesta es un pecado hacia tu gente! ¡Ahora, responde!

Alibaba no pudo responder. Derrumbado con la mirada en el suelo, permaneció mudo, con el corazón golpeando su pecho con todas sus fuerzas, tanto que sentía ganas de vomitar.

—Bien —dijo Kouen, dando media vuelta—. Puedes vivir el resto de tu vida bajo la sombra de Sinbad, si quieres. También puedes olvidar todo sobre Balbadd.

—Si solo dice "sígueme". ¡Entonces no tengo otra opción! —Kouen apenas volteó a verlo—. Usted es una persona cruel. ¿Persuadió a todos sus subordinados a que lo siguieran usando este método?

Kouen no respondió y vio el rostro de Alibaba. Sus ojos parecían haber adquirido un tono pálido y frío, y su cuerpo continuaba temblando bajo un aura de completa derrota.

—Ya, cálmate —dijo Koumei al ver la actitud de Alibaba—. Ahora hablaremos de las tres condiciones. No es como si mi hermano y rey fuera a aceptarte sin condiciones.

Koumei explicó las tres condiciones sin prisas, pero fue la última de estas la que más lo espantó.

—¡¿Ca-Casarme?! —En ese momento, a la mente de Alibaba solo vino la imagen de Sinbad—. No... —pronunció a duras penas—. No puedo casarme. Yo... yo no...

—¿Tienes preocupaciones más importantes que tú país? —preguntó Kouen—. Te subestimé después de todo.

—Si tienes a alguien más no importa —dijo Koumei—. Podrás casarte con una princesa imperial de la familia Ren y convertir a tu amante en tu concubina.

—¡Deje de decir cosas absurdas! ¡No haría algo tan deshonesto como eso! —Alibaba no podía siquiera imaginarse tal situación, en su mente y corazón solo había espacio para Sinbad, por lo que contraer matrimonio con alguien del imperio y tener a Sinbad como amante era simplemente imposible.

—¿De qué hablas? —inquirió Koumei con extrañeza—. Suenas como un niño sin experiencia que no ha tocado una mujer.

Alibaba tensó el rostro y miró al suelo. Más allá si tenía o no una relación con Sinbad, existía el inevitable hecho de que efectivamente jamás había estado con una mujer.

—Oh... —murmuró Koumei—. Así que es eso. Lo lamento.

—Se... equivocan. —El rostro de Alibaba seguía mirando al suelo. —Yo... sí estoy con alguien.

—¿De verdad? —cuestionó Koumei—. Por tu expresión lo dudo.

—¡Que sí lo estoy!

—¿Siquiera es mujer?

Alibaba palideció, entonces Koumei y Kouen entendieron el motivo de su reacción.

—Ese... no es su asunto —contestó.

—Bueno, tengo que estar de acuerdo contigo en eso —dijo Koumei—. No es que me importe si te gustan los hombres.

—¡No me gustan los hombres! —chilló Alibaba.

En ese momento, Kouen soltó una carcajada que resonó por todo el palacio.

—Realmente te había menospreciado, Alibaba Saluja.

La mirada que Kouen le ofreció a Alibaba causó algo extraño en su cuerpo, como si de pronto hubiese atravesado su piel, viendo algo más.

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Después que la reunión terminó, permitiéndole a Alibaba tomar la decisión que creyera correcta para el destino de Balbadd, él deambuló por los pasillos del palacio mientras buscaba una manera de decidir sin cometer ningún error del cual pudiera arrepentirse.

"Balbadd o Sindria", repetía en su mente una y otra vez. Pero solo podía ver la imagen de Sinbad grabada en su memoria, como si fuese alguna clase de recordatorio que le impidiera decidir sin involucrar su corazón. "¿Qué debería hacer, Aladdin?". Se llevó la mano dentro de sus ropas, donde guardaba secretamente el artefacto mágico que le habían facilitado en Sindria para comunicarse con Sinbad. Quiso sacarlo y hablar desesperadamente con él, pero se detuvo. No podía buscar ayuda, tampoco pedirle consejo a Aladdin. No entendía por qué le costaba tanto decidirse sin titubear. Ante ya lo había hecho, uniéndose a Kassim y la tropa de la niebla por el bien de Balbadd, pero ahora no era capaz de hacerlo sin sentir que fuera la decisión que tomara saldría perdiendo. Estaba solo en la base del enemigo, con una tremenda decisión en sus manos, pero su mente no podía funcionar.

"¡¿Qué hago?!", pensó desesperado.

—Alibaba. —La voz proveniente frente a él lo trajo de vuelta a sus sentidos.

—¡Kougyoku! —exclamó sorprendido al verla en el palacio.

—¡Tanto tiempo sin vernos! —sonrió ella, acercándosele para conversar en una de las terrazas del palacio—. Estoy muy feliz de poder verte. Estaba muy animada ya que mis hermanos me dijeron que vendrías aquí.

