¡Sorpresa!

¿Qué tal, como están? ¡Estoy de vuelta! Sé que desaparecí en esta historia por muchísimo tiempo, pero es que me ha costado un montón terminar este capítulo. No voy a mentir, también me desaparecí por un largo tiempo de FF sin actualizar ninguno de mis fics, pero cuando volví lo hice directamente con "Del otro lado de las estrellas". Sin embargo, no me había olvidado de este y siempre estuvo en mis planes actualizarlo. El detalle también radica en que no tenía bien planeado lo que pasaría después, pues como les mencioné antes, he querido darle a esta adaptación un matiz diferente. Así que tuve que incorporar muy aprisa en este capítulo algunos elementos, esperando que no parezcan muy forzados. Aún no está completa mi planeación, pero como este fic no es demasiado largo quizá no me lleve tantísimo tiempo terminarlo.

También quiero aprovechar para agradecerles los hermosísimos reviews que me han dejado en todo este tiempo, los trataré de responder lo más pronto posible.

Si a pesar del tiempo, has decidido continuar con la lectura no me queda más que agradecerte tu infinita paciencia, y si eres nuevo darte la bienvenida y agradecerte por darle una oportunidad a este fic. Espero no decepcionarlos nuevamente.

¡Disfruten la lectura!

Besos, S.


Capítulo 6

Pocos días después, cuando James por fin había abandonado la enfermería, durante el desayuno le había llegado una lechuza con una nota de la profesora McGonagall, diciéndole que cumplirían su castigo en el despacho de Filch, acomodando los expedientes de todos los alumnos traviesos de la historia. James sonrió, ya había hecho eso un millón de veces, seguramente Filch duraría el día entero desordenándolos para que tuviera algo que hacer. El castigo en sí, no le molestaba en lo absoluto, podrían haber sido peor, podría haber tenido que pasar toda la semana en cuatro paredes con Evans. Seguramente aprovecharía la soledad para matarlo lentamente.

— ¿Esta noche será tu castigo? –murmuró Peter con la boca llena de huevos.

—Sí, gracias a Merlín, solamente seremos Filch y yo…

—Y la señora Norris, no lo olvides.

—Y la señora Norris –tuvo que admitir.

—Pero esta noche es el entrenamiento de Quidditch –intervino Sirius, casi tirando los platos.

— ¡Rayos! Está bien que no pueda entrenar con ustedes, pero soy el capital y obviamente debo estar ahí para evaluarlos –gruñó el chico sin apartar la mirada de su preocupado amigo. –Tendré que saltarme el castigo.

—Ilústrame, ¿cómo harás eso?

Los cuatro chicos se llevaron la mano a la barbilla ignorando los suspiros que habían despertado en el gran comedor. James se pasó la mano por el cabello despeinándolo aún más y bufó mientras se colgaba la bolsa mensajera que usaba de mochila en el hombro.

—No sé cómo, pero haré lo que sea necesario.

Sin decir más, se puso de pie y salió a buen ritmo del salón.

Al otro lado de la mesa de Gryffindor, una chica pelirroja observaba al muchacho salir a toda prisa. No se habían dirigido la mirada en todos los días después del accidente en la biblioteca y Lily se sentía tremendamente culpable de todo lo que había ocasionado. James no había quitado la cara larga desde entonces, y sabía de buena mano que no era más que su culpa. Enfrentarlo por la estupidez del desorden de libros que había dejado, no había sido más que una excusa para discutir con él, pero se le había salido de las manos. El hechizo no estaba destinado para el estante de libros, sino para el pecho del muchacho. Debía practicar mejor su puntería.

Sabía que le debía una disculpa, esa noche aprovecharía la oportunidad ya que tenía castigo con Filch justo antes que él. Había recibido el recado unos minutos antes y se forzaría a encontrárselo.

—Deberías apartar tu mirada de él. Todo mundo se da cuenta –murmuró Susan a su lado, llevándose el tocino a la boca.

— ¿De qué estás hablando?

Susan bufó ocasionando que el flequillo de su frente se elevara unos centímetros.

—Sabes perfectamente que me refiero a James Potter. Desde que lo heriste de gravedad en la biblioteca, si quiero encontrarlo lo único que tengo que hacer es seguir tu mirada.

— ¡No seas ridícula!

A Lily le molestaba notablemente cualquier referencia a que ella tenía un interés por cualquier chico. No. Ella no era lesbiana ni nada parecido, pero se había auto convencido en los últimos años, que los chicos de Hogwarts eran unos trogloditas que no tenían la suficiente delicadeza para un alma sensible como la suya.

