Los atardeceres en el planeta Edmunds tenían una breve particularidad: una vez que el cielo se teñía de color dorado, a lo lejos, dos estrellas brillaban en el horizonte. Tal vez, dos soles, concluyó Amelia. El fenómeno tenía una duración muy breve, quizás unos quince minutos, por lo que, analizarlo, resultaba un desafío aún. La explicación más sencilla, consistía en que debía ser un simple fenómeno de la estación. Sin embargo, no dejaba de asombrar. Para el ojo humano, contemplar dos soles era lo más cercano a una película de ciencia ficción, incluyendo la sensación de misterio, por breve que fuera.

Luego de tres meses transcurridos dentro de Edmunds, la rutina inicial ya había tomado cuerpo de hábito. Primero, levantarse temprano y comenzar a chequear desde el alba una larga serie de datos relacionados al ambiente: elementos químicos, temperatura, cambios climáticos, humedad, entre otros. Al principio, sólo a través de una evaluación verbal dada por CASE y, posteriormente, una salida a terreno. En aquel momento, Amelia dejaba la estación con su traje espacial (con la excepción de su casco) y se dirigía caminando al primer puesto de evaluación "Isla 1", como le había llamado Edmunds.

Los días en el planeta, según los cálculos del robot, duraban un total de 32 horas, con un breve amanecer, un largo mediodía y una tarde lo suficientemente extensa para visitar casi todas las islas, o punto de transmisión y análisis (como CASE solía decirles). Así, el recorrido comenzaba en la antena previamente instalada por el astronauta, situada en la punta del monte más cercano y que coincidía, asimismo, con el lugar donde Edmunds había dejado su propia nave. Cada una de las islas, además, tenían por función buscar patrones al servicio de la vida humana, principalmente relacionadas con el equilibrio y estabilidad en el ambiente, reuniendo datos y arrojando nuevas líneas para entender el funcionamiento del planeta.

Como todos los días, el andar de Brand era acompañado por el robot, que hoy parecía irreconocible: cubierto de polvo y de un color cobrizo semejante al óxido, seguramente producto de las características químicas del lugar, aún poco coherentes. Si bien, se podía concluir que algo en el ambiente causaba la corrosión de sus partes, aún el robot se encontraba en el proceso de perfilar dicho elemento, por ahora desconocido y libre en la atmósfera. Por supuesto, nada de eso afectaba su rendimiento y, hasta el momento, CASE resultaba bastante útil en corregir fallas de calibración y advertir detalles importantes, en cada una de las Islas.

—Según la Isla 3, los niveles de humedad se acentuaron desde las 4 de la mañana, con un ápice a las 6:56.

—¿Será una especie de primavera? —Brand murmuró, situando sus manos en la cintura, contemplando el comienzo de un atardecer. Por el día de hoy, las revisiones habían llegado a su fin.

—El término primavera, me parece un tanto errado, Dra. Brand. Necesitamos más datos para establecer las denominadas estaciones climáticas.

Amelia sonrió ante la lógica del robot. —Estaba bromeando, CASE... aunque ver algo florecer en este desierto sería una especie de deseo cumplido.

La astronauta permaneció en su puesto para recobrar el aliento, como siempre, sintiendo un breve ahogo por la caminata. El robot, por su parte, se detuvo y retomó su posición neutra, rectangular. Visto de ese modo, CASE le traía a su memoria el monolito que aparecía en el film 2001: Odisea en el Espacio, película que recordaba haber visto una vez cuando pequeña, al lado de su padre, cuando el espacio, claro está, solía ser simplemente un concepto lejano, desconocido.

Amelia pensó en tomar asiento sobre una roca cuando, a lo lejos, pudo divisarlo. Una figura humana que le transmitió un sentimiento de sorpresa y felicidad: él siempre solía aparecer a la misma hora, cerca del atardecer.

—Vamos, CASE.

Ambos comenzaron el descenso hasta el campamento base, donde se encontraba el ranger y, por consiguiente, su lugar actual de residencia. Mientras caminaba, pudo vislumbrar de lejos la escena, los colores, y percibir la misma sensación de siempre en su pecho, con respecto a este planeta: misterio. Pese a los datos y números, Amelia tenía la idea de que Edmunds guardaba un gran secreto en su composición, cubierto bajo una serie de fenómenos desperdigados, tanto hermosos como sobrecogedores.

Por ejemplo, cerca de la medianoche, el cielo solía revelar un camino semejante a las Auroras Boreales de los polos de la tierra (lo que aún la dejaba perpleja). Por otro lado, también estaban los movimientos telúricos, bastante breves, que solían sorprenderla tanto en la noche, como en el día. Luego de cada movimiento (que según CASE no superaban los 3 grados Richter), siempre quedaba tácita una pregunta en su cabeza: ¿es lo más fuerte que puede ocurrir? Porque la verdad, tras todas las características de Edmunds, se encontraba un verdadero enigma, tal como un profesor esconde la respuesta a sus alumnos, esperando a que uno de ellos pueda descifrar el secreto.

Y, por supuesto, estaba la atmósfera: el aire del planeta solía arrebatarle el aliento por cada 10 metros de caminata. La sensación, se parecía enormemente a escalar una montaña de más de tres mil metros, aunque según los cálculos de CASE, él insistía que se encontraban en poca altura. Pese a esto, Amelia se negaba a utilizar su casco espacial, como también, no tenía intención de hacer uso complementario de oxígeno. Luego de la odisea vivida junto al Endurance, la mujer tenía la sensación de haber estado con él una eternidad y la sola idea de volver a retomar el hábito, le pareció claustrofóbica.

—Hola, tú...

Doyle sonrió frente a su arribo. Brand dejó caer sus manos en las rodillas para recobrar el aliento. Luego, el hombre habló: —¿Alguna novedad?

Brand estiró su espalda y limpió sus brazos que lucían cobrizos de tierra. —Bueno, dentro de todo el polvo y rocas que ya conocemos como la palma de la mano, tal vez tengamos la oportunidad de disfrutar una especie de primavera. Suena bien, ¿no?

Doyle sonrió, moviendo ligeramente la cabeza. —Sería la mejor noticia del día de hoy.

—Dra. Brand —CASE interrumpió.

—Aunque si me permites —Brand continuó sus palabras sin prestar atención al robot— El atardecer de este planeta se sitúa en el top 3 de mis fenómenos favoritos.

Doyle soltó una carcajada. —Al parecer, alguien estuvo re leyendo Le Petit Prince, de Antoine de Saint-Exupéry.

La mujer sonrió ampliamente. —Es una idea muy romántica.

—Dra. Brand —CASE insistió, a lo cual la mujer le dedicó una mirada— ¿Con quién está hablando?

Amelia suspiró largamente y situó una de sus manos sobre el robot. Luego, negó con la cabeza.