Llevo mucho tiempo sin publicar nada... Así que decidí publicar esta historia, la cual espero que les vaya a gustar. Lo puse en T porque trata un tema que siento que es un poco delicado (el suicidio), y la verdad soy un poco torpe para decir algo más sobre el contenido, así que mejor será que lean y juzguen. Esta historia ya casi está terminada, sólo me falta corregir detalles y terminar el último capítulo; lo más probable es que no tarde mucho en actualizar. Cada capítulo tiene una frase al principio que se relaciona con él, pero escuché una canción y un verso encaja perfecto aquí, así que abriré con ese verso. (Yo sé que el rock va mejor con los superhéroes y eso, pero de verdad, oí la canción y pensé: "¡mi historia está resumida aquí!" Por cierto, no por eso es songfic). Por último, quiero que sepan que espero sus comentarios.

Disclaimer: a Marvel le pertenece absolutamente todo lo referente al Capitán América :)


"No tengo miedo al fuego eterno,

Tampoco a sus cuentos amargos;

Pero el silencio es algo frío,

Y mis inviernos son muy largos"

-La Oreja de Van Gogh (Muñeca de Trapo)

Capítulo 1

"La violencia no deja de tener cierto parentesco con el miedo."

-Arturo Graf

Todos tienen su propia historia sobre cómo lograron vencer una dificultad que pudo haberlos frenado de por vida. Yo también tengo la mía; de cierto modo, es penosa y causa horror; así que prefiero empezar después de lo que todos saben. Eso es, justo cuando la incertidumbre, el miedo y la angustia me atormentaban. Estos sentimientos negativos se proyectaron fuera de mí, buscando una vía de escape; principalmente porque me había sentado mal el haber visitado el museo Smithsoniano.

La exposiciones de historia natural no fueron capaces de motivarme a entrar ahí; me pareció que sería el sitio más adecuado para averiguar mi identidad a partir de mi nombre, ya que tengo ahí mi propia exposición. Justo en la misma sala que el Capitán América.

Hubo un insignificante momento de mi dolorosa revelación en el que llegué a creer que todos saben quiénes son; para mí se tornó difícil apoyar esa idea. Entonces lo ignoraba; ahora creo que el descubrimiento de la propia identidad va más allá de saber un simple nombre. Hay toda una historia detrás de cada uno, que es más significativa que el nombre. Yo estaba muy desconcertado; ni siquiera sabía cómo me llamaba hasta hacía unos días, y al saberlo, di el temible primer paso.

El problema fue que no terminé tan entusiasmado como debería.

Comencé a leer mi biografía; después de las primeras tres líneas, sentí cómo se me abría un hueco de amargura en el estómago. Estaba claro que a alguien se le había ocurrido arrebatarme mi vida y reemplazarla con un engaño del que no podía escapar ni tener libre albedrío. Pero eso no era todo lo que me importunaba. Una vez que el tormento había cesado, desconocía qué sería de mí. Todo aquél familiarizado con la angustia podría comprender una porción de lo que yo sentí, porque a pesar de que ya era libre, no sabía qué hacer ni a dónde ir. Qué planteamiento tan irónico: podría haber comenzado de cero, sólo que no consideré correcta esa solución. Sonaba complicado, y además, nadie está exento del temor a lo desconocido. Aunque quizá era en realidad una complicada combinación de remordimiento y curiosidad. No podía ignorar que el hombre que fui antes nunca habría cometido tantos asesinatos de haber tenido elección; además, quería saber más acerca de él.

Pero si se me permite repetirlo, no resultó. No pude asimilarlo fácilmente. Me causó una confusión impresionante.

Terminé de leer el resto de mi biografía y atravesé con presteza el museo hasta salir por la puerta principal; tenía que alejarme de ahí para creer que mentían y no sucumbir a la agonía. Quería aceptar como real la inverosímil idea de que tuve un gemelo llamado también James Barnes, un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Su fotografía era idéntica a mi reflejo, pero yo no poseía su determinación, valentía y alegría; ni el poseía mi inseguridad, temor y frustración. ¿Está más que claro que entre él y yo habían diferencias notables? Me pregunté cómo hicieron para desaparecerlo.

