Disculpen la demora. Ya estoy trabajando en los capítulos que vienen.

Arthur, en cualquier otro momento, día, mes o año de su vida, hubiera pagado millones de dólares en efectivo, si alguien le hubiera dicho que tenía una foto de Eliza aturdida, callada y quieta. Hubiera disfrutado ese momento y se lo hubiera restregado en el rostro cada día de su vida, no iba a mentir, probablemente en un día o dos recordaría la cara de Eliza en este exacto momento y se reiría, pero ahora, sentía que era la calma antes de la tormenta, estaba justo en el ojo del huracán.

Y el huracán sólo avanzó, los ojos de Eliza dejaron de mirar por donde se había ido Alfred, y caminó dando largas zancadas, como si tratara de estirar sus piernas lo más posible.

Arthur tomó su mochila con su mano derecha y trató de meter su brazo izquierdo por la correa de su mochila, pero Eliza inspiró, inspiró indignada mientras miraba sus dedos rotos.

-¿Qué más te hizo? ¿Te golpeó?- La morena dejó su bolso rosado sobre la banca mientras tiraba de la mano de Arthur, revisando cada uno de sus blancos dedos –Dios, apestas a ese obeso- murmuró mientras agitaba sus pequeñas manos sobre su rostro, el sol brillaba sobre sus uñas celestes con unos suaves diseños de nubes.

Ella simplemente toqueteó todo su cuerpo, sus brazos ahora libres ya que se había sacado su poleron. Golpeó su estómago en busca de reacciones y cuando su mano le dio una palmada en sus costillas izquierdas, Arthur no pudo evitar encogerse.

-¿Las costillas de nuevo? ¿Están rotas? Juro que lo mataré- gruñó la morena mientras seguía su examen. Se frotó un par de veces su rosada nariz, como cuando a Arthur le daba sus pequeñas alergias y se frotaba la nariz para evitar estornudar.

El ingles comenzó a preguntarse si esta vez el verano estaba llegando demasiado pronto, las manos de Eliza estaban por todo su cuerpo y eso solo lo estaba comenzando a sofocar, necesitaba aire, espacio, pero también quería que Eliza siguiera tocándolo, era reconfortante, como si le picara la espalda y le estuviera rascando.

-¿Cuándo Arthur? ¡Arthur! ¿Estás bien?- La morena posó su mano en la mejilla de su mejor amigo y prácticamente su hermano, Arthur lucía ido, y cuando su mano se posó en su rostro se dio cuenta que estaba hirviendo.

-¿Hmm?- Murmuró Arthur mientras la miraba, sus ojos normalmente de un verde vivo estaban nublados.

-¿Estás enfermo? ¿Quieres que llame al trabajo para decir que vas a faltar? Aunque estamos a unas cuadras, podríamos regresar y acostarte-

Le sugirió la morena mientras fruncía el ceño al extraño comportamiento del rubio.

-¿Qué? No, no, estoy bien, sólo hace calor. Quizás que me estoy enfermando, creo que nunca podre soportar los cambios climáticos bruscos- comentó el inglés mientras le ofrecía una cálida sonrisa a su amiga.

El rostro de Eliza se suavizó mientras tomaba la mano de su amigo y caminaban por la sombra. -¿Te golpeó?- pregunto la morena.

-¿Quién?- el rubio la observó confundido.

Eliza le dirigió una mirada de '¿Quién tú crees?' ante la respuesta de su amigo, cuando el rubio se puso de un suave rojo que amenazaba convertirse en una rojo fuego, la morena arqueó una ceja. Vaya que sorpresa.

-Creo que podría jurar que vi su asquerosa mano bajar por tu trasero- murmuró la morena, que sonrió cuando su amigo se sobresalto.

-No- escupió Arthur –imposible-.

-¿Si? Imposible es lo que hubiera dicho yo hace una hora cuando me estaba levantado y alguien me hubiera dicho que te andabas besando con tu bully- murmuró secamente la morena.

Su amigo giró su rostro al piso, haciendo que una de sus orejas le tapara el rostro deliberadamente –No es así- murmuró.

La morena se acercó apoyando el costado de su cuerpo contra Arthur, su cola se agitó bajo su falda y le dio contra el lado posterior de sus muslos. -¿Te gusta?- murmuró la morena, casi susurrándolo.

