¡Hola! ¡Estoy de vuelta!

Bueno, esta historia ya está publicada en la página, bajo el nombre de "Twisted", y esta es sólo su traducción.

Como saben, hablo inglés y español, y es común que escriba las historias en uno u otro idioma indiscriminadamente. Ya desde hace un tiempo he tenido el proyecto de traducir todas mis historias, de forma que estén publicadas en ambos idiomas.

Este es el primero de esos proyectos y se lo dedico especialmente a Sakura Hecate, que me pidió esta traducción. ¡Espero que disfrutes esta historia! :3


Nota original:

Bueno, así que así están las cosas. No he leído la segunda saga de Percy Jackson... Sí, lo sé, soy una desgracia.

Aun así, un muy buen amigo mío me insistió mucho en que escribiera un fanfic con estos dos. Conseguí decirle que "no" por más de un mes, pero el otro día me encontré con "Child of Death" una canción de Gio Navas (que deberían escuchar, es increíble), y uno de los versos dice "My heart is twisted" (mi corazón está torcido), y me pregunté a mí misma "¿está hablando de él sencillamente o de él solamente o de él siendo gay?". Y luego tuve esta imagen mental de Will -a quien técnicamente no conozco aún porque no he leído esos libros- hablando con Nico y simplemente tenía que escribirlo.

Así que, aquí está. No hay alertas de spoilers porque, bueno, no puedo spoilearles algo que no he leído, ¿cierto?

¡Espero que les guste!

Y, algo más, al principio parece que soy algo... dura con los homosexuales. Para que conste, no es el caso. Los respeto plenamente y creo que todos tenemos derecho a amar libremente. Varios de mis amigos cercanos son gays. De hecho, el que me pidió esta historia es uno de ellos.

Aun así, lo siento si de la impresión de que no estoy a favor del amor igualitario, sepan que este no es el caso (y si lo fuera, ¿por qué me molestaría en escribir una historia romántica con una pareja gay?).

Como sea, ¡disfrútenlo! ¡Y sepan que los personajes pertenecen a Rick Riordan!


Capítulo 1

Lo decía en serio


Eran mediados de verano, y más bien de mala gana, el único semidiós griego de Hades estaba quedándose en el Campamento Mestizo en ese momento.

En ese preciso instante se encontraba dentro de su cabaña, mirando la negra pared de madera con el rostro en blanco, lo que encontraba bastante irónico.

También encontraba patético el hecho de que se encontrara ahí, rumiando y ponderando sobre cosas que ya habían pasado y sobre las cuales no podía hacer nada pero que tampoco podía dejar de pensar.

Como, por ejemplo, el hecho de que hubiera superado su enamoramiento hacia Percy hacía un tiempo. No, en serio, lo había hecho.

Bueno, al menos él creía eso. No era como si realmente supiera lo que era el amor de cualquier forma.

Pero en serio creía que había estado enamorado de Percy.

Creía eso por la manera en que se sentía cuando estaba con él, por lo amable y encantador que Percy era, por cómo su corazón se estremecía cuando el hijo de Poseidón sonreía, incluso si ese gesto ni siquiera estaba dirigido él.

Creía que había amado a Percy por lo aceptado que se sentía cuando estaba con el hijo del mar, por lo amablemente que él siempre lo había tratado, por lo confiado que Percy era.

Pero amar a alguien significa que quieres lo mejor para esa persona. Y él claramente no era lo mejor que Percy podía encontrar. Él claramente no era lo mejor para nadie, estaba consciente.

Además, Percy estaba enamorado de alguien. Alguien que igualaba la perfección de Percy, con su ondulado cabello rubio y su rostro sonriente.

Percy estaba enamorado de Annabeth, y obviamente era correspondido por la hija de Atenea.

Él sabía eso. No tenía derecho a entrometerse en una relación en donde ambas partes de la relación no habían hecho nada sino ser amables para con él. No tenía derecho de intentar separarlos cuando era fácil notar lo mucho que se amaban el uno al otro.

Y, ultimadamente, tampoco tenía sentido, porque Percy nunca lo habría amado de la manera en la que amaba a su novia. No tenía oportunidad contra esa chica, no sólo por el hecho de quién era ella, sino sobre todo, por quién era él.

Annabeth simplemente era perfecta para Percy, y Percy era perfecto para Annabeth. Él sencillamente no pertenecía en esa imagen, era algo simple y dolorosamente notorio, y él lo sabía.

Además, estaba esa otra parte… Percy no era gay.

Percy era un chico perfectamente normal. Percy no era tan defectuoso y disfuncional como él. Percy no solamente amaba a la persona a la que se suponía que amara, sino que también se sentía atraído por el género por el que se suponía que sintiera atraído.

Él no. No pudo evitar la amarga sonrisa que trepó por sus labios. Por supuesto que él no era así, no era como Percy o como cualquier otra persona que conociera.

Él tenía que ser diferente. Tenía que ser distinto. Tenía que ser defectuoso. Tenía que estar torcido, torcido en todas las malditas maneras en las que podía estarlo.

Dioses, no podía ser extraño sólo porque era capaz de invocar esqueletos de la tierra; no podía ser extraño sólo porque olía como la muerte (¿a qué olía eso, de cualquier forma? No tenía ni la menor idea del olor que la muerte tenía, y eso le parecía bastante irónico). No podía ser extraño sólo por lo delgado que estaba y por lo pálido de su piel. Oh, no, dioses, no. Tenía que ser extraño por eso también.

