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Pero siempre habrá poesía

Cuando Alonso de Entrerríos atravesó nuevamente la puerta 350, llegó al Ministerio del Tiempo para toparse con que una nueva jornada de trabajo estaba comenzando: veía ir y venir a compañeros que reconocía y a otros que no tanto, pero todos ellos con cara de sueño y con tazas de café en la mano, hablando en pequeños grupos de las misiones a las que tendrían que enfrentarse a lo largo del día. No era de extrañar, después de todo: el soldado de los Tercios de Flandes había pasado toda la madrugada acompañando a Gustavo Adolfo Bécquer en su agonía, no había tenido tiempo de dormir.

No obstante, Alonso siempre había sido una persona muy disciplinada consigo misma y no iba a dejar que esa falta de horas de sueño le supusiera un obstáculo para las labores que aquel nuevo día le tenía preparadas: al fin y al cabo, acudir a esa madrugada del día 22 de Diciembre de 1870 había sido decisión suya y debía asumir las consecuencias.

El agente del ministerio subió con paso cansado las escaleras de caracol que llevaban a la planta principal del lugar, donde se encontraban los distintos departamentos de caracterización, la biblioteca y, cómo no, también la cafetería, que a aquella hora de la mañana estaba de lo más concurrida. Alonso se pasó la mano por el rostro en señal de cansancio a la vez que entraba en dicha sala, donde casi todas las mesas se hallaban ocupadas. En una de ellas, Alonso vio a Julián y Amelia, conversando entre sí. El enfermero se encontraba sentado de espaldas a él, pero la joven universitaria le vio y se incorporó de su asiento para que la viera y le hizo señales para que se acercara a ellos.

Conforme se fue acercando a ellos, Amelia esbozó una triste sonrisa y le tendió los brazos, ofreciéndole un abrazo que Alonso no dudó en aceptar, a pesar de que él nunca había sido demasiado amigo de muestras de afecto como aquella. Quizás siendo consciente de esto, Amelia le abrazó fuertemente, pasándole la mano por la espalda, pues bien sabía que para Alonso aquella noche no debía haber resultado nada fácil. Cuando la joven separó de él, Julián también se había puesto en pie, con ese brillo en los ojos y esa media sonrisa que siempre le caracterizaba, y también abrazó a Alonso, aunque más brevemente, dándole unas palmadas en la espalda a modo de consuelo.

- Estoy bien, os lo aseguro – hizo saber Alonso, una vez que se hubo separado también del abrazo de Julián, antes de que sus compañeros hicieran preguntas al respecto. - Todo ha pasado ya y él... Él se ha marchado en paz

Amelia asintió, aún manteniendo esa leve sonrisa en el rostro: se sentía orgullosa de su compañero. Recordaba que, al principio de conocerle, no eran pocas las veces en las que sentía unos inmensos deseos de romperle algo en la cabeza por los comentarios que hacía respecto a su papel como líder de patrulla y el desdén con el que a veces escuchaba sus consejos, pero de todo eso hacía ya mucho y Alonso había tenido la sabiduría suficiente como para comprender que los tiempos habían cambiado y comenzar a apreciar todo lo que la mujer tenía que ofrecer en puestos de mayor responsabilidad de los que le eran asignados en la época en que él vivió. Alonso de Entreríos no era sólo deber y disciplina, Amelia lo sabía: no seguía órdenes ciegamente como cualquier fanático, sino que también tenía muy en cuenta cómo se sentía él mismo respecto a esas órdenes y obraba en consecuencia. Después de todo, había sido esa actitud la que le había llevado a trabajar para el Ministerio del Tiempo.

Y también parecía haber sido esa actitud la que había hecho posible que Gustavo Adolfo Bécquer abandonara el mundo de los vivos con esperanza en un porvenir que él ya no viviría.

- Vamos – dijo Julián haciendo un gesto con la cabeza hacia la mesa en la que hasta hacía poco habían estado sentados Amelia y él. - A Amelia se le ha ocurrido una cosa...

Alonso tomó asiento en una silla que le tendió el enfermero, acercándose a la mesa. Fue entonces, cuando tanto el enfermero como la universitaria se habían sentado también, vio que, sobre la superficie de la mesa se hallaba el ejemplar de las obras de Gustavo Adolfo Bécquer que, meses atrás, Julián había tomado prestado de la biblioteca del Ministerio del Tiempo y, por lo que podía ver, una de sus páginas estaba señalada.