-No es eso- balbuceó su compañero, la poca habilidad para comunicarse de Arthur estaba comenzando a molestar a la muchacha.

-¿Y? Yo no me besaría con alguien que no me gusta- dijo la morena mientras le daba su espacio a su amigo y acomodaba un rizo castaño para distraerse.

Cuando su amigo no le dio ninguna respuesta, la pequeña morena levantó su mirada hacia Arthur, su amigo fruncía el ceño como si tratara de buscar la respuesta a su pregunta, o a su comentario. La pequeña dio un respingo cuando sus ojos encontraron un improvisado vendaje sobre el cuello de Arthur.

Eliza esperó impaciente, se quedó callada mientras caminaban en silencio por un par de cuadras, y cuando quedaban unos metros para llegar al restaurant en el que trabajaban, sus sentidos encontraron lo que estaba buscando. Le costó un buen tiempo ya que ella no era muy buena con lo de rastrear y buscar a sus alrededores sin moverse, pero lo logró.

No sabía exactamente a qué distancia estaba, ya que tendría que girarse y dejar por el piso su actuación de 'Aquí no pasa nada, sólo soy yo y mi mejor amigo caminando al trabajo'. Después de varios años, era capaz de distinguir la figura o esencia del obeso ese, y no estaba lejos, podía sentir su mirada sobre ella como si fuera una gran lupa contra el sol y ella una pequeña hormiga.

¿Celoso? Posiblemente, sólo un perro sarnoso y celoso mordería tan salvajemente a su presa, pareja, lo que sea. Maldito pulgoso, Eliza rodeó la cintura de Arthur con uno de sus delgados brazos y movió su cola acariciando levemente los muslos de su amigo, esto posiblemente era un tormento para el obeso, ¿Quién hubiera pensado que terminaría así?

Eliza se separó de su amigo cuando este comenzó a estremecerse, estaba sudando, y eso que el inglés nunca sudaba, debía estar muy enfermo como para comenzar a tiritar de esa manera.

-o-

Arthur hervía, la fiebre lo estaba comenzando a hacer sudar y en poco tiempo, sólo necesitó que Eliza se acercara un poco para comenzar a tiritar, necesitaba que alguien lo abrazara, hubiera rodeado a Eliza con sus propios brazos pero su cuerpo se descontroló y comenzó a tiritar. Se sentía horrible.

Cuando llegaron a la entrada de la cafetería Arthur se sentó sobre una de las sillas y se abrazó a sí mismo. Se sentía como cuando era pequeño y comía algo en mal estado, siempre fue un poco delicado de estómago y se preguntó si tal vez se había intoxicado comiendo alguna cosa.

-Creo que comí algo malo- murmuró Arthur mientras su cuerpo se estremecía, Eliza asintió y se fue al mostrador, habló un momento con la cajera de turno y esta se fue a la cocina. La morena se quedó unos minutos esperando hasta que la cajera regresó y le entregó una taza azul a su amiga.

-Bebe esto, no tiene azúcar así que tal vez esté un poco amargo- comentó la morena mientras se sentaba junto a su mejor amigo – Pero es mejor que no tenga azúcar, tal vez te bajaron las defensas, estas sudando frío, abríbgate o empeorarás Arthur, ahora traga esto- La morena empujó la taza hacia el rubio mientras le frotaba la espalda.

Arthur se calmó cuando Eliza comenzó a frotar su espalda, bebió sin ningún problema el té de hierbas y dejó a un lado el palito de canela que flotaba en el centro. No le molestó el sabor amargo ya que estaba acostumbrado a los té especiales de su mamá. Pasó un momento hasta que comenzó a sentirse mejor.

-¿Mejor?- preguntó la morena mientras se levantaba de la mesa.

-Sí, algo me debió caer mal- contestó el rubio mientras se apuraba a cambiarse de ropa junto a su amiga.

-Tal vez te cayó mal el beso- le dijo Eliza mientras se reía cuando Arthur la empujaba con su mano derecha tratando de pasar junto a ella.

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Alfred siguió de lejos mientras los dos amigos caminaban juntos a la cafetería. Cuando Eliza acarició a Arthur con su cola, el americano se giró y decidió irse lejos antes de comenzar a gruñir y perder la cabeza. Se fue a su casa a buscar un cambio de ropa antes de irse a unos de sus trabajos de medio tiempo.