Aunque quisiera, Alibaba no la escuchaba. Su mente no podía pensar en otra cosa que no fuera en la propuesta de Kouen y su condición que se casara, y Kougyoku se expresaba con una inocencia que lo incomodaba. Ella creía que Sindria y el imperio estaban en buenos términos luego de la pelea en Magnostadt, pero Alibaba sabía la verdad.

—Kougyoku —la interrumpió—, yo... hablé con Ren Kouen hace un momento. Me dijo que cortara mis lazos con Sindria y me casara con una princesa de la familia imperial Ren. Y también...

—Oh... Ya veo —pronunció Kougyoku—. Entiendo lo que dices, Alibaba.

De pronto y, ante los ojos perplejos de Alibaba, la atmósfera alrededor de Kougyoku cambió por completo.

—No soy la princesa Kougyoku —dijo ella, con un tono de voz distinto al que empleaba usualmente—. Sobre lo que me dijiste hace un momento, deberías hacerlo Alibaba. Es algo bueno para Sindria.

Pálido y aturdido, Alibaba retrocedió sin creer lo que estaba presenciando.

—Imposible... —logró articular—. Eres... ¡¿Sinbad?!

—¡Hola! ¿Cómo te va, Alibaba?

—S-Sinbad... tú...

Alibaba no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. De pronto la expresión y la mirada de Kougyoku cambiaron, y de ella solo provenía la esencia de Sinbad, como si se estuviera manifestando a través de su cuerpo.

—Tranquilo, escucha —dijo Sinbad—. Te explicaré la situación. Esta es una de las habilidades de Zepar, la cual interfiere con la mente del objetivo a través de ondas de sonido especiales y me permiten entrar en su mente. Prácticamente fuerza mi rukh dentro de la cabeza del objetivo. Gracias a eso puedo manipular su cuerpo por un corto periodo de tiempo.

¿Manipular su cuerpo? Alibaba estaba atónito. Una habilidad para entrar y controlar el cuerpo de alguien más resultaba indeseable e imperdonable, y más si se trataba de alguien como Kougyoku, que tras el golpe de estado en Balbadd, y más allá de diferencias entre reinos e incluso ideologías, ella se había convertido en su amiga.

—¡¿Por qué harías algo así?! —gritó.

—Lo hice para vigilar las cosas que pasan alrededor del mundo —explicó Sinbad—. En este momento, estoy tomando prestada la fuerza de 3 seres vivos y gracias a ellos, puedo reunir información de todo el mundo.

—¡¿No crees que lo que le estás haciendo a la princesa es demasiado cruel?! —le gritó, encarándose con él—. ¡Haces que traicione a sus propios hermanos! ¡Además sabes lo que ella siente por ti!

—Alibaba, yo no permito que mis sentimientos personales interfieran con información de guerra. Creí que ya lo sabías.

Al escuchar esas palabras, algo dentro de Alibaba se quebró.

—Esto es una medida de autodefensa —continuó Sinbad—. El imperio Kou estuvo a punto de declararle la guerra a Sindria. Así que usaré cualquier método sucio con el fin de proteger mi país.

—Entonces... —El rostro de Alibaba se contrajo en una terrible mueca de dolor—. Estás dispuesto a poner por encima de tus sentimientos tu país.

Sinbad sonrió.

—Sé lo que tratas de decir. No te sientas mal si crees que me estás traicionando o a Sindria. La alianza de los 7 mares y el imperio Kou no están en guerra. —Manipuló la mano de Kougyoku sobre el hombro de Alibaba. —Pero si te preocupa traicionar a Sindria, simplemente puedes fingir que sigues las órdenes del imperio Kou.

Alibaba quedó paralizado con el corazón latiendo dolorosamente contra su pecho. Podía ver que algo no estaba bien en los métodos que Sinbad utilizaba, alejándose completamente de sus principios. Pero más allá de eso, estaba el hecho de que a él no le importaba en lo más mínimo su relación o sus sentimientos. Le había dicho que tenía que casarse con una princesa de la familia imperial Ren, pero Sinbad ni siquiera se alteró por eso.

¿Tan poco le importaba, que estaba dispuesto a persuadirle para que se casara con tal de infiltrarse en el imperio Kou?

Era cierto que Sinbad distaba mucho de una pareja convencional. La mayor parte del tiempo estaban separados por los viajes y batallas, pero había creído que eran capaces de superar esas diferencias y encaminarse juntos para levantar sus reinos y sus metas.

Se apartó del contacto que había realizado Sinbad con el cuerpo de Kougyoku sobre su hombro izquierdo y respondió.

—No puedo hacer lo que me pides.

—Entiendo. —Sinbad no lucía sorprendido. —Entonces te casarás con una princesa de la familia imperial y serás contenedor de ellos. Es tu decisión.

—¡¿Y no te importa?!

—Alibaba, tú elegirás tu camino, el que creas que es mejor para tu país. Yo elegiré el que es mejor para el mío.