Cuando salí del museo, muy perturbado, tampoco me quedaron ganas de volver. Nadie, ni siquiera yo, podía soportar tanto.

Ya en las escalinatas, en medio de una horda de gente que entraba y salía llena de curiosidad, me sentí solo. No me refiero a ese "solo" donde uno no está acompañado en un instante determinado, sino la clase de "solo" en la cual nadie se preocupa por uno. Me refiero al tipo de soledad por el que nadie debería pasar. Yo encajaba perfectamente en ambos tipos, y dolía; pero en ese momento me causaba alivio que así fuera; sólo quería alejarme de todos para pensar.

Mientras caminaba, tuve la fugaz ocurrencia de que en realidad no estaba tan solo; en realidad sí había una persona que podría ayudarme, aunque inmediatamente descarté esa opción. Me costaba aceptar siquiera que podía recurrir a él. Tenía miedo de que esperara que me comportara como él sabía que yo solía ser, y a pesar de lo mucho que lo intentara, no poder cumplir su expectativa. Me aterraba resultar un caso perdido. Fue entonces cuando comencé a anhelar desaparecer de este mundo.

Trataba de pensar en una solución a mi problema de crisis existencial mientras seguía caminando, ahora por la calle; quería confiar hasta en la más remota alternativa. De pronto me detuve porque mi mente se bloqueó cuando me adentré en un parque lleno de gente.

Para querer estar alejado de todos lo hice tan pésimo. Un niño pecoso y ligeramente pasado de peso me lanzó un freesbee justo en la cabeza y tiró la gorra que había tomado prestada de un centro comercial, sin intención de devolverla. El hecho de que me dejara al descubierto y despertara uno de mis reflejos me hizo enfadar.

—¡Lo siento, señor! —dijo con un leve acento ruso, y una sonrisa maliciosa.

Ese acento fue él culpable de evocar la más sombría de mis pesadillas. Me hizo recordar que fui un asesino gracias a otros asesinos cuyo pasatiempo favorito era ver arder al mundo.

Bastó mi mirada para intimidarlo. Mi instinto de asesino, impulsado más que nada por el miedo, me forzó a tomarlo por el cuello, y sostenerlo así en el aire. A pesar de su sobrepeso, para mí, ese niño era tan ligero como una pila de paja.

—¡Por Dios, Fred! ¡Nuestro hijito! —exclamó horrorizada una voz de mujer histérica; con seguridad la madre del niño.

—¡Oye tú, idiota! ¡Suelta a mi hijo en este instante, o te las verás con mi puño furioso! —exclamó el padre, con la misma intensidad de voz que la fuerza con que yo estrangulaba a su hijo. También tenía ese mismo acento.

Después de oírlo, el mundo pareció congelarse para que pudiera analizar con claridad lo que ocurría.

Ahí estaba yo, estrangulando a un niño inocente, mientras todos alrededor me observaban con terror. Escuché murmullos aterrados que informaban algo sobre un psicópata. Vi a mucha gente huyendo, y hasta vi en cámara lenta a Fred acercándose hacia mí. Luego vi el rostro del niño. Ya conocía esa expresión. Era de miedo ante la muerte inminente. Entonces lo solté de inmediato. Pero no sólo porque su padre me lo había advertido, porque estuviera a punto de cargarme otro homicidio más, o porque tuviera más miedo que ese niño.

Me di cuenta de que, si en realidad yo era Bucky (como me dijo mi última misión, y como acababa de confirmar con mi visita al museo), nunca había dejado de serlo, sólo que ahora estaba transformado en un asesino sanguinario, justo como lo habían proyectado los agentes de Hydra. Alguien que nunca decidí ser y que comenzaba a odiar.

El niño tosía, su madre corría a verlo; y su padre, rabioso, profería obscenidades, mientras yo huía al lugar donde por primera vez fallé una misión.


Apreciaría mucho si dejaran un review, y den Follow o/y Fav si les interesa saber qué ocurre después ^_^