El Principio de Todo.


Emma releyó una vez más la prueba del artículo que estaba revisando para la edición del periódico que entraría en rotativos en un par de horas. Le costaba trabajo concentrarse, en la redacción había un alboroto que se filtraba a través de la puerta de la oficina y del que no conseguía desentenderse.

Normalmente no tenía problemas para evadirse del ruido circundante, en una redacción con gran cantidad de personal trabajando a dos turnos el ruido siempre estaba presente, pero últimamente estaba más nerviosa de lo habitual, y eso no ayudaba a su poder de concentración.

La perspectiva de conseguir al fin una revista semanal, que el periódico publicaría los sábados, y que sería enteramente obra suya, la tenía nerviosa e impaciente. Sabía por el movimiento que había de entrevistas y visitas a la oficina del redactor jefe, que la publicación era inminente, y este hacía meses que le había prometido la dirección a ella. Incluso habían hablado un poco de la línea que tendría dicha revista, de los contenidos y del formato. Sabía también que llevaba algo de tiempo organizarlo todo, pero estaba realmente impaciente por empezar.

Un murmullo más alto de lo normal procedente de la antesala de su oficina donde trabajaban su ayudante Rubí y un par de chicas más, ambas redactoras, le hizo volver a soltar el artículo que intentaba revisar y salir par a averiguar el motivo de tanta agitación.

Antes de abrir la puerta, se pasó la mano por el pelo para asegurarse de que ningún mechón se había soltado, siempre tenía buen cuidado en mantener su melena rubia y llamativa cuidadosamente recogida con tirantez en una apretada coleta.

Emma pensaba que al trabajo se iba a trabajar y cuidaba escrupulosamente su imagen para evitar provocar tanto en hombres como en mujeres ningún sentimiento que no fuera estrictamente profesional.

De hecho, su ayudante y amiga, con la que compartía piso, solía burlarse y decirle que parecía más lesbiana que ella cuando la veía por las mañanas embutirse en sus habituales trajes pantalón negros, sus sujetadores camiseta que comprimían sus pechos y sus sencillas camisas blancas abotonadas hasta el cuello.

Una vez comprobado que su aspecto era satisfactorio, abrió la puerta. Inmediatamente las risas cesaron y cada una de las chicas volvió a sus deberes.

—¿Puedo saber qué ocurre, que está hoy la redacción tan alterada? Rubí se echó a reír.

—Al parecer hay un espécimen de mujer dando vueltas por el Periódico. Va parando la producción por dondequiera que pasa.

—Ah... ¿Y ese mujer es...?

—Nadie lo sabe.

Rose, una de las chicas respondió.

—Sí que lo sabemos. Es Regina Mills, la hija menor del dueño de la cadena de hoteles más importante de New York. Lo que no sabemos es qué hace aquí.

Emma frunció el ceño. Claro que conocía a la mujer, salía con frecuencia en las revistas del corazón, pero tampoco ella tenía idea de qué pintaba en el periódico. Por lo que sabía ella pasaba todo su tiempo en yates y fiestas.

—Bueno, haga aquí lo que haga, no nos incumbe. Nosotras tenemos que sacar adelante la edición de un periódico, así que manos a la obra.

—Sí, Emma, no te preocupes, estará a tiempo.

Giró sobre sus talones y volvió a entrar a su oficina. No tenía duda de que estaría, sus chicas cumplían siempre con su trabajo. Se había rodeado de un buen equipo. Rose, Ashley y sobre todo Rubí eran eficientes y cumplidoras: contaba con ellas para la revista, aunque todavía no había nada oficial.

Suspiró al sentarse de nuevo en su sillón. Tanto alboroto por una mujer. La tal Regina Mills no era más que una niña de papá, aunque ya bastante entrada en los treinta, mimada y caprichosa. Que ella supiera, no había trabajado en su vida, y si había algo que Emma respetaba era eltrabajo.

