Notas: ¡hola! Esta es la segunda historia que empiezo pero llevo tanto tiempo con esta idea en la cabeza que casi la considero la primera y me siento aliviada de haberme decidido a escribir sobre ella.

Es AominexKagami principalmente (esta pareja va a acabar conmigo como la droga que es), pero puede haber más parejas. ¡A disfrutar de la lectura!

Kuroko no Basuke no es de mi propiedad.


PRÓLOGO

Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, se encontraba el Reino de Teiko. No contaba con extensos territorios, pero era una nación rica y próspera, cubierta de inmensos bosques rebosantes de vida, y de magia.

Todo tipo de criaturas mitológicas habitaban entre la espesa vegetación, ocultándose de la vista del hombre para tratar de sobrevivir en una época en la que los mitos se consideraban el mal que podía acabar con la frágil armonía que reinaba en el país.

Los habitantes del reino se repartían en seis grandes ciudades: Rakuzan, capital del reino, donde vivía el rey, Akashi Seijuro; Yosen, situada cerca de las montañas y cubierta por la nieve más de la mitad del año; Too, ubicada en medio de un desierto del que se desconoce su origen, aunque se dice que en otros tiempos tuvo lugar allí una gran batalla que destruyó la superficie de esa tierra; Shutoku, ciudad de costumbres, famosa por la sabiduría y los conocimientos de su gente; Kaijo, donde podías encontrar a los mejores rastreadores y cazadores de Teiko; y Seirin, considerada casi una aldea por su pequeño tamaño, no era por ello menos importante, pues poseía las tierras más fértiles, y sus ocupantes eran gente muy honrada y trabajadora.

La capital se asentaba estratégicamente al sur del territorio, a pocos días de viaje de las otras ciudades más al norte. Todas ellas estaban rodeadas de firmes murallas que protegían de los alrededores a sus habitantes, temerosos de las criaturas de los bosques de las que hablaban fábulas y leyendas. Los jóvenes especialmente, vivían con un miedo constante a las historias que contaban sus padres.

Pero eso no había sido siempre así. Hasta hacía veinte años, las gentes de Teiko se adentraban en los bosques sin temor alguno. No existía la desconfianza o el miedo en el corazón de las personas, y convivían con las bestias salvajes como si fueran simples animales domésticos. Duendes, ents, unicornios, grandes lobos y ciervos y toda clase de insectos vagaban entre los gigantescos árboles, algo recelosos de los humanos, pero viviendo tranquilos en la quietud del bosque. Los duendecillos, pequeños y traviesos pero inofensivos, se dedicaban la mayor parte del tiempo a hacer trastadas a los viajeros que se cruzaban en su camino. Los ents deambulaban por aquí y por allá sin rumbo fijo, cuidando de los árboles viejos o enfermos. Los unicornios eran criaturas solitarias y puras, encarnaciones de la propia vida y de la buena suerte. Aquel que consiguiera ver a un unicornio gozaría de una vida llena de bien y de fortuna.

Más de entre todos aquellos seres fantásticos, sin duda los más nobles y majestuosos, símbolos de fuerza e inteligencia, eran los dragones.

Había dragones muy diferentes. Algunos volaban y otros eran acuáticos o simplemente terrestres, semejantes a grandes lagartos. Sus escamas, que cubrían el cuerpo como una armadura, eran más duras que el acero, y podían brillar en cualquier color.

Y naturalmente, la magia era una de sus mejores habilidades. Maestros en el control de los elementos, el aliento de un dragón podía quemar o congelar todo a su paso; otros eran capaces de crear grandes tornados, y algunos incluso podían provocar tormentas eléctricas que duraban días. Además eran capaces de aprender ciertos conjuros si se les enseñaba.

Existían dragones pequeños, dragones grandes y dragones inmensos, poderosos, gobernantes de toda la vida salvaje.

Se dividían en familias, que habitaban en los bosques o en las montañas. Protegían al reino de cualquier peligro que pudiera amenazarles, y mantenían el equilibrio natural entre el bien y el mal. Además, a lo largo de los años, los dragones habían hecho uso de su gran inteligencia para aconsejar y guiar a los monarcas de Teiko en la toma de decisiones importantes.

Un dragón se emparejaba de por vida, y sólo existía un compañero o compañera al que estaban destinados desde su nacimiento. Se han escrito historias sobre dragones que morían de pena y soledad cuando no lograban encontrar a su pareja o ésta fallecía. Un dragón no se sentía completo hasta que conocía a la otra mitad de su ser, de su espíritu. Cuando un dragón entraba en contacto por primera vez con su compañero, se formaba una unión inquebrantable con la que podían llegar a sentir las emociones más fuertes que sentía el otro en cualquier momento.

