Hola, regresé con una nueva historia para mi OTP consentida, sé que tengo un fic inconcluso prometo terminarla pronto, pero esta idea me rondaba la mente con mucha insistencia y me senté a desarrollarla a ver qué tal sale. Para este fic no tomen en cuenta edades oficiales de nadie porque cuando pasen "cosas" no van a cuadrar hahaha. He tomado elementos de lo que se ha animado y algunos otros detalles. Bueno, disfrútenla y ya saben que sus reviews son más que bienvenidas.

T odos los personajes aquí mencionados son propiedad de Masami Kurumada.


Capítulo I. Primer Encuentro.

Bajo el ardiente sol de medio día hay un joven postrado en el caliente piso de arena y rocas cubierto de heridas y sudor. El jovencito no sobrepasa la tierna adolescencia.

Unos ojos inocentes lo ven a lo lejos, pertenecen a una niña que tomada de la mano va en dirección desconocida.

El chico no se mueve; el tierno corazón de la pequeña siente dolor y se lleva una mano al pecho, con un brusco jalón se safa de la mano adulta que la lleva y corre fuerte para alcanzarlo. De vestimenta lleva un quitón color blanco y de calzado unas sandalias atadas a la antigua usanza Griega. Su cabeza está cubierta por un manto de lino para protegerse del sol y de su cuello cuelga un pendiente que al moverse suena como una pequeña campana con apariencia de un cascabel de cristal.

Tan pronto como alcanza el lugar donde yace el jovencito, se arrodilla a su costado y le observa.

- ¿Estás bien? – le pregunta, más no obtiene respuesta.

La pequeña se quita el manto sobre su cabeza y deja al descubierto una bella y ondulada cabellera que parece encendida por los rayos de sol y comienza a limpiar el sudor y la sangre que hay en el rostro del chico. Sus manos delicadas y blancas lo atienden con delicadeza. De su cintura descuelga un recipiente con agua; con una mano levanta la cabeza del chico y con la otra le da de beber, él parece reaccionar pero no puede despertar.

Unos pasos adultos parecen alcanzarles y una voz se deja escuchar.

- Él estará bien, es fuerte, es un Santo Dorado y su destino no es morir aquí – le dice señalando una caja dorada junto al muchacho.

La niña escucha las palabras del adulto y voltea a mirar el objeto y al chico; con ternura pasa una mano por aquella castaña y despeinada cabellera en una caricia que se extiende por su frente para terminar en su mejilla.

- Debes vivir - le susurra ella.

- Debemos seguir nuestro camino – dice la voz tras ella.

El jovencito logra entreabrir los ojos pero su vista está nublada, siente una suave caricia desvanecerse por su mejilla, lo único que alcanza a distinguir son un precioso par de ojos azules que le miran; "un ángel" piensa él. No puede levantarse y agradecer, más por siempre atesoraría esa caricia en su corazón.

-o-

Avanzada la tarde en el interior de una pequeña cabaña rústica, ubicada en algún lugar alejado del bullicio de aquél sagrado y místico lugar llamado Santuario, se escuchan risas y una charla muy amena. Sobre una pequeña mesa de madera hay platos vacíos como indicio de que la hora de la cena ha terminado, el ambiente se siente alegre, las dos personas sentadas frente a frente platican y ríen de una manera muy natural, de pronto se hace silencio entre los dos, se quedan mirando fijamente uno al otro. Sus miradas dicen más que palabras. Lejos de ser incómodo se había vuelto una cotidianeidad desde hacía tiempo atrás.

- Gracias por la comida – el hombre es quien termina el momento.

- De nada, y perdón por hacerte comer de espaldas…una vez más – la chica le responde.

- No te fijes, te has disculpado tantas veces por lo mismo desde hace tanto tiempo que de verdad ya no deberías. ¿Sabes de qué me acordé? De cuando llegamos a cenar Seiya, tú y yo juntos y de cómo nos reprendías y advertías si es que nos atrevíamos a voltear y mirarte, parecíamos….- el joven guardó silencio, no sabía si debía terminar la frase, un leve rubor subió por su rostro y en un tono bajo lo dijo sin más -…una familia.

Al escuchar el final de la frase, la joven bajó la mirada y sonrío amablemente, pero él no lo sabría pues una máscara la cubría.

Aioria y Marin se conocían de mucho tiempo ya, la complicidad y la confianza entre ellos era incuestionable, ambos conocían sus fortalezas y sus debilidades y trataban de apoyarse el uno al otro en todo momento; ambos se comprendían a la perfección, desde el primer momento parecía como si se hubieran reencontrado de una vida anterior. Eran dos mitades de una misma pieza y sin embargo jamás se habían unido.

