Este fic participa en la actividad "Amigo invisible" del Foro !El cometa de Sozin!

Me estoy tardando más de lo que esperaba. Lo siento muchísimo (aunque sé que no tengo perdón). Pero cumplo mi promesa: esta historia tendrá fin.

Sólo falta un capítulo más.

Capítulo 4

Aang no se contuvo y de un salto se colgó del cuello de Katara. La pobre anciana estuvo a punto de perder el equilirio.

-Jaja, ten un poco de calma, ya no soy tan joven- dijo Katara con cierta nostalgia en su voz.

-Lo siento- dijo Aang limpiando los rastros de lágrimas de sus ojos- este cuerpo sólo es un envase temporal, yo tampoco soy muy joven que digamos- rió el niño.

-No- dijo Katara mirándolo con ternura- siempre tuviste un espíritu joven y el corazón de un niño-.

Aang sonrió -No sé como es que siempre tienes las palabras correctas- dijo -siempre llevan paz a mi alma. Supongo que algunas cosas nunca cambian- rió.

-Te sorprendería mucho las que han cambiado durante todos estos años- dijo Katara levantando una ceja -¿Sabes cuantas veces deseé que estuvieras vivo para ver el renacimiento de tu cultura?-

-¿Te refieres a nuestros nietos?- perguntó Aang.

-No- dijo sonriendo dulcemente- sígueme-

De camino al templo, Aang contó de forma resumida el artificio milagroso por medio del cual estaba de regreso en el mundo de los vivos por un limitado espacio de tiempo. Katara escuchaba curiosa, pero no sorprendida: había vivido ya muchos años y muchas aventuras como para que algo así la sorprendiera.

Katara tomó su mano con suavidad, guiándolo por los estrechos caminos que levaban desde la parte de atrás del templo, hasta el pequeño balcón en dónde hace tantos años había enseñado a meditar a sus tres hijos. Ese mismo balcón en donde ahora Tenzin acostumbra intentar meditar; Meelo finje meditar mientras duerme; Ikki sueña despierta mientras medita; y Jinora medita... ella sí medita.

Aang se separó de Katara para admirar con detenimiento la decoración de la pequeña estancia, y finalmente se sentó en el centro liberando un suspiro inconscientemente contenido en su pecho. Tantos recuerdos provocaron en Aang inmensa nostalgia. Aquí enseñó a Tenzin a relajar su cuerpo, su mente y a concentrarse para hacer fluir la energía a través de sus chakras. Aang miraba con detenimiento este lugar que pensó jamás volvería a visitar.

Katara de pronto tomó su mano y lo acercó a la orilla del balcón.

-Mira lo que hay allí- dijo señalando hacia abajo.

Los nuevos maestros aire entrenaban bajo la perezosa supervisión de Ikki. Era más un ejercicio de relajación que un entrenamiento, casi un juego.

Aang estaba perplejo. No entendía que estaba pasando.

-¿Qué... de dónde salieron?- su voz se quebró y las lágrimas comenzaron a correr incontrolables por sus mejillas- ¿Son maestros aire? ¿¡Realmente son maestros aire!?- sollozó incrédulo e inmensamente feliz, mientras apartaba con furia las lágrimas que impedían tener una visión clara de la escena que estaba ante sus ojos.

-Sí, son maestros aire, todos ellos-

Quiso hacer más preguntas:¿Cómo era esto posible? ¿Cuántos de ellos había? ¿Estaban habitados también los otros templos? Pero el llanto se hizo incontrolable y articular palabra alguna era simplemente imposible: cayó de rodillas ante el peso de tanta la felicidad.

El deseo de toda una vida, la tan esperada redención: Después de haber huido aquella vez. Después de haber negado su destino. Después de haber renunciado a su responsabilidad y haber dejado perecer a toda su cultura, a sus maestros, a sus amigos, a sus iguales. Después de haberlos abandonado a su suerte frente al peligro de la Nación del Fuego. Finalmente, toda esa culpa que había pesado sobre sus hombros toda su vida, que lo despertaba por las noches sudando frío y que llegaba a él sin avisar a cualquier hora del día al sentirse tan solo; Esa culpa, hoy, había sido sustraída de su pecho. Y a pesar del llanto y los sollozos irregulares que provocaba esta inmensa impresión, nunca en toda su vida había respirado con tanta facilidad, nunca en toda su vida se había sentido tan en paz consigo mismo.

Katara lo abrazó con fuerza. Ella nunca llegó a comprenderlo completamente. Ella jamás se sentiría tan sola y desamparada como él se sintió cuando al despertar de su largo sueño, todo lo que conocía había desaparecido. Pero entendía su dolor y su culpa y cada día intentaba ayudarlo a superar estos sentimientos que lo ataban. Jamás pensó que sería ella la que le daría esta feliz noticia, de hecho jamás pensó que fuera posible hacérselo saber de alguna forma. Ella también lloraba de felicidad, estaba feliz por él. Estaba feliz de que la persona a la que más amó viera por fin su más grande deseo hecho realidad.