La relación que surgía de esa unión no era siempre la de cónyuges o progenitores, a veces era una profunda amistad o un enorme cariño lo que les vinculaba, por eso es que pudo ocurrir lo que tuvo lugar hará unos cien años. Ni el dragón ni el hombre se esperaban que aquello sucediera.

Hace exactamente ciento tres años, estalló una terrible guerra entre el Reino de Teiko y el Imperio de Kirisaki Daichi, en la que hordas de trols, arañas gigantes y grandes serpientes voladoras se unieron a las tropas de soldados imperiales en la invasión del reino. Murieron muchas personas y muchos dragones. El mal y la corrupción de su hogar consiguieron llevar a los unicornios al borde de su extinción. La desesperación se acumulaba en los corazones de las gentes de Teiko, y cuando ya veían la rendición como la única manera de intentar salvar sus vidas, sucedió lo inesperado. Uno de los dragones que peleaban junto al ejército del rey, salvó la vida de uno de los soldados humanos cuando éste iba a ser devorado por una de las serpientes aladas. No se conocían, no se habían visto nunca, pero al encontrarse sus miradas, ambos sintieron una intensa descarga de energía en su interior. Cuando el guerrero posó una mano en el pecho del dragón, sintiendo los latidos de su corazón por primera vez, una luz cegadora les rodeó por unos instantes, para después apagarse como si jamás hubiera existido, pero dejando una pequeña huella en los dos desconcertados seres. Dos marcas, de forma estrellada y no mucho más grandes que un guisante, habían aparecido, una en la palma de la mano del soldado, y la otra en el pecho del dragón. Ninguno notaba nada diferente al principio, pero aún así sabían que algo había cambiado. Fue en ese momento, cuando vino el ataque, que descubrieron qué era distinto. El dragón hizo que el humano se subiera a su espalda para escapar de la lluvia de flechas que iba a caer sobre ellos, pero cuando emprendió el vuelo con el soldado montado sobre él, la criatura sintió como si su poder se multiplicara por diez, sintió como la magia le envolvía completamente, volviéndole más poderoso de lo que jamás había soñado. El aliento abrasador del dragón, intensificado monstruosamente por la unión que se había formado entre los dos, y la experiencia en la lucha del guerrero, que guiaba a su nuevo compañero a través del aire en su enfrentamiento con las serpientes, consiguieron ganar la batalla y dar esperanzas de victoria a los habitantes del reino.

A partir de ese día, se formaron más uniones entre dragones y humanos, lo que dio inicio a la que se conocería como la era de los Jinetes de Dragones.

Los dragones aceptaron a sus compañeros humanos sin oponer resistencia, pues eran criaturas que creían por completo en el destino, y se sentían contentos de haber encontrado a su pareja, algo que sabían que no siempre era posible. Gracias al vínculo que formaron y la buena coordinación que había entre jinete y dragón, tras dos años de duros enfrentamientos, Teiko consiguió ganar la guerra y expulsar al enemigo de sus tierras, dando así comienzo a una etapa de paz y prosperidad que duraría ochenta años.

Pasaba el tiempo, y las uniones entre el hombre y los dragones empezaron a escasear mucho, lo que convirtió a los que conseguían convertirse en jinete en los héroes del reino. Hace cuarenta años, el anterior rey, el propio padre de Seijuro, en un día cualquiera a sus quince años, forjó el vínculo, casi por accidente, con el entonces líder de los dragones, una bestia magnífica de escamas rojas y doradas que brillaban como el sol en un atardecer de verano. Los dos mantuvieron una relación amistosa tan fuerte que parecía que sobreviviría hasta a la muerte misma. Eso creyeron todos. Pero se equivocaron.

La historia que todos cuentan, en creencia de que es lo que en verdad pasó, relata la destrucción de la antigua Rakuzan hace veinte años a causa de la traición de los dragones. Éstos, ambiciosos, avariciosos, y no contentos con lo que tenían, habían planeado apoderarse del reino empezando por arrasar la capital y asesinar a la familia real. Y lo habían conseguido. La ciudad de Rakuzan quedó envuelta en llamas durante dos días, hasta que acudieron en su ayuda las otras ciudades y consiguieron extinguir el incendio. Nadie había logrado sobrevivir. El rey estaba muerto y lo único que consolaba un poco a sus súbditos era el ver que había conseguido arrastrar a la muerte con él al líder de los dragones.

