Nini: Primer fic en supernatural, ¡Yupi! Estoy muy emocionada, de verdad, no he dormido nada en dos días por que la idea me atornillaba la cabeza, y ciertamente no pude evitar tomar mi celular y teclear esto mientras estaba comiendo. A pesar que tengo muchas historias que actualizar, me di tiempo de escribir esto. Es mi primer Omegaverse, también, y espero que sea del agrado de ustedes, sino, lo lamento pero debo pedirles que se abstengan de leer. También advierto que esta historia es Destiel, mi pareja favorita de esta fantástica serie. Advierto que no estoy experimentada con estos personajes, así que ténganme paciencia.
Bien, si no saben que es el omegaverse, no se preocupen, que aquí se les mostrara más o menos. Sin más que decir, gracias por darse tiempo de leer, y agradecería que me dejaran un review con su opinión, por favor, pues para una escritora es muy importante la opinión de su público.
Advertencias: Omegaverse, lenguaje fuerte, humor casi sin sentido.
Disclaimer: Todos los personajes no son míos, solamente creo historias con ellos sin esperar ningún beneficio a cambio más que la diversión mía y de los demás fans. Hago este proyecto sin fines de lucro.
Capítulo 1
A Typical Day
Cuando acepto ser el omega que se uniría a un Alpha totalmente desconocido para él, no esperaba que toda la escuela se compadeciera del desdichado desconocido.
Ciertamente, esperaba una hermosa cantidad de flores debajo de su casillero, o unas tarjetas mágicamente firmadas con dedicatorias de las múltiples personas que no conocía en la escuela lo suficientemente bien como para pensar que había aceptado de buena gana el compromiso. Puede que también hubiera esperado que muchos de los jugadores de futbol americano del colegio se le acercaran a confesarle su eterno amor desde que lo vieron tropezarse con una charola llena de macarrones con queso en primer grado, y que todas las porristas le hicieran una coreografía de despedida al finalizar las clases. Tal vez hasta que el mismo director llegara y le abrazara para felicitarlo, o consolarlo en el peor de los casos, pues sabía que a la manera de ser del director, pensaría que debía de estar totalmente triste de ya no escuchar su voz en los anuncios matutinos. Pero no.
Nada de eso ocurrió, sin embargo en el fondo sabía que no era posible que esas cosas maricas sucedieran en la vida real.
Lo que, de hecho, paso aquel ultimo día de clases no fue completamente memorable. Ni siquiera debería de acordarse de ese día en lo absoluto.
Su padre, como todos los días, le había levantado temprano, alegando que tenía demasiados pendientes que atender ese día como para que se atrasara solamente porque su bebetenía ganas de dormir más. Además, que todavía tenía que ir a la escuela.
Bufando, decidió que era necesaria aquella fuerte despedida con todos los de su escuela, y que debía de dejarlos con una gran impresión de él mismo antes de irse para siempre de esa ciudad para volver dentro de diez años casado con cuatro hijos, un perro y dos gatos, a la reunión de ex alumnos de la secundaria. Si, debía de dejar una gran impresión de Castiel Novak… o al menos, no una que provocara carcajadas en los alumnos y un gran sonrojo en él.
Sacudió la cabeza para quitarse esas ideas de la cabeza. Se levantó de su cama, arrojando las sabanas de dibujitos animados lejos de él. Salto, literalmente, de la cama, dejando ver su bóxer de guitarras con orgullo, o al menos más del necesario. Seguramente, muchos de sus compañeros no tenían un bóxer que representara mejor su personalidad como él, que no se avergonzaba de tener aun aquellas viejas prendas.
De hecho, comenzaba a dudar seriamente que aquello estuviera bien… probablemente debió tirarlos cuando descubrió que tenían un hoyo en el trasero…
¡Bah! Él era un hombre, y un hombre jamás se avergonzara de su ropa interior, ¿Cierto?...
—Puede que ya necesite comprar nueva ropa interior—pensó en voz alta—, considerando que no seré el único que los vea de ahora en adelante…
Se sonrojo al momento en el que pensó aquello, a la vez que sus ojos dejaban de brillar de la manera decidida en la que comenzaron a hacerlo cuando se levantó. Demonios, había olvidado por qué debía de dejar una buena impresión ese día…
Era el último día de clases para él. Después de ese día, ya no volvería a estar jamás en esa ciudad, o no al menos como un omega libre.