—¡¿Y lo que hay entre nosotros?! —Se negaba a aceptar la indolencia de Sinbad. —¡¿Acaso no es importante?!

Sinbad negó.

—Lo siento Alibaba, pero como ya te lo dije, no dejo que mis sentimientos personales se interpongan en mi rol de rey. Incluso si tengo que sacrificar lo nuestro, estaré dispuesto a hacerlo. Espero puedas entenderlo y aceptarlo.

Después de todo lo que habían vivido, después de todos los sentimientos generados e involucrados, Sinbad mostraba finalmente sus verdaderos sentimientos ante Alibaba.

—Tú también eres un príncipe y has tomado decisiones creyendo en lo mejor para las personas que creen en ti. No podemos dejar que lo nuestro dañe esa confianza.

—Ya veo... —dijo Alibaba, bajando el rostro—. Así que ese es tu pensamiento. Entonces yo también tomaré la decisión que es mejor para mi país, y no dejaré que mis sentimientos se interpongan. —Se frotó los ojos con el dorso de su mano y, alzando la mirada, dijo: —Me convertiré en contenedor del imperio Kou y pelaré contra ti en serio.

—Estás mostrando determinación. —Sinbad sonrió. —Si eso es lo que quieres, lo aceptaré. De todos modos, te seguiré considerando como mi aliado sin importar lo que hagas. ¡Nos vemos!

En un parpadeo, el cuerpo de Kougyoku se desmoronó en los brazos de Alibaba.

Rabia, dolor, decepción y frustración eran los sentimientos que atenazaban y escaldaban el corazón de Alibaba en ese momento. Lo que sentía por Sinbad había sido pisoteado y arrancado cruelmente de su pecho, dejando un espacio vacío que sangraba.

"No puedo perdonar a Sinbad".

Pero aun así... lo seguía amando.

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Pasada la medianoche, cuando solo los guardias del palacio se encontraban despiertos, Kouen decidió dejar la soledad de su habitación e ir a la biblioteca para despejar su mente. No podía dormir; el día había sido algo agitado y lleno de confrontaciones.

Luego que Alibaba abandonó el salón en medio de alegatos por la burla a la que fue sometido ante el descubrimiento de su inclinación sexual por los hombres, Koumei señaló que era apropiado contar con su colaboración aun cuando su pensamiento inocente e incluso palabras fueran infantiles.

"Realmente es un idiota", pensó al recordar cuando se conocieron en Magnostadt. Lo creía un idealista e ingenuo, pero había visto algo especial en Alibaba que podía usar para manejar a Balbadd de manera eficiente. Por ahora, él solo sería un peón más bajo su dominio.

Cruzó uno de los salones tras bajar las escaleras y, al pasar por un corredor que daba hacia la terraza posterior del palacio, atisbó una silueta apoyada contra el barandal. Al detenerse y verla con detención, descubrió que se trataba de Alibaba.

—¿Qué haces aquí todavía? —preguntó de pronto, pero no obtuvo respuesta. Contrariado, avanzó hacia él y lo sujetó de un brazo—. Oye, responde. Te estoy hablando.

Al voltearlo con brusquedad, descubrió que Alibaba se secaba desesperadamente el rostro, intentando ocultar rastros visibles de llanto.

—¿Qué te pasa? —le preguntó—. No me digas que aún insistes en querer recuperar tu tierra y por eso lloras.

Alibaba lo acuchilló con la mirada y le dio la espalda rápidamente, pero Kouen pudo ver dolor en sus ojos. Un dolor que no parecía ser causado por alguna herida física. Había alcanzado a ver algo más en ellos y lo desconcertó.

—No es eso —respondió Alibaba, conteniendo el quiebre de su voz.

—¿Entonces?

Alibaba giró con temblorosa lentitud. Desde su discusión con Sinbad había pasado parte del día en aquel balcón, cuestionándose si su relación tenía sentido y si sería capaz de soportar el dolor que le oprimía el pecho al entender que, para Sinbad, él era algo meramente desechable.

Sus miradas se encontraron y algo incómodo se agitó dentro de Kouen. Alibaba estaba frente a él, a escasa distancia, con el rostro inclinado hacia arriba, sintiéndose inexplicablemente atrapado por sus grandes y expresivos ojos color ámbar.

—Yo... tomé una decisión —le oyó decir.

—Te escucho. —Kouen se cruzó de brazos y retrocedió lo suficiente para alejar cualquier sensación extraña de su cuerpo.

—Seré tu mano derecha —dijo Alibaba con firmeza y sin una cuota de vacilación—. Me convertiré en tu aliado. Cortaré mis lazos con Sindria y te juraré lealtad.

Alibaba no sabía si estaba haciendo lo correcto pero, por su Balbadd, y por su propio corazón, cedería al chantaje de Ren Kouen y alzaría su espada contra la Alianza de los 7 mares y Sinbad.

...Continuará...