Se concentró de nuevo en su labor, hasta que sonó el teléfono de su mesa.

—¿Sí, Rubí?

—August Booth quiere verte en su oficina ahora mismo. Parece importante.

—De acuerdo. ¿Puedes encargarte tú de teminar la corrección?

—Sin problema.

Minutos después volvía a atravesar la puerta de su oficina, después de haber revisado su aspecto. El cabello en su sitio, la chaqueta abrochada, los pantalones impecables. Rubí se había burlado de ella preguntándole con sorna.

—¿Asegurándote de estar perfecta por si te encuentras a Regina Mills? Emma había sonreído a su amiga.

—Sabes perfectamente que soy tan inmune a ese tipo de mujeres. Pero cuando el redactor jefe te llama a su oficina hay que presentar un aspecto profesional.

—Emma, tu presentas un aspecto profesional desde el mismo momento en que pisas el suelo de la redacción hasta que sales de ella.

Cruzó la redacción a paso rápido. Comprobó con satisfacción que a medida que pasaba delante de las mesas la actividad se hacía un poco más intensa; su presencia infundía un respeto que incluso superaba el que provocaba August. Se había ganado una merecida fama de dura e inflexible, y estaba orgullosa de ello. Apreciaba el trabajo bien hecho y todos lo sabían, nunca admitía excusas ni retrasos, pero todos lo aceptaban porque jamás le exigía a nadie algo que no pudiera cumplir.

Se detuvo ante la puerta de August y llamo con dos golpes secos.

—Adelante.

Nada más entrar en la oficina intuyó que algo no iba bien. La cara de August era algo sombría y evitó cuidadosamente su mirada mientras la invitaba a sentarse en el sillón colocado frente a él.

—Rubí me ha dicho que tenías que hablar conmigo de algo urgente.

—Sí, así es.

—Bueno... no tengo todo el día.

—Se trata de la revista. Hay un pequeño cambio en los planes.

—¿Como de pequeño? En realidad todavía está bastante en el aire...¿Acaso no se va a publicar?

—Sí se va a publicar.

—¿Entonces? August, no te andes con rodeos... ese no es mi estilo.

—El problema es tu papel en ella.

—¿No la voy a dirigir yo? ¿Se la vas a dar a otro?

—No exactamente... la intención es que la dirijas tú, pero no sola.

—¿No crees que esté capacitada para hacerlo?

—No es cuestión de capacidad.

—¿De qué entonces?

—De nombre. Eres Emma Swan, lo que quiere decir nadie en el mundo editorial. Una revista de esta envergadura necesita un nombre conocido que la respalde.

—Esta revista se va a regalar con el ejemplar del sábado del periódico, la gente no va a comprarla, de modo que quién la dirija da igual.

—La junta directiva del periódico ha decidido publicar la independientemente del periódico, y por lo tanto, un nombre conocido es imprescindible par a promocionarla.

—Cuando hablas de un nombre conocido, espero que no te refieras a nadie de la familia Goldust Jamás trabajaré con ninguno de ellos.

—No, te estoy hablando de Regina Mills.

—¿Esa divertina? ¿Pretendes que comparta la dirección de la revista con una imbécil que lo único que sabe hacer es mantener el equilibrio en la cubierta de un yate y dejarse fotografiar del brazo de la última mujer de moda?

—Regina tiene una licenciatura en periodismo sacada con excelentes calificaciones.

—Por favor, August, tanto tú como yo sabemos que esas «excelentes calificaciones» las ha comprado el dinero de papá.

—He hablado con ella y me ha parecido una mujer inteligente.

—¿Y me puedes decir cómo, de entre todo el círculo periodístico, se te ha ocurrido pensar en ella? Por Dios, bien sabes que yo quería llevar este proyecto sola, pero si voy a compartir la dirección, ¿por qué no has buscado a alguien competente, además de conocido?