—Niégalo todo lo que quieras –escuchó que su amiga gritaba mientras se alejaba a paso fuerte.

En el camino pudo distinguir que Emma estaba sentada muy cerca de la puerta acompañada de Tony McMichael el cual reía escandalosamente. Otro imbécil para la colección, opinó.

Esa tarde había pasado algo extraordinario para Sirius. Él no era la clase de chicos que repetía, pero cuando las clases se habían terminado y una chica Slytherin se le había acercado con la única intensión de seducirlo, no podía negarse. A pesar de que su carita se le había hecho muy familiar.

— ¿Ya habíamos estado juntos? –preguntó empujando sus caderas contra la rubia de ojos oscuros.

La Slytherin tenía los ojos cerrados y la boca abierta, dejando su peso completamente sobre el escritorio de una de las aulas vacías. La única respuesta de la chica fue un gemido de satisfacción.

—Responde, muñeca, podría jurar que esto ya lo había vivido antes –murmuró con voz grave cerca de su oído.

La muchacha vibró bajo su peso cuando Sirius, sin pudor alguno, deslizó uno de sus dedos a la cálida cavidad que era su boca. Chupó con fuerza y Sirius tuvo que parar para no terminar en ese momento.

—Hace una semana, aquí mismo.

Ahora lo recordaba, era el supuesto interés amoroso de su hermanito Regulus. Le había tomado tan poca importancia esa vez, que no le había prestado más atención de la esperada. La chica era sexy, pero habría querido recordarla más claramente y no volver a repetir el mismo error. Aunque con tal de molestar a Regulus, era capaz de cualquier cosa.

Sirius apartó su dedo de los labios de la joven, prometiéndose a sí mismo que no cometería el mismo error dos veces. Empujó con fuerza sus caderas y poco a poco la habitación comenzó a volverse más pequeña.

—Entonces, ¿estás saliendo con mi hermano? –preguntó una vez que habían terminado y se colocaban su correspondiente ropa.

La chica se llevó la mano a los labios reprimiendo una risa, en un movimiento por más decir, femenino.

—En realidad solo fue una mentirita. Regulus Black no sale con nadie.

Por un momento olvidó lo manipuladores y víboras que los Slytherin pueden ser. Aquello había iniciado solo con la intensión de molestar a Regulus y averiguar un poco más sobre un tema que tenía pendiente. Aunque debía admitir que en las dos ocasiones había sido sumamente placentero, no había obtenido la información que buscaba. O por lo menos, lo había dado por sentado al encontrar los dedos de la chica vacíos.

— ¿Estás en quinto, cierto?

—Séptimo –corrigió la chica mirando sus uñas, mientras balanceaba su pierna sobre el escritorio.

Sirius frunció el ceño, bastante molesto.

— ¿Disfrutaste hacerme quedar como un imbécil? –gruñó con los brazos cruzados sobre su pecho.

—En realidad sí, y si tú lo disfrutaste tanto como yo. Me buscarás. Chao, cariño.

La chica se puso de pie de un salto y se dirigió a la salida lanzando un beso en el aire. Dejando a Sirius por no decir furioso, se sentía como un chiquillo hormonal que había caído en el juego de una chica aparentemente inocente. Aunque tenía que admitir, sin lugar a dudas que aquello le había parecido sumamente seductor.

James Potter se encontraba en el dormitorio aquella tarde, era demasiado temprano para regresar a su habitación cuando en el gran salón se servía un delicioso festín como cena. Pero él tenía un plan, y por supuesto incluía su huida del castigo de esa noche.

Había pasado todo el día haciendo los preparativos para no perderse el entrenamiento de Quidditch, necesitó a Sirius toda la tarde pero el aludido había desaparecido con el mapa del merodeador y se había dejado el espejo mágico en la habitación. Remus nunca estaba de acuerdo en sus travesuras pero terminaba aceptando una vez que la mayoría estaba de acuerdo, por supuesto este no era el caso. Él único que había colaborado por la causa había sido el pequeño Peter, que acaba de abandonar la habitación con la escoba y el uniforme de Quidditch de James bajo la capa de invisibilidad.