- Hablando de Seiya, me escribió el otro día, dice que tal vez venga de visita y que espera verte y platicar contigo también – Dijo Marin de pronto, levantándose y recogiendo los platos sobre la mesa.

- ¡Ah vaya! Que sorpresa, espero que esté cuidando bien de Athena en Japón.

Tras la confrontación con el señor de los mares Poseidón, Athena y sus santos habían entrado a una corta era de paz y tranquilidad, nadie sabía cuánto duraría pero, el estar alertas a cualquier señal era uno de sus deberes.

Desde su silla, Aioria no perdía de vista a la pelirroja frente a él desde que se levantó, juntó los platos y dio media vuelta para dirigirse al lavabo. Una vez allí, abrió el grifo y se dispuso a lavarlos. El joven se levantó y se dirigió a ella. Marin de pronto sintió su piel erizarse sin más, la presencia de Aioria tras ella la sacó de concentración pero siguió lavando los platos como si nada. El hombre de los ojos felinos le observaba en silencio como era su costumbre pero abruptamente se vio sorprendido por una toalla en su rostro.

- No te quedes allí y ayúdame a secarlos - había sido pillado in fraganti.

Sonriendo se posicionó a la derecha de Marin y comenzó a secar los platos.

¿Desde cuándo era que la cercanía de aquél hombre la ponía tan inquieta? No sabía con exactitud la fecha pero no quería darle importancia, sabía que si indagaba en el asunto se vería perdida en un santiamén. En el caso de Aioria, él también se cuestionaba desde cuando era que la necesidad de tenerla siempre cerca y jamás dejar de observarla se había vuelto tan imperiosa.

- Te vi el otro día entrenando a las nuevas niñas que llegaron al Santuario, de verdad que eres dura – Dijo Aioria mirándola por el rabillo del ojo.

- Para eso estoy aquí y para eso han venido – Marin habló con la seriedad que la caracterizaba y por supuesto aunado a la nula expresividad de su máscara de plata – ¿y qué hay de ti? ¿No te gustaría tomar a un pupilo bajo tu supervisión? Creo que cualquiera se sentiría honrado de ser entrenado por Aioria, el gran león dorado - la última oración salió de sus labios sin siquiera pensarlo, para cuando se dio cuenta, ya lo había dicho.

Aioria al escucharla alabándolo se quedó en silencio y disfrutó del momento para luego decirle en tono bromista - Marin, con esa máscara fría y sin expresión, no sé si de verdad me estás halagando o solo me tomas el pelo.

La guerrera se quedó inmóvil y vacilante profirió – la verdad… es que siempre he pensado eso de ti – por debajo de aquella máscara, Marin sintió sonrojarse.

Aioria también sintió sonrojarse de repente y una cálida sensación de alegría brotó de su interior.

- Me hace muy feliz que pienses eso de mí - dijo sin trabas, si por algo era bien conocido el león dorado era por ser sincero y espontáneo – la verdad es que no tengo la paciencia que tú tienes y el don de la enseñanza tampoco es una de mis virtudes.

- Yo difiero, llegaste a ser muy buen consejero con Seiya y me ayudaste bastante en varias ocasiones cuando se ponía terco y difícil – Terminando de pasarle el último plato a Aioria, Marin se giró para quedar de frente a él.

Haciendo lo propio, el santo también se giró para quedar frente a ella – Eso fue muy fácil, porque eras tú quien lo enseñaba – Su mirada esmeralda y feroz la atrapó. Marin de pronto se sintió sobrepasada por aquellos ojos y el silencio que se formó alrededor de ellos y un extraño nerviosismo la invadió.

- Cuando termines puedes colocar la toalla sobre ese gancho - dijo secamente para romper el aire de tensión y señaló un perchero sobre la pared con su dedo.

- ¿Eh?… - Aioria se vio sorprendido por el comentario cortante.

Colgó la toalla y giró la cabeza buscando a Marin con la vista, ella ya estaba del otro lado de pie junto a la ventana, había oscurecido ya, cuando estaba con ella el tiempo siempre volaba sin sentirlo. Supo entonces que era tiempo de retirarse a sus aposentos.

- Será mejor que me vaya antes de que sea más tarde y… bueno ya sabes – caminó directo a la puerta y la abrió.

Marin asintió con la cabeza - Buenas noches.

El joven león le sonrió e hizo un movimiento de despedida con la mano mientras salía. Cerrando la puerta tras de sí, se quedó inmóvil frente a ella un momento como no queriendo partir ignorando que del otro lado Marin hacía lo mismo como queriendo hacerlo regresar. Al cabo de unos segundos ambos se alejaron de la puerta en direcciones opuestas a lo que en su interior deseaban.