Estaba sencillamente mal. Él era defectuoso, estaba perfectamente consciente. Las Moiras no podían darle –no le darían– un descanso, eso sencillamente no era una opción.

Había chicas agradables en el campamento, eso seguro. La cabaña de Apolo tenía chicas bastante encantadoras, lo mismo que la de Afrodita y la de Deméter, o prácticamente todas las cabañas –exceptuando, quizás, a la de Ares–, y en un mundo perfecto él se habría sentido atraído por una de esas chicas, lo mismo que cualquier otro varón. Pero en este mundo, que daba la casualidad de ser el real, se sentía atraído por personas de su mismo género. Perfecto, simplemente per-fec-to.

De cualquier forma, había superado su enamoramiento con el increíble, impresionante, bastante atractivo, Perseus Jackson hacía un tiempo.

Ni siquiera estaba seguro de haber estado realmente enamorado para empezar. Sólo sabía que algo en el hijo del mar lo había capturado irremediablemente y lo había hecho querer permanecer a su lado de una manera casi desesperada. Sólo sabía que había sentido algo increíblemente poderoso cada vez que Percy lo tocaba o tan siquiera le hablaba, sentimientos que el mayor de ellos nunca notaba.

Sólo sabía, y estaba seguro de ello, que lo que había sentido había sido algo poderoso, algo muy intenso que no había sentido nunca antes, hacia nadie, y si eso no era amor, entonces él sinceramente no sabía lo que el amor era, lo cual era la razón para que estuviera teniendo estas divagaciones en primer lugar.

Pero se había terminado.

Era sencillamente insensato, algo que no iba a llevar a ningún lado, continuar, o siquiera intentar rogar por el amor del semidiós de ojos verdes cuando él sabía que no tenía oportunidad de ganarlo. Simplemente era algo fútil ponerse a sí mismo exactamente en donde sabía que sería herido cuando él quería justamente evitar ese dolor.

Dolía de todas maneras; todo en su maldita vida dolía, pero él… sólo… sólo no quería arriesgarse a ser herido de esa forma aún más o más profundamente, porque sabía que no ganaría nada sino hacerse daño y herirse a nivel emocional, y realmente no necesitaba más de eso. Era algo inútil e insensato.

Percy no lo veía más que como a un amigo cercano, como a un hermano menor, él mismo se lo había dicho a Nico un par de veces.

Le había tomado tiempo acostumbrarse a ese pensamiento, a no sentir que su garganta se estrechaba o que su capacidad de respirar abandonaba su cuerpo cuando escuchaba que Percy lo veía como a un hermano, pero ahora lo había aceptado. Finalmente estaba bien con eso.

Había conseguido convencerse a sí mismo de mirar a Percy como a un hermano mayor también, como a alguien en quien podía confiar y a quien podía acudir en busca de ayuda si la necesitaba, como alguien que lo aceptaba por quién era él.

Confiaba en Percy, de verdad que sí. Si había alguien en quien confiara, ése sin duda era Percy Jackson, después de todo lo que habían pasado juntos, de las muchas veces en las que el hijo del mar se había probado ante él, seguir desconfiando de él habría sido demasiado, incluso para el hijo de Hades. Aun así, ni siquiera Percy sabía. Ni siquiera Percy sabía eso.

No se lo había dicho. ¿Cómo se suponía que lo hiciera? ¿Cómo demonios se suponía que lo hiciera?

Tenía miedo. Mejor aún, estaba aterrado. Aterrado de decirle, aterrado de decir las palabras en voz alta, aterrado de la mueca de desagrado que sin duda se haría presente en el rostro de Percy, aterrado de que Percy se diera cuenta de qué tan extraño era él en realidad, aterrado del rechazo, aterrado de perder a Percy. Ni siquiera estaba hablando de un rechazo romántico, pero el pensamiento era igual de paralizante.

No quería hacerlo. No quería perder a Percy. No importaba que no correspondiera su amor, que no lo hubiera correspondido, no importaba que Percy tuviera razones para querer desembarazarse de él, no importaba que lo patético y necesitado que eso sonaba, no quería perder a Percy. Simplemente no quería hacerlo.

Cierto, Jason sabía, pero eso era distinto. No era tan cercano a Jason como era con Percy, no había conocido a Jason tanto tiempo como había conocido a Percy, no había estado enamorado del hijo de Júpiter y, sobre todo, él no había decidido libremente decirle a Jason en primer lugar. Era distinto, no había punto de comparación.

Lo que devolvía al hecho de que, fuera de Jason y él mismo, nadie sabía de ese pequeño y sucio secreto suyo.

Nadie sabía, y mejor aún, no permitiría que nadie supiera.

Ser gay, ¿en serio? ¿De verdad tenía que ser gay? Pero era simplemente obvio. Claro que era obvio. Tenía que serlo. Naturalmente, tenía que ser homosexual. Tenía que serlo porque todo en su maldita vida estaba corrompido, defectuoso, mal y, ultimadamente, torcido.

Ni siquiera quería saber lo que ocurriría si su padre tan siquiera escuchaba un rumor sobre él siendo homosexual. ¿Él, Nico di Angelo, hijo de Hades, Rey de los Fantasmas, gay?

Suspiró cansinamente.

Eso no podía suceder. No podía permitir que eso sucediera. Si su padre se enteraba… Hades probablemente lo mataría y crearía un lugar completamente nuevo en el Tártaro para que pasara la eternidad en él. Debía mantenerlo en secreto.

Era… era sencilla y mentalmente lo más sano, lo más seguro. También era lo mejor. Para él, y quizás incluso para los otros, no dejar que supieran qué tan corrompido estaba su camarada –si siquiera merecía el nombre–, qué tan torcido y mal estaba en realidad.