—Ni el nombre ni la decisión son cosa mía, Emma. Yo quería que la llevases tú, pero como sabes hay gente por encima de mí. Al parecer, se trata de un favor personal que alguien de arriba le hace al padre de Regina.

—O sea que papito le ha comprado un trabajo a la niña.

—Algo así. Siempre puedes no aceptar... A mí personalmente me gustaría que lo llevaras tú, y tienes el suficiente carácter para meterla en cintura, pero la decisión es tuya.

—Por supuesto que no voy a renunciar. Llevo años esperando esta oportunidad y no voy a dejarla escapar.

—Entonces, esta tarde a las cuatro nos reuniremos con ella para tratar el asunto. Antes quería hablar contigo.

—¿No vas a aclararme nada más? ¿Ni el tipo de cooperación que vamos a tener, ni quién va a llevar el control ni nada?

—Eso es algo que deben decidir entre ustedes.

—O sea, que yo voy a trabajar y ella solo va a poner su nombre...

—No lo sé, no sé si Regina tiene intención de trabajar o hacer como que trabaja. Me la han presentado esta mañana y solo he intercambiado con ella unas cuantas frases. No he querido ahondar en el tema hasta saber si tú aceptarías. Decidiremos todo a las cuatro.

—De acuerdo.

Regresó a su oficina y se sumió en un mutismo del que ni Rubí pudo sacarla. Nada más ver la comprendió que cualquier pregunta sobre la reunión y sobre su evidente malhumor estaba fuera de lugar.


A las cuatro en punto, ni un minuto antes ni uno después, Emma volvió a llamar a la puerta de la oficina de August. Cuando recibió la invitación para entrar y empujó la puerta, comprobó que su jefe no estaba solo. En el asiento en que unas horas antes se sentara ella, se encontraba ahora Regina Mills. Como buena observadora, le bastó un rápido vistazo para comprobar que era más atractiva en persona que en las fotos. Su porte indolente, con una pierna cruzada sobre la otra la irritaron nada más verla. Vestía un pantalón negro, una blusa blanca con un par de botones abiertos a la altura de los pechos y un saco negro. Todo de marca e indudablemente caro.

Observó cómo la mirada de ella la recorría también con un atisbo de curiosidad, desde la coleta apretada en la nuca, hasta los pechos planos y el cuerpo que a propósito escondía, no mostraba su cuerpo lleno de curvas que en verdad poseía. Porque hacía mucho tiempo que había comprendido que una mujer atractiva y sensual tenía muy difícil hacer carrera en el mundo editorial. Había que ser una rompepelotas fría y poco atractiva par a conseguirlo, y ella no había dudado en asumir el rol.

—Emma, te presento a Regina Mills. Emma Swan.

Ella se levantó de la silla y le tendió la mano de forma perezosa. Emma le dio un apretón seco y rápido que apenas duró un par de segundos, y tomó asiento. August tomó la palabra.

—Una vez hechas las presentaciones, deberíamos pasar al asunto que nos trae hoy aquí. Como ya ambas sabéis, el periódico va a empezar la publicación de una revista que ustedes van a dirigir conjuntamente. Emma ya tiene una idea del tipo de revista que será, cubrirá un poco de todo. Arte, ciencia, viajes, alguna entrevista a un personaje de actualidad o un reportaje sobre algún tema candente. No tiene que tener un formato que se repita, en ella debe haber cabida para casi todo. Por eso se va a llamar Mixtrum.

—¿También moda, belleza y gastronomía?—preguntó Regina.

—¿Tengo aspecto de dirigir una revista de ese tipo? Ella la miró fijamente por unos segundos.

—No, pero como ha dicho que debe haber cabida para todo...

—Obviamente que si hay algo excepcional que abarque uno de esos contenidos, lo cubriré, pero no habrá secciones fijas.

—Querrás decir la cubriremos, ¿no?

—He querido decir lo que he dicho. Todavía no ha quedado claro el papel de cada una de nosotras en esto.

Regina enarcó las cejas y no dijo nada.

