Puck

Son las ocho y media de la mañana cuando llego a Malvern Yard, a lomos de Dove. Como siempre, desensillo a mi yegua y la suelto en un pequeño corral que hay cerca de los establos. A pesar de que no me gusta dejarla allí sóla, Malvern no me permite meterla en uno de los grandes cercados con las otras yeguas, porque dice que teme que se pelee con ellas; aunque yo sé que, en realidad, lo que teme es que los posibles compradores vean a un caballo "vulgar" entre los purasangres. Después de haberle dejado un buen montón de heno a Dove, me dirijo hacia el establo, dispuesta comenzar un nuevo día de trabajo duro.

Las ventajas de mi reciente ascenso a máximo responsable de las cuadras, es que ahora puedo disponer de más tiempo para organizar mis tareas, además de que ya no tengo que estar todo el día cargando carretillas de estiércol o limpiando arreos y botas, como hice cuando empecé a trabajar aquí. Ya durante el primer día, supe que mi condición de mujer no me haría las cosas sencillas, no porque no me tratasen como a un peón más y en igualdad de condiciones (de hecho, hacía las mismas tareas y tenia el mismo horario que cualquier mozo), sino porque el hecho de que una chica hubiera ganado las Carreras de Escorpio (sobre un poni isleño además), dejando en evidencia a todos aquellos prejuiciosos machistas que me habían querido impedir que compitiera.

-Y ahora vienes con pretensiones de robarnos el trabajo-me dijo un día Nick Anderson, un mozo de cuadra que tenía mi misma edad-Espero que al menos esta vez, dejes tus aires de grandeza en casa.

Por suerte, a la mayoría de los encargados de mayor edad no pareció importarles que fuera mujer, y me tratan como a un compañero más, lo que hace que me sienta un poco más segura entre aquellas paredes que retumban con los aullidos de los capaill uisce.

Decido que primero me aseguraré de que hayan traído nuevos fardos de heno para los caballos, y la carne para los capaill. Cuando veo que todo está en orden, dedico las siguientes dos horas a limpiar las cuadras y a cepillar a un par de yeguas. De repente, mientras termino de desenrredarle la crin a la última, llamada Scarlet, oigo a un par de mozos conversando entre ellos cuando pasan cerca de la cuadra donde me encuentro.

-¿Te enteraste de la tormenta de anoche?

-Sí, hacía tiempo que no veía una tan violenta. En el pueblo comentan que hasta algunos capaill uisce se han vuelto locos.

-¿Locos? ¿A qué te refieres?

-Un pescador que regresaba a su casa en plena tormenta dice que vio a un caballo marino que nada más salir del agua se abalanzó sobre otros dos y se enzarzaron en una pelea. Así, sin ningún motivo aparente, los atacó. Por lo visto, la lucha era a muerte. Pero, por culpa de la lluvia, el pescador no pudo distinguir de qué color eran.

Los dos hombres se alejan mientras continúan comentando sobre más cosas que ocurrieron durante la tormenta. Sin embargo, yo he perdido la concentración en mi tarea.

Capaill uisce luchando entre ellos; pienso, aún sin mover un dedo; no es la primera vez que los he visto haciéndolo pero... Atacar así, sin ningún tipo de provocación, es extraño incluso tratándose de un capall, cuya agresividad sobrepasaría a la de un tiburón en frenesí.

El sonido del casco de Scarlet pateando el suelo me devuelve a la realidad. Aún no he acabado de acicalarla, y está cansada de esperar mientras pierdo el tiempo tratando de encontrar una solución a un problema que no me atañe. Seguramente el problema no es para tanto; tal vez los otros dos caballos se habían internado en el territorio del capall que les agredió, o simplemente el pescador exageró la historia para llamar la atención. Con esta idea en mi mente, por fin dejo de darle vueltas al asunto y regreso a mi querido trabajo. Los caballos me esperan.


Sean

Hay pocas cosas que me gusten más que pasear por la costa por la mañana temprano a lomos de Corr. A él también le encanta, lo sé porque cuando entro en el establo a primera hora, se mueve nervioso en su cuadra, esperando ansioso a que lo ensille; y cuando nos dirgimos al trote hacia los acantilados, su paso es más brioso que cualquier otro momento de día (salvo cuando galopa junto a Dove). La brisa marina me acaricia el rostro mientras recorremos una pradera cercana a las playas; me siento tan, tan vivo...