Sabía que las cosas habían cambiado. La homosexualidad no era considerada algo tan incorrecto ahora. Los homosexuales no eran masacrados como lo habían sido durante la Segunda Guerra Mundial. No eran considerados una plaga. De hecho, la homosexualidad era algo más bien aceptado en los Estados Unidos; la mayoría de los estados de hecho permitían a los homosexuales contraer matrimonio e incluso adoptar niños, aunque no era como si estuviera interesado en el tema en ese instante, pero si el momento alguna vez llegaba… En el nombre de Zeus, ¿qué demonios estaba pensando?

Elevó ambas manos, llevándoselas hacia las sienes, masajeando su rostro en pequeños círculos con sus delgados dedos. Hizo una mueca, sintiendo el inicio de una jaqueca en su cabeza.

Ese pensamiento era otro sinsentido. ¿Él? ¿Una familia, una pareja? ¿Hijos?

No. Eso era… eso era sencillamente… Imposible. No tendría eso… Nunca Él… él lo sabía. Eso no pasaría.

¿Alguien enamorado de él? No. Fin. Punto final. No merecía eso. Conseguir la simple aceptación de alguien era suficiente, más de lo que podía esperar. Y él estaba bien con eso, en serio.

Había aceptado ese pensamiento, ese hecho. Se había familiarizado con el conocimiento de que él sería rechazado, diferente, distinto. No, de verdad estaba bien con ello.

Pero… de vez en cuando, incluso si no era de forma consciente, incluso si no quería pensarlo, se encontraba a sí mismo preguntándose –preguntándose porque era lo único que podía soñar con conseguir– qué… qué se sentiría, tener a alguien a quien estuvieras seguro de amar y de que te correspondía, alguien que te abrazara, sin miedo de…

«¡Alto!» se dijo a sí mismo con desesperación. Tenía que detenerse. Era un caso perdido. ¡Todo era un maldito caso perdido!

No podía pensar en eso. No podía permitirse a sí mismo pensar algo como eso. Era… era simplemente tan inútil, tan vacío…

No iba a conseguir algo como eso, no podía esperarlo. Era… era imposible, por decir lo mínimo. Imposible. Algo así no le ocurriría a él.

Suspiró nuevamente, más cansinamente que la anterior.

Vagamente escuchó el sonido de una caracola que llamaba a todos los semidioses que se encontraban en el campamento a cenar.

Hizo un sonido gutural parecido a un gruñido, no demasiado deseoso de salir, o de sentir las "discretas" miradas de los otros semidioses sobre él.

Ni siquiera tenía hambre, pensó, mientras una parte de él no podía evitar notar lo sarcástico que sonaba el hecho de que acabara de quejarse de su pálida piel y bajo peso y ahora se rehusara a salir, donde el brillante sol y la comida caliente estarían lo esperando.

Sinceramente no quería salir de su cabaña, único lugar en donde estaba solo y donde se sentía ligeramente seguro, incluso cuando sus planes para toda la noche eran seguir rumiando sobre lo patético y miserable de su vida.

Y, honestamente, tampoco quería hacer eso. No quería quedarse ahí, en su miserable esquina del mundo, solo con sus pensamientos. Era sencillamente patético.

Gruñó con desagrado mientras lentamente, casi como si no quisiera hacerlo, se obligaba a levantarse del colchón y a caminar hacia la puerta negra, suspirando casi imperceptiblemente antes de abrirla, parpadeando ligeramente ante el brillante sol que inmediatamente llenó la habitación.

Realmente estuvo tentado a cerrar la maldita puerta de nuevo y quedarse dentro, donde la luz no era tan jodidamente brillante, pero se obligó a salir de todas formas.

El hijo de Hades cerró la puerta a su espalda, mientras su vista recaía en sus zapatos negros y empezaba a caminar hacia las mesas, ignorando a todos los demás semidioses y pateando violentamente a las desafortunadas rocas que se encontraban en su camino.

Eso hasta que se aproximó a la cabaña 7.

Escuchó que una puerta se abría violentamente y luego pasos acelerados a su espalda, pero no les prestó atención; eso hasta que escuchó que llamaban su nombre.

–¡Hey, Nico! –gritó alguien. Demonios. Conocía esa alegre y dulce voz. Solace–. ¡Nico, espera!

Detuvo su andar, obedeciendo al hijo de Apolo sin siquiera molestarse en elevar la vista y encararlo, esperándolo únicamente y deseando que el otro semidiós tuviera algo importante que decir y que lo dijera rápido.

–Dioses, creí que no me habías escuchado –empezó Will casualmente tan pronto llegó a su altura.

–Me habría gustado –masculló Nico quedamente y, para su sorpresa, escuchó que el hijo de Apolo reía suavemente. Era una risa suave y jovial.

–Vale, vale, lo entiendo –repuso mientras Nico podía fácilmente suponer por el sonido de su voz que estaba intentando no sonreír. Gruñó con desagrado–. No quieres verme.

–Bien, Solace –masculló–, si ya lo sabes entonces no entiendo por qué me llamaste.

–Si dejaras de quejarte podría llegar hasta ese punto –replicó el hijo de Apolo y, aprovechando que el menor no respondió nada, continuó–. Tengo algo que quizás te interesaría. Así que, si pudieras cooperar un poco y acompañarme a mi cabaña… –sugirió casualmente, mientras su interlocutor le lanzaba una mirada de desconfianza–. Vamos, Nico –dijo, sonriendo ligeramente–. No me mires así, no voy a hacerte daño.