—Bueno, tranquilas... Todo quedará aclarado en seguida. Tratemos esto como personas civilizadas.

—Pues empieza por aclararme cuál va a ser mi cometido aquí, August. ¿Voy a dirigir la revista sí o no?

—Las dos la van a dirigir.

—¿Tendré capacidad de decisión?

—Por supuesto, ambas lo tendrán.

—Eso va a ser difícil, salvo que la señora Mills prefiera dejarme a mí la dirección y limitarse a poner su nombre en el papel. ¿Es esa su intención?—preguntó mirándole fijamente.

Ella hizo un gesto ambiguo con la boca.

—No —respondió—. No es esa mi intención. Me han ofrecido el puesto de directora en una revista, no un espacio para colocar mi nombre.

—¿Y tiene usted alguna idea de cómo dirigir una revista?

—Por supuesto. Tengo una licenciatura en periodismo, señorita Swan. ¿O debo llamarla señora?

—Señorita.

—No sé por qué no me extraña.

—Tampoco a mí me extraña que tenga usted una licenciatura en periodismo. El dinero lo compra todo, pero eso no significa que sepa hacer el tipo de trabajo que se requiere.

—Antes de hacer juicios apresurados debería comprobar lo que sé y lo que no sé hacer. A lo mejor se sorprende... señorita.

—Regina, Emma... por favor. Pensaba dejarlas llegar a un acuerdo entre ustedes sobre cómo repartir las competencias, pero está claro que deberé ser yo quien ponga los límites. Mixtrum se publicará semanalmente y cada semana será una de ustedes la que decida tanto la portada como el contenido. Pero en ningún caso se publicará nada que no haya sido previamente aprobada por la otra. ¿Queda claro? Sería mucho más fácil si vieran a la otra durante esa semana como una colaboradora y no rechazarle todo lo que aporte sistemáticamente. Piensen que a la semana siguiente les tocará estar en el mismo lugar.

—¿Y si la revista se vende más con el contenido de una de nosotras, semana tras semana? ¿Seguiría siendo rotatoria la dirección?

—Pues eso ya no se los puedo decir. Si la diferencia en las ventas es muy significativa, habrá que replanteárselo.

—¿La revista aparecerá cada semana con el nombre de una de nosotras o de las dos?

—No, el nombre de ambas aparecerá en cada publicación.

—¿Tenemos carta blanca a la hora de elegir los temas a tratar ?

—Sí, Regina, pero ten en cuenta lo que he dicho antes. Emma deberá aprobarlos antes de la publicación. Y viceversa.

—¿Algo más?

—No, Emma, en principio nada más. Enséñale a Regina dónde está tu oficina; mañana haré colocar allí un mesa par a ella.

—Mi oficina es muy pequeña, August, apenas puedo moverme en ella cuando nos reunimos todo el equipo. Si colocas una mesa más será imposible hacerlo. Y en la antesala hay tres chicas trabajando. En vista de lo que ha pasado hoy no creo que sea buena idea poner a la señora Mills allí.

—¿Lo que ha pasado hoy?

—La señora Mills es una conocida fiestera.

—Llámame Regina.

Emma le lanzó una mirada fría y despectiva.

—La señora Mills ha causado un considerable revuelo en el personal de la redacción, por lo que he podido oír, y no pienso consentir que el trabajo de mi equipo se resienta por su presencia. Acomódala en otro sitio, lejos de mi gente.

Regina levantó una ceja sarcástica.

—¿Tan faltas de una mujer están tus trabajadores que la sola presencia de una mujer cerca paraliza el trabajo?

—La vida privada de mi equipo no es asunto mío, pero su trabajo sí, y no toleraré distracciones.

—Regina —intervino August—. ¿Tienes inconveniente en que te acomode en una oficina fuera del recinto de Emma?

—No, en realidad te lo agradezco. Me resultará más agradable trabajar si no tengo que ver continuamente una cara de palo.