-Es una lástima que nuestros hijos no estén aquí para verte. Les hubiera gustado mucho-

-Está bien, es mejor así. Tendría que despedirme de ellos y eso sería... muy doloroso. Como si muriera una segunda vez-

-Pero me alegra que estés aquí. Cenarás con nosotros?- preguntó Katara.

Aang pensó que iría con Iroh a ofrecer una visita a su viejo amigo Zuko, pero la verdad es que el tiempo se le estaba acabando y ni siquiera tenía idea de en dónde pudiera estar el viejo escurridizo. Además, la idea de pasar una acojedora noche con los nuevos maestros aire y con el amor de su vida, dibjaba una enorme sonrisa en su rostro.

-Por supuesto- respondió- cenaré contigo una vez más -dijo Aang.


Cuando Iroh se adentró en el templo, fue inmediatamente detectado por uno de los acólitos, que ante su inesperada presencia se dispuso a preguntar que hacía allí. Iroh intentó explicar de la manera más sencilla y verosímil posible la necesidad imperiosa de encontrar a su sobrino, el General Iroh II. El joven, que respondía al nombre de Kai, dudó un instante, pero no vio daño alguno en ayudar a un viejo a encontrar a su sobrino.

-Por la mañana vi su flota dirigirse hacia el oeste, seguramente hacia la Nación del Fuego- dijo el joven -puedo contactarlo por radio, creo que aún está dentro del rango- dijo guiando a Iroh hacia el cuarto de comunicaciones.

Después de algunos intentos, la comunicación se pudo establecer débilmente entre ambas partes: la flota del joven General debía estar ya bastante lejos de la isla. A través de la radio, Kai explicó al Joven Iroh que su tío-abuelo le estaba buscando. Del otro lado de la línea el joven Iroh frunció el ceño: su tío, de quien había recibido su nombre, había desaparecido hace ya tantos años que no era posible que continuara con vida. ¿Era una trampa? El joven General no tenía duda de que esto era una artimaña, sin embargo siempre fue un hombre directo: fuera cual fuera la situación, la mejor forma de actuar es enfrentándola sin duda y con resolución. Si alguien estaba usurpando el nombre de su tío-abuelo, más valía averiguar porqué.

-Mi flota esta algo lejos ya- dijo el joven Iroh a través del radio.

-Puedo alcanzarlos en uno de los bisontes- sugirió Kai.

-Tráelo hasta aquí entonces. Estas son mis coordenadas…-

El acólito eligió de entre los bisontes, el más ligero y veloz de ellos. Estaba feliz de ayudar al viejo a encontrar a su sobrino: la vida en el templo a veces se tornaba aburrida más allá de lo soportable. Una pequeña aventura y un nuevo rostro le sentaban bien. Pronto se encontraron a toda velocidad rumbo al sur-oeste.

Durante las casi dos horas de vuelo, el viejo Iroh no paró de hablar y hablar, contando a Kai sus más grandiosas hazañas y sus más divertidas anécdotas. Kai escuchaba atento y maravillado hasta que pudo divisar la flota de barcos a lo lejos, rumbo al sol poniente. Kai hizo al enorme animal apurar un poco más el paso para alcanzar la flota.

Estando encima del barco más grande, un soldado desde cubierta le indicó que descendiera. Una vez abajo, el Joven General los esperaba: la espalda recta, manos hacia atrás y barbilla arriba. Su sola presencia ponía de patente su autoridad y carácter.

La resemblanza era asombrosa. El porte militar, la dureza de su expresión, la aguda mirada en sus dorados ojos: Se parecía tanto a Zuko! Y cuando saludó a Kai, su voz terminó por completar el cuadro: el joven General Iroh II llevaba con orgullo la sangre de quien una vez fue Señor del Fuego.

El viejo Iroh, en un acto impulsivo, se acercó a abrazar a su sobrino. Pero el joven General hizo una seña con la cabeza y dos soldados apresaron al viejo, sujetándolo fuertemente por ambos brazos.

Kai dio un paso hacia atrás, sorprendido y dispuesto a mantenerse al margen hasta saber que demonios estaba ocurriendo.

A pesar de su sorpresa, la sonrisa de Iroh jamás se desvaneció de su rostro, por el contrario, se hizo más brillante y sus ojos bailaban juguetonamente.

-Me dirás en este mismo instante quién eres en realidad- exigió el joven General con voz dura y demandante, el ceño fruncido y los labios apretados.

Iroh no aguantó más y de su pecho se escapó una estruendosa carcajada.

La leyenda de Korra pertenece a sus respectivos autores. Este es sólo un trabajo de ficción meramente recreativo.