Lentamente, más bien con las maneras de alguien que ha sido obligado a hacer las cosas, se desvió del camino que seguía hacia el comedor y desandó sus pasos, con el hijo de Apolo sonriendo silenciosamente a su lado.

Cuando finalmente llegaron a la cabaña dorada Nico le lanzó una mirada desconfiada a la puerta.

–Oh, dioses, ¡sólo entra! –gritó Will desde dentro al darse cuenta de que su acompañante se había quedado ante la entrada–. ¡No es como si fuera a secuestrarte o algo! –con eso dicho, Nico gruñó como respuesta, pero entró de cualquier manera, encontrando al hijo de Apolo de pie frente a un gran escritorio de madera, sonriéndole abiertamente.

–Así que –dijo Will lentamente–, he notado estas pronunciadas ojeras de debajo de tus ojos y…

–¿Me hiciste venir aquí para criticar mi apariencia? –lo interrumpió Nico desdeñosamente.

–No, la verdad, no –repuso Will tranquilamente–. Así que, como iba diciendo, tienes estas oscuras ojeras debajo de tus ojos, y siempre están haciéndote parecer cansado, así que estaba pensando que podrías…

–No te necesito diciéndome que me veo como una mierda, ¿está claro? –masculló secamente.

–Nico, tranquilízate –le pidió Will tranquilamente, sin hacer más que elevar una de sus cejas rubias en algo que podría haber sido preocupación o sorpresa, pero su voz era tranquilizante; todo menos sentenciosa, todo menos lo que Nico esperaba–. No queremos tener esqueletos saliendo de la tierra, ¿verdad? –bromeó, en su voz una nota de humor, pero ninguna de burla–. Respira, ¿de acuerdo? Adentro, afuera. Adentra, afuera –añadió, notando la velocidad con la que el pecho del otro semidiós subía y bajaba.

–¡Sé respirar, joder! –repuso Nico ásperamente.

–Lo siento, lo siento –respondió Will suavemente, aunque no sonaba arrepentido, sino más bien… preocupado–. ¡Y cuida tu lenguaje!

–¿Por qué demonios haría..? –empezó Nico, pero se cortó súbitamente cuando sus ojos se cruzaron con la preocupada y aun así autoritaria mirada del hijo de Apolo.

–Porque sencillamente no es, en forma alguna, agradable tenerte maldiciendo como algún tipo de pandillero –explicó, como si se tratara de algo sumamente obvio–. Y –continuó–, también apreciaría que consiguieras mantenerte callado lo suficiente como para que pudiera terminar mis oraciones.

Nico le lanzó una mirada desdeñosa, misma que Will ignoró completamente mientras se daba media vuelta y se aproximaba al escritorio, el cual estaba localizado frente a una enorme ventana que de alguna forma siempre parecía estar de frente al sol y cuyos múltiples artefactos hacían que luciera como la mesa de un científico loco.

–Decía que deberías dormir más, en vista de que parecer estar perdiendo una buena cantidad de sueño –prosiguió Will mientras revolvía algunos contenedores hasta encontrar el que buscaba: una larga y delgada botella de vidrio que contenía unas pastillas largas y ovaladas, mismo que tomó con su mano derecha y después ofreció a Nico, una vez que estuvo frente a él nuevamente.

El hijo de Hades lo miró dudosamente, sin extender el brazo para recibir el frasco.

–Solace, estoy bastante seguro de que no necesito ningún… –empezó, sólo para verse interrumpido por la melódica voz del mayor.

–Oh, dioses, ¿podrías dejar de llamarme por el apellido? ¡Resulta sencillamente molesto! –dijo, obviando la resentida mirada que el hijo de Hades le lanzó, optando por sonreírle abiertamente en su lugar.

–Bueno, Solace, es probable que sea yo quien te resulta molesto entonces –repuso, taladrándolo con la mirada.

–No, tú no –replicó el hijo de Apolo sencillamente, moviendo las manos en un gesto que quería descartar esa posibilidad–. Sólo el asunto con el apellido. Quiero decir, no me querrías llamándote "di Angelo" cada vez que te viera, ¿verdad?

–Es mi nombre –respondió seriamente–. Y me tiene sin cuidado cómo me llames –apuntó, conociendo la certeza de sus palabras.

–Sí, claro que es tu nombre –asintió Will–. Pero es tu apellido, no es tu nombre real. Llamarte por el apellido es, bueno, es impersonal y… ¡es extraño! –concluyó, elevando ambas manos para enfatizar sus palabras,

Nico gruñó como respuesta, lo que el hijo de Apolo no pareció apreciar demasiado. Finalmente, habló otra vez, su voz ronca y no demasiado amable.

–¡Entonces qué tienen estas pastillas mágicas? ¿Un jodido encantamiento? –preguntó sarcásticamente.

–¡Tu lenguaje, Nico! –lo reprendió, ignorando su pregunta y utilizando un tono que casi recordaba al de un maestro–. ¡No es tan difícil! –su única respuesta fue un sonido gutural, y pronto se encontró añadiendo–. Un buen mago nunca revela sus secretos, ¿cierto? –dijo, sonriendo radiantemente al hijo de Hades, lo que hizo que se ganara otra mirada de desconfianza de su parte.

–¿Pensé que eras médico? –inquirió secamente, sin dejarle tiempo para contestar–. Deja las cosas con hechicería para la cabaña de Hécate.

Will rió suavemente, el sonido de su risa uno perfectamente melódico y alegre. Nico casi resopló ante el pensamiento. Por supuesto, era el hijo del dios de la música después de todo.

