Capítulo 4
Puedes pensar que te alejaras de todo, pero no puedes huir de tu pasado.
Arthur cayo de bruces contra el suelo, e inevitablemente el estadounidense cayó sentado sobre él sin ninguna delicadeza. Dolía, tanto como si un elefante estuviera arriba de él y sentía su pecho comprimirse impidiéndole respirar. Demonios, ese americano era pesado.
El piso era frio, y su traje mal trecho—que ahora solo constaba de una camisa blanca que llevaba debajo de la chaqueta roja, y un par de vendas alrededor del torso— no le era de mucha protección contra ese frio y no pudo evitar estremecerse al sentir la piel caliente de Alfred sobre su espalda. Era una combinación extraña, pero no podía pensar en eso, pues su columna estaba siendo triturada por el obeso estadounidense.
—¡Quítate de encima, gordo! —grito, antes de poder hacer otra cosa, sintiendo como los pasos de los mayores se acercaban hacia ellos.
Alfred no estaba mucho mejor que el inglés, aunque a este no le importaba. El cuerpo de Arthur era duro, y para nada acolchado, delgado y sin gracia alguna. Horrible y para nada confortable.
—Cállate, no es mi culpa que estés demasiado delgado—bufo, casi sentía el frio piso en su trasero, pues la espalda de Arthur no servía para amortiguar ningún golpe.
Se bajó de inmediato, reincorporándose rápidamente y tendiéndole una mano al principito, cuya mano rechazo—ignoro—olímpicamente. Alfred frunció el ceño, pensando que eso es exactamente lo que deberían de hacer si una persona de la realeza necesitaba ayuda: ser una buena persona y levantarla del suelo. Sin embargo, como siempre, cuando se trataba de príncipes tan caprichosos como Arthur nadie sabía que era hacer lo correcto.
Metió las manos a los bolsillos de sus jeans, los cuales le había prestado Mathew, y miro hacia atrás, pensando que tal vez nadie había escuchado su golpe y podía haber salido victorioso de esto. Pero pensándolo mejor, nada resultaba como lo planeaba un héroe, así que no se sorprendió—bueno, de hecho si lo hizo— cuando detrás de él sonaron los pasos presurosos y nerviosos de Mathew.
—¿Qué sucedió? —pregunto el canadiense preocupado, mirándoles a ambos. Alfred se giro, viéndole con una gran sonrisa.
—Nada de nada—respondió soltando una risita nerviosa—. Solo nos hemos caído mientras bajábamos las escaleras.
—¿Y por qué querrían bajar las escaleras? —Scott frunció el ceño, molesto, pensando que el conejo se creía espía de nuevo y estaba escuchando la conversación.
En teoría, era un tema que les incumbía a todos los presentes, aunque claramente el estadounidense estaba mucho más ocupado pensando en no se que cuantas cosas como para estar participe. Además, Arthur probablemente les hubiera saltado sobre la yugular si escuchaba algo que no le agradaba. Y es que, ciertamente no podían tratar el tema de su "secuestro" frente el inglés de cabello rubio, pues este estaba casi completamente convencido de que solamente eran unos criminales y nada más a eso.
A diferencia de su hermano de mal carácter—y no es que él tuviera uno bueno, pero simplemente Arthur era más terco que cualquier persona que conociese—, él pensaba lo suficiente como para crear planes y conjeturas antes de actuar. Arthur también pensaba en eso, pero en comparación, la mente de Scott trabajaba de manera mucho más maliciosa que la del rubio, puesto que su personalidad era astuta, y aunque no negaba que su hermano era lo suficientemente inteligente como para saber que cualquier movimiento en falso y no saldrían de ahí, sabía que era impulsivo por naturaleza, y que diría todas las cosas que se le pasasen por la cabeza contra ambos norteamericanos. Por lo mismo, no podía permitir que su hermano arruinara todo.
—No estaba espiando, si es lo que crees—le espeto Arthur, sacudiéndose el polvo casi inexistente de los pantalones—. Además, puedo hacer lo que quiera, es un país libre.
—Es un país libre—repitió Alfred para sí mismo, sonriendo un poco y bajando la mirada de manera pensativa.
— ¿Qué escuchaste? —pregunto Scott antes de detenerse, tensándose un poco.
—Nada en lo absoluto. Que no les estaba espiando, maldita sea, solo me he tropezado con el gordo americano en el pasillo.
—Bueno, pues espero que toleres al estadounidense—la sonrisa de malicia se posó en los labios del escoces—, porque no nos iremos de este lugar hasta mañana.
