¡Hola!

Así que aquí estoy con un nuevo fic. El segundo de esta categoría.

Probablemente sea... No sé OOC.

Este fic participa en el Reto Temático de Marzo: "Familia Watson" del foro "221B Baker Street", como pueden ver en el summary. No estoy muy familiarizada con esto de los retos, pero espero que les guste.

Sherlock, naturalmente, no me pertenece. Esta versión de Sherlock Holmes (Basada en las obras de Sir Arthur Conan Doyle) les pertenece a Steve Moffat y a Mark Gattis.


John Watson es una persona llena de diferentes colores, y todo aquel que lo conoce lo sabe.

Es impresionante como puede matar a alguien con pulso imperturbable y por las causas que el cree correctas, usando suéteres de lana, afelpados y de colores cremas. Esa misma mano la que da el té de las mañanas y escribe en un blog hazañas y vivencias como un hombre viejo de sus días de antaño.

John tiene un pasado. Uno que Sherlock admira por el simple hecho de que lo haya formado como un hombre de principios, de contrastes. A un hombre lo suficientemente interesante como para dedicarle este cuadro de pensamiento. Él es el caos bajo capas de normalidad y eso es algo que a Sherlock le mantiene curioso, como un enigma que merece ser desentrañado todos los días.

Desde muy temprana edad, John tuvo que observar los tintes de la vida y acoger los suyos de estos.

De los días grises de su infancia, experimentando las peleas de sus padres por detalles insignificantes. De Henry Watson vociferando, golpeando paredes y gritando a su esposa "¡Yo no tendré una hija lesbiana!"

El azul de la nostalgia, del resignarse y servir de ancla a Harry, observando sus lagrimas y bebiendo su tristeza, casi impactado de que siendo quien es; la divertida Harry, la que le fastidiaba, tener que verla en este estado tan vulnerable. Y otra vez azul al verla tomar sus maletas, verla mirar atrás y tomarlo de las mejillas diciendo "Serás un doctor exitoso, Johnny." con una triste sonrisa que hace que John se rompa, pero aún así oculta el sentimiento de sus padres, de Harry y de si mismo.

Siente amargura al ver a su padre tomar una botella de cerveza y hacer que nada ha pasado, mientras que su madre entra a la cocina y libera las lágrimas que él no. De una forma desconsolada. De una forma que el nunca pudo imaginar verla llorar.

Llegando a la adolescencia intentó descubrirse a si mismo, tuvo novias y fuera de su estado, su vida se lleno de verde. El verde de la esperanza. De la profesión. De la investigación y de la aspiración a ser el doctor que siempre quiso ser. De la añoranza de que sus días fueran diferentes.

Sin embargo, en su casa, en lo que el mismo define como el campo de batalla, se siente café. Casi negro. La presión constante. La ira de su padre, los retratos volteados y el escuchar todo el tiempo su falta de expectativa con respecto al futuro. Y la omnisciencia de su madre en el cuadro familiar hasta que esta muere por motivos que el no puede comprender. Él, John, supone que es suicidio y es entonces que sus ideales cambian y decide convertirse en un soldado. Luchar por el bien común. Huir de su pasado y demostrarle a su padre, a su madre, a su hermana, a si mismo, que él puede lograr muchas cosas por su cuenta. Es entonces que su alma se pone en un blanco similar a la niebla. A la neutralidad. A la insensibilidad.

Una vez llegados los papeles al ejército, no se lo pensó dos veces y, con un bolígrafo azul, firmó su nombre.
A la semana después de ello, y tal como se fue su hermana, se fue de la casa pero sin mirar atrás.

En la guerra las cosas son un poco más fuertes de lo que alguna vez llegó a imaginar. Fuera de las lecciones de medicina en el ejército y la debida disciplina militar, no le enseñan a como sentirse cuando tira del gatillo hasta el corazón de un ajeno. Cuando pasa por primera vez, John siente un estado similar a la culpa, sin ser lo suficientemente capaz de destrozarse los nervios. Esa noche no duerme, hasta que al día siguiente deben movilizarse por el desierto, y una emboscada por parte de los afganos le hace repetir este movimiento. No una, ni dos, ni tres, si no veces que parecen ser infinitas para él, y que en vez de hacerle sentir mal, hace que la adrenalina corra por sus venas hasta que su sangre se hace fuego, volviendo sus días rojos. El rojo del peligro, de la alerta, de la sed. Le encanta y no sabe qué hacer para negarlo.

Sin embargo, cuando menos se lo esperaba, dos balas decisivas le dan en la pierna y en el hombro, no sólo amputando el cuerpo, si no el espíritu. Es entonces cuando todo se vuelve negro, y siente como su cuerpo semiinconsciente es llevado sin cuidado al cuartel, donde le dan de baja y lo lamenta. Los recuerdos le abruman y los días se vuelven grises, preguntándose seriamente si volverán a ser de colores de alguna manera.
Él puede poner una pistola en su boca y halar del gatillo sin titubeos. Lo sabe. Ya no tiene nada que perder y sus propósitos, aunque insatisfecho consigo, los ha logrado. Decide llamar a su hermana luego de años de silencio, su única familia viva. Pregunta sobre su vida y según ella está bien. Que tiene a una esposa y que las cosas siguen su curso. Luego de un sepulcral silencio, John se muerde los labios y susurra al teléfono: "Harry, te he echado de menos." y tienen que pasar varios segundos para que ella responda: "Yo también Johnny, yo también."