–Bueno, bueno, supongo que tendré que decir que "un buen médico nunca revela sus secretos" entonces –apuntó, sonriendo, las comisuras de sus labios curveándose en una mueca juguetona–. Además, fuiste tú el que empezó a hablar de encantamientos en primer lugar.

Aun así, todo lo que obtuvo fue una severa mirada del hijo de Hades.

–Tranquilo –murmuró, mientras su expresión cambiaba a una más cálida, aunque ese brillo travieso permaneció en sus ojos azules–. Soy un doctor, ¿cierto? No estoy intentando matarte.

Nico lo miró desconfiadamente, sus ojos oscuros taladrándolo con su vehemente escrutinio.

–Vamos, Nico, ya me he encargado de algunas heridas tuyas, creo que puedes confiar en mí como para que no te mate, ¿de acuerdo? –ofreció, sonriéndole cálidamente, su mano derecha en su cadera, mientras que sostenía el contenedor de pastillas ovaladas en su izquierda.

Honestamente, eso era cierto. Se había encontrado inconsciente, herido de gravedad y medio muerto en la presencia del hijo de Apolo, quien había sido lo suficientemente cuidadoso y atento como para devolverle su salud, lo que de cualquier forma no habría sido considerado como tal por muchos, dado que no era la persona con el mejor físico.

Gruñó nuevamente mientras extendía la mano derecha con lentitud hacia el frasco, aún lanzando miradas de desconfianza, primero al hijo de Apolo y después a la medicina, hasta que finalmente guardó el contenedor en el bolsillo derecho de sus vaqueros.

–Nico, si no te importa que pregunte –empezó Will, su tono súbitamente mucho más serio de lo que había sido hasta entonces–. ¿Por qué es que estás durmiendo tan poco? –preguntó preocupadamente, notando más que nunca lo pronunciado de las ojeras del hijo de Hades ahora que lo tenía tan cerca.

Él tenía un punto. ¿Qué era lo que le impedía dormir? Las pesadillas. Las pesadillas lo hacían. Y sus propios pensamientos y cavilaciones, pero eso no era algo que le interesara al perfecto hijo de Apolo.

–Nada –masculló severamente, negando suavemente con la cabeza.

–Eso no es lo que parece –apuntó el hijo de Apolo con gentileza.

Nico casi resopló con disgusto.

–¿Entonces qué es lo que parece, Solace? –inquirió mordazmente.

–Que algo te está manteniendo despierto –respondió él firmemente.

–¿Y qué si es así? –repuso Nico, harto de lo que consideraba como sólo un pésimo acto de lástima.

–Entonces probablemente deberías deshacerte de eso y dormir más –respondió pausadamente.

Nico resopló con violencia.

–Quizás no puedo hacerlo –dijo con brusquedad, haciendo que los ojos de Will brillaran con algo que bien podría haber sido preocupación.

Permanecieron en silencio un momento, los ojos de Will fijos en los de Nico, con una mirada abierta y honesta, mientras que los de Nico casi lo taladraban con su severo escrutinio.

Finalmente, el hijo de Hades negó con la cabeza, rompiendo el contacto visual y volvió sus orbes oscuros hacia el suelo.

–Si es todo lo que querías, Solace –dijo ásperamente–. Me voy ahora mismo.

Una vez dicho eso, se dirigió hacia la puerta lentamente, sin estar del todo seguro de cómo proceder.

Apenas se encontraba levantando la mano para tomar la manija metálica cuando escuchó los apresurados movimientos del hijo de Apolo a su espalda y Will pronto se encontró aferrando su muñeca izquierda, imposibilitándole el alejarse.

–Oye –dijo, con una voz que de pronto no sonaba tan segura, sino que parecía nerviosa–. ¿Podrías..? Necesito…

Lentamente, el hijo de Hades se volvió para encarar al hijo de Apolo, sus cejas oscuras elevándose en confusión.

Se miraron a los ojos un momento, sin pestañear. El hijo de Hades dejó que sus ojos vagaran por el rostro del otro semidiós, notando vagamente su ensortijado cabello rubio, sus cejas arqueadas, su pesada respiración, sus hermosos ojos azules, sus labios ligeramente separados que estaban acercándose lentamente a los suyos, sus… Un momento, ¿qué?

Los ojos del hijo de Hades se abrieron desmesuradamente debido a la confusión y a la sorpresa, su cuerpo súbitamente paralizado, incapacitándolo de alejarse del otro mestizo que, lentamente pero con seguridad, casi como si no quisiera asustarlo, se inclinó hacia adelante, elevando su mano izquierda para acariciar el pómulo derecho del Rey de los Fantasmas con las puntas de sus dedos justo cuando sus labios se unían lentamente, su beso un mero encuentro antes de que Nico se apartara, retrocediendo y tragando saliva con pesadez, sus orbes oscuros denotando horror y confusión, su ceño fruncido y su expresión una mezcla entre el enfado y el miedo.

–¿Qué en el nombre de Hera es lo que crees que estás haciendo, Solace? –empezó, casi gritando, su voz al borde del pánico.

–Yo… Yo estoy… –el hijo de Apolo suspiró pesadamente, cubriéndose los ojos con su mano izquierda–. Escucha, yo… Yo sólo… Lo siento –murmuró una vez que hubo abierto los ojos nuevamente, una expresión de verdadero remordimiento y nerviosismo en sus facciones.

–¿Qué fue eso? –insistió él, retrocediendo, incapaz de romper el contacto visual con el hijo de Apolo, quien se había sonrojado hasta las mismas puntas de su cabello rubio.