En momentos como ese, sabía que podía maldecir silenciosamente las estúpidas jerarquías que tenían en el mundo. Estúpidas, denigrantes, negligentes, racistas, inequitativas; había muchos adjetivos para calificar el modo con el cual se organizaba a los miembros de mayor importancia en el mundo, cosa que anteriormente no había.
El mundo, como lo conocían en ese entonces no era lo que había sido. Según tenía entendido, o al menos así explicaron en la clase de historia universal que debían de aplicarse a la fuerza en el instituto intermedio al cual asistía.
Antes, había múltiples entidades federativas que dividían al mundo, algunas de gran extensión territorial y otras que se reducían a pequeñas porciones de tierra o islas, muchas de pocos recursos económicos y otras con demasiada diversidad hablando de recursos, algunos con ciertos privilegios que se habían ganado por su muestra a los demás de ser una súper-potencia— término utilizado para las entidades de gran poder— y otras con diminuta influencia fuera de la entidad. Aquellas entidades, se les denominaban países. Y se regían con jerarquías sumamente diferentes a las suyas.
Ahora, muchos, muchos años desde esta época, la humanidad casi se extinguió por una guerra masiva en la que utilizaron armas químicas y causaron epidemia de enfermedad, peste y muerte sobre la Tierra. Sencillamente por el poder y ambiciones que invadieron las mentes de los gobernantes de los países, haciendo que estas se deformaran un poco por el simple hecho de querer ser más fuerte económica y políticamente hablando. Por ello, y por muchos motivos que aún no estaban lo suficientemente claros para colocarlos en los libros de texto como algo más que unas cuantas teorías, iniciaron la, más tarde llamada La Tercera Gran Guerra Mundial.
Esta Guerra, al contrario y a la vez similar a las que le precedieron, dejo tras su paso un gran número de muertes, sin embargo, esta vez no hubo ningún tratado de paz que pudiera haberlas detenido. Los químicos siguieron volando alrededor de la atmosfera matando a los individuos biológicos más débiles, devastando a la mayoría de las personas que vivían en ese entonces. En aquel momento, cuando el profesor James casi calvo les había explicado eso, no pudo evitar pensar si los que provocaron aquello fueron catalogados como individuos débiles, y murieron irónicamente con sus propios químicos.
Sin embargo, unos pocos miles de humanos, genéticamente inmunes a la enfermedad que provoco las sustancias, de alguna manera encontraron la forma de sobrevivir con la poca de comida que pudieron encontrar y fueron capaces de ayudar a restaurar su especie: el ser humano.
A medida que pasaba el tiempo desde La Gran Guerra, los productos químicos seguían en el aire y suelo, contaminando el agua de los arroyos y la comida que luchaba por crecer de la tierra; matando a aún más humanos de los pocos que quedaban y devastando el terror de ingerir los productos que la tierra les brindaba. Para sobrevivir, los humanos tuvieron que acostumbrarse a este medio ambiente alterado, la lluvia radioactiva, junto a otras sustancias químicas en torno hicieron mutar a los seres humanos. Mutación, pensó, Darwin—un científico que había vivido cientos de años después de la Gran guerra, y que aún seguía siendo una de las personas más importantes para la que la humanidad avanzara— decía que eso era evolucionar, y que los individuos más fuertes de algunas especies podían hacerlo, pero que aquello no afectaría a estos individuos, sino a sus descendientes. Eso fue lo que paso con los humanos en ese momento.
Las mujeres dejaron de tener ciclos menstruales mensuales, pero aún eran capaces de dar a luz. Poco después, ciertas mujeres y hombres comenzaron a sentirse raros cada tres meses, entrando en un tipo de "celo" similar al de algunos animales placentarios hembra durante la época de apareamiento. Más tarde, se descubrió que hombres y mujeres fueron capaces de dar a luz, y aquellos que pasaban por esos "celos" eran mucho más fértiles y capaces de dar a luz con mucha más frecuencia porque sus embarazos duraban 6 meses. A estos hombres y mujeres se los llamaron "Omega", debido a lo frágiles y regularmente embarazados, pero a la vez vitales, que eran. Se les restringía de la lucha y la caza, y sólo se les permitía participar como último recurso, denigrándolos a ser incapaces de nada por ellos mismos.