—Bien, entonces empezamos mañana. Y, sinceramente, me gustaría que se replantearan su actitud. Tienen que trabajar juntas lo quieran o no, así que sería mejor si entierran el hacha de guerra.

August se levantó dando por terminada la reunión.

—Regina, te esperamos mañana.

—Aquí estaré —dijo levantándose a su vez. Emma hizo lo propio y una detrás de la otra abandonaron la oficina.

Apenas habían cruzado el umbral, Emma se volvió hacia Regina y le advirtió:

—A las ocho en punto, Mills. No tolero retrasos en mi equipo.

—No soy un miembro de tu equipo, soy codirectora contigo.

—También yo formo parte del equipo y estoy aquí a las ocho en punto. Siempre.

—¿Siempre?

—Siempre.

Caminaban juntas a través de la redacción, cruzando pasillos llenos de puertas abiertas en cuyos oficinas se realizaba una actividad constante.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Solo si es sobre trabajo. Regina ignoró la advertencia.

—¿Te he hecho algo en el pasado y no lo recuerdo?

—Jamás nos hemos conocido antes.

—Eso me parecía, pero claro, yo conozco a mucha gente. Y quién sabe, a lo mejor te he echado un polvo en una noche de borrachera y no la recuerdo, porque no entiendo tu actitud hacia mí.

—Yo no echo polvos de borrachera. Simplemente no soporto a la gente como tú.

—¿Qué gente? ¿De Dinero?

—No tengo en muy buen concepto a la gente podrida de dinero que se aprovecha de ello para comprarlo todo, incluido un trabajo.

—El dinero no es mío, sino de mi padre y si su inversión en publicidad en Mixtrum es lo bastante sustanciosa como para que me hayan ofrecido el puesto de directora en la misma, no voy a rechazarlo. Tú tampoco lo harías, querida.

—Por supuesto que lo haría, yo soy una mujer íntegra.

—Si tu padre fuera rico y con la influencia suficiente para comprarte la dirección de la revista para ti solita, ya hablaríamos de integridad.

—No hables de lo que no sabes. Y no me llames querida. Mills, no tienes idea de dónde te estás metiendo. Voy a echarte de Mixtrum y voy a hacerlo solo con mi trabajo, con mis índices de ventas. Y ni tu padre ni todo el dinero de publicidad que pueda invertir en ella van a evitarlo.

—¿Sabes una cosa, Querida? Creo que necesitas trabajar menos y follar más.

—Si quieres continuar en la revista, tú deberás hacer lo contrario.

—No me subestimes... Ya veremos quién echa a quien. Nos vemos mañana a las ocho en punto... señorita.


Cuando llegó a su oficina, Ashley y Rose ya se habían ido. Al igual que exigía puntualidad a la hora de incorporarse al trabajo, también respetaba escrupulosamente la hora de marcharse del mismo, salvo que hubiera alguna urgencia y todas necesitaran echar horas extras. Y en esos casos Emma siempre era la última en marcharse.

Confiaba en que Rubí tampoco estuviera allí, se sentía tan furiosa que ni siquiera le apetecía hablarlo con ella, pero su amiga la conocía demasiado bien y la estaba esperando.

—¿Todavía aquí? Creía que hoy ibas a casa de Belle.

—Puedo ir más tarde, cuando sepa los sapos y culebras que te están comiendo por dentro.

—De acuerdo, pero aquí no. Te lo cuento en el coche mientras te acerco a casa de Belle

—Vale.

Emma entró en su oficina y cada una se dedicó por un rato a recoger sus respectivas mesas de trabajo.

Ambas mujeres eran amigas desde la universidad y cuando terminaron sus estudios tuvieron la suerte de encontrar trabajo en el mismo periódico. Emma, que acababa de salir de una ruptura familiar, movida por una ambición y un deseo frenético de abrirse camino, había trabajado día y noche ascendiendo en poco tiempo de simple redactor a jefe de redacción de la sección de noticias de última hora. Había reclamado a Rubí como su ayudante y después había ido librándose de algunos miembros de la sección e incorporando a otros, hasta que su equipo había quedado como estaba en esos momentos; con dos personas menos de las que tenía en principio, pero mucho más eficiente.