Will forzó una sonrisa que parecía turbada, sus hermosos ojos azules lanzando miradas nerviosas a los orbes oscuros del hijo de Hades, su pecho subiendo y bajando apresuradamente.

Nico frunció el ceño, consciente de la expresión ansiosa del otro semidiós, misma que parecía completamente fuera de lugar en el rostro de Will, comparándola con su sonrisa llena de confianza y su mirada cargada de seguridad de siempre.

–¿Si quiera planeas responderme? –inquirió, su voz conteniendo una nota de frialdad, su confusión súbitamente olvidada.

Él tomó una nerviosa inhalación de aire antes de hablar nuevamente. Por fin, colocó sus manos juntas frente a él, jugando con sus dedos con aire ausente mientras se estremecía ligeramente.

–De acuerdo, lo diré una vez porque creo que eres lo suficientemente inteligente como para entenderlo, ¿está bien? –empezó, obteniendo una mirada confundida de los oscuros ojos de Nico, aunque incapaz de verla ya que sus propios orbes estaban fijos en el suelo. Suspiró lentamente antes de elevar los ojos nuevamente con nerviosismo, encontrándose con los de Nico sólo durante un instante antes de volver a posarlos en la pared de detrás de la cabeza del hijo de Hades–.Yo… –dudó–. Yo-creo-que-me-gustas –murmuró, tan rápidamente como su lengua se lo permitió, volviendo sus ojos hacia el suelo justo cuando la última letra escapaba de sus labios.

El hijo de Hades retrocedió de nuevo, elevando los brazos frente a él, las palmas extendidas hacia adelante, al igual que sus dedos, como si tratara de protegerse a sí mismo del líder de la cabaña 7.

Esa declaración era algo que no esperaba, y sintió que la capacidad de respirar abandonaba su pecho mientras empezaba a inhalar rápidamente, el ritmo de su corazón acrecentándose a cada segundo, haciéndole aún más difícil escuchar sus pensamientos, puesto que el único sonido que podía escuchar súbitamente parecía ser el de su propio corazón.

–Escucha, Solace –murmuró ásperamente mientras intentaba controlarse–. Si estás jugándome una maldita broma te juro que…

–No –lo interrumpió firmemente, su voz olvidando el anterior nerviosismo mientras elevaba sus ojos de nueva cuenta, su expresión tan honesta y confiable como siempre–. No es eso, lo juro –pausó, incómodo de repente–. Yo… Yo no estaría diciendo esto si no fuera importante y si no…

–Detente –ordenó Nico, lanzándole una mirada tensa, demasiado ocupado tratando de controlar su propio caos interno como para que le importara el de Will; aún así, no pudo evitar la nota de terror en su voz.

–No, necesitas escucha…

–¡No! –gritó, enfurecido por la forma en que los ojos del otro semidiós parecían moverse con nerviosismo–. Tú no…

–No, Nico –Will lo interrumpió, su expresión sin un deje de duda, apareciendo seguro de sí mismo y de sus palabras nuevamente–. Lo digo en serio.

Se miraron a los ojos nuevamente, sus respiraciones aceleradas y sus pupilas dilatadas por la expectación.

–No lo hagas –Nico gruñó de repente, su tono uno amenazante, sin estar del todo seguro de la razón de su enojo.

–¿Por qué no? –preguntó el hijo de Apolo, confundido; aun así no pudo evitar el tono retador de su voz.

Le gustaba Nico, de verdad que sí. Le gustaban sus ojos, tan oscuros que casi parecían negros pero que al mirar atentamente revelaban ser un tono muy profundo de café, su piel aceitunada, su oscuro cabello ondulado, la manera en que trataba de dar la imagen de una persona fría y distante, a pesar de que mantenía esa chispa de expresión en el fondo de sus ojos, tan escondida que resultaba difícil verla.

Dioses, incluso le gustaba la manera en cómo usaba el sarcasmo y satirizaba todo, la manera en cómo sus labios se torcían en esa sonrisa suya. Le gustaba él, sencillamente, y sabía que estaba apuntando alto, pero había decidido a apostar y esperar el mejor resultado.

Había pensado en hacer eso desde un tiempo atrás, pensando en cómo decir las palabras, en formas de expresar sus sentimientos. Cosas como escribir poemas o canciones habían sido descartadas debido al hecho de que era poco probable que Nico apreciara algo como eso.

Finalmente la idea ganadora había sido ésa: simplemente decirlo. Aun así, no parecía que fuera a ir a ningún lugar entonces, con la ansiosa mirada que el hijo de Hades tenía en sus pálidas facciones y su propia incapacidad de decir lo que pensaba en ese momento.

Realmente, si Nico pudiera sólo cooperar un poco, si todo fuera tan sencillo como en las películas, si tan sólo pudiera rodear la cintura del hijo de Hades y besarlo, con la seguridad de que no sería rechazado, sabiendo que era correspondido. Si Nico tan sólo hubiera dicho cómo se sentía acerca de lo que él acababa de decir, en lugar de sólo intentar dejar el tema entonces todo habría resultado más sencillo.

Aunque, claro, si el hijo de Hades no fuera un reto constante entonces era probable que él no hubiera caído a sus pies como había hecho.

Lo que lo sacó de sus cavilaciones fue la ronca voz de Nico.

–Sólo hazlo –dijo, sin notar que su voz temblaba–. Retráctate u olvídalo. Eso ni siquiera es posible.

–¿Por qué no? –insistió Will, esta vez dándose cuenta de la inseguridad en la voz del menor.