Los "Betas" eran aquellos que no pasaban por celo y no se sentían atraídos por los Omegas que estaban en celo. Originalmente eran los que cuidaban a los Omegas y otros Betas que esperaran bebes. Ellos podían cazar y trasladar la comida como guerreros por debajo de los Alfas.
Los Alfas eran aquellos que guiaban a la gente, se encargaban de las guerras territoriales y la caza eran los "Alfas". Protegidos y cuidados por el resto de sus pueblos, ya que eran los más fuertes y estratégicamente más hábiles, al mismo tiempo, estos defendían a sus pueblos correspondiéndoles el afecto, pues era su deber.
Pero a pesar de sus puntos fuertes, caían de rodillas ante el Omega en celo más cercano. Usualmente se apareaban con los Omegas cuando eran capaces de reconocer el olor del celo; olvidándose de todo lo que les rodeaba hasta que quedaran satisfechos, "anudando" dentro del Omega (aumentando así las posibilidades de fertilización). Anteriormente, los Alfas solían tener unos 5 compañeros de cada uno, marcándolos de dos de estas tres formas:
1. Grabando una marca en el brazo Omegas (ya no es socialmente aceptable, pero aun sucede con los Omegas que tienen un Alfa muy posesivo).
2. Dar algún tipo de gema o piedra en un collar o una pulsera para que llevaran (ahora se utiliza como forma de proponer casamiento a Omega).
3. Marcando al Omega con el olor del Alfa (que ocurre de manera natural después de anudar)
A medida que pasaba el tiempo, los pueblos formaron ciudades y pronto los países se restablecieron con sus mismos nombres, y gobiernos que tenían anteriormente (monarquías, democracias, etc.). Los avances tecnológicos superaron la tecnología de la época de La Gran Guerra, y los científicos biólogos que estudiaban los fenómenos evolutivos del ser humano encontraron la relación entre los tipos de sangre y la Importancia jerárquica. Ya que las ciudades fueron reconstruidas y la necesidad de las guerras territoriales y de caza disminuyó al encontrar maneras más sencillas de alimentarse, el orden social cambió para adaptarse a la falta de las necesidades primitivas.
Los Alfas todavía ocupaban puestos de liderazgo, pero también comenzaron a trabajar en los campos de la ciencia (en los cuales su inteligencia era de gran utilidad) y los medios de comunicación (su apariencia fuerte y superior ayudaba a que la gente vea las películas o la comprara los productos anunciados). Los Betas comenzaron a emparejarse con alfas u omegas, pero siguieron siendo las "abejas obreras" de la sociedad. Sin embargo, los Omegas siguieron en el mismo camino que tenían desde la evolución, aunque algunos tenían la suficiente libertad para tomar sus propias decisiones y elegir un compañero por el mismo si el Alpha de la familia lo consideraba oportuno.
Los términos, Alfa, Beta y Omega ahora son usadas para decidir en qué parte de la sociedad una persona se desarrollara (Importancia Jerárquica), haciendo que las personas se queden restringidas dentro de los grupos sociales con el nombre de su propia jerarquía.
Los Alfas son líderes natos, son fuertes, valientes, inteligentes, hermosos y agresivos. Los Betas nacen para trabajar en las tareas que los Alfas les asignan, son gente fácil de tratar, y no les importa ser seguidores. Y, por último, están los Omegas. Cuya función principal es la de quedar preñados, dar a luz, y criar a los hijos. Y, si los Alfas se lo permiten, pueden trabajar como maestros o niñeras. Deben ser sumisos, cariñosos y sensibles.
Mientras la jerarquía de Importancia Social siga existiendo, y los papeles no hayan cambiado mucho desde los antepasados, una cosa se ha vuelto mucho más compleja y molesta para cada generación de seres humanos: Buscar sus compañeros. Exactamente lo que le pasaba a él.