Por otro lado, James se llenaba los bolsillos de bombas fétidas, y detonadores trampa, necesitaría la capa de invisibilidad y el mapa del merodeador, pero los imbéciles de sus amigos no llegaban a la habitación. Miró con impaciencia la hora, tenía cinco minutos para llegar al despacho de Filch y el lento de Peter no llegaba. No le quedó más remedio que encaminarse a la salida de la sala común, eso sí, refunfuñando por lo bajo.

Cuando llegó al pasillo correspondiente se encontró con la pelirroja que menos quería ver. Podría jurar que no compartirían el castigo, pero ella simplemente estaba ahí de pie, aguardando, con la vista fija en los movimientos que practicaba con la varita.

— ¿Qué haces aquí, Evans? –preguntó con molestia.

Lily se puso de pie como un resorte y guardó la varita en el bolsillo de la túnica.

—Acaba de terminar mi castigo, Filch me pidió que te explicara el procedimiento.

—Lo que me faltaba –masculló pasando al lado de la pelirroja hacia el interior del despacho.

Si Lily escuchó el comentario disimuló bastante bien, porque no parecía enojada como en cualquier otra situación hubiera sido. Se limitó a señalar los cajones que estaban abiertos y explicar con detalle cómo debía ordenar los papeles en el interior. Eran como tres torres de medio metro cada una repleta de papeles, pero como James no tenía la mínima intención de hacer la tarea se limitó a pasar la mirada por todo el lugar, ignorando deliberadamente los ojos verdes que lo miraban con compasión.

— ¿Estás escuchando, Potter? –preguntó la pelirroja notando la indiferencia del chico.

— ¿Ah? ¿Qué? Ah, sí, Evans, mucha atención.

Por fin el clásico ceño fruncido había aparecido, y James puso los ojos en blanco cuando el pequeño pie de la chica comenzó a golpear el suelo de roca.

— ¿Puedes al menos fingir que te interesa? –escupió mordiéndose el labio.

James notó el detalle pero alzó los brazos al aire mirando al techo, como pidiendo un poco de paciencia.

— ¡No! ¡No puedo! Porque en este momento mi equipo está entrenando sin su capitán para la final de la temporada de Quidditch, ¿y sabes quién tiene la culpa?

Los ojos verdes bajaron hasta sus zapatos, donde su pie había dejado de hacer ese ruido molesto. Aquello tomó por sorpresa al pelinegro porque la expresión de Lily no era algo a lo que estuviera acostumbrado. De acuerdo, quizá no la había tratado lo suficiente en los pasados siete años pero sí que la veía diario, y jamás había notado esa expresión en su rostro.

—Yo… —comenzó a estrujar sus manos blancas sin poder elevar la mirada—. Yo quería… quería decirte que lo siento.

— ¿Ah?

—Dije que lo siento –ahora sí que había elevado la mirada, encontrándose con los ojos castaños desconcertados—. No fue mi intensión lastimarte de esa manera. Pese a que soy muy buena en encantamientos, no lo soy tanto en duelo por lo que mi puntería no es la mejor. Jamás quise lanzarte el estante, lo siento, de verdad –repitió para luego morderse el labio.

James estaba bastante sorprendido, pasaron algunos segundos en los que solo permanecía con la boca semi abierta y la mirada atenta a ese gesto tan arrolladoramente sensual que hacía Lily. Se regañó mentalmente por pensar esas idioteces, entonces recuperó la compostura y se aclaró la garganta antes de hablar:

—Lo hecho, hecho está –dijo con la voz más ronca de lo normal—. Lo único que me interesa es mi equipo, será un desastre si no juego la final y si me sigo perdiendo los entrenamientos.

Con la bilis palpable, pateó una de las torres de papeles ocasionando un desastre en la habitación. Lily observó como su trabajo de las últimas horas se había ido por las cañerías, quiso sacar su varita y matar a Potter con un solo hechizo, pero sabía que todo era por causa suya.

El pelinegro bufó enterrando las manos en su despeinado cabello, para después sentarse sobre el suelo para volver a ordenar los papeles. Lily se quedó estática en su lugar sin saber qué hacer.

— ¿A dónde fue Filch, de todos modos? –preguntó el chico dándole la espalda, después de unos minutos de silencio. Su voz había vuelto a la normalidad, y parecía un poco más calmado.

—Peeves está haciendo un destrozo en la torre de astronomía.

—Ah.

Lily había pasado los minutos más incomodos de su vida. Se había disculpado, pero James no había dicho mucho al respecto y no lo conocía lo suficiente para saber lo que pensaba. Sabía que debía haberse ido porque ya había cumplido con su parte, pero había algo que la obligaba a mantener los pies en su lugar.