–Porque… –inhaló temblorosamente–. ¡Sólo no! ¡Está mal, torcido! ¡Yo estoy torcido! –completó, sus ojos cayendo al suelo, su voz alzándose hasta que se hubo convertido en un grito tembloroso.

Will miró su pequeña figura, notando los pequeños estremecimientos que recorrían su cuerpo. Lo acometió una oleada de compasión. Ahí estaba, eso era lo que había conseguido con sus palabras, asustar al hijo de Hades.

Pero fue entonces cuando otro hecho se hizo presente en su mente.

Nico había dicho que estaba torcido, y eso podía significar que hablaba de lo que acababa de confesarle, pero inmediatamente había añadido que él estaba torcido, y Will ya no estaba seguro de lo que sus palabras significaban.

¿Acaso hablaba de sí mismo? ¿O hablaba sobre ser homosexual?

Aunque, claro, la más de probabilidades apuntaban a que él era el único homosexual en el cuarto.

Estaba apuntando alto, no sólo confesándole su amor a alguien, sino a alguien de su mismo sexo, lo sabía. Sin embargo, había decidido que ésa era la esencia del amor, la intriga acerca de si era correspondido o no. Ésa era la razón de que hubiera dicho las palabras, de una manera más bien nerviosa y poco ceremoniosa para un hijo del dios de la poesía.

Suspiró, tomando un hesitante paso hacia adelante, notando cómo el menor de ellos se tensaba. Lentamente colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Nico, aferrándolo con firmeza, pero sin llegar hacerle daño si intentaba alejarse de él.

–Nico… –lo llamó suavemente–. Si estás diciendo esto porque los dos somos varones…

–¡Está mal, es anormal! –murmuró, su voz cubriéndose de desesperación.

–No –le aseguró gentilmente, elevando su mano para acariciar la mejilla izquierda del chico, obligándolo a que cruzaran miradas–. ¿Nunca has escuchado el mito de Ganímedes? –continuó–. Uno de los amoríos de Zeus fue un hombre –aseguró confiadamente, lo que hizo que el hijo de Hades le lanzara una expresión de sorpresa.

Honestamente, Nico no sabía nada de esa historia, en caso de que realmente existiera, pero para él, era prácticamente lo mismo.

Si ese mito era verdad, y Zeus había estado relacionado con un hombre en ese sentido, igual dudaba de que fuera a ser considerado correcto, o siquiera normal, dado el hecho de que aún era antinatural que dos personas del mismo género estuvieran juntos.

Y, sobre todo, dudaba que a su padre fuera a importarle que Zeus, su hermano menor, hubiera mantenido una relación con un hombre, más aún, estaba seguro de que el dios de la muerte no lo apreciaría.

Lo que dejaba la única otra posibilidad para su caos interior: él estaba mal, él estaba defectuoso.

Sin embargo, eso no explicaba lo que el hijo de Apolo había dicho. Lo que había dicho era "me gustas", y después había asegurado que sus palabras eran verdaderas. Eso era simplemente… imposible, imposible por decir lo mínimo.

Will Solace –el brillante, alegre, astuto, animado, perfecto– Will Solace no podía, de ninguna manera o forma, ser gay. Y, aun si ese fuera verdaderamente el caso, –y de alguna forma, el pensamiento de que él fuera gay no era tan molesto y repulsivo como el de que él mismo lo fuera–, él no podía sentirse… atraído por él. No, eso no era posible. Punto final.

Sin importar lo que el hijo de Apolo hubiera dicho eso era imposible. Im-pos-si-ble.

–Es igual –masculló desdeñosamente–. Yo estoy torci…

–No –aseguró Will firmemente–. Eres quien eres y eso no tiene por qué avergonzarte.

–Yo no esto… –empezó, pero su voz se vio cortada cuando se dio cuenta de la verdad que había en las palabras del hijo de Apolo.

Estaba avergonzado. Avergonzado de sí mismo, de él siendo homosexual, de su apariencia física, de sus defectos, de su bajo peso, de sus súbitos cambios de ánimo; avergonzado de él, sencillamente.

Pero eso no era algo que el perfecto William Solace pudiera entender, con todo su encanto y el campamento entero confiándolo con su vida, tanto literal como metafóricamente.

–Sí, sí lo estás haciendo, y no va a llevarte a ningún lugar –el hijo de Apolo murmuró confiadamente, presionando su palma extendida contra la mejilla de Nico y acariciándola suavemente mientras elevaba su otra mano para tomar la de Nico, apretándola gentilmente–. Sólo déjame mostrarte qué tan "no-torcido" estás –susurró suavemente mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando suavemente sus labios contra los de Nico nuevamente.

Pero tan sólo milisegundos más tarde el hijo de Hades retrocedía, apartándose de él, casi agitándose nerviosamente; esperen, eso era exactamente lo que estaba haciendo.

–Déjalo, Solace –ordenó, tratando de que su voz sonara amenazante, pero sólo consiguiendo una declaración temblorosa como resultado.

–Nico, yo… –empezó Will, viéndose interrumpido súbitamente.

–No lo hagas –masculló Nico, mientras las pocas sombras de la habitación se espesaban alrededor de su menudo cuerpo, que simplemente desapareció.

Inesperadamente solo, Will suspiró.

Dioses, sin dudas que era estúpido. Sabía perfectamente lo impredecible que Nico llegaba a ser, pero no, él había tenido que ir y hacer exactamente lo que sabía que iba desbalancear al chico. Menuda lumbrera que era.

