Naruto la miró corretear junto a Bolt y Mitsuki y un escalofrío recorrió su cuerpo. Él había amado a los padres de ella con todo su corazón pero a ella deseaba amarla con su cuerpo. Y estaba mal, porque ella era una niña. Tan solo una niña como lo era él cuando viajaba con Jiraiya esquivando a Akatsuki. Su corazón no podía soportar lo que sentía por ella. Era tóxico.
Sarada no necesitaba ponerse el vestido rojo de su madre para encenderlo. No necesitaba tener senos abundantes como Hinata para hacerlo enloquecer. No necesitaba mirarlo a través del tiempo y el espacio como Sasuke para hacerlo perder la cabeza. Sarada solo necesitaba acomodarse los lentes y fruncir sus labios para que él deseara bajar el cierre de su falda.
Mientras la veía atacar a Bolt con un kunai, sintió a la sangre correr hasta su entrepierna y un escalofrío golpeó su cerebro. Ella era la hija de sus mejores amigos, tenía que luchar contra lo que sentía. Sarada lo miró de frente, esperando una señal de su parte para terminar con el entrenamiento seguramente, ajena a lo que le hacía sentir. Él la miró de una forma inescrutable y ella dejó caer el kunai con el que apuntaba a Boruto y Mitsuki para comenzar a caminar hacia la aldea. Justo como hubiera hecho Sasuke.
Soñaba con ella, con sus pequeñas manos entre las suyas. Con sus labios besando los suyos e invitándolo a recorrer su pequeño cuerpo. Se levantaba preocupado y con miedo, incapaz de soportar lo que sentía cada noche. Comprendiendo lo que vio en los ojos de Kakashi, alguna vez, hacia Sakura.