DECLAIMER: Los personajes no me pertenecen. Todos los derechos a la Warner Bros. –Pero algún día :'v – . Sin embargo la historia es de mi propiedad.

ADVERTENCIAS: Lenguaje malsonante, abuso de sustancias, Out of character.

Los personajes están humanizados. Yo personalmente los imagino como los fanarts de Sakimichan, pero supongo que cada quien puede imaginarlos como desee.

Daffy salió de su casa a altas horas de la noche, llevando nada más que su ropa: pantalones, botas de caza y chaleco militar. Odiaba usar camisa y tenía la arrogancia suficiente para mostrar sus pectorales todo el tiempo. En parte para presumir, por otra parte para intimidar. Su cuerpo mostraba tanto tatuajes como cicatrices en gran cantidad, muchos de los cuales ni siquiera recordaba cómo y donde se los había hecho. Eso sumado con su piel morena, cabello negro revuelto y expresión de constante mal humor, lo hacían parecer un tipo duro. Y lo era.

Caminó por el callejo que acortaba la ruta al bar González. El barrio donde vivía no era precisamente el lugar más fino de la ciudad, por lo que debía ir siempre alerta. Nunca faltaban los cobardes que decidían asaltar en grupo. Aunque debían ser bastante tontos si decidían meterse con él. En ese nido de ratas, alguien tenía que mantenerlos alineados y Daffy se había ganado el honor a pulso. En aquellas calles todos lo conocían y le temían. Muchos habían visto la muerte anunciada en sus ojos y, a pesar de que no era un asesino, poco le había faltado.

Entró en el bar, esperando encontrarse a sus colegas frente a la barra, entonando canticos de ebrios y así era. Speedy, el joven dueño inmigrante del local, servía una botella de su mejor tequila mientras tarareaba una típica canción mexicana, que los demás coreaban a todo pulmón. Todos a excepción del que podía considerar su mano derecha, Porky y alguien más que no esperaba encontrar ahí.

— ¡Eh, francesito, que sorpresa que nos acompañes!—gritó, llamando la atención de los presentes. Unos lo miraron con terror, otros, como Porky, sonrieron por su llegada, pero todos compartían el respeto por su persona. Pepe, el hombre al que se había dirigido, levantó su tarro invitándolo a sentarse junto a él.

—Monsieur Duck, digo lo mismo de usted— respondió, nombrándolo por su apodo con un marcado acento francés.

— ¿Hoy no es noche de burdel? ¿Qué planeabas hacer si decidía aparecerme por allá?— dijo Daffy en tono bromista, tomando el tarro que Speedy le ofrecía. Pepe parecía ofendido. Había logrado su cometido.

—Disculpe, Monsieur, pero le explico nuevamente que mi establecimiento no es un burdel, es un teatro para espectac…— Y ahí iba de nuevo con el sermón de siempre. Lo cierto era que Daffy solo decía aquello para molestarlo, pues le quedaba claro que el negocio del extranjero no era un prostíbulo. De hecho, Pepe era muy decente como para ser proxeneta. Era un hombre alto, de piel pálida y elegante, con gran carisma. Había llegado al país persiguiendo el sueño americano y había terminado en esa ciudad de mierda, donde nadie apreciaba un show teatral y solo iban a su negocio a intentar algo sucio con las hermosas bailarinas.

Miró alrededor del bar. Sylvester y Coyote, sus otros camaradas, apenas podían mantenerse en pie por el alcohol consumido. Ambos reían tontamente mientras Speedy solo les seguía el juego. En las mesas, algunos desconocidos dormían roncando de forma ruidosa. Más atrás, otros jugaban al billar carcajeándose. Por su forma de moverse, cabía la posibilidad de que esos estuvieran drogados. En realidad, comparado con otras noches, estaba todo en orden. O eso parecía hasta que…

—H-he-hey Daffy—Esa forma peculiar de hablar era de Porky, el único que le llamaba por su verdadero nombre. Daffy volvió la mirada a ellos.

— ¿Qué quieres, panzón?

—E-es-estaba comentándole a Pepe sobre nuestra b-ba-banda

—Oh, sí, Mon Ami, ¡Que magnífica idea!— dijo el francés haciendo un ademan— Estamos en la ciudad del Rock después de todo. Puedo dejar que se presenten en Le Chat Noir.

—Echaríamos a perder el buen ambiente de tu burdel. — El moreno se tomó su bebida de un trago.—Somos un asco.