Llegó antes de tiempo a la mueblería de una de sus vecinas, la señora Eugenia era viuda hace ya varios años. Alfred terminó trabajando medio tiempo para ella cuando tenía 16 años y su padre lo castigó por repetir una materia. Llevaba cuatro años yendo dos días a la semana donde la señora, le gustaba su trabajo.

-Llegas antes Alfred- comentó la señora ya de unos cincuenta, Alfred no sabía con exactitud cuántos años tenía pero no iba a preguntar.

- No tenía nada que hacer- comentó Alfred dirigiendo una sonrisa cortés a Eugenia.

Eugenia le dio un beso en la mejilla saludándolo mientras se remangaba la blusa amarilla y se colocaba los guantes. Alfred se colocó sus propios guantes y los anteojos de seguridad. Estos siempre lo molestaban un poco ya que eran incómodos sobre sus propios anteojos.

El trabajo siempre lograba distraer a Alfred, cuando peleaba con su papá, cuando tenía un mal día, cuando odiaba a todo el mundo, pero ni todo el barniz del mundo podría ahogar el pensamiento de un ágil conejo corriendo de él.

Eugenia metió su brocha dentro del tarro de barniz después de que Alfred lo hiciera, ella estaba sentada sobre el piso de su taller mientras pintaba una orilla de la mesa y procedía a pintar con cuidado una de las patas.

-Un billete por tus pensamientos muchacho- murmuró la señora mientras miraba de reojo a Alfred, que estaba pintando junto a ella.

-Que sea uno de veinte- bromeó él mientras se acomodaba los anteojos.

-¿Qué ocurre? ¿Hank?- trató de adivinar la canosa mujer.

-No, está tranquilo- murmuró el moreno mientras tomaba su lija y emparejaba una orilla que estaba muy puntiaguda.

-¿Te metiste en problemas? Mmm… ¿Préstame la lija un momento?- ella estiró su mano enguantada hacia su compañero.

Problemas, era una buena manera de decirlo, Arthur era un problema. Uno muy lindo… basta. El americano se gruñó a sí mismo cuando sus pensamientos lo comenzaron a confundir de nuevo.

Eugenia lo miró con preocupación, se sacó uno de los guantes y posó su delicada mano sobre la mejilla de Alfred mientras trataba de llamar su atención. El moreno miró a los ojos de la mujer, Eugenia era casi su mejor amiga, su única amiga ya que el sólo se relacionaba con mujeres cuando quería pasar un buen rato.

-¿Qué te atormenta pequeño?- le preguntó la mujer –Sabes que soy muy buena guardando secretos, yo no te juzgo- le recordó la mujer pellizcando una de sus mejillas –ya suéltalo-

El moreno le gruñó cuando le pellizcó la mejilla, le pasó la lija y apoyó con cuidado su brocha en una de las orillas del tarro de barniz.

-La danza del día de lluvia- murmuró Alfred mientras se levantaba a buscar otra brocha más gruesa.

-Ahhh, una chica- se burló la vieja – ya era hora ¿Cuál es el problema? ¿Te ignora?-

-Ese es el problema, no es una chica- dijo el moreno.

-¿Un chico? No es para tanto mi niño, los instintos son instintos- le comentó ella mientras se arrastraba de a poco para ir hacia la otra esquina de la gran mesa.

Alfred comenzó a pintar la parte superior de la mesa, lo hacía lentamente para que toda la superficie quedara pareja – Arthur Kirkland, el maldit… ese conejo- gruñó el americano tragándose su propia maldición.

Eugenia se comenzó a reír cuando escuchó el nombre de Arthur, Alfred le frunció el ceño, molesto -¿Qué es tan chistoso? Pareces una loca riendo así bufó el moreno.

-Ay, mi niño es una gran ironía que te atormente al que llevas atormentando varios años- la mujer le sonrió – Karma es que te guste el muchacho al que persigues- murmuró ella.

-No me gusta- Ladró Alfred.

-¿Entonces por qué te atormenta?- Eugenia se levantó con agilidad de piso y se sacudió las piernas –Del amor a odio hay un paso… y del odio al amor hay uno aun más pequeño- le dijo la sabia mujer.

El americano se sonrojó ante la sonrisa de Eugenia, a él no le gustaba el mugroso conejo, ¿Amar? Alfred bufó.

Ni a palos.