Oficialmente, ella y Rubí compartían piso, aunque en realidad su amiga mantenía una relación con otra chica desde hacía año y medio y pasaba la mayor parte del tiempo en casa de esta. Sin embargo, la familia de Belle era católica, tradicional e intransigente hasta el punto de que su hija no se había encontrado capaz de hablarles de su atracción por las mujeres. Mantenía su relación con Rubí en el más estricto secreto, de forma que solo se veían algunos días de la semana, aquellos en los que Belle estaba segura de que ninguno de sus familiares iba a presentarse en su casa, cosa que hacían a menudo sin avisar. Emma temía que la relación se acabar a resintiendo porque a Rubí ya le pesaba el secreto. Ella había hablado con sus padres de sus inclinaciones sexuales siendo apenas una adolescente y cuando Emma y ella se hicieron amigas, esta sabía que durante un tiempo los padres de Rubí pensaban que eran algo más. Pero nunca había habido ese tipo de atracción entre ellas. Emma tenía muy claro que tipo de mujeres le atraían, aunque el tipo de mujeres que a ella le atraían escaseaban cada día más. En cambio abundaban los del tipo Regina Mills.

Una vez terminaron de recoger, apagar los ordenadores y las luces, ambas se dirigieron en los ascensores hasta el aparcamiento subterráneo. Y apenas acomodadas en el coche de Emma, Rubí ya no pudo contener más su curiosidad.

—Vamos, suéltalo ya. ¿Qué quería August? ¿Acaso Mixtrum no se va a publicar?

—Sí se va a publicar, pero no voy a dirigirla yo sola. Me temo que voy a tener que tragarme a esa mujer como codirectora.

—¿A Regina Mills?

—Joder, ahora me explico tu cara de todo el día. Otra vez te va a tocar trabajar para que otro se lleve el mérito, ¿no?

Emma dio un brusco giro de volante par a incorporarse al tráfico antes de responder.

—Me temo que es todavía peor. Quiere dirigir la revista conmigo.

—Jodeeeer r r... ¿Y qué sabe esa de dirigir una publicación?

—Dice que es licenciada en periodismo.

—A lo mejor es verdad.

—Seguramente lo es, no creo que mienta en eso. Pero tú has pasado por la facultad de periodismo al igual que yo. Sabes lo fácil que lo tienen para aprobar los de su tipo, Yo misma, si hubiera querido tendría hoy el título sin haber apenas abierto un libro.

—Pero no lo hiciste, y a lo mejor a ella le ha pasado igual.

—Lo dudo mucho, Rubí. Por Dios, ¿cuántos años tiene? ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? En todo ese tiempo no ha hecho más que vivir del dinero de papá. ¿Y ahora pretende jugar a que trabaja? Pero una cosa te digo, no va a durar mucho como directora de Mixtrum.

—Le piensas joder la vida, ¿no? Emma se permitió una leve sonrisa.

—Todo lo que pueda. Por lo pronto la voy a hacer trabajar como no lo ha hecho nunca en su vida. August ha decidido que cada semana una de nosotras se va a ocupar de la publicación de forma alternativa y durante esa semana la otra actuará como colaboradora. Y la pienso poner el nivel tan alto a la cabrona que para igualar mi publicación, solo igualarla, va a sudar sangre. No va a tener tiempo de pasar por las oficinas alborotando a medio mundo de la redacción, como ha hecho hoy. Y si lo hace, su publicación será tan mediocre que estará fuera de ella en un par de semanas. ¡La hija de puta se ha permitido decirme que folle más!

Rubí se rió a carcajadas.

—¿En serio? ¿Y qué le dijiste?