—Cl-Cl-claro que no — dijo Porky con el ceño fruncido, dirigiéndose al extranjero. —Hemos mejorado mucho. So-so-solo necesitamos un vocalista.

Como banda, pasaban más tiempo de bar en bar o buscando pelea, que dedicándose a la música. Sylvester, y Coyote solo pertenecían al grupo para alardear e impresionar chicas. Porky, quien se desempeñaba como baterista, había sido el de la idea y el único que de verdad apreciaba formar parte, el único que se lo tomaba en serio. A Daffy le daba igual.

—Pues, Monsieur, le ha pedido ayuda a la persona correcta.

—Nadie te pidió nada— dijo Daffy, ahora bebiendo directamente de la botella que Speedy le había dejado en la barra. Pepe lo ignoró.

—Vayan mañana a Le Chat Noir, les dejaré asientos en primera fila. Créanme, les va a encantar. Hay muchas jóvenes con voces angelicales, tal vez alguna los convenza.

—A-a-ahí estaremos. Sería una su-su-suerte si…—Un fuerte ruido hizo que Porky no terminara de hablar. Daffy había estrellado la botella vacía con violencia, afortunadamente sin dañar a nadie. Se levantó de su asiento y señaló a la única ventana del bar, por la cual se colaba luz de luna. Porky tardó un poco en darse cuenta de que en realidad no señalaba la ventana, sino a quien estaba sentado debajo de ella.

— ¡Tú, lárgate de aquí! ¡Esto no es una maldita biblioteca!— gritó con su tono de voz más amenazante.

El lugar se puso silencioso de un momento a otro. Los más cobardes salieron huyendo en cuanto lo vieron levantarse. El resto se había quedado a observar. Porky temía por el chico sentado bajo la ventana, cuyo rostro no podía ver a causa del libro. Sabía que su amigo no se podía controlar en sus arrebatos de ira y era capaz de cualquier cosa.

Sin embargo, el muchacho ni siquiera se había percatado de que se estaban refiriendo a él. Eso enfureció más al moreno.

— ¡¿Eres sordo o algo parecido?!— dijo mientras se acercaba a la mesa del chico. Este bajó el libro, dejándose ver: Tenía el cabello grisáceo y algo largo, cortado de forma irregular. Sus ojos eran azules, casi violetas. También tenía una nariz fina y bastante corta, y una boca bien formada, con labios sensuales sobre los que destacaban dientes frontales más largos de lo usual, pero que no restaban valor a su apariencia. Iba bien vestido, incluso con guantes. Desentonaba completamente con su entorno. Parecía que tenía luz propia.

— ¿Qué pasa, doc?—le respondió el extraño con tranquilidad, encendiendo un cigarrillo. Daffy odiaba que fumaran cerca de él.

—A menos que te embriagues en los próximos tres minutos, quiero que te largues a leer a otra parte. —El moreno sonaba tan autoritario como de costumbre.

—No bebo…y por lo que huelo, tú deberías hacerlo menos— El desdén en la voz del chico era más que notable, pero su cara mostraba una sonrisa pícara- Además, ya acordé con el dueño en que me quedaría aquí, sin molestar a nadie. ¿No es cierto, doc?— El chico volteo hacia la barra a ver a Speedy y los demás lo imitaron. El joven mexicano se puso nervioso, más por Daffy que por las miradas.

—Pues…vera, Jefe, a lo que el señor Banney se refiere….

— ¡¿Bunny?!— interrumpió el moreno.

—No, doc, Banney. B-A-N-N-E-Y. — deletreó el chico, sonriente. Luego le tendió la mano —Bugs Banney. Tú debes ser Daff Dodgers, eres algo famoso.

El chico debía ser idiota. Estaba en una de las zonas más delictivas de la ciudad, sólo, vestido de esa manera y lo peor, no sabía en lo que se estaba metiendo al bromear con tanta confianza y llamarlo por su verdadero nombre –cosa que nadie, a excepción de Porky, hacia-. Este, por su parte, debió sentir el peligro, pues de inmediato se posicionó al lado del moreno. Sylvester, a quien ya se le habían pasado los afectos del alcohol, hizo lo mismo. Bugs malinterpreto la situación.

—Oye, tú ya eres lo bastante grande para mí, doc. No tienes por qué incluir a tus amigos para lidiar con un… ¿Cómo me llamaste?—Hizo como si se lo pensara —…Conejito como yo.

—N-no-no es por ser grosero, p-pe-pero creo que tienes que i-irte— dijo Porky, con seriedad.