—What? —pregunto, incrédulo y poniendo los ojos en blanco.
—Lo que escuchaste, conejo, no nos iremos a ningún lado hasta mañana, solamente para que sea más seguro.
—Eso significa que dormiremos aquí—Arthur estaba remarcando lo obvio, e ignoro como su hermano rodaba los ojos ante ello—, ¿Confías lo suficiente en ellos como para saber que no nos cortaran la garganta en la noche?
Scott proceso las palabras que le había dicho, y el rubio no pudo estar más sorprendido de que su hermano no lo hubiera pensado antes. Es cierto que Scott no era una persona que se considerase súper dotada—aunque, prácticamente así era—, pero pensaba que había considerado esa posibilidad mucho antes de aceptar quedarse esta noche.
Arthur sabia los riesgos de salir en ese mismo momento, porque no eran precisamente unas personas sin importancia, y conocía que miles de personas quisieran aprovecharse del poder que tienen política y económicamente—Vamos, que su familia no era pobre— hablando. Y aún más con la fuga que hubo en la prisión, aunque sabía que solo se había fugado el americano, la policía estaría loca persiguiendo pistas que le llevasen hasta Alfred, y nadie les aseguraba que no les encerrarían por considerarse cómplices. Además, era peligroso salir de noche, eso todo mundo lo sabía, ¿Qué les decía que no habría un violador de ingleses en cada esquina esperando que llegaran cerca de él para atacar, depilando sus hermosas cejas y usándolas como afrodisiaco?
Paranoico, susurro su mente, mientras veía atentamente hacia el joven canadiense, que le había estado mirando desde que bajo—cayó de—las escaleras. Los ojos violáceos del joven le miraban con curiosidad.
Probablemente pensaba como había descubierto su plan maestro, y si bien no había descubierto que beneficios sacarían de clavarles una navaja en el cuello y usar cloroformo para no alertarlos, no podía confiar en que no lo hicieran solamente porque eran buenas personas.
Alfred miro al inglés como si le hubieran crecido dos cabezas, impactado por el simple hecho de que Arthur mencionara algo tan estúpido e irreal como matarlos.
—Estás loco, viejo—comento, mirándole incrédulo y ganando la atención de los demás en la sala—. No íbamos a salvarlos de un coche en llamas solo para matarlos después. De haberlos querido muertos ya lo estuvieran.
—Lo ves—el dedo del de ojos verdes y cabello rubio se posó cerca de su cara, y este miro al pelirrojo como si hubiera tenido algo en favor de su hipótesis—. No podemos confiarnos.
—Y no lo haremos—la sonrisa que Scott le dedico no le dejo un buen sabor de boca. Era demasiado confiada, arrogante—. Liam y Cian están aquí para protegernos, ¿O no?
—¿En serio piensas que les dejaremos morir, conejito? —Cian sonrió, siguiendo el juego del escocés y aprovechando para molestar a Arthur, que se sonrojo por el apodo. Odiaba ese apodo y eso ellos lo sabían.
—Que mal concepto tienes de nosotros—Liam tuvo el cinismo de parecer deprimido por ello, y antes de que el rubio replicara, Cian volvió a hablar.
—Me decepciona tu poca fe.
—¡De acuerdo, ya entendí! —No pudo evitar exclamar antes de que volvieran a decir su apodo, colocado por su madre cuando estaba pequeño, y miro a los gemelos con furia—. Entonces nos protegerán en todo momento, y no nos dejaran solos.
—Paranoico—ambos gemelos rodaron los ojos, conociendo su pequeño problema de paranoia.
Arthur gruño, con molestia, y se cruzó de brazos con toda la dignidad que tenía y miro a los norteamericanos.
—Confiaremos en ustedes—dijo Scott por él, y estuvo levemente agradecido por ello.
—Oye Matty, ¿Tienes algo de comer? —Alfred sonreía, y se llevó una mano a su estómago, y este rugió un poco al contacto—. Muero de hambre.
El canadiense solo rodo los ojos, y se acercó a la cocina, donde esperaba que unas cuantas hamburguesas quedaran en el refrigerador. Alfred amaba las hamburguesas, lo había notado esa tarde mientras los británicos estaban inocentes y prácticamente le había rogado que le preparara unas, pues no las había comido hace mucho tiempo. Mathew no se negó, y comenzaría a acostumbrarse de no poderle negar nada a su "hermano".
Cuando llego a la pequeña cocina—pequeña pero funcional— de su departamento, su celular vibró levemente, y sonrió cuando lo saco de su bolsillo para observar de quien era el mensaje. Leyó todo el contenido de este, y la alegría se apodero de él al saber que su pareja, la autora del mensaje, estaba bien y pronto volvería a casa del viaje de su trabajo.