Cuando un Omega de su familia cumplía la mayoría de edad la cual era dictada por la ley, en este caso los 16 años, para establecer relaciones de pareja oficialmente ante el gobierno, era llevado ante su prometido o prometida Alpha que sus progenitores habían acordado en su nacimiento. Ciertamente era algo que nadie soportaría, pero así se había hecho desde que la familia Novak tenía memoria, y técnicamente nadie puede cambiar las tradiciones que se le habían inculcado a todos al nacer.
Su padre, Lucifer Novak, un Alpha de pies a cabeza, se había casado con un Omega de su preferencia, ya que aquella tradición del "matrimonio arreglado" solo aplicaba en Omegas; le había informado que cuando se acercara la hora de su décimo sexto cumpleaños se le llevaría ante su prometido. Sencillamente, la simple idea de un matrimonio arreglado le desagrado en el mismo momento que sus padres se lo dijeron, pensando que no debería de existir aquella tradición arcaica y primitiva. Sus padres, ante todo pronóstico, respetaron su decisión, y concluyeron que, si más adelante cambiaba de opinión también lo respetarían, por lo que el matrimonio seguía en pie hasta que cumpliera una edad mayor para decidir. Sinceramente, decirle a los nueve años que iba a tener un matrimonio arreglado, no fue una de las ideas más inteligentes.
Sin embargo, a los doce años se le volvió a decir lo mismo el día siguiente de su cumpleaños, mientras miraba su nuevo auto de control remoto dar vueltas alrededor de la cochera. Aun recordaba su reacción en ese entonces.
Castiel de doce años, con el cabello castaño desordenado cayéndole en la frente, mirando a sus padres con una leve sonrisa en la cara producto de la emoción de su nuevo regalo, pregunto un día soleado en la cochera de su casa.
—Padres, ¿Qué sucede? —pregunto con una leve confusión en sus ojos. Sus padres le miraron con una mueca de duda, ambos tomados de la mano como si ese simple gesto les diera más fuerza de la que ahora mostraban ante él, un inocente e inofensivo niño.
Lucifer, como siempre, fue el primero en hablar.
—Castiel—dijo seriamente, mirándole a los ojos—. ¿Recuerdas el tema que te dijimos a los nueve años?
—¿Sobre el casamiento con mi prometido? —dijo directamente sin vacilar—. Por supuesto, lo recuerdo todos los días y pienso en mi decisión como me lo han recomendado.
—Bueno—dijo Miguel esta vez—, de eso hemos venido a hablarte. Tú dijiste que desechabas la idea completamente…
—Porque me parecía denigrante y poco útil. No sacaría ningún provecho, ninguno de los implicados lo haría, de hecho. Sin embargo, viendo que han venido a decirme de nuevo lo mismo, creo que puedo tomar en cuenta ese matrimonio…
Sus padres le miraron con los ojos abiertos, levemente alegres también.
Suspiro aun sentado en su cama. En ese entonces, estaba completamente ilusionado con la idea de un matrimonio, una gran boda, y que su prometido fuera un hermoso príncipe como en los libros de cuentos que tenía. Y sus padres, como era de esperarse, no volvieron a insistir en el tema después de esa pequeña charla, dando por hecho que él decidía casarse.
Y ahora, con las maletas listas y puestas en la cajuela de su camioneta, con los ojos ocultos en unas profundas ojeras y en la víspera de sus 16 años, se daba cuenta que definitivamente era un estúpido. Pero un estúpido que podría ganar el concurso de los estúpidos… o uno que sería descalificado de ese concurso de estúpidos por estúpido… o que de paso sería convertido en el rey de los estúpidos por ser demasiado estúpido para ser considerado estúpido. Eso carecía de sentido.
Se levantó por fin, encaminándose para ducharse inmediatamente, mientras esperaba que ese día no saliera tan mal. Debía de ser memorable.
El pastel de crema que le recibió en el pasillo de la escuela, era inmemorable sin duda. Escucho la carcajada de Meg a su costado, y no hizo más que sonreír levemente. El pastel fue retirado de su rostro, para ser remplazado por un suave pañuelo de algodón, que limpio toda su cara con cuidado… o todo el cuidado que podía tener una chica como Megan Masters. La chica le sonrió cuando la vio y sintió la cara sin crema. No se sintió enojado por ese detalle cremoso, pero si levemente divertido. Sus amigos eran así, después de todo.