—Que ella debería follar menos. Al final hemos acabado retándonos a ver quién echa de la revista a quién.

—Esto va a ser muy divertido.

Emma detuvo el coche ante la puerta de Belle.

—Bueno, saluda a tu chica de mi parte.

—Y tú relájate, mañana te espera un día duro.


Regina salió sintiendo la bilis subirle por la garganta. Hacía mucho tiempo que nadie la hacía enfurecer como lo había hecho aquella rubia estúpida que era Emma Swan. Le había costado mantener las formas y no gritarle que se metiera su ridícula revista por donde quisiera, que a ella le importaba una mierda. Ella estaba tan a gusto en Londres haciendo sus masters, uno detrás de otro. Y la señorita Swan se había permitido dudar de su título. Si había algo que tenía eran títulos, joder. Después de licenciarse había estado haciendo masters de especialización, uno tras otro en todas las universidades de prestigio europeas, claro que para evitar que su padre la pusiera a trabajar en la empresa familiar como hacía su hermana. No le importaban los hoteles más que para alojarse en ellos. Ni le interesaba la gestión de empresas. Lo que a ella de verdad le gustaba, con lo que disfrutaba, era estudiar. Y su padre era jodidamente rico, no necesitaba aplicar sus conocimientos para ganar se la vida. Pero por supuesto que su madre tenía que joderla había convencido a su padre que ya estaba bien de estudiar y había llegado la hora de trabajar. Cuando se negó a hacerlo en la dirección de la cadena de hoteles diciéndole que era periodista, le buscó aquel trabajo y la amenazó con bajarle la asignación de sus gastos a una cantidad tan mísera que apenas le habría bastado para malvivir. Y todavía no podía permitirse vivir de sus inversiones. Ni el mercedes, ni el yate, ni su apartamento de central park con su grupo de criados invisibles que se ocupaban de que su vida fuera cómoda, se los habría podido permitir.

Mientras conducía le sonó el móvil, y le echó un vistazo de reojo.

Elsa. No estaba de humor para ella. Sabía que debía tener cuidado con Elsa, era ambiciosa y se había propuesto pescarla, eso lo tenía claro. Pero tenía un cuerpo de infarto y follaba como una puta. Con clase eso sí, pero puta al fin y al cabo. Y ella no se dejaba atrapar por ninguna puta, por ninguna mujer de hecho. Aunque era con Elsa con quien se veía más frecuentemente, eso no significaba que fuera la única que se llevaba a la cama.

Ignoró la llamada y recordó que era martes, el día de la semana que su cuñado iba al Club con sus amigos a jugar partidos de tennis y que su hermana Zelena estaría sola en casa cuidando de su sobrino, Roland.

Cambió de dirección en la primera rotonda que encontró y se dirigió a la Mansión hacia las afueras donde vivía su hermana.

Cuando llamó a la puerta y esta se abrió, la pelirroja le sonrió. La hermanas no se parecían tanto en el físico pero sin duda tenían el carácter de los Mills.

—¡Pero mira quién es...! La hija pródiga.

Ambas se abrazaron efusivamente. A pesar de sus diferencias se querían mucho.

—Necesito un trago.

—Vaya... —Zelena sacudió la cabeza sorprendida, precediéndola hasta el salón—. ¿Mal de amores?

—¿Estás jodiendome? ¿Mal de amores yo? No, nada de eso.

—Ya me parecía... Pero tú no sueles nada más al entrar pedir un trago. Tienes muchos defectos, hermana, pero no eres una alcohólica.

—Pues hoy lo necesito. Alguien me ha sacado de quicio. Entraron en el salón y Roland, un curioso niño de tres años se levantó rápido de la alfombra y corrió hacia ellas.

—¡Titaaa!

Regina le cogió en brazos y le alzó sobre su cabeza zarandeándole y haciéndole reír.

—Ey, Tesoro... ¿Cómo está mi chico favorito?

—Muy bien, tita, estoy viendo dibujos ¿Quieres sentarte a verlos conmigo?