Solo esperaba que Francis no volviera hasta dentro de dos días, o le daría una grande explicación.
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Corría, demonios, sus piernas comenzaban a dolerle demasiado, y sus pies sangraban por las múltiples piedras de grava que se clavaban en ellos sin compasión.
Sollozo.
Sangre fresca estaba manchando sus manos, y sus ropas estaban salpicadas de la misma sangre. Tiro el bate de hierro lejos de su cuerpo, y se acercó al borde del callejón húmedo y oscuro en el cual busco refugio. La luna se veía impasible e inmutable ante su dolor y sufrimiento, y no reprimió las lágrimas que comenzaban a caer de manera fluida de sus ojos. Su mente estaba horrorizada, y sus ojos, de haberlos podido ver, estaban reducidos a unos pequeños puntos azules, reducidos por el shock que comenzaba a apoderarse de él.
—No es verdad—se repetía una y otra vez en su mente, abrazando sus piernas con fuerza contra su pecho, sintiendo la tela de sus jeans comenzarle a irritar la piel por la humedad de ellas. Pero la lluvia seguía cayendo, sin importarle.
Las sirenas de policía comenzaron a sonar más cerca, y se giró para darles la espalda, sin querer verlas. Policía… él quería ser policía, un héroe, pero eso se había acabado ya.
Sus ojos se cerraron, sin querer ver nada de lo que sucedía a su alrededor.
Una imagen horrible se posó cuando sus parpados se cerraron con fuerza, y los abrió aún más horrorizado. No. Eso no podía haber pasado.
Se levantó y comenzó a avanzar atra vez de la noche, tembloroso y sin rumbo.
Llovía.
Callejón mojado.
Corría, jadeando.
Sangre en sus manos, ¿Por qué había sangre?
Las luces se acercaban
Y el recuerdo del grito de una mujer.
—¡Alfred!
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Se despertó jadeando, sudado y con los ojos abiertos de miedo, con una persona sacudiéndole con fuerza. Le miro, topándose con los ojos familiares de Mathew, quien le veía preocupado.
Aspiro el aire por la nariz, tratando de calmar su errática respiración pero no podía, no podía, y las lágrimas comenzaban a salir de sus ojos aun en contra de su voluntad. Miro al canadiense, quien no sonreía en lo absoluto y no hizo otra cosa más que abrazarlo, sintiendo como Mathew le rodeaba con sus brazos, apretándolo y sobándole la espalda, tratando de calmar los sollozos llenos de terror que soltaba el estadounidense.
—Está bien—susurraba en su oído—. Ya paso, solo fue una pesadilla… Calma, Alfred…
—Matty…—su voz era tembloroso, lejana y sin la alegría que siempre sentía. Y se extrañó al escucharla salir de él.
—Aquí estoy, hermano, aquí estoy.
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Mathew salió de la habitación diez minutos después.
Alfred volvió a dormir, pero las pesadillas no desaparecieron.
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Arthur se removió inquieto en su cama, sintiendo los sollozos al otro lado de la puerta y molesto con Scott, que no escuchaba absolutamente nada y seguía dormido, abrazado a Cian, quien había quedado noqueado en cuanto toco la almohada.
Por las luces de la puerta, sabía que Liam no se había movido de su lugar, y que esperaba pacientemente que su turno de hacer guardia acabara pronto. Arthur sospecho que estaba aún más cansado que él, y antes de que supiera que estaba haciendo, ya estaba levantado de la mullida cama y caminaba con dirección a la puerta, abriéndola con cuidado.
La mirada verde de Liam le devolvió la mirada, y se dio cuenta que estaba un poco roja debido a los develos y el cansancio. El irlandés bostezo, mirándole.
—¿Qué sucede, príncipe? —pregunto entre el bostezo—. ¿Quiere agua?
—No. Ve a dormir, yo hare guardia—Liam se sorprendió por lo que le dijo.
—Eso es imposible, Arthur, y lo sabes. Debo cuidarlos y no podre si estoy dormido.
—Se me cuidar solo—bufo, y extendió la mano en dirección al otro—. Entrégame el arma y yo hare guardia.
El chico lo pensó levemente, antes de mirarle con una ceja alzada, y comenzando a sacar el arma del bolsillo de su chaqueta gris. Todo un servicio secreto, pensó el inglés antes de rodar los ojos.
—¿Cuál es tu record en el tiro al blanco?