Meg era una Alpha desde los pies hasta la punta del cabello, y todo en ella gritaba una silenciosa advertencia. Era una chica divertida y con un poderoso sentido del libre albedrio. Era una de sus mejores amigos… una de los pocos.
Al lado de ella, estaba Charlie, mirándole con una sonrisa grande y sin previo aviso le abrazo, correspondió a su abrazo de inmediato. Ella era un Beta sumamente divertida, o al menos para él.
—Feliz cumpleaños, Castiel—dijo Charlie, guiñándole un ojo con expresión divertida.
—Sí, Feliz cumpleaños—le dijo Meg, mirándole, seguramente esperando su reacción.
—Que grandiosa bienvenida—dijo Castiel, mirándola con un deje de diversión. Meg se encogió de hombros.
—Soy especial—se limito a decir.
—Fue idea mía, de hecho—Dijo una voz detrás de él. Se giró, y vio a su hermano Gabriel detrás de él, sonriendo burlona y pícaramente—. Aunque era de esperarse, después de todo. Feliz cumpleaños hermanito.
Gabriel era su hermano, y ciertamente, muchas personas decían que tenían tanto en común como un árbol y un auto. Absolutamente nada. Gabriel era un Omega de cabello rubio, de mediana estatura aunque muchos le considerasen bajito.
—Gracias, Gabe—le dio un abrazo, que fue correspondido.
A su alrededor, todo mundo le miraba con una sonrisa burlona en la cara, y él sabía exactamente que eso no era nada nuevo, o al menos, no algo que se saliera de la rutina. Por un momento, esa familiar sensación de la sangre yéndose directamente a las mejillas, delatando su vergüenza como era de habitual, le hizo imaginarse que nada había cambiado, y que mañana seguiría asistiendo a la escuela como era de costumbre. No era cierto, sin embargo.
Meg y Charlie se dirigieron a su clase de educación Física, dejándole solo con su hermano.
—No los escuches digan lo que digan—le dijo Gabriel, mientras se iba a su clase de Matemáticas; él tenía Literatura a primera hora, y extrañamente no compartía clases con Gabriel durante el día—. Sabes que se los van a joder tarde o temprano.
— ¡Gabriel! — le reprocho.
—Es la verdad. La única razón por la que te molestan es porque sienten celos de tu maravilloso culo de omega y…
—Gabriel…
—Okey, me callo, ¿Feliz? —le dijo con las manos a los lados en forma de rendición.
—Bastante, de hecho—Bufo, mientras se giraba para ir a sus clases. Gabriel se fue por su lado sin decir más palabras.
Sabía que su hermano estaba solamente siendo sincero, que no debería de escuchar a los demás, y que no debería de preocuparse por la envidia ajena… o al menos eso quería pensar que decía a su muy extraña manera. Sin embargo, era demasiado hasta para él el tratar de ignorar esas miradas en su persona, siguiéndole como un depredador seguiría a una presa.
Sintió que tropezaba por algo, y solamente fue consciente de eso cuando su mejilla choco contra el suelo.
—¿Qué pasa, Novak? ¿Estás tan cachondo que no puedes esperar el besar el suelo?
Gimió de dolor, sintiendo un sabor metálico en la boca. Hoy sería un largo día
El estridente sonido de la música llena de solos de guitarras y voces chillonas le recorría todo el cerebro.
—Curioso— pensó con algo de ironía en la voz de su cabeza (porque no solo lo pensaba, sino, que escuchaba a la propia representación antropomórfica de su sentido deductivo diciendo sus pensamientos), sintiéndose cada vez más estúpido. La música que por lo general él escuchaba era tontamente ruidosa, y jamás de los jamases le había provocado una sensación parecida a la que estaba sintiendo. Ciertamente, esperaba que aquella extraña punzada en su cerebro se detuviera.
Tampoco entendía porque termino haciendo aquello, quiere decir, vamos ¿Quién en su sano juicio aceptaría lo que él? ¿Quién era lo suficientemente estúpido para eso? Aparentemente, él.