Bueno, había esperado que Nico se molestara, que gruñera un poco, quizás incluso que le gritara. Lo que no había esperado era esa inseguridad en su voz, ese temblor en su tono, esa mirada de miedo en sus ojos.

Suspiró nuevamente, esta vez con una actitud derrotada.

Debía… debía darle tiempo, seguro. Nico necesitaba tiempo, eso era fácil de decir sólo por la mirada de pánico en sus ojos… Él también necesitaba tiempo. Habiendo dicho algo así tan sorpresivamente... No había planeado confesarle sus sentimientos al hijo de Hades ahí y entonces, sólo… había ocurrido.

Negó, moviendo la cabeza hacia los lados suavemente, ocasionando que sus mechones rubios se alborotaran, pero sin ser demasiado consciente de ello.

Se materializó nuevamente en la cabaña 13 tambaleándose violentamente debido a su confusión, bastante similarmente a como había hecho cuando apenas había empezado a controlar sus poderes, pero consiguiendo mantenerse en pie de alguna forma.

Eso era incómodo. Incómodo y extraño y estaba mal.

Pero entonces, ¿por qué era que no se sentía mal?

Se sentó temblorosamente sobre el cobertor negro de su cama, ignorando las camas vacías ausentemente.

Había besado a Will Solace. Esperen, no había sido eso. Will Solace lo había besado a él. Y ese pensamiento era aún más molesto porque quería decir que el hijo de Apolo, de alguna forma, de alguna manera, quizás, había sido sincero con sus palabras.

Ese pensamiento era algo que él no estaba listo para enfrentar aún.

¿Qué tal si el hijo de Apolo sólo estaba jugando una broma con él y sus sentimientos? Un momento, ¿qué sentimientos? Él, de ninguna forma, manera o nivel, albergaba sentimientos por el líder de la cabaña 7.

Seguro, estaba agradecido con él, le había salvado la vida un par de veces, al fin y al cabo, pero eso era todo.

Él sinceramente no se sentía atraído por el otro mestizo. Es decir, él era atractivo, con sus brazos bronceados y su cabello rubio, con sus brillantes ojos de color azul cielo y sus… Un momento. ¿Qué en el nombre de Zeus estaba pensando?

No. Él sinceramente no sentía nada por Will Solace.

Sus pensamientos se detuvieron súbitamente mientras caía en la cuenta de cómo incluso su nombre sonaba melódico, como si hubiera una rima oculta en alguna parte de su…

«¡Detente!» se dijo a sí mismo nerviosamente mientras sus manos se convertían en puños.

No estaba seguro de cómo tomar la declaración del semidiós. Ni siquiera se había detenido a pensar en lo que sentía acerca del hijo de Apolo, ni hablar ya de cómo se sentía sobre el hijo de Apolo diciendo que le gustaba. ¿Por qué en él en el nombre del Olimpo?

Tenía que ser una broma, tenía que serlo. Alguien como Will Solace no podía haberlo mirado a él con esos ojos, en ese sentido.

Sin embargo, estaba bastante seguro de que, a menos que se estuviera volviendo realmente loco, esas cosas habían ocurrido.

Will no era el tipo de persona que jugaba bromas crueles. Era alguien muy maduro para su edad, habiendo tenido que lidiar con la responsabilidad de sus camaradas heridos, y con las vidas de esos camaradas.

No iba a andar por el mundo bromeando y jugando con los sentimientos de los demás. Él no habría hecho algo así. Eso o él estaba muy, muy equivocado y había terminado por confiar en un muy buen mentiroso.

Pero… estaba seguro de que sus ojos habían sido honestos, honestos y abiertos y confiables como siempre, con esa ligera chispa de preocupación al fondo de ellos.

Will no estaba mintiendo, Will no habría mentido así.

Y si el hijo de Apolo no mentía… Eso quería decir que sus palabras habían sido sinceras. Y sus palabras habían sido sobre sentimientos. Uno en específico. Sus palabras habían sido sobre amor.

El pensamiento casi hizo que su corazón se detuviera.

No, él no lo haría… No podía arriesgarse a caer por Will Solace… Eso era peligroso y un suicidio emocional. Era arriesgado permitirse caer a los pies de alguien que nunca correspondería sus sentimientos y…

Alto. Acababa de cruzarse con la realización de que Will no estaba mintiendo, y si Will no estaba mintiendo eso desembocaba en que Will hablaba en serio, que era sincero con las palabras que habían dejado sus labios, y si eso era así, entonces no había razón para encontrar nada riesgoso porque, sencillamente, no lo era.

Más bien había sido arriesgado para el hijo de Apolo el decir sus sentimientos en voz alta, no para él, que sólo estaba ahí, rumiando sobre esos sentimientos y preguntándose si siquiera existían y si podría corresponder al hijo de Apolo.

Inhaló temblorosamente.

Will lo decía en serio… Él le gustaba, sin importar cuán extraño y distante resultaba el pensamiento.

Le gustaba a Will.

Inseguramente levantó su mano izquierda y se pasó las puntas de los dedos por sus labios ligeramente separados.

Will lo decía en serio. Le gustaba.


Nota original:

Así que.. ¿qué tal fue eso?

Se suponía que fuera un one-shot, pero tuve que dividirlo en dos.

¡Esperen el próximo capítulo pronto!

¡Y, por favor, no olviden comentar y decirme lo que piensan!

¡Los amo!


Éste es el primer capítulo, en el archivo original ya estoy trabajando en el capítulo tres, y supongo que tendré la traducción del capítulo dos dentro de una o dos semanas.

¡Muchas gracias por leer!