—120 de 122.
Arthur no necesito mucho más para que Liam le entregara un arma cargada y se metiera en la habitación, pero tampoco lo necesito para quedar dormido con el arma en mano, recargado en la puerta y comenzando a roncar levemente.
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Bostezo, comenzando a abrir sus ojos verdes y darse cuenta que alguien le había llevado de nuevo a la cama. Cerró los parpados, saboreando el sabor de su boca por haber dormido con la boca abierta. Suspiro, tomando una de las mantas y cubriendo su cabeza con ella, sin tener intención de levantarse de la cama aun.
—Vamos, es hora de despertar alteza—la irritante voz llego a sus oídos mucho antes de que comenzaran a sacudirlo, con insistencia y torpeza. A lo bruto.
Gimió sin tener intenciones de hacerle caso a la voz, que no paraba de insistir una y otra vez que se levantara.
—Te perderás el desayuno—poco le importaba perderse el desayuno, su cocinero podía preparar más si le apetecía—. No alcanzaras agua caliente—pero seguía insistiendo. Demonios.
Abrió los ojos con un gruñido, topándose con el bonito azul como el cielo de Alfred. Negó con la cabeza fuertemente, casi vomitando debido al pensamiento estúpido que había tenido acerca del americano. ¿Bonito? Lo único bonito del estadounidense eran sus lentes, y porque no podía saber la diferencia entre unos lentes comunes y unos bonitos.
Se levantó, empujando el cuerpo del más joven con una mano y reprimiendo las ganas de sonreír por su ocurrencia. Si bien el estadounidense era más joven, el inglés solo le llevaba dos años. Solo eso, pensó.
Le miro con la mejor cara de "no molestar" que pudo haber puesto jamás, pero al parecer Alfred no conocía las expresiones faciales lo suficientemente bien como para captar la idea, y le sonrió.
—Me alegro que despertaras, bello durmiente. Podía jurar que tendría que obligar a un irlandés a besarte si no lo hacías.
Arthur hizo una mueca de desagrado. Era asqueroso tratar de imaginarle besando a Liam, o en el peor de los casos, a Cian. Scott definitivamente le mataría si tocaba a Cian, y eso no estaba a discusión.
Alfred soltó una carcajada, al ver la expresión tan graciosa que había puesto el inglés.
—No te burles—gruño el de ojos verdes, parándose y estirando sus brazos un poco, con los ojos cerrados. Los abrió, topándose con la sonrisa burlona que seguía teniendo Alfred. Gruño—. Vamos, que no es bonito besar a un chico pecoso y poco atractivo.
—Pero no te opones en besar a un chico—la sonrisa maliciosa del estadounidense hizo que tragara duro, y se sonrojo sin poder evitarlo.
—¡Es igual de asqueroso!
—Claro, claro—se giró, comenzando a caminar hacia la puerta—. Vamos, que todos ya hemos desayunado y solo faltas tú.
Arthur emitió un suspiro soñador, tan falso como que el cielo es amarillo.
—Ohh. Y estabas tan preocupado de que no comiera que has venido a despertarme para desayunar para que no tuviera problemas de alimentación. Que conmovedor.
Alfred le sonrió con sorna, girándose lo suficiente para que le viera el rostro.
—No, he venido porque nos estas retrasando. Queremos salir cuanto antes y nadie quiere cargar tu peso muerto.
Sus mejillas se encendieron con la furia que le embargo, y le miro con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, aunque Alfred no podía verlo, pues había vuelto a caminar hacia la puerta de nuevo.
—Idiota.
El americano le sonrío un poco más sinceramente, viéndole desde el umbral de la puerta.
—También estaba un poco preocupado por ti, si te sirve de consuelo.
Y Arthur le maldijo cuando le dejo solo en el cuarto, con las mejillas sonrojadas como una chiquilla de secundaria.
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Nini: Lamento mucho la tardanza, en serio, pero mi cerebro estaba seco, tenía concurso de fics, la cabeza llena de nuevas historias y no tengo el perdón de Dios, ya lo sé. No es cinismo, solo… lamento mucho no haber podido actualizar más pronto. Agradezco sinceramente a los que están siguiendo esta historia, y a pesar de no haber puesto la escena de la portada como la que inicia todo, si la incluiré, no se preocupen. Después de todo, esa es prácticamente la trama de la historia. Espero que les haya gustado mucho, y me hacen chillar de emoción cuando leo sus comentarios y el número de favoritos o seguidores. Les pido perdón una vez más, y espero actualizar más temprano, lo prometo que tratare.
Gracias.
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