El fuego, los cuerpos de hombres, mujeres y niños, las marcas de garras y dientes en los restos de la ciudad y las varias escamas rotas que encontraron, fueron suficiente para sembrar el más profundo odio y la sed de venganza en el corazón de la gente de Teiko. El primero de los dragones había caído, ahora le tocaba al resto.

El príncipe, Akashi Seijuro, había sobrevivido al Holocausto de Rakuzan (así habían bautizado en Teiko a la tragedia) por hallarse aquel día en Shutoku, en el palacio de unos parientes. Pero sólo tenía tres años de edad y no podría gobernar hasta cumplir los quince.

Hanamiya Makoto, a pesar de su juventud, había sido el consejero real y ayudante personal del rey durante los últimos catorce meses, y también había sobrevivido milagrosamente al encontrarse en Too en una misión secreta. Muy afligido por la pérdida de su soberano y amigo, asumió el cargo de regente y administrador del reino junto a otros asesores, comprometiéndose a coronar rey a Akashi llegado el momento. Hanamiya ordenó la reconstrucción inmediata de Rakuzan, con el pretexto de conmemorar a las víctimas caídas y recuperar el honor de la capital y de todo el reino. Además, exigió la construcción de murallas y torres de vigilancia en las seis ciudades principales, algo que consiguió aterrorizar aún más a la población, siempre alerta por miedo a que pudiera sorprenderles un nuevo ataque. Por último, Hanamiya hizo un comunicado a toda la nación en el que mandaba llamar a los mejores guerreros de Teiko para llevar a cabo el exterminio de todos los dragones que habitaban en el reino, declarándoles culpables de alta traición y portadores del mal. No debía sobrevivir ninguna de esas terribles bestias, tenían que morir antes de que se atrevieran volver a atacarles. Si alguno de los pocos jinetes de dragón existentes se resistía, también se les consideraría traidores y serían ejecutados.

La gente, cegada por la ira, respondió con vehemencia al mandato y así comenzó la búsqueda y la matanza de los dragones y sus jinetes, que intentaron proteger a sus criaturas, alegando que no eran culpables del horrible crimen del que se les acusaba.

Pero nadie les escuchó, ni a ellos ni a ningún dragón, que en vez de atacar y defenderse, intentaron razonar con los humanos, pues no tenían ninguna intención de hacerles daño, habían convivido con ellos mucho tiempo y habían aprendido a amar al hombre y a toda su especie. No les sirvió de nada y terminaron cayendo a mano de los expertos guerreros.

Primero acabaron con los jinetes, ahorrándose así tener que matar a muchos dragones, que se quitaban la vida guiados por la amargura y el dolor de perder a sus compañeros.

Y luego siguieron los que se ocultaban en los bosques y las montañas. Los dragones sólo podían esconderse, no querían huir del único hogar que habían conocido ellos y todos sus ancestros. Unos pocos se dejaron llevar por la rabia y se enfrentaron a sus asesinos, pero matar a más hombres sólo hizo que la furia de la gente contra ellos aumentara y les persiguieran con más empeño.

Después de unos pocos años, la caza de dragones se había convertido más en un deporte que en una vendetta, y se hacían celebraciones con grandes banquetes cuando llegaban noticias a oídos de los ciudadanos de que había muerto otra de las bestias. Ahora la gente de Teiko llamaba héroes a los Cazadores de Dragones.

Hanamiya, haciendo las veces de rey, instigaba el miedo y la desconfianza entre los súbditos, convenciéndoles de que no estaban seguros, de que tenían que proteger mejor a sus hijos, y de que no vivirían en paz hasta no acabar con el último de los dragones. Nadie había vuelto a ver un unicornio desde que se inició la cacería; habían muerto uno tras otro envenenándose con el mal, la injusticia y el rencor que respiraban en el aire. Los ents apenas se movían, haciéndose pasar por árboles corrientes, los duendecillos y los lobos había aprendido a esconderse mejor, los insectos eran considerados una mala plaga portadora de enfermedades, y los ciervos gigantes, antes sagrados, ahora eran apresados y entregados como ofrenda en el palacio real.

Hanamiya, con la excusa de querer tranquilizar al pueblo, decretó que se le debía entregar el corazón de todo los dragones que fueran asesinados, para poder enseñarlo en público como motivo de festejo y después destruirlo él mismo.