De repente, escucho un agudo chillido, que me recuerda al llanto de un cachorro de felino. Provenía de la playa cercana. Parece una especie de llamada de socorro, o de reclamo. Sin pensarlo dos veces, aprieto las rodillas contra los costados de Corr y éste emprende un brioso galope medio hacia el lugar del que proviene el sonido. Aunque ya no pueda correr como antes, al menos puede acelerar hasta ese aire. En pocos minutos llegamos a la playa, que en ese momento se encuentra desierta, aunque cubierta de huellas de capaill uisce. Tan pronto como Corr pisa la arena, el llanto cesa y me veo obligado a mirar hacia todos los lados, buscando algo que le indique dónde se hallaba el causante de aquel escandaloso ruido.

Entonces diviso, a unos diez metros aproximadamente, un enorme bulto tendido cerca del agua. Con extrema cautela, me aproximo hasta él y desmonto al asegurarse de que no se mueve ni un ápice. Es un capall uisce, posiblemente muerto. Recordando las precauciones, me saco del bolsillo un puñado de bayas y me arrodillo cuidadosamente junto al animal. Es un macho de capa castaña, ensangrentado de pies a cabeza; al parecer había muerto tras una encarnizada lucha con otro caballo marino, ya que su cuerpo muestra claros signos de violencia. A poca distancia de él hay otro capall, también muerto; éste es una hembra de color blanco, y había fallecido por la misma causa que el primero. Además, unas huellas de espantoso color rojo rodean a ambos équidos, antes de perderse en el mar. Siento una punzada de tristeza ante aquel suceso y no puedo evitar acariciar el cuello del semental caído. Sí, los capaill uisce son unos depredadores, pero eso no significa que haya que alegrarse ante un hecho como aquel. El responsable de aquella matanza se había ensañado con sus víctimas, casi cruelmente, cosa que me extrañó, pues los caballos acuáticos, por muy brutales que fueran sus peleas, no suelen atacar a su contrincante con tanta brutalidad.

Un chillido familiar me sacó de sus pensamientos y me giro hacia el punto de donde parece provenir. Justo detrás de la yegua uisce, aparece un potrillo de apenas unos días de vida, de pelaje dorado y crines blancas como la espuma de mar, que tira de las crines de su madre y la lame por turnos, a la vez que la intenta animar a levantarse con sus agudos llantos. Su pelo no está tan empapado como el de los otros dos adultos, lo que me da a entender que la madre había empleado sus últimas fuerzas en darle protección y abrigo a su cría. La punzada que había sentido antes ahora se convierte en tristeza, en el sentido pleno de la palabra.

Entonces Corr se acerca al potro, el cual reacciona con bravura y le gruñe, enseñándole sus diminutos colmillos. Pero mi capall hace caso omiso a la advertencia y toma al animalillo por el cuello, sin dañarlo, y lo lleva hasta mí. Me quedo unos minutos, no sé cuántos, pasando la mirada de Corr al potro y viceversa; sabía que los capaill uisce solían ser pacíficos con las crías, aunque no fueran suyas, pero aún así, aquel gentil gesto de Corr me sorprendió. Yo sabía lo que me estaba proponiendo pero, ¿a Puck le parecerá buena idea? Ya estaba seguro de que no le gustaría, pero la conocía lo suficiente como para adivinar que ella no dejaría a su suerte a una criatura indefensa, aunque fuera el retoño de un capall. De modo que tomo una decisión.

Evitando los dientes del potro, le coloco un cabestro que yo mismo hice con una cuerda y lo ato a la silla de Corr, que acto seguido deposita al pequeño en el suelo. Luego, con todas mis fuerzas y un gran pesar en el corazón, empujo individualmente los cuerpos de los capaill hasta donde el agua los cubre por completo, y entonces son arrastrados hasta el interior del océano, el lugar de donde proceden y donde descansarán eternamente. Luego, monto sobre Corr y nos dirigimos hacia casa, con el potrillo detrás de nosotros, protestando.