Bugs se levantó. Era ligeramente más alto que Daffy, pero mucho más delgado, casi sin musculatura.

—Tienes razón, doc —dijo levantando su brazo para mirar su reloj. —Es hora de que me vaya, es tarde.

Tomó su libro y caminó del lado donde se encontraba Sylvester. Sonreía con suficiencia, sabiendo que se había salido con la suya. A Daffy se le erizo el cabello de la nuca por ese gesto. Antes de que pudiera salir por la puerta, fue empujado lejos de ella. Sus ojos azules perdieron un poco de la calma anterior. Solo un poco.

— ¡No quiero volver a ver tu bonita cara en este lugar!-dijo el moreno en un susurro. Tenía a Bugs acorralado contra la pared, con su fuerte brazo puesto en su garganta. Pero ni aun así consiguió una expresión de miedo o desconcierto por parte del de cabello gris. Por el contrario, lo miraba retador a pesar de su posición.

—Agradezco el alago, doc, pero yo vengo aquí y pago la cuenta por mi estancia. No me digas que le niegas la entrada a cualquier persona que no te parezca. Vas a llevar a la quiebra a Speedy ¿Qué clase de amigo eres?— Hablaba en voz baja, de modo que nadie más podía oírlo— Con ese carácter, no creo que seas el alma de la fiesta.

Daffy le hubiera roto los dientes y apagado esa odiosa sonrisa, pero no lo hizo. La falta de respuesta emocional del chico le irritaba. Algo andaba mal con él. Su mirada fría y vacía se veía eclipsada bajo una máscara de falsa cordialidad. El moreno conocía bien esa clase de mirada. Pero había algo más, algo que no supo exactamente que era. Una sensación extraña lo invadía. Observó al chico otra vez. Era bastante atractivo y olía bien, algo que Daffy no podía pensar de otros a menudo, y leía. Joder, no sabía siquiera que alguno de sus colegas supiera leer. Resultaba obvio que el chico no pertenecía a un sitio como ese.

Lo soltó. Bugs cayó al piso por la falta de equilibrio. Daffy le dio la espalda, regresando a su asiento.

—Lárgate de mí vista, Bunny

El chico sonrió por última vez, antes de irse definitivamente. Las demás personas del bar volvieron a sus actividades, algunos un tanto decepcionados por no haber obtenido el sangriento espectáculo deseado.

—Te has suavizado, Duck. En otro momento, lo habrías aplastado como a una hormiga— dijo Sylvester riendo.

— ¡Que te follen!— Tomó otra botella, dándose cuenta de que el francés no estaba. Miró interrogante a Coyote por una respuesta.

—Se fue en cuanto echaste pleito a ese niño, dijo que era hora de abrir su Cabaré. Ya sabes, repudia la violencia y todo eso…- Hablaba arrastrando las palabras. Estaba adormilado.

—C-cre-cre-creo que también es ho-hora de que me vaya—dijo Porky, quitándole su bebida y regresándola a Speedy— Daffy ¿Podrías acompañarme?— Sonaba más como una orden que como petición, pero el moreno no protestó.

Arrebató de nuevo la botella al dueño del bar y caminó a la salida. Su rechoncho amigo lo siguió de cerca. Salieron de bar, sintiendo el frio de una noche típica de otoño. El moreno dio un trago, mirando de reojo a su amigo, quien parecía que trataba de decirle algo. Porky era el único que le hablaba en serio y con sinceridad, y Daffy le agradecía eso de diferentes formas. Acompañarlo a casa era una, pues su amigo era demasiado blando para enfrentar atacantes nocturnos. Dio una patada, derribando un bote de basura y dio otro trago.

—T-te-te has controlado bien últimamente— empezó a decir Porky, un tanto inseguro— H-he-he visto mejoras en tu carácter.

Daffy rodó los ojos, arrojando la botella ya vacía. Su amigo tenía la mala costumbre de hablar de su personalidad como si fuera una enfermedad. Como si perder los estribos un rato y dar golpizas a imbéciles fuera malo. Al parecer aun no entendía que en ese lugar era lo que se tenía que hacer para sobrevivir. Y es que era increíble la manera en que Porky seguía siendo una persona que se preocupaba por todos y ayudaba cuando podía, incluso tras vivir allí toda su vida como él. La ciudad no lo había corrompido todavía.

—Y-y-y ese chico, Bugs, que raro verlo ahí. Cre-creí que no le gustaban ese tipo de ambientes— dijo ya más a la ligera, solo por hacer conversación.