Tras doce años de duro e intenso trabajo, la ciudad de Rakuzan estaba en pie de nuevo, más imponente y segura que antes, construida en cinco niveles, cada uno de ellos envuelto en fuertes murallas de piedra, y con el palacio real en el último nivel, alzándose en todo su esplendor sobre una plataforma a cincuenta metros de altura.

Como celebración al renacimiento de la capital, tendría lugar la coronación del nuevo rey en tres días, para inmensa alegría de la gente.

Akashi Seijuro era un adolescente de cabellos y ojos color magenta, bondadoso con su gente y muy maduro para su corta edad. Akashi siempre había tenido una mente privilegiada. Sus conocimientos y su poder de observación superaban con creces a los de la mayoría de eruditos y consejeros de la corte. Además tenía un enorme poder de liderazgo, casi como si fuera una magia de la que nadie conocía sus límites. Sin embargo, el intelecto superior del príncipe le había hecho darse cuenta de muchas cosas desde el día en el que sus padres murieron.

Sí, a pesar de sólo haber tenido tres años entonces, recordaba claramente todo lo ocurrido. Recordaba a sus padres y recordaba como aquel fatídico día había escuchado a sus parientes hablar de lo que había sucedido. Sus padres estaban muertos, su hogar había sido destruido, y se encontraba solo entre toda esa gente casi desconocida, que ignoraba completamente la presencia del niño y discutía sobre el futuro gobierno del reino en vez de estar socorriendo a las gentes de Rakuzan. Akashi había comprendido muchas cosas desde entonces. No podía confiar en nadie, tendría que esforzarse al máximo para ser un rey digno y honorable, y tenía que impedir que nadie se interpusiera en su camino, que nadie dudase de él.

Además estaba su propio deseo de venganza. La pérdida de sus padres y de su amada ciudad había sido una tortura para él, y estaba seguro de que su anhelo de castigar a los culpables de tal atrocidad era mayor que el de cualquiera. Se juró a sí mismo, que una vez fuera rey, no descansaría hasta estar seguro totalmente de que no existía dragón alguno sobre la faz de la Tierra. Con ello grabado a fuego en su cabeza, el príncipe pasó su infancia estudiando y entrenándose en todo tipo de artes hasta que conseguía dominarlos a la perfección, y se convirtió en un joven hábil, serio y correcto, pero también sociable y cortés. Aunque, detrás de la fachada de joven bueno y amable, malos pensamientos hacían que Akashi pudiera ser de una manera muy distinta, y sabía que sería capaz de acabar con cualquiera que se atreviera a desafiarle o a contradecirle. Él tenía que ser absoluto.

Así es como llegó por fin el momento de su coronación. Los habitantes de Teiko se sentían dichosos de ganarse a un rey que parecía no sólo sabio sino también justo. Akashi mantuvo a Hanamiya como consejero real, al fin y al cabo había servido a su padre antes y había mantenido unido a su reino estos últimos años. Podría serle útil.

Después de ser nombrado rey, y tras haber cumplido con los protocolos indicados, lo primero que hizo Akashi fue crear una orden de caballeros que estuviera a su completa disposición. Serían los mejores del reino y obedecerían sus órdenes plenamente, para ayudarle así a conseguir sus objetivos.

Y ya tenía en mente a cuatro candidatos perfectos.

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Con el tiempo, se hizo más y más raro tener noticias de un dragón vivo, hasta que no se volvió a oír de ninguno en casi un año. El rey había ordenado buscar en todo rincón del reino, debajo de cada piedra, detrás de cada árbol, hasta que la realidad se convirtió en un hecho y al fin se le pudo comunicar a toda la gente de la nación que los dragones se habían extinguido, declarando ese día fiesta nacional.

Ese día se oyeron risas y gritos de júbilo en todas las ciudades del reino de Teiko.

Y ese día comienza nuestra historia.

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Notas: en esta historia sí que agradecería muchísimo los comentarios, pues es algo muy nuevo y quiero saber qué os parece. Me voy a centrar en este fic porque me he bloqueado un poco con el otro. Si tenéis alguna duda o curiosidad no dudéis en preguntar. Como quiero darle un toque medieval espero que no tenga expresiones o palabros demasiado raros.

El fic es de rating M pero no lo será completamente hasta mucho más adelante :P

Espero que os haya gustado, en mí cabeza por lo menos parece algo interesante ^^

¡Hasta la próxima!