Se estarán preguntando: Si realmente aquello era estúpido, ¿Por qué demonios había aceptado?
Bueno, ni siquiera él con la cabeza perfectamente puesta sobre sus hombros, con toda la fría calculadora instalada en su conciencia desde que nació, tenía la respuesta a eso.
A su lado, su hermano Sam miraba el paisaje desde su asiento, con los audífonos negros puestos en cada oreja, escuchando distraídamente la música sin saber que habían pasado apenas faltaban unos minutos para dar por terminado el viaje. Ignorando absolutamente todo… excepto las estúpidas notas de la banda de pop del momento— está de más decir que no se había molestado en aprenderse el nombre de aquella ridícula banda—. Tampoco esperaba que hiciera lo contrario, sin embargo.
Él, como era de esperarse, conocía tan bien a su hermano como conocía las biografías de todos los cantantes de moda, o las estrellas de la cultura pop, geniales, talentosas e increíblemente asombrosas; por lo que, sabiendo que su hermano no escucharía ninguna palabra proveniente de él en todo el estresante camino, no se molestaría en hablarle. O no por el momento, al menos.
Dejo de ver el camino para ver sus uñas sobre el volante, notándolas blancas de la fuerza aplicada en su agarre. Estuvo tentado unos segundos a soltar el timón del auto para abrirlas y cerrar las palmas ya insensibles, pero decidió que no quería dejar que algo como eso les provocara que chocaran, por lo que subió su mirada de nuevo.
—Distráete—hablo de nuevo la forma aniñada de sus pensamientos, con una voz que aseguraba que era una orden y no una sugerencia. Trato de hacerlo, dios sabe que sí.
—Vamos—insistió la voz en su cabeza, y por un momento juro ver al pequeño él en el asiento de atrás, haciendo un puchero—. Eres demasiado inteligente para saber cómo te puedes distraer, solo debes utilizar tu imaginación.
—Es fácil para ti decirlo—le respondió él, con una sonrisa irónica, hablando en voz alta. Su hermana seguía tan ensimismada en su mundo lleno de música extraña, que ni siquiera le escucho—, personita invisible.
—Me amas, y sé que amas verme.
—No tanto como amaría no verte, te lo aseguro.
—Entonces, ¿Por qué sigues hablando conmigo cuando quieres que desaparezca? —pregunto, con el ceño fruncido en confusión.
Le miro por el espejo retrovisor, con una sonrisa burlona en los labios.
—Porque tú dijiste que me distrajera— el de atrás bufo, o al menos eso le pareció—. Además, nunca está de más charlar contigo mismo de vez en cuando, ¿O no?
— ¿A quién le estás hablando? —pregunto Sam, quitándose los audífonos y mirándole con una ceja alzada.
—Con nadie— contesto automáticamente, y vio brillar los ojos verdes de Sam con la duda. Se corrigió automáticamente: —Quiero decir, con nadie que sea importante. De hecho, estaba hablando con Crowley, pero, sabiendo que no tengo créditos infinitos desde que mi madre se atrevió a castigarme, le colgué.
—Seguramente— contesto con sarcasmo su hermanito, cruzando los brazos de manera irónica, como el solía hacerlo de vez en cuando—. Y el que estés a punto de conocer a la Omega o al Omega con quien te casaras y follaras hasta el cansancio nada que ver, no tiene nada que ver con que estés hablando solo por los nervios, ¿Cierto?
Se sonrojo un poco sin poder evitarlo.
Obviamente no tenía nada que ver. Carraspeo con fuerza.
—Claro que no. He follado antes (Dios sabe que sí), ¿Por qué tendría que estar nervioso ahora?
—Tal vez porque esta vez sí debes de comprometerte en serio.
—O tal vez porque ya me dejaste marcado tu trasero en el asiento de mi amado coche. En serio Sammy, ¿Cómo puedes comer solamente ensalada y estar tan grande como tú?
Le miro con molestia.
—No es mi culpa que tú seas un enano, Dean—le contesto con una sonrisa.
—Y tampoco es la mía que estés así. En serio, ¿Qué te dieron? ¿Acaso mamá te puso esteroides en tu biberón? Esas cosas son ilegales, Sammy.