— ¿Lo conoces?— cuestionó Daffy, sorprendiéndose a sí mismo por el repentino interés.

—P-por-por supuesto, vive en un edificio cerca de mi c-casa. S-su-su hermana es enfermera de mi abuela. —Hizo una pausa, esperando más preguntas del moreno. Al no recibir ninguna, trató de seguir la charla — L-le dije a ella que n-nu-nuestra banda necesitaba vocalista y se p-pu-puso a cantar— Soltó una ligera risa— E-e-es una suerte que no hayas estado ahí. Más que cantar, creí que estaba a-a-agonizando…

— ¿Cómo se llama?— dijo el moreno de repente. Su acompañante arqueo la ceja. — Su hermana, ¿Cuál es su nombre?

—Oh…Lola, Lola Banney— Se hizo el silencio de nuevo entre ellos. Porky estaba acostumbrado a esas pláticas donde el moreno casi no interfería. Así que aprovecho su condición de mejor amigo y protegido de Daffy para cuestionarle sin salir lastimado— ¿P-por qué no lo gol-p-pe-pe-aste?

Había sido una pregunta inesperada.

—Porque no me tenía miedo. —se limitó a responder, sin hacer contacto visual.

—A-a-al menos reconoces el valor de otros…

—No. No entiendes. Todos me tienen miedo, hasta tú algunas veces.

—Eso no lo niego— admitió el más bajo con pesadez.

—Bugs es diferente…y eso me molesta.

—E-e-es comprensible. Estas t-ta-tan acostumbrado a que todos te obedezcan q-que la insumisión de ese chico t-te-te saca de onda. Es como un c-cap-capricho. Ya se te pasara. — Daffy sabía que no era eso, pero de todas formas asintió.

—Eso espero…

Llegaron a una calle más iluminada que las demás, ya que aún conservaba algunas farolas sin romper. Las estructuras eran de ladrillo rojo, todas iguales. Algunas más deterioradas que otras. Daban la impresión de estar abandonadas; con sus vidrios rotos y llenas de grafitis. La casa de Porky se diferenciaba de las demás por tener un tapete verde de "Bienvenido" frente a la puerta.

Su amigo sacó las llaves y abrió todas las cerraduras de la puerta. Antes de entrar, dio una mirada tras de sí. Daffy estaba recargado en la farola, con las manos en los bolsillos y la vista al cielo. En las noches de aquella ciudad nunca había estrellas.

—N-no-no quieres irte a tú casa, ¿Verdad? — preguntó con delicadeza desde el umbral de la puerta. El moreno no le devolvió la mirada.

—Nos vemos, gordo — fue lo último que dijo. Nunca era un «Hasta mañana» porque a veces pasaba días sin verlo. Tampoco «Adiós» porque nunca se iba de verdad. Ese simple «Nos vemos» era lo único que garantizaba su reencuentro.

Daffy caminó por el lado contrario de donde habían llegado. Los puños le temblaban. Su ritmo cardiaco aceleraba. Comenzaba a sentir ansiedad. Todo lo que no había sentido en el bar con Bugs, empezaba a surgir. Estaba enojado y necesitaba algo para calmarse. El alcohol no había servido de nada. Requería algo más fuerte. Gotas de sudor resbalaron por su rostro. Maldito dientón, todo era culpa suya. Por su jodida insolencia, su maldita cara bonita, su tranquilidad…su puta sonrisa. Su sonrisa. Con ella se había burlado de él. Se había burlado y Daffy no había hecho nada por callarlo y lo había dejado irse y se había salido con la suya y se había reído otra vez….y….

Dio golpes a la pared con el puño hasta que sangró. Un perro le ladró del otro lado del enrejado. Los ladridos sonaban huecos dentro de su cabeza. Hubiera matado a ese maldito can con sus propias manos. Tenía los nudillos bañados en sangre.

Debía aclarar su mente y no pensar en Bugs. En primer lugar, debía conseguir algo que lo tranquilizara, algo potente. Tal vez Sylvester tendría hierba o heroína. Después podía conseguir una chica para pasar la noche. La idea de llegar a su casa y encontrarla vacía como siempre lo ponía más ansioso. Sí, eso estaba bien. Era un buen plan.

Aunque una pelea tampoco estaba mal. Escuchó a lo lejos un grupo de muchachos pateando botes de basura y el sonido de spray. La chica tendría que esperar...