— ¿Por qué estás todavía aquí? –preguntó James mirándola de soslayo, sin dejar de apilar los papeles.

No supo que decir, la había tomado con la guardia baja. Abrió y cerró la boca pensando en una excusa, pero esta nunca llegó.

—Yo…

— ¿Estás esperando a que Filch llegue para asegurarte que no me escabulla, verdad? –preguntó, para ser recibido nuevamente por el silencio de la pelirroja. Bufó una vez más—. ¿Sabes? No sé qué prefiero, que repliques todo lo que digo, o que me dejes hablando solo como un imbécil.

—No estoy esperando a Filch.

—Fantástico. Entonces vete.

Lily se dio cuenta que la furia no había abandonado a James Potter, él no solía portarse rudo con las mujeres, mucho menos con ella después de que la había estado acosando por semanas. No estaba acostumbrada a esa faceta de él, pero entonces lo suyo, no la había perdonado.

— ¿Cómo piensas escabulliste de Filch? –preguntó ignorando el último comentario del chico.

—No es de tu incumbencia, Evans.

—Ah, claro. Porque se nota que sabes perfectamente lo que haces.

El chico bufó, y Lily obtuvo el resultado que esperaba. Se puso de pie enfrentándola.

—Iba a llenar la habitación de jugos fétidos para cuando la señora Norris entrara, le cayera sobre su hermoso pelaje. No sé si sabes, Evans, pero las bombas fétidas tienen una reacción mucho más agresiva en los gatos que en los humanos. Así que a Filch no le quedaría otra opción que correr con Hagrid, el cual se encuentra en Londres, por lo que estaría entretenido hasta que terminara mi castigo y yo podría escabullirme al campos de Quidditch –terminó con una sonrisa.

Eso no ocasionó que la mirada de la pelirroja cambiara, porque bufó con fastidio y se cruzó de brazos.

—Tu plan de escape te brindará otro precioso castigo por los últimos dos meses de tu estadía en Hogwarts.

— ¡Me importa un comino si me pierdo la fiesta de graduación por estar castigado! El Quidditch es Quidditch, Evans, no es un deporte, es una pasión. No espero que lo entiendas pero no tienes idea la adrenalina de estar en un partido, las gradas gritando como locas, los dos buscadores detrás de la snitch y tu equipo a punto de perder por un punto, si es que el otro buscador coge la snitch…

—Tú tampoco –lo interrumpió.

James le dedicó una mirada gélida.

—Estoy agregando un poco de dramatismo, nada más.

—Parece que las cualidades de Black son altamente contagiosas.

Negó con la cabeza con un claro pensamiento de "nunca lo entenderías" y se dejó caer nuevamente en el suelo frente a los estantes.

— ¿Podrías hacerme el favor de irte y dejarme desarrollar mi estupendo plan, por favor? –preguntó James aunque en su pregunta no había ningún tinte de amabilidad.

—Tengo una idea mejor.

El pelinegro alzó la miró con la duda tatuada en su rostro, pero no tardó en ponerse de pie sacudiendo el polvo del pantalón.

— ¿Qué tienes pensando?

En habitación de los chicos de Gryffindor de séptimo curso se olía un ambiente distinto. Peter estaba sentado en el suelo con el caldero encendido, practicando la poción veritaserum que le había salido fatal durante la clase del miércoles. Slughorn le había bajado diez puntos cuando el caldero explotó ensuciando cada rincón.

—Debes dejarla diez minutos más reposando antes de dar tres giros con la varita –instruía Remus observando de cerca el aroma que desprendía la poción.

Por supuesto que el olor del ambiente nada tenía que ver con el cocimiento del veritaserum, sino en Sirius que desde que había vuelto de aquel encuentro por la tarde tenía un extraño presentimiento. Remus notó que algo andaba mal porque no era usual que su amigo melenudo estuviera tan callado, aun cuando se preparaba para la práctica de Quidditch.

— ¿Te sucede algo, Canuto? –preguntó con cautela.

El aludido terminó de abrocharse las rodilleras y dio una patada al baúl ocasionando que se cerrara con un golpe sordo.

—Regulus no está saliendo con nadie –actualizó Sirius con mirada inquieta.

Peter y Remus intercambiaron miradas confundidas.

—Y eso es importante porque… —empezó Remus, pero cuando el pelinegro no continuó con la frase frunció el ceño.