—Ja ja—soltó una sonrisa irónica—. Eres muy gracioso. Ahora sé porque no estas para nada gracioso, digo, con un sentido del humor como el tuyo, es obvio que tus futuros suegros estarán más que encantados contigo.
Dean palideció, mientras daba un tirón al volante. Sam ahogo una exclamación, y de un fuerte tirón regreso de nuevo al carril que le correspondía, no sin antes molestar al auto de atrás.
— ¡¿Qué acaso estás loco?! —exclamo Sam, mirándole a la cara. Dean no le miro, y sus ojos se perdieron en la carretera. El más joven, borro la expresión de pánico y molestia de la cara, y le miro con seriedad—. Sabes Dean, yo también tengo miedo. Estoy nervioso, lo admito. Recuerda que no eres el único que conocerá a su futuro este día. Es cierto, bien… nosotros no decidimos nuestro futuro, pero nuestros padres nos aman y quieren lo mejor para nosotros. Dean, te aseguro que si no era lo que nos hubiera gustado, Mamá y papá jamás nos hubieran prometido a dos omegas que no conocemos.
Sam dio una pausa, para después proseguir cuando su hermano no dijo nada.
—Es cierto que es demasiado para dos chicos de dieciséis, el casarse y tener una familia, pero nadie dijo que tengamos que hacerlo ahora, podemos esperar. Tiempo nos sobra. Primero conozcamos a los hijos de los amigos de nuestros padres, después les ganaremos cariño, además, siempre nos han dicho que la unión de un Alpha y un Omega es perfecta y que uno no necesita nada más después de eso.
Ambos guardaron silencio. Sam sabía que todo lo que había dicho era cierto, e inconscientemente se lo repetía una y otra vez para convencerse así mismo. Dean, por otra parte, volvía a sentir el dolor de cabeza y la novedosa sensación de nauseas en boca del estómago.
Trato de controlar esas sensaciones, sabiendo que Sam tenía razón. Todo saldría bien, no había porque estar nervioso. Además, Dean Winchester, jamás, nunca, estaría nervioso.
Porque sin seguridad, Dean no era Dean.
Sabiendo que simplemente debía de pensar en otra cosa para ignorar lo que haría a continuación, comenzó a cantar la siguiente canción. Sonrió cuando las primeras notas de "Welcome to the jungle" se escucharon en el auto.
Oh sí. Eso era Dean Winchester.
Castiel salió del cubículo del baño cuando Gabriel comenzó a insistir por doceava vez en lo últimos diez minutos— antes de eso, su hermano había estado insistiendo desde veinte minutos atrás—, y se refugió en los brazos que se le eran abiertos, dejándose abrazar por su hermano. Charlie estaba ahí, con Gabe, mirándole con cariño y le tendió a mano. La tomo inmediatamente, y se vio envuelto en la calidez de los brazos de su hermano y la compañía de Charlie. Meg, como era de esperarse, había estado buscando a los brabucones que le hicieron esto a su amigo Castiel, para—palabras textuales de ella—: "Romperles las bolas a esos hijos de perra".
Meg Masters no permitiría que Castiel fuera lastimado, y de no ser porque Castiel necesitaría unos pilares en los cuales apoyarse, Charlie habría ido con ella.
—No los escuches, Castiel—dijo su amiga, mirándole a los ojos—. Veras que ya no te molestaran más.
—No pensé…—el mayor de los Novak soltó un suspiro sin poder evitarlo, separándose de su hermano—… no pensé que fuera tan odiado…
—Son jugadores de futbol—dijo Gabe, frotándole la espalda—, no podemos esperar más de estúpidos atletas que no usan el cerebro para más que usarlo como balón si se llega a perder el verdadero.
—Tienes razón—se irguió, mostrando orgullo como siempre después de esas demostraciones de agresión hacia su persona—. No me dejare de ahora en adelante, no lo he hecho antes, y ahora tampoco.
—Siempre nos tendrás a nosotros, de todos modos— dijo Meg entrando en la puerta—. Además, ahora vas a tener a un hombre que te defienda de esos bravucones… y encargado de darte la suficiente atención.