La universitaria tomó el libro con delicadeza, con el cariño propio de quien ha crecido rodeada de ellos y amándolos por ofrecer tantas aventuras y sabiduría de gentes pasadas, y lo abrió por la página en la que previamente había depositado el señalador. Compartió una mirada con sus compañeros y esbozó una amable sonrisa, después bajó la mirada hacia las líneas del libro y comenzó a leer:

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira:

Podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

El soldado sonrió y compartió una mirada de agradecimiento con Julián, mientras Amelia continuaba recitando el famoso poema con solemnidad. A la mente de los tres compañeros acudieron presurosos recuerdos de los momentos vividos con los hermanos Bécquer: cómo los ojos de Valeriano siempre parecían reír, cómo la afabilidad y el don de gentes de Gustavo no tenían nada que ver con su supuesta melancolía perenne, cómo, al final de tantas cosas, habían tenido oportunidad de conocer a dos personajes históricos a los que siempre recordarían con cariño. No iban a mentir, cumplir con aquella misión no había sido fácil y les había dado muchos quebraderos de cabeza, pero al final todo había salido bien.

Todo había sido como debía ser, con la excepción de que Gustavo Adolfo Bécquer se había marchado al otro mundo en paz, sabiendo que sus obras serían publicadas, que el trabajo artístico de su hermano no caería en el olvido y que el mundo no olvidaría a ninguno de los dos, aunque el poeta había llegado a temer lo contrario.

Sus nombres siempre aparecerían escritos en la Historia de la Literatura de España y, como no podía ser de otro modo, también en la del Ministerio del Tiempo y en la de esos tres amigos que, reunidos en torno a una mesa de la cafetería del mismo, se despedían finalmente de ellos.

Los años pasaban, incluso los siglos pasaban, pero, a pesar de todo cuanto pudiera acontecer en el mundo, siempre había un nuevo amanecer, una nueva esperanza, tras la oscuridad de la noche.

El sol siempre volvería a iluminar el mundo con su luz.

Y siempre habría poesía.


Notas finales de autora:

No os podéis imaginar la alegría que me supone ver este fic ya terminado y publicado :). Ha sido un viaje largo, pero aquí estamos. He pasado los últimos meses leyendo todo lo que caía en mis manos sobre los hermanos Bécquer y compaginando el escribir con mis deberes académicos, pero ha sido toda una aventura. Sólo espero que hayáis disfrutado tanto este fic como yo al escribirlo :).

Quería dedicar este trabajo de fan a otros dos hermanos, Pablo y Javier Olivares, por traer el Ministerio del Tiempo a mi vida. Siento por ella un entusiasmo que comparte toda mi familia, creando así nuevos recuerdos compartidos que atesoraré por siempre, y que me ha permitido conocer a gente tan entusiasta de la literatura y la Historia como yo.

También a todos los que me han preguntado en los últimos meses "¿Cómo llevas lo de Bécquer?" XD.

Y, por supuesto, como no podía ser de otra manera, a Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer, porque gracias a escribir este fic he podido conocerles mucho mejor, especialmente al primero de ellos, más allá de la imagen melancólica y pseudoangelical que siempre le ha acompañado. Leí sus Rimas y Leyendas cuando tenía quince años y once años después, tras poder conocerle más a fondo a través de la labor de documentación, me ha quedado deseando poder haber tenido la oportunidad de tomar una puerta del tiempo para compartir una conversación con él y con su inseparable hermano Valeriano. Me he encariñado mucho con ambos y sólo espero haberles hecho justicia. Gustavo, Valeriano: ha sido encantador conoceros.

Y, por supuesto, a todos los que estáis leyendo estas líneas ahora mismo: mil gracias por leer mi versión de cómo sería un capítulo de El ministerio del Tiempo con Gustavo Adolfo Bécquer de por medio. Espero haber hecho algo más llevadera la espera hasta la tercera temporada.

Por si a alguien le interesa indagar algo más, os dejo la bibliografía principal que he utilizado:

- Bécquer, G. A. (2004). Obras completas, ed. J. Estruch. Madrid, Cátedra.

- Bécquer, J. (1932). La verdad sobre los hermanos Bécquer. Revista de la biblioteca, archivo y museo, IX, 91.

- Ménguez Rodríguez, F. (2010). La propiedad literaria de las obras de Gustavo Adolfo Bécquer. Revista de literatura, 72(143), 119-136.

- Rodríguez Lorenzo, G. A. (2015). Julia Espín y los arquetipos románticos femeninos. QuaDriVium: revista digital de Musicología, 5.

- Rubio Jiménez, J. (1997). Gustavo Adolfo Bécquer y Julia Espín: los álbumes de Julia. El Gnomo: Boletín de estudios becquerianos, (6), 133-274.

- Sebold, R. P. (1985). Gustavo Adolfo Bécquer. Taurus Ediciones.