En su pequeño apartamento en Whitechapel busca la estabilidad en lo que se supone que es su vida. La rutina es simple: Se levanta, compra el periódico, lo abre directamente en la zona de empleos, va a la cafetería y se compra un té, y siempre piensa que sabe distinto al que se hace a si mismo, pero no puede evitar comprarlo porque no puede ni quiere hacer su té como el acostumbra. Los viernes va con su psicóloga pagada por su ya escasa pensión, y se niega a hablar con ella porque nada le pasa pero ¿Qué son estas ganas de simplemente acabar con todo? No lo sabe, pero en su mente no hay lugar para algo como la depresión. Su doctora dice que no lo admite, pero simplemente no hay nada que admitir.

En las noches se va a un pub, donde bebe. No hasta la inconsciencia por su limitación económica. Simplemente bebe y ya.
Busca con los ojos a la primera mujer que le corresponda la mirada y se pierde en el calor de los brazos femeninos y al día siguiente se va, dejando una nota dando gracias, pues ni sus nombres puede recordar.

O al menos hasta aquél día en que conoció a Sherlock Holmes.

Excéntrico, petulante, arrogante, brillante. Esos son algunos adjetivos que John pudo aplicar a Sherlock luego de menos de 5 minutos de conversación.

Sin embargo algo, tal vez la desesperación de estabilidad económica, o la soledad de la que ya se ha hecho rutina, es lo que le hizo aceptar la oferta de este hombre.

La oferta que lo introdujo de fondo a su vida.

Al principio, cuando se encontró con Mike Stamford, pensó que le presentaría a un joven de veinte y tantos, universitario probablemente, y que no supondría para el un problema.

Tal fue su sorpresa al encontrarse a alguien adicto al peligro, a la adrenalina. A alguien que se lanza de bruces a la vida. La guerra personificada. Alguien como él.

Un alma gemela.

Y desde entonces los días vuelven a tener colores y encuentra la prótesis para su alma. Y lo supo desde que, sin aliento, en la puerta de entrada, se da cuenta de que ha dejado su bastón atrás.

Que un peso ha caído de sus hombros.

Y siente el peligro de un color de angustia al ver a Sherlock a punto de tomar esa pastilla, y lo único que pudo y que sabía hacer era halar el gatillo así como en la guerra de Afganistán. Mira a Sherlock a la distancia y se dice a si mismo que no importa, que ya lo ha hecho antes, que pelea por la causa que él cree correcta, y que por primera vez en años las cosas toman su curso, pero que es, Sherlock, irremediablemente idiota por dejar que la soberbia de su cerebro se antepusiese en su sentido común. Estar en el riesgo de morir estúpidamente por demostrar que es inteligente.

Y observa la expresión dolida de Sherlock al momento en que el aparece en la piscina con los explosivos, y luego el alivio y la inmediata preocupación de el menor al observar el motivo de este desafortunado encuentro, y siente la bilis en el estómago cuando mira aquel punto rojo en su pecho, y se siente confundido al ver cómo el psicópata amenaza con quemar un corazón cuyo propietario creía inclusive que no poseía uno.

Y siente celos de Irene Adler al ver cómo lo besa en la mejilla y susurra un sensual, pero para el incómodo "Gracias.", y dolor, no por él, si no por Sherlock, al ver cómo La Mujer los había engañado a todos y cómo atrevidamente pensó en arreglar todo con un "No morí, vamos a cenar."

Y finalmente, cuando Sherlock muere...

Cuando Sherlock fingió morir, irremediablemente John Watson muere también, Pues desde ese día los días de John se vuelven negros, como cuando un planeta órbita solitario, sin el calor del sol.

Porque aún cuando lo niegue frente todo el mundo, él sabe para sí, que necesitaba de Sherlock para poder sentirse vivo otra vez...

-John, ¿Hiciste té? –Exclama Sherlock desde la entrada, dejando su gabardina y su bufanda en un perchero. Se acerca a la cocina y lo observa regalandole una sonrisa que le detiene el corazón por unos milisegundos.

-Ya va a estar listo. Siéntate. –Dice John en el tono amable al que él acostumbra. Y el más alto se sienta sin decir nada observando al mas bajo moviéndose de un lado al otro, admirándolo de una manera que ni siquiera él entiende. Pero que es tan sentida y existente en su pecho.

Hasta el momento Sherlock no entendía el valor de John en su vida. Más allá del doctor militar y el compañero de piso. El mejor amigo o inclusive algo más.

Lo que es cotidiano, o extravagante. No importa en realidad si no es con él.

Pues John Watson es un hombre lleno de colores.

Y Sherlock agradece que sea suyo.


Y... Fin.

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¿Algún Review? Eso me haría feliz ok.