—No, Roland —intervino su madre—, la tita y yo tenemos que hablar. Sigue tú viendo los dibujos.

El salón era lo suficientemente grande para que pudieran mantener una conversación a media voz sin que el niño se enterase.

Zelena sirvió un carísimo whisky en dos vasos con hielo y se sentaron en los butacones.

—Bueno, Regina... suéltalo. ¿Quién te ha puesto así?

—Una tipa

—¿Elsa?

—No... Esa me pone de otra forma...

—Todo esto empezó con la manía de Madre de que me ponga a trabajar ; dice que ya está bien de hacer la vaga.

—Tienes treinta y cinco años, Regina.

—Pero no soy ninguna vaga. Tengo tres carreras: empresariales, derecho por … no sé por qué realmente, y periodismo porque era lo que yo quería hacer. Y cuatro masters. No he perdido un curso académico en mi vida, y te aseguro que me he estudiado hasta la última coma de los temarios, no me han regalado los aprobados como piensa la señorita palo metido por el culo.

—Deduzco que es esa señorita quien te ha enfurecido.

—La misma.

—¿Y es...?

—Una redactora de tres al cuarto a la que le han ofrecido dirigir una revista estúpida e insulsa y se ha tomado muy mal que yo vaya a dirigirla con ella.

—¿Vas a dirigir una revista? —preguntó extrañada.

—Es cosa de tu madre, no mía. Se ha empeñado en que trabaje y como no he querido hacerlo en la empresa familiar me ha buscado esto. Y si no quiero perder el ritmo de vida que llevo tengo que trabajar. Hoy hemos tenido la primera reunión con el editor jefe. Solo de pensar que voy a trabajar con ella me dan ganas de tirarme por un puente.

Regina le dio un largo sorbo a su bebida.

—¿Pero qué ha hecho exactamente?

—Ha cuestionado mi título, ha cuestionado mi capacidad de trabajo, mi puntualidad. Hasta me ha dicho que debo follar menos si quiero cumplir con mi trabajo. ¡No te jode, la señorita Swan! Que tiene pinta de no haber follado en su vida…

—Vamos, Regina, tú nunca has tenido dificultad para meterte a cualquier mujer en el bolsillo. Despliega un poco de tu encanto.

—¿Con esta? ¡Ni muerta!

—¿Es joven o vieja?

—No lo sé. Una edad indefinida entre los treinta y los cuarenta y cinco. Pelo rubio y rizado recogido en una coleta ridícula, cuerpo de palo de escoba y cara de siesa. De esas que no pierden la mala leche por mucho fibra que tomen.

Zelena se echó a reír a carcajadas.

—Vaya, vaya... Sí que pinta mal.

—Me ha amenazado con echarme de la revista por incapaz en poco tiempo.

—¿Y tú como has reaccionado a eso?

—Diciéndole que será ella la que se vaya y no yo. Y pienso hacerlo, hermana, yo sola, sin utilizar las influencias de nuestro padre en absoluto. Esta perra va a saber quién es Regina Mills. Voy a hacerle tragar sus palabras una por una, a demostrarle que no es el ombligo del mundo sino una redactor a mediocre que no va a vender un solo ejemplar.

—¿Y esa señora se llama?

—Emma Swan, y es señorita, Ningún hombre o mujer podría meterse en la cama con eso, por Dios. ¿Te suena de algo?

—No.

Por un momento Zelena pensó que esa tal Emma Swan podría ser alguien contratado por su padre para meter a su hermana en el redil y hacerla volver a la empresa familiar, incapaz de soportar la presión de trabajar con alguien difícil de llevar.

La llegada de Roland, que había terminado de ver los dibujos, puso fin bruscamente a la conversación.

Regina se quedó a cenar con su hermana y su sobrino y se marchó temprano dispuesta a presentarse en el periódico al día siguiente a las ocho en punto.


Que comience la guerra... :D