Sirius se limitó a bufar.

—Me encontré nuevamente con esta chica, ¿cómo se llama? No puedo recordar el nombre… —cerró los ojos forzando a su memoria –algo de Marina.

— ¿Mary? –preguntó Peter desde el suelo.

—No. Mar… Maria. Marianne.

— ¿Marlenne? –se escuchó la voz de Remus al lado de Peter, sobre su cama.

Los ojos grises de Sirius se cerraron, dando pequeños golpes en su frente con sus dedos.

— ¿Marlenne? ¿Marlenne qué? Va en Slytherin.

—Marlenne McKinnon, séptimo, Slytherin –continuó el chico sin entender el punto de su amigo.

—Sí, ella es, una rubia buenona con piernas como zancos.

— ¿Qué tiene ella? –indagó Peter revisando su reloj de pulsera.

Lanzó una mirada de soslayo a sus amigos, preguntándose por qué eran tan imbéciles.

— ¡Les dije que escuché al imbécil de Mulciber hablar sobre el anillo de mi querida y adorada familia!

La cara de entendimiento asaltó a los otros chicos, recordando una conversación que habían tenido unos meses atrás.

—El anillo simplemente pudo haberse perdido –opinó Remus, siempre tan consciente.

—Claro que no, tiene un hechizo que obliga al dueño a usarlo todo el tiempo, a no ser que quiera cedérselo a alguien más. Es una pieza muy valiosa en la casa de los Black, dudo mucho que Regulus se la diera a cualquiera.

—Eso me queda claro, Sirius, lo que no entiendo es por qué es tan importante.

—Porque resulta que con ese anillo puedo tener acceso a la cámara en Gringotts de mi familia –terminó el pelinegro con una sonrisa—. Eso quiere decir que si el imbécil de Regulus ya lo cedió a alguien más, cualquiera puede tomarlo porque la magia del anillo solo obliga a los de sangre Black a usarlo.

En el fondo de la habitación, los dos amigos estaban con la boca ligeramente abierta y asintiendo con la cabeza. Sirius había tenido muy mala relación con su familia desde años atrás, hasta que estaba en sexto año lo echaron de casa y el chico fue bien recibido por la familia de James. El único problema era que en un par de meses se graduaban de Hogwarts, y no tenía ningún lugar al cual ir, así que pensaba aprovecharse de la fortuna de su familia para abastecerse de todo lo que pudiera necesitar.

—Entonces el problema radica en que esta chica McKinnon, te dijo que Regulus no estaba saliendo con nadie –entrelazó Remus las ideas revueltas de su amigo.

—Por lo menos no públicamente. La primera vez que nos enrollamos pensé que si ella lo tenía podría quitárselo, pero la ingrata me engañó haciéndome creer que salía con Regulus. Me di cuenta que no lo tenía por supuesto, pero volví a caer como un imbécil y me confesó que no salía con nadie –suspiró—. Tengo que averiguar quién es la novia de Regulus y quitarle el anillo. No importa lo que cueste.

—Tienes un buen punto, Canuto, pero no estoy seguro que debas usar a las personas para obtener provecho de eso –objetó el licántropo con mirada desaprobatoria.

— ¡No empieces con tus mariconadas! –dijo lanzando un calcetín en su dirección. Chequeó el reloj que colgaba de la pared y se un brinco se puso de pie—. Tengo que irme, el entrenamiento está por comenzar.

Se colocó la túnica que cubría el uniforme de Quidditch y con la escoba en la mano se dirigió a la salida, pero se detuvo en el marco de la puerta desconcertando a sus amigos.

—Algo huele mal –espetó.

— ¿Tu moral quemándose? –preguntó Remus con la ceja alzada.

El chico negó con la cabeza y murmuró antes de salir:

—Deberías revisar tu poción, Colagusano.

El aludido se puso de pie de un salto, notando como el líquido amarillento empezaba a burbujear.

— ¡Te dije diez minutos, Peter! –gritó Remus antes de saltar del otro lado de la cama con el pecho al suelo.

El estruendo hizo eco en todo la torre de Gryffindor, ocasionando una habitación completamente mancha de una pasta viscosa amarilla, y un olor fuerte a infección. Remus asomó la cabeza para descubrir por vez consecutiva, a un Peter sucio de pies a cabeza. No puedo evitar reír, mientas el pequeño agradecía que no estuvieran los otros dos porque no pararían las burlas en lo que restaba del año.