—¡Meg! —le reprendió Charlie, con una sonrisa divertida. Castiel también sonrió, sabiendo que la chica Masters solamente quería sacarle una sonrisa—. ¿En dónde están las cabezas de los idiotas aquellos? ¿Las dejaste afuera, o las enterraste para no dejar evidencia de la masacre?
—Los muy cobardes se me han escapado de las manos—suspiro derrotada—. Pero no les aseguro que se saldrán con la suya, mañana hay entrenamiento, y soy experta en separar a la manada y atacar a un miembro a la vez. Es cuestión de tiempo para que aparezcan en el hospital.
—Lástima que no estaré aquí para verlo—dijo Castiel, sonriendo—. Debemos irnos, ya es tarde y debo conducir hasta a otra ciudad. Lucifer me dio permiso de llevar yo el coche, aunque insistió en acompañarme al igual que Miguel.
—Y yo voy también—dijo Gabriel—. Recuerda que dentro de poco menos de un año conoceré a mi prometido, y pues, ¿Qué mejor ocasión para verlo antes de tiempo que haciendo trampa y escondiéndome en el auto?
—Estás loco si piensas que te dejare hacer eso.
—Bueno, al menos tenía que intentarlo.
—Meg y yo iremos por tu regalo a mi casa—dijo Charlie—, te alcanzaremos antes de que te vayas, y si no, ya tenemos el plan B.
—¿Y ese es? —pregunto con duda, esperando lo peor.
—Gabriel compro tres boletos hacia la casa de tu prometido, ¡Entraremos a la fuerza, te secuestramos y te daremos el regalo!
—Sera mejor que las espere entonces—dijo resignado, comenzando a caminar fuera del baño—. ¿Qué no las chicas les da miedo entrar al baño de hombres?
—Claro que no— exclamo Meg—. ¿De qué edad nos ves, Novak? ¿De doce?
—Ya superamos todo eso—dijo Charlie—. Digo, ¿Qué nos puede pasar por entrar? ¿Qué nos crezca un pene?
—Yo sigo pensando que me saldrán tetas si entro en el baño de mujeres—dijo Gabriel, mirando la puerta al otro lado del pasillo.
—¿Y porque piensas esa cosa tan estúpida?
—Porque veo las veo a ustedes dos entrar seis veces al día. Creo que no soy el único que lo piensa, entonces.
Meg y Charlie se miraron disimuladamente la una a la otra, y luego a ellas mismas. Castiel se permitió soltar una carcajada.
—Entiendo—dijo Miguel, asintiendo con la cabeza.
—¿Lo hace? —pregunto Dean, sentado en la estancia al lado de Sam y frente a los padres: Lucifer y Miguel.
—Sí, y estoy de acuerdo con sus padres. De hecho, me alegra que la reunión haya sido en nuestra casa y no en la suya. Han de comprender que es mucho más cómodo que se conozcan aquí y no dejar a nuestro Castiel.
—En especial si no los conocemos—dijo Lucifer, mirándoles con un odio frio.
Sam se sintió incómodo.
—Bueno, entonces solo basta esperar—dijo el menor de los Winchester. Justamente en ese entonces, la puerta principal se abrió.
—¡Llego por quien lloraban! —exclamo una voz desde el recibidor.
Sus miradas se posaron en la puerta de la estancia inmediatamente, y no mucho después esta se abrió, dejando ver a dos chicos de aparentemente dieciséis. Dean sintió su estómago hacerse un nudo. Frente a él, estaba su prometido.
Castiel miro a los cuatro hombres en la sala y sus instintos le obligaron inconscientemente a olfatear. Tres Alphas… dos de ellos desconocidos…
Sus ojos azules se posaron en unos verdes que le regresaron la mirada. Inmediatamente, supo lo que aquello significaba.
Trago duro, con los ojos puestos en él. Dio un paso hacia adelante dispuesto a preguntar que ocurría a sus padres, cuando su mejilla dio de lleno en el piso… de nuevo.
—¡Castiel! —escucho las exclamaciones preocupadas de su familia, tanto de sus padres, como su hermano y de los desconocidos, que reaccionaron ante el instinto de defender al omega.
Oh si, ese era Castiel Novak, y ese era un típico día en su vida.